domingo, 26 de octubre de 2008

La filosofía como estilo de vida. R. Panikkar

LA FILOSOFIA COMO ESTILO DE VIDA

Propongo en estas líneas poner al alcance de los menos conocedores (supongo que muy pocos) del pensamiento de Raimon Panikkar partes de un capítulo de un libro suyo sobre la Sabiduría, en el que él nos habla de su forma de vida. El libro está escrito en un catalán excelente. Yo me he atrevido a traducirlo al español, y a resumirlo, aun a riesgo de no ser fiel del todo a su pensamiento, ya se sabe: traductor = traditor, pero la amistad que me une a él y los veinte años que llevamos de conversaciones y diálogos me permiten aventurar que la fidelidad a lo que dice el texto va a ser, al menos, aceptable. Estamos en el mundo de lo relativo, de las formas.

Raimon es una de las personas que en los últimos veinte años ha influido más en mi manera de pensar, en estos veinte años de amistad no he parado de aprender de su enfoque intelectual, que es no dualista (cosa harto infrecuente en nuestra cultura), como de su visión del Hombre y del Universo, a los que incluye junto con la Trinidad (de varias religiones del mundo) en su gran visión cosmoteándrica. Todo es Trinitario, y saberlo comprender es llegar a la Iluminación. Es un gran realista y por ello optimista en cuanto a la esencia del Ser.

Antes de entrar en el artículo de Raimon, una simple nota sobre algo que él mismo aclara dentro del artículo: Filosofía y teología son una y la misma cosa.

Dice Raimon:

“No puedo escribir sobre mí mismo. Primera y principalmente porque no soy capaz de ello. Ni siquiera tengo una lengua propia. En segundo lugar, soy demasiado consciente de que, caso de intentarlo, el yo del que escribiría no sería el yo que soy, pues soy un sujeto y no un objeto. En tercer lugar, escribir sobre aspiraciones y decisiones es como forjar planes. Puede ser interesante para los amigos y para la gente con que me relaciono personalmente, pero el interés se limita a este ámbito.

Y sin embargo, escribo. No escribo sobre mí mismo, sino que me escribo yo mismo. Todo lo que yo escribo es, por lo menos, una parte de mi yo. Todo es de naturaleza autobiográfica. Sólo pongo por escrito pensamientos que ya he pensado como palabras. Yo mismo soy lo que escribo y escribo como uno que habla.

Estoy particularmente atento a dejar hablar a la palabra, a permitir a la misma lengua que se desenvuelva. El yo, que también vive en la lengua (y que no es el ego), habla y se revela a él mismo, en cuanto que dice lo que tiene para decir. Por eso el yo no se expresa del todo, y el proceso de convertirse en lenguaje no es automático, sino que el yo tiene necesidad de mí como de un mediador necesario. Soy un elemento activo de esta revelación y muchas cosas dependen de mi transparencia, aparte de mi atención y de otros factores.

Recuerdo un antiguo ideal: cada párrafo que escribo, y en lo posible, cada frase, habría de reflejar mi vida entera y ser una expresión de mi ser. Sería necesario poder reconocer toda mi vida a partir de una sola frase, igual que se puede reconstruir un esqueleto completo de un animal prehistórico partiendo de un solo hueso. Se trata de la interdependencia simbólica de cuanto vive. Una sola palabra, el logos, expresa todo el universo. Cada una de mis palabras, del mismo modo, habría de ser un símbolo de toda mi vida. Las vinculaciones de este símbolo no son de naturaleza matemática (pura racionalidad), sino de tipo vital.

¿Por qué escribo? Repito lo que hace muchos años escribí. No sólo para expresarme, no sólo para articular mis pensamientos, para observarlos con más claridad y hacerlos más comprensibles. Todo esto son medios, pero ¿Cuál es el fin?

En lugar de vivir la vida como diversión, o de hacer el bien a alguna persona, me someto a una disciplina estricta con el fin de acabar algunos de mis escritos. Ahora escribo para entregar un texto que me han pedido. Ahora bien, esta no es, ciertamente, la motivación última...

En último término, ¿Cuál es la finalidad de trasmitir una buena idea? Yo la tengo y la doy a otra persona. Así la tenemos dos. Esto no cambia el mundo. ¿Acaso escribo para cambiar el mundo? ¿Sería esto otra forma de mesianismo?

Si las ideas públicas cambiasen el mundo, sería más útil que hubiera empleado mi tiempo en los medios de comunicación, la televisión, el cine. Para redimir al Universo los cristianos y los budistas dirían que no necesariamente se ha de cambiar la opinión de la mayoría.

Probablemente la mayoría de la población mundial desea el desarme total, pero no pasa nada. Dos personas con buenas ideas no hacen nada, pero, ¿dos millones?... puede que tampoco. Es el mito de la democracia. Ni se trata sólo de ideas, ni cuentan nada más que las cifras.

¿Por qué me dedico a la dura disciplina de escribir? Si contesto porque forma parte de mi vida, estoy diciendo verdad, pero no es suficiente. No escribo para influir en las personas, no por cultivar un arte. Escribir es para mí meditación, o sea, medicina y al mismo tiempo, moderación, orden para el mundo. Escribir es para mí vida intelectual, que quiere decir también existencia espiritual. La culminación de la vida es, para mí, la participación en la vida del universo, tomar parte en la sinfonía cósmica y divina a la que también somos convidados los mortales.. no se trata simplemente de vivir, sino de permitir a la vida, que es un don, que se sostenga y se adentre en sí misma. Por esto, para mí escribir es un acto religioso, porque escribir es divinizar, esto es, liberar el universo, embellecerlo, perfeccionarlo, y lo hacemos haciéndolo con el microcosmoss que somos nosotros.

Escribir me permite profundizar en el misterio de la realidad y me obliga a hacerlo. Esto exige pensamiento, contemplación, pero al mismo tiempo tengo que aportar la forma, la figura, la belleza, la expresión , la revelación. Escribir es morphê como esencia y como forma a la vez. Escribir implica pensar, pero también forjar pensamientos, pulirlos, adornarlos con colores, olores y formas y hasta darles fuerza y movimiento. Es un proceso de encarnación de “la palabra que se hace carne”. Estas reflexiones me las hice hace más de un cuarto de siglo.

Me han preguntado por aquello que tengo que decir sobre la relación entre mi vida privada y mi actividad profesional. He de contestar que no veo ningún sentido en la pregunta. No hay separación entre mi vida privada y mi trabajo profesional. Mi vida personal no se puede separar de mi actividad, que es también personal.

Sí que distingo entre “hacer”, que es la actividad de mi ser, la actualización de mis capacidades para el perfeccionamiento del mundo y de la gente, incluyéndome a mí mismo. Algo que en el lenguaje religioso de la tradición abrahámica se llama “vocación”. Se trata de realizar aquello a lo que estoy llamado. Y “trabajar” que consiste en poner mis cualidades y capacidades a disposición de alguien, o algo, a cambio de una remuneración económica. La palabra trabajo lleva en su etimología el significado de esfuerzo, tormento y dolor. Mi realización nunca es aprovechar mis capacidades para la finalidad de otros.

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No necesito usar modelos para mi pensamiento. En filosofía critico el punto de vista de origen platónico, que considera que el pensamiento discurre a partir de paradigmas y patrones... Estoy convencido de que pensar con modelos es como viajar con tren o con coche. Se necesitan vías o carreteras que determinan el lugar a donde se va.

Presuponer que se piensa a partir de modelos,, comporta creer en el mundo platónico de las ideas, aunque se les llamen leyes de la naturaleza o maneras de pensar. Pero, en “el cielo no hay caminos” dice el Dhammapada, y Antonio Machado escribió: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Pensar no es investigar. El verdadero pensamiento no sigue un camino, sino que lo hace.

No vivo la vida, o la realidad, como un enigma que haya que descifrar. Mi kosmología (sic) es otra. La realidad no se me presenta como algo que es lanzado delante de mí, o sea, como un objeto, y tampoco como un problema (del griego pro-balló, que dice lo mismo, algo lanzado contra mí). Entiendo por kosmología no una doctrina sobre el cosmos, sino la vivencia de cómo el cosmos me habla a mí (Kosmos legein).

También me es difícil dar una auténtica explicación de cómo mi trabajo influye en el de otros. Sería fácil construir una respuesta convincente, y no falsa del todo; sería el resultado de mi carácter oriental, que instintivamente respondo sólo a aquello que satisface las aspiraciones del que pregunta. Así, muchas de mis ideas y mis concepto introducidos hace décadas están hoy asimilados, por ejemplo; el diálogo interreligioso.

Conozco a muchos eminentes teólogos, llenos de un celo constructivo por reformar su iglesia, la católica romana sobre todo. Yo estoy totalmente de acuerdo con su postura, estoy a su lado en la misma lucha por la justicia, la libertad, el valor y la transparencia... Admiro a estos amigos e intento colaborar con ellos en este deber. Pero, si me preguntasen, en un nivel más profundo, por mi preocupación personal, contestaría que mi finalidad, antes que nada, no es la reforma de la iglesia, sino mi propia transformación, la de mi yo -pese a que soy consciente de que una lleva a la otra y que no se pueden separar. No se trata de una reacción egoísta, ni de una individualista, ni de creer en una espiritualidad sobrenatural. No es una cuestión de interioridad versus exterioridad, acción contra contemplación... La diferencia no es de opinión, sino de formas de pensamiento. Nuestros universos son diferentes. Soy plenamente consciente que en estas manifestaciones represento una pequeñísima minoría en Occidente, (entendido como categoría cultural y no geográfica).

No es fácil de explicara porque nadie puede imaginar un universo distinto del que tiene. ¿Diría simplemente que no creo en el mito de la historia como ámbito básico de la realidad? ¿o que la muerte no está ante mí? Mas escoger estas referencias occidentales para expresarme es ya traicionar el intento de explicación.

Sobre mí mismo

Quiero decir, en primer lugar, que no soy consciente de ningún tipo de trauma, positivo o negativo. No puedo acordarme de ninguna experiencia de conversión, ni de ningún cambio brusco en mi vida. No puedo explicar nada que sea relevante en mi infancia. Todo me ha impresionado profundamente y nunca he estado interesado en investigar mi vida psicoanalíticamente.

Nunca he participado en una guerra, pero nací después de la Primera Guerra Mundial. La Guerra Civil Española interrumpió mi vida exterior e interiormente. Muchos de mis compañeros de colegios estuvieron en el frente y muchos murieron. Pasé tres años en la Alemania nazi, hasta poco antes de que comenzara la guerra. Luego la dictadura española. Conocí bien la inhumanidad de los regímenes totalitarios.
Posteriormente mi estancia de más de diez años a la orilla del Ganges en India, donde viví la condición humana en su forma más descarnada. Luego mi actividad académica en Estados Unidos. Más tarde un cuarto de siglo repartiéndome entre las universidades de Santa Bárbara (California) Estados Unidos y la de la ciudad de Venarés en India. (La nación más rica y una de las más pobres del mundo).

Sin estas experiencias es prácticamente imposible superar la creencia moderna de que el desarrollo humano ha seguido una sola línea que culmina en el homo technocraticus.

A mi manera no me he encontrado entre el oriente y el occidente, sino en medio, y ello en sus versiones hinduista/budista y cristiana/secular.

¿Cuál es mi público? ¿quienes mis lectores? Yo escribo para el dharmakaya, o el Cuerpo de Cristo, o la estructura kármica del mundo, o el carácter de tú de la realidad... he necesitado mucho tiempo para entender que escribo para los mismos para los que vivo: la humanidad en general. La mayoría viven y escriban para un público determinado, lo que les permite una efectividad enorme, ¿alimentar el mercado?

Yo no tengo ninguna clientela. Y la falta de un mercado determinado me ha hecho escribir en seis o siete lenguas diferentes. Cuando hablo intento identificarme con los que me escuchan y utilizo la lengua que me parece más adecuada para la ocasión. Puedo hacer espontáneamente una liturgia católica, un upadhesa hindú, una conversación profana, una conferencia científica, una meditación filosófica...

Mas, cuando escribo siento una comunión total con la humanidad global, sobre todo con la cultura del presente y con las tradiciones del pasado que me son familiares... no leo prensa, ni escucho radio, ni veo televisión, por eso mismo puedo escuchar las voces de los que no tienen voz y percibir el ritmo de la realidad.

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Se tendría que precisar que no estoy diciendo que mi público sea el universo atemporal de las especulaciones ontológicas abstractas. Guerra y paz, economía, ecosofía, religión, pacifismo, tecnología, la humanidad y también la divinidad y la naturaleza no son para mí concepciones puramente desencarnadas y puramente teóricas.

La sabiduría del amor

Intentaré revestir todo esto con términos más académicos.
1. La sabiduría es para mí tanto la sabiduría del amor como el amor de la sabiduría. Y el verdadero amor es espontáneo, y extático, esto es, no reflexivo. El amor verdadero no tiene un fundamento sobre el que se apoye, porque es lo definitivo. Lo mismo se es un amante (sin una razón dialéctica que lo fundamente), que se es un filósofo. Se es porque sí y nada más. La filosofía es una actitud primaria, no secundaria. Se trata de algo que nos sale al encuentro...

La voluntad y la inteligencia no la pueden manipular. La filosofía es un amor muy particular. Es la sophia del amor primordial... La sabiduría surge cunado se unen el amor del saber y el saber del amor.

La filosofía original cristaliza en una manera de ser, es la expresión de la misma vida tal como es impresa en la realidad con el punzón (stilus) de de la propia vida. Una filosofía que se aleje de la vida, que evite la praxis, es para mí unilateral, una mala filosofía que deja a un lado aspectos de la realidad. La realidad es compleja y no se puede captar sólo con el entendimiento no sería una filosofía, sino una especie de álgebra, no sería sabiduría...

La actividad filosófica lo exige todo. Una persona inmoral podrá ser un buen matemático, pero no un filósofo, al menos en sentido existencial. Como diría un maestro zen: “sólo cuando seas tú mismo (eres puro, limpio) reconocerás las cosas tal como son”. Esta filosofía, o sabiduría, o experiencia total, trasciende y por lo mismo incluye el aspecto crítico de la misma filosofía, que ya desarrolló Kant.

La influencia de las ciencias naturales en la filosofía, en su método y por lo mismo en la teología, ha hecho que las mismas se conviertan en asignaturas sobre temas específicos, y por tanto han perdido toda sabiduría, se han denigrado... Se han separado razón y fe. Se ha colocado la ley moral como si fuese válida para todo y todos, como si la moral no exigiera en sí misma un fundamento, como si fuera independiente de una cosmovisión, como si fuera inmune a una investigación crítica.

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Mi aspiración filosófica consiste en ofrecer una alternativa convincente a la esquizofrenia destructiva de nuestra cultura tecnocrática dominante. Hemos de reconstruir la armonía entre lo crítico y lo espontáneo...

En el momento, pues, en que yo me deje determinar por factores exteriores, mi estilo (punzón) dejaría de ser libre y mi filosofía no sería auténtica. Por eso me pregunto ¿Puedo ser testigo de mí mismo? ¿Puedo ser autocrítico?... Podría hacer hacia atrás el camino de mi vida, pero no vería más que las señales, porque yo no estaría ya allí. Por ello, dudo de que pueda tomar una postura sobre mí mismo.

Lo que sí puedo hacer es recordar la carga que he llevado encima durante mi peregrinaje y ver si puedo tirar lastre y aligerarla.

Siempre he sentido el impulso de abrazar la realidad y de vivirla. Después de estudiar las especulaciones sobre el absoluto en la historia de la humanidad, sentí el anhelo de buscar lo real más allá de las meras manifestaciones, haciéndome monje (acósmico) o académico (especializado). Escogí lo segundo porque un profesor, a mi entender, es una persona que “profesa”, que hace una confesión con su vida entera. Y así también es un monachos,(monos), que busca ser uno, entero, total. En ello el dogma cristiano de la resurrección se convirtió para mí en un símbolo viviente: nada de lo real puede ser separado de lo corporal.

Por ello, estudié física y química, luego filosofía y por último teología... el orden cronológico no quiere decir que hubiera una verdadera separación ontológica... Y fui superando mi distancia con el mundo, con lo real. De esta manera me hice un hombre religioso. Religioso es aquel que experimenta la trascendencia, o sea, el que supera existencialmente la separación entre él y el mundo, no el que dice: Señor, Señor...”.

El riesgo existencial

El riesgo existencial es el riesgo de una vida se está a gusto en más de una cultura y una religión, el riesgo de una existencia que está tan comprometida en lo ortopraxis como en la ortodoxia... A causa de mi nacimiento, mi educación, mis iniciaciones y de mi vida práctica he llegado a ser un hombre que vive al mismo tiempo de experiencias originarias de la tradición occidental y a la vez de la India, y que participa tanto del ámbito cristiano, como del secular en unos casos, y en otros, tanto del hinduista como del budista. Sólo es posible la comprensión y la fecundación de tradiciones diversas del mundo cuando se está dispuesto a sacrificar la vida en el intento de soportar las tensiones existentes sin volverse esquizofrénico, manteniendo siempre las polaridades sin caer en una paranoia personal o cultural. Superado esto, en un segundo momento, esta aceptación serena permite que surjan las transformaciones necesarias... El diálogo intercultural es también una circunstancia personal y comienza como vivencia intra-religiosa. Si no vivo en mí las polaridades de lo real, no será posible encarar la realidad bajo la influencia de las dos visiones y ser equitativo con ambas.

En otras palabras, estoy hablando de mi interés por el mito y mi confianza en el espíritu. El mito me ha conducido de una doble manera, por una parte me ha enseñado a aceptar el dharma (orden eterno, ecuanimidad, armonía...) de mi existencia concreta, y por otra a dedicarme a configurar una espiritualidad nueva que intenta un diálogo, fundamentada en la naturaleza humana, y que no descanso sólo (ni principalmente) en el logos, como el cristianismo, sino que contempla al espíritu tan fundamental como el logos. El espíritu no puede supeditarse al logos ni reducirse a él. Una fenomenología del espíritu es tan poco completa como un ballet sin música. Mito y logos se corresponden, mas su relación no es dialéctica ni mítica, ambos son creados a partir de su propia vinculación. El logos es el lenguaje del mito, y no hay mito sin logos, del cual el mito es el fundamento... Se trata de la relatividad radical de todo cuanto es, del vacío absoluto de budismo.

El científico experimenta con objetos, el filósofo con ideas, el monje consigo mismo. Yo tengo la impresión de que he vivido en mi persona todo eso.

Recuerdo que he evitado espontáneamente situaciones en las que podría haber obtenido honores y poder...

La carga intelectual

Ésta es tan difícil de llevar como el riesgo existencial. Consiste en expresar estas experiencias fundamentales de una forma inteligible. ¿Se puede elaborar la multiplicidad de las propias experiencias en una forma comprensible? Es el momento apropiado para el advaita (no dualista, es una rama del hinduismo vedanta que afirma la no-dualidad de la realidad, que no es una (sola), ni muchas, sino no-dos. En esta línea está una gran parte de la mística cristiana con el Maestro Eckhart, línea con la que yo personalmente me siento totalmente identificado intelectual, experiencial y espiritualmente). Es esa experiencia inmediata (la del advaita) que nos abre una realidad en las que las diferencias no son absolutizadas (caso del dualismo, maniqueísmo, gnosticismo...), ni ignoradas (monismo, materialismo, puro espiritualismo), ni elevadas a la categoría de ídolos (panteísmo), ni reducidas a puras sombras (monoteísmo, un solo señor dueño absoluto de todo), sino que se trata de una polaridad en tensión. Estos son sus símbolos: advaita, secularidad, trinidad.

Para explicar todo esto me parece válido el concepto de ontonomía, nomos tou ontos (orden interior del ser, traduce del griego el traductor del artículo)..., que no es ni heteronomía (el poder de otro), ni autonomía (el poder propio aislado del resto)... La ontonomía a la comprensión recíproca y a la fecundación de las diversas esferas del ser y de la actividad humana, pues hace posible un crecimiento sin romper la armonía... Indica la relatividad radical (no el relativismo absoluto, nota del traductor) de la realidad que no es sino aquella relación recíproca que nos muestra que todo es una polaridad no dualista, y que lo mejor para cada ser es su integración armónica en el todo...

¿Es posible desarrollar un orden ontonómico?... su símbolo sería la persona que no es ni singular ni plural y es la conjunción en su misterio de todos los pronombres personales. Cuando hiero un yo, sufre un tú...
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Ayudaría a entender todo esto el concepto de diferencia simbólica que expresa la estructura simbólica de la realidad como un todo. Así, puede superara la dicotomía entre sujeto y objeto tanto epistemológica como ontológicamente. Un símbolo es un signo de carácter noético. No es la cosa y sin embargo, no existe sin la cosa. Es lo que aparece en el símbolo y como símbolo. No es ni sujeto, ni objeto, sino relación entre ambos. Ver el ser como símbolo abre, entiendo, un nuevo capítulo en el encuentro de las culturas y de las visiones del mundo.

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Otro concepto que ayudaría a expresar esta intuición consiste en hablar del carácter tempiterno (temporal y eterno a la vez) de la realidad. La cultura secular tiene razón al afirmar que todo está tocado por el tiempo. Pero el aspecto temporal de la Realidad es sólo un aspecto de su naturaleza tempiterna de todas las cosas. La realidad no se agota en su temporalidad; no es temporal ahora y más tarde eterna, sino que es ahora temporal y eterna (tempiterna)...

Otra de las formulaciones que me han preocupado y que ahora quiero añadir aquí, es la llamada intuición cosmoteándrica. La realidad no es dualista, y todo ser tiene tres dimensiones constitutivas: la cósmica, la humana y la divina. O lo que es lo mismo: la material (espacio-temporal), la intelectual (consciente) y la mistérica (la infinita). Es ésta una visión holística, muy en consonancia con la de los primeros tiempos míticos y muy distinta de las dimensiones que desde hace milenios se vienen dando para conocer la realidad: la división, la abstracción y la especialización. No hay materia sin espíritu y a la inversa. Dios, hombre y mundo son tres formas de los tres atributos originales inherentes a la realidad... No hay que despreciar los méritos de la analítica, pero, esos tres mundos que se encuentran bien bien en todas las tradiciones se deberían reconducir hacia una nueva perspectiva que haga posible el redescubrimiento de la realidad como un todo dinámico...

Entiendo que la naturaleza central de la palabra, que no es lo mismo que términos (empleados en el lenguaje científico), es un símbolo, y así es utilizado siempre en el contexto de la filosofía auténtica. En la palabra hay cuatro elementos: el que habla, aquel a quien se habla, lo que se habla (la idea) y el medio con que se habla (el lenguaje). Quaternitas perfecta. La palabra es la revelación de la naturaleza cosmoteándrica de la realidad.

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La libertad espiritual

Este apartado no se deja resumir en palabras y afecta muy directamente a mi vida misma. Mientras el hombre no se libera no experimenta la salvación, el nirvana. Para explicarlo hace falta disciplina y fidelidad. Baste citara la frase paulina, donde está el espíritu hay libertad. El espíritu lo penetra todo porque no es propiedad de ninguno.

Lo que he dicho proviene de una aventura personal, o sea, de una experiencia que no es individualista, pues no ha sido llevada a cabo para mi satisfacción propia, ni tampoco sociológica, como una utopía de la humanidad. Es aquello que se hace real en cada pequeño espejo que refleja y contiene toda la realidad, en el microcosmos íntimo de cada persona, en aquella profundidad del amor contemplativo al que me he referido al principio.

jueves, 9 de octubre de 2008

Postmetafísica

Reflexiones breves a propósito de la postmetafísica

Ya sé que una gran mayoría de las personas de esta sociedad, ciertamente no todas, se reirían de que me preocupen estos temas, pero, no así el resto (siempre los menos, de lo contrario nunca sería el resto). Y yo me pregunto, en otro orden de cosas, ¿No es más fácil ocuparse de las hojas y no acordarnos de la raíz? Por supuesto, preocuparse de las hojas y frutos es importante, pero olvidarse de las raíces sería fatal para las hojas y para los frutos del árbol. Y yo llevo un tiempo preocupado con la postmetafísica ¿rarezas?
Recuerdo aún, aquellas clases de metafísica u ontología que nos daba Félix Cabezón, magistral emérito de El Burgo de Osma en la actualidad, en las que, pese a mis buenas notas, aprendí muy poco de lo que es la verdadera ontología, empezando porque la separábamos de la epistemología, lo cual no deja de ser de dudoso sentido de lo ontológico. Pero, aquellos fundamentos hicieron florecer en mí una pasión por las raíces de la Realidad que florece, o sea, por la Realidad misma, la Realidad en sus fundamentos. Luego, me he ido encontrando en mi vida con personas que tenían la misma pasión, y además una mente privilegiada, de las que he ido aprendiendo, y sobre todo me han despertado la conciencia para que conociera la Filosofía Perenne, o la Gran Cadena del Ser, o el Gran Tres, pues de muchas maneras puede ser nombrada esta consecución de la historia de los Sabios-Místicos que, de todas las culturas, en el mundo han sido desde hace milenios. Sabios tales como Confucio (K’ung.-fu-tzu), Lao-Tsi(e), Buda, JESÚS, Plotino, Agustín, Eckhart, Kant, Hegel, Heidegger, Nietzsche y los grandes místicos contemporáneos, Aurobindo, Krishnamurti, Wilber… por nombrar sólo algunos que me vienen ahora a la memoria.
Esta Gran Cadena de Ser contiene en sí todas las grandes concepciones, todos los valores que han ido siendo asimilado por la humanidad en su evolución, pero estos están sustentados por una metafísica que fue puesta en duda por la postmodernidad, que exigía para todo conocimiento la prueba epistemológica de la demostración empírica. Ya la modernidad empezó a atacar, muchas veces con toda razón, la visión religiosa medieval que, en parte, era portadora de los valores de la Gran Cadena del Ser, y hacía este ataque precisamente por la falta de empirismo de la mítica medieval. “Lo que no podía ser demostrado por los sentidos no podía ser admitido como verdad”, pero la modernidad, que comenzó con el renacimiento y tuvo enormes aciertos, se extralimitó al considerar que el empirismo era solamente el sensitivo, un empirismo estrecho, pues puede haber y de hecho existe un empirismo interior que no tiene nada que ver con los sentidos, un empirismo amplio; es más, la mera existencia del principio de que nada puede ser aceptado como verdad, si no es experimentado por los sentidos, ya en sí mismo no es empírico en el sentido sensitivo o estrecho, es puramente intelectual.
La postmodernidad fue mucho más allá, al demostrar que toda idea que no tuviera en cuenta que nacía en un contexto cultural determinado, no podía ser dada como válida. Que todo concepto que no fuera dialóguico (término acuñado por Wilber para expresar la cultura que está en diálogo con otras) era esencialmente no válido, en definitivo sustituyó las percepciones de las cosas por las perspectivas, porque no tenemos, ni podemos tener, percepciones de las cosas, sino perspectivas en función del contexto de nuestra cultura. Así nació el constructivismo con Foucault al frente, quien se rebeló contra toda norma establecida, porque dicha norma simplemente nacía de un contexto opresor (el hecho de que Foucault fuera homosexual le ayudó mucho en la creación de su pensamiento). Pero, el constructivismo se ha pasado de rosca, algo que le pasó también a la modernidad, pese a ser muy sensato en su postura inicial y contener grandes verdades, porque ha arrojado por la cañería de la bañera al niño de los valores de la Gran Cadena junto con el agua sucia con la que se le bañaba (la metafísica greco-medieval que suponía la existencia de estructuras ontológicas preexistentes a la percepción).
Dicha agua (la metafísica que conocemos de la teología y del seminario) había que cambiarla por no tener en cuenta su contextualización, por ser elaborada sin una demostración previa, necesaria y empírica (no sensitiva). La Realidad no es la metafísica y el pensamiento sobre ella seguirá avanzando y con ello, profundizando en la misma, pero esto en modo alguno nos puede llevar a concluir que los valores (místicos) fundamentados en la metafísica platoniana y posterior no lo sean, porque con una metodología integral que tenga en cuenta todo lo aportado por la historia del pensamiento podemos seguir co-construyendo esa Realidad y esos valores, fundamentándolos en una Realidad que tenga en cuenta todas las aportaciones de la Modernidad (el valor de toda realidad sensitivo-externa) y de la Postmodernidad (el valor de los contextos culturales y sociales). Y poder así continuar con la línea evolutiva de la interioridad apoyada en los cuatro cuadrantes que posee el Universo: Individual interior (contemplación), individual exterior (ciencia), comunitario interior (cultura) y comunitario exterior (sociedad).

jueves, 2 de octubre de 2008

Las dos vertientes del camino espiritual

Las dos vertientes del camino espiritual o místico

“Mi reino no es de este mundo” “Regnum meum no est de hoc mundo” Vulgata. (Jn 18, 36) Traducciones posteriores dicen. “Mi realeza no pertenece al mundo este”
Traducción que dulcifica mucho la visión de que el Reino de Cristo, de Dios no es de este mundo (Creación). Pese a innumerables citas evangélicas que dicen lo contrario, la formación espiritual desde casi el principio del cristianismo ha ido por los derroteros de que el Reino no es de este mundo, y que por lo tanto este Reino exigía la renuncia total y para siempre del llamado mundo (¿Mundo?).
Por otra parte, como acabo de decir, los evangelios sinópticos están cargados de la seguridad de que, con Jesús, el Reino ha llegado a la tierra. Todas las parábolas no hacen sino manifestar de alguna manera esta llegada y el evangelio joánico lo que hace es, aparte de incluir algunos discursos de Jesús, narrar los signos que Él hizo de que el Reino está ya “intra vos (nos)” . La Transfiguración (Mt 17,1-8. Mc 9,2-13. Lc 9,28-36) es el momento culminante de esa manifestación de la presencia del Reino inter e intra nos.

El Reino está presente en la tierra, y no otro es el significado profundo de las parábolas del Sembrador (Mt 13... Mc 4... Lc 8...) y de la Cizaña ( unida en los textos a la del Sembrador), que nos enseña que, mientras estemos en la tierra, el Reino convivirá con el no-Reino (¿no vemos aquí un guiño a la polaridad del Ser?). Y el mismo Jesús dice a sus seguidores: “Vosotros podéis comprender ya los secretos del reinado de Dios” porque tienen ya ojos para ver y oídos para oír. El Reino, pues, está dentro de vosotros.

Pero, un mal entendimiento en la cultura griega de los caminos Ascendente (el que se ha de seguir para llegar hasta lo Bueno, Dios) y Descendente (el que bajando de lo Bueno, descubre la Bondad en la Creación) hizo que Aristóteles propugnara en exclusiva el camino Ascendente y se olvidara del Descendente, visión que pasó a San Agustín quien defendió que la Beatitud o Felicidad en esta existencia no podía ser otra más que el abandono del mundo ilusorio y la entrega sin condiciones a la contemplación total del Bien absoluto (algo en lo que incidían también los gnósticos y los maniqueos). Y coincidiendo con ellos, la línea cristiana oficial se llenó de ascetas y padres del desierto, que abandonaban este mundo para alcanzar el Reino, porque hacían decir a Jesús: mi Reino no es de esta Creación, confundiendo la palabra mundo con la palabra creación, no está en esta vida sino en la otra.

Es cierto que Juan en su evangelio pone en boca de Jesús las siguientes palabras (en su discusión con Pilato): “Mi reino no es de este mundo, si mi Reino fuera de este mundo, mi guardia personal hubiera luchado para impedir que me entregaran a las autoridades judías...” sin introducirnos en un análisis exegético del texto, es muy fácil ver que están hablando del reino del poder de las armas, del reino de la imposición por la fuerza, al que se llama mundo y es una visión del mundo, que abunda en exceso. Y la realeza de Cristo no nace de la fuerza de las armas, sino de la energía del Amor y de la Verdad, como atestigua la continuación del texto evangélico (Jn 18, 35-38). En modo alguno se está negando la realidad de que el Reino ya ha llegado. Y llegó desde el primer momento de la Creación, desde el Beresit, el Principio. La narración en detalle de esta presencia está repartida por todos los libros que fundamentan la Historia.

Con esta visión de que el Reino no es de este mundo, se instauró el camino Ascendente hacia Dios (sin un sentido trinitario) como único camino posible de realización ascética y sobre todo mística, por lo que se cortó de raíz el camino Descendente, camino por otra parte muy peligroso para la iglesia oficial, porque la vertiente Descendente del camino afirma y confirma el hecho de que cada persona es en su corazón, en su más profundo ser (una manifestación de) el Espíritu, y eso es algo totalmente incontrolable para los poderes humanos, aunque a ese poder se le llame la iglesia que se autodenomina de origen divino. Y ya sabemos del afán controlador de la oficialidad, sea la que sea.

Así gran parte de la línea mística cristiana va sólo por el Camino Ascendente, por la vertiente Ascendente del Camino algo que vemos claramente en el mismo S. Juan de la Cruz: “Iré por esos montes y riberas / Ni cogeré las flores / ni temeré las fieras / y cruzaré los valles y fronteras.” dice el alma que sale en una noche oscura buscando al esposo que huyó como el ciervo herido. Canciones entre el alma y el esposo. En general el nihilismo, aunque condenado por la iglesia oficial, está marcando hondamente gran parte de la mística cristiana.

No faltan, por supuesto, ejemplos en la mística cristiana que sean modelos de síntesis de las dos vertientes del Camino, desde S. Francisco de Asís hasta Teresa de Calcuta, entregados a la contemplación y al bien de todos los humanos. El amor con que estos santos trataban a los hombres es una extraordinaria muestra de la vivencia del Camino Descendente y lo mismo la fraternidad con la que el de Asís trataban a toda la creación.

Pero, esa dimensión del más allá, esa esperanza en otra vida, ese afán de inmortalidad después de la muerte, ese confundir la eternidad con un tiempo sin límites, ese ignorar la Vida y el Ahora... sigue siendo una característica de la formación religioso-moral que se imparte aún en todas las formas de cristianismo. Y eso a todas luces está hablando sólo de una vertiente del Camino, la Ascendente, pese a los muchos esfuerzos que se están haciendo por liberarse de este error. Hay grandes estudiosos de las formas de conciencia del ser humano, y por lo tanto, de la mística, que afirman que por esta desviación es por lo que probablemente hay muchos menos místicos en el cristianismo, que en el budismo, hinduísmo, taoísmo...

Ruego que nadie que pueda leer estas líneas se precipite y que, a tenor de lo dicho, en el párrafo anterior pueda decir que yo afirmo que todo se reduce a esta vida terrenal, que no hay nada después de la muerte (en el tiempo, ciertamente no). Sólo digo que hemos cogido una parte del evangelio, el primer segmento del aforismo hindú que dice: “El mundo es ilusorio; sólo Brahman es real” sólo digo que hay una continuación que dice: “Brahman es el mundo”. O bien, el Crucificado resucita y es el Cristo y es el Espíritu y es el Don del Padre y se hace realidad en el universo entero, convertido en Universo. Y eso eternamente, o sea, sin tiempo, fuera del tiempo. No antes, ni después. Ahora.

Esta vivencia exclusiva del Camino Ascendente ha corroborado una visión dualista de la realidad, visión que por otra parte está engendrada por nuestra mente racionalista que no sabe intuir la unidad, o mejor, el no-dos, la bipolaridad formando una sola realidad, la pura relación que es el Ser. Así, hemos concluido en nuestra mente que todo lo que no fuera Ascenso hacia el más allá, hacia lo Bueno, hacia Dios..., era malo. Y como tal hemos calificado en general todo lo perteneciente al Mundo Manifiesto desde hace mucho tiempo. Aún es frecuente en nuestra cultura la frase: “Eso es tan bueno que tiene que ser pecado”. Mas la Realidad trasciende totalmente nuestra mente, y el Mundo Manifiesto no es más que una manifestación del Espíritu en acción.

La filosofía que es una de las “artes” más noble, si no la más, que puede ejercer el espíritu humano, también entiende de estos dos caminos, o mejor, de estas dos vertientes del Camino, y a la Ascendente la llama Idealismo y a la Descendente, Materialismo, pero las llama así cuando dejan de ser vertientes del mismo camino y sus defensores las convierten en el único Camino. La oposición y lucha constante entre Idealismo y Materialismo ha llenado muchas páginas de la Historia del pensamiento humano en Occidente. De hecho nuestra cultura sigue en gran modo enfrentada entre estas dos posturas. La solución pasaría por un verdadero sincretismo, no eclecticismo.

Las tradiciones platónicas y neoplatónicas, que son no-duales, con Platón y Plotino a la cabeza respectivamente, y otras tradiciones no-duales de Oriente, como el Zen, el Tantra... mantenían que una cosa es lo Bueno o Perfecto y otra la Bondad. La Bondad es la expresión de lo Bueno en toda la creación. Y al Camino que sube hacia lo bueno o Ascendente le llamaban Sabiduría, y al que abrazaba a los Muchos, a la Creación lo llamaban Compasión (cum patere = vivir en unión, Amor).

La Sabiduría, esa Sabiduría que es Don y Regalo y se oculta en el Misterio, sabe que tras la Creación, tras la Multiplicidad está el Uno, el Absoluto, la Trinidad. La Sabiduría ve siempre a través de las formas cambiantes de todo ser hasta llegar al Fundamento Único de todo, o como diría Platón, ve a través de las sombras de la caverna, las trasciende y llega hasta la Luz sin tiempo ni forma. La Sabiduría, nos dice el hinduísmo, “ve que este mundo es ilusorio” y no se queda en él. Este Camino es arduo y largo, consta de muchas etapas que describen los libros de los místicos, como Las Moradas de Santa Teresa, o las que plantea la corriente de la Dinámica Espiral.

Esta Vertiente Ascendente o Sabiduría es Don, es la Palabra que comunica el Logos, y que comunica para todos, aunque sólo los que tienen oídos para oír la oyen, los que han preparado su oído interior. Y para que nuestro oído interior se acomode al Silencio de la Palabra del Logos es necesaria una técnica (como para ver una célula hace falta un microscopio): Abrir nuestro tercer ojo, abrirnos a la contemplación, el Oculus contemplationis que decía S. Buanventura, adaptar nuestro oído interior al soplo del Espíritu, y eso requiere muchos años de práctica de la meditación, de recogimiento interior, de saber mirar hacia adentro, de contemplar y contemplarnos. Esta mirada interior no es una mera reflexión, sino un abrirse hacia el centro de uno mismo, un dejarse llevar por la Vida y el Amor, un llegar hasta y permanecer en el Misterio y en la Esencia...

Platón, cuando se refiere a esta experiencia del Uno, no habla de deducciones lógicas de su pensamiento, sino de una experiencia vital, de la que dice: “No es algo que pueda ser puesto en palabras, como cualquier otra de las ramas del conocimiento; sólo después del prolongado compartir de una vida en común (la de la comunidad contemplativa que era su Academia) dedicada a este aprendizaje, la Verdad se revela al alma, como una llama encendida al saltar una chispa. A este respecto no hay ningún tratado mío, ni lo habrá” (citado en Sexo, Ecología, Espiritualidad. Vol 2). Esta Sabiduría no es ciencia, sino experiencia del Misterio y hemos de estar preparados, porque siempre está llamando a nuestra puerta y, si no entra, es también porque no la sabemos abrir, y porque no sabemos dejar nuestra habitación vacía.

Pero, si la Sabiduría ve que los Muchos son el Uno, la Trinidad, la Compasión o Amor percibe que el Uno está en los Muchos, en el universo que se hace Universo, que el Bueno se ha hecho Bondad en la Creación y se ha expresado en todos y cada uno de los seres, y por tanto, cada ser ha de ser amado como lo que es, una Manifestación, perfecta en su dimensión, del Absoluto, de la Perichoresis Trinitaria, cada ser tiene su Origen y Fuerza en el Padre, su Vida en el Hijo y su Amor en el Espíritu.

Tanto en Oriente como en Occidente se ha mantenido siempre que la integración de Ascenso y Descenso es la unión de la Sabiduría con el Amor, o Compasión (como le llaman los orientales). El Amor que tenemos al Uno se extiende necesariamente a los Muchos, porque en realidad son no-dos. El Espíritu, y su Manifestación en el tiempo.

Tomar aisladamente cada una de las vertientes sin la otra es catastrófico, es fragmentar el Camino (es cierto que no paramos de fragmentar el mundo y eso tiene también sus aspectos muy negativos, nuestra ciencia racional fragmenta), es negar la Realidad. Es como convertir a la humanidad en sólo varones, o sólo mujeres, dejaría de ser humanidad.

Quedarnos sólo en la vertiente del Ascenso es olvidarnos de que el Espíritu, la Trinidad se manifiesta y se hace visible en el mundo, en la tierra, en los hombres, en los seres, es quedarnos con un Espíritu mutilado, con un Absoluto que a juicio de Platón, no sería el verdadero Absoluto, porque le faltaría su manifestación en los seres, sería olvidarnos de los mensajes evangélicos sobre el Amor. “El que diga “yo amo a Dios”, mientras odia a su hermano, es un embustero... Y éste es precisamente el mandamiento que recibimos de él: quien ama a Dios, ame también a su hermano.” (1Jn 4, 19-21). Y el Amor se realiza experimentando la vida divina en lo creado, viviendo totalmente el Camino de Descenso, después de haber subido hasta la contemplación misma de la Vida Trinitaria. No nos quedemos diciendo. “¿Señor, cuándo te vimos con hambre, o con sed, o desnudo...?” Porque se nos dirá: “Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos más humildes...?(Mt 25, 44-45)

Quedarnos sólo en la vertiente del Descenso, en el Materialismo es no trascender la Creación. Y hemos de tener en cuenta que en modo alguno la Creación es mala, como pretenden los gnósticos y maniqueos, pero sí lo es perderse en ella, las criaturas son la Manifestación del Espíritu, pero no son el Espíritu. Quedándonos sólo en las cosas lo reducimos todo a pura sombra, a pura ilusión, destruimos el Ser. Es caer en el más grande pecado original posible. Olvidarnos de que este mundo es la irradiación de la Bondad del Espíritu es el más auténtico pecado.

Sin descubrir ese Uno en los Muchos, ese Uno que no es numérico, ni cantidad, ni tres, sino no-dos, pura Relación de Fuente, Vida y Amor y sin llegar hasta la Trinidad partiendo de los Muchos, elevándonos por la escalera de la Sabiduría nuestra vida espiritual no tiene una realización cabal. Ya Santa Teresa nos dice que Dios está entre los pucheros (Vertiente Descendente), a la vez que nos enseña las maravillas del Castillo Interior (Vertiente Ascendente).


José A. Carmona