lunes, 29 de julio de 2013

CRISTO (I)




Uno de los pensadores que más han influido en mi propio pensamiento y en la remodelación de mi interioridad sin duda ha sido, y sigue siendo a través de sus escritos,  Raimon Panikkar. Lo es tanto por la profundidad de su pensamiento humano y religioso (si es que cabe separación y no es sólo el mismo pensamiento), como por la fecundidad del matrimonio que en él han llevado a cabo Oriente y Occidente (es budista sin dejar de ser cristiano y a la inversa), como también por la amistad que me unió a él.

Me ayudó a ver a Jesús de Nazaret: el Cristo, bajo un nuevo aspecto. Creo que se trata del aspecto del Misterio. No ya simplemente como algo que no puede ser entendido, pero ha de ser creído, aceptado intelectualmente “porque Dios no puede ni engañarse, ni engañarnos (qui nec falli nec fallere potsest)”(Conc. Vat. I), sino como la tremenda (tremens factus sum) Realidad de Comunión (koinônía) que es Dios, en la que vivimos y la que vivimos. Realidad que en el Cristo se hace plenitud del Hombre. El Misterio no es tanto algo que no se entiende, sino la Inmersión en la Plenitud de Vida. Por eso al Cristo lo experimentamos conscientemente cuando nos zambullimos en la Vida. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5), vivimos  la misma  vida que él. Vivir su vida es tener Fe.

            Me propongo ir escribiendo algunas cosas sobre mi visión de Jesús, elevado como el Cristo tras su muerte, “cuando fuere levantado de la tierra atraeré hacia mí todas las cosas” (Jn 12,32). He dicho hasta la saciedad que me confieso cristiano. Quiero ser peregrino de la Alegría, peregrino de la Luz, “hen tô fôtí peripatômen” como dice, pidiéndolo, Juan en su carta. A ello me anima la dedicatoria que Raimon me hizo precisamente en el libro: La plenitud del hombre: “Para José con la alegría de haber encontrado un hermano en esta confesión cristiana sin avergonzarme de ella” Fue por el año 2001, el día de San José. En definitiva es la Alegría la que construye el mundo en el Amor y el resultado del Amor mismo. Alegría porque la Vida tiene sentido en sí misma. Porque vivir es alegrarse. Cristo resucitó. El Kosmos ha sido alzado a la dóxa del Logos. Gaudete in domino semper, iterum dico: gaudete.

            Por descontado, esta misma Fe en el Cristo universal me exige una apertura ontológica total de pensamiento y de corazón ante cualquier actitud humana seria. De ahí que el budismo me haya causado una huella tan profunda. Quiero vivir el Misterio en el Misterio.

            Ya escribí largo y tendido sobre mi Fe. También publiqué una serie de meditaciones sobre la palabra Dios. Ahora quiero bucear, me repetiré muchísimo, en aquel que ha sido el Referente de mi existencia: Jesús, el Cristo.

            El conocimiento de Cristo es el conocimiento cargado de vida eterna como dice la oración del mismo Jesús en la Cena (Jn 17), oración llamada sacerdotal, pero un conocimiento cargado de vida y de Vida Eterna no es ni puede ser una mera representación mental, una mera formulación doctrinal, es una experiencia del tercer ojo (oculus fidei) del que nos hablan s. Buenaventura y la escuela franciscana. En esta experiencia el conocido y el conocedor se funden. Es éste el conocimiento que trasciende toda razón y se hace plenitud de Amor, de Vida. “El que bebiere del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed…” (Jn 4,14…).
                       
             ‘Rabbí… pou méneis;(?) ‘ërjesze kaí ‘ópsesze” Jesús no responde dando una clase de doctrina cristológica sobre sí mismo, sino “Venid y veréis” (Jn 1,38): Experimentad. Y el impacto que Jesús causó, sobre todo una vez ensalzado como el Cristo, en sus seguidores se fue plasmando en una interpretación tanto afectiva como mental. Y esa interpretación cada vez más mental que experimental se ha ido compilando en las cristologías. O en la cristología: Doctrina cristiana sobre Cristo. Es mucho, muchísimo lo que la cristología ha dado al cristianismo, y a la humanidad, a lo largo de casi veinte siglos. Es importantísima para comprender el alma de Occidente y es una expresión fecunda de la fe cristiana en Cristo. Pero, “quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur”, o como tan atinadamente afirman los postmodernos: todo significado depende del contexto. Y el hecho es que el contexto de la cristología es la conjunción de tres culturas (quizás pudiéramos hablar de cuatro): La abrahámica, la greco-romana y la árabe. En este ambiente, en el que se ha formado el receptor de la Fe cristiana (el cristiano), se ha construido la cristología. Los ladrillos y las piedras con los que se ha construido pertenecen a estas culturas concretas. No pretendamos darles el carácter de universales, la piedra de la cristología occidental no es el adobe del templo budista.

            No podemos confundir el símbolo con la manifestación externa del mismo, dicha manifestación ni es universal ni perenne, aunque en esa forma mentis, en esa expresión cultural concreta, el hombre pueda ver una manifestación de lo universal, como en el hombre concreto vemos la expresión de la Humanidad. El Cristo es símbolo universal, la cristología está atada a un tiempo y a unas culturas que nos pueden lanzar hacia lo universal, pero ella no lo es. Hemos de dar siempre el salto, siempre transcendiendo apoyados en lo inmanente. Cristo es Vida y la Vida fluye sin estar permanentemente atada a forma alguna ni a tiempo concreto, aunque no se manifiesta sino es en una forma concreta. La Vida no es confusión, sino perichoresis, círculo (vital).

            ¿Qué nos dejó Jesús? ¿Palabras? ¿Escritos? ¿Doctrina? ¿Unas normas morales? ¿Vida y experiencias en el Misterio? “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). “Permaneced en mí y yo en vosotros… El sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid…” (Jn 14,4). Jesús no nos dejó unos escritos que sirvieran de paredes infranqueables como dogmas perennes, él nunca quiso ninguna prisión para sus hermanos los hombres, sino el Espíritu que sopla libre y que es Vida eterna. Y a todo aquel que no cierra la puerta de su casa le llega el viento de la Vida. No nos atemos a la doctrina, sino a la Vida. Para vivir algo de doctrina se necesita en cada momento pero sin pasar de ahí.

            Sin lugar a dudas que la revelación de Cristo ha impactado en muchas mentes y conciencias humanas a lo largo de los dos últimos milenios y toda la reflexión teológica que este impacto ha promovido está expresada en la Cristología. Es un inmenso y colosal monumento,  pero humano en definitiva, y deudor por lo mismo del tiempo y del espacio. Ya Tomás de Aquino, repito, nos dice que “quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur”. La cristología no es solamente fruto de la Fe sino también de la cultura griega, de la vida romana, de la visión monoteísta de la corriente abrahámica, aparte de las muchas influencias árabes y otras, aunque menos. Por ello no puede pretender ser de validez universal. El Misterio del Cristo en el mundo africano, en el asiático… ha de ser manifestado de distintas maneras y formas. No digamos ya nada de aquellas personas que carecen de la más mínima cultura, que ni siquiera saben leer, y jamás oyeron nada sobre lo Profundo, del Espíritu. En estos casos estamos tocando el espinoso tema de los preámbulos de la fe (preambula fidei), que a su vez está fundado en la cultura y pensamientos abrahámico y griego. La experiencia cristofánica, empero, será la misma, mejor, única en todos los hombres, seres y momentos. Como lo es la Humanidad.

            ¿Qué duda puede caber de que muchos pueblos de la tierra no pueden tener la misma visión de Cristo que nosotros? Todos los pueblos colonizados por los cristianos (cruzados, “conquistadores de tierras” –Pizarro, Hernán Cortés…-, evangelizadores que imponían la fe con la espada, la guerra de Irán ¡contra el imperio del mal!…), los agnósticos, ateos… posiblemente tengan una visión muy distinta de Cristo a la que tenemos los cristianos, (que ya es un poco rara: dos naturalezas –Dios y hombre-, una persona, jefe y fundador de la iglesia, nacido de una virgen, muerto y resucitado…). No olvidemos que aunque confesemos que Jesús de Nazaret es el Cristo, no lo podemos afirmar como igualdad total a la inversa: el Cristo no es simplemente Jesús de Nazaret, personaje histórico y concreto. Pero sí, Cristo conecta con Dios y también con el hombre.


            Los problemas del hombre
           

          La situación de la Humanidad es bastante seria. Lo sabemos. Vemos un horizonte muy obscuro. El mundo en general está sufriendo una verdadera crisis: una inmensa mayoría de los hombres están padeciendo hambre y miserias de todo tipo (quizás sea el 75% de la humanidad o más), las guerras, ¡los niños –miles- que mueren de hambre y necesidad cada día a causa de las injusticias de los adultos! La intolerancia religiosa tan arraigada en muchos pueblos (Parece que el papa Francisco quiere liberar a la iglesia de esta tara ¡Bendito sea!), el odio al otro…

            Pero no solo tenemos una crisis por ausencia de justicia, sino también por ausencia en muchas situaciones de verdad y de belleza. Hemos destrozado la verdad y ya cada uno habla de “su verdad”, como si la verdad pudiera ser fragmentada y se identificara con opinión (más o menos fundamentada). Hemos destrozado la belleza y la hemos convertido en puro esteticismo, que es un mero punto de vista. ¡La exaltación del individualismo! Este mundo está perdiendo el sentido de la Totalidad si no lo ha perdido ya del todo, de ahí la urgencia con que aparece la necesidad de interculturalidad.

            Y a la vez, los medios para la interculturalidad están apareciendo (Internet, viajes alrededor del mundo, conexión automática entre todos los países…), y por lo mismo estamos en condiciones de poder conocer todas las culturas importantes pasadas y actuales sin cerrarnos en ninguna, sin juzgar a unas verdaderas en función de otra o de otras, pues cada cultura genera sus propios criterios de verdad y de belleza. El que la bondad-justicia, la verdad y la belleza sean de hecho patrimonio de todos es importante y urgente, y Cristo tiene mucho que decir en este asunto. ¿Qué hace la cristología? La cristología se encuentra con un mundo injusto, que distorsionada la verdad y la belleza (empezando por el mismo Occidente) y el colonialismo sobre el que ella cabalgaba con ínfulas de universalidad se ha truncado. Ahora se encuentra con la interculturalidad y ve que su carácter de universalidad se ha acabado. ¿Qué hacer? ¿Cómo dar respuesta a estos  problemas a los que Cristo vino a dar sentido? Es un problema abierto.

            Creo que la cristología ha de seguir siendo monocultural, pero no olvidemos que Cristo, el Misterio, es Universal y que por lo tanto ha der ser revestido con ropajes nuevos, extraños, exóticos para nosotros porque a todos abraza. Ya la cultura abrahámica-greco-latina que inunda nuestra cristología y nuestra soteriología, aparece con su cara más auténtica: es válida para un momento y un espacio (quizás ni tan solo para nuestro momento, aunque estemos en el espacio de Occidente), pero nada más. Se trata de una visión de la realidad muy particular.

            Se hace claro y patente, leyendo el Tao, o cualquiera de los sabios budistas, zen, vedantas, advaitas… que nuestra visión de la realidad, basada en la lógica aristotélica, en el dualismo, en el tiempo lineal, en la realidad objetiva… no encaja en modo alguno con la visión de ellos, como: “el hombre es una –entre otras- de las manifestaciones de los seres conscientes, las cosas son no-substanciales, la realidad es no-dual, no existe un Dios creador…”

            Todas las culturas tienen una visión del Todo, tienen un universo simbólico, como la tenemos nosotros. ¿Qué derecho tenemos, y en nombre de qué, a destruir su visión para imponer la nuestra? ¿Es que acaso el Cristo va necesariamente ligado a nuestro universo simbólico?

            “Olvido de lo criado / memoria del Creador” dice Juan de la Cruz. Abramos el Cristo a cualquier forma mentis, a cualquier cultura, no impongamos la nuestra. Eso sí valorémosla, como la joya de enorme valor que es.


José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es

           
           


martes, 2 de julio de 2013

REFLEXIONES VARIAS SOBRE LA MÍSTICA





Coloquialmente la palabra mística está desvalorizada por lo que he podido palpar en mi entorno. Viene a significar casi lo mismo que “falso”. Cuando utilizo la palabra místico para referirme a alguien entre la gente se suele entender que ese alguien es “un hipócrita o falso”. Es algo que yo desconocía, pero me está sucediendo cada vez con más que relativa frecuencia.

Intelectualmente, dentro del pensar analítico (separador) propio de Occidente, se suele huir de esta palabra. Parece que no acabe de sonar bien, que indica algo no preciso, no delimitado… y por lo mismo no definido. En Occidente la fuerza del pensar analítico rechaza un pensamiento que sea total. Es evidente que el pensar místico no puede ser total en el mismo sentido en el que el otro pensar es analítico, no puede ser total porque lo abarque todo, sino porque no excluye nada. El pensamiento analítico es excluyente, es más, entiende que la esencia de  las cosas está en la diferencia (que no es la distinción). El pensamiento místico, mejor, la experiencia mística lo es de la Totalidad, porque en ella se percibe la Verdad, dicen los Gita. Verdad que no es precisamente la “adequatio mentis ad rem”, como hemos “definido” la verdad en Occidente, sino la Identidad de conocido con conocedor, la no dualidad  entre uno y otro, son no-dos. (decía un maestro zen cuyo nombre no recuerdo ahora: cuando alguien oye tañer la campana, no hay campana ni oyente, sólo tañido). Esto solo es posible en el Amor. “Amada en el Amado transformada”. Sencillamente, es una experiencia no excluyente, sino abarcadora, de lo real, de “lo que es” en expresión de Krishnamurti.
         
           Advierto que no es que yo tenga una predilección por la palabra mística (sí por la experiencia amorosa), pero tampoco tengo otra que poder usar para significar lo que quiero significar, por eso la utilizo. Lo digo por las reticencias que la palabra despierta en muchas personas.

            Estamos acostumbrados a separar la mística, a la que se le llama vida espiritual (no son exactamente lo mismo por el cariz que se ha dado a la espiritual), de lo intelectual, de la elucubración racional. Pero entiendo que la mística es radicalmente la experiencia de la totalidad, es la pregunta vital por las cuestiones últimas… Es Vida y por eso mismo es experiencia, koinônía, comunión vital y por lo tanto incluye todo lo humano (sentidos, intelecto, contemplación, carne, sangre…), todo lo cósmico (materia, evolución, ser, Dios…), no puede ser separada de la vida intelectual. Dice Panikkar (quien me hizo ver en los encuentros que mantuvimos en los últimos veinticinco años de su vida, tanto personales como en la fundación “Vivarium”, lo que estoy escribiendo) que si separamos la vida intelectual de la vida mística dejamos a la primera sin alma, y a la segunda sin lenguaje

            Una reflexión sobre la (vida) mística tiene que situarse en las raíces, pues, de la misma vida humana, en el fundamento de lo humano y de lo real. Y por esta misma razón la experiencia mística ha de ser necesariamente intercultural, aunque su expresión concreta –el lenguaje y los símbolos usados- no lo sea. Su mundo es el Silencio, ese Silencio primigenio porque genera la palabra, no el tiempo.  La palabra generada en esa experiencia mística (que es perichoresis, comunión vital entre Principio-Padre: Fuerza:Verbo-Hijo: Amor-Espíritu) es el idioma místico, no-dual, no excluyente de lo que es. Idioma que tiene un alma única y formas culturales muy plurales. 

Nuestra cultura que ha ido por los derroteros de la especialización (sería estúpido minusvalorar sus ingentes beneficios, por ejemplo, las ciencias, la medicina…) ha marginado como una especialización más a la mística, a la experiencia mística, por lo que ha terminado abandonándola en gran medida. Quizás situándola en la plenitud de la consciencia humana, pero negándole su derecho a la mayoría de los humanos. “La mística es para unos pocos”. Sin embargo, como experiencia radical de “las cuestiones últimas” es, como la salvación, un derecho de todos, no privilegio de algunos. La consciencia de lo más radical es patrimonio de todos. Y dicha consciencia está aquí en lo más hondo de nuestro propio ser, solamente hay que dejar que brote. La puerta se abre hacia adentro, no la empujemos para afuera para que se abra.


EL LENGUAJE MÍSTICO    

La experiencia mística se realiza en el Misterio y por lo mismo en el Silencio (la perichoresis trinitaria para los cristianos) del que procede toda palabra verdadera, aquella de la que se nos pedirá cuenta (Mt 12,36) al final. Y el hombre necesita de esa palabra salvadora, porque necesita la salvación, necesita la mística, la fusión con Dios, con el Espíritu.

Esa Realidad, o Dios, o Espíritu… puede ser una idea confusa, no delimitada. Es claro, porque la Realidad (Dios, Espíritu…Yo) no es una idea, ni puede serlo. La mente que genera las ideas es desbordada por la Realidad en muchas ocasiones (ante la Belleza se queda muda, ante la Bondad atónita, ante la Verdad amorosa a oscuras)…, por eso el lenguaje conceptual es desbordado por la experiencia mística que reclama un nuevo tipo de lenguaje (oximorónico) abarcante, translógico, un lenguaje que sirva solo de indicador para ir hacia la experiencia cumbre. El lenguaje místico es un lenguaje simbólico, que transciende sin despreciarlo, ni negarlo, el lenguaje racional. Lenguaje similar al artístico o al poético que también son simbólicos. Estos lenguajes simbólicos no desprecian el racional, pero tratan de superarlo fundiendo en sí lo objetivo y lo subjetivo, porque es ambos a la vez sin excluir ninguno de los dos polos, es no-dual. Decía José Hierro que poesía no es lo que se escribe sino cómo se escribe. Eso, cómo se escribe. El poema no está construido para ser entendido con razones lógicas sino para comunicar un estado de consciencia único entre el poeta y el lector. La intención del lenguaje poético como la del místico es elevarnos a un estado de consciencia que conlleva un nuevo nivel de realidad que no puede conocer aquel que no puede o no sabe contemplar. El símbolo es real, pero solamente es símbolo para quien sabe verlo más allá de la lógica y de la ilusión caprichosa, para aquél que está lleno de la Belleza. Y eso pasa constantemente en nuestra vida cotidiana: hay quienes no saben, ni pueden saborear un buen vino, apreciar un Klimt, vibrar leyendo los poemas de Espadas como labios u oyendo la sinfonía nº 1 de Mahler… El símbolo toca pero solamente el sensible sabe que le toca, y por ello se deja tocar.

            El lenguaje místico es cognitio (Dei) experimentalis (S. Buanventura). El Doctor Seráfico nos habla de cognitio, por supuesto que en el sentido que tiene en el pensamiento escolástico, pero cognitio que es experimentalis no meramente mental: conocer por experiencia. Es el lenguaje amoroso, y exige que todo nuestro ser esté abierto a la luz. Este lenguaje amoroso es múltiple en función del medio cultural en el que y con el que se expresa. Por eso, no habla solamente de Dios o del Espíritu, sino también de Buda, de Alah, de la Nada… de la Vida. El mismo Jesús nos dice: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia…” (Jn 10,10…) En el cuarto evangelio está muy presente el hecho de que Jesús es el portador de la Vida para la humanidad, (Jn 6,40 – 3,16 – 4,14 – 6,33 – 6,68 – 11,25…) Vida de la que habla también con otros símbolos: agua, fuego, luz, espíritu… Desde la perspectiva humana la experiencia radical es la experiencia de la Vida. La experiencia mística es, pues, experiencia de la Vida, pero experiencia plena, total. Pero…

Nuestra cultura analítica, vuelvo a insistir pues yo la tengo injertada hasta en los huesos, nos ha hecho acentuar el individualismo llegando incluso a identificarlo con la persona, cuando la persona es relación, apertura constitutiva (hay mucha diferencia: un conjunto de individuos es un  montón, uno de personas es una sociedad, por ejemplo) y esto nos ha llevado a separar la epistemología de la ontología. El conocimiento se sustenta sobre el ser, como lo individual sobre la persona y la sociedad, si damos importancia al individuo sobre la persona, que es sociedad, anticipamos el conocimiento al ser, separamos como digo epistemología de ontología. Así vaciamos al símbolo de contenido ontológico y lo consideramos mera metáfora o mero signo, mas hay que tener en cuenta que el mapa no es el terreno. La metáfora no es el símbolo. El símbolo es conocer y ser, conocer siendo. Por eso entender que el lenguaje místico es lenguaje metafórico es querer oír música con los pies, o saborear una comida con los oídos, es igual a confundir los sabores y utilizar instrumentos inadecuados. La poesía en sí no es mística, es otra experiencia similar. Y por lo mismo el lenguaje poético, aunque en casos sea simbólico, no es místico, sino algo parecido que no suele llegar al nivel.

¿Qué es lo específico de dicho lenguaje místico? El símbolo que es no-dual, que incluye al que conoce y a lo que es conocido en una fusión que solamente puede realizar el amor (“simbolizado” en un beso, en un abrazo, en un coito, en una palabras…) no es la metáfora que no incluye al que conoce, que es puro conocimiento, pura epistemología, pura “externalidad” (palabra no reconocida en el diccionario de la RAE). El símbolo es el “crede ut intelligas”. Creer y entender en el mismo acto. Un acto de Fe que no es mero asentimiento mental, sino experiencia de lo “que es”. Esta Fe es salir “sin ser notada, estando ya mi casa sosegada”. Sin la experiencia del salto no hay experiencia del símbolo. Reducir el símbolo a concepto es destruirlo. Conceptualizar el lenguaje simbólico es vender la camisa para comprar jabón para lavarla. Si lo conceptualizamos, ya no quedará lenguaje simbólico, porque “Es un saber no sabiendo” “Y es de tan alta excelencia / aqueste sumo saber / que no hay facultad ni ciencia / que lo(e) puedan emprender…” Napoleón siempre entenderá que la música es el menos malo de los ruidos, si no se abre a esa nueva dimensión de percepción de la armonía y del ritmo sonoros.

            En definitiva el lenguaje místico no es ni conceptual, ni unívoco. Pretende expresar una experiencia única, sui géneris, no excluyente y por lo mismo no específica. Es un lenguaje que supone una comunión entre lo simbolizado, el mismo símbolo y todos los que están o participan de ese ámbito. Es confuso para la mente que es conceptual, pero lo más real –no ilusión, ni capricho- para quien experimenta, cayendo en la cuenta, su identidad con lo Divino.

            Quiero mostrar un breve escrito de este lenguaje místico. Pertenece al Maestro Eckhart, místico cristiano de altísimo nivel. Es el octavo canto de su escrito: Granum sinapis. Está escrito en alemán medieval, en aquella época era ¡obligatorio! hacerlo en latín en toda la cristiandad, pero Eckhart quería ser entendido por los campesinos en la lengua que hablaban. Es de notar que el Latín es precioso, como lo es el griego clásico (soy un enamorado de ambas, pero simple aficionado, no especialista) y también las lenguas derivadas… pero la obligatoriedad es uniformidad y lo que debe haber, entiendo, es unidad en la pluralidad, no uniformidad excluyente. Tengo la traducción al Español,  de lo contrario…






Texto en alemán                        Texto en español





Ô sêle mín                                ¡Oh. Alma mía,


genk ûz, got în!                     Sal fuera, Dios entra!


sink al mîn icht                         Hunde todo mi ser


in gotis nicht,                            en la nada de Dios.


sink in dî grundelôze            ¡Húndete en el caudal sin fondo!




vlî ich von dir                           Si salgo de ti,


du kumst zu mir.                      tú vienes a mí,


vorlîsich mich,                        si yo me pierdo,


sô vind ich dich,                    a ti te encuentro.


ô uberweselîches gût!          ¡Oh Bien más allá del ser!






José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es