domingo, 13 de abril de 2014

¿DORMIDOS O DESPIERTOS? (3ª parte)





En las dos partes anteriores en las que se ha introducido y explicado la primera parte del título, no se ha hecho más que explicitar lo que dice Nitzsche, en su libro Más allá del bien y del mal: “La filosofía siempre crea su propio mundo, a su imagen, la filosofía no es más que esa tiránica voluntad de poder, de ser la primera causa.”

A nivel inconsciente al menos, se ha repetido anteriormente, no queremos ver. Por ello culpabilizamos a los “otros” de todo aquello que en nosostros no nos gusta (la sombra). Esto nos hace fans incondicionales de ideas políticas, religiosas, o de partidos, de equipos deportivos... de nacionalismos (todos incluidos, también los que se formaron en el pasado cercano o remoto) que nos dan como se ha dicho esa seguridad “falsa” en la que nos sentimos a gusto y defendidos por los otros. Pero esto no es al Amor. El Amor es Libertad, sencillamente Libertad, Espíritu, Vida y aparentemente Riesgo... Por lo mismo la firme decisión de querer ver es fundamental para el Despertar.

El Testigo

Se ha de tener muy en cuenta que el Despertar conlleva el abandono total del yo superficial (del ego) que se nos cuela en la vida por todos los resquicios. Mas el individuo identificado con el ego no está situado en el Centro, está enajenado de lo que “realmente es” como dicen Krishnamurti y el Tao. El individuo identificado con su ego, su falsa personalidad (nombre, profesión, estatus social, familia, lugar donde vive...) se sitúa en lo que cree que es. Sueña. Está dormido. No se trata de que estos aspectos hayan de ser olvidados, sino de seamos siempre conscientes de que son relativos, no son el centro y que por lo tanto no pueden ser le norte de nuestras vidas. De ellos hay que mantener lo que hay de Amor, de Unión, el resto es falsificación. ¡Cuánto poder tienen estas falsificaciones egóicas en este mundo del tiempo y del espacio!¡Qué miope es la humanidad!

La sabiduría vedanta nos propone una reflexión que nos aclara la diferencia entre el YO universal y el yo individuo (ego). En pocas palabras es ésta:
Una cosa es aquello que puede ser conocido (objeto) y otra cosa es el que conoce (sujeto). El conocedor no puede ser conocido, pues dejaría por ello mismo de ser sujeto para convertirse en objeto, dejaría de ser conocedor para ser conocido. Lo que es verdaderamente “Yo” no puede ser conocido, pues sería objeto. Dice Shamkara: “el conocedor es simplemente el conocedor y nunca puede llegar a ser algo cognoscible”. El ojo nunca puede verse a sí mismo. ¿En un espejo? Lo que ve en el espejo no es el ojo, sino la imagen reflejada (que para algunas cosas puede ser utilizada como válida, para el conocimiento sensible). Y lo mismo nos sucede cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, no vemos al sujeto, sino a la imagen objetivada -proyectada hacia la mente- del mismo. Mas en realidad el sujeto en cuanto tal no es el objeto. Lo que es el Yo es el sujeto, el que conoce. Y su naturaleza es Consciencia pura. Es el Testigo de todo cuanto conocemos pero que nunca puede ser conocido. El Yo es la Consciencia que atestigua. Podemos tener conocimiento de nuestro cuerpo, de nuestras sensaciones, de nuestros proyectos, ideas... y por lo mismo no son nuestro Yo. Aunque en la vida ordinaria los confudimos con nosotros mismos.

Para profundizar en este despertar a la “visión”, a la “Consciencia pura” de lo que acontece el vedanta ofrece un instrumento: la meditación del Testigo. Personalmente me ha servido mucho en mis últimos años. Aparte, y a lo largo de toda mi vida me ha servido como indicador extraordinario el IV Evangelio, el evangelio de la proclamación del Amor (y del Agua, y de la Gracia, y del Espíritu...). En cuanto al IV evangelio lo que precede en este escrito es una invitación a meditarlo, reflexionarlo, asimilarlo, a empaparse de él, a zambullirse en él para poder alimentarse en lo más auténtico de nuestro YO de la Sabiduría.
En cuanto a la meditacón del Testigo, se transcribe aquí literalmente un artículo de mi blog, escrito hace unos años. Dice:

La meditación del Testigo

Son muchas, gracias a Dios, las cosas que me atraen, tanto las sensibles, como las inteligibles y las contemplativas. Estas últimas, más que atraerme, me fascinan. La Belleza, la Verdad, la Bondad, donde quiera que las encuentre mi propia limitación temporal y sea capaz de percibirlas, desde el sabor de un buen vino, de un plato bien cocinado y la hermosura del cuerpo humano hasta la plenitud sencilla del Amor pasando por la maravilla del pensamiento y el éxtasis del cante flamenco o del cante gregoriano, son un solaz para mí. Sin olvidar la belleza de colores que encuentro en los cuadros que pinta mi esposa, Paqui.

Me fascinan muchas de las frases que los evangelios ponen en boca de Jesús, aquel hombre que pasó haciendo el bien, como dice Pedro (Hech 10,38), me fascina la soledad en la que vivió (nadie supo –ni pudo- entenderlo), me fascina su íntima comunión con Yahveh a quien llama Abba, me fascina su desconcierto en la cruz porque no encuentra a nadie, ni siquiera al Abba (Eloí, Eloí lemá sabaktaní), según nos dice Marcos (15, 34), y pese a todo expira poniendo su espíritu en manos del Padre, señala Lucas citando el salmo 31 (Lc 23.46) (¿Elaboración posterior? Se escribió muchos años -¿20? ¿30?- después del escrito de Marcos, entre otras causas). Jesús de Nazaret vivió el Amor hasta la consumación en la soledad más absoluta.

Acercarnos a ese Amor es lo que pretenden todos los métodos de meditación como la archiconocida meditación del Testigo, que igualmente me fascina y gracias a la que he vivido verdaderos momentos de no-dualidad.

K. Wilber expresa la aventura extraordinaria que es la misma con estas palabras, que a su vez pueden servir de instrumento que ayude a practicarla:


¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! ¿Qué es lo que ves? ¿Qué es lo que puedes ver? ¿Qué otras cosas puedes ver sino las texturas de tu ser, el gran Único Sabor de tu Presencia primordial que aparece por doquier como el mundo? ¿Sigues creyendo ahora acaso que el mundo “fuera de aquí” es distinto a la sensación que tienes de ti ahora mismo? Escúchame:
Todo eres tú.

Tú estás vacío.

La vacuidad se manifiesta libremente.

Manifestarse libremente es la autoliberación.

Acompáñame, amigo mío, y repitamos juntos una vez más esta práctica:

Advierte tu conciencia presente. Date cuenta de los objetos que aparecen en tu conciencia, date cuenta de las imágenes y pensamientos que emergen en tu mente, de los sentimientos y sensaciones que emergen en tu cuerpo, de la miríada de objetos que te rodean y que aparecen en la habitación o lugar en que te encuentres. Todos esos son los objetos que emergen en tu conciencia.

Piensa ahora en algo que, hace cinco minutos, se hallara también en tu conciencia. La mayoría de los pensamientos han cambiado, la mayoría de las sensaciones corporales han cambiado y probablemente haya cambiado también el entorno que te rodea. Pero hay algo que, hace cinco minutos, estaba también ahí y no ha cambiado. ¿Qué es lo que está presente ahora que también estaba hace cinco minutos?

Yo soy. El sentimiento y la conciencia de ese Yo todavía están presentes. Yo soy ese Yo omnipresente que está tan presente ahora como lo estaba hace un instante, hace un minuto y hace cinco minutos.

¿Qué es lo que estaba presente hace cinco horas?

Yo soy. La sensación de que yo soy es continua, autoconocedora, autorreconocedora y autovaliente y está tan presente ahora como hace cinco horas. Todos mis pensamientos han cambiado, todas mis sensaciones corporales han cambiado y también ha cambiado el entorno que me rodea, pero ese Yo sigue igual de omnipresente, resplandeciente, abierto, vacío, claro, espacioso, transparente y libre. Los objetos han cambiado, pero ese Yo sin forma sigue siendo el mismo y es tan evidente y presente en este instante como lo era hace cinco horas.

¿Qué es lo que estaba también presente hace cinco años?

Yo soy. Son muchos los objetos que, durante este tiempo, han aparecido y han acabado desapareciendo, son muchos los sentimientos que, durante este tiempo, han aparecido y han acabado desapareciendo y también son muchos los dramas, los espantos, los amores y los odios que han aparecido, han permanecido durante un tiempo y han acabado desapareciendo. Pero, en este tiempo, ha habido una cosa que no ha aparecido y tampoco ha acabado desapareciendo. ¿De qué se trata? ¿Qué es lo único que está tan presente ahora mismo en tu conciencia como lo estaba hace cinco años? La sensación atemporal y omnipresente de ese Yo se haya ahora tan presente como hace cinco años.

¿Qué es lo que estaba presente hace cinco siglos?

Yo soy lo único omnipresente. Todo el mundo siente el mismo Yo soy, porque ese Yo no es un cuerpo, un pensamiento, un objeto ni un entorno. Ese Yo no es nada que pueda ser visto, sino el Vidente omnipresente, el Testigo abierto y vacío de todo lo que emerge. Lo único que existe en toda persona, en todo mundo, en todo lugar, en todo tiempo y en todos los mundos hasta el final del tiempo es este Yo evidente e inmediato. ¿Qué otro podría conocer? ¿Qué otro podría nunca conocer? Lo único que existe y que siempre ha existido es este Yo resplandeciente, autoconocedor, autoconsciente y autotranscendente que se halla ahora tan presente como lo estaba hace cinco minutos, cinco horas o cinco siglos.

¿Qué es lo que estaba presente hace cinco milenios?

Antes que Abraham fuese, Yo soy (Jn 8.58). Antes de que el universo fuese, Yo soy. Éste es mi rostro original, el rostro que tenía antes de que mis padres naciesen, el rostro que tenía antes de que naciese el universo, el rostro que he tenido durante toda la eternidad hasta que emprendí este juego del escondite y decidí perderme entre los objetos de mi propia creación.

Nunca más pretenderé desconocer y no sentir que Yo soy.

Y, con esto, acaba el juego. Millones de pensamientos han aparecido y han acabado desapareciendo, millones de sentimientos han aparecido y han acabado desapareciendo, pero una cosa no ha aparecido y tampoco ha acabado desapareciendo, lo que nunca ha nacido y lo que nunca morirá, lo que jamás se ha adentrado ni ha salido de la corriente del tiempo, una Presencia pura que flota en la eternidad, por encima del tiempo. Yo soy ese gran Yo evidente, autoconocedor, autovaliente y autoliberado.

Antes de que Abraham fuese, Yo soy.

Yo soy no es más que el Espíritu en primera persona, el Yo último, sublime y resplandeciente, el creador de todo el Kosmos, presente en mí, en ti, en él, en ella y en ellos como Yo que siente todas y cada una de las criaturas.

Porque el número de Yoes de todo el universo conocido no es más que uno.

Descansa siempre como el Yo, como el Yo que sientes ahora mismo, como el Yo no nacido que resplandece en y como tú. Asume también tu identidad personal, como este o como cualquier otro objeto, como este o ese yo o como esta o esa cosa. Descansa siempre en el Fundamento de Todo, en este Yo grande y evidente y vive sumido en el universo que yo he creado.
Éste es un nuevo día, éste es un nuevo amanecer y éste es un nuevo hombre. El nuevo hombre integral como también lo es el nuevo mundo.”

Hasta aquí el texto de Ken Wilber.
Cuando esta conciencia del Yo soy se hace viva en ti, te sientes injertado del todo en el Cristo, eres consciente de ser el mismo que es Él, el Único Ser, el Todo, manifestado aquí y hoy en múltiples formas y maneras, manifestado temporalmente en tu personalidad o ego existencial, que no es sino la manifestación de tu Yo, del único Yo: El Cristo.

Vivir esta Conscienica kósmica es estar despierto. Quien vive en esta consciencia presta atención consciente a cuanto le rodea, esto es:

No se identifica con nada de lo que percibe, observa, piensa, siente... Ser uno no es identificarse con algo, ni rechazar nada. La identificación o el rechazo suponen siempre una exclusión, y por lo mismo una consciencia constringida, no total.

No hay, por lo tanto, preferencias, ni valoraciones. Estas preferencias y valoraciones se dan en nuestra mente, pero la atención consciente va más allá de nuestra mente. Es originaria, es sencillamente Testigo.

Por ende, es imparcial. Es una mirada no selectiva, ni excluyente. Es mirada de pura atención al presente, de aceptación total del mismo, sin referencias al tiempo (pasado y futuro). Es inmersión en lo eterno (sin pasado, ni futuro).

Y pese a las apariencias es activa, pues supone dejar de confundirnos con nuestras vivencias.

Entiendo que Juan de Yepes los expresa de forma muy hermosa:

Olvido de lo cri (e)ado,
memoria del Creador.
Atención al interior
y estarse amando al Amado

Viviendo en esta Consciencia, vivimos despiertos, como Jesús, como Buda, como todos los místicos de la historia de los hombres.


José A. Carmona