sábado, 25 de septiembre de 2010

Notas sobre "El sacerdocio en el pensamiento de R. Panikkar"

Notas sobre “el sacerdocio según Raimon Panikkar”

Pienso que hablar del sacerdocio según Raimon Panikkar, aunque sólo se trate de unas notas, es un intento muy atrevido, al menos para mí, porque se trata de un pensamiento, al que antecede cronológica y sobre todo ontológica y “kairológicamente” una experiencia de vida, muy personal y profundo y porque no conozco toda su obra escrita, pues escribió multitud de artículos y libros sobre los más variados temas filosóficos (en su pensamiento la teología o se incluye en la filosofía o no es), aunque sí la mayor parte de ella, pero, tengo dos motivos que me impelen a hablar del tema y que hacen que este intento, pese a su atrevimiento, sea oportuno que se haga. Uno de ellos es el recuerdo de las conversaciones que sobre el tema mantuvimos en vida de él y el segundo es que es “ese sacerdocio”, yo también fui ordenado presbítero y sentí “la vocación”, en su esencia el que nos hizo compartir bastantes eucaristías allá en Tavertet. Habrá muchos que puedan llevar estas reflexiones adelante mucho mejor que yo, pero me siento por las razones expuestas impelido a hacerlo.
Por supuesto que todo ello no implica estar totalmente de acuerdo con su visión.

Antes que cualquier otra cosa, el sacerdocio en Panikkar fue su vivencia de lo cristiano, de lo budista, simplemente de lo religioso, fue su experiencia del Misterio, creo que él no podía asumirse a sí mismo sino siendo sacerdote. En la introducción que escribe a su libro: “Culto y secularidad” dice textualmente:

“... si la existencia sacerdotal no se encuentra en unión hipostática con el ser humano y se considera en última instancia como algo meramente funcional... es obvio que, cuando se trata de rescatar el centro de uno mismo haya que barrer todas las superestructuras que impiden la realización personal...”

Esta existencia sacerdotal, aunque se refiera fundamentalmente al sacerdocio existencial, en él, en su persona no tenía expresión sino en su sacerdocio ministerial, no en su pertenencia a la casta clerical-sacerdotal, ni al sacerdocio sinónimo de funcionario de una institución, sino en el sacerdocio universal del llamado a ser servidor del culto, que es el “acto humano cosmoteándrico para el que se requiere fe, esperanza (en lo invisible) y amor”, como recordaba constantemente en sus conversaciones.
Hemos de tener en cuenta que la mención de la palabra “sacerdocio” despierta en nosotros un concepto que está está totalmente marcado por nuestra interpretación del mismo, es muchas veces más una imagen mental, un concepto que una vida. Dentro del catolicismo el sacerdocio, como concepto y como función, está cargado con la aureola de la elección, entendida como separación de lo común (torcida interpretación del “ex hominibus assumptus”. Hb 5,1.) y como entrada en una casta superior (la casta clerical), está cargado con la percepción de que es un poder sagrado, mágico que te hace ser transformador de “las ¿substancias? del pan y del vino”, poder sobre la interioridad (almas) que puedes lavar por la absolución a la vez que te transforma en funcionario y administrador de sacramentos, y de muchos actos no litúrgicos que nada tienen que ver con el sacerdocio, intermediario, no mediador, entre “el cielo y la tierra”... está, en suma, contagiado de muchos elementos sociológicos que hoy, cuando menos, carecen de valor. Hemos de despojarnos de toda esta carga funcional e ideológica al servicio de una institución, de toda la inflación que la palabra y el concepto han ido acumulando a lo largo de muchos siglos de historia (y no sólo en el cristianismo). Es lo que hizo Raimon a lo largo de su vida en esta tierra.
No se trata en este escrito de hacer una tesis doctoral, como he dicho antes, que pudiera agotar el pensamiento de Panikkar sobre el sacerdocio, sino de exponer unos apuntes, unas sencillas notas que nos puedan iluminar un poco acerca de lo que él vivió, pensó y piensa en sus escritos sobre este tema. Quisiera serlo todo menos una falsificación de su pensamiento.

Raimon era un intelectual de mucha garra cuando se marchó a India en el año 1955, pero aún no el filósofo-teólogo que ha unido Oriente y Occidente en su vida y en su pensamiento.
Usa siempre en sus escritos, y usó en su existencia terrena, la palabra como símbolo, como expresión que comunica la realidad, no como signo que señala a lo que dicho signo no es. De ahí su constante referencia a la palabra-logos y al silencio-origen del que procede: el profundo silencio del ser, (¿concordancia con Heidegger: Lichtung y simbolismo ontológico?)

Esta experiencia personal y por lo mismo intransferible incluso por el conocimiento meramente mental, al menos en parte, Panikkar la fue plasmando, explicando a lo largo de toda su obra escrita a la vez que la fue desarrollando y explayando a lo largo de su vida. Se salió totalmente de la teología oficial, y nos contó la Realidad desde su realidad profunda, desde su intelecto-amor (intus-er legere), no meramente desde la mente o razón, desde su espiritualidad. Fue sacerdote profético, no funcionario, gran visionario de la segunda inocencia.

La verdadera teología, afirma otro buen amigo que fue, Evangelista Vilanova, “tiene como finalidad liberar a la iglesia de las falsas teologías”. La palabra que es del pueblo, se le ha robado al pueblo y se ha ido convirtiendo a la teología en un lenguaje técnico, sólo inteligible para especialistas, los mal llamados teólogos. La teología “ortodoxa” se ha convertido en pura estructura mental, en la que el sentido de la realidad no ha contado para nada, sino la ilación lógica y mental; cada proposición, incluso en el catecismo (resumen de la doctrina para el pueblo), se basa en la anterior para concluir en la misma y formar así un círculo lógico que se autoprotege:

Dios es el Creador del mundo. El mundo es lo creado por Dios...

Esta forma lógica, que mantiene la teología escolástica y ortodoxa, ese círculo cerrado y vicioso a su vez se apoya todo él sobre la base del dogma (creado muchísimas veces con formas nacidas de la ignorancia)... y el sentido de la realidad brilla por su ausencia con lo que la Biblia y la Fe pierden su razón de ser. Toda la doctrina y por lo mismo Dios, Jesucristo, la Iglesia se han convertido en una pura y simple estructura mental que sirve para tranquilizar “las aguas muertas”, que libera del pensar. Mas el sentido de la vida no aparece en modo alguno, por ello los inquietos, los pensadores, los místicos soltaron amarras y se liberaron de esa estructura mental. Se liberaron del círculo y buscaron la palabra abierta. Profeta es el que se libera, como Jesús, para pescar en un mar que no está muerto. Raimon también rompió amarras, no fue un sacerdote-teólogo funcionario, sino profético y utópico. Su sacerdocio en buena medida se realizaba por su misión de filósofo-profeta, que no buscaba el aplauso sino el rigor y la libertad. Sus libros son fruto de su rica vivencia interior y a la vez de su penetrante y exigente profundidad intelectual, no simplemente mental. “Se ha de cambiar todas las formas para que el Espíritu permanezca”. Es la labor profética, labor de servicio público, verdadera liturgia (leitourgia= servicio para el pueblo o servicio público): Iluminar un poco la Realidad y el Sentido. Raimon vivió también así su sacerdocio.

El libreto con las canciones que nos entregaron en Montserrat en el funeral por Panikkar dice en primera página. “RAIMON PANIKKAR sacerdos secundum dharmam Melchisedech e diocesi Varanasi ad Gangem flumen”.
Tengo ahora mismo sobre mi mesa de trabajo una carta suya autógrafa en la que me invita a reflexionar en común sobre nuestro sacerdocio que no es según el rito de Aaron, sino de Melchisedec. “La Iglesia, me dice en ella, como bien sabes, no es ni la institución ni el Vaticano y el rito es constitutivo del hombre.”

El sacerdocio real según del dharmha de Melquisedec. Normalmente utilizaba en sus expresiones la palabra dharma(m) en lugar de la de orden. Se sentía tanto budista como cristiano e hinduista sin división ni esquizofrenia alguna. Pero la palabra dharma(m) está cargada de un sentido, no meramente mental sino simbólico que le da una sabiduría propia, sentido por el que no se puede dar una traducción satisfactoria .
La palabra dharmam (o dharmha, o dharma), que hoy utilizamos con frecuencia en occidente, se conocía poco hace apenas unos cien de años. Como siempre hemos tratado de traducirla antes de impregnarnos de su contenido, de su simbolismo, traducirla (hemos convertido en gran medida las palabras en signos) es inflaccionarla, occidentalizarla, aunque sea necesario hacerlo (en modo alguno pretendo afirmar que lo oriental es bueno y lo occidental malo, son en muchos casos distintas comprensiones de la Realidad que tiene muchas perspectivas, en todo caso). No olvidemos que la palabra es mucho más símbolo que signo, al menos para la Sabiduría perenne. Dharmam simboliza mucho más que significa, forma parte de la misma realidad que evoca, es su manifestación. Podríamos entender que dharma es la fuerza interior, la religión, el orden de las cosas, el rito... El propio Panikkar la expone en estos términos.

“Dharma (sáns.) norma cósmica y ritual; ley natural y orden ético; religión. El nombre se extiende también a las manifestaciones mismas de la norma que rige los diversos niveles de la existencia, tales como la obediencia al deber, el cumplimiento de los preceptos, etc. (Plenitud del hombre).

El dharma en cuanto que orden perenne de las cosas se autocomprende en el hinduismo como la experiencia fundamental del hombre, como aquella religiosidad primordial que puede tener mil formas distintas según las diversas culturas en las que encarne, de ahí que sea perenne y transcultural. Para entrar en un edificio hay que traspasar una puerta, de lo contrario nunca accederás a él, las puertas son múltiples, el edificio, la experiencia religiosa primordial, único(a). El dharma es único, su expresión múltiple.

En el esoterismo se ha estudiado en profundidad la palabra dharma con la se presenta, dice Guénon, haciendo derivar la palabra de la raíz “dhri” que significa sostener, la inmutabilidad principal en lo manifiesto. Lo manifiesto es necesariamente devenir y dharma es aquello que hace que este devenir no sea puro cambio, sino que se mantenga una cierta estabilidad. También, afirma el mismo Guénon, haciéndola derivar a su vez de la raíz “dhruva” = eje que dharma “es lo que permanece invariable en el centro de las revoluciones de todas las cosas, y que regula el curso del cambio porque no participa en él". (Melquisedec o la tradición primordial).

Melch(qu)isedech

"[...] Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, le sacó pan y vino, y le bendijo, diciendo: -Bendito Abrán por el Dios Altísimo, creador de cielo y tierra; bendito el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos. Y Abrán le dio el diezmo de todo."
Génesis 14, 18-20, traducción Nueva Biblia Española

En nuestra cultura estamos muy acostumbrados a tomar la historicidad como horizonte de verificación de la realidad. Los histórico es verdadero, lo no histórico es simple leyenda, no real, lo que no entra dentro de los cauces del tiempo no es creíble. En cambio si miramos a nuestro interior comprobaremos que son muchas las realidades no contenidas en el tiempo, es más la Realidad es no-temporal, sólo son temporales sus manifestaciones. ¡Claro que nuestra cultura cientista tiende a afirmar dogmáticamente que solamente lo experimentable por los sentidos existe!
Melquisedec no es un personaje histórico, como tampoco lo fuera Abrahán..., aparece en el texto bíblico como no judío, no creía en Yahvé, pertenecía a una raza maldita y sin embargo se le consideraba superior a Abraham. Es una pieza fundamental en la religiosidad judeo-cristiana y en la filosofía esotérica.
Solamente existen dos citas sobre Melquisedec en los textos bíblicos: Salmo 110 (109), 4 y Hb, 7.
El salmo dice:

“Oráculo del Señor a mi señor (¿David, Reyes de Israel, pueblo...Cristo?):

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec...”

En Hebreos, el autor de mentalidad y fe paulina está hablando del sacerdocio de Cristo del que afirma que no es del antiguo culto como Aarón, sino de uno nuevo (la nueva inocencia de Panikkar) en la línea de Melquisedec, y para razonarlo hace un paralelismo entre el personaje del Génesis y Cristo (Mesías). Un razonamiento hermoso pero excesivamente largo para transcribirlo. El autor utiliza el simbolismo sacrificio-sacerdocio para expresar el sacerdocio existencial como pura realidad humana, hecha plenitud en Jesús, el Mesías. Como sabemos es éste el tema de la carta. En dicho simbolismo se afirma que Cristo es el Nuevo Sacerdote en “relación constitutiva” con el sacerdocio de Melquisedec (sacerdote del Altísimo), de quien no conocemos nada (origen, familia, hijos...), pero que dio a Abrán pan y vino, lo bendijo y Abrán le entregó diezmos (reconocimiento de superioridad). El rey de Salem (¿Paz?) es el símbolo del sacerdocio real, dice Hebreos, y de su línea surgió un sumo sacerdote, “santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado allende los cielos...”(26). Tenemos “un nuevo sacerdote que no surge de una ley, sino por la fuerza indestructible de la vida”(16), respaldado por la fuerza de un juramento: “el Señor ha jurado:... Tú eres sacerdote perpetuo en la línea (dharma) de Melquisedec.” La Ley de Moisés ha sido derogada y el sacerdocio de Aarón, nacido al amparo de aquella Ley, acabó para siempre.
Y del sacerdocio perpetuo de Cristo participa todo el Pueblo (¿la Humanidad?) como afirma Pedro (1Pe 2,5) y el Apocalipsis (1,6; 5,10; 20,6), porque el Pueblo es el Cuerpo Real de Cristo. ¿Existe también un sacerdocio ministerial dentro de este sacerdocio existencial en el cristianismo? Desde luego el Vaticano II así lo afirma, y R. Panikkar lo defiende.

Pienso que es imposible entender su pensamiento sobre el sacerdocio si no se entiende el valor existencial del rito-símbolo en su vida y en su obra.

El rito-símbolo

“no pertenece a la esfera del pensamiento, no es una doctrina, ni una entidad ideal, no se relaciona exclusivamente con el dominio del logos. Pertenece más bien al campo del gesto... pertenece al dominio de lo temporal y espacial. Un partido de fútbol, o una corrida de toros, puede ser un ritual... leer un libro difícilmente puede serlo”(Culto y secularización).

Es un vínculo temporal con lo transcendente, si existiera sólo lo que perciben los sentidos o el intelecto, no podría haber rito-símbolo que nos uniera a ello, y no lo hace de forma inteligible (en el campo del logos), sino experiencial (en el campo del espíritu). En la teología cristiana poco a poco se fue sustituyendo el simbolismo inicial del rito por la idea, por el concepto de causalidad con lo que el rito-símbolo perdió su prestancia y fue sustituido por el poder de la razón, por la mera reflexión, se pensó que la mente lo podría todo, incluso demostrar la existencia de Dios y unirnos a lo transcendente. Se intentó comprender el simbolismo en lugar de dejarse inundar y empapar por él, con ello el rito dejó de ser símbolo y se intentó la magia de la causalidad, del ex opere operato. Pero el ritual, no el ritualismo (mera carcasa exterior y aparente del rito), es símbolo y no causa, es relación, acción, manifestación y no logos ni idea. Al menos fundamentalmente.

No hay que olvidar que en el lenguaje coloquial, nacido dentro de la cultura dominadora en la que vivimos y en la que hay muchísimas cosas buenas, la palabra símbolo es polisémica. Y sobre todo se ha de tener en cuenta que ha devenido a significar lo irreal, inexistente o carente de utilidad (no sólo externa, diría yo): voto simbólico, precio simbólico, gesto simbólico, ¡eso es simbólico, no es histórico!...
Wilber, quizás el mejor filósofo de la conciencia que viva hoy en la tierra, al hablar del desarrollo o evolución del cuadrante superior derecho de la persona, o sea, de lo subjetivo, sitúa al símbolo como paso anterior al concepto, que a su vez es el holón que abraza al símbolo y lo transciende, sin que por ello lo destruya o niegue. Yo pienso en esa misma línea, pero creo que ello puede dar lugar a un olvido del símbolo y una sustitución del mismo por el concepto, no digo que Wilber caiga en esta trampa, bien al contrario, pero son muchos los que así han procedido, por ejemplo: toda la teología escolástica. El organismo no nos puede hacer olvidar las células.
Quiero apuntar aquí que K. Wilber alaba tanto a Kung, como a Raimon Panikkar por ser los verdaderos pioneros en adaptar el cristianismo a los mundos moderno y postmoderno (Espiritualidad integral).

En su sentido más profundo (y también en el etimológico) el rito es símbolo y no signo, o sea, es un acto que simboliza lo que de otra manera no podría ser simbolizado, también hoy este sentido se da en muchos momentos de la vida, por ejemplo un beso, una lágrima, una sonrisa... No es una señal que indica por donde ir, sino que es la manifestación de eso que simboliza, de eso que manifiesta y al manifestarlo forma parte del mismo (no en sentido matemático que implica división entre la parte y el todo), aunque no agote todo lo simbolizado. Ejemplo: el cuerpo es símbolo de la persona, no es la persona pero forma parte de ella, aunque entre el mismo y la persona no hay separación. El símbolo es simplemente una relación, mas constitutiva, no un simple accidente como se afirma comúnmente. Si no existiera relación no tendríamos símbolo, por lo mismo el símbolo solamente es símbolo para el que conecta con él, el padre lo es por relación al hijo y sólo lo es para el hijo, y viceversa, sin un polo no hay el otro. El símbolo no puede ser explicado porque pasaría al dominio del logos y se extinguiría automáticamente,puede y ha de ser experimentado. (De ahí la tremenda pobreza de la liturgia católica actual que ha dejado de ser símbolo para el pueblo, no simplemente de significar, sino de relacionar). Y un acto es simbólico cuando toca la esencia, el centro mismo del ser del hombre.

“Todo ritual auténtico expresa siempre en el fondo el dinamismo último de ser que hay en el hombre... El ritual se refiere siempre al misterio último de la existencia sin excluir...las cosas intermedias.” (Culto y secularidad).

El rito-símbolo es un acto, un gesto pero no es ni ceremonias, ni ideas, sino el acto en el que es engendrada la Realidad que es cosmoteándrica (cosmos/theos/andros), o sea, la colaboración del Hombre con el Mundo y los Dioses, es la continuación de la totalidad de la Realidad, dice Raimon. Puede ser totalmente secular, pues lo que se opone a lo sagrado no es lo secular, sino lo profano (pro-fanum). Por supuesto que en modo alguno para Raimon cualquier acción es rito-símbolo, nada es rito automáticamente, sino sólo aquellas acciones que de un modo u otro transcienden la intención de utilidad privada o placer egoísta y se proponen colaborar al bienestar del mundo. Y sobre todo enseña que el ritual se celebra con elementos de este mundo y sin embargo no es de este mundo, es una participación en una instancia más alta. La acciones rituales no son más que expresiones del existencial cristiano (o humano) de la unidad, no de las ideas. Por todo ello el rito-símbolo no puede ser arbitrariamente creado o manipulado, tiene su propia ontonomía. Es siempre mediador (relación), nunca intermediario (signo). El mediador siempre se disuelve en la comunión que termina en identidad, el intermediario (caso del signo) siempre permanece como tercero. Es el Espíritu el que planea sobre la comunidad de los hombres y la recrea constantemente.

Con esta visión de lo simbólico como existencial humano Raimon propugna la existencia de un sacerdocio-función-ministerio que brota del mismo sacerdocio existencial. Dicho sacerdocio función no es de ningún modo la justificación de un sacerdote funcionario de una entidad, sino un sacerdocio servidor del símbolo, al servicio de lo “sacrum” (sagrado y secular) y lo sacrum, el rito-símbolo es, como hemos dicho, un existencial humano que se ha de encauzar y realizar, si queremos en verdad que “el hombre sea salvo”, se libere. Sin esta actualización permanente, que no es repetición, sino acción nueva cada vez (actualización tempiterna), “el hombre” no puede ser libre, no puede realizarse, no puede ser Hombre.
Es al Hombre como tal a quien corresponde la misión de ser mediador entre el Cosmos y Dios, así lo afirma ya la antigua tradición china, dice Raimon pero si no se pertenece en realidad a ambas dimensiones que hay que mediatizar, no se puede ser mediador, sino intermediario, de ahí la abundancia de funcionarios que administran sacramentos que no son mediadores sino intermediarios. Es esta mediación: unir las dos partes de la realidad: animalidad-espíritu, la plenitud verdadera del hombre. Esta mediación sólo puede realizarla el hombre porque participa (es) ambas, pero esta (mediación) unión es una tensión de dos polos que ha de ser creativa, y esto no lo hace todo hombre, sino sólo los renacidos.
Con el fin de llevar a cabo esta mediación el hombre ha de ser iniciado porque para llegar a nivel humano el hombre “ha de renacer de nuevo” ( Jn 3, 3...), es necesaria la segunda inocencia, renacimiento que en el caso del cristianismo comienza por la iniciación (rito-símbolo): el bautismo y también la ordenación aunque solamente para algunos, en otras formas religiosas son otros los símbolos. En el catolicismo el sacerdocio ministerial sólo se justifica por la misma ordenación, que no es externa (algo que ha de ser tenido muy en cuenta), sino intrínseca a esta mediación entre lo divino y lo cósmico, mediación específica (ministerial) y necesaria para que la misma mediación universal o real se haga efectiva y visible y que sólo asumen los que aceptan la llamada (la vocación, algo muy profundo en el seno del propio espíritu como lo es la presencia, la fe y que se ha banalizado muchísimo...). Por supuesto que la ordenación católica no es el sacerdocio, sino una puerta pequeña por la que como por tantas otras en la historia de la humanidad se pasa para entrar en el edificio universal del ministerio-sacerdocio-mediación. Hemos de tener presente que lo universal se asume por lo concreto, o no se asume. No podemos olvidar que el sacerdocio -mediación, el sacerdocio real y universal es una realidad ontológica y antropológica en la visión de Raimon, como se ha dicho al hablar del símbolo, y no meramente un acontecimiento social, como sucede en la mayoría de los casos en todas las religiones. Socialmente el sacerdocio católico está cargado de manchas, “externalidades” y burocracia, por ello el impulso a abandonarlo es loable, pero no se puede decir lo mismo de la expresión visible del sacerdocio real que es el ministerial-servicio al rito que es una realidad antropológica, enraizada en lo humano.

El sacerdocio que Panikkar propugna (también para sí) no es la continuación de la tradición judía, sino el del orden cósmico universal que compete a todo hombre, simbolizado en Melquisedec, sacerdocio que él (y muchos) manifiestan siendo sacerdote ministerial, como el hombre de la liturgia = servicio público, no como gestor de una profesión. Y ello, como se ha dicho, debido a una vocación atendida, sólo experimentable y no explicable, y a una iniciación que le da la responsabilidad de ser manifestación visible de la mediación. Mediación que le impulsa a “hacer una obra de paz, una liturgia que nos ayude a los (todos, concretados en la comunidad) hombres a superar lo meramente biológico, pero sin negarlo” y llegar a la plenitud, como renacidos. Este sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio real y sólo en ello tiene su razón de ser.
Son palabras suyas en conversación privada: “siempre he entendido el sacerdocio de esta manera: se trata de aceptar una función que se manifiesta en el ser (símbolo constitutivo) mucho más que en otras actividades.” “Sin el sacerdocio real no podría tener el ministerial. Éste recibe de aquel su legitimidad.”

Se podría concluir que en el pensamiento de Panikkar que el sacerdocio del hombre es constitutivo de su propio ser, que no es meramente biológico, ni psíquico, sino también espiritual. Por ello, por ser bios y neuma es mediador, y la forma concreta, aunque no indispensable pero a la vez “dhármica”, para los “llamados” de hacer visible esta mediación es el sacerdocio ministerial, al que se accede por una puerta sea ordenación, sacrificio, ofrenda...

No quiero acabar estas reflexiones sin transcribir parte de una entrevista que mantuvo Raimon con Gwendoline Jarczyk:

G. “¿Si el sacerdocio está enraizado en la esencia del hombre (hombre nunca significa varón en el pensamiento de Panikkar), es justo excluir a las mujeres?”
P. Hoy se ve como una injusticia. Hace una veintena de años (hoy -septiembre 2010- serían una treintena) avancé la tesis de que podría ser sacerdote cualquier persona que fuera capaz de serlo, esto es, que tuviera la madurez y el conocimiento necesario a la vez que lo hiciera libremente y sintiéndose llamado a ello. La asamblea de los obispos de Asia la aprobaron sin poner resistencia...
Al día siguiente un jesuita me preguntó: “Cree usted que las mujeres pueden ser sacerdotes?”
Le contesté: “Estoy en contra de toda discriminación” “Puede ser una señal de que hemos perdido la primera inocencia el hecho de que solamente veamos al sexo y no a la persona...”
...una ordenación no habría de ser un asunto de clan, si las mujeres ordenadas imitasen a los varones en esta materia, puede que trajeran algo bueno, pero las ventajas serían muy limitadas... yo creo en el sacerdocio, pero no en la casta sacerdotal. No se trata de que las mujeres engrosen dicha casta y la consoliden, sino que la transformen...
No se puede minimizar la fuerza del sistema, ¿una mujer general transformaría el ejército?...
Hace falta tiempo para que esta situación evolucione y que esta evolución sea plenamente satisfactoria con lo esencial, tal como nos lo ha transmitido la sabiduría de la historia.
He de añadir que mi visión del sacerdocio sólo es una manera de expresar esta situación mediática del hombre entre el cielo y la tierra. Hay religiones sin sacerdocio. No podemos absolutizar nada.” (Es traducción del original)


José A. Carmona

viernes, 10 de septiembre de 2010

Unas notas sobre María, compañera y esposa del fallecido Raimon Panikkar

María, señora del silencio, que fue esposa del fallecido Raimon Panikkar

Hace apenas dos semanas que murió Raimon Panikkar. Se ha escrito bastante sobre él y sobre su obra, no es para menos, aún queda muchísimo más por escribir, por pensar, por aprender (de) y aprehender su persona y su obra. Yo mismo he escrito en varias ocasiones algo sobre él. Me siento en koinonía.
Pero, me ha llamado la atención que nadie ha dicho públicamente nada sobre María, su actual viuda, y esposa y compañera durante muchos años de sus vidas. Tampoco yo lo he hecho, mas es de justicia hacerlo.

Durante mis años de amistad, regalo de Dios, con Raimon tuve muchas ocasiones de estar en contacto amistoso también con María, aunque en mi caso he de advertir que fue mi esposa Paqui quien trabó una amistad más seria con ella.

Yo siempre la llamé de palabra y en mi corazón: “Domina Silentii” y lo de “Domina” lo decía, y sigo diciendo, en el sentido más original de la palabra latina: Dueña. María era y sigue siendo, ahora de manera imperiosa a causa de su enfermedad (alzheimer), portadora de un silencio ejemplar, paradigmático, que me hace recordar constantemente el Silencio Originario anterior al Inicio. De ella nadie habla, no se escribe, la televisión, al proyectar imágenes de los funerales de Raimon, ignora la presencia de María y de la hija adoptiva de ambos, María también, hindú que vive en Vic con su esposo vicense (creo) y un bebé. Supongo que a más de una persona habrá llamado la atención este sistemático “pasar de María”.

Su nombre completo es María González Haba, nació en Extremadura, ignoro en qué ciudad. La conocí en enero de 1982 en una reunión de teólogos/as que se celebró en la residencia de los jesuitas en Sant Cugat del Vallés (Centro Borja). Me la presentaron como esposa de Raimon y como teóloga. María hizo los doctorados en filosofía en Madrid y en teología en Munich, en cuya universidad estuvo de secretaria de M. Schmaus. Su tesis doctoral en teología lleva por título “La figura de Cristo en el maestro Eckhart”. Tengo la suerte de tener la única copia, según expresión de la propia María, que hay de la tesis original. También se licenció en psicología. Después de casarse con Panikkar no se volvió a dedicar a la enseñanza. Escribió una serie de novelas, y muchos artículos, ya no escribe por su enfermedad, en las que imprimía su visión del mundo, su religiosidad, sus ansias profundas de libertad de ser. Para mí son de destacar: El nuevo siddhartha e Hierba amarga. En el primero hace una revisión del personaje de Hermann Hesse, al que quiere dar, según su propia expresión más alegría de vivir, libro que acaba con el capítulo: “La compañera de Siddharhta bendice a todo lo que existe por su amor eterno a Siddhartha”, en contraposición al Siddhartha de Hesse en el que no se vuelve a hablar de la compañera. El de Hierba amarga es una narración imaginaria, basada en la represión que existe en la ¿formación? Que se da en los conventos femeninos. También María era una buena intérprete al órgano de la música de Bach, en una ocasión nos interpretó en la parroquia de Tavertet unas tocatas del genial músico y digo “era” porque su enfermedad no le deja ya serlo.
Raimon y ella se conocieron en Munich.

María es una persona de una religiosidad profunda, muy seria, y la vive con una perspectiva cristiana total, pese a haber estado en muchas ocasiones en India viviendo durante meses y de conocer bien la lengua utilizada en Benarés (les oí a ella y a Raimon hablar del tamil y del telegú) para su expresión religiosa, los rasgos que aparecen son institucionalmente cristianos: vivencia de los sacramentos, sobre todo de la eucaristía, oración constante de petición, poner a los santos como intercesores (no mediadores) en sus oraciones. Por el Opus no siente especial atracción y pese a ello encomienda también sus oraciones a J.M. Escribá de Balaguer desde que lo canonizaron. En ella no vi lo que Raimon afirmaba de sí mismo: “Fui a India cristiano, y volví hinduista y budista sin dejar de ser cristiano”, él era todo ello y en modo alguno ecléctico sino que vivía una fusión total, era una triple dimensión de su religiosidad única. María no tenía, ni creo que tenga estos rasgos.
Tenía (hablo en pasado porque ahora bajo los efectos de su enfermedad no sé que pasará por ella) un trato muy coloquial con Dios (¡en esta palabra -Dios- caben tantas cosas...!) que ella vivía, según vimos en más de una ocasión, como el ABBA de Jesús. Padecía un verdadero horror a la muerte y se peleaba con el PADRE “por habernos destinado en el tiempo a ese final”. De su actitud cristiana lo que a mí siempre me impresionó (y me sigue impresionando) fue y es su tremendo, su profundo silencio (de palabras y de ser). El afán de su vida era “servir a Raimundo” (ella siempre lo llamaba Raimundo), estaba tan profundamente llena de amor hacia él que por él lo hacía todo y lo aceptaba todo, lo veneraba de una manera incondicional, era muy consciente del valor intelectual de su esposo y desde el comienzo de sus vidas compartidas se colocó detrás de él con una doble intención, empujarle a hacer algunas cosas (como algún libro que Raimon escribió impulsado por ella, como “Paz y desarme cultural”) y no obstaculizar que a la vista de todo el mundo apareciera sólo él y que a ella no la vieran, ella no importaba (para sí misma) nunca para el ojo público.
Durante toda su vida de matrimonio vivió este silencio, que no era ausencia, sino espera y amor, espera no ya de un futuro que depararía no sé qué (algo posible, mas...), sino en una profundidad de un presente, profundidad que nos hacía a todos vivir con intensidad cada momento, conscientes de que todos y cada uno realizaba una presencia del Misterio con modalidades distintas y con un núcleo único: el Misterio mismo. Ella solía entonces llamarlo: Divina Providencia.

Cuando llegó el momento de la persecución del obispo Guix, persecución que iba dirigida contra la presencia de “una mujer en la vida de un presbítero” (¡literalmente así, sin un solo nombre propio!), María siguió asumiendo lo que en ella ya se había hecho carne: servir a Raimundo en silencio. Nos decía a Paqui y a mí en aquellos momentos: “¿Qué le importa a Guix si yo le (a Raimon) hago la comida, le arreglo la casa, lo cuido, le preparo la ropa... y luego me voy a dormir a la otra casa, la de la fundación Vivarium?” La casa donde vivían ellos y la de la fundación están a unos trescientos metros de distancia. La cruel persecución de la institución católica no la hizo desfallecer en su fe, ni siquiera en su constante petición a Cristo por medio de los santos.

Siempre vivió el Silencio y el Velamiento, hizo suya la expresión: “Conviene que él crezca y que yo desaparezca”. Su amor le hizo vivir en la entrega sin medida al Amado y al amado, entrega en la que ella no contaba nunca como tal, siempre retirada al último lugar en el que no fuera notada.

Raimon y ella adoptaron una jovencita de India, a la que llamaron María, la jovencita ya es mujer casada, maestra en un colegio de Vic y con un hijito de meses. Madre e hija se han ayudado constantemente en ese silencio vivido durante tantos años. La hija ha sido un gran báculo de amor para la madre.

Hoy el silencio de María, compañera de Panikkar, se ha hecho presente también en su fisiología, padece un alzheimer, como he dicho anteriormente, que le está haciendo olvidar muchas cosas de su pasado. El viernes en el funeral que celebramos en Montserrat todos los amigos, discípulos y conocidos del maestro, ella estaba presente como es lógico, también los hermanos, sobrinos y familiares de Raimon, ella ¿se colocó? estaba en un rincón del primer banco, la presidencia para la familia de Raimon. La abrazamos para darle la paz y al final del acto, que fue hermosísimo y ecuménico, mi esposa y yo haciéndonos unos con ella y su dolor, pero apenas nos recordaba... y hemos compartido muchas conversaciones, comidas y ratos los cuatro en Tavertet...

José A. Carmona Brea

jueves, 2 de septiembre de 2010

Esbozos de mis encuentros con Raimon Panikkar

Recordando a Raimon (Panikkar)

Un buen y muy estimado amigo me insinuó, mejor, me pidió, hace muy poco, que escribiera unos retazos sobre mis encuentros con Raimon Panikkar. ”Realmente conocer un poco de vuestra amistad (entre Raimon y yo) y de la intimidad de un genio es algo importante para todos” me dijo, y creo que tenía muchísima razón. Podemos conocer sus obras, pero él no escribió nunca un diario por el que pudiéramos conocer algo de su intimidad personal, no le gustaba la idea, lo íntimo no tiene importancia para la gente, me decía. Por ello me pongo a relatar algunas cosillas sobre nuestros encuentros de amistad.
Ante todo quiero advertir que lo que voy a relatar (no sé lo que será, escribiré espontáneamente) no es para mí un mero recuerdo, un ejercicio de memoria, que lo es también, sino que sobre todo es hacer presente ontológicamente (en el sentido que le da Heidegger y sobre todo en el sentido del Misterio) la koinonía (palabra que usábamos con frecuencia en nuestras conversaciones). Para una mentalidad cristiana pudiera ser traducida como “comunión de los santos”, pero dando a esta expresión todo el valor de Realidad (hecho que sucede, o posibilidad para que suceda) que tiene, pienso, el mismo Misterio recogido en el cristianismo.
Al expresarme así, no puedo menos que traer a colación la palabra que creó Raimon “tempiternidad”. La koinonía es tempiternidad (temp-i-eternidad), o sea, eternidad (la semilla) envuelta en el tiempo (la cáscara), siempre sabiendo y experimentando que eternidad significa “no tiempo”, “no duración”, “no permanencia”, sino meramente: “Ser, Vida, Koinonía, Amor, Cristo, Buda, Vacío, Misterio...” Lo eterno no dura, ES, no se prolonga y menos indefinidamente. En todo caso podríamos decir con toda la reserva posible (porque es utilizar un lenguaje dual para indicar lo no-dual) que es “el sustrato que hace posible la duración”, “el horizonte de la existencia temporal”. Ahora mismo, en el tiempo estoy viviendo la Vida, que no es tiempo, sino que lo crea en el contraste de lo eterno. Por eso, Raimon y yo seguimos en koinonía, aunque la palabra “seguimos” me vale a mí, no a quien (o aquello que, o...) no es ni persona, ni tiempo, sino sencillamente Vida, Amor-Compasión (no mero apego), pienso en mi visión cristiana, en mi visión no-dual.
Cuando recuerdo a mi amigo y maestro tampoco puedo dejar de lado aquella palabra que me enseñó, y que tanto me gustó, “oximorónico”, la decíamos en catalán: “oximorònic” (oximoron, de oxus -agudo- y moros -romo-), cuyo significado vendría a ser el de paradójico. Mi lenguaje necesariamente será descriptivo, al hablar de todo aquello que está más allá de la mera razón, que pertenece al “oculus contemplationis” de los Victorinos y San Buenaventura, y del que tantas veces hablamos en el tiempo Raimon y yo, la razón o calla o meramente señala hacia donde, nada más. “Aquello” es recogido por la experiencia que a su vez también es transcendida, y “Todo es”.
No puedo evitar, ni lo pretendo en este escrito, las digresiones. En este momento estoy impregnado...
Conocí a Raimon al comienzo de los años ochenta, hace más de veinticinco años. Paqui, mi esposa, y yo nos habíamos integrado en el grupo: “Ministeri i Celibat”, rama catalana del movimiento Moceop impulsado por matrimonios en los que el varón había sido (o seguía siendo) sacerdote. Y en la primavera del año 1983 se organizó para los integrantes del grupo un viaje a Tavertet con la finalidad de convivir un día con Raimon Panikkar, yo en aquellos tiempos sólo lo conocía de oídas. A mi esposa y a mí nos pareció que podía ser interesante y nos unimos a la expedición, que estaba formada por unas veinte parejas, cuarenta personas. Tuvimos dos encuentros con Raimon aquel día, uno por la mañana de unas dos horas en el que nos dedicamos a preguntarle sobre lo más variado del sacerdocio cristiano (algo que a todos los varones nos preocupaba) y sobre algún otro tema relacionado con la fe. En este encuentro, recuerdo que yo tuve un cierto protagonismo por las preguntas que le hice, que fueron abundantes. Algo que no debió pasar desapercibido para él, pues de las cuarenta personas que estábamos allá, solamente mi esposa y yo con el paso de pocos años llegamos a ser sus amigos, amistad que permanece. Por la tarde tuvimos una eucaristía concelebrada en la iglesia del pueblo y de la que recuerdo unas palabras de Raimon que en aquellos momentos me impactaron mucho: “Jesús estableció (¿instituyó?) la eucaristía con pan y vino no por lo que son, sino por lo que significan (fuerza y alegría)”. Entonces mi fe aún permanecía anclada en muchos dogmas y trasladar la importancia del pan y del vino de su substancia (concepto tomista) a su significado era mucho en aquellos momentos...
A mí personalmente me interesó todo lo que había dicho él, vi, o percibí que había allá una fuente muy rica de pensamiento y … decidí mantener un contacto relativamente (en lo que era posible teniendo en cuenta su tremenda dedicación a escribir de aquellos tiempos) fluido y decidí subir a Tavertet en cuantas ocasiones fuera posible. Así se fue gestando nuestra relación amistosa.
Uno de nuestros encuentros más largos fue el que tuvimos el día que Paqui y yo subimos a casa de Raimon con Jerónimo Podestá, obispo de la ciudad argentina de Avellaneda y casado con Clelia Luro, cosa que le costó la expulsión de la institución. Jerónimo y Clelia estuvieron hospedados en nuestra casa unos días, y aprovechamos su presencia entre nosotros para subir a compartir un día con Raimon, previo aviso telefónico. Pasamos todo el día juntos los seis: Jerónimo y su esposa , Paqui, Raimon, su esposa María y yo. Fue en el verano del 84.
Tras una larga charla que mantuvimos por la mañana yo salí convencido de que Raimon no era cristiano sino budista, “era excesivamente abierto para mi visión” y no había parado de enjuiciar al cristianismo desde una perspectiva no-religiosa (tal como yo entendía entonces lo religioso), hoy entiendo que aquella perspectiva (que hoy yo llamaría postmoderna) era en realidad mucho más religiosa que la mía que era muy crítica con la institución, pero que no había salido a explorar los misterios que son el Kosmos. Comimos juntos y por la tarde seguimos charlando hasta entrada la noche y terminé convencido que que aquel hombre, Raimon, era profundamente cristiano, mucho más de lo que yo podía imaginar con mis esquemas aún sin superar del todo. “Si ha habido algún gurú en mi vida, decía, ha sido Cristo” Él me ha hecho abrirme al hinduismo, al budismo (“ateísmo religioso” en sus palabras) y así ser hinduista y budista para reencontrarme también cristiano. A partir de aquel día comenzó un para mí fecundo camino de amistad que me ha llevado en una gran parte a ser.
He estado yendo a Tavertet muchos segundos domingos de mes para concelebrar con él la eucaristía. Se celebraba en un cubículo del edificio destinado a su fundación Vivarium, a unos cientos de metros de su vivienda, la compartíamos amigos variados, gente del pueblo y otra gente venida desde los lugares más variopintos y plurales del mundo (Sudáfrica, India, EEUU, Alemania, Italia...). Por descontado que dicha eucaristía tenia una liturgia, se realizaban unos ritos que expresaban el Misterio de Amor, pero siempre libres, no sometidos a una repetición cacofónica, creados en el momento y para el momento, había ritos, no ritual (rúbricas). En ellos él nunca dejó de vestir su indumentaria: túnica blanca, bufanda muy ancha de color marrón para resguardarse del frío, sandalias sin calcetines (salvo en los días invernales). Indumentaria que vistió siempre durante los años de su retiro en Tavertet. En las eucaristías me daba un puesto destacado, pues me encomendaba funciones, para la mentalidad tridentina, relacionadas con el ejercicio del sacerdocio: predicar, dar la bendición final, consagrar con él, interpretar las lecturas bíblicas...
En el tema del sacerdocio siempre estuvimos en desacuerdo, mientras él opinaba que el sacerdocio que teníamos los ordenados en el presbiterado no era el sacerdocio de Aarón, sino el Melquisedec, que ofreció el pan y el vino a Abrahán, sacerdocio que transciende lo cristiano, pero que no es común a todos, yo sigo opinando que este sacerdocio sacro es un resto judío introducido en el cristianismo y que se opone frontalmente a la carta a los Hebreos. Incluso por carta llegamos a debatir sobre este asunto, a propósito de un artículo mío publicado en una revista catalana de teología.
Era profundamente humano y por lo mismo contradictorio. Él mismo dijo en la homilía del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal: “yo no soy puro” (¡ojo! con el significado estúpido que a la palabra puro se le ha dado en el cristianismo a partir del siglo dieciocho, puro=casto). Tenía defectos (deficit) pero no se notaban mucho. Era vanidoso, le gustaba (a todos nos gusta) que se le conociera y reconociera, y a la vez profundamente humilde. En la relaciones con su hermano Salvador, algo de lo que nunca hablamos en privado, había problemas, éste le acusa aún hoy públicamente de no haber sabido actuar como un hermano mayor, Raimon sólo nos dijo a un grupo en una ocasión: “Tendrá razón posiblemente”.
Era muy constante en el trabajo y muy perfeccionista. Algunos de sus libros más importantes los escribía una y otra vez, repasándolos, corrigiéndolos, en concreto su libro: “De la mística” lo reconstruyó, que yo sepa, veinte veces, todos esos libros los trabajó durante muchos años antes de publicarlos. Pese a ser un verdadero políglota no escribía nunca las traducciones de sus libros, sino que las encomendaba a terceras personas, expertas en las lenguas a las que eran traducidos, sólo escribía los originales en la lengua que fuera: castellano, catalán, francés, inglés, alemán, italiano; las traducciones simplemente las revisaba y expresaba su acuerdo o desacuerdo. Y nunca redactaba nada sin tener a su lado un diccionario de la lengua en que escribía.
En alguna ocasión me dijo: “José (nunca me llamaba José Antonio), he estado leyendo tus libros para prepararme charlas que he tenido que dar” “tu libro sobre los ángeles me parece excelente”. Con toda sinceridad he de decir que estas expresiones a mí me sonaban extrañísimas. ¿Qué puede aprender Raimon de mis escritos? Y sin embargo, los leía, y no solamente lo hacía con mis libros ni mucho menos, leía todo. O casi todo. Sé de algún conocido que ha pretendido que le prologara algún libro y no lo ha conseguido, ni siquiera que se leyera por encima su manuscrito original.
El día en que le regalé mi libros de poemas, me dijo simplemente: “¡Quién fuera poeta! ¡Él que ha escrito poemas preciosos y que apenas se conocen!
Hace ya algunos años, una noche sonó el teléfono en casa, lo cogió mi mujer, Paqui, entendí que estaba hablando con Raimon. Me llamaba para pedirme consejo. Él estaba casado con María, también amiga nuestra, más de Paqui, mi esposa. María había sido secretaria particular de Michael Schmaus, profesor de teología dogmática en la universidad de Munich en torno al los años 50-60 del siglo pasado y cuya obra causó furor entre muchos estudiantes de teología en estos años preconciliares. Al menos entre los conservadores. Su obra fue editada por Rialp, editorial del Opus.
María es doctora en teología y filosofía. Raimon la conoció en sus años de docencia universitaria. Se casaron antes de que yo los conociera, pero ya tenían bien pasados los sesenta años de edad. La razón de su matrimonio, me comunicó un día: “No por tener hijos que ya no podíamos en modo alguno, sería ridículo, no por otras razones, sólo porque si Jesús se hubiera encontrado en mi lugar, lo hubiera hecho”.
Tienen una hija indi (hindú) adoptada, María también, es maestra y vive en Vich, ya casada con un chico catalán.
Retomo el relato. Me pedía ayuda para consultarme lo que yo pensaba que había de hacer. El obispo de Vich, Mons. Guix hasta hacía poco auxiliar de Barcelona, le había escrito para exigirle que dejara de convivir con María porque él celebraba misa públicamente en la parroquia de Tavertet, y esa convivencia en un sacerdote católico era intolerable. A la vez le prohibía celebrar la misa. “¿Qué hago, José?” me decía al teléfono. Esta actitud de Raimon pidiéndome consejo, no se me olvidará nunca. Él no quería renunciar ni a María ni a la Celebración. Lo que hablamos y el camino que él siguió ya no es asunto de este escrito. El caso es que el actual obispo de Vich ha presidido la misa funeral por Raimon el sábado pasado, 28/8/10, y en el funeral María pese a su delicado estado de salud actual estaba en primerísima fila. Y lo más contradictorio en la institución católica, mientras a Raimon lo perseguía el obispo en este rincón de España, en Asia la Conferencia Episcopal Pan-asiática lo nombraba asesor teológico de la misma, cargo entre otros muchos de dimensiones internacionales y mundiales, que desempeñó hasta su muerte.
Tenía la costumbre de dedicarme todo lo que publicaba, que en estos años ha sido muy abundante. Para las dedicatorias utilizaba las cuatro lenguas en las que yo me defiendo o bien conozco: español, catalán, latín y griego clásico, pero él aparte hablaba y escribía el inglés, el francés, el alemán, el italiano, el tamil y el indi. En la misa de celebración del quincuagésimo aniversario de su ordenación sacerdotal habló en la homilía en español, catalán, alemán, inglés, francés e italiano. Lo hizo sin mirar un solo papel, cuando llevaba unos momentos hablando en una lengua, saltaba a otra sin pausa intermedia, lo cual supone un gran dominio de todas. Invitó para la misa y para la comida posterior a 150 personas entre familiares y amigos que escogió de todo el mundo, desde profesores de las universidades de Harvard, Santa Mónica (California), Benarés (India), Madrid, Roma... hasta vecinos del pueblo de Tavertet. De Cataluña éramos pocos. Nos invitó a todos enviándonos una cartulina escrita por él en el latín más hermoso que he podido leer después de los clásicos (Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio...). No me resisto a transcribir un párrafo de dicha invitación, que conservo. Lo hago pensando en los buenos amigos que sabrán degustar el texto, y sobre todo en mi gran amigo Luis Charlo, catedrático de lenguas clásicas en la universidad de Cádiz:


“...
Gratias agens, quia mihi per quinquaginta annos in communione cum amicis ex omnibus gentibus ac saeculis sacra mysteria pro mundi vita agere licuit, vobis pacem et gratiam opto...
R. Panikkar, sacerdos secundum dharmam Melchisedech e dioecesi Varanasi ad Ganges flumen...”

Y terminaba de su puño en letra la invitación que me dirigía: “de nou gràcies”
¿Gracias de qué Raimon? Tan sólo una persona que sabe lo que en esencia es puede darme las gracias, pero no a mí, sino a toda la creación, porque todo es don, porque todos somos don.
La invitación empieza con una cita de la carta a los Colosenses, y otra de las Upanishads.

Yo estoy convencido de que Raimon era un genio. Personalmente me hizo descubrir un Cristo de auténticas dimensiones Kósmicas (con mayúsculas), algo que ya había yo barruntado estudiando la Teología de la Liberación, pero que no se hizo verdadera presencia en mí hasta mi relación con él y con su visión, la visión advaita, la sabiduría de la no-dualidad, algo que en buena medida está también en el maestro Eckharth, los místicos carmelitas españoles (Juan y Teresa), en Bartolomé de las Casas, el Pseudo-Dionisio... pero que escasea en general en la mística cristiana, y por completo en la teología oficial. Me enseñó a distinguir entre el uno como cantidad matemática, que supone que detrás va o puede ir un segundo, y el uno sin segundo que no es una cantidad matemática, sino el simple sustrato del ser que es ser y no-ser, que es simple posibilidad, simple relación.
Para él la Trinidad era el núcleo de su reflexión y de su sabiduría no-dual. Trinidad que no son ni uno (matemático, una substancia) ni tres, sino pura relación del Vacío (no es una cosa porque excluiría las demás, ni todas las cosas porque excluiría la no-cosa, sino posibilidad de cosa que abarca ontológicamente todo cuanto es) sin salir de sí porque todo está en Él, relación de Conocimiento que no es tal si no es Amor, pero que es Conocimiento y por tanto Amor. Tiene un libro, escrito por cierto en una pequeña cabaña sin luz eléctrica ni agua corriente -me contaba- junto al Ganges, sobre la Trinidad y la experiencia religiosa. No es un libro académico plagado de citas, sino nacido de un corazón lleno de amor y de una inteligencia muy luminosa, lo cual no es obstáculo para que sea profundísimo. Como toda su obra escrita.
La no-dualidad, que Raimon vivió en sus mismas fuentes vedantas no es una doctrina (conocimiento que no te hace cambiar), como no lo es el cristianismo (¿cuántos teólogos hay que viven muy lejos de toda espiritualidad? Han convertido el cristianismo en doctrina y ya caducada), sino que como el cristianismo es sabiduría (conocimiento transformador), no es un conocimiento representacional (que es el que “conocemos” en nuestra filosofía y teología), sino un conocimiento por identidad, o sea, Amor (agapé, no eros o filía meramente), como nos dice Juan de la Cruz: “Amada en el Amado transformada”.
Otra de las concepciones geniales de Raimon fue su visión cosmoteándrica (cosmos-theos-andros): La Realidad tiene una triple, o sea: no-dual (de nuevo la Trinidad, la no-dualidad, nunca tres matemático, sino expresión no-dual) dimensión que no es sino relación constitutiva: Cosmos – Dios – Hombre. No puede darse una sin la otra. No son tres seres, sino una triple relación del Ser y del No-Ser, como la cara y la cruz no son dos monedas, sino una sola en mutua relación constitutiva por la que la cara es moneda pero no es cruz y viceversa.

Vivía hasta una edad muy avanzada, a partir de los 85 años, a caballo entre Tavertet y Benarés, seis meses de residencia en cada lugar. Esta expresión es más bien un formulismo, pues mientras estaba en Tavertet acudía con frecuencia a Barcelona, Madrid, Roma, París, Munich para intervenciones públicas o para visitar a amigos, y mientras estaba en Benarés visitaba toda India, sin omitir sus frecuentes visitas a California y Harvard y a EEUU en general.

Siempre estuvo muy preocupado por el lenguaje teológico que utilizamos aún en nuestros días. Más de una vez me incitó, sobre todo durante mi etapa de profesor en la Pontifica de Barcelona, a dedicarme a buscar una formulación del Misterio de Cristo en un lenguaje cristiano -apoyado en Cristo- y no cristológico -apoyado en una doctrina iniciada en Grecia- (sin despreciar el valor de lo cristológico, que lleva tras sí dos mil años de pensamiento).
Era austero en sus costumbres de vida. Me confesaba que en rarísimas ocasiones veía la televisión, o escuchaba la radio, no leía prensa, y sin embargo, estaba muy bien informado de lo que pasaba por el mundo (por sus múltiples amigos). Su comida era frugal, prácticamente vegetariano, salvo cuando comía con los amigos que se adaptaba a comer lo que ellos. Entre nosotros la comida solía ser paella con un buen tinto y crema catalana de postre. Bistecs o carne a la brasa nunca comía. Dormía poco, se quedaba hasta muy tarde por la noche estudiando, escribiendo... y por la mañana se levantaba pronto a meditar. Era normal que pasara de dos a tres horas diarias en silencio y en el Silencio, no medía el tiempo por el reloj que no usaba, “el tiempo somos nosotros, no pasa en nosotros” decía. Cuando aún tenía fuerzas suficientes, cada jueves por la mañana cogía unas frutas y se marchaba campo a través con un cayado. Regresaba al anochecer, ¡había hecho camino!

Así fue su paso entre los hombres, su paso en esta tierra: haciendo camino, siendo consciente de que nunca había abandonado la casa del Padre.

José A. Carmona