viernes, 18 de abril de 2008

Meditaciones y Reflexiones

Meditaciones sobre el Misterio (Dios).

Primera meditación.

Trasmito ahora en este blog varias meditaciones personales, hechas dejándome llevar, sin imponer un ritmo mental definido, sino estando atento a la “inspiración”, al Espíritu (cosa que no consigo fácilmente). Por supuesto que la mente ha tenido su arte y su parte, pero también todo mi ser en comunión con el Misterio (con Dios, con el Espíritu).

Es cierto que la experiencia de la humanidad, expresada en sus muchas tradiciones ha llamado a Dios con muchos nombres. En nuestra cultura lingüística que procede del sánscrito, el nombre tiene algo que ver con la luz, según dicen los entendidos. Normalmente ese nombre con se designa a Dios es un mero símbolo, es muy raro encontrar tras el nombre un concepto elaborado, sobre todo como el que hay en los catecismos católicos, y, en general, en las religiones del libro (Judaísmo, Islam y Cristianismo). ¿Qué es lo que ES tras ese nombre?

¡Hemos usado el nombre de Dios para significar tantas cosas, que no son sino referencias antropomórficas, bien por afirmación, bien por negación! “A Dios nadie le ha visto jamás”, nos dice el evangelio de Juan, y añade: “es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha explicado” (Jn 1,18). Mas a través de toda la historia de la iglesia hemos hecho caso omiso de estas palabras, y en lugar de ir al evangelio para conocer a Dios, hemos fabricado en nuestra mente una serie de tributos que hemos endosado a ese Misterio, al que llamamos Dios en nuestra cultura de orígenes greco-cristianos, creándonos así un ídolo de ideas cuya existencia hemos querido demostrar con frases aisladas de la Escritura, y para ello hasta hemos decidido que la Revelación se acaba con el último apóstol, negándole al Espíritu su libertad para inspirar a los Pueblos y al Cosmos.

¿Qué ES lo que hay tras este nombre? ¿Un ser? Una respuesta afirmativa, aunque ese Ser se piense con mayúsculas y adornado de todas las virtudes de infinitud (negativas), sería encasillarlo en un concepto metafísico creado por la mentalidad griega. Por lo tanto, Dios quedaría excluido de cualquier otra mentalidad que no fuera griega. Para una cantidad ingente de hombres (quiero aclarar aquí, en contra de la corriente cultural predominante, que la palabra hombre en su etimología, no en su uso general, significa cualquiera de los dos polos de lo humano: Varón y mujer. Y en este sentido empleo el término siempre) no es un Ser, sino La Nada, El Vacío, El Shunyata. Y la forma de vida de estos hombres no es nada despreciable y que no se tenga que tener en cuenta al hablar del Misterio, que, a la vez que nos transciende, es nosotros mismos y toda la Realidad. A Dios no se le puede escapar nada, tampoco La Nada. También La Nada (que no es ausencia, sino pura Conciencia) es Misterio, Dios, Realidad, Plenitud.

Esta pregunta sobre Dios, sobre el Misterio, es la pregunta central de nuestra (y de toda) existencia, porque lo que nos preguntamos no es si existe un Ser infinito…, cosa que pertenece a una sola cultura de la humanidad, sino sobre la Realidad, sobre la Vida y su sentido. Nos preguntamos sobre la necesidad de que haya, o no, un fundamento. No otra es la Realidad, no otra cosa es el Misterio. No otra Dimensión encontraron los místicos en la riqueza profunda de sus vidas, pues la experiencia mística no es sino la experiencia humana integral.

Jesús de Nazaret era tan profundamente humano que no podía menos que ser el Misterio. De Él tenemos que ir alimentándonos y procurar no ya seguir sus huellas, sino reproducir en nosotros las mismas experiencias que Él tuvo, poner nuestras pisadas dentro de sus huellas…

Segunda meditación

Toda experiencia engendra conocimiento y ese conocimiento es verdadero si la experiencia es directa e inmediata (sin mediación) y además el sujeto de la experiencia-conocimiento dispone de los medios epistemológicos adecuados.

La experiencia es anterior al conocimiento, la experiencia pura, sea sensible, intelectual o espiritual antecede a cualquier intermediación, a cualquier interpretación. Para que la interpretación sea verdadera son necesarios los medios epistemológicos (un telescopio para leer en el firmamento, una adecuada formación de la mente para conocer las integrales…). Esto supone que para tener la experiencia también se ha de preparar el sujeto adecuadamente, es claro que un buen pintor, un buen músico… son capaces de ver aspectos y facetas de la realidad de los colores, o de los sonidos, que no vemos la mayoría de los mortales. No digamos la necesidad de la preparación del sujeto, si la experiencia es intelectual… Y para tener el conocimiento-experiencia del Misterio es necesaria en el sujeto la pureza del corazón que sabe oír la voz interior divina y humana a la vez.

Esta pureza exige un profundo silencio interior (y exterior), un silencio de la inteligencia y de la voluntad, por supuesto de los sentidos… Hay que abrir el tercer ojo del que hablan los hindúes, Hugo de San Víctor, el Maestro Eckhart, el oculus fidei, la contemplación. Este tercer ojo que nos distingue del resto de la creación más que ninguna otra “facultad”. Es esta dimensión la verdadera esencia del hombre. El hombre es mucho más que un animal racional, es ante todo capax Dei, es apertura hacia el Misterio, apertura que se realiza en la materia, en la mente y en el espíritu.

Este silencio interior supone una ausencia total de todo no que no es el Misterio. Es la doctrina de San Juan de la Cruz en su subida al Monte Carmelo, mas como el Misterio lo llena todo, también el mundo de las formas, se ha de andar el camino de vuelta (no sólo el camino ascendente, sino también el descendente), y llenos de Dios, encontrar el Misterio en todo, pues no hay nada que se escape del Misterio de lo Divino, manifestado en sus múltiples formas. Pero siempre, siempre desde el profundo silencio del Ser que nos abre de verdad al Misterio.

Tercera meditación

La reflexión sobre el Misterio, sobre Dios, no es exactamente una meditación, aunque siempre vayan unidas meditación y reflexión, (pues la meditación no es en sí misma racional, sino meta-racional), para poder ser percibida racionalmente, conlleva la interpretación simultánea a la experiencia misma (que es la meditación propiamente dicha). Esta interpretación es el discurso, la reflexión.[1]

Y este discurso sobre Dios no es un discurso cualquiera, sino sui generis, único. No se trata de un discurso sobre una cosa, porque el Misterio no es una cosa, sino que transciende todas las cosas. Si reducimos el Misterio a algo, lo estamos encasillando, estamos haciendo un ídolo, un sustituto falso del Misterio, de Dios. Él no cae dentro de ningún tipo de redes humanas, ni intelectuales, ni sensibles.

La reflexión sobre Dios va más allá que cualquier lenguaje humano. Y sin embargo, hemos de hablar de Él, porque es el sentido de nuestra existencia, de nuestro ser, y nuestro ser, sin sentido, no sería.

Querer hacer del Misterio el objeto de una especialidad elitista es una pretensión estúpida y soberbia. Sería como querer abrazar con nuestras manos apretadas el agua del mar, ésta se escaparía por entre los dedos, puede uno meterse en el mar y dejarse mojar por el agua y su humedad, pero nunca agarrarla con las manos. Dios viene a ser con el papel en el que se apoyan todas las letras escritas en él, las letras no pueden apropiarse del papel, el papel es el sustrato que las mantiene.

Sto. Tomás de Aquino afirma que “creatura est mediator inter Deum et non res”. (Afirmación muy apropiada para su mentalidad ontologicista). Por tanto, el ser de la criatura es ser mediador entre Dios y la Nada, nuestro ser en cuanto tal es mediador, no sólo nuestro entendimiento, ni nuestros sentidos, sino todo nuestro ser, sentimientos, razón, cuerpo…y esta mediación supone ser abierto, en cuanto ser, al Misterio, que no podremos percibir sino en nuestro propio ser, no en una facultad aislada del mismo.

Esta experiencia es la que ha intentado expresar la humanidad, por medio sobre todo de las personas de conciencia más elevada (los místicos, chamanes, sabios de sapere “no eruditos”…), a lo largo de todos los siglos.

Si podemos decir que Dios, el Misterio es (por analogía dirá la escolástica, por el apofatismo dirá el budismo…) no se encuentra ni en un lugar, ni en un tiempo. Dios no está ni con nosotros, ni contra nosotros ¡y mucho menos para justificar una guerra! Ni lo poseemos, y menos en exclusiva, ni deja de ser con todos y en todo.

A partir de, y en Jesús de Nazaret[2], pero no exclusivamente, descubrimos con nitidez que el Misterio es Trinidad.

Cuarta meditación

En el poema de las Canciones entre el Alma y el Esposo san Juan de la Cruz destaca el papel que en la unión mística desempeña la música callada y la soledad sonora.

Esta música callada es el lenguaje místico por excelencia, el lenguaje de la experiencia mística, de la experiencia integral de la Vida. Así lo interpreta el poeta místico R. Tagore, traduciendo a otro místico Kabir,:

Es la música del encuentro de alma a alma.

Es la música que hace olvidar todo dolor.

Es la música que transciende toda ida y venida.

A Dios nadie le ha visto jamás, dice san Juan, por eso la comunión con el Misterio o se hace en el silencio, o no es. El silencio es una categoría mística fundamental. Jesús por las noches se retiraba a su intimidad con el Padre en el silencio. Su comunión mutua era Silencio y en Silencio.

Sería muy estúpido confundir el Silencio con la ausencia de ruidos, es sencillamente esa música callada en la que nos encontramos con nuestra propia esencia, con nuestro Centro, y todo ello a partir de nuestro propio ser que es de carne y huesos, de emociones y sentimientos, de pensamientos e ilusiones y también de contemplación, de experiencias inefables. Es algo que trato de expresar en una estrofa, parte de un poema:

Esta carne de mi cuerpo

Es camino trasminado

Y en los sentidos mostrado

Como puerta de mi Centro.

Mi cuerpo, también, es vía silenciosa hacia el Centro, hacia mi Centro y el del Cosmos (son el mismo), puesto que yo no soy yo más que en el mundo relativo de las formas.

El místico experimenta que el lenguaje no puede acceder más allá de la razón y que a la vez ese lenguaje es lo único que tiene para trasmitir sus experiencias fundantes. Él es muy consciente de que la palabra revela, pero velando a su vez lo que revela, revistiendo lo revelado de una capa de racionalidad, de significado racional que está velando aquello que transciende la propia razón. Por eso el místico ha de usar un lenguaje oximorónico, por eso no puede usar el lenguaje en su experiencia mística, que es una comunicación en el silencio, o mejor una comunicación que es Silencio. Posiblemente Buda no responde nunca a las preguntas transcendentes que se le hacen, su expresión es el apofatismo. Lo mismo que hace el PseudoDionisio, o el maestro Eckhart, o lo que dice San Juan de la Cruz con la música callada.

“En el Principio era la Palabra” nos dice San Juan, y nosotros hemos traducido siempre la palabra Principio como principio, por relación al tiempo (al comienzo –del tiempo- era la Palabra), y la Palabra la hemos interpretado muchas veces como palabra, como signo vocal articulado. Pero el Principio es el Padre de quien procede la Palabra antes (valga la metáfora) del tiempo. Y antes de la Palabra palabra está el Silencio del Ser, está la música callada que no suena a los sentidos (aunque también) –mi lenguaje necesariamente ha de ser oximorónico- sino que comunica el Ritmo del Ser.

Por eso, y por todo aquello que no puede ser interpretado, ni dicho, el lenguaje del Misterio, el lenguaje místico es el Silencio que inunda a todo Ser.

Por eso también, toda (P)palabra humana que no procede del (S)silencio no puede ser salvadora, no es propiamente palabra. Buen ejemplo tenemos en la logomaquia que inunda nuestra cultura occidental, sobre todo por medio de los mass media.

Quinta meditación

El Misterio, o Dios no es monopolio de nadie, Jesucristo tampoco (Él fue y sigue siendo “libre”). Los “teístas y los (mal llamados) creyentes” afirman tener a Dios, muchos católicos están seguros de tener la “única” verdad, cuando no es posible poseer la (V)verdad, sino que es (E)ella la que nos posee. Los no creyentes, palabra totalmente falsa porque también creen en algo los mal llamados no creyentes (creen por ejemplo en la lotería, en la salud…), también tienen su parte en el Misterio, también tienen su forma de creencia y se entusiasman (aunque sea con el fútbol, por ejemplo), y entusiasmarse es estar poseído por un dios tal como significa la palabra griega (enthousiazw –ein enthousiadsô -ein).

Recuerdo haber leído una anécdota que dice lo siguiente:

Buda estaba reunido una mañana con sus seguidores y a esto que se le acercó un hombre que le preguntó. -¿Existe Dios? –Sí, respondió Buda.

Más tarde se le acercó otro que le hizo la misma pregunta. Y Buda respondió: -No.

Por último pasadas unas horas se acercó un tercero que hizo idéntica pregunta. Y Buda respondió: -Tendrás que decidirlo tú mismo.

Extrañado un discípulo se dirigió al Maestro en estos términos: -Maestro ¡qué absurdo! ¿Cómo puedes dar respuestas diferentes a la misma pregunta?

A lo que el maestro respondió: -Porque son personas diferentes, y cada una de ellas se acercará a Dios a su manera; a través de la certeza, de la negación y de la duda. (Maktub)

Creo que esta anécdota puede ser iluminadora para toda persona de buena voluntad. El monopolio de la Verdad en el que fuimos educados es sólo fruto de una sibilina soberbia humana.

Es claro que el cristiano (no sólo el católico) puede hablar en nombre de Cristo, el budista en nombre de Buda, los musulmanes de Mahoma, el marxista de Marx, los demócratas de la Libertad, los científicos de la Exactitud… y cada uno de estos grupos humanos creen que interpretan la fe, la evidencia, la razón…

Pero el Misterio, o Dios es algo distinto, pertenece a otro orden de cosas, al orden de los símbolos (simballw -ein simbal·lô -ein, reunir, y los símbolos son profundamente reales, como el beso, el abrazo o las lágrimas). Un símbolo que ilumina la contingencia, la fugacidad, la impermanencia de todo lo humano, haciendo imposible todo totalitarismo, todo absolutismo, comenzando por el religioso. Decía Zubiri: “Dios es absolutamente intramundano”. La presencia de la realidad es presencia de la Realidad. Donde quiera se halle un hombre, está el Misterio, y el Misterio consciente como decía Teilhard.

Dios no es monopolio de ninguna iglesia, de ninguna creencia, ni siquiera de ninguna fe, no lo es de ninguna sociedad, de ningún rito, de ninguna (mal llamada) increencia, en todo caso usando nuestro lenguaje humano, del que no podemos prescindir para la relación y comunicación, es el Misterio que está en el corazón mismo del Mundo.

Y al filo de esta meditación, que no es sino una reflexión que florece nutrida por el corazón, por un corazón que quiere ser realmente católico (kaq ‘olon: kath‘holon, que abarca a todo el hombre, y en el que cabe todo hombre[3]) y no partidista, ni mucho menos católico en el sentido que la institución (mal llamada católica) ha dado con su práctica a la palabra, quiero aportar desde estas páginas mi total desacuerdo con la actitud de dicha institución, que en nombre de la Verdad Absoluta (cuando su actitud no llega ni a verdad) se dedica a condenar y destruir cualquier abrazo que vaya en la línea de una auténtica catolicidad. Por favor, estos obispos no son mis obispos, los olvidé hace tiempo y hoy ni siquiera me avergüenzo de ellos, porque me importan un bledo, y si no hicieran tanto daño a la sociedad, ni tan siquiera me importarían sus actos y falsas doctrinas. Están apartando de Jesús a masas de humanos que prefieren tener una actitud borreguil, o que no saben tener el más mínimo espíritu crítico, el más mínimo sentido cristiano. Y para mí Jesús de Nazaret sigue siendo el sentido de mi vida.

Sexta meditación

Cuando hablamos de Dios, decimos algo sobre Él, pero lo que decimos no es Él, sino que está relacionado, diríamos de una forma transcendental, con Él. Por supuesto, que dos místicos pueden comunicarse entre sí en el silencio más pleno, pero para hablar de sus experiencias tendrán que usar necesariamente el lenguaje, y no el lenguaje así en abstracto, sino uno determinado y concreto, español, inglés, chino… Y no se puede usar el lenguaje sin expresar alguna creencia o doctrina o conocimiento que no es mera experiencia pura, sino experiencia que ha pasado por la crisis de la interpretación y de la palabra.

Los nombres de Dios, como Misterio, Alá, Nada, Absoluto…no son independientes de Dios, de su propia Realidad (por usar una metáfora, pues identificar al Misterio con la Realidad no es otra cosa), cada nombre que usamos del Misterio, recordemos Los nombres de Dios de Fray Luís de León, son expresión de un aspecto del Misterio, visto desde nuestra comprensión humana.

Todo lenguaje es una mediación y está vinculado a una cultura determinada, cultura que es el mito de inteligibilidad de la Realidad, de la Totalidad para los miembros de esa cultura. Por ello, el lenguaje no significa nada sino es por relación al contexto. (Nunca se comprenderá a una comunidad humana, si no se comprende su lengua). Por eso, también hemos de entender que cada religión defienda sus formulaciones, aunque sin excluir nunca las otras formulaciones, los otros aspectos del Misterio, las otras culturas como mediadoras también en la expresión de lo Divino.

Nuestra visión de lo Divino, la expresión cristiana del Misterio, sólo puede ser comprendida dentro de una cultura Abrahamánica, de una filosofía occidental, pero queda vacía de significado en otro contexto cultural.

Pues en definitiva, Dios, o el Misterio no puede ser objeto de conocimiento ni de cualquier tipo de creencia, puesto que no excluye nada fuera de sí mismo, y si lo consideramos objeto, deja de ser sujeto. Por otra parte la creencia no es en modo alguno la fe, como mucho puede ser en algún caso expresión de la fe, y en la mayoría de los casos es una formulación doctrinal asumida por imposición, lo cual no es malo en sí mismo, pero no es la fe y mucho menos la expresión del Misterio.

La palabra más usada, y más inflacionada (valga la palabra no aceptada “aún” en la Real Academia Española de la Lengua), en toda la historia para indicar este Misterio es sin duda Dios y sus equivalentes semánticos, pero no indica un concepto, sino un símbolo. Y un símbolo no es un concepto, sino una realidad no conceptual, como lo es el amor o la simpatía... Y el símbolo es tal porque simboliza para aquel que habet aures audiendi. Quien no ama no sabe nada del amor, ni para él el amor es una realidad que envuelve amante y amado, como nos dice S. Juan de la Cruz, y sabemos los que amamos en la vida. El símbolo simboliza, no es interpretado, no digo que no se pueda hablar sobre el símbolo, sino que él en sí mismo no puede ser interpretado. Toda interpretación presupone un concepto eidético con el que se compara lo que se interpreta. El símbolo simplemente simboliza, y lo es porque simboliza y para aquel para quien simboliza. El símbolo habla directamente, sin interpretación, a aquel que lo percibe. En nuestra cultura adolecemos de la percepción del símbolo, y tendemos convertirlo en concepto que pueda ser interpretado.

Por supuesto que el símbolo es eminentemente relativo pues consiste en relacionar dos elementos, que una vez se han relacionados se convierten en no-dos. El símbolo es contemplado, no interpretado, como hemos dicho, y no pretende ser universal, ni objetivo, es mediación, simple mediación, por eso es objetivo y subjetivo a la vez y en el mismo momento, es no-dual, ni uno, ni dos.

Pero, sobre el símbolo se puede hablar, pues el habla es un elemento constitutivo del hombre y participamos de la construcción del universo también lingüísticamente. Por tanto, podemos hablar del Misterio, pero no podemos interpretarlo, aunque hacerlo es humano y válido conceptualmente, pero se escapa de la experiencia mística.

¿Habría que construir una nueva forma de teología menos científico-conceptual y más simbólica y polisémica?

Séptima meditación.

Para acercarnos a la experiencia del Misterio, es imprescindible entrar en el silencio de la Vida.

Entrar en el silencio de la Vida no es empresa fácil, estamos tan preocupados y ocupados en tantas cosas que no son la Vida, ni siquiera la vida (con minúscula), que hemos olvidados esta actitud que es la esencial de nuestra existencia.

Por supuesto que el silencio de la Vida no es la vida de silencio de los cenobios, aunque ésta pueda ayudar a conseguirlo. Por descontado que la vida de silencio es fundamental para cumplir nuestros objetivos, para cultivar nuestras relaciones, para proyectar nuestras acciones; también esta vida de silencio está muy olvidada en nuestras formas sociales. Estamos inmersos en el “ruido” y, a veces, hasta de la música hacemos ruidos que nos alejen de nosotros mismos. Mas el silencio de la Vida, con mayúsculas, es otra cosa muy distinta. Se trata de una conciencia pura, de la conciencia pura de Ser.

Para llegar a ella, hemos de propiciar una apertura a la Realidad que va más allá de cualquier forma circunstancial. Para ello hemos de despojarnos de todo lo que entendemos por nuestros atributos, hemos de olvidar que somos profesionales, jubilados, funcionarios, padres, esposos, hemos de olvidarnos de todo aquello que forma nuestra propia personalidad incluso, hemos de olvidarnos de que somos fulanito o menganito, en mi caso José Antonio, y abrirnos a aquello que es realmente esencial. En una palabra, el silencio de la Vida es saber silenciar toda actividad de la Vida para llegar a la experiencia pura de la Misma.

Instrumentalizamos nuestra Vida y la confundimos con sus actividades, cuando la Vida es fin en sí misma, no un instrumento. La Vida no son ni nuestros pensamientos, ni nuestras emociones o sentimientos, ni el bienestar, ni la salud corporal y espiritual, ni siquiera la personalidad… Ellos no son la Vida, aunque ésta se exprese en ellos. En último término nosotros esencialmente no somos más que la Vida, ese don que nos ha sido dado, “He venido para que tengan vida y en abundancia” (Jn. X, 10) y que simplemente Es.

Entrar en este silencio no es una huida del mundo, sino entrar en lo esencial. Aquello en lo que se basa la relatividad del mundo. Esta entrada en el silencio de la Vida es obra del tercer ojo y, por tanto, exige el silencio de los otros dos, el de los sentidos y el de la mente. Con ellos nunca podremos entrar en el silencio de la Vida, de igual manera que con los sentidos nunca podremos ver un círculo cuadrado, ni el cuadrado de un binomio.

Sin esta experiencia del silencio radical de la Vida, nuestras propias vidas relativas se quedan vacías, porque quedan privadas de su fuente. Por ello con tanta frecuencia buscamos sustitutos que nos endulcen y enriquezcan la vida. Por esto nos agotamos en tantas actividades insensatas, buscamos superar la miseria a la que hemos reducido la Vida.

La vida que Jesús nos promete es la Eterna, que no comienza después de la muerte, sino que Es Ahora, en este y en todo momento. Simeón, el Nuevo Teólogo ya vino a decir: “que se olvide de la vida eterna quien no la viva ya”. La Vida eterna es la que se vive en su totalidad sin duración, es caer en la cuenta de que somos Eternidad (no duración) y Amor.

Reflexiones

La relación de Dios con el Mundo

Nota: Utilizo en este caso la palabra Dios (como símbolo) en lugar de la de Misterio porque ésta podría inducir a error o a falta de comprensión de la lectura.

La historia de la humanidad nos muestra que las visiones de la relación Dios-Mundo, o sea de Dios con sus criaturas, han sido fundamentalmente de tres tipos, han seguido tres esquemas fundamentales.

La visión dualista, que es la que nos enseñaron en el seminario en buena medida y la que tiene el Místico de Aquino. En esta Dios aparece a la mente humana como el totalmente Otro. Entre Creador y criatura hay una distancia infinita, de modo que la relación entre ambos es de razón, sólo existe objetivamente en la mente humana, es pura analogía de proporcionalidad como diría el tomismo. Este Dios es inmutable e infinito (no estoy hablando de Cristo) y nosotros tenemos la experiencia de Él como del Otro, del totalmente Otro, núcleo de la teología de Kart Barth. Y esto es así precisamente porque partimos del Ego como sujeto de la experiencia.

La visión monista, a la que se llama en teología el panteísmo. Todo es Uno y por tanto todo es Dios, y todos tenemos la experiencia de Dios, porque todos experimentamos las cosas (que son Dios). Como afirma Espinoza “Deus sive Natura”, la Naturaleza es Dios. Por tanto no hay una relación real entre Dios y las criaturas porque son lo mismo, la criatura propiamente no existe. La doctrina insistente en un solo Dios verdadero se acerca mucho a esta visión.

La visión no-dualista, que en el cristianismo es trinitaria (en la que no hay tres como número, sino como relación), según la cual Dios no está separado del resto de la creación, ni se identifica totalmente. Esta visión nos la brinda Oriente a Occidente. Dios no es Identidad, ni Alteridad, sino un polo de la realidad, un polo constitutivo, silencioso e inefable, que habla en nosotros, que es transcendente y a la vez inmanente en el mundo. Este polo no existe sino no es en su polaridad, es pura relación, íntima relación interna con todo. Un ejemplo podría aclarar algo, no todo, (porque no se trata sólo de entender, sino de “comprehendere” con algo más que con la razón), un libro en el que hay una relación constitutiva casi entre las hojas y las letras escritas en ellas, sin letras no hay libro, y sin las hojas de papel como soporte, tampoco. El Espíritu viene a ser como la hoja en la que se escribe con la conciencia de las cosas.

La razón no puede argumentar de forma incontestable a ninguna de estas visiones milenarias de la historia de la humanidad, porque no abarca, como hemos dicho, la “comprensión” total del ser. Eso sí, alguna nos parecerá más convincente que otra.

El silencio es la atmósfera en la que “respiramos” el Misterio

Ya en otra ocasión en este blog me he referido al silencio en sí, hoy lo quiero hacer desde una perspectiva distinta (no sé si influenciado por la postmetafísica). El silencio como lugar privilegiado (atmósfera) de la experiencia de Dios.

Podemos hablar mucho sobre Dios, de hecho toda la teología escolástica que estudiamos fue un mero hablar de Dios desde la perspectiva de la iglesia católica oficial, ¿Pero no hay el peligro real de que todo ello no fuera más que mera logomaquia sobre el Misterio? Se ha construido una enorme estructura de conceptos (meras elucubraciones humanas) sobre Dios, sobre le Misterio que por definición (si cabe) no es una elucubración humana, sino que las trasciende todas, y por ello está situado en la experiencia de la no-dualidad. ¿Es dicha teología un castillo de naipes? Citaba yo en mi escrito anterior en el blog el apofatismo místico de San Juan de la Cruz (nada sospechoso de postmodernidad), cuando dice: “Este saber no sabiendo”, de su poema sobre la “harta contemplación”, para introducirme en la experiencia mística de Jesús de Nazaret. En las noches de silencio total de palabras, ruidos, conceptos, y de sí mismo Jesús se sentía a sí Uno con el Padre, se experimentaba Misterio. Y es que Éste está tan por encima de todo que cualquier cosa que se diga, haga, piense es necesariamente un ídolo, no es el Misterio.

Dios sólo puede ser experimentado, y serlo en esta atmósfera de silencio positivo. Luego, sí que podremos hablar de esa experiencia que hayamos tenido del Misterio, pero ya no será del Misterio, sino de nuestra experiencia de Dios. Como dice el místico español: “y es de tan alta excelencia / aqueste sumo saber / que no hay facultad ni ciencia / que le puedan emprender…” La experiencia del Misterio no es un conocimiento académico, sino que “quien se supiere vencer / con un saber no sabiendo / irá siempre trascendiendo”.

Me he referido al silencio positivo, porque no es represión. Si repasamos lo que es el silencio en todas las tradiciones místicas, desde el yoga en sus diversas manifestaciones, hasta el taoísmo, desde la quietud de Molinos, hasta la indiferencia ignaciana, etc… siempre se trata de ir al centro de uno mismo, al centro de nuestro propio ser, y ni las palabras, ni los conceptos, ni las emociones, ni los sentimientos, ni las sensaciones…son el centro. Guardar silencio es sencillamente dejarte llevar hacia el centro de ti mismo, es dejar en silencio la mente, la voluntad y la acción y percibir a través de todo el núcleo que es tú mismo, la pura experiencia total de la vida, percibiendo en ello que tu vida, tu mente, tu voluntad y tu acción no son la infinitud de la experiencia total de la vida y por eso guardas silencio con todo tu ser. En esta atmósfera el Misterio es una Plenitud, una Libertad infinita en la que te mueves a tus anchas y en la que te recreas constantemente.

Ésta experiencia no es una alucinación esquizoide, ni efecto de las drogas, que pueden producir efectos similares en apariencia, pero muy distintos en el fondo, sino la experiencia más radical del Ser que todos somos. Quien quiera probarlo que se someta a la técnica para ello[4]: hacer meditación del tipo que sea (budista, cristiana, taoísta, sufí, integral, teísta…) durante bastantes años. Así irá percibiendo poco a poco todas las realidades que fueron experimentando todos los místicos de la historia de la tierra.

Ipsissima verba Christi

Nota: Aprovechar los conocimientos que tenemos del latín y del griego nos puede ayudar en muchos momentos para “saborear” el sentido primigenio de muchas expresiones, conceptos, palabras… Por eso escribo el título de esta reflexión en latín.

En su poema escrito para rememorar un éxtasis de “harta contemplación” San Juan de la Cruz dice:

…………

“Este saber no sabiendo / es de tan alto poder, / que los sabios arguyendo / jamás le pueden vencer; / que no llega su saber / a no entender entendiendo / toda ciencia transcendiendo.”

……………..

Y la Katha Upanishad afirma:

“No es a fuerza de instrucción ni de esfuerzo mental o de estudio de las Escrituras como se llega al Atman.”

Ambos textos nos están hablando de la necesidad del silencio mental para llegar a la experiencia del Misterio, pues el saber de los sabios no llega a captar aquello que trasciende toda ciencia. Y a su vez nos hablan de forma implícita de la necesidad de otra dimensión del hombre que no sea su raciocinio, ni su fuerza mental para acceder al Atman, al Misterio, a Dios. Esta dimensión el es tercer ojo de los orientales o el ojo de la contemplación de los cristianos, ojo que ha sido eliminado por el absolutismo de la ciencia moderna y en parte por la postmoderna y por su tremendo error categorial. Es el ojo que ha iluminado el caminar de todos los místicos de cualquier religión, cultura o raza.

Jesús de Nazaret, máxima cumbre de la mística, nos legó una serie de frases que nos abren al conocimiento de su caminar místico y gracias, en parte, a las que nosotros podemos reproducir en nosotros esos mismos sentimientos que él tuvo, como nos dice S. Pablo.

Una de estas frases es la siguiente: “El Padre y yo somos uno” (Pater et ego unum sumus). Esta expresión nos abre las puertas a la experiencia religiosa, a la mística profunda de Jesús, el hombre nacido de mujer, como todos nosotros.

La frase se puede entender como expresión de la no-dualidad entre Padre e Hijo en la Trinidad. Hay una distinción, el Padre y yo, y a la vez una comunión interna que habla de la total inseparabilidad, somos uno. El Padre es Padre porque engendra, no porque haya engendrado pues en él no hay pasado, ni futuro, y si dejara de engendrar dejaría de ser Padre, y como el Padre no es más que Padre, dejaría de existir. Todo su Ser (hablando con la impropiedad de los conceptos y de la razón) es relación, es engendrar al Hijo. Éste a su vez es Hijo en tanto que es engendrado, si dejara de ser engendrado, dejaría de ser.

El Padre, pues, engendra continuamente, el Hijo es continuamente engendrado y el Espíritu es la expresión permanente de este dinamismo.

Nosotros no somos meros espectadores. Sino que, unidos a Cristo, formamos parte de este mismo dinamismo que nos lleva constantemente a fluir en la vida transmitiéndola por el amor.

Caer en la cuenta de que esto es así, de que somos esencialmente divinos, porque somos amor, es la condición indispensable para que nuestras vidas y las de todos se tornen en un paraíso. Pero, a esto no se llega por la reflexión, sino por la apertura de un corazón limpio, que descubre la presencia del Espíritu en cada cosa, en cada acto, en cada persona. Se llega tan sólo con el saber que transciende (no que desprecia, ni meramente niega) toda ciencia.



[1] La racionalidad, la razón no es la meta evolutiva del hombre. Es ésta una idea que se nos ha ido inculcando en la cultura occidental desde tiempos muy antiguos, olvidando que en la misma cultura griega hay verdaderos místicos como Platón, Pitágoras y Plotino, que van mucho más allá de la razón en sus propios escritos.

[2] Hay quienes opinan, en contra del uso común en el cristianismo, que el apodo de Jesús era Nazareno, o Nazarita, no por haber nacido en Nazaret, sino porque perteneció a la secta de los nazaritas (los apartados, los separados del resto, que se dejaban crecer la barba, el pelo y se consagraban a Dios) entre los que hay que destacar a los esenios

[3] Conviene no olvidar que la palabra hombre ha sido minusvalorada en el lenguaje en la actualidad, porque se ha identificado con varón, excluyendo a la mujer que es polo constitutivo de la misma.

[4] Quien quiera hacer una experiencia científica, por ejemplo ver una célula, tiene que someterse a una técnica adecuada; hacer un disección de un organismo, colocarla adecuadamente en el microscopio, mirar por él… y entonces verá la célula. Del mismo modo quien quiera hacer la experiencia del Misterio que se someta a la meditación durante años, que se desprenda de sí mismo y tendrá dicha experiencia.