martes, 30 de noviembre de 2010

Meditación sobre la primera bienaventuranza

Breve meditación sobre la primera bienaventuranza

He estado dudando sobre qué era oportuno hacer: escribir unas letras en el blog o simplemente guardar silencio. Haré ambas cosas. La meditación que lleva al silencio -el Originario- es a su vez fuente de la palabra auténtica. Y toda palabra surgida de ese Silencio, el Silencio-Vacío, es en sí misma originaria y no pertenece a quien la dice. No pertenece, simplemente es (la propiedad intelectual no cabe en esta visión del mundo que se acerca al Silencio). Y brota dicha palabra por un instrumento: la persona que la verbaliza.
Jesucristo es la Palabra-Silencio Originario (en la escolástica se le llama el pinceps analogatum, quizás con una suerte de imprecisión y con una visión dual).

Los tremendos problemas sociales por los que estamos pasando los hombres (sigo reivindicando hombre= nacido/a del humus) en nuestros días a causa de la tremenda ambición que nos embarga, me ha llevado a un silencio-meditación sobre el mensaje evangélico de las bienaventuranzas. En especial sobre la primera: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum caelorum. Mt 5,3) -así lo traduce el Maestro Eckhart-. Hoy quizás diríamos: dichosos los que eligen la pobreza, porque a ellos les pertenece el reino. Sé que muchos de vosotros compañeros hombres, mujeres y varones, vivís en una entrega total a los pobres, a los hombres, incluso a aquellos que son tan pobres, tan pobres que sólo (no diré solo -sin tilde- como adverbio, sí como adjetivo) tienen dinero. Y vuestra entrega me interpela constantemente no ya para hacer exactamente lo mismo, sino para experimentar vuestras mismas experiencias, y saber darme desde mi propia realidad particular según su forma y manera.

“Yo no quiero ser pobre en ningún sentido, tampoco rico... simplemente no quiero más que ser. No pretendo nada, tan siquiera pretendo no pretender. No es que mi apetito en esta individualidad que llamo mi persona, y que siento como José Antonio, carezca de deseos y aspiraciones, pero soy muy consciente de que éstos (o estos, como propugna ahora la Academia de la Lengua) quedan totalmente en la superficie de mi yo individual, que no son el Yo que soy. En todo caso son una expresión de quien soy-somos. Expongo brevemente mi meditación. Quizás nada ortodoxa según la "doctrina" oficial de los católicos.

En las enseñanzas de espiritualidad que recibí desde pequeño se entendía esta bienaventuranza más o menos así: hombre pobre es el que no se complace en lo creado. Juan de la Cruz nos propone la siguiente suma de la perfección Olvido de lo cre(i)ado,/ memoria del Cre(i)ador/ atención al interior/y estarse amando al Amado. Y es bueno y loable, sin dudas, este sentido de la pobreza. Pero... ¿Es así como se ha de vivir hoy? ¿No se ha de profundizar más? En estos consejos hay una visión totalmente dualista de la realidad: Creador-creatura, y se nos propone una elección, quedarnos con un polo solamente, con el Creador.

Con una visión no-dual: Hombre pobre es el que nada quiere y puesto que nada quiere no puede saber ni tener, simplemente puede ser. (Y dado que nada quiero, mucho menos deseo ser maestro, sencillamente hablo mi meditación en voz alta). El que nada quiere a nada se apega, ni tan sólo a entregarse a los demás, ni a orar, ni a su situación de vida, ni a su dios. Mucho menos a sus ideas, a su salud, a su familia, a sus criterios... Recordemos a Jesús, Palabra-Originaria.
¿Es pobre el que no cumple su voluntad, sino el que se esfuerza por cumplir la voluntad de Dios? Tener esta actitud aconsejada en Mateo 12,50, sin duda que hace bien. Mas si el hombre quiere cumplir la voluntad de Dios, ya tiene algo, ya no es pobre del todo, algo que incluso puede ensalzarlo dentro de una institución religiosa, que incluso lo puede canonizar -recordemos muchas de estas cononizaciones-. Ya quiere y esto es dualidad. No es la pobreza total.
Quiere esto decir, pues, ¿que la pobreza total es el desinterés total? No. Quien pasa de todo quiere a su ego, lo ama y lo antepone a cualquier otra cosa. Quien es pobre, totalmente pobre, simplemente vive y ama y no se apega ni a esta vida, ni a este amor, ni a este Dios, ni a esta fe... Es igual en el tiempo que transcendiéndolo. Es Todo sin ser nunca alguna cosa. Y al no ser cosa alguna concreta es Nada-Todo”

¿Se trata de llegar a conseguir este estado para conseguir ser pobre de verdad? Creo que es este estado el de la verdadera pobreza, pero no creo que la tengamos que conseguir, porque ya la tenemos, lo que nos pasa es lo mismo que nos pasa con nuestra espalda: no la tenemos que conseguir porque ya la tenemos, solamente no nos damos cuenta de ello porque no la vemos, salvo en momentos puntuales: al mirarnos al espejo, cuando nos duele...

Son muchas más las percepciones contemplativas que percibimos con el oculus contemplationis -u oculus fidei-, es mucho más lo que se puede profundizar yendo más allá de la simple reflexión, sin negarla. Pero he querido compartir con vosotros este atisbo de a-dualidad.

Un abrazo

José Antonio

viernes, 5 de noviembre de 2010

Nuestro Dios-objeto es una creación humana llena de dualidades

El Dios-objeto en el que “meramente creemos” es un mero ídolo conceptual contradictorio

Mónica Cavallé, una gran filósofa, esto es: llena de amor a la sabiduría no a la simple erudición, de nuestros días, doctora en filosofía, experta en Budismo e Hinduismo, ha escrito varios libros muy buenos sobre variados temas filosóficos. Quiero destacar en estos momentos uno de ellos: La sabiduría de la no-dualidad. El libro lleva por subtítulo: Una reflexión comparada entre Nisargadatta y Heidegger. Está prologado por Raimon Panikkar, quien invita al final de su escrito: “Recomiendo vivamente la lectura meditada de este libro”, quien así lo haga recibirá mucho, pienso yo. El tema, como es obvio, es la no-dualidad: sabiduría suprema. En dicho libro escribe Mónica Cavallé, dentro de una exposición más amplia que versa sobre la naturaleza del yo a la luz de la doctrina advaita, un apartado sobre: Las contradicciones de la conciencia objetiva. En este apartado aporta una luz nueva para nuestra mente occidental sobre nuestro concepto de Dios -tanto de teístas como de no teístas- al hablar de la “objetivación de Dios”.

Tengamos en cuenta que estas aportaciones se hacen desde la visión de la sabiduría no-dual, visión que forma una armonía sinfónica con la conciencia que yo, José Antonio, soy, en la que emerjo. Sabiduría en la que, por tanto, me encuentro muy a gusto. Entiendo que estas reflexiones son importantes para que nuestra mentalidad teológica occidental que está construida sobre todo tipo de dualidades, comenzando por la dualidad: Dios- Criatura, Sujeto-objeto, se abra a todo un mundo que le es ajeno, o lo ha sido hasta hace muy poco. Nuestro pensamiento ha sido y es mayoritariamente endogámico y muy cerrado por lo mismo.

La lectura de este libro me ha impulsado a poner por escrito algunas ideas expresadas en él sobre la objetivación de Dios, orientándolas mínimamente hacia una concepción de teología escolástica-católica. Hacia el concepto de “Dios” que nos hemos construido. No sé si lo he conseguido. Merece la pena conocer esas ideas y reflexiones en su origen. Leer el libro de Mónica y meditarlo. Como digo recojo parte del agua del su caudal e intento abrir una compuerta que lleve ese agua a los sembrados de la teología católica (y cristiana en general) tradicional.

Para un no-dualista, para un advaita, este mundo manifiesto en el tiempo y el espacio tiene una realidad relativamente real. Este mundo aparece en dicho pensamiento como un juego mediante el cual el Absoluto busca reconocerse dualmente dentro de su sí mismo no-dual. Dualidad Dios-Hombre (criatura) que, partiendo del reconocimiento de la experiencia de ultimidad del vértice no-dual de la Realidad, deja de ser alienante y es un reflejo válido en nuestro mundo polar del Uno sin segundo, de la no dualidad última de lo real.

Nosotros somos deudores del pensamiento cartesiano e igualmente es deudora lo que llamamos teología católica (hoy ¿ciencias de la religión?). Este pensamiento está mucho más basado en la certeza que en la verdad. Es más para Descartes la verdad se fundamenta en la certeza, la certeza que tiene el sujeto de que el objeto es fielmente aprehendido, representado. Algo exclusivo de nuestro pensamiento occidental. El fundamento es la certeza, y esta sed de certeza es la pasión que nos ha perseguido hasta nuestros días. Ahora bien, esta certeza de la representación se basa en la dualidad sujeto-objeto, se basa en la existencia de un sujeto que represente y de un objeto representado. Dicha dualidad es totalmente válida siempre y cuando no se absolutice, siempre y cuando no se ponga como fundamento total de la Realidad, siempre y cuando no pierda de vista el reconocimiento experiencial (es experiencia, no raciocinio, ni objeto de nada) de esa a-dualidad originaria.

Los grandes místicos cristianos han transcendido esta nuestra mente dual en sus experiencias, como el Maestro Eckhart, quien pide a Dios que lo libre de Dios, y afirma que las criaturas son pura nada, Juan de la Cruz: “amada en el amado transformada” (no unida simplemente)... pero, pese a la actitud clara de algunos místicos, toda la teología cristiana, como todo el espíritu occidental está apoyado sobre dos columnas: la racionalidad y la fe en una revelación sobrenatural. Dice Dürckheim a este respecto -citado también por Mónica Cavallé-:

“Hasta ahora el espíritu occidental se apoyaba en dos pilares: por un lado el saber racional, edificado sobre la experiencia natural de los sentidos. Por otro en la fe en una revelación sobrenatural. El extremo oriente, que no posee algo parecido a la creencia cristiana, ni tomó jamás en serio la razón como medio de encontrar la verdad sobre el sentido... de la vida, ha desarrollado otra fuente de conocimiento...: la aplicación seria a la experiencia supranatural y a la revelación natural.”(El zen y nosotros, p. 46. K. G.Dückheim).

En la no-dualidad, que es el núcleo de todas las religiones (Hinduismo, Sufismo, Misticismo cristiano: Cristo dice -el Padre y yo somos uno. Yo soy la Luz- aunque muchas cosas de las dichas y hechas en los evangelios sean duales e interpretadas desde la dualidad, Budismo zen...) no se le da tanta importancia a la razón, ni tampoco se entiende que la Realidad quede “explicada” por una revelación trascendente. El modo último de concebir la Verdad en toda dimensión profunda de las religiones auténticas (nunca afirmadas como verdaderas) no es ése.

Para nuestra cultura occidental la teología consiste en aplicar la filosofía (racionalidad) a la fe. Destroza así toda filosofía que no puede ser “ancilla”de nada, sino puro amor a la sabiduría -conocimiento que transforma-, y destroza la fe que en modo alguno puede aceptar una racionalidad para “ser explic(it)ada”, pues ambas visiones se excluyen mutuamente, pertenecen a dimensiones distintas del ser.

Sin embargo, como expone Mónica Cavallé en su libro, la visión racional y la de fe (que en nuestras religiones es pura creencia, no experiencia de lo inmanente-transcendente) están cercanas porque se apoyan en la misma base: un esquema dual, sujeto-objeto, una conciencia objetiva. La razón -ciencias, matemáticas, pensamiento discursivo...- es dual en sí misma y la fe convertida en creencia (yo creo en Dios Padre Todopoderoso...), no pura experiencia de nuestra propia inmanencia que en sí misma es transcendencia, igualmente lo es (dual) proyectando un Dios y unos dogmas distintos esencialmente del “sujeto”que cree, un dios-objeto y por lo mismo dual. Es lo que ha hecho y sigue haciendo toda la “llamada” fe cristiana y su teología.

Si acudimos al Símbolo Niceno, así como a los catecismos de toda época, incluido el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por Juan Pablo II en 1997, nos encontramos con la misma concepción de “Dios”, concepción que corresponde a la polaridad opuesta a lo que el hombre “concibe como su propio sí mismo”. El hombre se siente condicionado, luego Dios es lo Incondicional, el hombre se siente contingente, luego Dios es el Absoluto, el hombre se siente temporal, luego Dios es lo Eterno... En una palabra, dice Mónica Cavallé que se trata de: “una noción de Dios concebida por el yo y que sólo tiene sentido para el yo y desde el yo”. Es interesante saber que el mismo Hans Küng, teólogo de gran prestigio, ensalzado por el propio Wilber por sus esfuerzos por adaptar el lenguaje de la teología a la Modernidad, elogio que hace extensivo a Raimon Panikkar (creo que a éste con más justicia), dice en su libro Credo:

“que la fe del hombre en Dios... es una confianza razonable que no excluye el pensar, preguntar y dudar y que concierne a un mismo tiempo al entendimiento, a la voluntad y al sentimiento...”(p.19)

Aunque afirme Küng que dicha confianza se apoya tanto en el entendimiento, como en la voluntad y el sentimiento, la confianza, el ponerse en manos de... es fundamentalmente un acto de voluntad, un deseo proyectado y por lo mismo algo que cae totalmente en el campo de la dualidad, y en modo alguno es una experiencia contemplativa. Por descontado que el “mundo” en el vivimos en el tiempo es dual, es esta realidad relativa en la que estamos y que por lo mismo la creencia es muy válida -no auténtica- para mucha gente y para muchas cosas, pero de ninguna manera es el Misterio en el que vivimos, mejor aún, el Misterio que somos: Dios- Hombre-Kosmos, una sola Realidad (no una sola cosa, tanto el ser como el no-ser están incluidos) en relación constitutiva. Sólo es necesario abrir los ojos, no proyectarnos.

Dice Simone Weil en sus Cuadernos de América que “la concepción de las relaciones entre lo natural y lo sobrenatural fue el gran error del siglo XIII, que preparó el Renacimiento”. Dicha concepción no es sino un movimiento de la conciencia objetiva, dual, por salir de sí misma, de su objetivación, de su auto-prisión y refugiarse en una fe que supera la racionalidad, pero que sigue siendo tan dual como la misma razón, porque el Dios de la creencia (que en modo alguno podemos llamar fe) sigue siendo un objeto (credere aliquid, credere alicui, credere in aliquem: siempre dualidad) en cuyas manos me entrego. ¿Dónde está la experiencia contemplativa?

Una verdad que se hace doctrina deja de ser verdad, dice Krishnamurti: una experiencia que se hace dogma deja de ser experiencia. No afirmo que la doctrina sea nociva, ni no necesaria, sólo que es temporal y relativa, muy relativa, que siempre ha de estar en disposición de dejar paso a una nueva expresión de la Realidad y que siempre ha de fundarse más allá de sí misma. Con esta objetivación de Dios hemos terminado creando un ídolo conceptual en el que solamente cabe un polo de la realidad (lo bueno, lo eterno, lo inmutable, lo inmortal, el Ser, lo incondicional, la vida... el cielo definido como “conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno” -Ripalda-), el otro polo no tiene cabida en este ídolo por lo que automáticamente deja de ser absoluto y el Absoluto.

En el pensamiento dual hemos hecho al antropocentrismo eje y medida de todo cuanto es. También Dios ha sido sometido a este antropocentrismo absoluto, algo que la filosofía postmodernista, con Nietzsche y Heidegger a la cabeza, hace muchas decenas de años vienen denunciando.

En nuestra visión dual interpretamos a Dios como “lo otro”, idea propugnada por muchos teólogos cristianos, con Barth a la cabeza en el siglo XX, y sólo accesible por medio de la humanidad de Cristo, de la revelación. Y en buena medida en la mística se interpreta la relación con Dios (Cristo...) como relación Tú-yo, relación en la que el Tú queda fuera en principio de la subjetividad del yo. El cristiano y todo hombre occidental se vive como un ser separado que en modo alguno puede identificarse -no simplemente unirse a- con el “Otro”. De esta sensación de separación, de esta individualidad habla con profunda sabiduría Alan Watts en su “Libro del Tabú”.
Muchas experiencias de los místicos (algunos cristianos, los orientales en mayor abundancia, como afirma Wilber) transcendieron esta dualidad. Entre los cristianos algunos como Jesús de Nazaret o Eckhart lo han expresado sencillamente, algo que a Jesús le costó ser crucificado (porque siendo hombre, pretendía ser hijo de Dios -Jn.19,7-), a Eckhart le costó su condena como hereje...(no entro en la cuestión de la “Divinidad de Cristo”. Es precisamente el mismo concepto de Dios el que se plantea en este escrito). En cambio muchos otros interpretan sus experiencias de lo inmanente-transcendente como ajenas a su propio yo profundo, a su propio sí mismo y las atribuyen a un “TÚ” que está fuera, en muchos casos quizás huyendo inconscientemente de la condena institucional como herejes y siempre bajo el contexto insoslayable de la cultura dual. Hemos de tener en cuenta también que no todos los místicos cristianos (no hablo de los canonizados por la institución católica sean místicos o no, la canonización responde a su propio tipo de razones) alcanzaron el mismo nivel de conciencia, hay quieres llegaron al nivel no-dual y quienes se quedaron en el sutil o psíquico solamente... A este respecto es muy esclarecedora la reflexión que Panikkar hace en su libro: La plenitud del hombre (p-50...) del poema de Teresa de Jesús que habla de una experiencia mística personal y que comienza:

“Alma buscarte has en Mí,
Y a Mí buscarme has en ti

Habla, Panikkar, de las tres dimensiones de la experiencia mística inmanente-transcendente: autofánica, teofánica y cristofánica. Es esta última dimensión (cristofánica) la que vive Teresa -no olvidemos que las tres son dimensiones, aspectos que interpretamos simplemente, se trata de una sola realidad-, es el descubrimiento de sí misma como crística: esa interioridad que va mucho más allá del individuo, que no queda limitada por la piel sino que es una apertura hacia lo infinito, hacia lo inconmensurable que los cristianos reconocemos manifestada en Cristo y que es la Conciencia que somos y en la que sencillamente somos, es la Conciencia que es el Kosmos y en la que es. Los cristianos en nuestro lenguaje cargado de dualidad quizás lo podemos llamar Cuerpo Místico que no es exactamente lo mismo que el no-dual advaita sino su equivalente homeomórfico. Mi verdadero Yo, el que descubro en esa indagación autofánica que es a su vez teofánica y cristofánica, es la Totalidad que nunca es cantidad, nunca es número, sino Uno sin segundo. Teresa se ve atada por las limitaciones del lenguaje de su época, como nosotros a las del actual, y no conoce más que términos duales... Recordemos a este propósito a Juan de la Cruz ”Que me quedé balbuciendo/toda ciencia transcendiendo”

Thomas Merton, el trapense de Getsemaní (Kentucky) muerto en accidente en Bangkok en 1968 y uno de los escritores místicos más importantes del siglo pasado, dice que el Dios que nos hemos fabricado con nuestra razón es un objeto abstracto... cargado de contradicciones internas... inaceptable y que por todo ello muere. Pero nosotros por un acto de deseo hemos protegido su existencia y lo hemos solidificado como ídolo (he reinterpretado una cita de Mónica Cavallé).

Como he dicho anteriormente, esta fe que definió el Vaticano I y pese a lo que prácticamente dice Küng cuando en sus palabras quiere expresar algo distinto, es sencillamente un acto de voluntad, un deseo de que sea así, un acto que no tiene ni la certeza cartesiana ni la evidencia de la experiencia directa (algo que no sucede en los místicos, sobre todo los no-duales), es una pura arbitrariedad. Y una religión fundamentada en la pura arbitrariedad no puede sostenerse. Sólo puede protegerse manteniendo la ignorancia y el miedo entre sus adictos. Otra cosa muy distinta es la experiencia autofánica, teofánica y tabórica de Jesús de Nazaret, apoyo pétreo de una Fe que se hace eso: experiencia directa del Misterio (al que llama Abba, Amor, Vida, Agua...) ¡No imitemos a Jesús, vivamos sus experiencias!

En esta dualidad asumida como absoluta se encuentra también en muchas ocasiones la raíz (falsa) de la acción social, cuando no de la revolución social. Thomas Merton, místico muy ligado al movimiento por los derechos civiles, la justicia social y al diálogo inter-religioso dice:

“...liberada de la tensión de mantener compulsivamente la vida de un Dios-objeto, la conciencia cartesiana vuelve a ser prisionera de sí misma. He aquí, entonces, la necesidad de romper esta prisión para dar con lo “otro”en un encuentro...”

Y como consecuencia de esta asfixia del ser dual que necesita salir de la prisión de su propio yo, “su pequeño yo” como lo llama Dürckheim, surge, también entre los cristianos más liberados de la objetivación de Dios, la preocupación “por los demás”, la preocupación solidaria que es digna de todo elogio, aunque... Preocupación que en palabras de Mónica Cavallé es “propia de los momentos religiosamente crepusculares”. Mas esta preocupación es constitutiva de lo humano si es nacida de la dimensión contemplativa -como la palabra tan sólo lo es, si nace del Silencio originario-. Y solamente así, surgiendo de la contemplación que es no-dual, dicha preocupación solidaria no es una huida sino una Plenitud. Una solidaridad que se base en la dualidad y no hunda sus raíces en la contemplación, en la comunión en la Totalidad, en su origen no es más que un intento de romper la prisión en la que nos encontramos al sentirnos seres separados, es una solidaridad en la que el prójimo siempre será amado como un tú, un “otro”, nunca como un “yo mismo que es”. Nunca será amado en Verdad. Este activismo social, que en modo alguno dejo de elogiar, desconectado de la no-dualidad, de la contemplación, de la inmersión en el Misterio, es un antropocentrismo que ignora la realidades últimas, o sea, lo religioso, lo que por específicamente crístico entendemos los cristianos. Un peligro constante en nuestra religiosidad es reducirla a un mero antropocentrismo. El Kosmos es Theós-Anér(ánthropos)-Kósmos, tres dimensiones con un vértice no-dual, no lo olvidemos.

La máxima expresión de este antropocentrismo posiblemente esté en la concepción de Dios como persona-individuo, de la Trinidad como tres personas en una sola substancia. No voy a hacer un discurso sobre el significado de la palabra “persona”, simplemente señalar que hipóstasis (persona) es la máscara usada en el teatro griego, como sabemos, con la doble finalidad de que sirviera de megáfono, de resonancia de la palabra del actor para que pudiera ser oída por todo el público, y de resaltar que lo importante no era la persona-individuo que interpretaba, sino el personaje interpretado. No importa el individuo, ni su voz siquiera, importa el personaje y que éste llegue a todos. Los personajes de las tragedias griegas nunca son individuos sino arquetipos de alcance universal. Pensar, como pensamos, que la persona-individuo es la máxima consecución posible de la evolución de la Conciencia es un grave reduccionismo, la persona es mucho más que el individuo, es sociedad (no simplemente social), es apertura y símbolo del Ser, no una mera cantidad matemática, un mero número, como es el individuo (un conjunto de manzanas son un montón, un conjunto de leones: un grupo, de personas: un pueblo). Las raíces de la persona están en lo Originario, no en la originalidad, como quizás pretendan todas o muchas de las afirmaciones sobre la autoestima que confunde al ego, (al pequeño yo y a veces al yo existencial) con las raíces del Yo. La Conciencia en su desarrollo no culmina en la persona-individuo va muchísimo más allá. Por ello llamar persona a Dios es hacer luz de la ignorancia. Ya en la década de los años treinta del siglo pasado Simone Weil, una mística que he citado antes y posiblemente poco conocida en el catolicismo (nunca se proclamó católica, pero estuvo llena de un pleno amor y enamorada de Jesús de Nazaret) mas verdaderamente originaria, escribía: “Aquello que es sagrado, bien lejos de ser la persona, es lo que, en un ser humano, es impersonal... Todo aquello que es impersonal en el hombre es sagrado, y sólo eso.” (Citada por Mónica Cavallé en La sabiduría de la no-dualidad, p. 435). La conciencia que se hace consciente de sí misma -la persona- (Teilhard) es un paso de gigante en la evolución, pero no el último. El Misterio es el soporte de todos esos pasos o niveles a la vez que relativamente se manifiesta en ellos y es todos ellos.

Esta visión del Dios-objeto de la (nuestra) teología (filosofía) escolástica imposibilita una relación profunda entre Dios y el Hombre. Partimos en la “teología” católica de los conceptos de ente y de substancia para nuestra concepción final de Dios y del Hombre, y para saltarnos la distancia que establecemos al hablar de esta manera nos apoyamos en la Analogía de lo ente, Analogía que realmente no salva la distancia entre ambos (recordemos la Analogía de proporcionalidad). Esta reducción de Dios, Hombre, Cosmos a substancias -entes en sí, aunque no siempre por sí- supone necesariamente que toda relación entre ellos y con lo ente, si es, es puramente accidental, superficial, advenediza. Toda substancia por el mero hecho de serlo es irreducible a otra, por ello Dios no puede hacer de nosotros una substancia distinta, no nos puede reducir a lo que no somos, la gracia puede vestirnos de gloria, pero nunca transformarnos en gloria. La relación entre dos substancias siempre supone alteridad. El ejemplo del hierro candente que nos ponían al estudiar es clarificador, el fuego no transforma en algo distinto la materia del hierro que sigue siendo hierro, ahora con un accidente, el calor, añadido. La relación entre Dios y nosotros en la dualidad es siempre de modo, nunca de esencia -essentiae sunt inmutabiles-. La comunión por lo mismo no es real (res), esencial sino modal, porque ya en el mismo Origen Dios y nosotros somos substancias separadas. Pero si lo más originario no es el ser en cuanto ente y substancia, sino la Comunión y sólo la Comunión, la Relación constitutiva -el Amor-, toda esta substancialidad que aparece ante nuestra conciencia como originaria queda reducida a simple apariencia temporal, que es como es y vemos, cuando se alcanza la visión no-dual, cuando caemos del caballo camino de Damasco. Y en la visión no-dual la Comunión no solamente aparece como posible, sino que es la única Realidad. Todo es(tá) resuelto (real-izado) en la no-dualidad, el Todo no es la articulación o unión de todos los múltiples, sino el descubrimiento de que tal multiplicidad no es.

El Dios que hemos pensado en nuestra filosofía-teología es un Dios-objeto y por ello mismo contradictorio, un falso ídolo conceptual que podemos amañar, asegurar, defender, pero siempre mera construcción humana, mero resultado de un pensamiento dual. Sólo transcendiendo nuestra cultura dual, nuestra razón y abriéndonos a la experiencia contemplativa, al Origen silencioso, a Aquello que hace posible lo que llamamos realidad, viviremos: seremos plena Conciencia algo que ya sin tenerlo claro somos: El Misterio, la Conciencia, la Plenitud, la Vida,... la Realidad.

Por supuesto que en esta existencia terrena vivimos con la conciencia dual, por supuesto que la verdad representacional es totalmente necesaria para relacionarnos y entendernos (ahora mismo la estoy utilizando) pero nunca hemos de perder el norte: todo esto es relativo y si lo absolutizamos, estamos cayendo en un sinsentido total. Un bebé, hablo de nuestro necesario desarrollo, no puede digerir un bistec a la plancha, un adulto, sí.

José A. Carmona Brea