sábado, 25 de mayo de 2013

LA MEDITACIÓN DEL TESTIGO





Son muchas, gracias a Dios, las cosas que me atraen, tanto las sensibles, como las inteligibles y las contemplativas. Estas últimas, más que atraerme, me fascinan. La Belleza, la Verdad, la Bondad, donde quiera que las encuentre mi propia limitación temporal y sea capaz de percibirlas, desde el sabor de un buen vino, de un plato bien cocinado y la hermosura del cuerpo humano hasta la plenitud sencilla del Amor pasando por la maravilla del pensamiento y el éxtasis del cante flamenco o del cante gregoriano, son un solaz para mí.

Me fascinan muchas de las frases que los evangelios ponen en boca de Jesús, aquel hombre que pasó haciendo el bien, como dice Pedro (Hech 10,38), me fascina la soledad en la que vivió (nadie supo –ni pudo- entenderlo), me fascina su íntima comunión con Yahveh a quien llama Abba, me fascina su desconcierto en la cruz porque no encuentra a nadie, ni siquiera al Abba (Eloí, Eloí lemá sabaktaní), según nos dice Marcos (15, 34) y pese a todo expira poniendo su espíritu en manos del Padre, señala Lucas citando el salmo 31 (Lc 23.46) (¿Elaboración posterior? Se escribió muchos años -¿20? ¿30?- después del escrito de Marcos, entre otras causas). Jesús de Nazaret vivió el Amor hasta la consumación en la soledad más absoluta.

Acercarnos a ese Amor es lo que pretenden todos los métodos de meditación como la archiconocida meditación del Testigo, que igualmente me fascina y gracias a la que he vivido verdaderos momentos de no-dualidad.

K. Wilber expresa la aventura extraordinaria que es la misma con estas palabras, que a su vez pueden servir de instrumento que ayude a practicarla:


“¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! ¿Qué es lo que ves? ¿Qué es lo que puedes ver? ¿Qué otras cosas puedes ver sino las texturas de tu ser, el gran Único Sabor de tu Presencia primordial que aparece por doquier como el mundo? ¿Sigues creyendo ahora acaso que el mundo “fuera de aquí” es distinto a la sensación que tienes de ti ahora mismo? Escúchame:

          Todo eres tú.

          Tú estás vacío.

          La vacuidad se manifiesta libremente.

          Manifestarse libremente es la autoliberación.


       Acompáñame, amigo mío, y repitamos juntos una vez más esta práctica:

Advierte tu conciencia presente. Date cuenta de los objetos que aparecen en tu conciencia, date cuenta de las imágenes y pensamientos que emergen en tu mente, de los sentimientos y sensaciones que emergen en tu cuerpo, de la miríada de objetos que te rodean y que aparecen en la habitación o lugar en que te encuentres. Todos esos son los objetos que emergen en tu conciencia.

Piensa ahora en algo que, hace cinco minutos, se hallara también en tu conciencia. La mayoría de los  pensamientos han cambiado, la mayoría de las sensaciones corporales han cambiado y probablemente haya cambiado también el entorno que te rodea. Pero hay algo que, hace cinco minutos, estaba también ahí y no ha cambiado. ¿Qué es lo que está presente ahora que también estaba hace cinco minutos?

           Yo soy. El sentimiento y la conciencia de ese Yo todavía están presentes. Yo soy ese Yo omnipresente que está tan presente ahora como lo estaba hace un instante, hace un minuto y hace cinco minutos.

¿Qué es lo que estaba presente hace cinco horas?

Yo soy. La sensación de que yo soy es continua, autoconocedora, autorreconocedora y autovaliente y está tan presente ahora como hace cinco horas. Todos mis pensamientos han cambiado, todas mis sensaciones corporales han cambiado y también ha cambiado el entorno que me rodea, pero ese Yo sigue igual de omnipresente, resplandeciente, abierto, vacío, claro, espacioso, transparente y libre. Los objetos han cambiado, pero ese Yo sin forma sigue siendo el mismo y es tan evidente y presente en este instante como lo era hace cinco horas.

¿Qué es lo que estaba también presente hace cinco años?

Yo soy. Son muchos los objetos que, durante este tiempo, han aparecido y han acabado desapareciendo, son muchos los sentimientos que, durante este tiempo, han aparecido y han acabado desapareciendo y también son muchos los dramas, los espantos, los amores y los odios que han aparecido, han permanecido durante un tiempo y han acabado desapareciendo. Pero, en este tiempo, ha habido una cosa que no ha aparecido y tampoco ha acabado desapareciendo. ¿De qué se trata? ¿Qué es lo único que está tan presente ahora mismo en tu conciencia como lo estaba hace cinco años? La sensación atemporal y omnipresente de ese Yo se haya ahora tan presente como hace cinco años.

¿Qué es lo que estaba presente hace cinco siglos?

Yo soy lo único omnipresente. Todo el mundo siente el mismo Yo soy, porque ese Yo no es un cuerpo, un pensamiento, un objeto ni un entorno. Ese Yo no es nada que pueda ser visto, sino el Vidente omnipresente, el Testigo abierto y vacío de todo lo que emerge. Lo único que existe en toda persona, en todo mundo, en todo lugar, en todo tiempo y en todos los mundos hasta el final del tiempo es este Yo evidente e inmediato. ¿Qué otro podría conocer? ¿Qué otro podría nunca conocer? Lo único que existe y que siempre ha existido es este Yo resplandeciente, autoconocedor, autoconsciente y autotranscendente que se halla ahora tan presente como lo estaba hace cinco minutos, cinco horas o cinco siglos.

¿Qué es lo que estaba presente hace cinco milenios?

Antes que Abraham fuese, Yo soy (Jn 8.58). Antes de que el universo fuese, Yo soy. Éste es mi rostro original, el rostro que tenía antes de que mis padres naciesen, el rostro que tenía antes de que naciese el universo, el rostro que he tenido durante toda la eternidad hasta que emprendí este juego del escondite y decidí perderme entre los objetos de mi propia creación.

Nunca más pretenderé desconocer y no sentir que Yo soy.

Y, con esto, acaba el juego. Millones de pensamientos han aparecido y han acabado desapareciendo, millones de sentimientos han aparecido y han acabado desapareciendo, pero una cosa no ha aparecido y tampoco ha acabado desapareciendo, lo que nunca ha nacido y lo que nunca morirá, lo que jamás se ha adentrado ni ha salido de la corriente del tiempo, una Presencia pura que flota en la eternidad, por encima del tiempo. Yo soy ese gran Yo evidente, autoconocedor, autovaliente y autoliberado.

Antes de que Abraham fuese, Yo soy.

Yo soy no es más que el Espíritu en primera persona, el Yo último, sublime y resplandeciente, el creador de todo el Kosmos, presente en mí, en ti, en él, en ella y en ellos como Yo que siente todas y cada una de  las criaturas.

Porque el número de Yoes de todo el universo conocido no es más que uno.

Descansa siempre como el Yo, como el Yo que sientes ahora mismo, como el Yo no nacido que resplandece en y como tú. Asume también tu identidad personal, como este o como cualquier otro objeto, como este o ese yo o como esta o esa cosa. Descansa siempre en el Fundamento de Todo, en este Yo grande y evidente y vive sumido en el universo que yo he creado.
                   
          Éste es un nuevo día, éste es un nuevo amanecer y éste es un  nuevo hombre. El nuevo hombre integral como también lo es el nuevo mundo.”

            Hasta aquí el texto de Ken Wilber.
             
          Cuando esta conciencia del Yo soy se hace viva en ti, te sientes injertado del todo en el Cristo, eres consciente de ser el mismo que es Él, el Único Ser, el Todo, manifestado en múltiples formas y maneras, manifestado temporalmente en tu personalidad o ego existencial, que no es sino la manifestación de tu Yo, del único Yo: El Cristo.

José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es





viernes, 17 de mayo de 2013

UN BROTE DE INTERIORIDAD





 Siento en mí una fuerte pasión (entre otras), la pasión del pensamiento. La filosofía-sabiduría me hace hervir por dentro. Afilar la precisión en el pensar y en el comunicar me hace a veces levantarme de noche a tomar notas, a consultar… a meditar.
            Dentro de esta filosofía-sabiduría, que es el pensar (ya sabemos: mucho más que calcular, memorizar o medir, acumular datos... Incluye también el contemplar), vivo con especial intensidad lo que en mis primeros años conocí como teología (catafática), en concreto, todo lo referente al sentido de la existencia, del Kosmos (Dios, Espíritu, Trinidad, Cristo, Alá, Brahma, Vacío…).  Y aunque la experiencia de lo numinoso hoy esté, creo, en la base de mi pensar sobre el Misterio, no abandono, ni rechazo sino que asumo la reflexión sobre el mismo y vibro con ella. Se trata de un “saber no sabiendo”, de “una docta ignorancia”. 
Todo pensar sobre lo Divino me importa muchísimo, y toda manifestación de una experiencia transcendente más aún si cabe. Entiendo que sobre Dios hemos de conjugar tres tipos de lenguaje: el apofático (‘apó-fêmí = negar), el catafático (kata-fêmí = afirmar) y el simbólico (sym-ballô = reunir) o metafórico, conscientes siempre de lo que han dicho siempre los místicos de toda época y cultura y que podemos expresar con las palabras del Aquinate: De Deo nihil scimus (acerca de Dios no sabemos nada). La filosofía escolástica ya nos habla de la analogía de proporcionalidad. La hemos de tener siempre presente al hablar de Dios, esto es, que cuando hablemos del Misterio hemos de ser conscientes de que Dios no es eso que decimos, pero… a pesar de ello los hombres hemos de usar unos términos para entendernos entre nosotros, y los usamos.
            En esta línea quiero ir expresando ese pensamiento que me apasiona y que vertebra mi vida. Opino que cuando más me satisface es cuando de mi interioridad me surge poemas. Estos expresan en un lenguaje que es a la vez: apofático, catafático y simbólico la lava que remueve mi ser. Pero sobre todo es simbólico y apofático.
            Transcribo el último de esos poemas.



Interioridad

(Dios, Misterio, Vida, Nada… el Cristo)
(Interior intimo meo)


Un silencio sin palabras,
Esas que la mente ni conoce.
Un silencio no nacido.
Plenitud de allende el tiempo,
Que, multiplicado en luz
De miles de estrellas,
Perfora las formas
Y se hace alegría jugando
Con las sirenas y las olas
En los mares vivos.

Una vida  sin tiempo.
No nace, ni muere, sino que,
Testigo constante del alboroto
De las edades,
Permanece jubilosa
En la unidad de los abrazos
Que la conciencia entreteje.

Un mar de profundidades,
Que asoma, leve, su faz
En colores, ondas y luces.
Y que expande sus entrañas,
Preñadas de fecundidad de plata,
Por los fondos abisales
En los que la respiración
Se licúa en agua
Con peces, sales y misterio.

Un YO hecho ternura
Al besar quedamente tus arenas.

Interioridad…
                                   Vida…
                                                               Misterio.


José Antonio Carmona
carmonabrea@yahoo.es