miércoles, 23 de septiembre de 2009

Miedo existencial a la muerte... 3ª Parte

Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).

Tercera Parte

Etapa de la mente egoica o del yo racional (Siglos XVII-XVI a.C. hasta nuestros días)

Los datos de aproximación a las distintas etapas que hemos ido aportando en este escrito, son eso, burdas aproximaciones dadas con la finalidad de que podamos hacernos un ligera idea de cómo situar en el tiempo las diversas etapas. Ya sabemos que la diferencia de miles de años no tiene importancia, y más teniendo en cuenta las centenas de miles de años que llevan los homínidos y el hombre sobre la faz de la tierra. Y siempre hemos de contar con que las raíces de cualquier estructura de conciencia (arcaica, mágica, mítica...) suelen remontarse muchos miles de años antes del pleno florecimiento de la misma y que continúa ejerciendo su influencia mucho después del mismo. No hemos más que fijarnos en la influencia que la mente mágica (se vuelven a poner de moda los amuletos), y no digamos la mítica (toda la visión exotérica de las religiones, entre nosotros del catolicismo, que no ha salido de la mentalidad tribal-mezcla de mágica y mítica: pensemos en los ritos de difuntos, en el antiguo Dies irae. Igualmente las tribus urbanas que partiendo de Hispanoamérica están invadiendo todo Occidente, las corridas de toros...) siguen ejerciendo en nuestros días.

La etapa del yo racional se puede precisar algo más, pero poco. J. Gebser (que es mi pauta en este escrito) coloca el comienzo del período egoico (de la aparición del yo mental, de la persona, del individuo) en la aparición de la Ilíada. Otros autores opinan que no, pero todos vienen a coincidir que la aparición de un ego mental formado aparece en la Grecia de los siete sabios (Solón, Anamixandro, Pitágoras...) y dura hasta nuestros días. Gebser hace una bella descripción de la palabra con que empieza la Ilíada (Mênin 'aeide Zeá, Peleiadeos 'Ajileos) Mênin que viene de la raíz sánscrita men tiene una connotación claramente mental, y toda la Ilíada es “la evocación de una ceremonia llevada a cabo por un hombre (no por los dioses) en una sucesión ordenada de acontecimientos.” Ha aparecido el yo mental, comienza la historia.

No nos vamos a entretener en analizar el proceso evolutivo del yo mental, del ego racional, puede que nos baste saber la época del ego mental puede subdividirse en varias etapas según muchos eruditos,:

La primigenia, o período egoico inferior, que es anterior a la aparición del la Ilíada, comenzaría en torno al 2500 a.C. y llegaría hasta el 500 a.C., la época de Moisés, la Grecia de los sabios. Durante este período la conciencia egoica iría emergiendo del sustrato inconsciente, superando la mentalidad mítica promedio. Fue la época en que se comenzó a escribir el Antiguo Testamento de la Biblia (entre los siglos X al V antes de Cristo).

La media que situaríamos entre el siglo VI a.C. y el Renacimiento, cuajada de grandes místicos (los axiales: Platón, Buda, JESÚS, Plotino, Mahoma, Nagaryuna, Eckhart, Francisco de Asís...) y de grandes genios.

La etapa actual que partiendo desde el Renacimiento llega hasta nosotros, que nos hallamos en pleno período egoico superior, cargada con genios individuales que cambiaron para siempre la faz de la tierra desde Galileo a Einstein, y místicos que han deslumbrado a la humanidad desde Juan de la Cruz o Lutero hasta Ramana Maharsi.

Es la época de la aparición del héroe individual, que vence a la Gran Madre y a sus consortes que no es sino el ego racional que se impone a los mitos que durante miles de años han dominado la conciencia humana. Se da por entendido que nos referimos al mito en el sentido exotérico o superficial del término, que es el sentido que entiende la inmensa mayoría de la humanidad existente, y nunca en el esotérico o profundo, que exige una excelencia de conciencia que ha de subir en la escala de niveles hacia la Unidad.

“El instinto y la tradición dejaron de servir para encauzar la conducta del hombre, y el ser humano perdió la certeza y la seguridad con respecto a lo que hacía y con respecto a sí mismo” dice Whyte hablando de la crisis de la conciencia mítica. La estructura anterior de conciencia había demostrado su insuficiencia y poco a poco se fue gestando la erupción del héroe: del yo mental, que vencía los estados anteriores.

Tampoco voy a entretenerme en un estudio sobre la aparición y desarrollo posterior de este ego racional, que pensamos, en nuestra cultura, que es la etapa más alta posible de la conciencia humana: ya no podemos llegar a más, cuando esto es totalmente erróneo. ¿Por qué se va a parar la evolución de la conciencia en nosotros? ¿Qué creemos que somos? ¿Acaso no ha habido a lo largo de todo el desarrollo de la conciencia gente que superó los niveles de conciencia promedio? ¿No tenemos miles de casos de sabios y místicos que han superado y con creces esta etapa egoico-racional? Los estudiosos apuntan a niveles más altos, ya alcanzados y no sólo por los místicos axiales, sino por todos los místicos y grandes sabios de la historia y de la prehistoria. Por encima de esta conciencia egoica está el nivel intuitivo aperspectival, el psíquico, el sutil, el causal, el no-dual... lo Divino.

Pero nuestra intención es analizar los sustitutos de inmortalidad que cada forma o nivel de conciencia va asumiendo en su época, para luchar contra la constante amenaza de Thanatos, contra el miedo existencial a la muerte, que es un miedo real en el mundo manifiesto, porque tememos caer en la cuenta de que realmente estamos en el mundo no manifiesto también, que el manifiesto es el relativo, el polar, el del bien y el mal, que el no-manifiesto es el inalterable, sin tiempo, sin evolución, sin futuro ni pasado... pero caer en la cuenta para la humanidad promedio supone morir, la destrucción de la apariencia de identidad con la que nos hemos identificado (en mi caso José Antonio Carmona). Y esta destrucción que conlleva la disolución de cuerpo (y alma) y que vemos muy clara en un futuro (cercano o lejano) nos da pánico, como afirmaba Unamuno y con razón desde la perspectiva del tiempo y de la polaridad.
Hemos de decir que dichos sustitutos de inmortalidad no son ni buenos, ni malos (sería otra cuestión a tratar esta de la polaridad), nos prestan un servicio en esta existencia temporal, pero hemos de ser conscientes de eso mismo, de que se trata de una existencia temporal y que los sustitutos temporales son eso meros sustitutos y meramente temporales. ¿Estamos dispuestos a abrirnos a la Realidad, a lo No Temporal, a la Totalidad, a lo Divino (para los cristianos a lo Crítico)?

El primer sustituto que crea la mente egoica es el pensamiento: “

El pensamiento se convierte en dios, en la principal fuente de inspiración del hombre. De este modo, la sensación de identidad, en su huida de la muerte, de Thanatos, abandonó el cuerpo (demasiado mortal) y buscó asilo en el mundo sustitutorio del pensamiento en el que hoy todavía seguimos, por así decirlo, ocultos.” (Whyte).

Estamos en un nivel en el que hemos aprendido a utilizar el pensamiento para transcender el cuerpo (y lo hacemos sin esfuerzo) pero todavía no sabemos servirnos de la conciencia para transcender el pensamiento. ¿Será el próximo paso evolutivo de los humanos?

El segundo sustituto es la creación de un nuevo tiempo, lineal: histórico, interminable (no nos planteamos su final aunque lo tenga), con una finalidad, con una intencionalidad, no estacional o cíclico como en la época mítica, aquel tiempo sumido en el mito del eterno retorno, un tiempo que no se dirigía hacia ningún lugar (Campbell). Aún no había aparecido la historia, pues su conciencia quedaba satisfecha con un mundo circular.

En cambio hacia el 1300 a.C. aparecen crónicas históricas, y Herodoto, padre de la historia, vive en el siglo V a.C. La reflexión sobre lo acontecido es el paradigma del pensamiento reflexivo general. Y la reflexión sobre lo acontecido y la misma reflexión en general es algo muy bueno. Pero el tener un tiempo sin límites (concretos) impulsa el apetito desatado de poder y de acumula, porque tendemos a actuar como si el tiempo no fuera a acabar. En el mundo circular no cabía el acumular, pues todo había de empezar de nuevo, pero en el tiempo lineal, el tiempo sin límites incita las actitudes de avaricia, de ambición sin que éstas puedan ser nunca satisfechas.

El ego heroico se figura que puede llegar a dominar el futuro. Egoísmo en el que seguimos atrapados hoy y que inunda la mente promedio de este siglo XXI. El hombre actual se esconde detrás de este nuevo tiempo histórico, para no darse cuenta de que la Conciencia es nuestro auténtico destino, que todo se dirige solamente hacia un lugar: hacia la Totalidad, no hacia otros fines. El cientifismo y la mentalidad empírica sensitiva ha siglos que determinaron que no existía ninguna otra Realidad fuera de lo que era su objetivo, así que preguntar por esa Realidad no sensitiva era un infantilismo, un resto arcaico de una menta mágica o mítica.

Señalamos también como sustituto de inmortalidad “la deformación radical del ego humano y del cuerpo humano” (Brown). Al ir surgiendo el yo mental se ha ido separando del cuerpo humano, y ha terminado disociándose de modo que en el hombre se reprima el cuerpo hasta límites impensables, ¡llegando a hacerlo enemigo del alma!
Al comienzo de esta época egoico-mental el crecimiento de la conciencia le permitió al hombre transcender las fronteras físicas del cuerpo y a la vez se enfrentó a una comprensión más lúcida de la muerte, y para huir de ésta el yo mental se disoció (no sólo se diferenció), se separó del cuerpo, al que veía como impermanente y corruptible, en cambio a la mente (el alma) la veía como incorruptible. Con esta disociación lo que ha hecho es destrozar al hombre, un yo mental sin un yo corporal no es un hombre. El ego desvitalizó el organismo y sus energías, reprimió y deformó el cuerpo, con lo que deformó, como se ha dicho, lo humano, creó el divorcio entre el alma y el cuerpo, mecanizando a éste. Y en esta visión del hombre se instala el actual pensamiento racional, científico y de dogma y moral católicas.

La disociación entre el ego racional y el cuerpo terminó creando un cuerpo mecánico frente a aquel. A este respecto dice O.N. Brown, citado por Wilber:

“En esta naturaleza humana deshumanizada el hombre pierde el contacto con su propio cuerpo, más concretamente con sus sentidos, con la sensualidad y el principio del placer. Y esta naturaleza humana deshumanizada produce una conciencia inhumana cuya única actividad es la abstracción divorciada de la vida real, la mente productiva, la mente racional...”


Este cuerpo reprimido sirvió también de símbolo de inmortalidad, porque él muere pero no el principio racional, el alma.

Con la aparición del ego mental aparece también en la historia la presencia del padre y con él el fenómeno del patriarcado. Es totalmente cierto que en la aparición y consolidación de este patriarcado influyen multitud de factores tanto naturales como patológicos (de dominio). Se trata de un fenómeno universal mantenido durante los últimos milenios y que en parte, al menos, es debido a una desviación de la emergencia de un ego mental enfermo.

Cuanto más evolucionada y formada está una persona más claro tiene el equilibrio entre los polos masculino y femenino, en cambio los individuos menos desarrollados (actuales) exhiben manifiestamente los rasgos estereotípicos propios de su sexo. Llegada la plenitud del desarrollo “no habrá varón ni mujer, sino que seremos todos uno en Cristo” afirma Pablo de Tarso.

De hecho, si consideramos todas las culturas históricas, vemos que los padres aparecen como portadores de la ley, el orden, la autoridad, las relaciones sociales y esto es así tanto en los más primitivos tabúes como en los más modernos sistemas jurídicos. En cambio la mujer, la madre, en parte por su propia biología está más ligada a la naturaleza. Sin embargo, esto no es óbice para que tanto en la mujer como en el varón pueda desarrollarse un yo mental pleno y satisfactorio.

Una de las causas no natural que determinó fuertemente la aparición del patriarcado prepotente, que ha dominado la tierra durante el período histórico, ha sido la represión de la mujer. La causa no ha sido verdaderamente su naturaleza constitutiva, sino la función que se le fue asignando desde la aparición del arado en la agricultura (Para clavar el arado hacía falta la fuerza física del varón, una mujer, embarazada
sobre todo, no podía): parir y cuidar los hijos en la casa. Siglos más tarde, siguiendo esta línea apareció una norma religiosa que ha influido y sigue haciéndolo de forma terriblemente represora contra la mujer en la cultura cristiana: “mulier in ecclesia taceat”(la mujer calle en la iglesia). Y lo peor de todo es que los patriarcas prepotentes afirman que esta orden viene de lo Alto. ¡Confundir su propia soberbia con el deseo Divino! En un nivel inconsciente en la opresión de la mujer, en la marginación de lo femenino de toda la esfera de lo social, del ágora, de los negocios (hoy sigue discriminada en los salarios), del intercambio mental ha influido notablemente la disociación entre alma y cuerpo. El alma es el héroe mental, el principio inmortal, elevado a los cielos, capaz de pensar, razonar, ser lógico, asociado al varón y el cuerpo pegado a la tierra, manifestación de la naturaleza (biología), cargado de pasiones, placeres y dolores (visión patológica, pero histórica) asociado a la mujer. Recuerdo que cuando yo era niño, hará unos sesenta años (nada en comparación de los miles de la historia) me comentaba un rico hacendado de mi pueblo: “Me han dicho en el colegio que mi hija vale para estudiar. Pero ¿para qué va a estudiar? Lo que tiene que hacer es aprender a quitar mierda de la casa y de los hermanos”.

¡El cuerpo se sentía (y siente) como amenaza para el desarrollo! ¡La ascética cristiana! No tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo, como dice Dürckheim, un cuerpo que es a la vez alma o psique y espíritu, no tres cosas unidas sino una sola realidad, el hombre, que las integra, como el agua, sacando una similitud del mundo químico, no es hidrógeno unido al oxígeno, sino una realidad distinta a ambos que las integra, o el fuego que no es carburante y oxígeno, sino una realidad distinta que las integra a ambas.

Y la figura del padre va a prestar un gran servicio al ego racional en su búsqueda de sustitutos de inmortalidad. (No tratamos de los muchos aspectos positivos que la presencia del padre ha aportado a la evolución de la conciencia porque no es el tema de este escrito).

“La organización de la sociedad llegó a centrarse en la familia patriarcal bajo la protección legal del estado. Fue en esa época cuando la paternidad biológica llegó a tener una importancia dominante debido a que se convirtió en la forma universal de asegurar la inmortalidad personal.” (Becker. La lucha contra el mal).

El patriarcado se convirtió en un nuevo símbolo de inmortalidad biológica. El padre permanecía vivo en el tiempo aún después de muerto, pues permanecía en los hijos, su semilla. Peor, no solamente en la vida de los hijos, sino también en la herencia que les legaba. La voluntad del muerto, manifestada en el testamento, en la herencia afirmaba una existencia póstuma del individuo y su voluntad entre sus herederos, su personalidad legal se transmitía intacta a sus herederos en los que pervivía. Esta ley de la herencia fue totalmente apoyada por el ius romanum.
Era una forma de transcender la muerte. Así que tanto el patriarcado biológico como el legal, refrendado por el estado, fueron símbolos sustitutos de inmortalidad.

El varón, el padre, tenía ya muchos símbolos de inmortalidad: no sólo el dinero, los bienes... que eran objetos que le pertenecían, sino también la familia (del latín famulus=esclavo), los hijos, los herederos que eran sujetos que le pertenecían, eran su propiedad. Para conocer hasta donde se extendía la propiedad del padre sobre los hijos, no digamos ya sobre la la mujer, bástenos recordar el relato del sacrificio de Isaac (Gen. 22), que tan conocido es en nuestra cultura abrahámica. Al margen de que el relato sea histórico o no, se trata de la expresión de una cultura que se apoyaba en Yahveh.


Así el proyecto de inmortalidad se creó sobre el ego masculino (paterfamilias), sobre el Adán promedio, y dejó a la mujer relegada en casa, sin propiedades, sin hijos, sin acceso al foro social, sin poder heredar, ni votar... Ella no tenía proyecto de inmortalidad, y ya sabemos que incluso entre muchos pensadores cristianos se le negó hasta el alma.

Por supuesto que siguieron en pleno auge los símbolos de inmortalidad de las mentalidades anteriores, aumentados dichos símbolos con la fuerza del pensamiento racional. En este sentido podríamos ver lo que la cultura racional ha hecho con la muerte, con la Vida eterna a la que ha sustituido en muchas personas por otros sustitutos, como la ciencia, ir alargando la presencia del hombre sobre esta tierra (algo que con la visión del mundo relativo manifiesto es algo muy bueno), el olvido de que aquí no tenemos estancia permanente, que nos dice el evangelio, o que todo es perecedero, impermanente salvo la impermanencia, como dice Buda. La cultura en líneas generales ha apartado la finitud de nuestra vida de la vista de los hombres.

Y en nuestra cultura occidental, llamada cristiana, existe una práctica religiosa, o no, de las exequias que aparecen como claro sustituto de inmortalidad, tratando de acallar la terrible voz de nuestro ser que nos enfrenta directamente a la muerte con placebos que poco o nada tienen que ver con Jesucristo, y sí mucho con una cultura que aún no ha salido de sus raíces agrarias y míticas (es evidente que siempre que hablo de mito, mítico me estoy refiriendo al sentido exotérico del mismo, nunca al esotérico en el que vivieron y viven los místicos, y más ninguno Jesús de Nazaret).

Una lectura desapasionada del ritual de difuntos de la institución católica nos puede llevar a muchas conclusiones, por supuesto no todas ellas válidas, pero sí que se recibe una impresión general de que las exequias tiene una falta de visión total de lo que es Eternidad, pues constantemente están hablando del futuro: “Dales, Señor, el descanso eterno...” “Dales” es una petición, por tanto es algo que aún no se ha conseguido, sino que se espera conseguir (nada de resucitar hoy y aquí). Y así en todas las oraciones de los funerales. El sentido del tiempo está impregnando las palabras y gestos de estas exequias, cuando está queriendo hablar del no-tiempo. Los conceptos e imágenes que se utilizan pertenecen a la época mítica: Dios como padre (no como Padre), la presencia de los ángeles, el alma liberada del cuerpo, el consuelo de la futura inmortalidad, el sentido puramente carnal de la resurrección, la oración de petición, el sentido satisfactorio (mérito) de la muerte de Cristo, la apelación a la misericordia divina, la constante oración de petición, la invocación de María y los santos como intercesores, la vida para siempre...

En modo alguno afirmo que todo esto no tenga su valor para la conciencia humana promedio de mucha gente, sólo afirmo que todas estas expresiones no superan una mentalidad que una gran parte de la humanidad ya ha superado, y sobre todo, que buena parte de la religiosidad contenida en estas exequias poco tiene que ver con la religiosidad vertical, la que nos trae Jesús y nos muestran la Bienaventuranzas, religiosidad que nos impulsa hacia niveles cada vez más altos de Conciencia, de Amor, de Unidad, de salir del individuo para ser Ser, Persona en su sentido más constitutivo: relación de fusión, de identidad en la Totalidad. Sirven, como mucho, para un consuelo horizontal, para buscar una actitud de conformismo con la muerte apoyada en una serie de visiones medievales, pero en modo alguno elevan el espíritu hacia una visión de altura en la que el espíritu tome más conciencia de que la Plenitud ni está en el futuro, ni en la inmortalidad el alma, ni en venerar, mucho menos pedir, a un Dios que está fuera de nosotros, y todo ello aderezado de mitos y gestos exotéricos totalmente desfasados. La Plenitud es la que nos proclama la Resurrección, la Unidad de todo cuanto es y no-es en un Absoluto atemporal, en un Cristo que dejó la individualidad del Nazareno por su muerte y apareció (a nuestros ojos) como Amor Universal en el que todos estamos fundidos, aunque en buena medida, no seamos conscientes de ello.

He hecho una afirmación anteriormente que puede resultar escandalosa para muchas personas que se autodenominan cristianas. He dicho que la afirmación de Dios como padre (no Padre) pertenece a una visión agraria de la conciencia humana. Y resulta que Jesús llama a Yahveh “Abba” papá. Dejo al margen el problema que con respecto a esta denominación de Dios se puede plantear en una visión teonómica del cristianismo, como es la que van aventurando los “sabios” (que no son los conocedores, sino los que experimentan al Ser en profundidad). Es totalmente cierto que Jesús y muchos místicos de toda la historia (de visión heterónoma) llaman a Dios, o a lo Divino, “Padre” pero siempre lo hicieron dentro de la experiencia de lo transcendente que embargaba sus vidas, profunda experiencia sutil o de más alto nivel, de la que carece totalmente la mentalidad promedio de nuestra época y al carecer de la misma utiliza la misma palabra pero sin su densidad transcendente-inmanente. Hablan pero no saben de lo que hablan porque no lo han experimentado, y utilizan la palabra padre como figura autoritaria o incluso amorosa, pero falta totalmente de profundidad, de experiencia esotérica en la que el espíritu (que somos) palpa su comunión con lo Divino. En las exequias se utiliza la palabra padre con un sentido totalmente exotérico, superficial, como aquel al que hay que suplicarle, aquel que tiene el poder y que está separado.
“No debe extrañarnos que, durante este período (racional primero y medio) los rituales culturales y las actividades religiosas exotéricas fueran dirigidas hacia “dios padre”... la gran imagen fetichista de un padre que podía prometer (pero no ofrecer) la liberación de la culpa, de la mortalidad y de la existencia separada.” Dice Wilber hablando de la aparición de la figura paterna en la historia y del uso de la palabra padre referida a lo Divino.

Resumimos ya las formas de luchar contra la presencia de la muerte en la vida de los hombres de la época racional.

Además de las de las época anteriores, potenciadas por el ego racional que emergió del substrato inconsciente...

La aparición del pensamiento, del mundo conceptual.
El tiempo lineal o histórico.
La disociación entre los elementos del hombre: cuerpo y alma.
La inmortalidad del alma.
El cuerpo reprimido.
La aparición del padre, centro de la familia.
La herencia.
La cultura científica.
La cultura de los rituales católicos.

Hasta aquí este somero análisis de los sustitutos de inmortalidad. Pero, ¿Hemos de quedarnos aquí? ¿Qué camino han seguido los místicos para transcender este miedo y esta muerte, este final del tiempo?
Transcendemos la muerte al caer en la cuenta de que somos Unidad, no entidad separada. En lenguaje cristiano decimos que la Resurrección aquí y ahora, está fuera del tiempo.

No voy a insistir en ninguna doctrina de tipo confesional, solamente haré una referencia al cristianismo. Ya he publicado en este mismo blog mi visión cristiana de la teonomía y la resurrección. Ahora quiero exponer unas ideas que proceden de las experiencias de los místicos, sin atenerme, como he dicho, a ninguna institución, sino sólo a las líneas fundamentales de la llamada Filosofía Perenne, experiencias que nos hacen vislumbrar en esta época de la racionalidad y de la transracionalidad una verdadera dimensión vital más allá de todos los mitos (en sentido exotérico), magias y negaciones que han ido poblando la conciencia humana en su evolución como paliativos a la muerte.

La modalidad de conciencia ligada al tiempo, o sea, nuestra conciencia de entidad separada, de nacimiento y muerte está profundamente enraizada en el psiquismo humano. Es más, hay identidad entre el hecho del nacimiento y de la muerte con el de conciencia de identidad separada. Ya hemos dicho que el autoidentificarse como ser separado por sí mismo conlleva el miedo al otro (no te percibes como Uno, sino como “yo frente a” y la muerte en este caso siempre aparece como la destrucción más que posible, segura, del yo). Caer en la cuenta de esto, de que nos identificamos con la conciencia de una falsedad (ser separado) es resucitar hoy y aquí, es vivir la Vida eterna, atemporal, que no tiene futuro. Cuando caemos en la cuenta de que no somos un ser separado, sino una persona en sentido óntico, y por consiguiente, nos damos cuenta de que somos lo que somos en esencia, Totalidad. Y Totalidad es todo, es materia, es biología, es carne, es psique, es espíritu, es Ser y no-Ser, es Nada, abarca todos los contrarios y los integra en la Unidad del Ser. Es apariencia y Realidad, es el mundo manifiesto y el no-manifiesto. No es tiempo ni es espacio porque los abraza e integra a ambos, a la vez que los transciende. Es, podríamos decir, la Simplicidad, la Eternidad. Aunque todo cuanto podamos decir sobre la Totalidad es puro humo, no podemos para referirnos a Ella sino señalarla con el dedo de nuestro lenguaje, pero conscientes de que el lenguaje no es la Totalidad, aunque lo es y lo es en su totalidad pues en ella no hay partes. Necesariamente hemos de usar el lenguaje contradictorio, oximorónico, porque en la Totalidad no hay contradicción, aunque la abarque.

Cuando (nuestro) sentido de identidad se deriva directamente del Ser y no nos vemos como entidad separada, cuando nos liberamos del devenir como necesidad psicológica, nos liberamos de todo miedo, nos liberamos del miedo existencial a la muerte, porque no buscamos la permanencia donde no está (en el mundo del nacimiento y de la muerte, de la pérdida y del éxito). Entonces sabes que “nada real puede ser amenazado”. Cuándo éste sea nuestro estado de Ser, hemos resucitado. Y este paso hay que darlo en vida en el cuerpo y el alma mortales y con ello la misma experiencia de pasar por el aro de la muerte cambia totalmente de sentido. Es simplemente el final de una ilusión, de la ilusión del yo separado, del tiempo y del espacio, ilusión tan fuerte en (nuestra) la conciencia que se identifica con ella. Lo que hicieron los místicos con sus métodos espirituales y meditativos de muchos años y su amor a los hombres y a todos los seres creados fue transcender esa ilusión y llegar a la Unión (con Cristo, Dios, Buda, Brahman, Alá, Yahveh...), así “cuando les llegó la hora de la muerte biológica, del final del tiempo, no murieron” puesto que ya habían muerto a la ilusión y resucitado a la común unión. O sea, simplemente se acabó la temporalidad, pero no entraron en la Eternidad, pues en la Eternidad no se entra, en la Eternidad somos y nunca hemos dejado de ser.

Por supuesto que negar la muerte, negar su existencia en este mundo de lo relativo, es estúpido. Es cierto, a mi entender, lo que afirmaba Unamuno de que es la destrucción de mi yo, pero mi yo es una sensación falsa con la que me identifico y por eso me aterra su destrucción.

No creo que se trate de dar un salto hacia la eternidad, en la eternidad no se puede entrar, como acabo de decir. Si se pudiera entrar, tendría un principio y por lo tanto no sería eternidad, sino tiempo. En la eternidad ya estamos, eternidad ya somos, el tiempo no es sino la cáscara que cubre esa dimensión profunda del Espíritu del que en nuestra apariencia temporal no somos sino manifestaciones, pero, es sólo eso apariencia. Nunca hemos dejado de ser Espíritu, nunca hemos abandonado la casa del Padre, de la que nos habla el salmo bíblico, nunca hemos dejado de ser Cuerpo Real de Cristo. La muerte es semejante a la ruptura de la cáscara.

¿Es, pues, nuestra vida en el tiempo un caminar hacia un punto Omega, hacia un punto final que podríamos llamar Resurrección? Para responder a esta pregunta quiero traer a colación unas palabras de Wilber, extraídas de un artículo suyo titulado: ¿Avanzamos hacia Omega?

“...Es necesaria cierta evolución para poder terminar saliendo de ella, saliendo del tiempo y adentrándonos en lo atemporal, en el conmocionante reconocimiento de nuestro yo auténtico, el yo anterior al Big Bang, el Yo completamente ajeno al mundo del tiempo, eternamente resplandeciente en este y en todo momento, el yo que no se ve afectado por los estragos del tiempo y la enfermedad del movimiento en el espacio. Nuestra conciencia primordial no radica en ningún punto omega sino en la vacuidad de la que todo emana, resplandeciendo en todas direcciones pero englobando, a la vez, todo tiempo y todo espacio por el sencillo motivo de que la eternidad está enamorada de las producciones del tiempo y el infinito de las del espacio.
… El juego finaliza con ese atisbo primordial en que lo único que perdura es el resplandor...”

Todas las formas (la vida terrenal y la muerte) son impermanentes, no son ni buenas ni malas, esto es un juicio de nuestra mente, simplemente son. Y lo único Real es la Totalidad.

Nota:
Con lo dicho a lo largo de este artículo puede ser que alguien pueda pensar que yo creo que los sacramentos cristianos, y en particular la eucaristía, sean invenciones mágico-míticas de nuestra conciencia ilusoria de identidad separada. Por ello quiero añadir esta nota aclaratoria.

Ciertamente que en el núcleo del ritual de los sacramentos podemos no encontrar nada que no pertenezca a las profundas raíces de la conciencia primordial, como en otras formas rituales de cualquier forma religiosa elaborada por los hombres (lo son todas, por supuesto), pero...
Cualquier sacramento religioso puede ser utilizado de forma exotérica, como he avanzado ya varias veces en este artículo, (en cuyo caso quien lo entienda así parece verse movilizado por la dinámica psicológica promedio, a la que se encarga de reforzar, tomando “el rábano por las hojas”, utilizándolos como certificado de garantía de “salvación” después de la muerte) y de forma esotérica (transcendiendo la mentalidad promedio y abriendo camino a impulsos auténticamente supraconscientes con los que vamos desidentificándonos de nuestro pequeño yo).
Un determinado rito, o ceremonia, puede actuar como símbolo (en cuyo caso se refiere a niveles de identidad y realidad superiores, sutil, causal, no dual...) o como mero signo (en cuyo caso ratifica y consolida el nivel de realidad mundano, la garantía de “gracia”, de “salvación”). El símbolo te pone en camino de una verdadera transformación, de una metanoya que exige de ti una ascensión en el nivel de conciencia en el que te halles, en cambio el signo no te pide ninguna transformación, simplemente te ayuda a adecuarte más con tu nivel de conciencia, puede ser una llamada a una mayor adecuación con las normas (mandamientos de la iglesia, la muy mal llamada “ley de Dios, o diez mandamientos”); un ejemplo nos puede iluminar bastante: en un bloque de ocho pisos el símbolo te está pidiendo que subas por las escaleras a un piso más alto, o a más de uno, el signo simplemente te está pidiendo, si es que lo pide, que cambies de lugar tus muebles sin subir más arriba. Por tanto, según el estado psicológico del individuo que los experimenta y de su grado de comprensión, el mismo rito, el mismo mito pueden desempeñar funciones muy diferentes. En esta línea, la misa católica para unos pocos es realmente simbólica y transformadora, pero para la mayoría de los cristianos no es sino un signo de la expectativa de inmortalidad del yo separado. La oración para unos pocos es contemplación, para la inmensa mayoría: petición.

José A. Carmona

martes, 8 de septiembre de 2009

Miedo existencial a la muerte... (2ª parte)

Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).

Segunda parte

La época mítica

A esta época también se la llama con otros nombres: agraria, mítico-pertenencia, tribal...

Los comienzos de este período mítico los sitúan los estudiosos del tema en torno al año 12.000 -10.000 antes de Cristo. Dice Joseph Campbell en su libro sobre la Mitología Primitiva (Alianza Editorial) que en esta época (mítica) floreció un tipo de organización social casi completamente opuesta a la de los pueblos cazadores. La conciencia dio un salto tal (ya venía de miles de años atrás) que apareció el lenguaje plenamente desarrollado (paratáxico), el cual hizo posible la nueva estructura social del humano: la agricultura.

Cuando el ser humano se convirtió en campesino sufrió la más importante mutación de conciencia que jamás haya experimentado el hombre. La agricultura fue el efecto más evidente de esa mutación en la estructura de la conciencia del ser humano.

El mundo del tifón, como ya hemos dicho, había dejado de ser prepersonal, pero se hallaba fundamentalmente centrado en el presente fugaz, la inmortalidad consistía para el cazador en seguir vivo hasta el día de mañana. Pero el mundo agrícola es el del presente extendido, un mundo en el que hay que llevar a cabo los preparativos para cosechas futuras. El campesino trabaja en el presente por unas cosechas que se recogerán en el futuro, no mañana, ni pasado, lo cual supone una expansión de sus pensamientos, de sus acciones y de su conciencia más allá del presente fugaz y una demora de los impulsos inmediatos en aras de objetivos canalizados por su mente. Con el advenimiento de la agricultura el ser humano entró en el mundo del tiempo y de la comunidad temporal extendida, ampliando su horizonte vital, su conciencia hasta llegar a incluir el futuro. Fue un medio para alejar Thanatos, a la vez que un alimento para su vida (Eros) no sólo biológica, sino también psíquica.

Esta conciencia agraria ha terminado transformándonos a todos, pues todos demoramos los frutos de nuestro esfuerzo y trabajo, cobramos el salario, o la pensión a fin de mes, esperamos trabajando a la edad de jubilación, yo escribo esto esperando que sea leído por alguien..., la medicina (tanto la alopática como la homeopática) lo que hace es demorar el fin de la vida terrenal. Estamos distanciando a la muerte con el tiempo y no vivimos la Eternidad que se esconde dentro de él.

La agricultura promovió la aparición del refuerzo demorado: trabajar ahora para el futuro. Para ello fueron necesarias formas de control muy poderosas. Y todo ello fue posible gracias al aumento masivo de la población comunal, a la diferenciación de habilidades físicas y a la proliferación de ideas mentales. Tres elementos que aparecen en el hombre mítico.

Pero ¿por qué y sobre todo cómo tuvo esto lugar? ¿Qué es lo que posibilitó y movilizó a comunidades enteras a renunciar a la gratificación impulsiva por objetivos más elevados ubicados en el futuro?
Ello fue posible gracias a la emergencia del lenguaje y estimulado por una acometida nueva y más intensa de la muerte.

La agricultura fue simultáneamente una experiencia de crecimiento y una búsqueda de seguridad. La conciencia del ser humano se expandió y le permitió presentarse el futuro (al principio posiblemente hasta la próxima cosecha, luego se fue ampliando sin duda), y a su vez planificarlo. A la vez cobró una conciencia más vívida de su mortalidad que le obligó a proyectar su existencia hacia el futuro, para encontrarse consigo mismo el día de mañana (perpetuarse en el tiempo). Que es lo que seguimos haciendo, y creo, como ya he dicho,que está muy bien hecho, pero a su vez viviendo a través de la contemplación y el Amor la almendra que envuelve la cáscara del tiempo: la Eternidad, la Vida. A la vez adquirió una nueva sensación de identidad, el yo mental, y la agricultura cumplió con la función de consolidarla.

Parece casi seguro que esta época estuvo acompañada de una nueva acometida de la muerte, porque por aquellos siglos y milenios nos encontramos con la práctica común de celebraciones de enterramientos. Y los enterramientos constituyen un intento de hacer frente a la impronta de la muerte, a la que se quiere vencer con los rituales.

A mayor conciencia en el ser humano, más conciencia de la propia contingencia. Por ello, el yo separado debió crear un nuevo mundo temporal más expandido en el que proyectar imaginariamente la continuidad (ilusoria) de su propia existencia. Este yo tenso, extendido fue el que inventó la agricultura para comprar tiempo, para evitar la muerte y preservar su sensación (en un nivel superior al del tifón, al del hombre mágico) de identidad separada.

El tiempo, pero, ahora ya extendido, proyectado hacia un futuro, y no hacia mañana, siguió (y sigue) siendo un instrumento de lucha contra Thanatos y un alimento de Eros.

La conciencia agrícola permitía que los hombres y mujeres pudieran reunirse en comunidades que no eran simples hordas de cazadores, como las del hombre mágico. Se trataba de pueblos y aldeas con muchos habitantes (Recordemos los pueblos caldeos, los egipcios, sumerios...). Esto demuestra la transcendencia evolutiva de este nivel. La conciencia agrícola era una conciencia de pertenencia a un grupo, a una tribu (de conciencia comunal), una forma de unidad superior en el camino hacia la Unidad suprema o última, por otra parte una conciencia agrícola significa que se ha dejado de depender del alimento ocasional, o sea que la conciencia agrícola era una conciencia temporal, que transcendía el presente simple, que se labraba un futuro.

Ahora bien, la dinámica psicológica esencial de esta conciencia fue la represión de la muerte y su principal vehículo fue el lenguaje. Ya hemos dicho que el tiempo siguió siendo un vehículo de represión de la muerte, pero el específico de la época de pertenencia fue el lenguaje. Dicen muchos investigadores que el lenguaje es el gran vehículo del tiempo y de la representación temporal. Con el lenguaje se pueden representar una cadena de acontecimientos y proyectarlos más allá del presente inmediato. Es una actividad de una identidad ya mental, no meramente corporal.

El rasgo característico de la estructura mítica o tribal es el mismo lenguaje. Por eso el nivel de conciencia de pertenencia o mítica es el adecuado para mantener una cultura agrícola temporal.

El yo propio de la estructura de pertenencia era, en suma, un yo verbal, y como el lenguaje transciende el presente, el yo transciende el cuerpo, podía ver el mañana, demorar y canalizar sus deseos corporales… así la naturaleza humana pudo alcanzar un nivel nuevo y superior.

El paso de la imaginería mágico/emocional/pránica, propia del tifón, a la mentalidad lógico/racional/ conceptual, que comienza en la época mítica y llega a su plenitud con el paso a la época racional, no fue un salto en el vacío, sino que atravesó por un estadio intermedio de cognición mítica, lo que en un tiempo se consideró como una combinación entre magia y lógica que informa y estructura los primeros estadios del lenguaje. De todas formas al final de la época mítica el lenguaje estaba totalmente formado.

Es la época de las civilizaciones clásicas: Egipto, Babilonia, Sumer, la civilización azteco-maya en México, la Shang en China, la del valle del Indo, la micénica, la antigua Grecia.

El lenguaje, según una teoría defendida hoy por la mayoría de antropólogos culturales, debió haber provocado cambios tan dramáticos en la atención del hombre a las cosas y a las personas y debió permitir tal intercambio de información que debió dejar rastros arqueológicos. Por supuesto que debió haber una comunicación por gritos y sonidos guturales entre los homínidos anteriores, pero no un lenguaje propiamente verbal, pues exige la presencia de un nivel de conciencia más elevado que el nivel corporal.

Fue la nueva mentalidad lingüística la que desarrolló la agricultura, la que la hizo posible, no a la inversa, pues gracias al lenguaje la mente verbal podía diferenciarse a sí misma del yo corporal anterior (el hombre mágico o tifón), podía escapar de lo inmediato y concebir y mantener objetivos de largo alcance.

A partir de este momento, la humanidad se podía reproducir físicamente alimentándose, biológicamente por el sexo y culturalmente (mediante la mente). La reproducción de la mente humana generación tras generación es un acto de comunicación verbal. Esta comunicación no es un nivel superior de la biología, sino que la transciende, porque lo orgánico de otro nivel (verbal y mental) deja de ser orgánico. Se trata de un nivel transorgánico, transbiológico, un verdadero salto cualitativo en la evolución transcendente. “Es un verdadero salto a otro plano” se trata de un nivel supraorgánico (A.L. Kroeber).

Consecuencia de este nivel supraorgánico fue el control del cuerpo, la mentalidad agrícola, la conciencia temporal y la capacidad para elaborar un extenso simbolismo verbal. Creó todo un mundo de símbolos mentales con los que operaba en lugar de hacerlo con el mundo natural, como había sucedido hasta entonces. Pensamiento operacional concreto, lo llama Piaget, porque opera sobre el mundo y lo transciende vía pensamiento representacional.

Los símbolos, que indican a la vez presencia y ausencia de lo simbolizado, no son físicos, como la mente tampoco lo es, sino un nuevo nivel de realidad, el nivel simbolizado. Se trata de significados transcorporales, transempíricos, transtifónicos y supraorgánicos. Los símbolos son presentacionales o creativos y representacionales o reflexivos.

La humanidad descubría un nivel de conciencia, que estaba operando en un nuevo plano, un plano intersubjetivo de símbolos compartidos que literalmente transciende las fronteras de los organismos separados a través de una red de participación y comunicación intersubjetiva. Es la función del lenguaje. La mente verbal-pertenencia era simplemente una forma nueva, superior y más ampliada de unidad en el camino que conduce a la Unidad.

Con este mundo simbolizado la muerte era alejada más y más del presente subjetivo. El hombre vivía proyectado más allá de su organismo concreto, y en la comunión intersubjetiva se diluía la presencia de Thanatos, a la vez que se alimentaba Eros y así crecía más y más la (falsa) sensación de identidad separada. En la comunidad intersubjetiva la muerte no tenía cabida en el presente, siempre quedaba relegada en el tiempo que se abría hacia el futuro. O sea empezaba a ser tiempo. El miedo a Thanatos encontraba una nueva y superior defensa: el simbolismo.

La agricultura (no tanto al principio en el que se utilizaba el palo y una azada rudimentaria, sino más tarde el arado) produjo un excedente de alimentos y bienes que pronto terminaría transformando por completo la faz de la historia. Este superávit liberó la conciencia para dedicarse a tareas diferentes y más especializadas: matemáticas, alfabeto, escritura, calendario… Por supuesto que esto no era lo que hacía el promedio de los hombres, sino algunos especializados. Hacia el sexto milenio aparecieron castas dedicadas a tareas específicas (sacerdotes, administradores, educadores…). Hacia el año 3200 a.C. ya se habían elaborado las primeras creaciones realmente mentales: alfabeto, calendario, escritura… El yo verbal-pertenencia fue capaz de cultivar el mundo material y de permitir el acceso a la mente. Esto no podía hacerlo el yo corporal del hombre tifónico.

Los hombres de esta época necesitaban transportar buena parte del excedente de alimentos y para ello habían de emplear mucho tiempo. Era necesaria una forma mental de intercambio material, fue la misión del dinero. El dinero simbolizaba una cantidad determinada de bienes materiales. Se transportaba el símbolo no los bienes.

Y todos estos avances fueron posibles gracias a la emergencia de la mente simbólica, la primera gran transcendencia de los mundos material, corporal y natural (niveles 1 y 2).

La agricultura, el tiempo y el dinero fueron tres pasos en la evolución de la conciencia. Y a la vez tres poderosos sustitutos de inmortalidad, que el hombre se aplicaba a sí mismo.

Estos avances suponen un paso adelante hacia la Unidad, un acercamiento y a la vez una nueva posibilidad de desvío. Pero, cada nuevo estadio evolutivo conseguido no sólo nos acerca a Dios sino que también se está resistiendo a él, el hombre en el fondo de su ser sabe que su verdadera naturaleza es Divina, que su meta en la evolución es su unión con la Unidad, con el Espíritu y por eso la quiere, pero a la vez la teme, pues para conseguir su meta ha de morir (a su falsa identidad separada, a su yo, la muerte física), y por eso va creando obstáculos para que Thanatos no llegue a alcanzarle. Comete un grave error: identifica su naturaleza divina con su pequeño yo separado, individual, concreto, así, para buscar esa inmortalidad que coloca en su pequeño yo va creando desviaciones constantes en su camino hacia la Unidad.

Es muy probable que desde los tiempos tifónicos, hayan existido formas rudimentarias de dinero, pero el auténtico dinero sólo aparece en los mercados de las ciudades de las sociedades agrícolas. El dinero expresa la capacidad de una conciencia superior y nueva para representar y simbolizar los niveles inferiores de la realidad y el poder transcender el intercambio físico por medio del simbólico. Por el contrario el dinero se puede convertir en un símbolo muy poderoso de la inmortalidad y de la cosmocentricidad, desviando hacia falsos símbolos, lo que en sí es el impulso natural del ser humano.

Uno puede convertir la simple acumulación de dinero, que no es una transcendencia vertical, en un fin en sí mismo, en lugar de utilizar el dinero para fomentar una transcendencia vertical hacia niveles superiores de conciencia. “El dinero es un sustituto de la religión, un intento de encontrar a Dios en las cosas” “Con el dinero resulta posible comerciar con la inmortalidad en la misma plaza del mercado, sin necesidad de acudir al templo” (Becker).

El nuevo yo, que es verbal, de pertenencia, supraorgánico constituyó una verdadera ampliación y expansión de la conciencia. Pero a la vez se enfrentó a una visión también nueva y expandida de la muerte y se vio abocada a una visión también nueva y expandida de negarla a través de los símbolos y a la vez conoció nuevas formas de cosmocentricidad. Estas nuevas formas de negarla fueron el excedente de bienes, el dinero, el oro.

La agricultura es tiempo, el tiempo es oro. Los tres son símbolos de un excedente de vida que expresan y representan, por una parte, una ampliación de la conciencia y, por la otra, la negación ritual de la muerte y la cosmocentricidad heroica. Pasos verdaderos hacia Dios, hacia la Totalidad y también posibles desvíos hacia nuevas modalidades de la negación del final de esta existencia, hacia la afirmación total de nuestro ego.

Sólo en los dos estadios extremos de la evolución (el letargo subconsciente o nivel arcaico o pleromático, y el despertar supraconsciente, o nivel no-dual, iluminación, salvación o resurrección) el ser humano se encuentra plenamente satisfecho. Los intermedios son duros. El estadio del ego está a mitad de camino entre el letargo inconsciente y la iluminación total, por ello es el más incómodo. Este estadio del ego comenzó hacia el 3.000 a.C. con la crisis de la estructura de pertenencia.

Desde el mismo comienzo de la evolución, del despertar de la humanidad, ésta percibió de alguna manera que su verdadera naturaleza era Dios. Este imán la impulsó hacia delante y hacia arriba, pero a la vez la condujo a buscar todas las estructuras sustitutorias, al unión en la Unidad. Cada una de esas estructuras fue creada como un sustituto de Dios y fue abandonada cuando dejaba de ser operativa (cuanto Thanatos vencía a Eros).

El mismo proceso tuvo lugar también en la naturaleza, pero en el ser humano la evolución fue tornándose consciente de sí misma (Huxley). Cada estructura de conciencia ha de ser integrada en el nivel superior como parte, así el hombre está atrapado entre lo que puede llegar a ser y el lastre de lo que ya fue. La tarea consiste en integrar las diferentes estructuras. La creciente complejidad de la conciencia ofrece nuevas oportunidades y a su vez conlleva nuevas responsabilidades.

En el breve período de unos pocos miles de años, la conciencia agraria floreció espectacularmente en las ciudades-estado y en las teocracias de Egipto y Mesopotamia. Según Spengler el catalizador hay que buscarlo en una nueva sensación y experiencia de la mortalidad, un nuevo miedo a la muerte y al mundo. Precisamente la grandeza de Egipto hay que buscarla en el culto a los muertos. Es la vertiente negativa de la unión en la Unidad: apartar la presencia de Thanatos, y esto nos impide realizar nuestro verdadero ser. Las obras de los egipcios fueron titánicas, pero sus sentimientos eran infantiles, querían prolongar el breve lapso de la vida del hombre con sus placeres hasta la eternidad (que se concebía como duración sin límites). Negar de una vez por todas a Thanatos. La inmortalidad estaba, residía ahora en la acumulación de oro, de monumentos, del poder manifiesto, no en la comunión totémica.

En cuanto al aspecto erótico o positivo de la unión en la Unidad, al intento del hombre de ser cosmocéntrico, omnipotente, divino…dice Campbell: “Los faraones creían en su divinidad temporal, y también cuantos les rodeaban” es decir estaban todos locos. Pero esta creencia en la divinidad temporal es propia de todo proyecto de unión en la Unidad, es un ingrediente de la dinámica esencial y universal de dicho proyecto, aunque asuma miles de formas diferentes. Nosotros también creemos que nuestra dimensión temporal es cosmocéntrica, divina e inmortal. Cualquier yo separado está loco en cuanto que se siente a sí mismo como el centro del universo. El error está en confundir lo que en esencia somos (de la misma naturaleza del Ser) con nuestro yo separado, con nuestra sensación de identidad separada que no es sino la mera manifestación temporal del Espíritu.

Al expandirse la conciencia, los hombres ampliaron no sólo el campo positivo, el acercamiento a Dios, el acercamiento a las formas transpersonales, sino también el aspecto negativo de este proyecto de unión en la Unidad, de la unión con Dios, con el Espíritu.

Egipto fue la mayor civilización, la mayor gratificación cultural sustitutoria de lo Eterno desde que el hombre salió del paraíso inconsciente. Pero también en Egipto existe Dios manifestado en un crecimiento excepcional de la conciencia, la creatividad y la cultura.

Si la humanidad como un todo se estaba acercando a los reinos supraconscientes, cada vez debía ser más fácil que hubiera individuos que accedieran a esos dominios… y ciertamente en ambos períodos de pertenencia han aparecido multitud de restos arqueológicos (sacras, ritos, actos sagrados) que hablan de una profundización en el misterio que gravita sobre el hombre. En contraste con el espíritu infantil de la magia de los cazadores tifónicos, una nueva profundización se logra en los horrendos ritos y mitos de la culturas agrícolas. “Eran horrendos y espantosos porque en el rito central de las grandes religiones de estas culturas nos encontramos con la clave secreta de los estados últimos de la transcendencia, pero también con las más aberrantes profundidades de la crueldad humana: Sacrificios humanos, canibalismo…”
¿Por qué esto?

La figura dominante de todas las religiones propias de las culturas del período mítico-pertenencia es la Gran Madre, la magnánima diosa Tierra, la madre dadora de vida, la que recibía a los muertos y los disponía para el renacimiento. Pero ¿la Diosa Madre representaba la transcendencia real o simplemente un deseo infantil de protección? ¿puede ser explicada exclusivamente en función de términos biológicos o psicoanalíticos, o realmente se ha de recurrir a interpretaciones místicas? Ambas posibilidades son igualmente ciertas, no podemos descartar ninguna según afirman los peritos en la materia.

Por todas partes existe evidencia manifiesta de que la Gran Madre está especialmente presente en las estructuras tifónicas y de pertenencia y domina la psicología de ambos estadios. Se trata de una generalización. Existe un paralelismo ontogenético indiscutible, el recién nacido carece de un verdadero yo personal. A medida que el niño va diferenciándose se encuentra con la madre, que es para él el mundo entero (en lo filogenético igual, la Gran Madre). La madre es el único personaje con el que el niño representa el drama de la separación.

Las relaciones existentes entre el yo corporal y la Gran Madre no son circunstanciales sino existenciales y giran en torno a los grandes temas ser versus no ser, vida versus muerte. Así la Gran Madre es a la vez la Gran Protectora y la Gran Destructora… la Buena y la Mala Madre.

En el período en que la humanidad está separándose de la naturaleza (madre naturaleza) y de la fusión con el medio (el gran entorno), saliendo de su etapa arcaica, su constante interlocutor es la Gran Madre.

Por estas razones si nuestra aproximación a la Gran Madre es buena, ella se convierte en la gran Protectora, mas si es mala, se transforma en Destructora vengativa. Aquí se asienta el fundamento psicológico del ritual. Para que no se convierta en Destructora es necesario llevar a cabo determinados ritos. Las figuras femeninas, muchas de ellas encontradas en santuarios, parecen haber sido los primeros objetos de culto del homo sapiens. Ya en el paleolítico, hace decenas de miles de años, aparecen vestigios de la Gran Madre, pero en la época de la que hablamos, de hace unos 6.000 hacia nosotros los hombres eran más conscientes de su contingencia y más conscientes de lo que la Gran Madre era y requería. Y lo que exigía eran sacrificios humanos.

Los símbolos asociados a la Gran Madre por asociación natural son: útero y luna, (ciclo lunar, ciclo menstrual,) – mantenido en la liturgia de la iglesia católica. La Gran Madre – la Luna. La Luna es el consorte de la Tierra, la luna o cualquier símbolo lunar (la serpiente lunar, el toro lunar…) es el dios-consorte .

Sucede que al final del ciclo lunar mensual la luna desaparece, se oculta en el mundo subterráneo y surge a los tres días. Observando este hecho natural la mente simbólica, o sea, que opera con significados no sensoriales, no perceptibles por los sentidos, del hombre mítico elaboró la siguiente afirmación, que se ha hecho expresión del Misterio en muchas religiones: el consorte de la Gran Madre es el dios-que-muere-y-a-los-tres-días-resucita.

También la mente simbólica del hombre mítico elaboró, viendo que a un cuerpo sin sangre le faltaba la vida, esta afirmación simbólica, que se ha mantenido en su fuerza mistérica hasta nuestros días: equiparación entre la sangre y la vida. La mentalidad primitiva asociaba el embarazo a la sangre menstrual, no a la cópula (hay muchas cópulas sin embarazo, pero durante el embarazo queda suprimida la pérdida menstrual). El hombre era sencillamente el portador del falo, y cualquier falo era igual que otro. Por eso la Gran Madre es representada como una virgen, no porque no mantuviera relaciones, sino porque no pertenecía a ningún hombre. Según esto ella, la diosa de la fertilidad es al mismo tiempo madre y virgen, la hetaira que no pertenece a ningún hombre.

En el pensamiento poleológico o mítico, la Gran Madre es, al mismo tiempo, madre y amante y su consorte es al mismo tiempo su marido y su hijo. No se puede hablar con precisión de padre, porque el principio paterno aún no ha entrado en escena, aparecerá más tarde con la aparición del ego, y de la función del varón dentro de la familia. La Gran madre siempre se presenta como la novia y como la virgen madre de Dios.
La substancia de la nueva vida es la sangre menstrual, de ahí la vida corporal depende de la sangre, quitar la sangre equivale a quitar la vida. La Gran Madre necesita sangre para crear nueva vida.

Uniendo ambas afirmaciones comprendemos la lógica de los sacrificios rituales humanos: el consorte simbólico de la Gran Madre (hombre o animal) es sacrificado sangrientamente, muere y según muchos ritos (a los tres días) resucita. La Gran Madre acompaña al dios consorte muerto hasta el mundo subterráneo o subacuático y allí consuma su resurrección, asegurando un nuevo ciclo vital, una nueva fertilidad, una nueva luna. La Gran Madre sigue siendo la madre-esposa del dios muerto y resucitado.

Las inmolaciones rituales eran llevadas a cabo literalmente, de ahí que el sacrifico consistiera en la inmolación de seres humanos. Más tarde fueron sustituidos por animales. Al principio fueron inmolados los mismos reyes, considerados los consortes de la Gran Madre..., reproducción ritual exacta de lo que pensaba la mente mítica.

En todo esto vemos la lógica del rito que sigue siendo la misma: el dios debe morir y renacer a manos de la Gran Madre para asegurar la fertilidad, y, con ella, la nueva vida. En Sumeria tales prácticas perduraron hasta una fecha tan tardía como el 2350 a.C.

La civilización y los sacrificios humanos nacieron simultáneamente.

El sacrificio ritual era una técnica para apaciguar y expiar la culpa de la muerte (apaciguando a la Madre Devoradora), asegurando de este modo la continuidad de la identidad separada, y fomentar todo lo posible el poder del yo separado (bajo los auspicios de la Gran Protectora). El ritual es una combinación de las dos vertientes de la unión o fusión de nuestro ser en la Unidad: liberarse de la muerte y aparecer como cosmocéntrico, como héroe (centro de la admiración de los otros), controlando las energías de la naturaleza. Expresa el deseo de vida absoluta, y el deseo de expiar la culpa del yo separado, que se sabe separado y por eso mismo se siente culpable (¿el pecado original?).

Los sacrificios y ofrendas rituales son totalmente congruentes con la lógica del período de pertenencia o tribal, con la estructura de la conciencia mítica. Es el intento de comunión con la Unidad propio de este nivel. Las formas paleológicas de conciencia también se hallaban impregnadas de la intuición de Dios.

Lo mismo podríamos decir con respecto al sacrificio ritual, pues hay dos formas de sacrificio; el literalmente sangriento, y la autoinmolación simbólica. Y en la historia en ambos caso se ha acudido a la misma ritualidad. En la etapa de permanencia tribal la mayoría de los individuos recurrió al sacrificio (a la Gran Madre) como estrategia de sustitución, sacrifico a otro (persona o animal en mi lugar) como mero signo, se entendía el sacrificio como mera exterioridad, mera sustitución. Se trataba de sacrificar a otro ser humano para salvarse uno. Para muy pocos se trataba de un símbolo de transformación y apoyo para la transcendencia, de una muerte al yo separado y una ascensión en los niveles de conciencia. ¿No queda mucho de esto, o todo esto, en nuestra celebraciones? El católico medio con sus obispos y clérigos al frente buscan el signo, no el símbolo. Volveré más en profundidad sobre ello posteriormente. Personalmente fui severamente amonestado por la autoridad eclesiástica por explicar en las clases de la facultad que los sacramentos no son signos, sino símbolos. La mentalidad de la institución católica es claramente mítica, pero la mítica de hace unos 6.000 años.

La mayor parte de los antropólogos modernos no distinguen entre signo (exterior) y símbolo (interior) y por tanto consideran a todos los sacrificios iguales.

Pero, no todos, “Advirtamos que estas ceremonias simbólicas ayudan a sofocar el deseo del individuo de alcanzar la inmortalidad, y que el nuevo destino resucitado del flujo de conciencia es la inmortalidad, la eternidad atemporal del Ser mismo.” (Campbell). Este tipo de ceremonias, rituales, plegarias vividas como símbolos conducía a aceptar la muerte de la sensación de identidad separada, favoreciendo la comunión con la Gran Diosa, que es la misma Gran Madre, en su cariz de bondadosa. Pero sólo en los casos de personas con un alto nivel de conciencia.

La Gran Madre exige sangre, mientras que la Gran Diosa, o Madre bondadosa reclama conciencia. La diferencia externa era: las ofrendas a la Gran Madre iban acompañadas de sacrificios sangrientos (y a veces asesinatos rituales), mientras que la inmolación del alma a la Gran Diosa nunca conllevaba la muerte del cuerpo, era un sacrificio del corazón.

El ejemplo cristiano en Occidente del dios que muere y a los tres días resucita es claro.

Es totalmente inadecuado intentar valorar el significado de un ritual recurriendo exclusivamente a su aspecto externo.

El hecho de erigir una frontera, mantener una sensación de identidad separada frente a la Totalidad requiere un gasto constante de energía, una contracción constante. Esta es la represión primordial, la represión de la conciencia universal y su transformación en un yo interior versus un mundo exterior.

Esta frontera determina dos factores dinámicos fundamentales: Eros y Thanatos. Eros constituye el deseo de recuperar la Totalidad anterior perdida en el momento en que se erige la frontera entre el yo y lo demás. Pero esta recuperación es imposible sin la disolución, la muerte del yo. La sensación de identidad separada se resiste y Eros no puede lograr la unión deseada, por ello se ve obligado a buscar paliativos simbólicos sustitutorios de la Totalidad perdida, sustitutos de inmortalidad. Eros jamás puede verse saciado, es el hambre ontológica.

La frontera existente entre el yo y los demás es irreal, debe ser constantemente recreada y así lo hacemos, y lo que es peor, nos creemos que esa es la realidad. Al mismo tiempo la Totalidad empuja para derribar esa barrera: esa fuerza que empuja contra la barrera de separación es Thanatos, que conspira instante tras instante por derribarla. La realidad conspira instante tras instante por derribar esa barrera. El objetivo real de Thanatos apunta hacia la transcendencia. Thanatos es el poder del sunyata budista, o sea de la túnica inconsútil de la Realidad, el impulso que impele a transcender las fronteras ilusorias, pero que se presenta ante el yo como una amenaza de muerte que pone en peligro su propia identidad.

Todo aquello que es ajeno al yo actúa como una fuente de Thanatos, pero todo lo ajeno no es sino una proyección de nuestra propia naturaleza profunda, la Totalidad última. Así de nuestro Ser Total se deriva un afán de destruir las fronteras, “un deseo de muerte”. Para reprimirla no hay más remedio que buscar unos medios: los sacrificios sustitutorios.

Estos sacrificios sustitutorios varían según los niveles de conciencia, cuando la sensación de identidad separada es muy débil, no hacen falta grandes sacrificios, cuando, como en el nivel de pertenencia, se alcanza una gran fuera en la sensación de identidad separada, las formas rudimentarias de sacrificios sustitutorios de la época tifónica no son válidos y se han de arbitrar unos nuevos para dominar a Thanatos. Hay que inventar nuevas formas sustitutorias (Eros) y nuevos sacrificios sustitutorios (Thanatos).
Ahora bien, en el desarrollo ontogenético (y también probablemente en el filogenético) el nivel de mítico-pertenencia es el primero en adentrarse en dimensiones temporales que transcienden el momento presente. Y el lenguaje es el instrumento o vehículo que permite desplazarse hacia metas situadas en el futuro.

Pero, este es también el primer nivel en el que Eros dispone, rudimentariamente, de la retroflexión, o sea, de la capacidad de volverse hacia el sistema del yo. Y del mismo modo en que Eros se intro-vierte hacia dentro, Thanatos se extra-vierte hacia fuera. Y cuando Thanatos se extra-vierte se convierte en agresividad asesina.

Según esta visión de la conciencia, Thanatos no es tanto el impulso de regresar a la existencia inanimada, como el impulso de recuperar la Totalidad Última, el estado primordial. Donde quiera aparezca una frontera aparece Thanatos pugnando por su destrucción, y el yo lo experimenta como una amenaza de muerte. Y es esa acometida de la muerte la que se extraviarte en el nivel de pertenencia, asumiendo la apariencia de esa forma de agresividad mórbida, perversa e implacable que constituye un patrimonio exclusivo de la humanidad.

El asesinato, pues, constituye una modalidad de sacrificio sustitutorio, una forma de transcendencia sustitutoria. El anhelo más profundo es destruir el propio yo, pero… es preferible destruir al otro. La única curación posible del homicidio descansa en la auténtica transcendencia. Transcender el yo y matarlo, en lugar de matar a otro hombre.

No negamos la existencia de una agresividad natural, instintiva y biológica. En los animales, mamíferos, humanos. Pero esta agresividad no mata a causa del odio. El coyote mata al conejo porque lo quiere (como posesión), como nosotros podemos querer el alimento.

Lo que negamos es que el odio asesino sea biológicamente innato. “El odio violento es una elaboración cognitiva y conceptual que transciende con mucho la agresividad meramente biológica.” (Arieti).

Se está diciendo que la muerte y el miedo a la muerte están íntimamente relacionados con la elaboración cognitiva que convierte a la simple agresividad biológica en el asesinato desenfrenado de seres humanos.

Esta hostilidad asesina es un estallido de agresividad realmente perversa y desproporcionada. Y la historia de la humanidad que comienza precisamente con el nivel tribal – mítico de conciencia, constituye el relato de los sacrificios sustitutorios, de las guerras, carnicerías y exterminios asesinos.

En la edad tribal, edad, por cierto, muy extensa aunque no tanto como la tifónica o mágica, al aparecer un nivel superior de conciencia, un nivel mental y simbólico (en cuanto que superaba la meramente sensible), el hombre va elaborando nuevas formas de defenderse de Thanatos, de la muerte, algo que siente como necesidad de su propio ser, y en verdad lo es, pero debido a la confusión de identificar su ser con lo que no es, el Ser. Por ello en el sentido transcendente, el verdadero sentido del Ser la lucha contra la muerte no es una necesidad, sino una ilusión generada por otra ilusión: la identificación del yo, del ego con su verdadero Ser.

Estas formas, aparte de las ya creadas por el hombre mágico son el

Tiempo extenso, un tiempo que iba mucho más allá que el del hombre mágico que abarcaba cada momento hasta mañana en que volvería a cazar, sino un tiempo que abarcaba de una cosecha a otra y otra... Un tiempo que ya tenía futuro.

La misma cultura, mucho más densa que la del hombre tifónico. Nos baste recordar todo lo que nos han legado en esta materia los grandes imperios antes mencionados y las culturas anteriores: celtas, iberos, etruscos, pelasgos... y las de China, India... de la época.

Los rituales, ya tremendamente elaborados, sobre todo en la época neolítica. El culto a la gran Madre (Gran Diosa), los enterramientos, embalsamamientos, los zigurats, las pirámides que tenía un claro matiz sacro...

El excedente agrícola, la abundancia de alimento que garantizaba poder alimentarse hasta un futuro mucho más lejano que el mero mañana de la caza...

El dinero, el gran sustituto, el gran falso símbolo de inmortalidad a lo largo de toda la historia hasta nuestros días, en los que la humanidad promedio se ve aún sumida en un nivel muy bajo de conciencia.

La vida en poblados extensos que garantizaban una convivencia inter subjetiva en la que el yo se alimentaba psicológicamente.

El sacrificio siempre entendido por la mayoría de los hombres como un signo sustitutorio y no como símbolo de transformación y metánoya.

Y lo que es mucho peor, los homicidios, asesinatos y las guerras, que en substrato inconsciente de la humanidad sólo responde al tremendo miedo al otro. Sencillamente porque no hemos asumido la Realidad: las fronteras son ilusorias. No hay otro, sólo Uno. “Mi Padre y yo somos uno”