viernes, 18 de diciembre de 2009

LA VIDA y el tiempo

Un apunte para meditar a mis 69 años.


La Vida, cuando se manifiesta a través de mi pequeño yo (José Antonio), es vida que mora en el tiempo y discurre en él desde el nacimiento hasta la muerte. Mas la Vida, aquella que se manifiesta en mí como en todo el Kosmos, no es mi vida, la que yo poseo, sino la Vida que me posee. Yo como José Antonio sucedo en ella como una nube que cruza el cielo, pero, de igual modo que la nube pasa y el cielo permanece, así la vida que yo (José Antonio) poseo pasa, y la Vida permanece. El tiempo no es la Vida, el tiempo acaba, la Vida permanece, o mejor dicho, es. Las palabras son incapaces de expresar lo que la mente no ve, y la mente sólo ve el tiempo.

Yo estoy identificado con José Antonio, con este cuerpo, con esta pequeña historia, con este pasado y este presente, con estos sentimientos y estas ideas... pero, Yo soy más que todo eso, mejor dicho, mi verdadera identidad es otra. Antes que ola soy agua del océano. Y el Agua, la Vida, la Conciencia no es el tiempo, ni está sometida al mismo, sólo se manifiesta en él.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Una idea para hacerla experiencia vital en nosostros, si queremos


El místico no es alguien que ve a Dios como un objeto, sea un becerro de oro, una imagen visible, un icono, un concepto abstracto, una visión de un padre hecho a nuestra medida..., sino alguien que se haya inmerso en Él.

Brotamos como nubes pasajeras en la Conciencia una, en el Absoluto, en Dios, somos rayos desprendidos de la Trinidad... (el rayo no es nada sin el foco del que recibe la LUZ, pero a su vez, es la misma LUZ del Foco).

martes, 8 de diciembre de 2009

Gnôsis o la superación de la dualidad teoría - práctica

Gnôsis o la superación del dualismo: Teoría - Práctica

“Crede ut intelligas”

Nuestra cultura filosófica, ya sabemos, se alimenta especialmente del pensamiento griego, mas no de todo él, sino de una línea del mismo que tuvo su máximo exponente en Aristóteles, línea que no es precisamente la de su predecesor Platón, ni la de Sócrates, ni la de los primeros y grandes filósofos como Tales, Anaxágoras, Anaximandro, Pitágoras..., ni tampoco la de la escuela estóica (Heráclito, Epicteto, Séneca, Adriano...) . Aristóteles influyó de forma muy poderosa en el pensamiento del mundo musulmán, sobre todo con Avicena (Ibn Sina) y Averroes (Ibn Rushd). A través de éstos conoció Tomás de Aquino el pensamiento de Aristóteles que el pensamiento dominante en toda su obra teológica, pese a ser él un místico, y con la escolástica posterior a Tomás se difundió por todo occidente la filosofía racional llamada Aristotélico-tomista. Mas la escolástica, sobre todo la decadente de los siglos XIX y XX olvidó muchos aspectos de las doctrina de Tomás, quien propone que el camino para entender es el de creer. Y creer no es un acto de la inteligencia o razón sino una actitud de todo el ser humano que compromete toda su existencia en una verdadera metánoia, en una actitud transformadora de su ser.. De todos modos no es bueno ignorar que la doctrina aquinatense abunda en la línea intelectualista, (mal llamada quizás) teórica.

Con el Renacimiento, que con tanta lucidez apoyó Descartes, la separación entre teoría y práctica se hizo total y profunda y se lanzó por la ventana de la cultura de Occidente el profundo sentido de la Gnôsis, con lo que se dio un paso de gigante en la separación que conlleva el dualismo, puro fruto de la mente racional. De todos modos no olvidemos que el gran matemático y filósofo francés defendió como criterio de verdad la certeza (cogito ergo sum, pienso luego existo, no puedo dudar-estoy seguro de que estoy pensando y por tanto mi existencia es verdad), algo que ha aceptado Occidente y que le ha llevado a unos dualismos entre teoría y práctica irreconciliables y rayanos en lo patológico. Dualismo que hemos integrado no sólo en nuestro conocimiento racional, sino en la fe y en la práctica diaria.

No todo el conocimiento fue por esta línea de división y separación entre teoría y práctica, aunque en todas las formas de sabiduría (introduzco la palabra que no es una simple sustitución de conocimiento tal como lo entendemos) se diferencie la Thesis y la Praxis (no es lo mismo diferenciar que separar). En todo Oriente y en los orígenes, a los que he apuntado anteriormente, del pensamiento griego no existe esa visión divisoria. Para ellos el conocimiento no es tal, o sea, no es sabiduría, si no parte de una verdadera metánoia. En nuestros días, en Occidente, se ha vuelto por parte de algunos pensadores a esta visión del verdadero conocimiento como “sabiduría”, no como erudición; así lo han hecho “pensadores” de la talla de A. Wats, H. Smith, K. Wilber, R. Panikkar, A. Harvey, M. Cavallé, M. Almendro... y toda la corriente de Psicología transpersonal y de Espiritualidad Integral, sin que olvidemos a todos los místicos habidos en la humanidad, quienes realizaron la experiencia del Ser, de la transformación interior. Sus enseñanzas (como las de nuestros Juan de la Cruz o Teresa de Ávila, por poner un ejemplo cercano en el espacio, como los de Ramana Maharsi o Nissargadatta en el tiempo) no son una doctrina, sino una pálida muestra de sus experiencias con lo Divino, con el Ser, con la Esencia, son meras indicaciones de lo que podemos hacer para vivirlas.

La sabiduría no es un simple conocimiento, como he dicho, o sea, una simple aprehensión de un objeto por la mente, algo que se ha mostrado muy útil (lo que sirve para, lo que se aprovecha o se puede aprovechar) a lo largo de toda la Historia, sino que conlleva algo más: la transformación, de modo que sabiduría es un conocimiento transformador que hace posible nuestro crecimiento esencial, como afirma la eminente filósofa Mónica Cavallé, conocimiento que a su vez se amplía gracias a la propia transformación: “crede ut intelligas”. Conocimiento sin transformación interior y por tanto sin verdadera liberación no es sabiduría, como afirman todos los sabios. La sabiduría y el ser viven en una ósmosis total.

Un ejemplo, que puede ser muy clarificador, aunque imperfecto, de la diferencia entre conocimiento-erudición y sabiduría: una persona que conozca muchas recetas de cocina y que incluso las ponga en práctica, será un erudito, pero sólo el que ha probado el guiso es sabio sobre el tema, tiene la experiencia.

La Gnôsis

Gnôsis (gnwsiz) es una palabra griega que hemos traducido por conocimiento, pero que llevaba en su mismo concepto una connotación de experiencia del ser, de saborear (sapere=sabiduría), de degustar, palpar...
Aunque los manuales de Historia de la Iglesia Católica tilden constantemente de herejía cristiana primitiva al gnosticismo, el caso es que en los principios del cristianismo fue una corriente con mucha vitalidad dentro de las expresiones de fe en el Dios de Jesucristo, corriente que terminó siendo marginada de la línea ortodoxa de la “doctrina” de la institución. Pero, el gnosticismo no nació con el cristianismo, si no que es muy anterior al mismo. Ya en el Tao de Lao Tse se intuyen elementos claramente gnósticos y lo mismo en los movimientos místicos del brahmanismo. Y ya en el mismo cristianismo, el evangelio atribuido a Juan está lleno de resonancias gnósticas.

Por supuesto que no identifico en este escrito (ni en mi mente) Gnôsis con gnosticismo. Éste exageró el sentido de la relatividad del mundo en que vivimos hasta el extremo de eliminarlo como puramente ilusorio e inexistente, olvidando que este mundo relativo es en sí la manifestación visible del mundo no manifiesto, y por lo mismo es relativo pero en modo alguno inexistente. Me refiero a la Gnôsis como “medio” de transformación auténtica, como verdadera sabiduría, como el conocimiento que, transcendiendo la razón y la dualidad, nos lleva a la experiencia directa, a la evidencia inmediata de lo que Es, y que como no dual, no puede “aceptar” (por decirlo de algún modo) ningún tipo de oposición en el Ser, ni siquiera la oposición entre Thesis y Praxis. La Realidad no es que sea una, puesto que lo uno tiene la oposición de lo múltiple, sino que es no-dual, y por tanto lo abarca todo, incluso lo que no es, ni puede ser. La Gnôsis es un conocimiento que es praxis y una praxis que es conocimiento.
Más en concreto Gnôsis es una experiencia directa e inmediata del Ser-No Ser, y es conocimiento no por raciocinio (cosa que es totalmente imposible), sino por identidad, es la verdadera Visión (la Inspiración plena), de la que han gozado muchos humanos: místicos, artistas plásticos, escritores, investigadores.... Tan sólo la identidad nos da la evidencia y la práctica coherente con la Realidad misma, de modo que en la misma percepción de la Realidad está incluida la praxis que no es sino la expresión de la identidad vivida, experimentada.

Simplemente por el deseo de hacer una referencia bíblica, tan importante para los que hemos puesto todo el sentido de nuestra vida en Jesús de Nazaret, me permito recordar aquí la palabra utilizada por la traducción latina de la Biblia, llamada Vulgata, para significar el coito sexual entre el varón y la mujer: “Cognovit” (conoció), un conocimiento experiencial, aunque no sea una identificación. La Nueva Biblia Española traduce “se unió”, se trata en la visión de la Biblia de un conocimiento por unión física, pero sólo cuando hay una verdadera identidad entre cognoscente y conocido, algo no posible en la densidad grosera de la materia, desaparecen ambos y sólo hay conocimiento=ser, teoría=práctica.

Gnôsis es mirar las cosas con los ojos del Logos, es mirar las cosas desde su propia perspectiva, nos dice Mónica Cavallé y continúa diciendo: “ver las cosas tal como son y dejarlas ser lo que son. Mirar con los ojos de la mente es trazar cuadrículas, establecer fronteras, dividir y acotar las cosas y los pensamientos para poder operar con ellos...”
Pero el mundo en que vivimos es el relativo, el que conocemos por la mente y por tanto un mundo que no es no-dual, sino polar, su número diríamos es el dos. Por eso este mundo relativo necesita la armonía entre los polos, el ritmo, la sustitución constante en el tiempo y el espacio. Y en este mundo teoría y práctica son dos polos opuestos, que sin duda se han de armonizar, que han de mantener un ritmo, o de lo contrario la vida y el conocimiento se enquistarán. Mas hemos de tener en cuenta que lo que hace la armonía es integrar los opuestos, y que la postura del verdadero sabio, del gnóstico, es identificarse con esa armonía de integración, no se trata simplemente de sustitución de un polo por otro.

Nosotros normalmente lo que hacemos es negar un polo: sólo el bien, nada de mal; sólo paz, nada de conflicto; sólo la vida, nada de muerte; sólo control, nada de desorden; y así, reprimiendo uno de los polos, vamos creando nuestra sombra. Mas la armonía, la gnôsis, la sabiduría no elimina un polo en favor de otro (no se queda con la teoría, o con la práctica) sino que los integra (con lo que no se excluye a ninguno de los dos) ¿cómo? Elevando el nivel de conciencia más allá de la mente (por decirlo, aunque mal, de alguna forma) entrando en la “visión” de identidad, que no es la mente, sino la contemplación, la gnôsis o sabiduría, en la que la conciencia se identifica con el único punto en el que se apoyan los dos polos y en ese punto (el Ser, Dios, Trinidad, Vacío, Allah, Brahman, Misterio...) es donde cobra sentido la dualidad y donde se evidencia que la Realidad es no-dual.

El Logos, (lo Divino, el Tao...) y la gnôsis es identidad con el Logos... es caer en la cuenta de que somos en nuestra esencia Logos y en nuestra forma manifestación del mismo, reúne y armoniza todas las dualidades (también la de teoría y práctica), pero él no tiene opuesto, él no es nunca una dualidad, ni una parte de la misma y por lo mismo, aunque se manifieste en el plano de la dualidad, él está en otro plano en el de lo no-dual. Y precisamente es lo no-dual lo que da sentido a todas las cosas duales de nuestra mente.

Simone Weil, una mística del siglo XX de una altura gigantesca, (que por cierto no llegó nunca a profesar el catolicismo oficial) afirma en su libro sobre la Gravedad y la Gracia “que la palabra bien aplicada al Absoluto tiene un significado distinto que cuando se refiere a la dualidad bien-mal.”

Puede que el famoso dicho de Tomás de Aquino: “Crede tu intelligas” puede ser interpretado como una verdadera llamada a que nos abramos a la Visión, a que transcendamos la razón, no que la neguemos, para que al ser conscientes de nuestra identificación con el Logos vivamos la dimensión transcendente de lo no-dual, vivamos la identificación de Thesis y Praxis, aunque estemos inmersos en la dualidad, estemos inmersos en mundo mundo en el que la afirmación: “del dicho al hecho hay mucho trecho” es una constante en la mente humana y en la vida cotidiana.

Platón nos recuerda en su República que Sócrates decía: “El que comprende es sabio y el sabio es bueno”

José A. Carmona

viernes, 4 de diciembre de 2009

Mi personal felicitación de Navidad

NAVIDAD 2009


El Silencio originario se propaga,
en el Kosmos se hace Historia de la sangre
y en los mares, caminos de la carne siempre viva,
nos muestra su Palabra hecha Fuego.

El Silencio originario se hace Hombre,
renace cada día en lo Humano
y lo marca cada instante con su Luz
alumbrando con Conciencia sus andares.

El Silencio originario es Misterio,
entregado con abandono de siglos
en los brazos de este Mundo incipiente,
que balbucea atónito los sonidos de su Mente.

El Silencio originario es Amor,
fraguado en las entrañas del no tiempo
y donado en gratuidad en los rostros de los niños,
gozosos portadores de la Vida.

El Silencio originario es la Paz,
anhelada en la Historia que la ignora,
volcada, siempre amante, hacia todo
en la gracia de la Fuerza que es Servicio.

El Silencio originario siempre habla
y se expresa en los ojos de los hombres,
en las mentes, en las piedras, en las flores,...
Y su Palabra transforma en Sentido
la Noche tan temida que nos hiela.


José Antonio
Navidad 2009

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Nuestro nuevo nietecito: PAU

El pasado día 12, jueves, fuimos regalados, Paqui y yo, con el nacimiento de un nuevo miembro en la familia nuclear de mi hijo. Nos ha nacido un nietecito, PAU, el segundo hijo de nuestro hijo.

El amor que siento por nuestra primera nietecita, LAIA, no sólo no se ha visto menguado o repartido, sino intensificado, como el fuego que se reparte (que no mengua, sino que se multiplica).

Nuestros nietos son hoy una concreción de mi propio ser radical, el Amor. Concreción hecha manifestación en el gozo de ser para ellos y en ellos.

A nuestro Pau lo he recibido con estos versos


PAU

Un Misterio, que resuena
y que estremece mi alma,
te envuelve a ti, mi Pau,
y en Silencio me regalas.

Un halo de luz divina
se trasparenta en tu cara,
que me habla y me descubre
los secretos de tu Calma.

Calma que tu nombre escribe,
Calma que en tus manos habla,
Calma que tu cuerpo vive,
Calma que tu aliento plasma.

Calma que penetra hondo
por mis rincones del alba
e ilumina con su Paz
mi vida ya avanzada.
Porque es mi gozo en tu Amor
y en el Amor a tu hermana.
Gozo que alegra mis años
y por mis carnes avanza.

Aunque ha muy poco tiempo
de tu querida llegada,
he percibido en mi adentro
estas tus huellas bien claras.

Que me interpelan de Amor,
de la Renuncia callada,
del Sacramento que somos,
de la Luz y de la Gracia.

Y ese Misterio y Silencio
que acoges en tus entrañas
me hace vivir esta vida
injertada en la Esperanza.
A mi muy amado nietecito
En los albores del alba.
15/11/09

lunes, 12 de octubre de 2009

Acerca de las palabras: "Perfecto y Diablo"

Breves reflexiones sobre las palabras “Perfecto (perfección) y Diablo”

Estos dos vocablos: “perfección o perfecto y diablo” son de uso cotidiano en nuestra lengua. Todo el mundo las usa, sobre todo la primera, en multitud de ocasiones. En nuestra visión católica están cargadas de una significación muy determinada que se ha ido elaborando con el paso de los siglos y con la utilización que los humanos hemos hecho de ellas según las diversas visiones del universo que se han ido manteniendo según las creencias (la mayoría de ellas religiosas) y las actitudes cara al mundo “exterior”.

Mas esta utilización generalizada de dichos términos no supone en modo alguno, antes bien todo lo contrario, que se haya reflexionado por parte de la mayoría sobre cuál sea el significado originario de los mismos, cuál su etimología, por qué se introdujeron en el lenguaje cristiano, hace dos mil años, y con qué significación. Como casi siempre, ir al origen de las palabras, aunque no pueda ser en muchísimas ocasiones el origen último, puede iluminar lo que ellas no sólo manifiestan, sino también esconden.

Los cristianos de fe y de formación tenemos en nuestros corazones la resonancia de estas palabras puestas en boca de Jesús por los que escribieron los evangelios, que nos piden que seamos perfectos “como nuestro Padre celestial” y que llama a Satanás (el Diablo) “padre de la mentira”. No cabe duda de que la intimidad que Jesús tenía con el Padre era tal que el evangelio de Juan llega a afirmar: “el Padre y yo somos uno”. No es difícil concluir a partir de estos textos, que los evangelios y las primeras comunidades, de cuya fe los evangelios son expresiones, ven a Jesús con la misma perfección que ven al Padre, perfección que nos pide a todos sin excepción, pero perfección como la que tiene él y el Padre, no lo que nosotros podamos pensar que es perfección. Es cierto que los místicos cristianos, el primero Jesús, vivieron en plenitud la experiencia de la perfección como Totalidad, de ahí su lenguaje esencialmente paradójico, obscuro para la mente (también el del evangelio que nos pide amar sin límite, passim, y a la vez nos dice que Jesús vino a traer la guerra y no la paz, Mt. 10, 34... Lc.12 51...), claro para la experiencia de lo numinoso, pero la inmensa mayoría de los cristianos hemos sido adoctrinados en otro sentido: la ascética de la “mortificación (matar)”, represión hasta la muerte de lo considerado negativo o malo, y los místicos normalmente no han sido entendidos...

La primera palabra: Perfecto es el participio pasado (por tanto pasivo) del verbo perficio (per facere), cuyo significado más genuino es hacer totalmente, acabar, completar, por lo tanto su participio pasado significa lo completado o completo, lo total. Este significado originario es anterior a la utilización del término entre los cristianos, el latín era una lengua utilizada en todo el imperio romano en fechas muy anteriores (siglos) a Jesucristo. En cambio, en nuestra cultura cristiana ha pasado a significar el compendio de cualidades positivas en el que no hay lugar para lo negativo: “compendio de todos los bienes sin mezcla de mal alguno”. En esta concepción se excluye expresamente todo lo negativo, lo malo, lo que la psicología jungiana y posterior ha llamado “la sombra”. Así la santidad en el sentido católico se concibe como una actitud en la que la persona humana niega cada vez con mayor fuerza toda aquella parte de sí misma que percibe como mala, mutilándose en su propio ser, negando la polaridad del ser en sí mismo, polaridad que es la constitución de este mundo manifiesto. La santidad cristiana se entiende como la afirmación a lo que debe ser (¿según qué criterio?) y la negación de buena parte de lo que es, considerada pecaminosa: placer, sexo, pasiones, impulsos, cuerpo, soberbia, agresividad...
Este concepto de perfección, la perfección tal como la entiende nuestra cultura, niega la sombra, o sea, todos aquellos aspectos de nosotros mismos que no reconocemos como propios, pero que en verdad lo son, aunque no estemos en contacto consciente con los mismos. Y que por lo mismo proyectamos hacia lo exterior. Un ejemplo paradigmático de esta proyección es la persecución institucionalizada de la “brujería” y de la “herejía”, la realización de las “cruzadas”... Simplemente señalo el hecho, no pretendo juzgarlo, los criterios morales, como todo, evolucionan con los tiempos, y todo hecho, patológico o no, colabora en la historia para la evolución de la conciencia.

La sabiduría, o filosofía perenne, ha conservado el sentido originario del término “perfección”. Ha entendido que el camino para la misma consiste en un proceso de ampliación de nuestra conciencia, no simplemente moral ni psíquica, sino la conciencia sin epíteto, orientado a que esta abarque todo cuánto es, una vía de aceptación de la totalidad, de abrazo a lo que es. Lo cual no quiere decir más que el reconocimiento de nuestra realidad, que la aceptación de las polaridades que constituyen la existencia en el tiempo, que somos a la vez buenos y malos en el sentido que damos a estas palabras, en realidad ni buenos ni malos, pues son conceptos muchas veces arbitrarios que hemos tomado de nuestra visión particular de la Realidad. En modo alguno quiere decir esto que hemos de dejarnos llevar por la agresividad, por el odio.., sino que nos contemplemos y aceptemos tal cual somos para en la aceptación transcender esta polaridad y llegar hasta la Realidad, lo no-dual de lo que es manifestación en el tiempo nuestra polaridad constante. Sólo en la armonía que, abarcando los dos polos, los transciende está la verdadera sabiduría. Y en ella se establece el místico. Esta armonía es la del Ser, que no es ser de esta manera u otra sino que no es polar, no tiene otro polo contrapuesto. Es amor sin odio posible, es Vida sin muerte, sin duración, sin cambio, sin tiempo, es felicidad sin polaridad, no-dual. Es la liberación de toda forma. No olvidemos nunca que “(el Padre) hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45).

La segunda es: Diablo. Procede del griego diábolo (dia-bollein: dia-bollein) que significa: el que desgarra, el que divide. El padre de la mentira lo que hace es dividir, crear confusión, separar, oponer... “También resulta muy significativo advertir que “diabólico” es el antónimo de “simbólico” (sum ballein: sim-ballein) que que significa reunir. Este significado etimológico tiene una importancia extraordinaria en lo que respecta a la ontología del bien y del mal. Lo simbólico es, pues, lo que reúne, lo que vincula, lo que integra al individuo consigo mismo..., lo diabólico, por el contrario, es lo que separa, lo que divide al individuo, lo que lo escinde y mantiene separado...”(Rollo May). Vivimos en el tiempo, en el mundo de la separación de los polos, en lo diabólico y sólo asumiendo la dualidad, no eliminando ni reprimiendo una parte, y transcendiendo ambas en la misma aceptación, podremos llegar al Ser, al Espíritu que es quien mantiene esa dualidad de formas en nuestra existencia. Lo que es verdaderamente malo no es un polo de la dualidad (lo que no debemos ser) sino la dualidad misma, es la exclusión de uno de los polos, es la escisión de lo que en sí no es sino Ser, porque en definitiva la división es un error de nuestra percepción. Sólo hay Ser, sólo Amor y Vida. Si lo queremos llamar Dios, pues vale.

Quizás con lo dicho sea suficiente para abrir un principio de duda en las conciencias más abiertas, que no se han enroscado en sí mismas como el puerco espín.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Miedo existencial a la muerte... 3ª Parte

Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).

Tercera Parte

Etapa de la mente egoica o del yo racional (Siglos XVII-XVI a.C. hasta nuestros días)

Los datos de aproximación a las distintas etapas que hemos ido aportando en este escrito, son eso, burdas aproximaciones dadas con la finalidad de que podamos hacernos un ligera idea de cómo situar en el tiempo las diversas etapas. Ya sabemos que la diferencia de miles de años no tiene importancia, y más teniendo en cuenta las centenas de miles de años que llevan los homínidos y el hombre sobre la faz de la tierra. Y siempre hemos de contar con que las raíces de cualquier estructura de conciencia (arcaica, mágica, mítica...) suelen remontarse muchos miles de años antes del pleno florecimiento de la misma y que continúa ejerciendo su influencia mucho después del mismo. No hemos más que fijarnos en la influencia que la mente mágica (se vuelven a poner de moda los amuletos), y no digamos la mítica (toda la visión exotérica de las religiones, entre nosotros del catolicismo, que no ha salido de la mentalidad tribal-mezcla de mágica y mítica: pensemos en los ritos de difuntos, en el antiguo Dies irae. Igualmente las tribus urbanas que partiendo de Hispanoamérica están invadiendo todo Occidente, las corridas de toros...) siguen ejerciendo en nuestros días.

La etapa del yo racional se puede precisar algo más, pero poco. J. Gebser (que es mi pauta en este escrito) coloca el comienzo del período egoico (de la aparición del yo mental, de la persona, del individuo) en la aparición de la Ilíada. Otros autores opinan que no, pero todos vienen a coincidir que la aparición de un ego mental formado aparece en la Grecia de los siete sabios (Solón, Anamixandro, Pitágoras...) y dura hasta nuestros días. Gebser hace una bella descripción de la palabra con que empieza la Ilíada (Mênin 'aeide Zeá, Peleiadeos 'Ajileos) Mênin que viene de la raíz sánscrita men tiene una connotación claramente mental, y toda la Ilíada es “la evocación de una ceremonia llevada a cabo por un hombre (no por los dioses) en una sucesión ordenada de acontecimientos.” Ha aparecido el yo mental, comienza la historia.

No nos vamos a entretener en analizar el proceso evolutivo del yo mental, del ego racional, puede que nos baste saber la época del ego mental puede subdividirse en varias etapas según muchos eruditos,:

La primigenia, o período egoico inferior, que es anterior a la aparición del la Ilíada, comenzaría en torno al 2500 a.C. y llegaría hasta el 500 a.C., la época de Moisés, la Grecia de los sabios. Durante este período la conciencia egoica iría emergiendo del sustrato inconsciente, superando la mentalidad mítica promedio. Fue la época en que se comenzó a escribir el Antiguo Testamento de la Biblia (entre los siglos X al V antes de Cristo).

La media que situaríamos entre el siglo VI a.C. y el Renacimiento, cuajada de grandes místicos (los axiales: Platón, Buda, JESÚS, Plotino, Mahoma, Nagaryuna, Eckhart, Francisco de Asís...) y de grandes genios.

La etapa actual que partiendo desde el Renacimiento llega hasta nosotros, que nos hallamos en pleno período egoico superior, cargada con genios individuales que cambiaron para siempre la faz de la tierra desde Galileo a Einstein, y místicos que han deslumbrado a la humanidad desde Juan de la Cruz o Lutero hasta Ramana Maharsi.

Es la época de la aparición del héroe individual, que vence a la Gran Madre y a sus consortes que no es sino el ego racional que se impone a los mitos que durante miles de años han dominado la conciencia humana. Se da por entendido que nos referimos al mito en el sentido exotérico o superficial del término, que es el sentido que entiende la inmensa mayoría de la humanidad existente, y nunca en el esotérico o profundo, que exige una excelencia de conciencia que ha de subir en la escala de niveles hacia la Unidad.

“El instinto y la tradición dejaron de servir para encauzar la conducta del hombre, y el ser humano perdió la certeza y la seguridad con respecto a lo que hacía y con respecto a sí mismo” dice Whyte hablando de la crisis de la conciencia mítica. La estructura anterior de conciencia había demostrado su insuficiencia y poco a poco se fue gestando la erupción del héroe: del yo mental, que vencía los estados anteriores.

Tampoco voy a entretenerme en un estudio sobre la aparición y desarrollo posterior de este ego racional, que pensamos, en nuestra cultura, que es la etapa más alta posible de la conciencia humana: ya no podemos llegar a más, cuando esto es totalmente erróneo. ¿Por qué se va a parar la evolución de la conciencia en nosotros? ¿Qué creemos que somos? ¿Acaso no ha habido a lo largo de todo el desarrollo de la conciencia gente que superó los niveles de conciencia promedio? ¿No tenemos miles de casos de sabios y místicos que han superado y con creces esta etapa egoico-racional? Los estudiosos apuntan a niveles más altos, ya alcanzados y no sólo por los místicos axiales, sino por todos los místicos y grandes sabios de la historia y de la prehistoria. Por encima de esta conciencia egoica está el nivel intuitivo aperspectival, el psíquico, el sutil, el causal, el no-dual... lo Divino.

Pero nuestra intención es analizar los sustitutos de inmortalidad que cada forma o nivel de conciencia va asumiendo en su época, para luchar contra la constante amenaza de Thanatos, contra el miedo existencial a la muerte, que es un miedo real en el mundo manifiesto, porque tememos caer en la cuenta de que realmente estamos en el mundo no manifiesto también, que el manifiesto es el relativo, el polar, el del bien y el mal, que el no-manifiesto es el inalterable, sin tiempo, sin evolución, sin futuro ni pasado... pero caer en la cuenta para la humanidad promedio supone morir, la destrucción de la apariencia de identidad con la que nos hemos identificado (en mi caso José Antonio Carmona). Y esta destrucción que conlleva la disolución de cuerpo (y alma) y que vemos muy clara en un futuro (cercano o lejano) nos da pánico, como afirmaba Unamuno y con razón desde la perspectiva del tiempo y de la polaridad.
Hemos de decir que dichos sustitutos de inmortalidad no son ni buenos, ni malos (sería otra cuestión a tratar esta de la polaridad), nos prestan un servicio en esta existencia temporal, pero hemos de ser conscientes de eso mismo, de que se trata de una existencia temporal y que los sustitutos temporales son eso meros sustitutos y meramente temporales. ¿Estamos dispuestos a abrirnos a la Realidad, a lo No Temporal, a la Totalidad, a lo Divino (para los cristianos a lo Crítico)?

El primer sustituto que crea la mente egoica es el pensamiento: “

El pensamiento se convierte en dios, en la principal fuente de inspiración del hombre. De este modo, la sensación de identidad, en su huida de la muerte, de Thanatos, abandonó el cuerpo (demasiado mortal) y buscó asilo en el mundo sustitutorio del pensamiento en el que hoy todavía seguimos, por así decirlo, ocultos.” (Whyte).

Estamos en un nivel en el que hemos aprendido a utilizar el pensamiento para transcender el cuerpo (y lo hacemos sin esfuerzo) pero todavía no sabemos servirnos de la conciencia para transcender el pensamiento. ¿Será el próximo paso evolutivo de los humanos?

El segundo sustituto es la creación de un nuevo tiempo, lineal: histórico, interminable (no nos planteamos su final aunque lo tenga), con una finalidad, con una intencionalidad, no estacional o cíclico como en la época mítica, aquel tiempo sumido en el mito del eterno retorno, un tiempo que no se dirigía hacia ningún lugar (Campbell). Aún no había aparecido la historia, pues su conciencia quedaba satisfecha con un mundo circular.

En cambio hacia el 1300 a.C. aparecen crónicas históricas, y Herodoto, padre de la historia, vive en el siglo V a.C. La reflexión sobre lo acontecido es el paradigma del pensamiento reflexivo general. Y la reflexión sobre lo acontecido y la misma reflexión en general es algo muy bueno. Pero el tener un tiempo sin límites (concretos) impulsa el apetito desatado de poder y de acumula, porque tendemos a actuar como si el tiempo no fuera a acabar. En el mundo circular no cabía el acumular, pues todo había de empezar de nuevo, pero en el tiempo lineal, el tiempo sin límites incita las actitudes de avaricia, de ambición sin que éstas puedan ser nunca satisfechas.

El ego heroico se figura que puede llegar a dominar el futuro. Egoísmo en el que seguimos atrapados hoy y que inunda la mente promedio de este siglo XXI. El hombre actual se esconde detrás de este nuevo tiempo histórico, para no darse cuenta de que la Conciencia es nuestro auténtico destino, que todo se dirige solamente hacia un lugar: hacia la Totalidad, no hacia otros fines. El cientifismo y la mentalidad empírica sensitiva ha siglos que determinaron que no existía ninguna otra Realidad fuera de lo que era su objetivo, así que preguntar por esa Realidad no sensitiva era un infantilismo, un resto arcaico de una menta mágica o mítica.

Señalamos también como sustituto de inmortalidad “la deformación radical del ego humano y del cuerpo humano” (Brown). Al ir surgiendo el yo mental se ha ido separando del cuerpo humano, y ha terminado disociándose de modo que en el hombre se reprima el cuerpo hasta límites impensables, ¡llegando a hacerlo enemigo del alma!
Al comienzo de esta época egoico-mental el crecimiento de la conciencia le permitió al hombre transcender las fronteras físicas del cuerpo y a la vez se enfrentó a una comprensión más lúcida de la muerte, y para huir de ésta el yo mental se disoció (no sólo se diferenció), se separó del cuerpo, al que veía como impermanente y corruptible, en cambio a la mente (el alma) la veía como incorruptible. Con esta disociación lo que ha hecho es destrozar al hombre, un yo mental sin un yo corporal no es un hombre. El ego desvitalizó el organismo y sus energías, reprimió y deformó el cuerpo, con lo que deformó, como se ha dicho, lo humano, creó el divorcio entre el alma y el cuerpo, mecanizando a éste. Y en esta visión del hombre se instala el actual pensamiento racional, científico y de dogma y moral católicas.

La disociación entre el ego racional y el cuerpo terminó creando un cuerpo mecánico frente a aquel. A este respecto dice O.N. Brown, citado por Wilber:

“En esta naturaleza humana deshumanizada el hombre pierde el contacto con su propio cuerpo, más concretamente con sus sentidos, con la sensualidad y el principio del placer. Y esta naturaleza humana deshumanizada produce una conciencia inhumana cuya única actividad es la abstracción divorciada de la vida real, la mente productiva, la mente racional...”


Este cuerpo reprimido sirvió también de símbolo de inmortalidad, porque él muere pero no el principio racional, el alma.

Con la aparición del ego mental aparece también en la historia la presencia del padre y con él el fenómeno del patriarcado. Es totalmente cierto que en la aparición y consolidación de este patriarcado influyen multitud de factores tanto naturales como patológicos (de dominio). Se trata de un fenómeno universal mantenido durante los últimos milenios y que en parte, al menos, es debido a una desviación de la emergencia de un ego mental enfermo.

Cuanto más evolucionada y formada está una persona más claro tiene el equilibrio entre los polos masculino y femenino, en cambio los individuos menos desarrollados (actuales) exhiben manifiestamente los rasgos estereotípicos propios de su sexo. Llegada la plenitud del desarrollo “no habrá varón ni mujer, sino que seremos todos uno en Cristo” afirma Pablo de Tarso.

De hecho, si consideramos todas las culturas históricas, vemos que los padres aparecen como portadores de la ley, el orden, la autoridad, las relaciones sociales y esto es así tanto en los más primitivos tabúes como en los más modernos sistemas jurídicos. En cambio la mujer, la madre, en parte por su propia biología está más ligada a la naturaleza. Sin embargo, esto no es óbice para que tanto en la mujer como en el varón pueda desarrollarse un yo mental pleno y satisfactorio.

Una de las causas no natural que determinó fuertemente la aparición del patriarcado prepotente, que ha dominado la tierra durante el período histórico, ha sido la represión de la mujer. La causa no ha sido verdaderamente su naturaleza constitutiva, sino la función que se le fue asignando desde la aparición del arado en la agricultura (Para clavar el arado hacía falta la fuerza física del varón, una mujer, embarazada
sobre todo, no podía): parir y cuidar los hijos en la casa. Siglos más tarde, siguiendo esta línea apareció una norma religiosa que ha influido y sigue haciéndolo de forma terriblemente represora contra la mujer en la cultura cristiana: “mulier in ecclesia taceat”(la mujer calle en la iglesia). Y lo peor de todo es que los patriarcas prepotentes afirman que esta orden viene de lo Alto. ¡Confundir su propia soberbia con el deseo Divino! En un nivel inconsciente en la opresión de la mujer, en la marginación de lo femenino de toda la esfera de lo social, del ágora, de los negocios (hoy sigue discriminada en los salarios), del intercambio mental ha influido notablemente la disociación entre alma y cuerpo. El alma es el héroe mental, el principio inmortal, elevado a los cielos, capaz de pensar, razonar, ser lógico, asociado al varón y el cuerpo pegado a la tierra, manifestación de la naturaleza (biología), cargado de pasiones, placeres y dolores (visión patológica, pero histórica) asociado a la mujer. Recuerdo que cuando yo era niño, hará unos sesenta años (nada en comparación de los miles de la historia) me comentaba un rico hacendado de mi pueblo: “Me han dicho en el colegio que mi hija vale para estudiar. Pero ¿para qué va a estudiar? Lo que tiene que hacer es aprender a quitar mierda de la casa y de los hermanos”.

¡El cuerpo se sentía (y siente) como amenaza para el desarrollo! ¡La ascética cristiana! No tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo, como dice Dürckheim, un cuerpo que es a la vez alma o psique y espíritu, no tres cosas unidas sino una sola realidad, el hombre, que las integra, como el agua, sacando una similitud del mundo químico, no es hidrógeno unido al oxígeno, sino una realidad distinta a ambos que las integra, o el fuego que no es carburante y oxígeno, sino una realidad distinta que las integra a ambas.

Y la figura del padre va a prestar un gran servicio al ego racional en su búsqueda de sustitutos de inmortalidad. (No tratamos de los muchos aspectos positivos que la presencia del padre ha aportado a la evolución de la conciencia porque no es el tema de este escrito).

“La organización de la sociedad llegó a centrarse en la familia patriarcal bajo la protección legal del estado. Fue en esa época cuando la paternidad biológica llegó a tener una importancia dominante debido a que se convirtió en la forma universal de asegurar la inmortalidad personal.” (Becker. La lucha contra el mal).

El patriarcado se convirtió en un nuevo símbolo de inmortalidad biológica. El padre permanecía vivo en el tiempo aún después de muerto, pues permanecía en los hijos, su semilla. Peor, no solamente en la vida de los hijos, sino también en la herencia que les legaba. La voluntad del muerto, manifestada en el testamento, en la herencia afirmaba una existencia póstuma del individuo y su voluntad entre sus herederos, su personalidad legal se transmitía intacta a sus herederos en los que pervivía. Esta ley de la herencia fue totalmente apoyada por el ius romanum.
Era una forma de transcender la muerte. Así que tanto el patriarcado biológico como el legal, refrendado por el estado, fueron símbolos sustitutos de inmortalidad.

El varón, el padre, tenía ya muchos símbolos de inmortalidad: no sólo el dinero, los bienes... que eran objetos que le pertenecían, sino también la familia (del latín famulus=esclavo), los hijos, los herederos que eran sujetos que le pertenecían, eran su propiedad. Para conocer hasta donde se extendía la propiedad del padre sobre los hijos, no digamos ya sobre la la mujer, bástenos recordar el relato del sacrificio de Isaac (Gen. 22), que tan conocido es en nuestra cultura abrahámica. Al margen de que el relato sea histórico o no, se trata de la expresión de una cultura que se apoyaba en Yahveh.


Así el proyecto de inmortalidad se creó sobre el ego masculino (paterfamilias), sobre el Adán promedio, y dejó a la mujer relegada en casa, sin propiedades, sin hijos, sin acceso al foro social, sin poder heredar, ni votar... Ella no tenía proyecto de inmortalidad, y ya sabemos que incluso entre muchos pensadores cristianos se le negó hasta el alma.

Por supuesto que siguieron en pleno auge los símbolos de inmortalidad de las mentalidades anteriores, aumentados dichos símbolos con la fuerza del pensamiento racional. En este sentido podríamos ver lo que la cultura racional ha hecho con la muerte, con la Vida eterna a la que ha sustituido en muchas personas por otros sustitutos, como la ciencia, ir alargando la presencia del hombre sobre esta tierra (algo que con la visión del mundo relativo manifiesto es algo muy bueno), el olvido de que aquí no tenemos estancia permanente, que nos dice el evangelio, o que todo es perecedero, impermanente salvo la impermanencia, como dice Buda. La cultura en líneas generales ha apartado la finitud de nuestra vida de la vista de los hombres.

Y en nuestra cultura occidental, llamada cristiana, existe una práctica religiosa, o no, de las exequias que aparecen como claro sustituto de inmortalidad, tratando de acallar la terrible voz de nuestro ser que nos enfrenta directamente a la muerte con placebos que poco o nada tienen que ver con Jesucristo, y sí mucho con una cultura que aún no ha salido de sus raíces agrarias y míticas (es evidente que siempre que hablo de mito, mítico me estoy refiriendo al sentido exotérico del mismo, nunca al esotérico en el que vivieron y viven los místicos, y más ninguno Jesús de Nazaret).

Una lectura desapasionada del ritual de difuntos de la institución católica nos puede llevar a muchas conclusiones, por supuesto no todas ellas válidas, pero sí que se recibe una impresión general de que las exequias tiene una falta de visión total de lo que es Eternidad, pues constantemente están hablando del futuro: “Dales, Señor, el descanso eterno...” “Dales” es una petición, por tanto es algo que aún no se ha conseguido, sino que se espera conseguir (nada de resucitar hoy y aquí). Y así en todas las oraciones de los funerales. El sentido del tiempo está impregnando las palabras y gestos de estas exequias, cuando está queriendo hablar del no-tiempo. Los conceptos e imágenes que se utilizan pertenecen a la época mítica: Dios como padre (no como Padre), la presencia de los ángeles, el alma liberada del cuerpo, el consuelo de la futura inmortalidad, el sentido puramente carnal de la resurrección, la oración de petición, el sentido satisfactorio (mérito) de la muerte de Cristo, la apelación a la misericordia divina, la constante oración de petición, la invocación de María y los santos como intercesores, la vida para siempre...

En modo alguno afirmo que todo esto no tenga su valor para la conciencia humana promedio de mucha gente, sólo afirmo que todas estas expresiones no superan una mentalidad que una gran parte de la humanidad ya ha superado, y sobre todo, que buena parte de la religiosidad contenida en estas exequias poco tiene que ver con la religiosidad vertical, la que nos trae Jesús y nos muestran la Bienaventuranzas, religiosidad que nos impulsa hacia niveles cada vez más altos de Conciencia, de Amor, de Unidad, de salir del individuo para ser Ser, Persona en su sentido más constitutivo: relación de fusión, de identidad en la Totalidad. Sirven, como mucho, para un consuelo horizontal, para buscar una actitud de conformismo con la muerte apoyada en una serie de visiones medievales, pero en modo alguno elevan el espíritu hacia una visión de altura en la que el espíritu tome más conciencia de que la Plenitud ni está en el futuro, ni en la inmortalidad el alma, ni en venerar, mucho menos pedir, a un Dios que está fuera de nosotros, y todo ello aderezado de mitos y gestos exotéricos totalmente desfasados. La Plenitud es la que nos proclama la Resurrección, la Unidad de todo cuanto es y no-es en un Absoluto atemporal, en un Cristo que dejó la individualidad del Nazareno por su muerte y apareció (a nuestros ojos) como Amor Universal en el que todos estamos fundidos, aunque en buena medida, no seamos conscientes de ello.

He hecho una afirmación anteriormente que puede resultar escandalosa para muchas personas que se autodenominan cristianas. He dicho que la afirmación de Dios como padre (no Padre) pertenece a una visión agraria de la conciencia humana. Y resulta que Jesús llama a Yahveh “Abba” papá. Dejo al margen el problema que con respecto a esta denominación de Dios se puede plantear en una visión teonómica del cristianismo, como es la que van aventurando los “sabios” (que no son los conocedores, sino los que experimentan al Ser en profundidad). Es totalmente cierto que Jesús y muchos místicos de toda la historia (de visión heterónoma) llaman a Dios, o a lo Divino, “Padre” pero siempre lo hicieron dentro de la experiencia de lo transcendente que embargaba sus vidas, profunda experiencia sutil o de más alto nivel, de la que carece totalmente la mentalidad promedio de nuestra época y al carecer de la misma utiliza la misma palabra pero sin su densidad transcendente-inmanente. Hablan pero no saben de lo que hablan porque no lo han experimentado, y utilizan la palabra padre como figura autoritaria o incluso amorosa, pero falta totalmente de profundidad, de experiencia esotérica en la que el espíritu (que somos) palpa su comunión con lo Divino. En las exequias se utiliza la palabra padre con un sentido totalmente exotérico, superficial, como aquel al que hay que suplicarle, aquel que tiene el poder y que está separado.
“No debe extrañarnos que, durante este período (racional primero y medio) los rituales culturales y las actividades religiosas exotéricas fueran dirigidas hacia “dios padre”... la gran imagen fetichista de un padre que podía prometer (pero no ofrecer) la liberación de la culpa, de la mortalidad y de la existencia separada.” Dice Wilber hablando de la aparición de la figura paterna en la historia y del uso de la palabra padre referida a lo Divino.

Resumimos ya las formas de luchar contra la presencia de la muerte en la vida de los hombres de la época racional.

Además de las de las época anteriores, potenciadas por el ego racional que emergió del substrato inconsciente...

La aparición del pensamiento, del mundo conceptual.
El tiempo lineal o histórico.
La disociación entre los elementos del hombre: cuerpo y alma.
La inmortalidad del alma.
El cuerpo reprimido.
La aparición del padre, centro de la familia.
La herencia.
La cultura científica.
La cultura de los rituales católicos.

Hasta aquí este somero análisis de los sustitutos de inmortalidad. Pero, ¿Hemos de quedarnos aquí? ¿Qué camino han seguido los místicos para transcender este miedo y esta muerte, este final del tiempo?
Transcendemos la muerte al caer en la cuenta de que somos Unidad, no entidad separada. En lenguaje cristiano decimos que la Resurrección aquí y ahora, está fuera del tiempo.

No voy a insistir en ninguna doctrina de tipo confesional, solamente haré una referencia al cristianismo. Ya he publicado en este mismo blog mi visión cristiana de la teonomía y la resurrección. Ahora quiero exponer unas ideas que proceden de las experiencias de los místicos, sin atenerme, como he dicho, a ninguna institución, sino sólo a las líneas fundamentales de la llamada Filosofía Perenne, experiencias que nos hacen vislumbrar en esta época de la racionalidad y de la transracionalidad una verdadera dimensión vital más allá de todos los mitos (en sentido exotérico), magias y negaciones que han ido poblando la conciencia humana en su evolución como paliativos a la muerte.

La modalidad de conciencia ligada al tiempo, o sea, nuestra conciencia de entidad separada, de nacimiento y muerte está profundamente enraizada en el psiquismo humano. Es más, hay identidad entre el hecho del nacimiento y de la muerte con el de conciencia de identidad separada. Ya hemos dicho que el autoidentificarse como ser separado por sí mismo conlleva el miedo al otro (no te percibes como Uno, sino como “yo frente a” y la muerte en este caso siempre aparece como la destrucción más que posible, segura, del yo). Caer en la cuenta de esto, de que nos identificamos con la conciencia de una falsedad (ser separado) es resucitar hoy y aquí, es vivir la Vida eterna, atemporal, que no tiene futuro. Cuando caemos en la cuenta de que no somos un ser separado, sino una persona en sentido óntico, y por consiguiente, nos damos cuenta de que somos lo que somos en esencia, Totalidad. Y Totalidad es todo, es materia, es biología, es carne, es psique, es espíritu, es Ser y no-Ser, es Nada, abarca todos los contrarios y los integra en la Unidad del Ser. Es apariencia y Realidad, es el mundo manifiesto y el no-manifiesto. No es tiempo ni es espacio porque los abraza e integra a ambos, a la vez que los transciende. Es, podríamos decir, la Simplicidad, la Eternidad. Aunque todo cuanto podamos decir sobre la Totalidad es puro humo, no podemos para referirnos a Ella sino señalarla con el dedo de nuestro lenguaje, pero conscientes de que el lenguaje no es la Totalidad, aunque lo es y lo es en su totalidad pues en ella no hay partes. Necesariamente hemos de usar el lenguaje contradictorio, oximorónico, porque en la Totalidad no hay contradicción, aunque la abarque.

Cuando (nuestro) sentido de identidad se deriva directamente del Ser y no nos vemos como entidad separada, cuando nos liberamos del devenir como necesidad psicológica, nos liberamos de todo miedo, nos liberamos del miedo existencial a la muerte, porque no buscamos la permanencia donde no está (en el mundo del nacimiento y de la muerte, de la pérdida y del éxito). Entonces sabes que “nada real puede ser amenazado”. Cuándo éste sea nuestro estado de Ser, hemos resucitado. Y este paso hay que darlo en vida en el cuerpo y el alma mortales y con ello la misma experiencia de pasar por el aro de la muerte cambia totalmente de sentido. Es simplemente el final de una ilusión, de la ilusión del yo separado, del tiempo y del espacio, ilusión tan fuerte en (nuestra) la conciencia que se identifica con ella. Lo que hicieron los místicos con sus métodos espirituales y meditativos de muchos años y su amor a los hombres y a todos los seres creados fue transcender esa ilusión y llegar a la Unión (con Cristo, Dios, Buda, Brahman, Alá, Yahveh...), así “cuando les llegó la hora de la muerte biológica, del final del tiempo, no murieron” puesto que ya habían muerto a la ilusión y resucitado a la común unión. O sea, simplemente se acabó la temporalidad, pero no entraron en la Eternidad, pues en la Eternidad no se entra, en la Eternidad somos y nunca hemos dejado de ser.

Por supuesto que negar la muerte, negar su existencia en este mundo de lo relativo, es estúpido. Es cierto, a mi entender, lo que afirmaba Unamuno de que es la destrucción de mi yo, pero mi yo es una sensación falsa con la que me identifico y por eso me aterra su destrucción.

No creo que se trate de dar un salto hacia la eternidad, en la eternidad no se puede entrar, como acabo de decir. Si se pudiera entrar, tendría un principio y por lo tanto no sería eternidad, sino tiempo. En la eternidad ya estamos, eternidad ya somos, el tiempo no es sino la cáscara que cubre esa dimensión profunda del Espíritu del que en nuestra apariencia temporal no somos sino manifestaciones, pero, es sólo eso apariencia. Nunca hemos dejado de ser Espíritu, nunca hemos abandonado la casa del Padre, de la que nos habla el salmo bíblico, nunca hemos dejado de ser Cuerpo Real de Cristo. La muerte es semejante a la ruptura de la cáscara.

¿Es, pues, nuestra vida en el tiempo un caminar hacia un punto Omega, hacia un punto final que podríamos llamar Resurrección? Para responder a esta pregunta quiero traer a colación unas palabras de Wilber, extraídas de un artículo suyo titulado: ¿Avanzamos hacia Omega?

“...Es necesaria cierta evolución para poder terminar saliendo de ella, saliendo del tiempo y adentrándonos en lo atemporal, en el conmocionante reconocimiento de nuestro yo auténtico, el yo anterior al Big Bang, el Yo completamente ajeno al mundo del tiempo, eternamente resplandeciente en este y en todo momento, el yo que no se ve afectado por los estragos del tiempo y la enfermedad del movimiento en el espacio. Nuestra conciencia primordial no radica en ningún punto omega sino en la vacuidad de la que todo emana, resplandeciendo en todas direcciones pero englobando, a la vez, todo tiempo y todo espacio por el sencillo motivo de que la eternidad está enamorada de las producciones del tiempo y el infinito de las del espacio.
… El juego finaliza con ese atisbo primordial en que lo único que perdura es el resplandor...”

Todas las formas (la vida terrenal y la muerte) son impermanentes, no son ni buenas ni malas, esto es un juicio de nuestra mente, simplemente son. Y lo único Real es la Totalidad.

Nota:
Con lo dicho a lo largo de este artículo puede ser que alguien pueda pensar que yo creo que los sacramentos cristianos, y en particular la eucaristía, sean invenciones mágico-míticas de nuestra conciencia ilusoria de identidad separada. Por ello quiero añadir esta nota aclaratoria.

Ciertamente que en el núcleo del ritual de los sacramentos podemos no encontrar nada que no pertenezca a las profundas raíces de la conciencia primordial, como en otras formas rituales de cualquier forma religiosa elaborada por los hombres (lo son todas, por supuesto), pero...
Cualquier sacramento religioso puede ser utilizado de forma exotérica, como he avanzado ya varias veces en este artículo, (en cuyo caso quien lo entienda así parece verse movilizado por la dinámica psicológica promedio, a la que se encarga de reforzar, tomando “el rábano por las hojas”, utilizándolos como certificado de garantía de “salvación” después de la muerte) y de forma esotérica (transcendiendo la mentalidad promedio y abriendo camino a impulsos auténticamente supraconscientes con los que vamos desidentificándonos de nuestro pequeño yo).
Un determinado rito, o ceremonia, puede actuar como símbolo (en cuyo caso se refiere a niveles de identidad y realidad superiores, sutil, causal, no dual...) o como mero signo (en cuyo caso ratifica y consolida el nivel de realidad mundano, la garantía de “gracia”, de “salvación”). El símbolo te pone en camino de una verdadera transformación, de una metanoya que exige de ti una ascensión en el nivel de conciencia en el que te halles, en cambio el signo no te pide ninguna transformación, simplemente te ayuda a adecuarte más con tu nivel de conciencia, puede ser una llamada a una mayor adecuación con las normas (mandamientos de la iglesia, la muy mal llamada “ley de Dios, o diez mandamientos”); un ejemplo nos puede iluminar bastante: en un bloque de ocho pisos el símbolo te está pidiendo que subas por las escaleras a un piso más alto, o a más de uno, el signo simplemente te está pidiendo, si es que lo pide, que cambies de lugar tus muebles sin subir más arriba. Por tanto, según el estado psicológico del individuo que los experimenta y de su grado de comprensión, el mismo rito, el mismo mito pueden desempeñar funciones muy diferentes. En esta línea, la misa católica para unos pocos es realmente simbólica y transformadora, pero para la mayoría de los cristianos no es sino un signo de la expectativa de inmortalidad del yo separado. La oración para unos pocos es contemplación, para la inmensa mayoría: petición.

José A. Carmona

martes, 8 de septiembre de 2009

Miedo existencial a la muerte... (2ª parte)

Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).

Segunda parte

La época mítica

A esta época también se la llama con otros nombres: agraria, mítico-pertenencia, tribal...

Los comienzos de este período mítico los sitúan los estudiosos del tema en torno al año 12.000 -10.000 antes de Cristo. Dice Joseph Campbell en su libro sobre la Mitología Primitiva (Alianza Editorial) que en esta época (mítica) floreció un tipo de organización social casi completamente opuesta a la de los pueblos cazadores. La conciencia dio un salto tal (ya venía de miles de años atrás) que apareció el lenguaje plenamente desarrollado (paratáxico), el cual hizo posible la nueva estructura social del humano: la agricultura.

Cuando el ser humano se convirtió en campesino sufrió la más importante mutación de conciencia que jamás haya experimentado el hombre. La agricultura fue el efecto más evidente de esa mutación en la estructura de la conciencia del ser humano.

El mundo del tifón, como ya hemos dicho, había dejado de ser prepersonal, pero se hallaba fundamentalmente centrado en el presente fugaz, la inmortalidad consistía para el cazador en seguir vivo hasta el día de mañana. Pero el mundo agrícola es el del presente extendido, un mundo en el que hay que llevar a cabo los preparativos para cosechas futuras. El campesino trabaja en el presente por unas cosechas que se recogerán en el futuro, no mañana, ni pasado, lo cual supone una expansión de sus pensamientos, de sus acciones y de su conciencia más allá del presente fugaz y una demora de los impulsos inmediatos en aras de objetivos canalizados por su mente. Con el advenimiento de la agricultura el ser humano entró en el mundo del tiempo y de la comunidad temporal extendida, ampliando su horizonte vital, su conciencia hasta llegar a incluir el futuro. Fue un medio para alejar Thanatos, a la vez que un alimento para su vida (Eros) no sólo biológica, sino también psíquica.

Esta conciencia agraria ha terminado transformándonos a todos, pues todos demoramos los frutos de nuestro esfuerzo y trabajo, cobramos el salario, o la pensión a fin de mes, esperamos trabajando a la edad de jubilación, yo escribo esto esperando que sea leído por alguien..., la medicina (tanto la alopática como la homeopática) lo que hace es demorar el fin de la vida terrenal. Estamos distanciando a la muerte con el tiempo y no vivimos la Eternidad que se esconde dentro de él.

La agricultura promovió la aparición del refuerzo demorado: trabajar ahora para el futuro. Para ello fueron necesarias formas de control muy poderosas. Y todo ello fue posible gracias al aumento masivo de la población comunal, a la diferenciación de habilidades físicas y a la proliferación de ideas mentales. Tres elementos que aparecen en el hombre mítico.

Pero ¿por qué y sobre todo cómo tuvo esto lugar? ¿Qué es lo que posibilitó y movilizó a comunidades enteras a renunciar a la gratificación impulsiva por objetivos más elevados ubicados en el futuro?
Ello fue posible gracias a la emergencia del lenguaje y estimulado por una acometida nueva y más intensa de la muerte.

La agricultura fue simultáneamente una experiencia de crecimiento y una búsqueda de seguridad. La conciencia del ser humano se expandió y le permitió presentarse el futuro (al principio posiblemente hasta la próxima cosecha, luego se fue ampliando sin duda), y a su vez planificarlo. A la vez cobró una conciencia más vívida de su mortalidad que le obligó a proyectar su existencia hacia el futuro, para encontrarse consigo mismo el día de mañana (perpetuarse en el tiempo). Que es lo que seguimos haciendo, y creo, como ya he dicho,que está muy bien hecho, pero a su vez viviendo a través de la contemplación y el Amor la almendra que envuelve la cáscara del tiempo: la Eternidad, la Vida. A la vez adquirió una nueva sensación de identidad, el yo mental, y la agricultura cumplió con la función de consolidarla.

Parece casi seguro que esta época estuvo acompañada de una nueva acometida de la muerte, porque por aquellos siglos y milenios nos encontramos con la práctica común de celebraciones de enterramientos. Y los enterramientos constituyen un intento de hacer frente a la impronta de la muerte, a la que se quiere vencer con los rituales.

A mayor conciencia en el ser humano, más conciencia de la propia contingencia. Por ello, el yo separado debió crear un nuevo mundo temporal más expandido en el que proyectar imaginariamente la continuidad (ilusoria) de su propia existencia. Este yo tenso, extendido fue el que inventó la agricultura para comprar tiempo, para evitar la muerte y preservar su sensación (en un nivel superior al del tifón, al del hombre mágico) de identidad separada.

El tiempo, pero, ahora ya extendido, proyectado hacia un futuro, y no hacia mañana, siguió (y sigue) siendo un instrumento de lucha contra Thanatos y un alimento de Eros.

La conciencia agrícola permitía que los hombres y mujeres pudieran reunirse en comunidades que no eran simples hordas de cazadores, como las del hombre mágico. Se trataba de pueblos y aldeas con muchos habitantes (Recordemos los pueblos caldeos, los egipcios, sumerios...). Esto demuestra la transcendencia evolutiva de este nivel. La conciencia agrícola era una conciencia de pertenencia a un grupo, a una tribu (de conciencia comunal), una forma de unidad superior en el camino hacia la Unidad suprema o última, por otra parte una conciencia agrícola significa que se ha dejado de depender del alimento ocasional, o sea que la conciencia agrícola era una conciencia temporal, que transcendía el presente simple, que se labraba un futuro.

Ahora bien, la dinámica psicológica esencial de esta conciencia fue la represión de la muerte y su principal vehículo fue el lenguaje. Ya hemos dicho que el tiempo siguió siendo un vehículo de represión de la muerte, pero el específico de la época de pertenencia fue el lenguaje. Dicen muchos investigadores que el lenguaje es el gran vehículo del tiempo y de la representación temporal. Con el lenguaje se pueden representar una cadena de acontecimientos y proyectarlos más allá del presente inmediato. Es una actividad de una identidad ya mental, no meramente corporal.

El rasgo característico de la estructura mítica o tribal es el mismo lenguaje. Por eso el nivel de conciencia de pertenencia o mítica es el adecuado para mantener una cultura agrícola temporal.

El yo propio de la estructura de pertenencia era, en suma, un yo verbal, y como el lenguaje transciende el presente, el yo transciende el cuerpo, podía ver el mañana, demorar y canalizar sus deseos corporales… así la naturaleza humana pudo alcanzar un nivel nuevo y superior.

El paso de la imaginería mágico/emocional/pránica, propia del tifón, a la mentalidad lógico/racional/ conceptual, que comienza en la época mítica y llega a su plenitud con el paso a la época racional, no fue un salto en el vacío, sino que atravesó por un estadio intermedio de cognición mítica, lo que en un tiempo se consideró como una combinación entre magia y lógica que informa y estructura los primeros estadios del lenguaje. De todas formas al final de la época mítica el lenguaje estaba totalmente formado.

Es la época de las civilizaciones clásicas: Egipto, Babilonia, Sumer, la civilización azteco-maya en México, la Shang en China, la del valle del Indo, la micénica, la antigua Grecia.

El lenguaje, según una teoría defendida hoy por la mayoría de antropólogos culturales, debió haber provocado cambios tan dramáticos en la atención del hombre a las cosas y a las personas y debió permitir tal intercambio de información que debió dejar rastros arqueológicos. Por supuesto que debió haber una comunicación por gritos y sonidos guturales entre los homínidos anteriores, pero no un lenguaje propiamente verbal, pues exige la presencia de un nivel de conciencia más elevado que el nivel corporal.

Fue la nueva mentalidad lingüística la que desarrolló la agricultura, la que la hizo posible, no a la inversa, pues gracias al lenguaje la mente verbal podía diferenciarse a sí misma del yo corporal anterior (el hombre mágico o tifón), podía escapar de lo inmediato y concebir y mantener objetivos de largo alcance.

A partir de este momento, la humanidad se podía reproducir físicamente alimentándose, biológicamente por el sexo y culturalmente (mediante la mente). La reproducción de la mente humana generación tras generación es un acto de comunicación verbal. Esta comunicación no es un nivel superior de la biología, sino que la transciende, porque lo orgánico de otro nivel (verbal y mental) deja de ser orgánico. Se trata de un nivel transorgánico, transbiológico, un verdadero salto cualitativo en la evolución transcendente. “Es un verdadero salto a otro plano” se trata de un nivel supraorgánico (A.L. Kroeber).

Consecuencia de este nivel supraorgánico fue el control del cuerpo, la mentalidad agrícola, la conciencia temporal y la capacidad para elaborar un extenso simbolismo verbal. Creó todo un mundo de símbolos mentales con los que operaba en lugar de hacerlo con el mundo natural, como había sucedido hasta entonces. Pensamiento operacional concreto, lo llama Piaget, porque opera sobre el mundo y lo transciende vía pensamiento representacional.

Los símbolos, que indican a la vez presencia y ausencia de lo simbolizado, no son físicos, como la mente tampoco lo es, sino un nuevo nivel de realidad, el nivel simbolizado. Se trata de significados transcorporales, transempíricos, transtifónicos y supraorgánicos. Los símbolos son presentacionales o creativos y representacionales o reflexivos.

La humanidad descubría un nivel de conciencia, que estaba operando en un nuevo plano, un plano intersubjetivo de símbolos compartidos que literalmente transciende las fronteras de los organismos separados a través de una red de participación y comunicación intersubjetiva. Es la función del lenguaje. La mente verbal-pertenencia era simplemente una forma nueva, superior y más ampliada de unidad en el camino que conduce a la Unidad.

Con este mundo simbolizado la muerte era alejada más y más del presente subjetivo. El hombre vivía proyectado más allá de su organismo concreto, y en la comunión intersubjetiva se diluía la presencia de Thanatos, a la vez que se alimentaba Eros y así crecía más y más la (falsa) sensación de identidad separada. En la comunidad intersubjetiva la muerte no tenía cabida en el presente, siempre quedaba relegada en el tiempo que se abría hacia el futuro. O sea empezaba a ser tiempo. El miedo a Thanatos encontraba una nueva y superior defensa: el simbolismo.

La agricultura (no tanto al principio en el que se utilizaba el palo y una azada rudimentaria, sino más tarde el arado) produjo un excedente de alimentos y bienes que pronto terminaría transformando por completo la faz de la historia. Este superávit liberó la conciencia para dedicarse a tareas diferentes y más especializadas: matemáticas, alfabeto, escritura, calendario… Por supuesto que esto no era lo que hacía el promedio de los hombres, sino algunos especializados. Hacia el sexto milenio aparecieron castas dedicadas a tareas específicas (sacerdotes, administradores, educadores…). Hacia el año 3200 a.C. ya se habían elaborado las primeras creaciones realmente mentales: alfabeto, calendario, escritura… El yo verbal-pertenencia fue capaz de cultivar el mundo material y de permitir el acceso a la mente. Esto no podía hacerlo el yo corporal del hombre tifónico.

Los hombres de esta época necesitaban transportar buena parte del excedente de alimentos y para ello habían de emplear mucho tiempo. Era necesaria una forma mental de intercambio material, fue la misión del dinero. El dinero simbolizaba una cantidad determinada de bienes materiales. Se transportaba el símbolo no los bienes.

Y todos estos avances fueron posibles gracias a la emergencia de la mente simbólica, la primera gran transcendencia de los mundos material, corporal y natural (niveles 1 y 2).

La agricultura, el tiempo y el dinero fueron tres pasos en la evolución de la conciencia. Y a la vez tres poderosos sustitutos de inmortalidad, que el hombre se aplicaba a sí mismo.

Estos avances suponen un paso adelante hacia la Unidad, un acercamiento y a la vez una nueva posibilidad de desvío. Pero, cada nuevo estadio evolutivo conseguido no sólo nos acerca a Dios sino que también se está resistiendo a él, el hombre en el fondo de su ser sabe que su verdadera naturaleza es Divina, que su meta en la evolución es su unión con la Unidad, con el Espíritu y por eso la quiere, pero a la vez la teme, pues para conseguir su meta ha de morir (a su falsa identidad separada, a su yo, la muerte física), y por eso va creando obstáculos para que Thanatos no llegue a alcanzarle. Comete un grave error: identifica su naturaleza divina con su pequeño yo separado, individual, concreto, así, para buscar esa inmortalidad que coloca en su pequeño yo va creando desviaciones constantes en su camino hacia la Unidad.

Es muy probable que desde los tiempos tifónicos, hayan existido formas rudimentarias de dinero, pero el auténtico dinero sólo aparece en los mercados de las ciudades de las sociedades agrícolas. El dinero expresa la capacidad de una conciencia superior y nueva para representar y simbolizar los niveles inferiores de la realidad y el poder transcender el intercambio físico por medio del simbólico. Por el contrario el dinero se puede convertir en un símbolo muy poderoso de la inmortalidad y de la cosmocentricidad, desviando hacia falsos símbolos, lo que en sí es el impulso natural del ser humano.

Uno puede convertir la simple acumulación de dinero, que no es una transcendencia vertical, en un fin en sí mismo, en lugar de utilizar el dinero para fomentar una transcendencia vertical hacia niveles superiores de conciencia. “El dinero es un sustituto de la religión, un intento de encontrar a Dios en las cosas” “Con el dinero resulta posible comerciar con la inmortalidad en la misma plaza del mercado, sin necesidad de acudir al templo” (Becker).

El nuevo yo, que es verbal, de pertenencia, supraorgánico constituyó una verdadera ampliación y expansión de la conciencia. Pero a la vez se enfrentó a una visión también nueva y expandida de la muerte y se vio abocada a una visión también nueva y expandida de negarla a través de los símbolos y a la vez conoció nuevas formas de cosmocentricidad. Estas nuevas formas de negarla fueron el excedente de bienes, el dinero, el oro.

La agricultura es tiempo, el tiempo es oro. Los tres son símbolos de un excedente de vida que expresan y representan, por una parte, una ampliación de la conciencia y, por la otra, la negación ritual de la muerte y la cosmocentricidad heroica. Pasos verdaderos hacia Dios, hacia la Totalidad y también posibles desvíos hacia nuevas modalidades de la negación del final de esta existencia, hacia la afirmación total de nuestro ego.

Sólo en los dos estadios extremos de la evolución (el letargo subconsciente o nivel arcaico o pleromático, y el despertar supraconsciente, o nivel no-dual, iluminación, salvación o resurrección) el ser humano se encuentra plenamente satisfecho. Los intermedios son duros. El estadio del ego está a mitad de camino entre el letargo inconsciente y la iluminación total, por ello es el más incómodo. Este estadio del ego comenzó hacia el 3.000 a.C. con la crisis de la estructura de pertenencia.

Desde el mismo comienzo de la evolución, del despertar de la humanidad, ésta percibió de alguna manera que su verdadera naturaleza era Dios. Este imán la impulsó hacia delante y hacia arriba, pero a la vez la condujo a buscar todas las estructuras sustitutorias, al unión en la Unidad. Cada una de esas estructuras fue creada como un sustituto de Dios y fue abandonada cuando dejaba de ser operativa (cuanto Thanatos vencía a Eros).

El mismo proceso tuvo lugar también en la naturaleza, pero en el ser humano la evolución fue tornándose consciente de sí misma (Huxley). Cada estructura de conciencia ha de ser integrada en el nivel superior como parte, así el hombre está atrapado entre lo que puede llegar a ser y el lastre de lo que ya fue. La tarea consiste en integrar las diferentes estructuras. La creciente complejidad de la conciencia ofrece nuevas oportunidades y a su vez conlleva nuevas responsabilidades.

En el breve período de unos pocos miles de años, la conciencia agraria floreció espectacularmente en las ciudades-estado y en las teocracias de Egipto y Mesopotamia. Según Spengler el catalizador hay que buscarlo en una nueva sensación y experiencia de la mortalidad, un nuevo miedo a la muerte y al mundo. Precisamente la grandeza de Egipto hay que buscarla en el culto a los muertos. Es la vertiente negativa de la unión en la Unidad: apartar la presencia de Thanatos, y esto nos impide realizar nuestro verdadero ser. Las obras de los egipcios fueron titánicas, pero sus sentimientos eran infantiles, querían prolongar el breve lapso de la vida del hombre con sus placeres hasta la eternidad (que se concebía como duración sin límites). Negar de una vez por todas a Thanatos. La inmortalidad estaba, residía ahora en la acumulación de oro, de monumentos, del poder manifiesto, no en la comunión totémica.

En cuanto al aspecto erótico o positivo de la unión en la Unidad, al intento del hombre de ser cosmocéntrico, omnipotente, divino…dice Campbell: “Los faraones creían en su divinidad temporal, y también cuantos les rodeaban” es decir estaban todos locos. Pero esta creencia en la divinidad temporal es propia de todo proyecto de unión en la Unidad, es un ingrediente de la dinámica esencial y universal de dicho proyecto, aunque asuma miles de formas diferentes. Nosotros también creemos que nuestra dimensión temporal es cosmocéntrica, divina e inmortal. Cualquier yo separado está loco en cuanto que se siente a sí mismo como el centro del universo. El error está en confundir lo que en esencia somos (de la misma naturaleza del Ser) con nuestro yo separado, con nuestra sensación de identidad separada que no es sino la mera manifestación temporal del Espíritu.

Al expandirse la conciencia, los hombres ampliaron no sólo el campo positivo, el acercamiento a Dios, el acercamiento a las formas transpersonales, sino también el aspecto negativo de este proyecto de unión en la Unidad, de la unión con Dios, con el Espíritu.

Egipto fue la mayor civilización, la mayor gratificación cultural sustitutoria de lo Eterno desde que el hombre salió del paraíso inconsciente. Pero también en Egipto existe Dios manifestado en un crecimiento excepcional de la conciencia, la creatividad y la cultura.

Si la humanidad como un todo se estaba acercando a los reinos supraconscientes, cada vez debía ser más fácil que hubiera individuos que accedieran a esos dominios… y ciertamente en ambos períodos de pertenencia han aparecido multitud de restos arqueológicos (sacras, ritos, actos sagrados) que hablan de una profundización en el misterio que gravita sobre el hombre. En contraste con el espíritu infantil de la magia de los cazadores tifónicos, una nueva profundización se logra en los horrendos ritos y mitos de la culturas agrícolas. “Eran horrendos y espantosos porque en el rito central de las grandes religiones de estas culturas nos encontramos con la clave secreta de los estados últimos de la transcendencia, pero también con las más aberrantes profundidades de la crueldad humana: Sacrificios humanos, canibalismo…”
¿Por qué esto?

La figura dominante de todas las religiones propias de las culturas del período mítico-pertenencia es la Gran Madre, la magnánima diosa Tierra, la madre dadora de vida, la que recibía a los muertos y los disponía para el renacimiento. Pero ¿la Diosa Madre representaba la transcendencia real o simplemente un deseo infantil de protección? ¿puede ser explicada exclusivamente en función de términos biológicos o psicoanalíticos, o realmente se ha de recurrir a interpretaciones místicas? Ambas posibilidades son igualmente ciertas, no podemos descartar ninguna según afirman los peritos en la materia.

Por todas partes existe evidencia manifiesta de que la Gran Madre está especialmente presente en las estructuras tifónicas y de pertenencia y domina la psicología de ambos estadios. Se trata de una generalización. Existe un paralelismo ontogenético indiscutible, el recién nacido carece de un verdadero yo personal. A medida que el niño va diferenciándose se encuentra con la madre, que es para él el mundo entero (en lo filogenético igual, la Gran Madre). La madre es el único personaje con el que el niño representa el drama de la separación.

Las relaciones existentes entre el yo corporal y la Gran Madre no son circunstanciales sino existenciales y giran en torno a los grandes temas ser versus no ser, vida versus muerte. Así la Gran Madre es a la vez la Gran Protectora y la Gran Destructora… la Buena y la Mala Madre.

En el período en que la humanidad está separándose de la naturaleza (madre naturaleza) y de la fusión con el medio (el gran entorno), saliendo de su etapa arcaica, su constante interlocutor es la Gran Madre.

Por estas razones si nuestra aproximación a la Gran Madre es buena, ella se convierte en la gran Protectora, mas si es mala, se transforma en Destructora vengativa. Aquí se asienta el fundamento psicológico del ritual. Para que no se convierta en Destructora es necesario llevar a cabo determinados ritos. Las figuras femeninas, muchas de ellas encontradas en santuarios, parecen haber sido los primeros objetos de culto del homo sapiens. Ya en el paleolítico, hace decenas de miles de años, aparecen vestigios de la Gran Madre, pero en la época de la que hablamos, de hace unos 6.000 hacia nosotros los hombres eran más conscientes de su contingencia y más conscientes de lo que la Gran Madre era y requería. Y lo que exigía eran sacrificios humanos.

Los símbolos asociados a la Gran Madre por asociación natural son: útero y luna, (ciclo lunar, ciclo menstrual,) – mantenido en la liturgia de la iglesia católica. La Gran Madre – la Luna. La Luna es el consorte de la Tierra, la luna o cualquier símbolo lunar (la serpiente lunar, el toro lunar…) es el dios-consorte .

Sucede que al final del ciclo lunar mensual la luna desaparece, se oculta en el mundo subterráneo y surge a los tres días. Observando este hecho natural la mente simbólica, o sea, que opera con significados no sensoriales, no perceptibles por los sentidos, del hombre mítico elaboró la siguiente afirmación, que se ha hecho expresión del Misterio en muchas religiones: el consorte de la Gran Madre es el dios-que-muere-y-a-los-tres-días-resucita.

También la mente simbólica del hombre mítico elaboró, viendo que a un cuerpo sin sangre le faltaba la vida, esta afirmación simbólica, que se ha mantenido en su fuerza mistérica hasta nuestros días: equiparación entre la sangre y la vida. La mentalidad primitiva asociaba el embarazo a la sangre menstrual, no a la cópula (hay muchas cópulas sin embarazo, pero durante el embarazo queda suprimida la pérdida menstrual). El hombre era sencillamente el portador del falo, y cualquier falo era igual que otro. Por eso la Gran Madre es representada como una virgen, no porque no mantuviera relaciones, sino porque no pertenecía a ningún hombre. Según esto ella, la diosa de la fertilidad es al mismo tiempo madre y virgen, la hetaira que no pertenece a ningún hombre.

En el pensamiento poleológico o mítico, la Gran Madre es, al mismo tiempo, madre y amante y su consorte es al mismo tiempo su marido y su hijo. No se puede hablar con precisión de padre, porque el principio paterno aún no ha entrado en escena, aparecerá más tarde con la aparición del ego, y de la función del varón dentro de la familia. La Gran madre siempre se presenta como la novia y como la virgen madre de Dios.
La substancia de la nueva vida es la sangre menstrual, de ahí la vida corporal depende de la sangre, quitar la sangre equivale a quitar la vida. La Gran Madre necesita sangre para crear nueva vida.

Uniendo ambas afirmaciones comprendemos la lógica de los sacrificios rituales humanos: el consorte simbólico de la Gran Madre (hombre o animal) es sacrificado sangrientamente, muere y según muchos ritos (a los tres días) resucita. La Gran Madre acompaña al dios consorte muerto hasta el mundo subterráneo o subacuático y allí consuma su resurrección, asegurando un nuevo ciclo vital, una nueva fertilidad, una nueva luna. La Gran Madre sigue siendo la madre-esposa del dios muerto y resucitado.

Las inmolaciones rituales eran llevadas a cabo literalmente, de ahí que el sacrifico consistiera en la inmolación de seres humanos. Más tarde fueron sustituidos por animales. Al principio fueron inmolados los mismos reyes, considerados los consortes de la Gran Madre..., reproducción ritual exacta de lo que pensaba la mente mítica.

En todo esto vemos la lógica del rito que sigue siendo la misma: el dios debe morir y renacer a manos de la Gran Madre para asegurar la fertilidad, y, con ella, la nueva vida. En Sumeria tales prácticas perduraron hasta una fecha tan tardía como el 2350 a.C.

La civilización y los sacrificios humanos nacieron simultáneamente.

El sacrificio ritual era una técnica para apaciguar y expiar la culpa de la muerte (apaciguando a la Madre Devoradora), asegurando de este modo la continuidad de la identidad separada, y fomentar todo lo posible el poder del yo separado (bajo los auspicios de la Gran Protectora). El ritual es una combinación de las dos vertientes de la unión o fusión de nuestro ser en la Unidad: liberarse de la muerte y aparecer como cosmocéntrico, como héroe (centro de la admiración de los otros), controlando las energías de la naturaleza. Expresa el deseo de vida absoluta, y el deseo de expiar la culpa del yo separado, que se sabe separado y por eso mismo se siente culpable (¿el pecado original?).

Los sacrificios y ofrendas rituales son totalmente congruentes con la lógica del período de pertenencia o tribal, con la estructura de la conciencia mítica. Es el intento de comunión con la Unidad propio de este nivel. Las formas paleológicas de conciencia también se hallaban impregnadas de la intuición de Dios.

Lo mismo podríamos decir con respecto al sacrificio ritual, pues hay dos formas de sacrificio; el literalmente sangriento, y la autoinmolación simbólica. Y en la historia en ambos caso se ha acudido a la misma ritualidad. En la etapa de permanencia tribal la mayoría de los individuos recurrió al sacrificio (a la Gran Madre) como estrategia de sustitución, sacrifico a otro (persona o animal en mi lugar) como mero signo, se entendía el sacrificio como mera exterioridad, mera sustitución. Se trataba de sacrificar a otro ser humano para salvarse uno. Para muy pocos se trataba de un símbolo de transformación y apoyo para la transcendencia, de una muerte al yo separado y una ascensión en los niveles de conciencia. ¿No queda mucho de esto, o todo esto, en nuestra celebraciones? El católico medio con sus obispos y clérigos al frente buscan el signo, no el símbolo. Volveré más en profundidad sobre ello posteriormente. Personalmente fui severamente amonestado por la autoridad eclesiástica por explicar en las clases de la facultad que los sacramentos no son signos, sino símbolos. La mentalidad de la institución católica es claramente mítica, pero la mítica de hace unos 6.000 años.

La mayor parte de los antropólogos modernos no distinguen entre signo (exterior) y símbolo (interior) y por tanto consideran a todos los sacrificios iguales.

Pero, no todos, “Advirtamos que estas ceremonias simbólicas ayudan a sofocar el deseo del individuo de alcanzar la inmortalidad, y que el nuevo destino resucitado del flujo de conciencia es la inmortalidad, la eternidad atemporal del Ser mismo.” (Campbell). Este tipo de ceremonias, rituales, plegarias vividas como símbolos conducía a aceptar la muerte de la sensación de identidad separada, favoreciendo la comunión con la Gran Diosa, que es la misma Gran Madre, en su cariz de bondadosa. Pero sólo en los casos de personas con un alto nivel de conciencia.

La Gran Madre exige sangre, mientras que la Gran Diosa, o Madre bondadosa reclama conciencia. La diferencia externa era: las ofrendas a la Gran Madre iban acompañadas de sacrificios sangrientos (y a veces asesinatos rituales), mientras que la inmolación del alma a la Gran Diosa nunca conllevaba la muerte del cuerpo, era un sacrificio del corazón.

El ejemplo cristiano en Occidente del dios que muere y a los tres días resucita es claro.

Es totalmente inadecuado intentar valorar el significado de un ritual recurriendo exclusivamente a su aspecto externo.

El hecho de erigir una frontera, mantener una sensación de identidad separada frente a la Totalidad requiere un gasto constante de energía, una contracción constante. Esta es la represión primordial, la represión de la conciencia universal y su transformación en un yo interior versus un mundo exterior.

Esta frontera determina dos factores dinámicos fundamentales: Eros y Thanatos. Eros constituye el deseo de recuperar la Totalidad anterior perdida en el momento en que se erige la frontera entre el yo y lo demás. Pero esta recuperación es imposible sin la disolución, la muerte del yo. La sensación de identidad separada se resiste y Eros no puede lograr la unión deseada, por ello se ve obligado a buscar paliativos simbólicos sustitutorios de la Totalidad perdida, sustitutos de inmortalidad. Eros jamás puede verse saciado, es el hambre ontológica.

La frontera existente entre el yo y los demás es irreal, debe ser constantemente recreada y así lo hacemos, y lo que es peor, nos creemos que esa es la realidad. Al mismo tiempo la Totalidad empuja para derribar esa barrera: esa fuerza que empuja contra la barrera de separación es Thanatos, que conspira instante tras instante por derribarla. La realidad conspira instante tras instante por derribar esa barrera. El objetivo real de Thanatos apunta hacia la transcendencia. Thanatos es el poder del sunyata budista, o sea de la túnica inconsútil de la Realidad, el impulso que impele a transcender las fronteras ilusorias, pero que se presenta ante el yo como una amenaza de muerte que pone en peligro su propia identidad.

Todo aquello que es ajeno al yo actúa como una fuente de Thanatos, pero todo lo ajeno no es sino una proyección de nuestra propia naturaleza profunda, la Totalidad última. Así de nuestro Ser Total se deriva un afán de destruir las fronteras, “un deseo de muerte”. Para reprimirla no hay más remedio que buscar unos medios: los sacrificios sustitutorios.

Estos sacrificios sustitutorios varían según los niveles de conciencia, cuando la sensación de identidad separada es muy débil, no hacen falta grandes sacrificios, cuando, como en el nivel de pertenencia, se alcanza una gran fuera en la sensación de identidad separada, las formas rudimentarias de sacrificios sustitutorios de la época tifónica no son válidos y se han de arbitrar unos nuevos para dominar a Thanatos. Hay que inventar nuevas formas sustitutorias (Eros) y nuevos sacrificios sustitutorios (Thanatos).
Ahora bien, en el desarrollo ontogenético (y también probablemente en el filogenético) el nivel de mítico-pertenencia es el primero en adentrarse en dimensiones temporales que transcienden el momento presente. Y el lenguaje es el instrumento o vehículo que permite desplazarse hacia metas situadas en el futuro.

Pero, este es también el primer nivel en el que Eros dispone, rudimentariamente, de la retroflexión, o sea, de la capacidad de volverse hacia el sistema del yo. Y del mismo modo en que Eros se intro-vierte hacia dentro, Thanatos se extra-vierte hacia fuera. Y cuando Thanatos se extra-vierte se convierte en agresividad asesina.

Según esta visión de la conciencia, Thanatos no es tanto el impulso de regresar a la existencia inanimada, como el impulso de recuperar la Totalidad Última, el estado primordial. Donde quiera aparezca una frontera aparece Thanatos pugnando por su destrucción, y el yo lo experimenta como una amenaza de muerte. Y es esa acometida de la muerte la que se extraviarte en el nivel de pertenencia, asumiendo la apariencia de esa forma de agresividad mórbida, perversa e implacable que constituye un patrimonio exclusivo de la humanidad.

El asesinato, pues, constituye una modalidad de sacrificio sustitutorio, una forma de transcendencia sustitutoria. El anhelo más profundo es destruir el propio yo, pero… es preferible destruir al otro. La única curación posible del homicidio descansa en la auténtica transcendencia. Transcender el yo y matarlo, en lugar de matar a otro hombre.

No negamos la existencia de una agresividad natural, instintiva y biológica. En los animales, mamíferos, humanos. Pero esta agresividad no mata a causa del odio. El coyote mata al conejo porque lo quiere (como posesión), como nosotros podemos querer el alimento.

Lo que negamos es que el odio asesino sea biológicamente innato. “El odio violento es una elaboración cognitiva y conceptual que transciende con mucho la agresividad meramente biológica.” (Arieti).

Se está diciendo que la muerte y el miedo a la muerte están íntimamente relacionados con la elaboración cognitiva que convierte a la simple agresividad biológica en el asesinato desenfrenado de seres humanos.

Esta hostilidad asesina es un estallido de agresividad realmente perversa y desproporcionada. Y la historia de la humanidad que comienza precisamente con el nivel tribal – mítico de conciencia, constituye el relato de los sacrificios sustitutorios, de las guerras, carnicerías y exterminios asesinos.

En la edad tribal, edad, por cierto, muy extensa aunque no tanto como la tifónica o mágica, al aparecer un nivel superior de conciencia, un nivel mental y simbólico (en cuanto que superaba la meramente sensible), el hombre va elaborando nuevas formas de defenderse de Thanatos, de la muerte, algo que siente como necesidad de su propio ser, y en verdad lo es, pero debido a la confusión de identificar su ser con lo que no es, el Ser. Por ello en el sentido transcendente, el verdadero sentido del Ser la lucha contra la muerte no es una necesidad, sino una ilusión generada por otra ilusión: la identificación del yo, del ego con su verdadero Ser.

Estas formas, aparte de las ya creadas por el hombre mágico son el

Tiempo extenso, un tiempo que iba mucho más allá que el del hombre mágico que abarcaba cada momento hasta mañana en que volvería a cazar, sino un tiempo que abarcaba de una cosecha a otra y otra... Un tiempo que ya tenía futuro.

La misma cultura, mucho más densa que la del hombre tifónico. Nos baste recordar todo lo que nos han legado en esta materia los grandes imperios antes mencionados y las culturas anteriores: celtas, iberos, etruscos, pelasgos... y las de China, India... de la época.

Los rituales, ya tremendamente elaborados, sobre todo en la época neolítica. El culto a la gran Madre (Gran Diosa), los enterramientos, embalsamamientos, los zigurats, las pirámides que tenía un claro matiz sacro...

El excedente agrícola, la abundancia de alimento que garantizaba poder alimentarse hasta un futuro mucho más lejano que el mero mañana de la caza...

El dinero, el gran sustituto, el gran falso símbolo de inmortalidad a lo largo de toda la historia hasta nuestros días, en los que la humanidad promedio se ve aún sumida en un nivel muy bajo de conciencia.

La vida en poblados extensos que garantizaban una convivencia inter subjetiva en la que el yo se alimentaba psicológicamente.

El sacrificio siempre entendido por la mayoría de los hombres como un signo sustitutorio y no como símbolo de transformación y metánoya.

Y lo que es mucho peor, los homicidios, asesinatos y las guerras, que en substrato inconsciente de la humanidad sólo responde al tremendo miedo al otro. Sencillamente porque no hemos asumido la Realidad: las fronteras son ilusorias. No hay otro, sólo Uno. “Mi Padre y yo somos uno”

viernes, 28 de agosto de 2009

Unos poemas a mi esposa, a mi hijo, a mi nieta, y a mi interior

LA MIRADA DE NUESTRA LAIA

En tu mirada, mi Laia,
se bañan todos los mares,
y en el color de tus ojos
el arco iris se abre.

Tu mirada es tan profunda,
tan sencilla y tan directa,
que con sus rayos de luz
me libra de las tinieblas.

En esos ojos marinos,
cuajados de sal y perlas,
nos anegamos de Amor
los que te amamos de veras.

El día pierde su rumbo,
y el sol casi no calienta,
cuando ven que en tus ojos
ya existe la Luz perfecta.

Luz que te inunda toda
de rojos, verdes, violetas...
haciendo de ti, mi cielo,
una estrella aquí en la tierra.

Tus manitas, hechas don
con el que la Luz proyectas,
cuando acarician mi cara,
me infunden todas tus fuerzas.

En tu mirada, mi Laia,
se bañan todos los mares,
y en el color de tus ojos
el arco iris se abre.
El yayo José Antonio
11/agosto/2009
Tras largas horas contemplando tu mirada


Interioridad

Un silencio sin palabras,
no nacido,
plenitud de allende el tiempo,
que, multiplicado en luz de miles
de estrellas,
perfora las formas,
y se hace alegría, jugando con las sirenas
y las olas
en los mares vivos.

Una vida sin tiempo.
No nace, ni muere, sino
testigo constante del alboroto
de las edades,
permanece jubilosa
en la unidad de los abrazos,
que la conciencia entreteje.

Un mar de profundidades,
que asoma, leve, su faz
en colores, ondas y luces.
Y que expande sus entrañas,
preñadas de fecundidad de plata,
por los fondos abisales,
en los que la respiración
se licua en agua con peces, sales y misterio.
Y se hace ternura
al besar quedamente tus arenas.

Interioridad…
Vida…
Misterio

José Antonio
Otoño 2008

MARINO DE MARES LIBRES

Navegando va la barca de tus años
entre mares sosegados unos días,
y por olas tormentosas a momentos,
despejando los senderos de tu vida.

Te pusiste tú al timón ha largo tiempo,
oteando una ruta indefinida,
una ruta despejada de horizontes,
pero ruta que querías compartida.

Ya, por esos mares libres bien navegas
en tu barca de silencios y aventuras,
aventada con la fuerza del cariño,
e impulsada por alisios de ternura.

Hoy marino de aguas libres tú te sientes,
de tu Miriam, suave brisa, acompañado,
con la fuerza de quien pesca cada día
gratos dones del amor y del trabajo.

Fue tu madre quien, constante, a ti te hizo,
con la fuerza de los vientos que fecundan,
marino de los océanos sin límites
y pastor de montes, vegas y llanuras.

Hace un tiempo descubriste el compartir
con un ángel de ojos hechos de los mares,
dando un rumbo a tu barca hacia el punto
del encuentro que realice tus afanes.

Estas horas ya nos traen la esperanza
a tus padres, que gozosos hoy te vemos
controlando el timón firme de tu barca,
junto a Miriam, ese ángel bello y tierno.
A Ismael en cualquier momento
Tu padre

LA MADRE

En el acerado matutino
de un octubre de cielos nacarados
presencié, mi Paqui, absorto,
aquella eclosión de tu sangre,
que, preñada de amor,
se hizo Historia, porque fue Hijo.

Tu cuerpo, joven, bello,
pleno de vida y luz
se hizo raíz
y engendró un hombre.

Tu alma
a trozos valiente, a trozos indecisa,
lo forjó
con un interior de nobleza de robles.

Tu espíritu, subiendo día a día
las escalas
de la renuncia callada,
del esfuerzo en el trabajo constante,
del rescoldo amoroso de la acogida,
le ofreció el don
de una entrega
en la que apoyar su vida.

Y hoy, Tú,
en tu existencia de plata,
te desgajas de nuevo
con la fecundidad de un amoroso abrazo,
que abre tu corazón de madre
para dárselo a tu hijo
que comienza a trasminar
los senderos de su madurez humana.

Mas, sepas, mi Paqui amada,
que tu alma desgajada
es su puerta y su sendero,
es su arado y es su surco,
es su ayeo y su lamento.
Será luz cuando lo obscuro
amenace sus cimientos.
Será base y fundamento
de su esperanza y futuro
y de su vida y su tiempo.

José Antonio
En la boda de nuestro hijo
26/6/2004




1.ENCUENTRO

Un momento que no es tiempo,
un espacio en la nada,
una carne que no es densa,
una sensación alada.

Un vivir en otro mundo,
un no sé qué que se alarga,
un fluir que no se siente,
un zambullirse en las aguas.

Una experiencia imborrable
en la memoria callada,
un rebrotar de la sangre
a las puertas de mi casa.

Un caminar sin camino,
un realizar la esperanza,
un encontrar a tu lado
el rostro de la que amas.

Un descanso peregrino,
una eternidad en calma
un oasis de penumbra,
una fusión de dos almas.

Abandonarte sin prisas,
dejarte morir en aras
de un amor que no fenece:
de aquella pasión que amas...

Un esfuerzo que no es tal,
sino gracia regalada
en el encuentro vivido
al cobijo de tu amada.

José Antonio
En el éxtasis del encuentro

domingo, 23 de agosto de 2009

Evolución de la conciencia de la muerte y la Resurrección

Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).

Primera Parte

Introducción
El tema de la transcendencia de(a) la muerte es muy ambicioso y se escapa totalmente a las posibilidades de la mente humana y a las experiencias biológicas o psíquicas que podamos tener (no tanto a las contemplativas, pese a toda la carga cultural-temporal que estas puedan llevar), mas no por ello menos necesitado de que se vayan aportando al mismo reflexiones y experiencias, sobre todo místicas, a lo largo de los siglos, pues en definitiva se trata de la respuesta radical a la pregunta radical. ¿Para qué estamos aquí? Por ello son las experiencias de los místicos de todas las épocas las que nos orientan y enseñan.

La investigación sobre el ADN es una de las tareas más arduas e interesantes en la que se ha empeñado la humanidad, y prácticamente todo el mundo está enterado por los medios de comunicación de su existencia. A la vez se está desarrollando por una buena colección de expertos una investigación sobre la evolución de la conciencia, cuya existencia apenas llega a los oídos de la gente interesada, y nunca a los de las mayorías, que dependen de los mass media para informarse. Estos temas han sido descartados de un plumazo de nuestra cultura de masas. El Espíritu no interesa, es más para la cultura cientista no existe, ¡y preguntar sobre ello es un infantilismo a superar!

Desde que Darwin iniciara el estudio científico del sistema evolutivo, han sido muchos sus sucesores en el camino, y otros tozudamente opuestos al mismo, amparados en principios (asumidos como tales por ellos) religiosos o morales. El caso es que el conocimiento humano avanza, se desarrolla, progresa, pese a todo, y esto es evolución. Y lo mismo sucede en el campo de la contemplación del Misterio. También progresa y evoluciona. Sin duda que la visión que tiene Lenaers del Cristianismo no es la del libro de la Imitación de Cristo, ni la visión de la supramente de Aurobindo es la de los libros de K'unt-fu-tzu (Confucio). Son legión los pensadores que han dedicado sus esfuerzos al seguimiento de la conciencia a lo largo de los siglos y milenios, o han mostrado interés en sus escritos por estos asuntos: Campbell, Gebser, Arieti, Burkhe, Cassirer, Eliade, James, Huston Smith..., entre muchísimos otros en nuestro tiempo.

Todos ellos concluyen que la existencia del miedo existencial a la muerte y sus pretendidas soluciones a lo largo de la vida de los hombres en la tierra es algo que está totalmente unido a la dimensión espiritual de Dios, del Misterio, de la Resurrección, Misterio al que muchas veces a lo largo de la historia de la iglesia se le ha convertido en un sustituto de la transcendencia (un sustituto de inmortalidad), sacado, en buena parte, de la cultura griega, no tanto de los evangelios (no sólo los llamados canónicos) y cargado de una mitología entendida literalmente y exotéricamente, y muchas veces de una temporalidad totalmente anacrónica al tratarse de la transcendencia del tiempo mismo (por ejemplo hablando del tiempo de las penas del purgatorio, o de la duración sin fin del infierno o del cielo).

Antes de introducirnos en la reflexión que nos pueda aportar algo de luz en este problema, creo necesario advertir que Jesús (¿el Nazareno? En interrogante porque hay quienes dudan con cierto fundamento histórico de que realmente viviera en Nazaret) nunca habló de inmortalidad, y mucho menos de inmortalidad del alma, sino de Vida o Vida Eterna: “Porque este es el designio de mi Padre: que todo el que reconoce al Hijo y cree en él tenga vida (zoê) eterna y lo resucite yo el último día”. Y Vida Eterna no es sino otro nombre de Dios, del Misterio (al menos en una visión teonómica de la Realidad). En un artículo anterior en este blog ya he hablado de la visión antropológica de los judíos, que luego no heredó el cristianismo y en otro hablé de la Vida Eterna y la Resurrección.. Éste se apegó a la visión platónica de la visión dualista de alma inmortal y cuerpo perecedero, y la ha convertido en doctrina común del catolicismo hasta nuestros días.

Tratar de todo el desarrollo de la conciencia humana (que se da cuenta de sí misma) excede con muchos las posibilidades de este artículo. No voy a estudiar cada estadio evolutivo, sino a dar una descripción global de ese fenómeno existencial del hombre que es el miedo a la muerte, los intentos de solución que el mismo ha ido , y va, elaborando a lo largo de la historia y lo que la experiencia más alta de los místicos, empezando por Jesús, nos dice de la auténtica solución a ese miedo. Quizás para empezar debiéramos hacernos unas preguntas en nuestra mente, en nuestro interior:

¿Existen verdaderos caminos para transcender la muerte? ¿Qué sustitutos de esta transcendencia de la muerte ha creado el hombre y nos seguimos creando? ¿Qué es resucitar en la Filosofía Perenne, en las experiencias de los místicos?

Por supuesto que cuanto voy a escribir aquí no es más que pura teoría, o pura palabrería inútil, si nos contentamos con lo que se pueda decir, si no nos movemos a hacer la experiencia personal de nuestra propia resurrección, muriendo cada día un poco más a nuestro mí-mismo (o egoísmo, pequeño yo, falsa sensación de identidad separada...) o como quiera que le hayan llamado los entendidos por experiencia y por conocimiento en este asunto. Todo lo que pueda yo decir aquí no son sino mapas, que pueden indicar más o menos para algunos, para otros no, la dirección que se pueda seguir, pero el mapa sólo indica no te lleva al lugar deseado. Lo único que importa es comer el pastel, no aprender su receta de memoria.

Los paraísos perdidos

Comencemos diciendo que en la perspectiva de la religión dentro de la Filosofía Perenne la historia es el lento y tortuoso camino que conduce hasta la transcendencia. Y este lento y tortuoso camino atraviesa una secuencia de peldaños o niveles jerárquicos de conciencia que crece en cada uno de ellos. A esta secuencia de niveles le llaman “La Gran Cadena del Ser” y de una forma u otra su existencia es defendida por todos los expertos del tema tanto orientales como occidentales, aunque no todos utilicen los mismos términos ni la misma cantidad de niveles para describirla.

Esta Cadena va desde la Materia hasta el Espíritu (materia, cuerpo, mente, alma, Espíritu, según algunos).

Las distintas leyendas del paraíso perdido, que existen en todas las cosmogénesis religiosas (no sólo en la bíblica), pretenden posiblemente explicar, en cuanto está en sus manos, el paso de los primeros prehomínidos y homínidos de un nivel subconsciente, en el que estaban dominados por impulsos subhumanos y subconscientes, a otro de un nivel de conciencia más consciente de sí misma (como dice Theilard), el paso del mundo pleromático y urobórico al mítico (en términos de Gebser). Es esta un postura defendida igualmente por E. Cassirer.

Lo que podemos afirmar desde la perspectiva de todas las grandes religiones de la historia es que nuestra verdadera Naturaleza de hombre es Divina. En las distintas confesiones se le llama de distinta manera: Cuerpo místico o Vid y Sarmientos, Unión o Identidad con Dios, con la Trinidad, Atman, Naturaleza de Buda, Tao..., pero mientras vivamos en esta tierra, sin pasar por la Muerte, los hombres no podemos aceptar esta conciencia de Unidad, porque ello supondría aceptar dicha Muerte, que como dice Unamuno es la destrucción de nuestro “yo”, y nadie quiere la destrucción de su yo, de su identidad, aunque como en este caso sea en realidad una identidad falsa, pero con la que nos sentimos identificados totalmente. La sensación de identidad separada (de la Totalidad), a la vez que la huida de la muerte, hace que nos creamos sustitutos simbólicos de nuestra verdadera Naturaleza, sustitutos (subjetivos y objetivos) que han ido elaborándose a lo largo del propio desarrollo de la misma conciencia humana. Sólo los grandes místicos fueron capaces de transcender este miedo y descubrir lo que “en Esencia eran” Esencia que no es ni subjetiva, ni objetiva sino Total. La comprensión en un abrazo de Vida de la Totalidad nos exige un paso previo: morir al sustituto subjetivo: Nuestra sensación de identidad separada, y con esta muerte a todos los demás sustitutos de inmortalidad. Hasta que no concluyamos nuestra evolución en el descubrimiento transcendente de la Totalidad, en nuestra fusión con Dios, Cristo, Espíritu, Naturaleza de Buda, Atman... la ansiedad radical del miedo a la muerte nos acompañará sin remedio.

Jean Gebser, filósofo, antropólogo cultural y artista, se dedicó concienzudamente al estudio de los orígenes y desarrollo de la conciencia, él entiende que “...por estructuras de conciencia se quiere significar a las diversas visiones del mundo o mapas cognitivos culturales que sociedades y personas asumen como paradigma epistemológico imperante”.
Dividió las etapas de dicha evolución en arcaica, mágica, mítica, mental.

Vamos a reflexionar principalmente sobre algunas de las etapas de la evolución de la conciencia, y al final intentaré aportar unas ideas que, creo, nacidas de una visión y una experiencia (contemplativas) de un cristianismo teonómico.

Los homínidos conforme se van liberando del dominio de lo subhumano (de donde procedían por evolución) van cristalizando en una aprehensión remota de su diferenciación del resto del mundo (su cuerpo no es la piedra con la que golpea) y así comienzan a tomar cierto conocimiento impreciso de su limitación y de su mortalidad, y esa mortalidad les aterroriza y por ello quieren espantarla creando ritos funerarios, que ya aparecen entre los restos del hombre de Neanderthal (inferior), quienes practicaban enterramientos y con el cadáver enterraban las armas y utensilios del fallecido.

De todos modos las reflexiones sobre cómo eran los mapas cognitivos de los prehomínidos arcaicos también se fundamentan en la idea de que la ontogenia y la filogenia siguen caminos muy parecidos, algo que a todas luces parece ser cierto, pues todos los niños siguen un proceso parecido tanto en lo biológico como en lo cognitivo y en la conciencia en su desarrollo para llegar a la edad adulta, y por otra parte, analizando la historia, conocida por documentos, vemos que los procesos casi se repiten. Pero,...

La etapa mágica

Mas vamos a llevar una ligera reflexión hasta la etapa mágica, a la que otros llaman época del Tifón, porque éste era, según la mitología, mitad hombre mitad serpiente, su conciencia se había diferenciado del mundo, pero no así su mente de su cuerpo. Aunque estemos hablando de decenas de miles de años, podemos resumir el paso entre el Edén primordial y el mundo mágico con pocas palabras. El hombre (tengo que recordar que hablo del ser humano, que es lo que etimológicamente significa la palabra “hombre”. No sólo varón.) poco a poco se va alejando de la no-conciencia individual del Edén y se va adentrando en la de su propia individualidad, de su separación, va intuyendo que él no es el Espíritu, que carece de él, que está irremisiblemente atado a un tiempo determinado, que no es inmortal. Aunque todo individuo intuye (de modo más o menos impreciso que su verdadera naturaleza es Divina, como afirman los místicos, entre ellos Plotino que fue mucho más que un mero filósofo, tal como hemos dado en interpretar la filosofía en nuestra época, que su naturaleza esencial es Atman como afirman en el hinduismo, pero distorsiona esta intuición y en lugar de aplicarla a su Naturaleza Esencial la aplica a su sí-mismo, a su yo separado, a su falsa sensación de identidad separada. Y entonces siente que su sí-mismo es inmortal, cosmocéntrico..., sustituye su verdadera naturaleza por su ego, y quiere que éste sea inmortal. Y como esto no es así, va creando a lo largo de su filogenia, de su desarrollo como especie, una serie de sustitutos de su propia esencia, satisfacciones perecederas con las que va consolándose, hasta que tome conciencia de que su Ser es lo Divino, su unidad, o identidad, (según las formas religiosas, y los niveles de conciencia) con lo Divino, su inmersión total en la Perichoresis Trinitaria (que diríamos los cristianos), entonces desaparecerán todos los sustitutos de inmortalidad y sus gratificaciones sustitutorias.

Pero, entretanto, donde hay un otro, donde hay una frontera, hay un miedo y donde se encuentra un límite al sí-mismo está el miedo existencial a la muerte.

Es esto lo que va descubriendo el hombre de la época mágica, aquel que poco a poco va despertando de su letargo primordial edénico de fusión preconsciente con el mundo, y va tomando conciencia, aún confusa, de su identidad separada, de que en el mundo está él y otro. Y nace el miedo existencial a la destrucción.

Estamos hablando de una época muy remota, empezó hace unos doscientos mil años, aunque nos referimos principalmente a los últimos 50.000 años. Los hombres eran cazadores, recolectores y algunos hechiceros que solían escapar de la conciencia promedio. Y su mentalidad era totalmente mágica, como han deducido por muchos motivos los antropólogos culturales. El hombre al despertar, como hemos dicho, de la fusión pleromática, cada vez se siente más independiente del resto y se ve obligado a 1) defender su identidad de su destrucción, en términos técnicos a defenderse de Thanatos y a su vez 2) a parecer permanente, duradero, estable, cosmocéntrico. Para ello ha de adquirir más Eros (en términos técnicos).
Para adquirir más eros y defenderse de Thanatos el hombre Neanderthal e igualmente los primeros Cro-Magnon contaban con una mente totalmente mágica.

Dice Arieti, estudioso del tema, sobre la mentalidad mágica de los homínidos de este período: “Los homínidos del nivel fantásmico debieron tener grandes dificultades para distinguir las imágenes, los sueños y los paleosímbolos de la realidad externa. Careciendo de lenguaje no podrían decirse a sí mismos, ni a los demás, “esto es una imagen, un sueño... y no se corresponde por tanto con la realidad externa”. La mente mágica se caracteriza por el adualismo, por su incapacidad para distinguir lo mental de lo real externo. Es la mente mágica, de la que afirma Hauser en su Historia Social de la Literatura y el Arte, “las representaciones plásticas eran la trampa en la que la caza tenía que caer; o mejor, eran la trampa con el animal capturado ya, pues la pintura era al mismo tiempo la representación y la cosa representada.” Esta es la mente mágica, la que no separa, la que identifica sueño con realidad externa, la que asume pars pro toto, como indica Gebser, una verdadera mente ingenua en el sentido etimológico de la palabra “ingenuo”.

Fraser, otro antropólogo de enorme talla, distingue dos principios fundamentales en la actitud mental de la magia: 1) la ley de la similitud: “lo similar produce lo similar”, o lo que es lo mismo, confusión entre semejanza e identidad. Hoy día hay mucho de todo esto en las supersticiones, a las que incluso en los medios de comunicación se les da carta de ciudadanía. Por ejemplo: si un extranjero es malo, todos los son. Si un miembro de un clan causa problemas, lo causan todos los miembros del clan. 2) La ley del contagio, según la cual no es la semejanza, sino la proximidad lo que causa la identidad. O sea, que cualquier parte de una entidad la contiene a toda ella. Ejemplo: si una persona tiene poderes, también lo tendrá su dedo... (¿Las reliquias tiene algo que ver con esto?)

Éste era el clima mental de la época mágica. Pero, se ha de añadir un punto muy importante: la visión mágica no era un error, una alucinación, como nos parece desde nuestra perspectiva egoico-racional, sino una percepción de un nivel primitivo de realidad. La media del hombre, homínido, primitivo no tenía otra percepción de lo otro. Tan sólo los grandes chamanes de aquellos milenios pudieron intuir unos niveles más altos de conciencia. Dice Wilber: “La magia no refleja un nexo lógico (entre la mente y la realidad externa), sino un nexo vital... El proceso mágico primario... no es tanto inexacto como incompleto.”

Los comienzos de la conciencia de la muerte

El hombre mágico comienza a tener una confusa conciencia de su identidad independiente, es cierto que mantiene muchas relaciones de dependencia con la realidad externa, ya lo hemos visto un poco, pero, ha dejado de ser el uroboros pleromático, o sea, ha dejado de estar fundido con el mundo. Él no es el mundo, hay una separación entre el mundo y él, hay una frontera, él se percibe como una entidad independiente, distinta y donde quiere hay un yo independiente está el miedo a la muerte, que por ello es existencial, que se confunde con la propia identidad independiente que rechaza su propia desaparición, su propia muerte. Rechaza a Thanatos y acoge a Eros.

Cuando se enfrenta a Thanatos el hombre sólo tiene (y ha tenido) dos alternativas: negarla con la represión, o transcenderla con la supraconsciencia, con la resurrección en la Totalidad, en el Misterio. Los místicos de todas las épocas realizaron el camino de la transcendencia, pero la gente promedio de la humanidad de todas las épocas se limitó a negar la muerte reprimiéndola.

Para ello fueron utilizando los medios apropiados a sus niveles de conciencia. Medios que en gran medida, y a veces mayor aún, en nuestros días se siguen utilizando.

Siguiendo los pasos de los estudiosos del fenómeno de la conciencia a lo largo de la evolución, se puede afirmar que el tiempo adquiere diversas formas conforme los niveles de conciencia van subiendo. Así
a) en la época mágica el tiempo pasó para el homínido de ser un momento fugaz que seguía el impulso primordial de tener que satisfacer el hambre al presente pasajero, que es simplemente un presente discreto (momentos separados: hoy, otro hoy que es mañana...).
b) En la época mítica el tiempo se vive más de forma cíclica, circular, todo se repite, y
c) en la histórica, la nuestra, el tiempo es lineal, es un desarrollo que va de un punto a otro.
d) En la plenitud de la divinización del hombre no hay tiempo, sólo hay eternidad, que es la falta total de pasado y de futuro. La Eternidad es atemporal.

Mas no nos vamos a detener en reflexionar sobre estas dimensiones de la existencia, sino que vamos a considerar, en tanto podemos saber, lo que hizo el hombre mágico, sobre todo en sus últimos siglos de vida terrenal para escapar del terror que la muerte le producía.

El hombre mágico comenzó a ser consciente de su identidad aunque de forma muy rudimentaria, él no se confundía con su entorno, sino que era distinto y esto le daba la sensación de la destrucción de su ser, si no era el todo podía ser destruido, de su muerte, para no morir necesitaba alimentarse (como el hombre arcaico, del que no hemos dicho nada en este escrito), o sea, necesitaba estar en el presente y conservarlo, mantenerlo hasta el nuevo presente en el que se volvería a alimentar, para seguir siendo “yo” sí-mismo, y así indefinidamente (de esto no tenía conciencia el hombre arcaico, tal como sucede con los otros seres vivos). Necesitaba una autoconservación no sólo física por el alimento, sino también psicológica por medio de la permanencia de su sensación de identidad separada, de la conciencia de su yo. De esta manera negaba la muerte en este presente y en el presente posterior y en el otro. Pero, es claro que esta exigencia de autoconservación, de esfuerzo continuo de mantener su sensación de identidad distinta al resto, de su yo, lo que requiere es tiempo, o mejor, la autoconservacion de la identidad es sencillamente tiempo. Mientras la sensación de identidad esté en este tiempo, que es presente pasajero, la muerte no es. Lo que diferencia al hombre mágico de su ancestro (y de todos los seres) es que empieza a tener conciencia de “estar en el presente simple”, algo que ningún otro ser tenía, y el esfuerzo por mantenerse en este presente simple es el tiempo (psicológico).

Con esto y de forma muy rudimentaria conseguía desterrar (fugazmente) a la muerte. “Para el cazador tifónico la inmortalidad consistía en llegar a vivir hasta el día siguiente” (Wilber). El tiempo extendido aún no había aparecido en la escena de la conciencia. “Los hombres y mujeres que franquearon las puertas del paraíso y penetraron en el mundo de la mortalidad utilizaron el tiempo como principal defensa” (id.).

Esto de utilizar el tiempo como defensa contra la muerte es algo tan enraizado en nuestras células que seguimos utilizándolo de forma aumentada y perfeccionada en nuestros días. Luchamos desaforadamente por la salud, cosa loable y necesaria en verdad, tenemos una vida temporal y la hemos de vivir en su plenitud, en ella hemos de dar testimonio del Ser, de la Trinidad, de la Vida, de la Iluminación, y más si nos profesamos ateos, agarrados a esta sola dimensión temporal. Pero solemos entender la salud de forma exclusivamente física, no como vida – Vida (biológica, anímica y espiritual), ignoramos sistemáticamente que la curación de una enfermedad física (personalmente pienso que no existe una enfermedad sólo física, el hombre es un holón, toda enfermedad abarca al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu. Otra cosa es que entendamos cómo la misma afecta a todo el ser del hombre) es nada más que para un tiempo, y que el tiempo no es Eternidad. No asumimos la muerte como parte, como el otro polo de la vida, sino que la negamos y la colocamos en los tanatorios, en los lugares que estás fuera del desarrollo de la vida cotidiana. Reprimimos la muerte como hacía el hombre mágico, la posponemos muchas veces de forma verdaderamente cruenta en los hospitales. Utilizamos cualquier tipo de fármacos o intervenciones que con anterioridad sabemos que no van a hacer más que prolongar el dolor, la inconsciencia, los despojos del enfermo. No la asumimos, ni la transcendemos. Y es natural que así sea, porque nuestra conciencia aún está en una etapa del camino en la que sigue identificada con su yo, con su sensación (errónea) de identidad separada de la Totalidad, del Espíritu. Las experiencias de los místicos nos muestran que la desintificación con nuestro yo, es posible y real, que la Resurrección de la conciencia en el Espíritu es la meta que nos espera, no en un futuro, sino en la profundidad de nuestra Esencia, que no es sino manifestación del mismo Espíritu.

Otro de los elementos en los que apoyó el hombre mágico su rechazo de la muerte y el mantenimiento (temporal breve) de su identidad separada, de su yo, de su sí-mismo fue la cultura.

Dice Campbell que la cultura es lo que el hombre hace con la muerte. Y esto en todas las épocas de la existencia humana. Pero hemos de tener en cuenta que toda represión de la muerte (Thanatos) conlleva el otro polo de afirmación de Eros, y por ello hemos de afirmar que la cultura es el alimento de Eros realizado a través de la evolución.

En el mundo mágico (si contemplamos un niñito de dos añitos lo veremos muy claro cómo funciona la mente mágica, sus papas lo pueden todo, su imagnación es objetiva...), en el mundo del tifón la caza era indispensable para la supervivencia, para el proyecto de inmortalidad: era totalmente necesario derramar sangre y no sufrir la revancha que derramara la propia. Para ello estaba la magia. (Pensemos que los tifónicos no separaban sujeto y objeto, si la caza estaba en su mente, en sus pinturas, estaba en sus manos, en sus flechas, si su muerte no estaba en sus mentes, no morían). Por ello afirma Campbell que los primitivos tifones pensaban: “Donde existe magia, no existe muerte” “La magia se utilizaba tanto para evitar la propia muerte como para provocar la de los demás”.

Para reprimir Thanatos y abonar Eros el hombre mágico inventó y practicó el ritual. “El ritual es una técnica para dar vida” (E. Becker) Y gracias al ritual el hombre se expandió como centro de su universo. El hombre desea ser cosmocéntrico porque esa es su verdadera naturaleza, pero su yo, su sensación de identidad no es su verdadera naturaleza, y en cambio, ese yo mantiene el deseo genuino de ser cosmocéntrico, identificándose a sí mismo con su Esencia, que es el Kosmos, por eso el yo pretende con la cultura crear es cosmocentricidad que el yo no tiene, pero sí la Esencia del hombre. Esa cosmocentricidad le aleja de la muerte, de Thanatos.

Por eso los tifones comenzaron a reunirse en grupo para practicar sus ritos, para comunicarse sus proyectos (aún no existía el lenguaje verbal), para realizar actividades culturales intersubjetivas, todas muy rudimentarias, pero que superaban claramente la pura biología del período anterior. Esta cultura estaba compuesta de ritos mágicos, la negación mágica de la muerte, las posesiones de la caza, los amuletos, los símbolos de poder, (cuernos, pinturas, abalorios, huesos...) la organización para la caza...

Fue en esta larguísima época cuando posiblemente se pudo dar la más libre y menos represiva de las sociedades humanas a juicio de Wilber. Posteriormente cuando los seres humanos se convirtieron en objetos sustitutorios para otros seres humanos se convirtieron en víctimas y la sociedad vivió en la confrontación y la guerra.

José Antonio