lunes, 14 de enero de 2008

Del mundo chato


Este mundo, o sociedad occidental, en el que vivimos es fruto de una evolución de la conciencia humana que empezó en los mismos albores del caminar del hombre sobre este planeta, pero también lo es de los errores y desviaciones de dicha conciencia, sobre todo del salto cualitativo de la misma más cercano. Me estoy refiriendo a la modernidad, en la cual el pensamiento humano se liberó definitivamente de la esclavitud a las formas de religión, que dictaba qué era verdadero y qué erróneo en todas las formas del pensar humano, incluida la científica.
Por ello nos preguntamos ¿Cuál es la esencia de la modernidad? ¿La esencia de este movimiento de conciencia (también movimiento conceptual) que dio un impulso nuevo a la humanidad en su proceso evolutivo, en su filogenia?
Aparte de otras muchas afirmaciones negativas sobre la modernidad, lo que es su núcleo según Weber y Habermas es: La diferenciación entre los valores culturales. Entre arte, moral y ciencia.
Pero la diferenciación, que trajo tantas cosas buenas, se convirtió muchas veces en disociación y a veces en negación. Lo cual trajo las muchas cosas malas de la modernidad (el desencanto del mundo que afirma Weber).
La ciencia se convirtió en cientif(ic)ismo, materialismo científico, que terminaría siendo el talante oficial de la modernidad. Su principio fundamental terminó siendo: Cualquier realidad que no sea material no existe. La Gran Cadena del Ser no existe es la sentencia el Modernismo, ya que la materia puede explicar por sí sola toda la realidad. Así quedó la realidad reducida, según Whitehead, a un asunto aburrido, mudo, incoloro, inodoro, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material.
El nihilismo y el narcisismo reunidos son un paradigma postmoderno del infierno.
Aunque hasta ahora no se ha conseguido la integración entre ciencia y religión, ha sido, quizás, por el fracaso a la hora de comprender la esencia de la modernidad (la diferenciación de las esferas de valor correspondientes al arte, la moral y la ciencia) y la de la premodernidad (la Gran Cadena del Ser). Así lo interpretan los teóricos del transpersonalismo. Y éste es el tema que nos ocupa.

El significado de modernidad y postmodernidad

Según los historiadores, la modernidad hunde sus raíces en el Renacimiento, florece con la Ilustración y permanece hasta hoy día. Incluye tendencias en: Filosofía, arte, ciencia, cognición cultural, identidad personal (de rol social a autonomía personal), derechos civiles y políticos, tecnología, política…
El término postmoderno tiene un significado lato y uno estricto. En sentido estricto y técnico afirma la noción de que la verdad no existe, que lo que existen son sólo interpretaciones, que son construcciones sociales. Se trata de un postmodernismo radical. Parte de ciertas intuiciones muy buenas pero las extrapola hasta el delirio. En sentido lato se refiere a cualquier corriente que nace como reacción contra la modernidad, o como continuación de la modernidad por otros medios, desde la aurora de la misma.
El “mundo moderno” consiste en una mezcolanza de corrientes premodernas, modernas y postmodernas. Pero, al hablar de modernidad hablo en sentido estricto. Y es ésta la que queremos comprender.

El esplendor de la modernidad

Los valores de la Ilustración liberal de Occidente han sido: igualdad, libertad, justicia; democracia representativa y deliberativa, igualdad de todos ante la ley, libertad de expresión, de religión..., aunque aún quede mucho por hacer.
El mundo premoderno carecía de todos estos valores y derechos. Por ello, estos valores conseguidos, o al menos desbrozados socialmente constituyen el esplendor de la modernidad. En todas las sociedades premodernas había algún tipo de esclavitud. Ninguna de las religiones premodernas se ocupó nunca de esas libertades y derechos. Fue la modernidad y no las religiones la que nos proporcionó esas libertades.
Los críticos, los defensores del nuevo paradigma no parecen haber comprendido la grandeza de la modernidad, aunque no tienen empacho de disfrutar de sus valores. Aunque tengan también sus verdades que han de ser tenidas en cuenta.
Suelen caer en uno de estos tres tipos o corrientes:
.- El revivalismo premoderno. Afirma que el mundo moderno se caracteriza por una conciencia disociada, fragmentada, mientras que las culturas premodernas, tribales poseyeron una conciencia no disociada, eran matriarcales, holísticas… El mundo moderno, según ellos, necesita la recuperación de la conciencia perdida.
Pero, lo cierto es que dichas sociedades no fueron tales, ni su conciencia estuvo nunca unificada.
El revivalismo se apoya en una marcha atrás de la evolución de la conciencia humana. Y ¿por qué la evolución en el caso de los humanos ha de dar marcha atrás? ¿Si en todo lo que conocemos la evolución, con sus meandros, es un camino hacia delante, por qué se entiende que en el caso de los humanos la evolución ha de dar marcha atrás para ir a parar a una sociedad más evolucionada? No es nada lógica esta aseveración, que por otra parte no se confirma con el conocimiento ni de la historia, ni de la filogenia.
.- El paradigma postmoderno (sentido estricto). Su afirmación fundamental y universal es: No hay verdad, sino interpretación.
Es esto simplemente un narcisismo nihilista, no hay verdad, sino ego.
.- El paradigma de los sistemas globales. Reemplaza el atomismo (compartimentos estancos de conocimiento) por el pensamiento sistémico (la red de los conocimientos y de la “realidad”). Pero el problema de la ciencia no es que sea atomística o sistémica, sino monológuica, que no admite ninguna profundidad humana, que niega la existencia de cualquier dimensión que no sea superficial, el monólogo del “ello” frente al diálogo del “yo” y del “nosotros”. Y estos partidarios de los sistemas globales no hacen sino reproducir un sistema monológuico.
Ninguno de estos críticos de la modernidad muestra la menor evidencia de comprender la diferencia existente entre diferenciación y disociación. Esto constituye la base del problema.

La diferenciación es el esplendor

La modernidad se caracterizó por lo que Weber denominó “la diferenciación entre las esferas culturales de valor” (entre el arte, la moral y la ciencia). Ninguna de las visiones premodernas del mundo diferenció claramente la estética-arte del empirismo-ciencia y de la moral-religión. Aunque los revivalistas nos hablen de que el estado anterior a la modernidad era un estado maravilloso, lo cierto que no había conciencia de unidad, sino confusión, prediferenciación y por tanto, era imposible la integración, pues lo que no se ha diferenciado no se puede integrar. Un ejemplo clásico es la iglesia de la Edad Media. No se habían separado iglesia y estado, y esto hizo que el poder de la iglesia fuese totalmente determinante en los estados de su influencia. Ser hereje (apartarse de la comunión con la institución eclesiástica) era romper con el estado, y por ello se condenaba a muerte a los “caídos” en herejía.
La diferenciación de las tres esferas fue la dignidad de la modernidad.

La Bondad, la Verdad y la Belleza

Hablar de arte, ciencia y moral es hablar de Belleza, Verdad y Bondad.
La Bondad se refiere a la moral. Significa que todos los humanos hemos de aprender a compartir el mismo espacio cultural.
La Verdad, en términos generales, no es una verdad ligada a mis intereses o al de los míos, sino a un criterio desapasionado. Es el objetivo de las ciencias en el sentido empírico, y el del conocimiento en sentido pleno.
La Belleza es un juicio hecho por cada sujeto, por cada “yo”. La Belleza está en buena medida o parcialmente en el yo del espectador. Esto supone una forma de educación determinada para captar los diversos tipos de Belleza[1].
La modernidad separó las tres esferas sin que ninguna de ellas tuviera que someterse a las otras, cosa que nunca había sucedido hasta entonces.

El “yo”, el “nosotros”, el “ello”. Los diferentes lenguajes

Cada esfera dispone de un tipo diferente de lenguaje.
La Belleza habla el lenguaje del “yo”. El dominio de lo subjetivo (no de lo individual, no podemos confundir sujeto con individuo), de la intencionalidad.
La Moral habla el lenguaje del “nosotros”. El dominio de lo intersubjetivo, de las costumbres, de las relaciones sociales.
La Verdad habla el lenguaje del “ello”. El dominio de lo objetivo. Realidades que pueden verse de un modo empírico en sentido estricto, o sea, por los sentidos o sus extensiones. La modernidad diferenció los diferentes lenguajes, los reinos del yo, del nosotros y del ello.
Esta diferenciación conllevó acabar con la tiranía de lo religioso y político (nosotros) sobre el yo y el ello. Llevó a reconocer los derechos del yo frente al nosotros (del sujeto frente al estado…). Llevó a que la verdad objetiva no se viera sometida a la arbitrariedad, porque los hechos machacones estaban constantemente mostrando su parte de realidad a los sentidos.
Así apareció la democracia liberal, la igualdad, la libertad, la abolición de la esclavitud, la medicina, la física…
Es el esplendor de la modernidad.

Diferenciación y disociación

La diferenciación y posterior integración es lo que permite que una célula (los cigotos) se transforme en un organismo pluricelular, en un sistema complejo de exquisita unidad e integridad funcional. Pero, en el caso de que algo vaya mal en el proceso de diferenciación nos encontraremos con una patología, y cuando ésta vaya demasiado lejos, el resultado será una disociación o fragmentación (como es el caso del cáncer en los organismos vivos). En este caso se impide la integración posterior.
Si confundimos diferenciación con disociación, confundimos crecimiento con enfermedad, esplendor con miseria, evolución con catástrofe.
Pero, la diferenciación es el modo en que la naturaleza crea unidades más altas e integraciones más profundas. Sin diferenciación no tenemos unidades más altas, ni profundidad. El roble es más diferenciado, unificado e integrado que la bellota y esto lo logra gracias a la diferenciación e integración.
Algunas de las diferenciaciones de la modernidad fueron demasiado lejos, se convirtieron en disociaciones. La modernidad llegó a disociar las tres esferas.
Pronto permitió que la ciencia monológuica dominase al resto de las esferas. Esta es su gran miseria.
El yo y el nosotros se vieron colonizados por el ello. La ciencia se degradó en cientificismo: no hay más realidad, ni verdad que la manifestada por la ciencia. Lo que no podía ser registrado por los sentidos, o sus extensiones, no existía, o como mucho no eran sino puros epifenómenos. Lo que dio lugar al mundo chato.
Fue el colapso del Cosmos.
La visión científica nos ofreció un universo enteramente compuesto de procesos objetivos, descrito en el lenguaje del ello. La visión científica fue, casi desde sus mismos comienzos, una visión sistémica u holística. Pero, se trataba de un holismo totalmente chato, sólo incluía “ellos”. No hay nada en ese holismo que se asemeje a la belleza, la poesía, el valor, el deseo, el amor, el honor, la compasión, Dios o la Diosa.… No hay más que un sistema holístico de ellos interrelacionados, percibidos por el ojo de la carne. Los otros dos ojos de los que habla las Filosofía Perenne (desde el budismo, pasando por los victorinos y S. Buenaventura)
Las culturas premodernas no sufrieron las miserias de la modernidad, pero tampoco gozaron de su esplendor, vivieron en la indiferenciación. Pretender volver a ellas con la excusa de no padecer los problemas de la modernidad es resultado de confundir la diferenciación con la disociación, hay que curar la disociación, pero no volver a la indiferenciación.

El mundo chato afecta a la institución llamada católica

Un problema, mejor, una realidad que constatamos junto con muchísimos pensadores es la de que vivimos en un mundo chato. Vivimos en un mundo sin horizontes de libertad verdadera, por mucho que los políticos, con más o menos razón, hablen de libertad, y se la planteen con una cierta seriedad al menos los que se llaman de izquierdas, pero el caso es que vivimos en un mundo que no va más allá de un bienestar material, de una salud que casi no transciende la del cuerpo (como mucho el cultivo de la mente), con una visión puesta exclusivamente en los años que pasamos en esta tierra, un mundo que ignora la profundidad, la evolución en sus aspectos más elevados, un mundo que ignora al Espíritu, a Cristo, aunque se reúnan masivamente las gentes y los gobernantes para recibir al Papa. Este hecho en definitiva no es más que una superficialidad más en un mundo que sólo sabe de superficialidades. Incluso esas beatificaciones y canonizaciones masivas que mientras estuvo por aquí hizo el Papa anterior y está haciendo éste, y la petición de tantos cientos de miles de ¿cristianos? adocenados de que se hiciera santo al mismo Juan Pablo II. Un hombre que, aunque probablemente con buena fe, se ha opuesto en muchos aspectos a un verdadero desarrollo espiritual de la humanidad. Y pueden que lo nombren santo, como él hizo con Escrivá de Balaguer. En definitiva esto de las canonizaciones pertenece a la parafernalia de la institución católica. No conozco ninguna otra confesión religiosa en el mundo que haga algo similar en cuanto a boato e histrionismo. Pertenece al teatro visual de la iglesia católica. Algo que colabora a la superficialidad de la generalidad de occidente, pero que posiblemente haya cumplido una misión en la evolución o en la involución. Lo malo es que la evolución ha de seguir y todas estas manifestaciones involucionistas impiden el desarrollo. En una palabra, también dentro de la llamada iglesia católica vivimos en un mundo chato. Esta institución luchando contra la Modernidad por oponerse a la religión agraria que la misma institución alimenta, ha caído también en una disociación gravísima y ha abandonado al Espíritu, sustituyéndolo por la ley objetiva. Mientras en la sociedad el cientificismo ha dado el paso siguiente, pues no sólo no se ocupa de las interioridades, sino que niega su existencia, como hemos dicho anteriormente.
La consecuencia de las debilidades de la Modernidad es este mundo chato, de este mundo cuya cultura no ve más allá de sus propias narices. Con ello no me estoy refiriendo a lo mucho avanzado en el mundo de las exterioridades, en esto esta cultura no es chata, todo lo contrario. Me refería y refiero al mundo de las interioridades que el cientificismo ha reducido a puras superficialidades. Esta cultura ha hecho de la mente un cerebro, del pensamiento un epifenómeno del cerebro, del amor un sentimiento mudable, una pura atracción, de la calidad una cantidad…
De hecho en Occidente hemos asistido en el último siglo a un reduccionismo como nunca se había conocido en la historia. La cultura cientificista ha comenzado creyendo que los espacios subjetivos e intersubjetivos podían explicarse por las exterioridades y ha terminado negando la existencia de esas interioridades y como consecuencia del Espíritu. Y así nos encontramos en un mundo en el que las maravillas técnicas, médicas, de psicología conductista, informáticas… son lo normal para los hombres, pero, en el que se niega la existencia del hombre mismo al negarle su propia profundidad, su dimensión interna. Así, como he dicho, la mente se ha reducido al cerebro, la calidad a la cantidad, la verdad a la mentira, los valores a magnitudes computables, la transcendencia interior a meros records olímpicos… Por lo que el hombre se está asfixiando y con él a todo el planeta, porque las armas han sustituido por completo al amor.
No es en modo alguno agradable vivir en un mundo de estas características. Por supuesto que no afirmo con los románticos del ayer que cualquier tiempo pasado fue mejor. La conciencia humana se va desarrollando, va evolucionando hacia una mayor unión con el Espíritu, con Dios, para que todos los hombres podamos decir con Pablo de Tarso: “Vivo mas no ya yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. Estoy totalmente convencido con Theilard de que caminamos hacia la Cristificación universal. Mas en estos momentos, mejor, hace más de un siglo que hemos caído en una disociación de la que hay que librarse. Una disociación que ha separado totalmente las realidades subjetivas y espirituales de los humanos y del Cosmos (con mayúsculas, para indicar su interioridad frente al cosmos con minúsculas del que habla la ciencia externa) de las realidades exteriores de ambos que son las únicas a las que da validez existencial y cognitiva.
Quizás la gran preocupación religiosa que me inunda estos días en los que Occidente (con el Ratzinger a la cabeza) está navegando hacia el infantilismo, a causa de la actitud de poca fe y de mucha superficialidad que inunda a la mayor parte de la llamada iglesia católica, y con el pésimo ejemplo de España en la que se moviliza la ignorancia y superficialidad de una masa de mal llamados cristianos, con algún que otro cardenal al frente, es la de la necesidad de la fe, de la profundidad, de la dimensión dialóguica en este ser social que somos todos.
No quiero, ni puedo definir la fe, pero quiero hablar sobre ella, como expresión dialóguica y profunda que en el hombre brota.
San Juan de la Cruz en su Subida al Monte Carmelo, en la canción segunda de la noche activa del Espíritu dice:
“A oscuras y segura
Por la secreta escala disfrazada,
¡Oh, dichosa ventura!,
A oscuras y en celada,
Estando ya mi casa sosegada”.
Afirma el santo que el alma guiada por la fe, y a obscuras de todo racionamiento (razonamiento) y de toda percepción por los sentidos, camina segura. La fe es ante todo seguridad del Ser, no seguridad intelectual: “A oscuras y SEGURA”.
Lo mismo nos dice Miriam de Magdala, la discípula bienamada de Jesús:
“Sí, como el maestro yo enseño ahora el riesgo. No porque me adhiera a ideas que me han seducido en Él, no porque Él haya decretado que las cosas debían ser así, sino porque he experimentado en mí misma los efectos del riesgo… soy un testigo vivo de lo que Él encarna. He puesto mis huellas dentro de las suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber imitado su actitud, sino de haber descubierto su esencia…
No es una cuestión de creencia (descubrir su esencia)… La creencia es una fuerza ciega; suele reposar en la simple confianza ingenua, a veces en lo arbitrario. Incluso se alimenta de una falta de lógica. Yo (a un joven que le preguntaba sobre el seguimiento de Cristo) hablo de la fe porque la fe es una certeza, un conocimiento directo, y fuera del tiempo, de Aquello que es… así, ya ves, hay muchos creyentes en este mundo, ya que hay muchos seres influenciables y que aceptan que uno piense por ellos lo que debe llenar su alma. Sin embargo, hay pocos hombres y mujeres que conozcan la fe y que la vivan. La fe es una certeza que viene a alcanzarnos hasta la profundidad de nuestro cuerpo.
Es como un soplo que ningún muro ni ninguna prisión podría frenar, os sitúa en el espíritu del maestro, en ese espacio que ninguna palabra podría describir… Ahí es, finalmente, donde el “siempre” se confunde con el “ahora”.[2]
Me preocupa poder plasmar lo que yo estoy experimentando sobre la fe, o mejor, cómo la experimento yo mismo. No se trata de creer en dogmas, en palabras que otros dijeron. Algo, por otra parte, interesante, y necesario para pertenecer a una religión institucional. Creer en lo que dicen los grandes maestros de la mística, y sobre todo Jesús en los evangelios, es bueno y positivo y te puede ir abriendo un camino para llegar a una fe seria y profunda, que sea realmente un apoyarte en la esencia del Misterio, que sea realmente el resultado de la experiencia del Misterio, que es Dios, que es el Ser, que eres tú mismo en comunión de identidad con lo Divino y que percibes cuando vas más allá de tu propio ego corporal y mental, cuando vas más allá de las doctrinas y dogmas impuestos, cuando atiendes a la voz interior que te llama al riesgo, igual que hizo el Maestro de Nazaret.
Todos aquellos que se han soltado de las creencias, y han ido más lejos, han llegado a experimentar el Misterio, han llegado al Ser en sí mismos, han llegado a realizar lo que Teresa de Ávila oyó que le decía Jesús: “Búscate en mí, búscame en ti”. O sencillamente han realizado lo que nos dice Jesucristo en el evangelio de Juan: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto, porque fuera de mí nada podéis hacer…”[3] No es necesaria mucha reflexión para entender que el sarmiento y la vid tienen la misma vida, son el mismo Misterio. Es la comunión con el Cristo, con la Realidad profunda y universal, con la Persona Cósmica del Cristo que no es reducida a ningún lugar, ni espacio, ni religión, con el Misterio, única realidad que existe y que sostiene el Universo[4]y se manifiesta de múltiples formas y maneras en tiempos y lugares también múltiples. Con el Logos como lo llaman el prólogo del evangelio de Juan y también los gnósticos.
El Misterio somos todos, y los humanos podemos ser conscientes de lo que somos, como lo fue Jesús de Nazaret, sencillamente podemos experimentar lo que en esencia somos: Esos sarmientos, esa vida, ese Misterio que se manifiesta a través de nosotros, esa Eternidad que aflora en el tiempo, para experimentar la duración, cuando es (somos) puro y absoluto presente.
Esta experiencia que es inefable, pero, que puede ser descrita de alguna manera aproximada e imprecisa es la fe. Es una experiencia que aparece en la raíz de la meditación. Es una experiencia que es fruto de la contemplación. Jesús se retiraba con mucha frecuencia por las noches a orar, se retiraba sencillamente a contemplar su unidad (no sólo su unión) indisoluble con su Padre, con la Fuente y Origen de toda Vida y Amor. Jesús se retiraba a experimentar de forma más profunda su propio Misterio del que nosotros formamos parte (en sentido onto-teológico, no cuantitativo), porque somos miembros del Cuerpo Místico. Y esto no era un privilegio de Él, es una realidad en todos nosotros. No somos creados simplemente a imagen de Dios, sino que tenemos en nosotros el mismo Misterio, la misma Sangre, la misma Vida, pues formamos todos un solo Cuerpo. Y no ya nosotros solos, sino todo el Cosmos, que gime con dolores de parto.
En este lugar se ha colocado mi fe. YO SÉ, no yo creo, yo me fío…, y sé porque he experimentado. De la misma manera que sé si es de día o de noche porque experimento a través de mis sentidos que el sol está fuera, u oculto, de igual manera que sé que una ecuación algebraica puede ser solucionada por varios métodos, y que uno de ellos puede ser el método de igualación, porque lo he experimentado, de igual manera mi fe es saber, es seguridad, porque es experiencia del Misterio que siendo yo, me transciende y me hace existir.
Vuelvo a insistir en algo muy importante, por si alguien leyera estas líneas (todo lo que se escribe en el fondo es porque se espera que sea leído), cuando hablo de mí, no me estoy refiriendo a mi ego, a este conjunto de cuerpo, mente y quizás alma, quizás no, no lo sé[5]. Por supuesto, no me estoy refiriendo a José Antonio Carmona, que es una manifestación perecedera del Espíritu, del Misterio, sino a mi identidad más profunda, a mi sí mismo. Esto por descontado no me quita las penalidades y sufrimientos de esta vida, pero me está empezando a dar una paz y serenidad muy interesantes. Paz que, creo, siempre la he buscado en el tiempo.
Sin dudas que esta experiencia tiene que ser interpretada, y por lo tanto, ha de tener una ayuda en la inteligencia, una ayuda doctrinal, no dogmática en el sentido de la imposición. Doctrina y experiencias que han de ser cotejadas con las de los demás que hayan pasado por el mismo paso meditativo y de fe, de seguridad en el fondo del Ser. Esta comprobación es la salvaguardia para que no caigamos en alucinaciones paranoicas. Como también la conciencia apoyada en el Misterio, en la presencia interior de la Trinidad[6], no en la manifestación contingente de nuestras personalidades temporales.
Uno de los aspectos más interesantes de esta fe, es para mí, la conexión con Jesús de Nazaret y con el Cristo, con el Señor resucitado, o sea con Jesús de Nazaret Plenificado. Es algo que me importa mucho. Cuando experimento en la soledad de mi corazón esta presencia que va más allá de mi cuerpo y de mi mente, sé que estoy conectando con la Totalidad, aunque sólo sea con pequeños arañazos por mi parte, y que el centro de esa Totalidad, si es que podemos hablar así, es el Cristo, más bien es la misma Totalidad que no tiene partes, por tanto estoy experimentando la unión con Él. Mejor sería experimentar la identidad, como María de Magdala, pero mi mente necesita también ser iluminada para poder interpretar mejor estos barruntos, y para caminar más lejos.



[1] La belleza de (percibida por) los sentidos, la de (percibida por) la mente y la de (percibida por) la contemplación.
[2] El evangelio de María Magdalena. Daniel Meurois… según el Libro del Tiempo. Luciérnaga. Pag.73, s.
[3] Jn 15, 5.
[4] Jn 1,3 y 4.
[5] Cuanto más avanzo en este camino de búsqueda de lo profundo, más estoy barruntando que el alma es algo universal y no particular. Por supuesto el alma no la percibo como la psique de la que habla toda la psicología actual, este término tiene mucho más que ver con la mente. Es mi impresión, no tengo certezas en este sentido.
[6] Jn 14,23-24.