domingo, 23 de marzo de 2014

¿DORMIDOS O DESPIERTOS? (2ª Parte)






En la primera parte de este tema ya se advirtió que la filosofía que se ha venido haciendo en occidente es una filosofía “ingenua”, puesto que ha pretendido siempre conocer la esencia de la Realidad por medio de la razón. De ahí que haya tal multitud de corrientes y pensamientos filosóficos tan dispares, la razón divide pues cada individuo (incluidos los que filosofan) tiene su propio mundo, o sea, tiene sus propios sueños. La razón no es el instrumento para percibir la Esencia. Se está saboreando un buen plato con los dedos de los pies, no es el instrumento adecuado. La razón lógica no lo es. Lo cual no conlleva que el enorme y variado monumento que ha construido la filosofía clásica sea algo ni trivial, ni fútil.

Cuando la sabiduría (se recuerda: conocimiento que transforma, sabor que alimenta) afirma que soñamos, está diciendo que cada uno vive en su propio mundo subjetivo, particular, indiviso. Afirma que normalmente confundimos nuestras ideas y palabras con la realidad que está allende ellas, confundimos el mapa con el territorio como se dice con mucha frecuencia (y con verdadero atino). Pero se ha de recordar que el lenguaje y el conocimiento que nos proporciona el pensamiento conceptual es muy válido, totalmente válido, para funcionar en el mundo que los orientales llaman de las apariencias, el mundo de lo relativamente real. Gracias a este pensamiento y al lenguaje podemos manejar el mundo en que nos desenvolvemos. Pero lo grave es que cada uno sueña su propio sueño, ni siquiera hay un sueño común. Se trata de una Babel de confusión (los límites, que adoramos y que asumimos como identidad, cuando no llegan ni a identificación).

Estas creencias en las que nos desenvolvemos desde niños van creando nuestro pequeño universo, nuestro pequeño yo (al que otros llaman yo superficial), que consiste en identificarse con lo que creemos sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Y esto depende totalmente del pasado, de las experiencias habidas e integradas y no proyectadas. Así el yo, el pequeño yo, es esclavo de sus limitadísimas experiencias, y cuando cree ver la realidad ve lo que él cree que es la realidad, pues lo ve a través del vidrio de sus experiencias pasadas. La razón lógica no puede ir más lejos, es sencillamente tiempo. El pequeño yo no es tanto una realidad cuanto una auto-imagen mental elaboraba a partir de todo el pasado y que se proyecta hacia un futuro en la misma línea del pasado.

De forma breve se podría decir que el mundo es para cada hombre lo que éste piensa que es. Es más, cada hombre descubrirá siempre las razones que confirman su propia visión, y de ahí que cada uno piense que el mundo real es lo que él piensa que es. No olvidemos que el que tiene un martillo en la cabeza por todas partes ve clavos.

Por descontado que el mundo no humano, el mundo “en bruto” por decirlo gráficamente, es un mundo en el que coincidimos, de lo contrario sería imposible el pensamiento y el lenguaje. Si vemos una casa todo el mundo (salvo enajenación mental) coincidirá en que es una casa, o un ordenador, o una silla, o un cuadro... pero no así el mundo “humano”. Éste supone ya una interpretación, unos sentimientos, unas ideas, creencias, odios, valores... y en este mundo cada uno tiene el suyo propio (sueña).


LA VISIÓN TRANSCONCEPTUAL (La contemplación)

Grandes pensadores han hablado de esta realidad que llamamos visión transconceptual, incluso en occidente. Podríamos tomar como ejemplos la intuición de Bergson o la visión pura de Husserl, el tercer ojo (en parte) de la escolástica, o el embelesamiento contemplativo del que nos habla el Sermón de Monte: “mirad las aves del cielo... contemplad los lirios del campo...” (6,26-28). Todas estas citas nos hablan de esa visión-imagen y de la aprehensión no conceptual sino perceptual (experiencial) inmediata. Lo hacemos frecuentemente cuando nos quedamos embelesados ante la belleza sea sensible, conceptual, moral...(Un cuerpo, un paisaje, la visión del cosmos, una operación algebraica, trigonométrica..., una hermosa metáfora, un bello poema, el Requiem de Mozart, el heroísmo de algunos, momentos de meditación...)

¿Es posible tener una experiencia nueva del mundo que no sea condicionada? La sabiduría (conocimiento que llega al ser) nos lo afirma. El hombre, generalmente, está encerrado dentro de su propio yo superficial, ese que identificamos con un nombre propio, con una profesión, con un estado (esposa, familia, hijos...) con unas características, pero el hombre puede liberarse de esta prisión, de la prisión de la subjetividad del pequeño yo, y ver más allá, transcender este conocimiento condicionado y acceder a la experiencia inmediata de lo que es. A esta experiencia la suele llamar la sabiduría la “visión”.

La “visión” no pertenece al mundo del pensar, al estrecho mundo del pequeño yo, sino que pertenece a la apertura del Ser. Pensar es interpretar, lo experimentamos en cada momento. Ver es ir más allá de los pensamientos, como se ha apuntado anteriormente, dejándolos en suspenso. Es salir de la pequeña jaula del yo superficial.

Esta visión interior no es algo ignoto o misterioso, sino que es algo que tenemos cada momento. Si nos damos cuenta de que nuestro pensamiento está condicionado, si tomamos conciencia de ello es porque tenemos algo más en nuestro interior, porque tenemos en lo más profundo una dimensión que nos hace ver lo limitado de nuestro propio pensar. Si vemos que estamos condicionados al pensar es porque hay en nosotros algo que es des-condicionado (M. Cavallé). Si simple y solamente estuviéramos dentro de la burbuja del pensar, seríamos incapaces de ver nuestros condicionamientos en el pensamiento. Aquello que (de alguna manera, la que sea) no conocemos en absoluto en modo alguno puede ser cuestionado.

La visión es experiencia directa e inmediata, es discernimiento instantáneo de lo que es. Percepción inmediata de la evidencia, en la que todo razonar sobra. Si salimos al mediodía a la calle, no necesitamos pensar que es de día, lo palpamos, no necesitamos el más mínimo proceso discursivo. Pensar es interpretar y proyectar en el futuro lo que recordamos del pasado. Ver es no pensar, sino ir más allá del pensamiento para palpar la realidad. Y la interpretación de los hechos nos impide ver, dice Krishnamurti. Dicha experiencia directa es inaprensible para la razón, por ello hemos de mantener en suspenso su acción (la de la razón) para que la visión sea posible. Siguiendo su reflexión dice Krishnamurti: “Sólo cuando la mente está libre de la idea puede haber una experiencia directa. Las ideas no son la verdad; la verdad es algo que debe ser experimentado directamente, de instante en instante...”.

La filosofía perenne, la “sabiduría”, aquella que podemos llamar filosofía esencial para distinguirla de la ingenua dice que el tan elogiado sentido común es muy poco de fiar (ya hice referencia a esto hace poco en un escrito). El hombre normalmente está dormido a la Realidad y en ese estado brota el sentido común, que nos habla siempre de mundos cerrados y particulares. Por mucho que sirva para defendernos en este mundo de lo relativamente real, no nos sirve para el absolutamente real. Los evangelios atacan muchas veces este sentido común... si alguno quiere salvar su vida, la perderá... (Lc 9,24...). La Fe no pertenece al estado de dormido, sino al de muy despierto. Mientras dormimos nos agarramos a las creencias.

Para habitar el mundo de lo Real es preciso despertar. Para ello hemos de darnos cuenta de que estamos dormidos casi siempre y que necesitamos aprender a ver, necesitamos despertar.

Y luego estar decididos a ver, querer ver, aunque nos dé miedo. Pues el ver nos llevará a cuestionarnos nuestro propio yo (el pequeño), nuestro estado de creencias y seguridades. Jesús nos dice que tomemos la propia cruz si queremos seguirle. Y la cruz supone un cuestionamiento radical, desde la base. Conlleva el cuestionarse uno a sí mismo, y ese cuestionamiento no lo quiere el yo (ego) superficial que tiene un fuerte instinto de supervivencia. Nos cuesta cambiar incluso en cosas superficiales, cuánto más en las profundas. Sentimos que peligra nuestra identidad. Identidad que asimilamos a nuestro mundo pequeño, concreto, mundo de sueños y fantasías...

Es, pues, indispensable un compromiso muy fuerte con la Verdad, no con la conceptual que no es más que el mapa que fabricamos, sino con la Verdad misma, un compromiso de inmersión en la Realidad que somos y en la que somos.

En la tercera parte intentaremos indicar el camino del despertar.


José A. Carmona

sábado, 8 de marzo de 2014

MIS NIETOS (y resurrección)







Desdibujando los límites,
incierto mi yo al amarlos,
trasminan mis senderos,
libres,
dos brotes de luz
que en mis huesos refulgen
y mi interior alumbran con sus voces del Origen.

Temerosa al tocarlos
mi carne ya vencida y victoriosa
en su diálogo con los días,
se transforma en esperanza,
en vida
que en mis nietos renace virgen...


José A. Carmona (el iaio)

lunes, 3 de marzo de 2014

EL SILENCIO


Reflexiones sobre el Silencio



La palabra es muy importante, importantísima. Son las palabras, al constituir un idioma, las que modelan nuestra visión del Mundo, del Ser y de la Nada, de lo Divino, Humano y Cósmico. Pero si la palabra no nace del Silencio primordial, no es Palabra Humana.

Estamos inmersos en una cultura de la palabra, la sobreabundancia de palabras es una de las características de Occidente. Por supuesto que muchas son auténticas, pero hay un uso de ellas que son pura cháchara, o peor aún, se las utiliza para mentir (y a enorme escala). Por eso, es totalmente necesario que antes de hablar, para que la palabra sea palabra, incluso para que nos realicemos como humanos, que nos adentremos en la Realidad, en el Silencio, que es el Silencio del Ser.

Nuestra más profunda esencia es Silencio, que en modo alguno quiere decir incomunicación, sino comunicación de ser a ser, solidaridad “óntica”. Somos no-dos. El ejemplo lo tenemos muy claro en el Misterio cristiano de la Trinidad: El Padre, Silencio Primordial (“Felipe, quien me ve a mí ve al Padre” Jn 14,0 “A Dios nadie le ha visto jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha explicado” Jn 1,18), que es pura y eterna relación, engendra eternamente la Palabra (el Verbo), que es quien se comunica, sobre todo en Cristo, y entre ambos existe (por decirlo de una manera aproximada) una relación igualmente eterna de Amor y Comunión, a la que llamamos Espíritu Santo, que también es Silencio que constantemente inspira la Vida de todos los seres sensibles. No son tres, pero tampoco uno. Son (Relación) no-dual. Para poder entendernos…

En la Creación, visión cosmológica del judaísmo, asumida por el cristianismo, todo empieza también por un Silencio, Silencio que acaba por resolverlo todo. El silencio meditativo acaba por disolver todas nuestras resistencias, todo nuestro ego para que acabemos de verdad siendo el agua de la gota, y no la gota de agua. Este Silencio significa parar nuestra mente razonadora, por cuya causa se generan y se mantienen muchos malentendidos. Es una aceptación de romper el círculo de los discursos y dejar que en el Mundo se encarne lo Humano, que en el Mundo se encarne el Amor.

Saborear el Silencio no significa caer en el mutismo, ni en el aislamiento. Sólo supone, en muchas ocasiones, una disposición de no participar en la dispersión colectiva de nuestra sociedad. Y siempre, una decisión de ir a lo que es esencial, a lo que es el centro.

Este Silencio es una condición indispensable para que nuestro discurso sobre Dios no degenere en mera logomaquia, es la atmósfera en la que la experiencia de Dios puede respirar plenamente, porque las dialécticas sobre Dios no hacen sino ahogar la experiencia primordial sobre Él. Si tenemos en cuenta las principales tradiciones religiosas de la humanidad, podemos decir que la experiencia de Dios, de la Realidad, del Todo, de la Nada, del Tao…sólo se consigue cuando el hombre llega a un triple silencio, que en modo alguno conlleva ningún tipo de represión. Este triple silencio es:

El de la mente, que implica que nuestras ideas y conceptos no dominen sobre nuestra vida. La mente no es la última guía del hombre, aunque esto no implica que la vida humana tenga que ser irracional, sino simplemente que ha de transcender la misma razón, que no es sino una etapa más en la evolución de la conciencia a lo largo del tiempo.

El de la voluntad, que conseguimos cuando la voluntad se mueve armoniosamente integrándose en el Todo. La voluntad libre, silenciosa, vive del dinamismo intrínseco del Ser, que no depende de ningún factor externo. No se trata, pues, ni de no querer, ni de querer no querer.

El de la acción, que cuando es fecunda, no se mide por el esfuerzo, sino por cómo encarrila los aconteceres de la vida a favor de la armonía del Cosmos.

El hombre cuando experimenta la infinitud guarda silencio en su inteligencia y desde el centro de su ser.

El silencio es el aire que hemos de respirar para palpar la inmanencia de la transcendencia, la Realidad de la que somos expresión.

José Antonio Carmona
carmonabrea@yahoo.es