viernes, 30 de septiembre de 2011

Algo de mis vivencias y reflexiones sobre el Misterio

Unas palabras pobrísimas, pero quizás convenientes, acerca de mis vivencias del (y reflexiones sobre el) Misterio que normalmente es llamado Dios




La palabra “Dios" ha perdido totalmente su significado después de siglos de uso erróneo. ¡Ojo! no estoy despreciando lo muchísimo bueno que en 2000 años de Historia, y en otros tantos o más anteriores a los de la era cristiana se ha aportado en materia religiosa. Y sobre todo las aportaciones y vivencias de los místicos que en la Humanidad hay y han habido. Personas que nunca han vislumbrado el reino de lo sagrado han utilizado muy mal esta palabra, la usan con mucha convicción como si supieran de qué están hablando. Otros argumentan en su contra como si conocieran lo que están negando. Este uso equivocado ha dado lugar a creencias absurdas, afirmaciones y engaños que son en realidad del ego, como cuando se dice: "dios está conmigo", “yo no creo en Dios” o cuando se utiliza, a partir de Nietzsche, la expresión: "dios ha muerto”. La palabra Dios (lo mismo que sucede con las palabras Alá, Yahvé o Jehová, etc.) se ha convertido en un concepto cerrado. En cuanto se pronuncia se forma una idea, una imagen mental de alguien o algo que está fuera de ti…

Por todo ello, pienso que una verdadera postura de fe en lo numinoso nos exige una reflexión profunda y muchas meditaciones sobre ¿ese?, ¿el? Ser, Totalidad, Trinidad, La Nada…
Yo fui educado desde mi más tierna infancia bajo el signo de una múltiple significación de la palabra Dios (así con mayúsculas), múltiple pero todas las significaciones convenían en un Ser exterior y todopoderoso, que además era Trino sin dejar de ser Uno (y en este Uno y Trino tenían buena parte los conceptos matemáticos, los conceptos de cantidad). Es de advertir que ese Uno parecía más bien ser una especie de Substancia en la que confluían las Tres Divinas Personas, un ¿SuperDios? O al menos así lo percibía yo en mi infantil mente hasta el punto de que, pienso, mi superego está estructurado sobre esta palabra. Yo por mi parte siento admiración respeto y cariño por la misma, como no podría ser menos. Pero…

Allá en los finales del siglo XIX (Así habló Zaratustra: 1883-1885) Friedrich Nietzsche, malinterpretando la palabra, opino, a causa de la creencia de las masas -creencia que permanece-, apuntaba algo sobre la muerte de Dios, tiempos en los que se vivía en la institución católica bajo el papado de León XIII. Aquel papa dedicó gran parte de sus esfuerzos a dar una doctrina social con la que contrarrestar a todo el movimiento marxista que surgía en Europa como consecuencia de las obras de Marx; a la vez, y como es lógico, intentó que la institución fuera realmente fiel a sí misma en sus estructuras, en su doctrina, en sus actitudes, en sus imposiciones etc... a los fieles católicos. El mundo estaba avanzando hacia niveles de conciencia de mayor madurez que la visión mítico-agraria, pero la iglesia seguía (y sigue) agarrada a esa mentalidad arcaica, neolítica sin comprender, y ni siquiera intentarlo, los nuevos movimientos de pensamientos y de actitudes de madurez, pese a todos los errores que acompañaban, y siguen acompañando, este despertar. La influencia del filósofo teutón ha sido impresionante en todos los ámbitos del pensamiento, algo similar a lo sucedido con Marx. Quizás todo ello favorecido por una actitud institucional de las religiones, sobre todo las occidentales cristianas, que se negaban a cualquier avance de la conciencia humana, porque pensaban y piensan en gran medida que la humanidad había (ha) llegado al punto más elevado de su desarrollo. Recordemos aquello de “la revelación se cerró con el último apóstol”. Lo cual imposibilita cualquier ascensión de la conciencia hacia niveles superiores (niveles racionales, psíquico, sutil, causal...), y supone que nuestro conocimiento y saber ha de quedar reducido a repetir lo que ya dijeron los sabios ( o los tenidos como tales) anteriores; esto en concreto ha sucedido para la institución católica con Tomás de Aquino durante muchos siglos, y actualmente en los sectores más conservadores, que ha sido la meta que no se podía traspasar, pues pasarlo era caer en la herejía, o ponerse en peligro próximo de caer en ella.

Y por el contrario la nueva humanidad, la que había nacido siglos antes con el renacimiento artístico y cultural, con el pensamiento racionalista incoado por R. Decartes, continuaba avanzando hacia planos nuevos de visión del Kosmos, por lo que la institución empezó a distanciarse de la humanidad. Esta sí evolucionaba, cuando la iglesia se agarraba neuróticamente al pasado (interpretado a su manera -toda interpretación lo es-) como única tabla de salvación, negándose sencillamente a la Vida y a la Fe, que no son sino la misma Realidad, que no son sino movimiento y riesgo. Al no querer el riesgo del error se cerraba todas las puertas a una Verdad cada vez más abierta, más divina, más crística. Epígonos de esta actitud de cerrazón de espíritu fueron sobre todo algunos papas, como Pío IX, Pío X, Pío XII, Juan Pablo II y lo es Ratzinger el actual Benedicto XVI, que cuando era cardenal, azotó y fustigó sin piedad cualquier pensamiento, nacido de una experiencia nueva y no venido de lo que “siempre se ha dicho”. Muchos teólogos y grandes pensadores de mente abierta tuvieron que sufrir en sus carnes el azote de ese falso Dios defendido por el poder institucional, cuando ellos se abrían, como Jesús, el Nazareno, a una experiencia personal y abierta de ese Ser que es nuestro YO más profundo, que es el Sustrato y Fundamento de cuanto es, que es nuestro Sustrato y Fundamento, y no un Otro. Vivían la experiencia de esa Trinidad: Fuente, Agua de Vida y Cohesión de Amor, que les llevaba a encontrase con el, y dentro del, Misterio como Jesús en la transfiguración.

De este modo las religiones institucionalizadas llegaron con su actitud hermética a provocar todo el movimiento que arrasó el occidente en los años 70, el (mal) llamado de la “muerte de Dios”. Sin duda, pienso yo, se trataba de la muerte del concepto cerrado que se tenía ( y en una inmensa mayoría se sigue teniendo) de Dios en Occidente, y sobre todo en las religiones cristianas oficiales. Se da por iniciador del mismo a John A. T: Robinson, obispo anglicano, con su libro “Honest to God” que tanto dio que escribir a finales de los años sesenta y durante los setenta. En aquellos tiempos yo era un seminarista-estudiante de lo más carca. Por supuesto no leí el libro entonces. Lo hice una vez convertido.
El mismo Robinson justifica (creo que muy acertadamente) su libro, y sus conclusiones con un gran prólogo del que entresaco: “Ya que el evangelio cristiano se halla en perpetuo conflicto con las imágenes de Dios erigidas en la mente de los hombres, incluso cristianos, cuando en cada generación se esfuerzan por acotar su sentido. Estas imágenes cumplen una finalidad esencial: la de precisar lo incognoscible, la de limitar lo inagotable, para que los hombres y mujeres corrientes puedan situar su espíritu a la vera de Dios y tengan algo en qué fijar su imaginación y sus plegarias. Pero en cuanto estas imágenes se convierten en un sustituto de Dios, en cuanto llegan a ser Dios hasta el punto de ser excluido o negado todo lo que no se halla incorporado a la imagen, entonces ha nacido una nueva idolatría y una vez más ha de ser sometida a juicio”.

Detrás de la palabra Dios hay una Realidad, que no puede ser definida, ni explicada por esta palabra ni por ninguna otra, que no puede ser contenida en ningún concepto. Pero nosotros necesitamos expresarnos y poder explicarnos algo, aunque no podamos entender. Por ello los autores van probando nuevas palabras como Ser o Misterio.
Ya el mismo Plotino, uno de los grandes místicos de la historia, que alcanzó niveles muy altos de conciencia, niveles muy altos de sabiduría, afirmaba que “sin una virtud auténtica, el Dios del cual se habla es un mero nombre (àneu dé aretês àlezinès Theòs lègomenos ònomá èstin. Enéadas 9,15) ”. Ese Ser, esa Realidad que está tras la palabra y tras el (falso) concepto: Dios, está más allá de toda capacidad del entendimiento para recogerlo y para expresarlo. Esa Realidad, ese Algo es ante todo objeto de una experiencia, pero experiencia suprema, experiencia que por otra parte sería algo imposible, si ese Ser estuviera totalmente fuera de nosotros y por tanto de nuestro alcance, si ese Ser fuera sencillamente un Otro. Es más la misma palabra Ser es inadecuada, sobre todo aprehendida como concepto, a Dios no se le puede hacer prisionero de nada, mucho menos del intelecto, que sólo lee en la superficie, que no percibe la profundidad. De todos modos es una palabra menos impropia que la de Dios, porque al menos no es un concepto cerrado (por muchos siglos de uso en una cultura), sino abierto. Ser es palabra abierta, en ella tanto cabe el Vacío oriental, como el Ente occidental, en ella cabe tanto cabe lo personal como lo transpersonal, lo aprenhendido como lo conocido, cabe el Misterio con su insondabilidad… En modo alguno estoy utilizando la palabra Ser en sentido ontológico, sino en todo caso en el sentido que Heidegger da a la palabra Lichtung (el vacío que hace posible al ser). Pero, tampoco esta palabra es idónea para expresar lo numinoso, lo mistérico, mas como nos vemos en la necesidad de expresar con palabras todo lo referente a la comunicación entre los humanos, alguna palabra hemos de usar. Más inadecuada aún si tenemos en cuenta que cuanto se refiera a Dios, al Misterio, al Ser, al Vacío será una expresión oximorónica, algo muy olvidado en nuestro lenguaje a causa de la superficialidad, de la linealidad de nuestros conocimientos científicos y racionales.

Pero esta experiencia de Dios o del Ser, del Misterio, de lo Numinoso exige como nos aventura Plotino una pureza interior, un ojo de la contemplación limpio, un previo silencio interior. Es la pureza del corazón la que nos abre las puertas para poder percibir, o simplemente barruntar el Misterio, a Dios. Él sólo se comunica en el silencio del corazón, sólo el Silencio puede percibir el Silencio del Ser (como sólo el microscopio ve las células, o como sólo una mente mínimamente preparada entiende el teorema de Pitágoras), en la experiencia de una meditación-contemplación sincera -en la que la mente desaparezca en quietud- y constante, en la entrega total y abierta de todo el ser humano: cuerpo, psique y espíritu. Tal es la experiencia humana mantenida a lo largo de toda la historia, experiencia que no es exclusiva de ninguna religión, ni exclusivamente religiosa. Es una experiencia del “Hombre”.

Es una experiencia que te lleva a percibir tu propia dimensión transcendente. El Misterio es Aquello que estando tan lejano, tan más allá, está en tu interior, es más no está en tu interior, sino que lo ES. Por eso San Agustín pudo escribir aquellas palabras “Intimior intimo meo”. Mas como el ser humano no puede sino interpretar todas sus experiencias, lo mismo hace con esta suprema, por ello cualquier experiencia espiritual queda interpretada por una determinada forma de religión, o no religión, por una determinada cultura. Y es la cultura la que es recibida en la colectividad, cultura que abarca tanto lo espiritual, como lo mental y lo sensible… toda cultura no es sino una interpretación del Kosmos, un visión determinada del Universo. Con esto no estoy afirmando que todas sean igualmente válidas, pero sí todas igualmente respetables, cosa que no se ha de confundir.

Pero lo verdaderamente extraordinario de esta interpretación cultural de la experiencia suprema es que la reflexión, el discurso cultural no versa sobre un concepto, como se ha apuntado anteriormente, sino sobre un símbolo, trátese del nombre de que se trate. Y un símbolo lo es sólo cuando simboliza, cuando reúne en un abrazo íntimo dos partes que son complementarias. No se trata de un discurso o reflexión sobre un concepto. Estamos muy resabiados en nuestra visión conceptual de todo cuanto es, y esto nos impide a veces abrirnos al poder simbólico de nosotros mismos. Es más nos confundimos y queremos reducir a conceptos lo que son símbolos, como en este caso el nombre dado al fenómeno de la experiencia suprema, y a la Realidad -en la que somos y de la que somos manifestación- que en ella barruntamos, que en verdad no es sino la experiencia de la Vida, la experiencia de identidad con la misma. Alá tiene el mismo poder simbólico para un musulmán, que Buda para un budista, que Cristo para un cristiano, o el Sin nombre para cualquiera, pertenezca o no a una forma de religión.

Por supuesto que ni Dios, ni Alá, ni Ser, ni Misterio, ninguna palabra puede definir lo indefinible, la vastedad inefable que está detrás de estas palabras. En todo caso lo único importante es saber si la palabra ayuda o dificulta la experiencia de Eso hacia lo que la palabra apunta. Si la palabra es un concepto mental abierto, o sea, si es meramente símbolo, o cerrado, si es simplemente un concepto. En este sentido yo me inclino por la palabra Misterio: aquella Realidad que siendo nuestra más profunda esencia, no puede ser objeto de nada, mucho menos de nuestra mente, sino que es la Vida, su Sentido. Creo que la expresión Misterio es más abierta, no señala nada y lo hace hacia Todo. Lo malo es que tenemos la mente acostumbrada a entender la palabra misterio como aquello que no puede ser explicado, para lo que no tenemos explicación, con lo que la reducimos de nuevo a un concepto, a una percepción intelectual. Cuando Misterio es Aquello en lo que hemos de sumergirnos totalmente porque es Vivir, es el Vacío en el que todo es y Todo es, es la Consciencia fundamento del que es y de lo que no es. Es lo que no sabemos, ni podremos saber (no meramente conocer) porque somos él. Misterio es Vida, Amor indefinible y a su vez es Nada. No sé qué es. Lo vivo.

Pese a todo hemos de hablar de la experiencia suprema, es el único modo de comunicarla a los demás hombres, la interpretación de la experiencia es algo a lo que nos impulsa nuestra mente racional, nuestra personalidad humana, y es algo bueno y necesario. Comunicamos nuestras experiencias principalmente por las palabras. Mas tengamos en cuenta que al hablar de la experiencia suprema la misma palabra Dios (y cualquier otra) es ya tendenciosa, puesto que la experiencia no cabe ni en la mente, ni en las palabras.
La experiencia de la humanidad, expresada por casi todas las tradiciones religiosas, ha llamado con muchos nombres a esta Realidad que nosotros llamamos Dios. Esta palabra procede del sánscrito (dyau) y tiene un significado que hace referencia a la luz, la luz que nos permite vivir. No es de extrañar que el sol se acepte universalmente como un símbolo de lo Divino .

Mi visión de lo Divino ha ido cambiando de forma clara a lo largo de mis años. No voy a escribir nada sobre mi forma de entender a Dios en el pasado, sino sobre lo que vibra dentro de mí actualmente en los momentos en los tomo algo de conciencia del Misterio que da sentido a mi vida, en el que soy.

Y esta es la primera vibración, la primera experiencia (interpretada) que percibo:
1- Dios, el Misterio no es alguna cosa, un Ente con una serie de atributos como omnipotencia, omnipresencia, infinitud… como ha sido el llamado Dios de los filósofos (Ens supremus), sino que es la cuestión radical de mi existencia. Yo me pregunto por el sentido de mi vida, por el destino de la tierra, del universo, por la necesidad o no necesidad de un fundamento... Se trata de la última pregunta de cuya respuesta depende el sentido de cuando es.

La segunda es
2-. Antes de poder hablar del Misterio he de tener un previo silencio interior. Cada forma de conocimiento, cada saber tiene sus propios principios epistemológicos, su propio método, por ejemplo: Son necesarios telescopios muy potentes para poder estudiar los astros, es necesaria la lógica matemática para estudiar los números... Es imprescindible saber escuchar la voz de la transcendencia en el interior para poder hablar de Dios. Para ello es necesario tener un corazón puro, se ha de callar la mente y los sentidos para que se pueda percibir con el ojo de la contemplación (el tercer ojo de los victorinos, Buenaventura... de los tibetanos) la densidad de la presencia del Misterio en nosotros mismos y en la realidad toda (cosmos con minúscula). Se ha de transcender lo que captan los sentidos y la inteligencia para entrever a Dios presente en todo, o sea, se ha de perforar la cáscara sensitiva e intelectual de la realidad para encontrar la semilla anidada dentro.

La tercera experiencia
3- Dios no es una cosa y por tanto la forma de hablar de Él es distinta a la forma de hablar de cualquier otra cosa. Dios no es una cosa, como se ha dicho anteriormente. No hay parámetros adecuados para hablar de esta Realidad que llamamos Dios o Misterio. El lenguaje sobre Él es inequiparable al resto de lenguajes humanos. No podemos hablar de Dios de forma científica, pero sí desde una experiencia íntima compartida con otros hombres.
El lenguaje sobre Él no es una especialidad elitista. Es nuestro propio ser el único mediador en esta experiencia en cierto modo inefable. Dios no está a favor de unos y en contra de otros como tantas veces se ha querido hacer ver en la historia, sino que está en todos y cada uno. Pretender situar a Dios de parte de algunos es simplemente una blasfemia.

La cuarta experiencia
4- Dios no es monopolio de ninguna tradición. Como tampoco es objeto de pensamiento. Cualquier intento de hacerlo prisionero de una ideología, como ha hecho la institución católica (“extra ecclesiam nulla salus”), por ejemplo, es una barbaridad y una idolatría. Es no hablar de un ídolo.
Esto no quiere decir que los cristianos no puedan hablar en nombre de Cristo, como los budistas de Buda…, pero no en nombre de Dios. Este nombre ha de ser un símbolo que elimine cualquier intento de absolutismo y totalitarismo, un símbolo que ilumine la contingencia de toda acción humana.
Por eso

La quinta experiencia
5- Dios no puede ser objeto de conocimiento ni de ningún tipo de creencia. La palabra Dios, o Misterio, es sencillamente un símbolo, no un concepto, ni un objeto. Ya lo he expuesto en este escrito.
El símbolo a diferencia del concepto es eminentemente relativo, o sea, que relaciona a dos elementos que “llamamos” -en nuestra mente dual- sujeto y objeto, y tan sólo es símbolo cuando realmente simboliza el objeto para el sujeto. Por tanto, es concreto, subjetivo y no universal, sólo es símbolo para quien lo percibe, para quien está dentro de la comunión sujeto-objeto, nunca para todos. Lo contrario a lo que es el concepto que sí es universal. Pero más que subjetivo el símbolo es subjetivo-objetivo, pues constitutivamente es una relación entre el sujeto y el objeto. Dios no es objeto de información, la palabra Dios no transmite información alguna, si lo hiciera querría decir que hemos creado un ídolo mental.

La sexta experiencia
6- La palabra Dios no es el único símbolo de lo Divino , es más ni tan sólo es necesaria. Puede ser para nosotros los cristianos occidentales muy importante, pero ello no nos da derecho a universalizar nuestra perspectiva ni en éste, ni en cualquier otro caso. Sería una extrapolación injustificada. ¡Hemos hecho, y seguimos haciendo, tantas en la historia! Cada cultura tiene sus símbolos propios y en todas se da esa experiencia suprema que luego es interpretada.

Las visiones de la relación Dios-Mundo


Lo que pretendo en este escrito es ir expresando la evolución de mi conciencia, o el desarrollo de la concreción de la conciencia que soy Yo. Y por lo mismo mi intención es expresar la visión cristiana del Misterio que me inunda. Este escrito, por tanto, está imbuido de valores, ideas y cultura cristianos.
Para acercarse a una posible experiencia cristiana de Dios, es necesario situar el lugar de Dios (Realidad) en la conciencia humana, también en la mía, la relación de Dios con el mundo, pues es en este mundo donde aparece el hecho cristiano.
La conciencia humana ha entendido, según aparece en la historia de los hombres, la relación de Dios con el mundo según tres esquemas principalmente:

La visión monista; la visión dualista; la visión no-dualista

La visión monista afirma que todo es Dios, y al ser todo Dios es inevitable tener experiencia de Dios porque tenemos experiencia de las cosas (Dios en esta visión). No hay más Dios que esta naturaleza. Es el panteísmo para el que no existe de hecho distinción entre criatura y creador.

La visión dualista afirma que Dios es el Otro, absolutamente Otro. Nosotros los hombres tenemos experiencia de Dios como del Otro, y la relación de Dios con el mundo es entendida como una relación de razón. En este sentido abunda el tomismo que ha sido doctrina de la teología de la institución católica durante siglos, y sigue siéndolo en gran medida.

La visión no-dualista afirma que la divinidad no está separada de la realidad mundana, mejor diría, del resto de la realidad, pero tampoco se identifica totalmente con ella. Dios no es ni Identidad (monismo), ni Alteridad (dualismo), es Trinidad (no entendida como número, sino como relación). Dios en sí mismo no es. Dios es relación a, es íntima relación interna con todo.

Intentar argumentar con la razón a favor o en contra de cualquiera de estas visiones es imposible. Intentar argumentar con la razón en este tema, sería divinizar la razón, con lo cual ya habría optado por una visión concreta. Es una cuestión necesariamente abierta. Somos humanos y tenemos que razonar y buscar la opción que más nos satisfaga, pero no podemos concluir nada definitivo.

Concepción cristiana de la divinidad


Creo que dicha concepción nos lleva a la visión no-dual, que es la más difundida entre las formas de espiritualidad de Asia.
Los dos grandes misterios de la concepción cristiana de la divinidad son la Encarnación y la Trinidad. En la encarnación Cristo no es solamente Dios, ni solamente hombre, tampoco es mitad Dios, mitad hombre, es Hombre-Dios y Dios-Hombre, algo que no encaja en una visión de un Dios totalmente otro, ni en un Dios que ya lo es todo, pues Cristo ya no sería un Misterio.

La Trinidad es un claro desafío tanto al monismo, como al dualismo. Si existe un solo Dios, la Trinidad es superflua, sería un simple modalismo de la Divinidad. Y si hay tres dioses, sería una aberración. Dios no es ni uno ni tres, Dios no se deja encasillar en los números, el Misterio está mucho más allá de ellos ónticamente. Dice San Agustín: “Qui incipit numerare, incipit errare”. Ni el número matemático de tres, ni los conceptos ontológicos de substancia y persona se pueden aplicar a Dios. El concepto de persona aplicado a la Trinidad es equívoco, ni unívoco, ni análogo, o sea, es una concesión al lenguaje, porque de alguna manera tenemos que expresarnos.
La diferencia entre las personas, repito que es un nombre como cualquier otro posible por ejemplo: aspiración, cuerpo, astro… es infinita. Decir que Dios es uno no es hablar del número, sino de que la razón humana no puede reducir la realidad a uno, dice Panikkar. En el monoteísmo se da una Realidad única, un solo Ser infinito que comprende toda la realidad, no sucede lo mismo en la visión trinitaria, aunque no se trate de que haya tres dioses. Esto es el no-dualismo. Negar constantemente la dualidad, negarnos a cerrar todo proceso en un solo Ser, y aceptar conscientemente el querer comprenderlo todo. El Misterio de la Realidad es apofático, insondable, tan sólo la experiencia mística se acerca a él y muy limitadament.
Hablar de las tres personas es hablar de relación, no de substancias: la Fuente (Origen, Padre) que engendra la Vida (El Verbo, el Cristo, la Vida) y el Amor (Espíritu) mutuo entre la Vida y el Padre. Se trata de un dinamismo eterno, sin tiempo, de una perichoresis (movimiento circular) en la que la creación entera participa, como afirma en toda su obra R. Panikkar.
Traigo a colación unas palabras suyas. “El descobriment del Déu tri cristià, que no és el Déu monoteista dels jueus… és el gran desafiament teològic del cristianisme en el tercer mil·lenni.” (El descubrimiento del Dios trino cristiano, que no es el Dios monoteísta de los judíos... es el gran desafío teológico del tercer milenio).

Quiero terminar con un texto del Pseudo Dionisio, tan apofático en su espiritualidad y en su teología, pues todo lo dicho es en sí mismo pura paja, como afirmó Tomás de Aquino de su obra teológica.

“Yendo a un nivel todavía más alto, afirmamos que (Dios) no es el alma, ni mente, ni objeto de conocimiento, tampoco tiene opinión, ni razón, ni intelecto; asimismo carece de razón, de pensamiento y no es enunciable ni cognoscible; tampoco es número, orden, grandeza, pequeñez, igualdad, desigualdad, similitud, ni disímil; no está quieto ni en movimiento, ni permanece inmóvil; tampoco goza de poder, ni es poder, ni luz; no vive, ni es vida, no es un ser, ni eterno, ni tiempo, ni su tacto es cognoscible; tampoco es conocimiento, ni verdad, ni dominio, ni sabiduría, ni uno, ni unicidad, ni divinidad, ni bondad; tampoco es espíritu tal como podemos entenderlo, ni filiación, ni paternidad, ni nada conocido por nosotros, ni por cualquier otra criatura… tampoco es oscuridad, ni luz, ni falsedad, ni verdad; tampoco existe ninguna afirmación ni negación completa que se pueda hacer acerca de Él.”


Este escrito juntamente con aquel otro en el que me profeso cristiano, y que titulo Identidad cristiana, son los dos textos fundamentales en los que hablo de mi propia identidad espiritual, de mi fe cristiana.

José A. Carmona

sábado, 24 de septiembre de 2011

¿NACIONALISMO?

¿NACIONALISMO?

Reflexiones de andar por casa

Recuerdo que hace años cuando Miguel Indurain triunfaba en Francia como ciclista se formó un revuelo en la prensa, se afirmaba en la misma que Indurain “renegaba” de ser español. A los pocos días el propio ciclista corrigió lo dicho en la prensa -¡el sensacionalismo de los mass media!- diciendo que él no renegaba de ser español, que lo que había dicho era “¿Qué más da ser español, francés, italiano...? ¡La nacionalidad no tiene importancia alguna! Es claro que existe un abismo entre lo que se afirmaba en los medios al dar la noticia y lo que aclaró posteriormente Indurain. Es indiferente ser de la nación que se sea, el nacimiento en un lugar determinado es fortuito. (Probablemente muchos “esotéricos” entiendan que no lo es. Y puede que no les falte razón).

El pasado día 11 se celebró en Cataluña la fiesta “nacional”. Los catalanes y las instituciones la llaman “nacional” porque entienden y propugnan que Cataluña es una nación. En ese día, mientras paseaba, me conecté por radio a la emisora del arzobispado de Barcelona porque emiten una música de alta calidad. Mas resultó que en esos momentos no daban música, sino un sermón de un “cura” que predicaba la necesidad del amor a Cataluña como patria, pero advirtiendo que este amor no podía ser óbice para el amor universal -¿a todas las naciones?-, porque el llamamiento cristiano es al amor universal. Amor que a juicio del que hablaba se había de realizar a través del, o en el amor a Cataluña.

Yo entiendo estos dos casos como ejemplo de dos actitudes humanas ante el hecho de la nacionalidad, sea ésta política o simplemente cultural.

Yo soy andaluz y como tal soy miembro de la nación-estado llamada España. Hace cuarenta años que vivo en Cataluña, a la que los catalanes llaman también nación, aunque no sea estado, y comulgo en mucho con "lo catalán" . Actualmente hay una gran efervescencia nacionalista, que en muchas personas es independentista. Las razones que aducen son de lo más variado, a mi parecer abundan las sentimentales que también han contado, y cuentan mucho, en la historia de la humanidad. Pero ante todo soy hombre -en mi caso varón-, y aún antes sencillamente soy, lo cual me hace miembro de la Humanidad y del Kosmos. Esta es la realidad histórica -y metahistórica- en la que vivo y sobre la que quiero opinar alguna cosa, aunque a nadie pueda importar lo que yo opine.

Soy un lector asiduo de J. Krishnamurti. Pienso que es uno de los grandes místicos del siglo XX. Pues bien, Krishnamurti allá por los años 50 del siglo pasado habló sobre el nacionalismo en una entrevista. En la misma dijo cosas como ésta: “el nacionalismo es un veneno” o “cuando termina el nacionalismo llega la inteligencia, esto es, la comprensión -no meramente intelectual, sino vital, la persona que abraza, que se abre y acepta- de lo que es”. Se trata de una opinión muy importante para muchos y para mí también, opinión que él razona en la entrevista, pero que yo quiero matizar.

Nación, país, estado, región, provincia, comarca, ciudad, pueblo..., cuerpo, psique, espíritu, familia, paisano... individuo, colectividad... espiritual, material... científico, filosófico, histórico, artístico... constantemente estamos marcando fronteras de todo tipo y nuestra cultura parece regodearse de forma especial en ellas. Tenemos en Occidente una mente analítica muy desarrollada. Esta mente analítica que reporta grandes beneficios a la hora de "medir" -la ciencia-, es un gran obstáculo a la hora de “comprender” -la mística-. ¡Hemos llegado a llamar “comprender” a la percepción meramente mental! Hemos borrado la “comprensión” de nuestro mundo vital, la hemos reducido a la mente. Esto ya empezó cuando con la mejor intención posible se identificó pensar con existir como paso inconsciente posterior al “cogito ergo sum”. ¡Y lo que más me duele es que vivimos en ello tan tranquilos! Sin pretender ir “ab ovo” veo en este desarrollo analítico una de las raíces, hay otras causas como la tecnología, el cientificismo..., del individualismo exacerbado y patológico en el que vivimos. Así empezamos a poner fronteras: Kosmos o Totalidad, Tierra, Humanidad, Europa, España (o Cataluña, o País Vasco), Cataluña (o Andalucía...), Barcelona (o Cádiz), Badalona (o Chiclana...) hasta llegar a la familia, al individuo, al cuerpo, a la sombra...

Las fronteras tiene mucho de bueno y necesario porque los hombres tenemos sentidos y éstos viven dentro de lo cercano, pero a su vez tiene mucho de malo si lo que hacemos con ellas es separar en lugar de integrar porque el hombre es espíritu, o sea, ser que “comprende”, que vive en comunión con la Totalidad, que es Totalidad. El hombre no es simplemente un individuo, como lo es una manzana o una piedra, sino que es persona. Y la persona es relación constitutiva, mucho más, aunque también, que un simple sujeto de derechos (y obligaciones), a lo que queda reducida en esta sociedad y aún, muchas veces, ni eso. Mucho más que lo opuesto a la sombra, mucho más que el ego, es sencillamente consciencia constitutiva de unidad. Y en esta consciencia no cabe la exclusión, no cabe la frontera por la sencilla razón de que no existe, no es. No es lo mismo ser individuo sujeto de derechos que ser persona: consciencia de unidad.

Sabemos que la palabra griega que traduce la de persona es hipóstasis, nombre con el que se conocía a la máscara que los actores teatrales se ponían para interpretar a los personajes en la Grecia clásica. Dicha máscara servía para que la voz llegara hasta los espectadores, pues aumentaba la resonancia del sonido, hacía las veces de un megáfono, de ahí que los latinos tradujeran la palabra griega por per-sona -per/sonare-e (hablar desde el interior, hablar desde dentro, re-sonar). Simbólicamente podemos utilizar el origen de dicha palabra para indicar que persona es aquel individuo que habla desde su interior, que habla desde el sí-mismo y en el sí-mismo recibe y se realiza. El ser abierto a..., el ser-relación. En este sentido podemos renunciar a la tan conocida comparación de hipóstasis- persona con hipóstasis-máscara.

Evidentemente en tanto en que la relación es elemento constitutivo de mi propio ser, las trabas a esta relación entorpecen mi propio ser, no me dejan ser persona. Y todo nacionalismo (el español, el francés, el británico, el catalán...) a lo largo de los últimos siglos de historia ha entorpecido y mucho la relación entre los individuos. Digo en los últimos siglos porque antes no existía el nacionalismo, sino el imperialismo, el tribalismo... aunque la actitud radical humana es la misma. Pero a la vez la nación es algo necesario para que el hombre (varón/mujer) viva en desarrollo, en evolución. El hombre no puede perderse en una vaguedad, en una Totalidad a la que su conciencia no ha llegado. De igual manera que el lenguaje es una de las grandes conquistas humanas, pero que ha de ser ejercida por medio de una lengua concreta, no de forma genérica -no se puede hablar el lenguaje, sino una lengua-, lo mismo sucede con la integración en la Totalidad, se ha de ejercer por un medio concreto, (de un trozo de tierra o de toda ella, de una historia concreta, limitada en el espacio y en el tiempo, no de la historia...) medio que no puede ser una frontera cerrada, sino una puerta abierta a... El ejemplo de una mansión con muchas puertas nos puede servir: para entrar en la mansión necesito acceder, hoy por hoy, a través de una puerta (en el futuro puede que se acceda de otra forma), pero si me quedo en la puerta no estoy en la mansión. La puerta en este ejemplo sería la nación o la lengua, según lo dicho. Si antepongo la lengua o la nación a la Totalidad no estoy en la conciencia de unidad (¿no soy persona? Al menos plenamente), pero si la puerta solamente es un medio de acceso, ésta ha dejado de ser límite y se ha convertido en apertura. Los nacionalismos sin conciencia de Plenitud no son más tribalismos con la cara lavada. Hay mucho tribalismo aún en la humanidad y porque lo llamamos cultura no queremos avanzar, no queremos ser personas. Creo que la palabra cultura es muchas veces mal utilizada. La hemos sacralizado.

¡Ojo! Lo que afirmo de los nacionalismos puede ser aplicado igualmente a la pertenencia a una institución sea religiosa o no, a un club de fútbol, a un partido político... a cualquier frontera colectiva que nos dé la fuerza para afianzarnos en nuestra individualidad, en vez de ser apoyo a la conciencia que elimine toda frontera o exclusión.

Sabemos que la concepción de la nación-estado surgió allá por los comienzos del siglo XVI, y hoy vemos todos los inconvenientes que está creando para que los estados se integren en una unidad mayor ¡Nadie quiere renunciar a la soberanía! A la vez que contemplamos que algunas naciones-culturales quieren convertirse en naciones-estado. Por descontado que una nación-cultural tiene un significado mucho más amplio que la nación-estado, es más difícil de concretar, es más subjetivo y variable, los vínculos que unen a los miembros son más intangibles, pero no menos inteligibles (lengua, costumbres, literatura, folclore...). Pero siempre son elementos del pasado o presente histórico, nunca de lo transhistórico (la consciencia de Unidad o de Plenitud), algo a lo que la inmensa mayoría de los hombres niegan no sólo la validez, sino incluso la existencia. Así se identifica a la nación (cultural o política...) con las fronteras y la exclusión -nosotros y los otros-, a la persona con el sujeto de derechos nacionales -ciudadano-, algo que está muy bien pero que es a todas luces una verdadera castración. La persona no sólo es sujeto de derechos, simplemente humana, un mero animal racional, sino también, y sobre todo, consciencia siempre abierta, capax Dei, siempre receptiva al Misterio, al Todo.

La nación, pues, si es obstáculo, sea éste cultural, político, religioso, jurídico, histórico... es como dice Krishnamurti -él estaba en la consciencia de unidad- un veneno, pero si es sencillamente una puerta que atravesamos y no nos quedamos en ella es hoy por hoy, entiendo, un elemento válido del desarrollo. Lo tremendo es que los hombres tenemos una tendencia terrible a quedarnos en la puerta y no atravesarla. ¡La difícil tarea de llegar a ser persona!¡Nos da tanta satisfacción identificarnos con algo más grande que nosotros como individuos! No tenemos más que mirar a nuestros egos para verlo.

El único camino, hablando en lenguaje dual _no tengo otro para escribir-, para atravesar la puerta es el Amor, pero el Amor que nace del Ser, no solamente el sentimiento que brota en nuestros egos, aquella Realidad que nos hace Uno, no unidad que es cantidad -conjunto de muchos-, que nos hace Uno sin-segundo . Ese Amor, que no es más que comprensión de lo que es, nos hace ver que toda frontera que divide (nacionalismos, cristianismo, hinduismo, ateísmo...) es pura creación humana (aunque por desgracia mate a mucha gente), que las fronteras son puntos de encuentro, formas relativamente reales de manifestar la Plenitud. Que las fronteras en la Realidad no existen. ¡No seamos bobos!


José Antonio Carmona