viernes, 11 de febrero de 2011

Reflexión sobre el reduccionismo simplista

Reduccionismo simplista

Quiero comenzar este breve escrito con una afirmación que nos es más que una obviedad, mas lo hago con la intención de que esté muy presente en mi conciencia mientras escribo esto. “No soy puro”, por tanto, todo cuanto digo aquí nace del conocimiento de mi propias imperfecciones, y no sólo por ser humano, sino también por ser José Antonio. “Quien esté libre de pecado tire la primera piedra (Jn 8,7)”.

Me preocupa y seriamente el reduccionismo simplista (la expresión no es usada comúnmente, incluso el Diccionario de la RAE en 21ª edición no la recoge, pero es inequívoca) que nos rodea en esta sociedad y que llega hasta los rincones más íntimos y recónditos de nuestras vidas, que recoge constantemente la prensa y toda palabra impresa. Llega a nuestros discursos y envenenna nuestros pensamientos. Cierto que hay escritos en ella, en la palabra impresa, que, a mi juicio, están impregandos de aquella soberana sencillez que aconseja el Sermón del Monte: “prudentes y sencillos”, sin doblez, verdaderamente in-genuos en su sentido etimológico (en sánscrito: “el que no divide”, el que no enfrenta sino que ama a todos), pero muchos otros están empapados de ese reduccionismo, tan ¿humano? decimos -¡y tan poco cristiano!- ¿No es acaso lo cristiano lo que es profundamente y verdaderamente humano?

Llamo “reduccionismo simplista” a la actitud, siempre llevada al acto, de reducir las cosas, y sobre todo, las causas de los hechos a una sola, cuando en verdad son múltiples y complejas, y hacerlo con una perspectiva simplista: de simplón -mentecato-, no de sencillo: aquel que ha llegado a amar sin exclusiones. El que ha llegado a la no-dualidad. Todos nos sentimos con el poder de enjuiciar las situaciones, los hechos e incluso a las personas, sin haber procurado antes adquirir el conocimiento suficiente para emitir dichos juicios con equilibrio y ponderación. No me estoy refiriendo a un análisis crítico, totalmente necesario en la sociedad y en la formación personal, sino a la crítica que procede con poco fundamento-conocimiento, y sale de las emociones irracionales: odio, antipatía, desprecio, aversión...

Tenemos el maniqueísmo inyectado en la sangre: Los buenos y los malos. Éstos son los culpables de todos los males, aquellos pobres víctimas de los segundos. Se nos cuela en lo que pensamos, en lo que decimos y escribimos, nace en nuestras entrañas y es más fuerte que la razón. ¡Tenemos que echar a alguien las culpas de que haya cosas que no nos gustan! Y nuestro juicio elaborado desde nuestra parcialidad nos parece la cosa más evidente, la más verdadera del mundo. Y como tal lo exponemos a los cuatro vientos.

Lo que para mí es más curioso de todo esto es que dichos juicios, no sólo los emitimos convencidos de su verdad, sino que creo que todos la tienen, mas solamente en parte. La tienen dentro del contexto evolutivo al que pertenecen o pertenecemos las personas que los emitieron y los emitimos. Sinceramente no creo que nuestros escritos, en general, pretendan mentir, confundir, sino aclarar lo que a juicio del que lo escribe, seamos quienes seamos, es la verdad.
Pero, no podemos olvidar que la verdad es evolutiva, queramos aceptarlo o no. Y lo que sirvió como
verdad (intencional, proposicional...) en la Prehistoria o el Medievo en muchos aspectos (religioso, moral, político, social, médico, filosófico, astronómico, matemático...), hoy no es sino ignorancia y despropósito, pues el hombre evoluciona con la conciencia. La idea de la existencia del infierno, por ejemplo, en aquellos momentos medievales sirvió a aquella sociedad, hoy no sirve de nada, al contrario es un palo puesto a las ruedas de la razón. Y los mismo hemos de decir de los absolutismos, dictaduras, geocentrismo, antropocentrismo, visión mítica de Dios...

Por descontado que estoy hablando de la verdad proposicional o interpretativa: El mapa mental -intencional- que tiene el sujeto del objeto representado, -lo real-. Pero, conforme va cambiando la conciencia en su evolución o desarrollo, cambia también el mapa y el objeto (se va transformando el mundo) y no meramente en el aspecto físico. La conciencia del hombre mágico está polarizada en extremo entre el bien y el mal. Es una conciencia tribal que aún permanece y no solamente en las tribus urbanas, sino en todos nosostros. Los de mi tribu (los que piensan como yo, los de mi iglesia, los de mi partido, los de mi equipo de fútbol...) son los buenos. Los otros, los malos a los que hay que borrar del mapa (a tiros, con la palabra, con la descalificación, la demonización, el desprecio...). ¡Esos brujos y brujas son la causa de todos los males!
¡El miedo a lo diferente!
¡La falta de conciencia que no percibe fronteras sino cercanías, y pluralidad en la unidad!

Tenemos mucho aún de esta conciencia mágica, transformada para gran parte de los humanos más evolucionados -con carreras, estudios, profesiones liberales, como profesores, sacerdotes...- en mítica, sobre todo en materias religiosas o políticas. En la misma nuestra interpretación de la Realidad responde al acatamiento de un código de conducta impuesto por Otro (al que se le llama Absoluto, Dios, Alá, Poder político, Jerarquía religiosa...). Para este tipo de conciencia no hay evolución posible. Lo que está mal, está mal. Lo que está bien, está bien.
Pero la conciencia humana ha seguido evolucionando y seguirá per saecula.

“No juzguéis y no os juzgarán. No condenéis y no os condenarán...(Lc 6,37)” Palabras puestas en boca de Jesús que en modo alguno significan que no tengamos criterios, que seamos unos conformistas, que no nos muevan las injusticias... Jesús de Nazaret mostró tener un criterio tan pleno y válido que lo mantuvo hasta la cruz. Su criterio fue estar a favor de todos, sin excepción. Amar sin exclusiones. Lo que no se opone al discernimiento: ¿Nos dice el mismo evangelio de Lucas: “Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que se debe hacer? (12,57. También Mt 16,2..)”

Y como Jesús, todos los grandes místicos axiales de la historia, Buda, Zoroastro, Mahoma. Recordemos a Lao Tsi: “Vence al mal con el bien.” ¡Y qué decir de los místicos seguidores de Jesús! Desde Pablo a Teresa de Calcuta.

Nada tiene que ver tener criterio, ni hacer una crítica seria y ponderada a las instituciones, que normalmente se esclerotizan, con el reduccionismo simplista. Mas bien, tener criterio exige no caer en el reduccionismo simplista, pues aquél sólo puede estar basado en una fuerte formación humana (no la confundamos con la erudición, con unos estudios universitarios...), que nos aleja de culpabilizar y nos acerca a la comprensión, y el reduccionismo es el recurso de quien no la tiene, aunque pueda tener muchos estudios, es la actitud simplona -no sencilla- de mirar siempre hacia afuera y de culpar de todo lo que no me gusta a aquel que peor me cae. Pese a ello, entiendo que nadie hay tan ignorante o malvado que no tenga algo de verdad (proposicional) en sus afirmaciones.
Criticar no es culpabilizar, ni despreciar, ni minusvalorar, ni insultar... y no olvidemos que la crítica conlleva en sí misma el riesgo de que lo que se dice sea verdadero o erróneo, a la vez que nos exige una seria preparación tanto intelectual como moral. No soy árbrito de nadie, sólo expongo mi pensamiento.

José A. Carmona Brea