lunes, 12 de abril de 2010

ESPIRITUALIDAD

Espiritualidad

Una grandísima parte de la sociedad actual está totalmente alejada de cualquier religión institucional. Entre nosotros, mayoritariamente católicos desde hace milenios, sólo los que pasan sobradamente los cincuenta años van con frecuencia a los templos, llamados iglesias. Es curioso que el significado original de la palabra iglesia, en griego: ekklesia, significa asamblea del pueblo, cuando las celebraciones de nuestros templos cristiano-católicos suelen tener poco de asamblea y menos de asuntos del pueblo. ¿Qué son, si no, las misas de los domingos? Puros ritos a los que se acude para cumplir con un precepto, ¿Qué hay del Misterio esotérico, (del griego: esoterikos, interior y profundo), de compartir y vivir el Amor en y de Cristo?

La sociedad está cambiando a pasos agigantados, y no es un mero tópico, véase el libro: “Todo va a cambiar” de Enrique Dans sobre la tecnología y la evolución, en el que expone su pensamiento desde un punto de vista puramente económico, pero muy interesante. Hoy es difícil, no solamente en nuestra sociedad occidental, sino en la mayor parte del mundo vivir sin Internet, sin móvil, sin música digital... Pero no se da nada más el avance tecnológico, sino el de las ciencias naturales, el de la cirugía, la filosofía, la psicología, la antropología, el del conocimiento de la vida animal, de la música..., por todo ello la misma visión de la vida no puede seguir siendo interpretada con presupuestos mágicos y míticos. Algo que no obsta para la validez de la Sabiduría Perenne, que consiste en experiencia profunda de la Vida, y no como la queremos interpretar en visión mítica (en sentido peyorativo), pre- rracional, de la misma. La profundidad esotérica, el Misterio o Verdad es una invariante humana que es expresada de multitud de maneras con el fin de ser comunicada en lo posible a los demás y a nuestra propia mente. El error está en confundir la experiencia esotérica con su expresión que ha de evolucionar necesariamente para poder seguir siendo expresada. No es lo mismo esotérico que exotérico. La institución católica ha hecho suyo el lema mantenido desde la antigüedad “Nihil innovetur nisi quod traditum est” y ha hecho del inmovilismo doctrinal su lema, algo que defendía a ultranza un papa (Simplicio) ya en el año 476 con su decreto ”De servanda fide tradita”. Pienso que es totalmente correcto decir que se ha de conservar intacta la Fe, esto es, el Misterio o Verdad, pero la Fe no es la doctrina en la que dicha Fe se manifiesta, la Fe es la experiencia última de la Vida, experiencia radical que es eterna (atemporal y aespacial) y por ello mismo común a todos los humanos, pero la forma en que se experimenta es pluriforme y temporal y por lo mismo no válida para todo tiempo y lugar. Krishnamurti afirma que la Verdad cuando se hace doctrina deja de ser Verdad. La doctrina evoluciona, no es más que el envoltorio. Todo lo sometido al tiempo evoluciona, se desarrolla, también la conciencia y la mente. La evolución es el Espíritu en acción, el Espíritu manifestándose en el tiempo y por tanto, hemos de concluir que todo habrá de cambiar para que el Misterio (atemporal y aespacial) siga siendo perceptible para el hombre en todo tiempo y lugar, pueda seguir tocando el alma, el interior e inundando el exterior. Pero si la mente, el corazón del hombre ve al Misterio, al Espíritu, como un pasado arcaico o mágico, le cerrará sus puertas (de hecho así lo hace), porque su conciencia ya ha superado esos niveles de evolución.

Si seguimos viendo a Cristo como un fenómeno histórico, y no como la Presencia viva del Misterio ahora mismo, Cristo será tan interesante como un recuerdo, como cualquier otro recuerdo del pasado, por ejemplo el de Platón, pero nada más. Se quedaría en un modelo al que podemos recordar para estimularnos (“historia magistra vitae” de Cicerón), pero nada de un Sacramento, un Misterio, una Verdad que nos está injertando ahora y constantemente la Vida, el Amor... Por todo ello y por mucho más, todo hombre religioso o espiritual ha de ir amoldando la expresión de su experiencia interior con un lenguaje no sólo de palabras, sino también de visión del mundo, actualizada para que pueda servir de dedo indicador accesible a todo el que quiera acercarse.

Acabo de identificar al hombre religioso con el espiritual, pero he de advertir que llamo hombre religioso al que tiene la experiencia religiosa, no al que pertenece a una religión institucionalizada, como quien pertenece a un club de fútbol o a una sociedad mercantil y cumple con sus normas. La experiencia religiosa o espiritual es patrimonio del hombre, como lo es su espíritu, su cuerpo, su inteligencia, constituye su propio ser. Quizás la mejor definición del hombre que he podido oír en mi vida es la que da Raimon Panikkar: “Homo est capax Dei”, “el abierto a la Totalidad”.

Por todo ello, en este escrito identifico espiritualidad con religiosidad (nunca con religión institucionalizada), pero prefiero utilizar la primera palabra, espiritualidad, por el lastre de inflación negativa que tantos siglos de cultura occidental han dejado sobre la segunda, religiosidad. De todos modos hemos de tener en cuenta que toda religiosidad ha de concretarse, se ha de realizar por medio de una religión, como el lenguaje se ha de realizar por medio de una lengua en concreto, solamente afirmo que esa religión no ha de ser necesariamente una institución o religión institucionalizada, sólo una forma religiosa en la que el grupo de los humanos pueda entenderse, por ejemplo: el amor, la luz, la alegría, la vida. Ejemplo entre nosotros de esta forma religiosa pueden ser las comunidades populares, los movimientos integrados en Somos Iglesia... Ni en modo alguno quiero negar todo el bien que las religiones institucionales han hecho a la humanidad, pero eso sí, no olvidemos que tanto o más bien ha hecho la Modernidad y las ciencias.

Aclarado esto, creo, paso a exponer mis reflexiones realizadas sobre el fundamento de lo que he conocido de grandes maestros.

En la cultura de masas, fecundada por los medios audiovisuales, se identifica todo lo religioso con determinadas formas de una “llamada fe” que no es sino fanatismo nacido de la obsesión y la ignorancia. Recordemos los talibanes, el islam (como si todo en él fuera patológico, el Islam no lo es), la guerra civil española, llamada “cruzada” (de cruz), la actitud cerril de la jerarquía católica de España ante cualquier cambio social, el papa dando la comunión a Pinochet, y si acudimos a la historia, los errores se han ido acumulando en nombre de las más variadas religiones (el ateísmo es otra forma de fanatismo religioso sin la palabra Dios pero con el mismo sentido de ultimidad)... ante esto podemos preguntarnos ¿Cómo puede la religión que nos habla de vida y amor causar tanta muerte, dolor y destrucción? Si contestamos que es obra del fanatismo, podemos preguntarnos de nuevo ¿Es que el fanatismo no tiene mucho de religioso por lo que estamos viendo? Si decimos que es fruto de la ignorancia, igualmente nos podemos preguntar ¿Acaso las religiones no han pretendido durante toda la historia mantener a la humanidad en la ignorancia y en el infantilismo? Las palabras puestas en boca de Jesús por los evangelios: Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino.. ( niño = sencillez, no infantilismo) han servido de pretexto para que la institución mantuviera a la llamada “iglesia discente” o laicado en dicho infantilismo.

Por descontado que la cultura de masas no discierne, pero nosotros hemos de ir paso a paso, si queremos profundizar un poco en la cuestión y exponerla a la luz de los conocimientos de la evolución de la conciencia de que disponemos en nuestros días.

¿La espiritualidad es fanatismo? Sin lugar a dudas que la respuesta ha de ser negativa, es negativa. Pero los fanáticos están lo suficientemente poco desarrollados como para poder comprenderlo. La espiritualidad es iluminación. Tenemos los ejemplos de los grandes místicos de todas las épocas y culturas que han sido lo más opuesto al fanatismo, y son ellos quienes han vivido esas experiencias verdaderamente espirituales.

La palabra espiritualidad tiene muy variadas significaciones. Se puede entender que religión es el pleno desarrollo de la conciencia humana o que es una línea concreta de desarrollo separada de las otras, como pueden ser la línea del conocimiento, la línea moral, la artística, la atlética, la moral, la religiosa... Se puede entender como lo opuesto a lo material, en este sentido llamamos espiritual a una persona que no es materialista, etc.

En razón de no alargar estas reflexiones voy es escribir sobre uno de estos conceptos: la religión como pleno desarrollo de la conciencia humana.

Ya en otras páginas de este blog he hablado de la espiritualidad en su relación con el compromiso social, pero ahora la quiero considerar desde la perspectiva de la evolución de la conciencia, o mejor, del hombre en el que la conciencia se hace consciente de sí misma (autoconsciente), como nos dice Theilard.

Antes de entrar en el desarrollo de la evolución de la concepción de espiritualidad en función del nivel de conciencia asumido, quiero traer aquí unas palabras, escritas por F. L. Kunz: “Sin duda la conciencia... es una localización en un campo primario, presumiblemente aquel en que todo lo demás tiene su origen... Cada vez resulta más claro que alguna forma de conciencia acompaña a toda la vida orgánica... y cada vez es más evidente su presencia por debajo del umbral de la vida.”

Los estudiosos de la evolución de la conciencia, no la psicológica, ni la moral, sino la que podría llamarse ontológica por mantener la nomenclatura tradicional (esta palabra no significa sólo de darse cuenta de, sino que en la mente de los más actuales pensadores sobre el tema, se podría asumir como la presencia multiforme de lo Absoluto en nuestro mundo concreto y manifiesto y no sólo en el hombre, aunque éste sea el punto más alto de la misma en el mundo) distinguen tres niveles elementales en su desarrollo: niveles de primer, segundo y tercer grado, dicho con otras palabras: un nivel prepersonal, otro personal o integrado, y un tercero transpersonal. El nivel prepersonal, anterior al pensamiento racional, anterior a la formación de la persona (no estoy hablando del concepto jurídico de persona) como ser plenamente autoconsciente, plenamente responsable de sí mismo, abarca un larguísimo período de la vida humana sobre la tierra. Dentro del mismo podemos ver la época arcaica, la mágica y la mítica. En estos períodos hubo sin duda espiritualidad, una apertura a lo transcendente-inmanente, a la ultimidad, pero dicha espiritualidad en la inmensa mayoría de los humanos (se habrá de salvar algunos chamanes, por lo que afirman estudiosos como Gebser, Wilber, Drewermann) era creencia, cuando no pura superstición. Aceptaban sin más cuestionamientos lo que decían otros, ¿nos suena?. La época mítica no está tan lejos de nosotros, en ella están muchísimas de nuestras “creencias”, “quod traditum est”, la actitud radical de todo fundamentalismo sea religioso o no. En nuestro caso los dogmas son fundamentalismo mítico. Todo hombre que haya transcendido el nivel mítico de conciencia (algo que supone asumir unas grandes dificultades y riesgos) no puede aceptar un dios mítico y prerracional, no puede quedarse en el mito tomado en su expresión externa, en su significación superficial y concreta, como el niño se toma los Reyes Magos porque lo dicen sus papas, así no puede aceptar que Jesús nació de una virgen (algo por cierto que en la antigüedad se afirma de muchos “dioses”). Que dios creó el mundo en seis días (algo que ya no cree casi nadie). Que el pan y el vino se transforman en la ¡substancia! de la carne y de la sangre de Cristo por la fuerza ¡mágica! de las palabras del sacerdote que hacen presente el Misterio de la Cruz(ex opere operato, Trento), como tampoco que Lao-Tse naciera con novecientos años... Tampoco el Misterio trinitario (que en modo alguno puede ser aceptado como dogma en estos niveles de conciencia) interpretado con la filosofía aristotélico-medieval (una sola naturaleza (o substancia) y tres personas) es expresado de forma coherente con el pensamiento actual, que conoce mejor las expresiones de Origen, Conocimiento, Amor, Comunión, Movimiento, No-dualidad, ni la Encarnación cuando hablamos de dos naturalezas y una persona. ¿Qué es eso de persona, naturaleza, substancia...? ¿Realmente significan algo o simplemente significaron? La misma teología medieval y decimonónica sobre el sacerdocio con su carga de poder sagrado, que tan lejos está de nuestra visión actual (mucho más documentada y profunda) de las fuentes, y tan lejos de una interpretación democrática de la religión cristiana que ha de ser no cristiandad sino cristianía, como dice Panikkar.

Quedarnos en las creencias sin llegar a la Fe es infantilismo inaceptable para quienes hayan superado el nivel mítico. ¿Por qué unos infantilismos sí, los de la institución católica, y otros no, los no católicos. El paraíso de la visión beatífica sí, y el paraíso lleno de huríes, no? ¿Por qué negamos (con razón) los infantilismos radicales fundamentalistas de los talibanes y no los cristianos? ¿No es menos fundamentalista el infantilismo católico que se queda en lo exotérico? El pensamiento racional exige más, pero en modo alguno está reñido con la espiritualidad, simplemente quiere ahondar en la experiencia, aunque al aparecer el mismo pensamiento en la modernidad lanzara por la borda a Dios y no solamente la visión mítica de Dios, con lo que cometió un gravísimo error, cuyas consecuencias seguimos hoy pagando en la humanidad.

Pero, según algunas estadísticas recogidas por Kohlberg, Wilber, Carol Gilligan y otros (los americanos son muy aficionados a las estadísticas), un 70% de la humanidad actual se halla aún en el nivel mítico, o peor en el nivel mágico, del desarrollo de la conciencia, por lo que la visión fundamentalista de la espiritualidad es para ellos todavía la pertenencia a una institución que se autoafirma portadora de la verdad de “Dios” y que promete la salvación a sus seguidores fieles. Y el 80% de las tradiciones religiosas del mundo se asientan en este nivel (budismo, cristianismo, hinduismo, islamismo...), aunque en buena medida muchos miembros de las mismas están superándolo.

El segundo nivel del desarrollo de la conciencia es el personal, racional o integrado. Es el nivel en el que aparece el pensamiento racional que no es el único pensamiento (o percepción intelectual) posible (están también la visión lógica, la intuición sutil, la contemplación directa de la Realidad o identificación), es el que termina estableciendo una clara diferenciación entre religión y ciencia. Podemos apuntar como aparición de dicho nivel el pensamiento filosófico de Descartes, la metafísica de Kant, la ciencia de Kepler y Galileo, pero hemos de saber igualmente que todos ellos fueron personas de honda religiosidad. La desaparición de la confusión medieval entre Bien, Verdad y Belleza (Moral-Religión, Conocimiento, Estética) ha traído a la humanidad muchos beneficios, como podemos ver con el desarrollo de la medicina, la biología... y también muchos males, como la proliferación de conflictos bélicos, nuevas armas de destrucción, el aparente alejamiento de la Realidad última de la conciencia humana... y en muchas ocasiones no aparente sino real en muchas culturas, como la nuestra, algo que no es más que una aberración, es confundir al Dios mítico con Dios, Talidad, Esidad, Espíritu, Vacío, Alá... como quiera que le llamemos. (Males que no son más que consecuencia de las patologías de la evolución). Los nombres no son más que indicadores, nunca la realidad. Es entender el mito (símbolo de una Realidad que transciende lo que percibimos) en un sentido no simbólico, sino literal, percibirlo en su “exoterismo” (valga la palabra) y no en su esoterismo. El mito no es historia, pero es medio de expresión y muy válido para utilizarlo en la comunicación de aquellas experiencias cumbres que transcienden la historia.

Esta época de la racionalidad es la de la aparición y auge de las ciencias, la de la valoración quizás excesiva de todo cuanto sea medir, pesar, clasificar, definir... (En nuestra sociedad se valora muchísimo más estudiar ciencias que letras, ¡éstas quedan para los menos inteligentes!). En esta etapa se ve a Dios con rasgos racionales. Esta misma racionalidad es un avance del Espíritu hacia la consumación (el "panta anakefalayosein en to Xristo" de Pablo), es otra manera de presentarse, de manifestarse. En esta época racional se va superando el nivel de los valores, sobre todo del amor que en épocas anteriores se extendía hasta “mi tribu”, mi grupo, mi pueblo, mi nación, mi creencia, exactamente igual que a mi equipo de fútbol, mi grupo de amigos... para hacerse más amplio y abarcador, para que las perspectivas sean más plurales y no las reduzcamos a nuestras propias visiones. Así se va pasando del egoísmo (¡cuánto queda por desarrollar!), al etnocentrismo y de aquí al mundicentrismo o al cosmocentrismo. Recordemos que en el nivel de mítico-pertenencia la religiosidad (y todos los valores) se confunde (no simplemente: se concreta sin exclusivismos)con una religión la cual se autoafirma la única verdadera frente a todas las demás, que son falsas y cuyos seguidores son “infieles”, cuando no se llega a la persecución de los “otros” de mil y una manera, incluidas la guerra y la muerte. ¿No tiene esto una curiosa semejanza, por no decir similitud, con las maneras de vivir el catolicismo, el islamismo... en nuestros días? El conservadurismo está en esta etapa, y como he dicho la mayoría de las personas que habitan el planeta.

La etapa racional supone un gran avance en este sentido, se relativizan muchas cosas que se tenían antes por absolutas, inmutables, dogmáticas, se abren las conciencias a una multitud de perspectivas. Pero, a su vez, el hombre actual cae normalmente en otro absolutismo un tanto contradictorio: el del relativismo. Que haya pluralidad no quiere decir que todo sea relativo, como pretenden la mayoría de los seguidores actuales de la postmodernidad. La consecuencia de que todo sea relativo no es otra que el nihilismo, con lo que los humanos caemos en un pozo sin salida posible. Quedaríamos reducidos a la nada, lo cual es un absurdo evidente. La relatividad, la pluralidad de perspectivas, no es relativismo, todas las perspectivas no son iguales, unas son mejores que otras, en esto se apoya la cultura y lo comprobamos cada día en nuestras vidas (la opinión de un buen cardiólogo sobre unas unas taquicardias, no es igualmente válida que la de un ignorante en la materia, por ejemplo, ¿a quién haríamos caso?), aunque todas merezcan respeto en su sentido más profundo: tener en cuenta a los otros, tener en cuenta la Realidad.

Por lo mismo la conciencia de la etapa racional, personal o integrada, también llamada de segundo grado, es el comienzo de los niveles integrales o abarcadores.

Se dice hoy día por aquellos que están en esta etapa de segundo grado y atisbando la de tercer grado, que ellos son espirituales, pero no religiosos. Frederic Solergibert, un prestigioso psicoanalista que dirige cursos sobre el desarrollo espiritual más allá de las creencias, dice: “Las creencias forman parte del ámbito religioso; la espiritualidad, de lo humano. No importan las creencias religiosas o la falta de ellas. Para alcanzar la meta del equilibrio, de la integridad, de la paz interior basta con seguir un camino... que nos conduzca al encuentro de nuestro yo interior.” con respecto a esta “perspectiva” tengo que decir: en cuanto a que las creencias forman parte del ámbito religioso estoy totalmente de acuerdo, en cuanto a la oposición entre espiritualidad y religión pienso que hay que matizar, por espirituales todos entendemos que son quienes está abiertos al Espíritu, abiertos a la multitud de perspectivas, de valores, de fraternidad que abarca a toda la humanidad, y de empatía con todos los seres vivos y no vivos... abiertos a Dios en sus múltiples acepciones (sobre todo la de vivir a Dios como la Realidad más íntima que mi propia intimidad, no con perfiles antropomórficos: -juez que exige penas, que se venga hasta la tercera y cuarta generación, señor de los ejércitos, incluso la de Padre amoroso, aunque ésta sea la que más nos acerque a él en la visión heterónoma, y siga siendo la más adecuada para el corazón humano hoy día, no por ello deja de ser antropomórfica, pues la tomamos de nuestra percepción de la paternidad-), abiertos en la visión cristiana, válida pero no la única verdadera, a Dios como Trinidad que va más allá de cualquier personificación (incluso la “Segunda Persona”, Cristo, es una Realidad Universal, no una mera persona histórica por muy conectado que esté Jesús de Nazaret -individuo y persona- con el mismo Cristo sobre todo en nuestra educación católica), más allá de cualquier mito y cualquier concepto del medievo, aunque para muchos hombres puedan seguir siendo válidos. Abiertos a un Amor y Compasión, (que significa: sentir junto con, vivir dentro de) universales..., abiertos al Misterio que nos constituye y nos sobrepasa, Misterio que no es simplemente lo que la mente no puede comprender, sino la Realidad Última que nos penetra, nos transforma y que en lo más profundo somos, algo que no es óbice para el avance de todo tipo de ciencia empírica en su sentido más restringido, sino más bien una luz que la ilumina y que a su vez es iluminada por la misma ciencia (crede tu imtelligas, intellige ut credas). Ciertamente esto es espiritualidad, pero también religiosidad, aunque no sea institución religiosa mágico-mítica. Por tanto, si por religioso entendemos que no son “fieles” de una religión institucional, cargada de dogmas, preceptos, doctrinas conceptuales..., estoy de acuerdo, pero si negamos que tengan verdadera religiosidad, esto es, apertura hacia las ultimidades o preocupación por las mismas, no lo estoy.

En esta segunda etapa o nivel de conciencia hay una buena parte de la humanidad, aunque pequeña aún con respecto a la parte de la humanidad que permanece todavía en la etapa anterior, que es actual para la mayoría. Por supuesto que este nivel no puede sino trascender el anterior, y la espiritualidad propia de la misma no puede alimentarse de la corteza de los mitos de antaño, pues como toda etapa evolutiva supera la anterior no negándola simplemente, sino abrazándola y asumiendo de ella su núcleo, su savia, sus valores perennes, su verdadera sabiduría, su Verdad y no su folclore doctrinal, su exterioridad, sus ropajes, de la misma manera que un adolescente asume en sí mismo todo el cuerpo de un niño a la vez que niega sus aspectos infantiles y el joven el del adolescente.
Esta etapa o nivel, la personal o racional, está a caballo entre la mágica-mítica de la que venimos y la transpersonal o mística hacia la que vamos y a la que han llegado ya muchos de los humanos que han poblado la tierra, desde algunos chamanes hasta nuestros místicos actuales que no son tan famosos como los cantantes, actores, actrices, futbolistas... de moda, pero que están entre nosotros y nos señalan el camino de la evolución.

Paul Tillich, un teólogo protestante muy conocido entre nosotros, afirma que es “espiritual” lo que tiene que ver con las preocupaciones últimas, algo muy similar afirma también Panikkar, sucesor de Tillich en la cátedra de Harvard, al hablar de religiosidad y de la mística. Podemos decir que es la experiencia personal, no meramente individual, de lo más profundo de la persona al cuestionarse la Realidad o la Ultimidad. La ciencia se cuestiona constantemente la realidad, pero lo hace de forma limitada y de acuerdo con sus medios empírico-sensitivos, aunque en su investigación utilice constantemente la racionalidad, por ello sus cuestionamientos son en sí muy válidos. El error lo comete cuando osa afirmar que la realidad que ella estudia es la única Realidad que existe. Hay muchas personas, entre ellas, muchos científicos, filósofos especulativos, teóricos de sistemas... que niegan la existencia del tercer nivel de la conciencia. El afán por lo inmediato y lo externo nos hace en ocasiones perder la perspectiva de lo interior y de lo que es profundamente global o cósmico (Kósmico). “Las hojas no nos dejan ver el árbol.” Así hombres tan sesudos como Freud, cuando se enfrentaba a una experiencia cumbre (mística) en su consulta, la reducía indefectiblemente a una regresión infantil, o a una esquizofrenia. He oído decir a un doctor en filosofía, conocido mío, que antes había ejercido el sacerdocio católico en Galicia, que Santa Teresa no era más que una esquizofrénica paranoide, o lo que propugaba hace poco E. Punsed en la televisión del estado: "el hombre no es más que un montón de átomos" . Quizás seamos dados a hacer juicios simplistas que destruyen verdades históricas y de todo tipo. Lo que, creo, puede suceder a estas personas es que niegan de entrada la posibilidad de que la conciencia pueda seguir evolucionando, por lo que según ellos, no se puede ir más allá de la racionalidad. Reconocen que en la humanidad ha habido una etapa prerracional pero no puede haberla transracional, por lo que toda experiencia que vaya más allá de lo racional ha de ser reducida a lo prerracional, infantil o paranoide. Niegan que haya un ascenso de la conciencia y con ello un nivel en el que la espiritualidad sea plena.

Me sirvo de este discurso para entrar en la reflexión sobre la espiritualidad de la tercera etapa.

"El nombre que puede ser nombrado no es el nombre permanente". "Lo que no tiene nombre es el principio de todos los seres". "Lo que tiene nombre es la madre de todas las cosas".
Así reza el Tao de Lao-Tse (o Lao-Tsu-i-). Lo que no tiene nombre es el principio de todos los seres. Es el equivalente homeomórfico, (en palabras de R. Panikkar) entiendo, de nuestra expresión Misterio, y por eso mismo que no puede ser nombrado, que es el principio de todos los seres... sólo puede ser experimentado, nunca nombrado, ni explicado. Pero para que pueda darse una experiencia ha de existir en el que experimenta y en lo experimentado alguna identificación, una planta no puede tener un pensamiento, ni una piedra estar alegre. Más aún si el experimentador y lo experimentado son uno y lo mismo, no existen ni uno ni el otro, sólo existe la experiencia. Si experimentamos el Misterio es porque ya somos el Misterio, somos su expresión espacio-temporal, según lo experimentado por los místicos. En esto se basa la visión teonómica de Dios, que tan acertadamente ha desarrollado Lenaers. Algo impensable en el medievo cristiano, que tiene una visión de Dios totalmente heterónoma, no así en el Vedanta Advaita cuyo más antiguo defensor es Shankara que vivió en el siglo VIII de nuestra era, y cuyas raíces llegan hasta los Vedas y las Upanisad (varios siglos antes de nuestra era). Sobre el Vedanta Advaita cfr. "La sabiduría de la no-dualidad" de Mónica Cavallé, un libro magistral.

Pero, adentrarnos en este tercer nivel de conciencia nos exige que: O bien hayamos llegado al mismo y hablemos de nuestra experiencia, como hacen místicos para nosotros muy conocidos, quizás no en profundidad, como Pablo, Teresa de Ávila o Juan de la Cruz, Maestro Eckhart, Francisco de Asís, Teresa de Calcuta y otros. O bien, la otra alternativa, la única posible para ser honesto: apoyarnos en lo que dicen los místicos de todas las épocas y confesiones o no confesiones y poder extraer el núcleo no tanto de sus doctrinas, como de sus vivencias, empezando por Jesús de Nazaret, Buda, Mahoma, Lao Tse, Maharsi, Nisargadatta, Aurobindo, Juan XXIII, …

En una palabra nos preguntamos ¿Cuál es el estado más alto de la conciencia? Podemos responder con Pablo de Tarso: “la paz que transciende el entendimiento”. En otras confesiones se le da otros nombres, “el Tao absoluto”, “experiencia cumbre”, “luz interior”, “conciencia cósmica” …, todos meras señales indicadoras que indican el camino hacia la Realidad y nunca lo son. Hay una cosa común a todos ellos: se trata del estado más alto de conciencia que existe, estado radicalmente diferente de nuestra conciencia normal, de nuestra mente de todos los días. Todos igualmente están de acuerdo en que se trata de una percepción autotransformadora que nos lleva a la unión total con el Absoluto (Ser y no ser), el Vacío,la Divinidad, el Amado..., es una experiencia de intemporalidad, de eternidad, y de unidad sin reservas con toda la creación. El “yo” deja de ser individual y personal para convertirse en “humanidad”, “vida”, “universo”. Es un nuevo modo de autocomprensión. Da origen a personas “nuevas” (el hombre nuevo del evangelio), “renacidas” en las que el amor transforma sus existencias en alegría y significado (amad a vuestros enemigos, ¿hay enemigos?).

Los que han llegado a este nivel de conciencia han dado testimonio de valor, dulzura, compasión, alegría, entereza... excepcionales. Han sido muestras de una paz y una espiritualidad que supera todo entendimiento.

La única “revolución” que salvará al mundo será la espiritual, la de la transformación de la conciencia hasta que llegue a sus niveles más altos. Cualquier otra revolución no cambia al hombre, cambia lo externo, y, si no es que lo empeora, no hace más que cambiar la relación de fuerzas para mantener el desequilibrio. La acción última no es sino un cambio de conciencia. La revolución se ha de convertir en evolución, o sea, un proceso de la conciencia hacia lo más alto.

El estado místico se encuentra más allá de las palabras. En él el intelecto y la intuición se unen, en la iluminación nuestras categorías semánticas pierden su significación actual, se disuelven y aparece una nueva manera de ser y del ser. No se trata de un simple estado eufórico (estar bien) transitorio producido por algún agente externo, sino un estado de santidad o iluminación que afecta a todo el hombre, también nuestra carne se llena de del Espíritu y lo muestra. En este nivel no hay diferencia entre el contenido de la conciencia y la conciencia misma, que es pura y llanamente presencia del Espíritu que todo lo sostiene y Todo es.

En la experiencia mística o de tercer nivel de conciencia, el Fundamento Último del Ser no se nos presenta en términos mágicos o míticos, aunque siempre modelado por la cultura religiosa del místico, ni es visto como algo ajeno a este mundo, sino como la Esidad de todo cuanto emerge, de todo cuanto en el cosmos aparece. Es de notar que los orientales designan muchas veces esta Talidad como Vacío, mas la palabra “Vacío” significa en su cultura apertura sin límites, transparencia incalificable que puede ser descrita de muchas maneras; no significa lo mismo que en una ontología del ser como tenemos en occidente. La experiencia mística no percibe una inteligencia dualista que diseñe las cosas, como el relojero diseña y fabrica los relojes (¿No hay reloj sin relojeros ni mundo sin creador que nos dijeron en nuestra infancia?), sino una inteligencia que conoce las cosas siéndolas y manifestándolas. Es el Yo de todo cuanto existe, de modo que en dicha experiencia desaparece toda dualidad, no queda en ella ni bien-mal, ni sujeto-objeto, ni tú-yo. El Espíritu aparece como un Sujeto sin objeto por tanto ningún pensamiento puede llegar a capturarlo, pues no es objeto observable, “ni para sí mismo”, como afirma Escoto Eriúgena.

Si a partir de aquellas experiencias de tercer grado describimos al Fundamento de todo ser como Ser, no se trata de una realidad ontológica, sino de la Esidad de todo ser. El esse de cuanto existe y no existe. Si lo describimos como eterno, no es como algo o alguien que dura siempre, sino sencillamente alguien que no dura, sino que es, el Ahora intemporal que carece de tiempo, el Instante ajeno al tiempo. Si lo describimos en términos de persona, se trata de una Divinidad que está más allá de cualquier concepto, nombre o personi-ficación que podamos hacer.

Desde este nivel de plenitud, de espiritualidad hecha experiencia en la conciencia, de conciencia hecha pura experiencia, se pueden dar multitud de descripciones de ese Espíritu, Talidad, Todo, Vacío, Dios..., todas en función del despliegue de la conciencia, que se plasma en sus expresiones modelada por la cultura propia, y todas coinciden en que se trata de la identidad con el Fundamento y Fin de toda existencia, que es la Realidad infinita que existe detrás, más allá y como el universo manifiesto.
Quien haya alcanzado este nivel de conciencia, hacia el que tiende la evolución misma, está en una plena espiritualidad, identificado con el Espíritu mismo.

Con estas palabras intento indicar de alguna manera lo que entiendo por espiritualidad, pero referida solamente a uno de sus muchos significados. Quizás en otra ocasión trate el tema desde otras perspectivas: como línea de inteligencia, como perspectiva desde los distintos aspectos de la realidad humana (subjetiva, social, cultural, empírico-sensitiva)... Por ahora baste con estas reflexiones.


Nota. Para la exposición de este escrito me he apoyado en una explicación del desarrollo de la conciencia que hace la psicología transpersonal.


José A. Carmona