domingo, 23 de agosto de 2009

Evolución de la conciencia de la muerte y la Resurrección

Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).

Primera Parte

Introducción
El tema de la transcendencia de(a) la muerte es muy ambicioso y se escapa totalmente a las posibilidades de la mente humana y a las experiencias biológicas o psíquicas que podamos tener (no tanto a las contemplativas, pese a toda la carga cultural-temporal que estas puedan llevar), mas no por ello menos necesitado de que se vayan aportando al mismo reflexiones y experiencias, sobre todo místicas, a lo largo de los siglos, pues en definitiva se trata de la respuesta radical a la pregunta radical. ¿Para qué estamos aquí? Por ello son las experiencias de los místicos de todas las épocas las que nos orientan y enseñan.

La investigación sobre el ADN es una de las tareas más arduas e interesantes en la que se ha empeñado la humanidad, y prácticamente todo el mundo está enterado por los medios de comunicación de su existencia. A la vez se está desarrollando por una buena colección de expertos una investigación sobre la evolución de la conciencia, cuya existencia apenas llega a los oídos de la gente interesada, y nunca a los de las mayorías, que dependen de los mass media para informarse. Estos temas han sido descartados de un plumazo de nuestra cultura de masas. El Espíritu no interesa, es más para la cultura cientista no existe, ¡y preguntar sobre ello es un infantilismo a superar!

Desde que Darwin iniciara el estudio científico del sistema evolutivo, han sido muchos sus sucesores en el camino, y otros tozudamente opuestos al mismo, amparados en principios (asumidos como tales por ellos) religiosos o morales. El caso es que el conocimiento humano avanza, se desarrolla, progresa, pese a todo, y esto es evolución. Y lo mismo sucede en el campo de la contemplación del Misterio. También progresa y evoluciona. Sin duda que la visión que tiene Lenaers del Cristianismo no es la del libro de la Imitación de Cristo, ni la visión de la supramente de Aurobindo es la de los libros de K'unt-fu-tzu (Confucio). Son legión los pensadores que han dedicado sus esfuerzos al seguimiento de la conciencia a lo largo de los siglos y milenios, o han mostrado interés en sus escritos por estos asuntos: Campbell, Gebser, Arieti, Burkhe, Cassirer, Eliade, James, Huston Smith..., entre muchísimos otros en nuestro tiempo.

Todos ellos concluyen que la existencia del miedo existencial a la muerte y sus pretendidas soluciones a lo largo de la vida de los hombres en la tierra es algo que está totalmente unido a la dimensión espiritual de Dios, del Misterio, de la Resurrección, Misterio al que muchas veces a lo largo de la historia de la iglesia se le ha convertido en un sustituto de la transcendencia (un sustituto de inmortalidad), sacado, en buena parte, de la cultura griega, no tanto de los evangelios (no sólo los llamados canónicos) y cargado de una mitología entendida literalmente y exotéricamente, y muchas veces de una temporalidad totalmente anacrónica al tratarse de la transcendencia del tiempo mismo (por ejemplo hablando del tiempo de las penas del purgatorio, o de la duración sin fin del infierno o del cielo).

Antes de introducirnos en la reflexión que nos pueda aportar algo de luz en este problema, creo necesario advertir que Jesús (¿el Nazareno? En interrogante porque hay quienes dudan con cierto fundamento histórico de que realmente viviera en Nazaret) nunca habló de inmortalidad, y mucho menos de inmortalidad del alma, sino de Vida o Vida Eterna: “Porque este es el designio de mi Padre: que todo el que reconoce al Hijo y cree en él tenga vida (zoê) eterna y lo resucite yo el último día”. Y Vida Eterna no es sino otro nombre de Dios, del Misterio (al menos en una visión teonómica de la Realidad). En un artículo anterior en este blog ya he hablado de la visión antropológica de los judíos, que luego no heredó el cristianismo y en otro hablé de la Vida Eterna y la Resurrección.. Éste se apegó a la visión platónica de la visión dualista de alma inmortal y cuerpo perecedero, y la ha convertido en doctrina común del catolicismo hasta nuestros días.

Tratar de todo el desarrollo de la conciencia humana (que se da cuenta de sí misma) excede con muchos las posibilidades de este artículo. No voy a estudiar cada estadio evolutivo, sino a dar una descripción global de ese fenómeno existencial del hombre que es el miedo a la muerte, los intentos de solución que el mismo ha ido , y va, elaborando a lo largo de la historia y lo que la experiencia más alta de los místicos, empezando por Jesús, nos dice de la auténtica solución a ese miedo. Quizás para empezar debiéramos hacernos unas preguntas en nuestra mente, en nuestro interior:

¿Existen verdaderos caminos para transcender la muerte? ¿Qué sustitutos de esta transcendencia de la muerte ha creado el hombre y nos seguimos creando? ¿Qué es resucitar en la Filosofía Perenne, en las experiencias de los místicos?

Por supuesto que cuanto voy a escribir aquí no es más que pura teoría, o pura palabrería inútil, si nos contentamos con lo que se pueda decir, si no nos movemos a hacer la experiencia personal de nuestra propia resurrección, muriendo cada día un poco más a nuestro mí-mismo (o egoísmo, pequeño yo, falsa sensación de identidad separada...) o como quiera que le hayan llamado los entendidos por experiencia y por conocimiento en este asunto. Todo lo que pueda yo decir aquí no son sino mapas, que pueden indicar más o menos para algunos, para otros no, la dirección que se pueda seguir, pero el mapa sólo indica no te lleva al lugar deseado. Lo único que importa es comer el pastel, no aprender su receta de memoria.

Los paraísos perdidos

Comencemos diciendo que en la perspectiva de la religión dentro de la Filosofía Perenne la historia es el lento y tortuoso camino que conduce hasta la transcendencia. Y este lento y tortuoso camino atraviesa una secuencia de peldaños o niveles jerárquicos de conciencia que crece en cada uno de ellos. A esta secuencia de niveles le llaman “La Gran Cadena del Ser” y de una forma u otra su existencia es defendida por todos los expertos del tema tanto orientales como occidentales, aunque no todos utilicen los mismos términos ni la misma cantidad de niveles para describirla.

Esta Cadena va desde la Materia hasta el Espíritu (materia, cuerpo, mente, alma, Espíritu, según algunos).

Las distintas leyendas del paraíso perdido, que existen en todas las cosmogénesis religiosas (no sólo en la bíblica), pretenden posiblemente explicar, en cuanto está en sus manos, el paso de los primeros prehomínidos y homínidos de un nivel subconsciente, en el que estaban dominados por impulsos subhumanos y subconscientes, a otro de un nivel de conciencia más consciente de sí misma (como dice Theilard), el paso del mundo pleromático y urobórico al mítico (en términos de Gebser). Es esta un postura defendida igualmente por E. Cassirer.

Lo que podemos afirmar desde la perspectiva de todas las grandes religiones de la historia es que nuestra verdadera Naturaleza de hombre es Divina. En las distintas confesiones se le llama de distinta manera: Cuerpo místico o Vid y Sarmientos, Unión o Identidad con Dios, con la Trinidad, Atman, Naturaleza de Buda, Tao..., pero mientras vivamos en esta tierra, sin pasar por la Muerte, los hombres no podemos aceptar esta conciencia de Unidad, porque ello supondría aceptar dicha Muerte, que como dice Unamuno es la destrucción de nuestro “yo”, y nadie quiere la destrucción de su yo, de su identidad, aunque como en este caso sea en realidad una identidad falsa, pero con la que nos sentimos identificados totalmente. La sensación de identidad separada (de la Totalidad), a la vez que la huida de la muerte, hace que nos creamos sustitutos simbólicos de nuestra verdadera Naturaleza, sustitutos (subjetivos y objetivos) que han ido elaborándose a lo largo del propio desarrollo de la misma conciencia humana. Sólo los grandes místicos fueron capaces de transcender este miedo y descubrir lo que “en Esencia eran” Esencia que no es ni subjetiva, ni objetiva sino Total. La comprensión en un abrazo de Vida de la Totalidad nos exige un paso previo: morir al sustituto subjetivo: Nuestra sensación de identidad separada, y con esta muerte a todos los demás sustitutos de inmortalidad. Hasta que no concluyamos nuestra evolución en el descubrimiento transcendente de la Totalidad, en nuestra fusión con Dios, Cristo, Espíritu, Naturaleza de Buda, Atman... la ansiedad radical del miedo a la muerte nos acompañará sin remedio.

Jean Gebser, filósofo, antropólogo cultural y artista, se dedicó concienzudamente al estudio de los orígenes y desarrollo de la conciencia, él entiende que “...por estructuras de conciencia se quiere significar a las diversas visiones del mundo o mapas cognitivos culturales que sociedades y personas asumen como paradigma epistemológico imperante”.
Dividió las etapas de dicha evolución en arcaica, mágica, mítica, mental.

Vamos a reflexionar principalmente sobre algunas de las etapas de la evolución de la conciencia, y al final intentaré aportar unas ideas que, creo, nacidas de una visión y una experiencia (contemplativas) de un cristianismo teonómico.

Los homínidos conforme se van liberando del dominio de lo subhumano (de donde procedían por evolución) van cristalizando en una aprehensión remota de su diferenciación del resto del mundo (su cuerpo no es la piedra con la que golpea) y así comienzan a tomar cierto conocimiento impreciso de su limitación y de su mortalidad, y esa mortalidad les aterroriza y por ello quieren espantarla creando ritos funerarios, que ya aparecen entre los restos del hombre de Neanderthal (inferior), quienes practicaban enterramientos y con el cadáver enterraban las armas y utensilios del fallecido.

De todos modos las reflexiones sobre cómo eran los mapas cognitivos de los prehomínidos arcaicos también se fundamentan en la idea de que la ontogenia y la filogenia siguen caminos muy parecidos, algo que a todas luces parece ser cierto, pues todos los niños siguen un proceso parecido tanto en lo biológico como en lo cognitivo y en la conciencia en su desarrollo para llegar a la edad adulta, y por otra parte, analizando la historia, conocida por documentos, vemos que los procesos casi se repiten. Pero,...

La etapa mágica

Mas vamos a llevar una ligera reflexión hasta la etapa mágica, a la que otros llaman época del Tifón, porque éste era, según la mitología, mitad hombre mitad serpiente, su conciencia se había diferenciado del mundo, pero no así su mente de su cuerpo. Aunque estemos hablando de decenas de miles de años, podemos resumir el paso entre el Edén primordial y el mundo mágico con pocas palabras. El hombre (tengo que recordar que hablo del ser humano, que es lo que etimológicamente significa la palabra “hombre”. No sólo varón.) poco a poco se va alejando de la no-conciencia individual del Edén y se va adentrando en la de su propia individualidad, de su separación, va intuyendo que él no es el Espíritu, que carece de él, que está irremisiblemente atado a un tiempo determinado, que no es inmortal. Aunque todo individuo intuye (de modo más o menos impreciso que su verdadera naturaleza es Divina, como afirman los místicos, entre ellos Plotino que fue mucho más que un mero filósofo, tal como hemos dado en interpretar la filosofía en nuestra época, que su naturaleza esencial es Atman como afirman en el hinduismo, pero distorsiona esta intuición y en lugar de aplicarla a su Naturaleza Esencial la aplica a su sí-mismo, a su yo separado, a su falsa sensación de identidad separada. Y entonces siente que su sí-mismo es inmortal, cosmocéntrico..., sustituye su verdadera naturaleza por su ego, y quiere que éste sea inmortal. Y como esto no es así, va creando a lo largo de su filogenia, de su desarrollo como especie, una serie de sustitutos de su propia esencia, satisfacciones perecederas con las que va consolándose, hasta que tome conciencia de que su Ser es lo Divino, su unidad, o identidad, (según las formas religiosas, y los niveles de conciencia) con lo Divino, su inmersión total en la Perichoresis Trinitaria (que diríamos los cristianos), entonces desaparecerán todos los sustitutos de inmortalidad y sus gratificaciones sustitutorias.

Pero, entretanto, donde hay un otro, donde hay una frontera, hay un miedo y donde se encuentra un límite al sí-mismo está el miedo existencial a la muerte.

Es esto lo que va descubriendo el hombre de la época mágica, aquel que poco a poco va despertando de su letargo primordial edénico de fusión preconsciente con el mundo, y va tomando conciencia, aún confusa, de su identidad separada, de que en el mundo está él y otro. Y nace el miedo existencial a la destrucción.

Estamos hablando de una época muy remota, empezó hace unos doscientos mil años, aunque nos referimos principalmente a los últimos 50.000 años. Los hombres eran cazadores, recolectores y algunos hechiceros que solían escapar de la conciencia promedio. Y su mentalidad era totalmente mágica, como han deducido por muchos motivos los antropólogos culturales. El hombre al despertar, como hemos dicho, de la fusión pleromática, cada vez se siente más independiente del resto y se ve obligado a 1) defender su identidad de su destrucción, en términos técnicos a defenderse de Thanatos y a su vez 2) a parecer permanente, duradero, estable, cosmocéntrico. Para ello ha de adquirir más Eros (en términos técnicos).
Para adquirir más eros y defenderse de Thanatos el hombre Neanderthal e igualmente los primeros Cro-Magnon contaban con una mente totalmente mágica.

Dice Arieti, estudioso del tema, sobre la mentalidad mágica de los homínidos de este período: “Los homínidos del nivel fantásmico debieron tener grandes dificultades para distinguir las imágenes, los sueños y los paleosímbolos de la realidad externa. Careciendo de lenguaje no podrían decirse a sí mismos, ni a los demás, “esto es una imagen, un sueño... y no se corresponde por tanto con la realidad externa”. La mente mágica se caracteriza por el adualismo, por su incapacidad para distinguir lo mental de lo real externo. Es la mente mágica, de la que afirma Hauser en su Historia Social de la Literatura y el Arte, “las representaciones plásticas eran la trampa en la que la caza tenía que caer; o mejor, eran la trampa con el animal capturado ya, pues la pintura era al mismo tiempo la representación y la cosa representada.” Esta es la mente mágica, la que no separa, la que identifica sueño con realidad externa, la que asume pars pro toto, como indica Gebser, una verdadera mente ingenua en el sentido etimológico de la palabra “ingenuo”.

Fraser, otro antropólogo de enorme talla, distingue dos principios fundamentales en la actitud mental de la magia: 1) la ley de la similitud: “lo similar produce lo similar”, o lo que es lo mismo, confusión entre semejanza e identidad. Hoy día hay mucho de todo esto en las supersticiones, a las que incluso en los medios de comunicación se les da carta de ciudadanía. Por ejemplo: si un extranjero es malo, todos los son. Si un miembro de un clan causa problemas, lo causan todos los miembros del clan. 2) La ley del contagio, según la cual no es la semejanza, sino la proximidad lo que causa la identidad. O sea, que cualquier parte de una entidad la contiene a toda ella. Ejemplo: si una persona tiene poderes, también lo tendrá su dedo... (¿Las reliquias tiene algo que ver con esto?)

Éste era el clima mental de la época mágica. Pero, se ha de añadir un punto muy importante: la visión mágica no era un error, una alucinación, como nos parece desde nuestra perspectiva egoico-racional, sino una percepción de un nivel primitivo de realidad. La media del hombre, homínido, primitivo no tenía otra percepción de lo otro. Tan sólo los grandes chamanes de aquellos milenios pudieron intuir unos niveles más altos de conciencia. Dice Wilber: “La magia no refleja un nexo lógico (entre la mente y la realidad externa), sino un nexo vital... El proceso mágico primario... no es tanto inexacto como incompleto.”

Los comienzos de la conciencia de la muerte

El hombre mágico comienza a tener una confusa conciencia de su identidad independiente, es cierto que mantiene muchas relaciones de dependencia con la realidad externa, ya lo hemos visto un poco, pero, ha dejado de ser el uroboros pleromático, o sea, ha dejado de estar fundido con el mundo. Él no es el mundo, hay una separación entre el mundo y él, hay una frontera, él se percibe como una entidad independiente, distinta y donde quiere hay un yo independiente está el miedo a la muerte, que por ello es existencial, que se confunde con la propia identidad independiente que rechaza su propia desaparición, su propia muerte. Rechaza a Thanatos y acoge a Eros.

Cuando se enfrenta a Thanatos el hombre sólo tiene (y ha tenido) dos alternativas: negarla con la represión, o transcenderla con la supraconsciencia, con la resurrección en la Totalidad, en el Misterio. Los místicos de todas las épocas realizaron el camino de la transcendencia, pero la gente promedio de la humanidad de todas las épocas se limitó a negar la muerte reprimiéndola.

Para ello fueron utilizando los medios apropiados a sus niveles de conciencia. Medios que en gran medida, y a veces mayor aún, en nuestros días se siguen utilizando.

Siguiendo los pasos de los estudiosos del fenómeno de la conciencia a lo largo de la evolución, se puede afirmar que el tiempo adquiere diversas formas conforme los niveles de conciencia van subiendo. Así
a) en la época mágica el tiempo pasó para el homínido de ser un momento fugaz que seguía el impulso primordial de tener que satisfacer el hambre al presente pasajero, que es simplemente un presente discreto (momentos separados: hoy, otro hoy que es mañana...).
b) En la época mítica el tiempo se vive más de forma cíclica, circular, todo se repite, y
c) en la histórica, la nuestra, el tiempo es lineal, es un desarrollo que va de un punto a otro.
d) En la plenitud de la divinización del hombre no hay tiempo, sólo hay eternidad, que es la falta total de pasado y de futuro. La Eternidad es atemporal.

Mas no nos vamos a detener en reflexionar sobre estas dimensiones de la existencia, sino que vamos a considerar, en tanto podemos saber, lo que hizo el hombre mágico, sobre todo en sus últimos siglos de vida terrenal para escapar del terror que la muerte le producía.

El hombre mágico comenzó a ser consciente de su identidad aunque de forma muy rudimentaria, él no se confundía con su entorno, sino que era distinto y esto le daba la sensación de la destrucción de su ser, si no era el todo podía ser destruido, de su muerte, para no morir necesitaba alimentarse (como el hombre arcaico, del que no hemos dicho nada en este escrito), o sea, necesitaba estar en el presente y conservarlo, mantenerlo hasta el nuevo presente en el que se volvería a alimentar, para seguir siendo “yo” sí-mismo, y así indefinidamente (de esto no tenía conciencia el hombre arcaico, tal como sucede con los otros seres vivos). Necesitaba una autoconservación no sólo física por el alimento, sino también psicológica por medio de la permanencia de su sensación de identidad separada, de la conciencia de su yo. De esta manera negaba la muerte en este presente y en el presente posterior y en el otro. Pero, es claro que esta exigencia de autoconservación, de esfuerzo continuo de mantener su sensación de identidad distinta al resto, de su yo, lo que requiere es tiempo, o mejor, la autoconservacion de la identidad es sencillamente tiempo. Mientras la sensación de identidad esté en este tiempo, que es presente pasajero, la muerte no es. Lo que diferencia al hombre mágico de su ancestro (y de todos los seres) es que empieza a tener conciencia de “estar en el presente simple”, algo que ningún otro ser tenía, y el esfuerzo por mantenerse en este presente simple es el tiempo (psicológico).

Con esto y de forma muy rudimentaria conseguía desterrar (fugazmente) a la muerte. “Para el cazador tifónico la inmortalidad consistía en llegar a vivir hasta el día siguiente” (Wilber). El tiempo extendido aún no había aparecido en la escena de la conciencia. “Los hombres y mujeres que franquearon las puertas del paraíso y penetraron en el mundo de la mortalidad utilizaron el tiempo como principal defensa” (id.).

Esto de utilizar el tiempo como defensa contra la muerte es algo tan enraizado en nuestras células que seguimos utilizándolo de forma aumentada y perfeccionada en nuestros días. Luchamos desaforadamente por la salud, cosa loable y necesaria en verdad, tenemos una vida temporal y la hemos de vivir en su plenitud, en ella hemos de dar testimonio del Ser, de la Trinidad, de la Vida, de la Iluminación, y más si nos profesamos ateos, agarrados a esta sola dimensión temporal. Pero solemos entender la salud de forma exclusivamente física, no como vida – Vida (biológica, anímica y espiritual), ignoramos sistemáticamente que la curación de una enfermedad física (personalmente pienso que no existe una enfermedad sólo física, el hombre es un holón, toda enfermedad abarca al hombre en su totalidad de cuerpo, alma y espíritu. Otra cosa es que entendamos cómo la misma afecta a todo el ser del hombre) es nada más que para un tiempo, y que el tiempo no es Eternidad. No asumimos la muerte como parte, como el otro polo de la vida, sino que la negamos y la colocamos en los tanatorios, en los lugares que estás fuera del desarrollo de la vida cotidiana. Reprimimos la muerte como hacía el hombre mágico, la posponemos muchas veces de forma verdaderamente cruenta en los hospitales. Utilizamos cualquier tipo de fármacos o intervenciones que con anterioridad sabemos que no van a hacer más que prolongar el dolor, la inconsciencia, los despojos del enfermo. No la asumimos, ni la transcendemos. Y es natural que así sea, porque nuestra conciencia aún está en una etapa del camino en la que sigue identificada con su yo, con su sensación (errónea) de identidad separada de la Totalidad, del Espíritu. Las experiencias de los místicos nos muestran que la desintificación con nuestro yo, es posible y real, que la Resurrección de la conciencia en el Espíritu es la meta que nos espera, no en un futuro, sino en la profundidad de nuestra Esencia, que no es sino manifestación del mismo Espíritu.

Otro de los elementos en los que apoyó el hombre mágico su rechazo de la muerte y el mantenimiento (temporal breve) de su identidad separada, de su yo, de su sí-mismo fue la cultura.

Dice Campbell que la cultura es lo que el hombre hace con la muerte. Y esto en todas las épocas de la existencia humana. Pero hemos de tener en cuenta que toda represión de la muerte (Thanatos) conlleva el otro polo de afirmación de Eros, y por ello hemos de afirmar que la cultura es el alimento de Eros realizado a través de la evolución.

En el mundo mágico (si contemplamos un niñito de dos añitos lo veremos muy claro cómo funciona la mente mágica, sus papas lo pueden todo, su imagnación es objetiva...), en el mundo del tifón la caza era indispensable para la supervivencia, para el proyecto de inmortalidad: era totalmente necesario derramar sangre y no sufrir la revancha que derramara la propia. Para ello estaba la magia. (Pensemos que los tifónicos no separaban sujeto y objeto, si la caza estaba en su mente, en sus pinturas, estaba en sus manos, en sus flechas, si su muerte no estaba en sus mentes, no morían). Por ello afirma Campbell que los primitivos tifones pensaban: “Donde existe magia, no existe muerte” “La magia se utilizaba tanto para evitar la propia muerte como para provocar la de los demás”.

Para reprimir Thanatos y abonar Eros el hombre mágico inventó y practicó el ritual. “El ritual es una técnica para dar vida” (E. Becker) Y gracias al ritual el hombre se expandió como centro de su universo. El hombre desea ser cosmocéntrico porque esa es su verdadera naturaleza, pero su yo, su sensación de identidad no es su verdadera naturaleza, y en cambio, ese yo mantiene el deseo genuino de ser cosmocéntrico, identificándose a sí mismo con su Esencia, que es el Kosmos, por eso el yo pretende con la cultura crear es cosmocentricidad que el yo no tiene, pero sí la Esencia del hombre. Esa cosmocentricidad le aleja de la muerte, de Thanatos.

Por eso los tifones comenzaron a reunirse en grupo para practicar sus ritos, para comunicarse sus proyectos (aún no existía el lenguaje verbal), para realizar actividades culturales intersubjetivas, todas muy rudimentarias, pero que superaban claramente la pura biología del período anterior. Esta cultura estaba compuesta de ritos mágicos, la negación mágica de la muerte, las posesiones de la caza, los amuletos, los símbolos de poder, (cuernos, pinturas, abalorios, huesos...) la organización para la caza...

Fue en esta larguísima época cuando posiblemente se pudo dar la más libre y menos represiva de las sociedades humanas a juicio de Wilber. Posteriormente cuando los seres humanos se convirtieron en objetos sustitutorios para otros seres humanos se convirtieron en víctimas y la sociedad vivió en la confrontación y la guerra.

José Antonio

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