Miedo existencial a la muerte, símbolos de inmortalidad y trascendencia de la misma haciéndonos uno con el Misterio (Resurrección hic et nunc: disolución del yo en el Espíritu).
Segunda parte
La época mítica
A esta época también se la llama con otros nombres: agraria, mítico-pertenencia, tribal...
Los comienzos de este período mítico los sitúan los estudiosos del tema en torno al año 12.000 -10.000 antes de Cristo. Dice Joseph Campbell en su libro sobre la Mitología Primitiva (Alianza Editorial) que en esta época (mítica) floreció un tipo de organización social casi completamente opuesta a la de los pueblos cazadores. La conciencia dio un salto tal (ya venía de miles de años atrás) que apareció el lenguaje plenamente desarrollado (paratáxico), el cual hizo posible la nueva estructura social del humano: la agricultura.
Cuando el ser humano se convirtió en campesino sufrió la más importante mutación de conciencia que jamás haya experimentado el hombre. La agricultura fue el efecto más evidente de esa mutación en la estructura de la conciencia del ser humano.
El mundo del tifón, como ya hemos dicho, había dejado de ser prepersonal, pero se hallaba fundamentalmente centrado en el presente fugaz, la inmortalidad consistía para el cazador en seguir vivo hasta el día de mañana. Pero el mundo agrícola es el del presente extendido, un mundo en el que hay que llevar a cabo los preparativos para cosechas futuras. El campesino trabaja en el presente por unas cosechas que se recogerán en el futuro, no mañana, ni pasado, lo cual supone una expansión de sus pensamientos, de sus acciones y de su conciencia más allá del presente fugaz y una demora de los impulsos inmediatos en aras de objetivos canalizados por su mente. Con el advenimiento de la agricultura el ser humano entró en el mundo del tiempo y de la comunidad temporal extendida, ampliando su horizonte vital, su conciencia hasta llegar a incluir el futuro. Fue un medio para alejar Thanatos, a la vez que un alimento para su vida (Eros) no sólo biológica, sino también psíquica.
Esta conciencia agraria ha terminado transformándonos a todos, pues todos demoramos los frutos de nuestro esfuerzo y trabajo, cobramos el salario, o la pensión a fin de mes, esperamos trabajando a la edad de jubilación, yo escribo esto esperando que sea leído por alguien..., la medicina (tanto la alopática como la homeopática) lo que hace es demorar el fin de la vida terrenal. Estamos distanciando a la muerte con el tiempo y no vivimos la Eternidad que se esconde dentro de él.
La agricultura promovió la aparición del refuerzo demorado: trabajar ahora para el futuro. Para ello fueron necesarias formas de control muy poderosas. Y todo ello fue posible gracias al aumento masivo de la población comunal, a la diferenciación de habilidades físicas y a la proliferación de ideas mentales. Tres elementos que aparecen en el hombre mítico.
Pero ¿por qué y sobre todo cómo tuvo esto lugar? ¿Qué es lo que posibilitó y movilizó a comunidades enteras a renunciar a la gratificación impulsiva por objetivos más elevados ubicados en el futuro?
Ello fue posible gracias a la emergencia del lenguaje y estimulado por una acometida nueva y más intensa de la muerte.
La agricultura fue simultáneamente una experiencia de crecimiento y una búsqueda de seguridad. La conciencia del ser humano se expandió y le permitió presentarse el futuro (al principio posiblemente hasta la próxima cosecha, luego se fue ampliando sin duda), y a su vez planificarlo. A la vez cobró una conciencia más vívida de su mortalidad que le obligó a proyectar su existencia hacia el futuro, para encontrarse consigo mismo el día de mañana (perpetuarse en el tiempo). Que es lo que seguimos haciendo, y creo, como ya he dicho,que está muy bien hecho, pero a su vez viviendo a través de la contemplación y el Amor la almendra que envuelve la cáscara del tiempo: la Eternidad, la Vida. A la vez adquirió una nueva sensación de identidad, el yo mental, y la agricultura cumplió con la función de consolidarla.
Parece casi seguro que esta época estuvo acompañada de una nueva acometida de la muerte, porque por aquellos siglos y milenios nos encontramos con la práctica común de celebraciones de enterramientos. Y los enterramientos constituyen un intento de hacer frente a la impronta de la muerte, a la que se quiere vencer con los rituales.
A mayor conciencia en el ser humano, más conciencia de la propia contingencia. Por ello, el yo separado debió crear un nuevo mundo temporal más expandido en el que proyectar imaginariamente la continuidad (ilusoria) de su propia existencia. Este yo tenso, extendido fue el que inventó la agricultura para comprar tiempo, para evitar la muerte y preservar su sensación (en un nivel superior al del tifón, al del hombre mágico) de identidad separada.
El tiempo, pero, ahora ya extendido, proyectado hacia un futuro, y no hacia mañana, siguió (y sigue) siendo un instrumento de lucha contra Thanatos y un alimento de Eros.
La conciencia agrícola permitía que los hombres y mujeres pudieran reunirse en comunidades que no eran simples hordas de cazadores, como las del hombre mágico. Se trataba de pueblos y aldeas con muchos habitantes (Recordemos los pueblos caldeos, los egipcios, sumerios...). Esto demuestra la transcendencia evolutiva de este nivel. La conciencia agrícola era una conciencia de pertenencia a un grupo, a una tribu (de conciencia comunal), una forma de unidad superior en el camino hacia la Unidad suprema o última, por otra parte una conciencia agrícola significa que se ha dejado de depender del alimento ocasional, o sea que la conciencia agrícola era una conciencia temporal, que transcendía el presente simple, que se labraba un futuro.
Ahora bien, la dinámica psicológica esencial de esta conciencia fue la represión de la muerte y su principal vehículo fue el lenguaje. Ya hemos dicho que el tiempo siguió siendo un vehículo de represión de la muerte, pero el específico de la época de pertenencia fue el lenguaje. Dicen muchos investigadores que el lenguaje es el gran vehículo del tiempo y de la representación temporal. Con el lenguaje se pueden representar una cadena de acontecimientos y proyectarlos más allá del presente inmediato. Es una actividad de una identidad ya mental, no meramente corporal.
El rasgo característico de la estructura mítica o tribal es el mismo lenguaje. Por eso el nivel de conciencia de pertenencia o mítica es el adecuado para mantener una cultura agrícola temporal.
El yo propio de la estructura de pertenencia era, en suma, un yo verbal, y como el lenguaje transciende el presente, el yo transciende el cuerpo, podía ver el mañana, demorar y canalizar sus deseos corporales… así la naturaleza humana pudo alcanzar un nivel nuevo y superior.
El paso de la imaginería mágico/emocional/pránica, propia del tifón, a la mentalidad lógico/racional/ conceptual, que comienza en la época mítica y llega a su plenitud con el paso a la época racional, no fue un salto en el vacío, sino que atravesó por un estadio intermedio de cognición mítica, lo que en un tiempo se consideró como una combinación entre magia y lógica que informa y estructura los primeros estadios del lenguaje. De todas formas al final de la época mítica el lenguaje estaba totalmente formado.
Es la época de las civilizaciones clásicas: Egipto, Babilonia, Sumer, la civilización azteco-maya en México, la Shang en China, la del valle del Indo, la micénica, la antigua Grecia.
El lenguaje, según una teoría defendida hoy por la mayoría de antropólogos culturales, debió haber provocado cambios tan dramáticos en la atención del hombre a las cosas y a las personas y debió permitir tal intercambio de información que debió dejar rastros arqueológicos. Por supuesto que debió haber una comunicación por gritos y sonidos guturales entre los homínidos anteriores, pero no un lenguaje propiamente verbal, pues exige la presencia de un nivel de conciencia más elevado que el nivel corporal.
Fue la nueva mentalidad lingüística la que desarrolló la agricultura, la que la hizo posible, no a la inversa, pues gracias al lenguaje la mente verbal podía diferenciarse a sí misma del yo corporal anterior (el hombre mágico o tifón), podía escapar de lo inmediato y concebir y mantener objetivos de largo alcance.
A partir de este momento, la humanidad se podía reproducir físicamente alimentándose, biológicamente por el sexo y culturalmente (mediante la mente). La reproducción de la mente humana generación tras generación es un acto de comunicación verbal. Esta comunicación no es un nivel superior de la biología, sino que la transciende, porque lo orgánico de otro nivel (verbal y mental) deja de ser orgánico. Se trata de un nivel transorgánico, transbiológico, un verdadero salto cualitativo en la evolución transcendente. “Es un verdadero salto a otro plano” se trata de un nivel supraorgánico (A.L. Kroeber).
Consecuencia de este nivel supraorgánico fue el control del cuerpo, la mentalidad agrícola, la conciencia temporal y la capacidad para elaborar un extenso simbolismo verbal. Creó todo un mundo de símbolos mentales con los que operaba en lugar de hacerlo con el mundo natural, como había sucedido hasta entonces. Pensamiento operacional concreto, lo llama Piaget, porque opera sobre el mundo y lo transciende vía pensamiento representacional.
Los símbolos, que indican a la vez presencia y ausencia de lo simbolizado, no son físicos, como la mente tampoco lo es, sino un nuevo nivel de realidad, el nivel simbolizado. Se trata de significados transcorporales, transempíricos, transtifónicos y supraorgánicos. Los símbolos son presentacionales o creativos y representacionales o reflexivos.
La humanidad descubría un nivel de conciencia, que estaba operando en un nuevo plano, un plano intersubjetivo de símbolos compartidos que literalmente transciende las fronteras de los organismos separados a través de una red de participación y comunicación intersubjetiva. Es la función del lenguaje. La mente verbal-pertenencia era simplemente una forma nueva, superior y más ampliada de unidad en el camino que conduce a la Unidad.
Con este mundo simbolizado la muerte era alejada más y más del presente subjetivo. El hombre vivía proyectado más allá de su organismo concreto, y en la comunión intersubjetiva se diluía la presencia de Thanatos, a la vez que se alimentaba Eros y así crecía más y más la (falsa) sensación de identidad separada. En la comunidad intersubjetiva la muerte no tenía cabida en el presente, siempre quedaba relegada en el tiempo que se abría hacia el futuro. O sea empezaba a ser tiempo. El miedo a Thanatos encontraba una nueva y superior defensa: el simbolismo.
La agricultura (no tanto al principio en el que se utilizaba el palo y una azada rudimentaria, sino más tarde el arado) produjo un excedente de alimentos y bienes que pronto terminaría transformando por completo la faz de la historia. Este superávit liberó la conciencia para dedicarse a tareas diferentes y más especializadas: matemáticas, alfabeto, escritura, calendario… Por supuesto que esto no era lo que hacía el promedio de los hombres, sino algunos especializados. Hacia el sexto milenio aparecieron castas dedicadas a tareas específicas (sacerdotes, administradores, educadores…). Hacia el año 3200 a.C. ya se habían elaborado las primeras creaciones realmente mentales: alfabeto, calendario, escritura… El yo verbal-pertenencia fue capaz de cultivar el mundo material y de permitir el acceso a la mente. Esto no podía hacerlo el yo corporal del hombre tifónico.
Los hombres de esta época necesitaban transportar buena parte del excedente de alimentos y para ello habían de emplear mucho tiempo. Era necesaria una forma mental de intercambio material, fue la misión del dinero. El dinero simbolizaba una cantidad determinada de bienes materiales. Se transportaba el símbolo no los bienes.
Y todos estos avances fueron posibles gracias a la emergencia de la mente simbólica, la primera gran transcendencia de los mundos material, corporal y natural (niveles 1 y 2).
La agricultura, el tiempo y el dinero fueron tres pasos en la evolución de la conciencia. Y a la vez tres poderosos sustitutos de inmortalidad, que el hombre se aplicaba a sí mismo.
Estos avances suponen un paso adelante hacia la Unidad, un acercamiento y a la vez una nueva posibilidad de desvío. Pero, cada nuevo estadio evolutivo conseguido no sólo nos acerca a Dios sino que también se está resistiendo a él, el hombre en el fondo de su ser sabe que su verdadera naturaleza es Divina, que su meta en la evolución es su unión con la Unidad, con el Espíritu y por eso la quiere, pero a la vez la teme, pues para conseguir su meta ha de morir (a su falsa identidad separada, a su yo, la muerte física), y por eso va creando obstáculos para que Thanatos no llegue a alcanzarle. Comete un grave error: identifica su naturaleza divina con su pequeño yo separado, individual, concreto, así, para buscar esa inmortalidad que coloca en su pequeño yo va creando desviaciones constantes en su camino hacia la Unidad.
Es muy probable que desde los tiempos tifónicos, hayan existido formas rudimentarias de dinero, pero el auténtico dinero sólo aparece en los mercados de las ciudades de las sociedades agrícolas. El dinero expresa la capacidad de una conciencia superior y nueva para representar y simbolizar los niveles inferiores de la realidad y el poder transcender el intercambio físico por medio del simbólico. Por el contrario el dinero se puede convertir en un símbolo muy poderoso de la inmortalidad y de la cosmocentricidad, desviando hacia falsos símbolos, lo que en sí es el impulso natural del ser humano.
Uno puede convertir la simple acumulación de dinero, que no es una transcendencia vertical, en un fin en sí mismo, en lugar de utilizar el dinero para fomentar una transcendencia vertical hacia niveles superiores de conciencia. “El dinero es un sustituto de la religión, un intento de encontrar a Dios en las cosas” “Con el dinero resulta posible comerciar con la inmortalidad en la misma plaza del mercado, sin necesidad de acudir al templo” (Becker).
El nuevo yo, que es verbal, de pertenencia, supraorgánico constituyó una verdadera ampliación y expansión de la conciencia. Pero a la vez se enfrentó a una visión también nueva y expandida de la muerte y se vio abocada a una visión también nueva y expandida de negarla a través de los símbolos y a la vez conoció nuevas formas de cosmocentricidad. Estas nuevas formas de negarla fueron el excedente de bienes, el dinero, el oro.
La agricultura es tiempo, el tiempo es oro. Los tres son símbolos de un excedente de vida que expresan y representan, por una parte, una ampliación de la conciencia y, por la otra, la negación ritual de la muerte y la cosmocentricidad heroica. Pasos verdaderos hacia Dios, hacia la Totalidad y también posibles desvíos hacia nuevas modalidades de la negación del final de esta existencia, hacia la afirmación total de nuestro ego.
Sólo en los dos estadios extremos de la evolución (el letargo subconsciente o nivel arcaico o pleromático, y el despertar supraconsciente, o nivel no-dual, iluminación, salvación o resurrección) el ser humano se encuentra plenamente satisfecho. Los intermedios son duros. El estadio del ego está a mitad de camino entre el letargo inconsciente y la iluminación total, por ello es el más incómodo. Este estadio del ego comenzó hacia el 3.000 a.C. con la crisis de la estructura de pertenencia.
Desde el mismo comienzo de la evolución, del despertar de la humanidad, ésta percibió de alguna manera que su verdadera naturaleza era Dios. Este imán la impulsó hacia delante y hacia arriba, pero a la vez la condujo a buscar todas las estructuras sustitutorias, al unión en la Unidad. Cada una de esas estructuras fue creada como un sustituto de Dios y fue abandonada cuando dejaba de ser operativa (cuanto Thanatos vencía a Eros).
El mismo proceso tuvo lugar también en la naturaleza, pero en el ser humano la evolución fue tornándose consciente de sí misma (Huxley). Cada estructura de conciencia ha de ser integrada en el nivel superior como parte, así el hombre está atrapado entre lo que puede llegar a ser y el lastre de lo que ya fue. La tarea consiste en integrar las diferentes estructuras. La creciente complejidad de la conciencia ofrece nuevas oportunidades y a su vez conlleva nuevas responsabilidades.
En el breve período de unos pocos miles de años, la conciencia agraria floreció espectacularmente en las ciudades-estado y en las teocracias de Egipto y Mesopotamia. Según Spengler el catalizador hay que buscarlo en una nueva sensación y experiencia de la mortalidad, un nuevo miedo a la muerte y al mundo. Precisamente la grandeza de Egipto hay que buscarla en el culto a los muertos. Es la vertiente negativa de la unión en la Unidad: apartar la presencia de Thanatos, y esto nos impide realizar nuestro verdadero ser. Las obras de los egipcios fueron titánicas, pero sus sentimientos eran infantiles, querían prolongar el breve lapso de la vida del hombre con sus placeres hasta la eternidad (que se concebía como duración sin límites). Negar de una vez por todas a Thanatos. La inmortalidad estaba, residía ahora en la acumulación de oro, de monumentos, del poder manifiesto, no en la comunión totémica.
En cuanto al aspecto erótico o positivo de la unión en la Unidad, al intento del hombre de ser cosmocéntrico, omnipotente, divino…dice Campbell: “Los faraones creían en su divinidad temporal, y también cuantos les rodeaban” es decir estaban todos locos. Pero esta creencia en la divinidad temporal es propia de todo proyecto de unión en la Unidad, es un ingrediente de la dinámica esencial y universal de dicho proyecto, aunque asuma miles de formas diferentes. Nosotros también creemos que nuestra dimensión temporal es cosmocéntrica, divina e inmortal. Cualquier yo separado está loco en cuanto que se siente a sí mismo como el centro del universo. El error está en confundir lo que en esencia somos (de la misma naturaleza del Ser) con nuestro yo separado, con nuestra sensación de identidad separada que no es sino la mera manifestación temporal del Espíritu.
Al expandirse la conciencia, los hombres ampliaron no sólo el campo positivo, el acercamiento a Dios, el acercamiento a las formas transpersonales, sino también el aspecto negativo de este proyecto de unión en la Unidad, de la unión con Dios, con el Espíritu.
Egipto fue la mayor civilización, la mayor gratificación cultural sustitutoria de lo Eterno desde que el hombre salió del paraíso inconsciente. Pero también en Egipto existe Dios manifestado en un crecimiento excepcional de la conciencia, la creatividad y la cultura.
Si la humanidad como un todo se estaba acercando a los reinos supraconscientes, cada vez debía ser más fácil que hubiera individuos que accedieran a esos dominios… y ciertamente en ambos períodos de pertenencia han aparecido multitud de restos arqueológicos (sacras, ritos, actos sagrados) que hablan de una profundización en el misterio que gravita sobre el hombre. En contraste con el espíritu infantil de la magia de los cazadores tifónicos, una nueva profundización se logra en los horrendos ritos y mitos de la culturas agrícolas. “Eran horrendos y espantosos porque en el rito central de las grandes religiones de estas culturas nos encontramos con la clave secreta de los estados últimos de la transcendencia, pero también con las más aberrantes profundidades de la crueldad humana: Sacrificios humanos, canibalismo…”
¿Por qué esto?
La figura dominante de todas las religiones propias de las culturas del período mítico-pertenencia es la Gran Madre, la magnánima diosa Tierra, la madre dadora de vida, la que recibía a los muertos y los disponía para el renacimiento. Pero ¿la Diosa Madre representaba la transcendencia real o simplemente un deseo infantil de protección? ¿puede ser explicada exclusivamente en función de términos biológicos o psicoanalíticos, o realmente se ha de recurrir a interpretaciones místicas? Ambas posibilidades son igualmente ciertas, no podemos descartar ninguna según afirman los peritos en la materia.
Por todas partes existe evidencia manifiesta de que la Gran Madre está especialmente presente en las estructuras tifónicas y de pertenencia y domina la psicología de ambos estadios. Se trata de una generalización. Existe un paralelismo ontogenético indiscutible, el recién nacido carece de un verdadero yo personal. A medida que el niño va diferenciándose se encuentra con la madre, que es para él el mundo entero (en lo filogenético igual, la Gran Madre). La madre es el único personaje con el que el niño representa el drama de la separación.
Las relaciones existentes entre el yo corporal y la Gran Madre no son circunstanciales sino existenciales y giran en torno a los grandes temas ser versus no ser, vida versus muerte. Así la Gran Madre es a la vez la Gran Protectora y la Gran Destructora… la Buena y la Mala Madre.
En el período en que la humanidad está separándose de la naturaleza (madre naturaleza) y de la fusión con el medio (el gran entorno), saliendo de su etapa arcaica, su constante interlocutor es la Gran Madre.
Por estas razones si nuestra aproximación a la Gran Madre es buena, ella se convierte en la gran Protectora, mas si es mala, se transforma en Destructora vengativa. Aquí se asienta el fundamento psicológico del ritual. Para que no se convierta en Destructora es necesario llevar a cabo determinados ritos. Las figuras femeninas, muchas de ellas encontradas en santuarios, parecen haber sido los primeros objetos de culto del homo sapiens. Ya en el paleolítico, hace decenas de miles de años, aparecen vestigios de la Gran Madre, pero en la época de la que hablamos, de hace unos 6.000 hacia nosotros los hombres eran más conscientes de su contingencia y más conscientes de lo que la Gran Madre era y requería. Y lo que exigía eran sacrificios humanos.
Los símbolos asociados a la Gran Madre por asociación natural son: útero y luna, (ciclo lunar, ciclo menstrual,) – mantenido en la liturgia de la iglesia católica. La Gran Madre – la Luna. La Luna es el consorte de la Tierra, la luna o cualquier símbolo lunar (la serpiente lunar, el toro lunar…) es el dios-consorte .
Sucede que al final del ciclo lunar mensual la luna desaparece, se oculta en el mundo subterráneo y surge a los tres días. Observando este hecho natural la mente simbólica, o sea, que opera con significados no sensoriales, no perceptibles por los sentidos, del hombre mítico elaboró la siguiente afirmación, que se ha hecho expresión del Misterio en muchas religiones: el consorte de la Gran Madre es el dios-que-muere-y-a-los-tres-días-resucita.
También la mente simbólica del hombre mítico elaboró, viendo que a un cuerpo sin sangre le faltaba la vida, esta afirmación simbólica, que se ha mantenido en su fuerza mistérica hasta nuestros días: equiparación entre la sangre y la vida. La mentalidad primitiva asociaba el embarazo a la sangre menstrual, no a la cópula (hay muchas cópulas sin embarazo, pero durante el embarazo queda suprimida la pérdida menstrual). El hombre era sencillamente el portador del falo, y cualquier falo era igual que otro. Por eso la Gran Madre es representada como una virgen, no porque no mantuviera relaciones, sino porque no pertenecía a ningún hombre. Según esto ella, la diosa de la fertilidad es al mismo tiempo madre y virgen, la hetaira que no pertenece a ningún hombre.
En el pensamiento poleológico o mítico, la Gran Madre es, al mismo tiempo, madre y amante y su consorte es al mismo tiempo su marido y su hijo. No se puede hablar con precisión de padre, porque el principio paterno aún no ha entrado en escena, aparecerá más tarde con la aparición del ego, y de la función del varón dentro de la familia. La Gran madre siempre se presenta como la novia y como la virgen madre de Dios.
La substancia de la nueva vida es la sangre menstrual, de ahí la vida corporal depende de la sangre, quitar la sangre equivale a quitar la vida. La Gran Madre necesita sangre para crear nueva vida.
Uniendo ambas afirmaciones comprendemos la lógica de los sacrificios rituales humanos: el consorte simbólico de la Gran Madre (hombre o animal) es sacrificado sangrientamente, muere y según muchos ritos (a los tres días) resucita. La Gran Madre acompaña al dios consorte muerto hasta el mundo subterráneo o subacuático y allí consuma su resurrección, asegurando un nuevo ciclo vital, una nueva fertilidad, una nueva luna. La Gran Madre sigue siendo la madre-esposa del dios muerto y resucitado.
Las inmolaciones rituales eran llevadas a cabo literalmente, de ahí que el sacrifico consistiera en la inmolación de seres humanos. Más tarde fueron sustituidos por animales. Al principio fueron inmolados los mismos reyes, considerados los consortes de la Gran Madre..., reproducción ritual exacta de lo que pensaba la mente mítica.
En todo esto vemos la lógica del rito que sigue siendo la misma: el dios debe morir y renacer a manos de la Gran Madre para asegurar la fertilidad, y, con ella, la nueva vida. En Sumeria tales prácticas perduraron hasta una fecha tan tardía como el 2350 a.C.
La civilización y los sacrificios humanos nacieron simultáneamente.
El sacrificio ritual era una técnica para apaciguar y expiar la culpa de la muerte (apaciguando a la Madre Devoradora), asegurando de este modo la continuidad de la identidad separada, y fomentar todo lo posible el poder del yo separado (bajo los auspicios de la Gran Protectora). El ritual es una combinación de las dos vertientes de la unión o fusión de nuestro ser en la Unidad: liberarse de la muerte y aparecer como cosmocéntrico, como héroe (centro de la admiración de los otros), controlando las energías de la naturaleza. Expresa el deseo de vida absoluta, y el deseo de expiar la culpa del yo separado, que se sabe separado y por eso mismo se siente culpable (¿el pecado original?).
Los sacrificios y ofrendas rituales son totalmente congruentes con la lógica del período de pertenencia o tribal, con la estructura de la conciencia mítica. Es el intento de comunión con la Unidad propio de este nivel. Las formas paleológicas de conciencia también se hallaban impregnadas de la intuición de Dios.
Lo mismo podríamos decir con respecto al sacrificio ritual, pues hay dos formas de sacrificio; el literalmente sangriento, y la autoinmolación simbólica. Y en la historia en ambos caso se ha acudido a la misma ritualidad. En la etapa de permanencia tribal la mayoría de los individuos recurrió al sacrificio (a la Gran Madre) como estrategia de sustitución, sacrifico a otro (persona o animal en mi lugar) como mero signo, se entendía el sacrificio como mera exterioridad, mera sustitución. Se trataba de sacrificar a otro ser humano para salvarse uno. Para muy pocos se trataba de un símbolo de transformación y apoyo para la transcendencia, de una muerte al yo separado y una ascensión en los niveles de conciencia. ¿No queda mucho de esto, o todo esto, en nuestra celebraciones? El católico medio con sus obispos y clérigos al frente buscan el signo, no el símbolo. Volveré más en profundidad sobre ello posteriormente. Personalmente fui severamente amonestado por la autoridad eclesiástica por explicar en las clases de la facultad que los sacramentos no son signos, sino símbolos. La mentalidad de la institución católica es claramente mítica, pero la mítica de hace unos 6.000 años.
La mayor parte de los antropólogos modernos no distinguen entre signo (exterior) y símbolo (interior) y por tanto consideran a todos los sacrificios iguales.
Pero, no todos, “Advirtamos que estas ceremonias simbólicas ayudan a sofocar el deseo del individuo de alcanzar la inmortalidad, y que el nuevo destino resucitado del flujo de conciencia es la inmortalidad, la eternidad atemporal del Ser mismo.” (Campbell). Este tipo de ceremonias, rituales, plegarias vividas como símbolos conducía a aceptar la muerte de la sensación de identidad separada, favoreciendo la comunión con la Gran Diosa, que es la misma Gran Madre, en su cariz de bondadosa. Pero sólo en los casos de personas con un alto nivel de conciencia.
La Gran Madre exige sangre, mientras que la Gran Diosa, o Madre bondadosa reclama conciencia. La diferencia externa era: las ofrendas a la Gran Madre iban acompañadas de sacrificios sangrientos (y a veces asesinatos rituales), mientras que la inmolación del alma a la Gran Diosa nunca conllevaba la muerte del cuerpo, era un sacrificio del corazón.
El ejemplo cristiano en Occidente del dios que muere y a los tres días resucita es claro.
Es totalmente inadecuado intentar valorar el significado de un ritual recurriendo exclusivamente a su aspecto externo.
El hecho de erigir una frontera, mantener una sensación de identidad separada frente a la Totalidad requiere un gasto constante de energía, una contracción constante. Esta es la represión primordial, la represión de la conciencia universal y su transformación en un yo interior versus un mundo exterior.
Esta frontera determina dos factores dinámicos fundamentales: Eros y Thanatos. Eros constituye el deseo de recuperar la Totalidad anterior perdida en el momento en que se erige la frontera entre el yo y lo demás. Pero esta recuperación es imposible sin la disolución, la muerte del yo. La sensación de identidad separada se resiste y Eros no puede lograr la unión deseada, por ello se ve obligado a buscar paliativos simbólicos sustitutorios de la Totalidad perdida, sustitutos de inmortalidad. Eros jamás puede verse saciado, es el hambre ontológica.
La frontera existente entre el yo y los demás es irreal, debe ser constantemente recreada y así lo hacemos, y lo que es peor, nos creemos que esa es la realidad. Al mismo tiempo la Totalidad empuja para derribar esa barrera: esa fuerza que empuja contra la barrera de separación es Thanatos, que conspira instante tras instante por derribarla. La realidad conspira instante tras instante por derribar esa barrera. El objetivo real de Thanatos apunta hacia la transcendencia. Thanatos es el poder del sunyata budista, o sea de la túnica inconsútil de la Realidad, el impulso que impele a transcender las fronteras ilusorias, pero que se presenta ante el yo como una amenaza de muerte que pone en peligro su propia identidad.
Todo aquello que es ajeno al yo actúa como una fuente de Thanatos, pero todo lo ajeno no es sino una proyección de nuestra propia naturaleza profunda, la Totalidad última. Así de nuestro Ser Total se deriva un afán de destruir las fronteras, “un deseo de muerte”. Para reprimirla no hay más remedio que buscar unos medios: los sacrificios sustitutorios.
Estos sacrificios sustitutorios varían según los niveles de conciencia, cuando la sensación de identidad separada es muy débil, no hacen falta grandes sacrificios, cuando, como en el nivel de pertenencia, se alcanza una gran fuera en la sensación de identidad separada, las formas rudimentarias de sacrificios sustitutorios de la época tifónica no son válidos y se han de arbitrar unos nuevos para dominar a Thanatos. Hay que inventar nuevas formas sustitutorias (Eros) y nuevos sacrificios sustitutorios (Thanatos).
Ahora bien, en el desarrollo ontogenético (y también probablemente en el filogenético) el nivel de mítico-pertenencia es el primero en adentrarse en dimensiones temporales que transcienden el momento presente. Y el lenguaje es el instrumento o vehículo que permite desplazarse hacia metas situadas en el futuro.
Pero, este es también el primer nivel en el que Eros dispone, rudimentariamente, de la retroflexión, o sea, de la capacidad de volverse hacia el sistema del yo. Y del mismo modo en que Eros se intro-vierte hacia dentro, Thanatos se extra-vierte hacia fuera. Y cuando Thanatos se extra-vierte se convierte en agresividad asesina.
Según esta visión de la conciencia, Thanatos no es tanto el impulso de regresar a la existencia inanimada, como el impulso de recuperar la Totalidad Última, el estado primordial. Donde quiera aparezca una frontera aparece Thanatos pugnando por su destrucción, y el yo lo experimenta como una amenaza de muerte. Y es esa acometida de la muerte la que se extraviarte en el nivel de pertenencia, asumiendo la apariencia de esa forma de agresividad mórbida, perversa e implacable que constituye un patrimonio exclusivo de la humanidad.
El asesinato, pues, constituye una modalidad de sacrificio sustitutorio, una forma de transcendencia sustitutoria. El anhelo más profundo es destruir el propio yo, pero… es preferible destruir al otro. La única curación posible del homicidio descansa en la auténtica transcendencia. Transcender el yo y matarlo, en lugar de matar a otro hombre.
No negamos la existencia de una agresividad natural, instintiva y biológica. En los animales, mamíferos, humanos. Pero esta agresividad no mata a causa del odio. El coyote mata al conejo porque lo quiere (como posesión), como nosotros podemos querer el alimento.
Lo que negamos es que el odio asesino sea biológicamente innato. “El odio violento es una elaboración cognitiva y conceptual que transciende con mucho la agresividad meramente biológica.” (Arieti).
Se está diciendo que la muerte y el miedo a la muerte están íntimamente relacionados con la elaboración cognitiva que convierte a la simple agresividad biológica en el asesinato desenfrenado de seres humanos.
Esta hostilidad asesina es un estallido de agresividad realmente perversa y desproporcionada. Y la historia de la humanidad que comienza precisamente con el nivel tribal – mítico de conciencia, constituye el relato de los sacrificios sustitutorios, de las guerras, carnicerías y exterminios asesinos.
En la edad tribal, edad, por cierto, muy extensa aunque no tanto como la tifónica o mágica, al aparecer un nivel superior de conciencia, un nivel mental y simbólico (en cuanto que superaba la meramente sensible), el hombre va elaborando nuevas formas de defenderse de Thanatos, de la muerte, algo que siente como necesidad de su propio ser, y en verdad lo es, pero debido a la confusión de identificar su ser con lo que no es, el Ser. Por ello en el sentido transcendente, el verdadero sentido del Ser la lucha contra la muerte no es una necesidad, sino una ilusión generada por otra ilusión: la identificación del yo, del ego con su verdadero Ser.
Estas formas, aparte de las ya creadas por el hombre mágico son el
Tiempo extenso, un tiempo que iba mucho más allá que el del hombre mágico que abarcaba cada momento hasta mañana en que volvería a cazar, sino un tiempo que abarcaba de una cosecha a otra y otra... Un tiempo que ya tenía futuro.
La misma cultura, mucho más densa que la del hombre tifónico. Nos baste recordar todo lo que nos han legado en esta materia los grandes imperios antes mencionados y las culturas anteriores: celtas, iberos, etruscos, pelasgos... y las de China, India... de la época.
Los rituales, ya tremendamente elaborados, sobre todo en la época neolítica. El culto a la gran Madre (Gran Diosa), los enterramientos, embalsamamientos, los zigurats, las pirámides que tenía un claro matiz sacro...
El excedente agrícola, la abundancia de alimento que garantizaba poder alimentarse hasta un futuro mucho más lejano que el mero mañana de la caza...
El dinero, el gran sustituto, el gran falso símbolo de inmortalidad a lo largo de toda la historia hasta nuestros días, en los que la humanidad promedio se ve aún sumida en un nivel muy bajo de conciencia.
La vida en poblados extensos que garantizaban una convivencia inter subjetiva en la que el yo se alimentaba psicológicamente.
El sacrificio siempre entendido por la mayoría de los hombres como un signo sustitutorio y no como símbolo de transformación y metánoya.
Y lo que es mucho peor, los homicidios, asesinatos y las guerras, que en substrato inconsciente de la humanidad sólo responde al tremendo miedo al otro. Sencillamente porque no hemos asumido la Realidad: las fronteras son ilusorias. No hay otro, sólo Uno. “Mi Padre y yo somos uno”
…
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