Son muchas, gracias a Dios, las cosas
que me atraen, tanto las sensibles, como las inteligibles y las contemplativas.
Estas últimas, más que atraerme, me fascinan. La Belleza, la Verdad, la Bondad,
donde quiera que las encuentre mi propia limitación temporal y sea capaz de
percibirlas, desde el sabor de un buen vino, de un plato bien cocinado y la
hermosura del cuerpo humano hasta la plenitud sencilla del Amor pasando por la
maravilla del pensamiento y el éxtasis del cante flamenco o del cante
gregoriano, son un solaz para mí.
Me fascinan muchas de las frases que
los evangelios ponen en boca de Jesús, aquel hombre que pasó haciendo el bien, como dice Pedro (Hech 10,38), me fascina
la soledad en la que vivió (nadie supo –ni pudo- entenderlo), me fascina su
íntima comunión con Yahveh a quien llama Abba, me fascina su desconcierto en la
cruz porque no encuentra a nadie, ni siquiera al Abba (Eloí, Eloí lemá sabaktaní), según nos dice Marcos (15, 34) y pese a
todo expira poniendo su espíritu en manos del Padre, señala Lucas citando el
salmo 31 (Lc 23.46) (¿Elaboración posterior? Se escribió muchos años -¿20?
¿30?- después del escrito de Marcos, entre otras causas). Jesús de Nazaret
vivió el Amor hasta la consumación en la soledad más absoluta.
Acercarnos a ese Amor es lo que
pretenden todos los métodos de meditación como la archiconocida meditación del
Testigo, que igualmente me fascina y gracias a la que he vivido verdaderos
momentos de no-dualidad.
K. Wilber expresa la aventura extraordinaria
que es la misma con estas palabras, que a su vez pueden servir de instrumento que
ayude a practicarla:
“¡Mira! ¡Mira! ¡Mira!
¿Qué es lo que ves? ¿Qué es lo que puedes ver? ¿Qué otras cosas puedes ver sino
las texturas de tu ser, el gran Único Sabor de tu Presencia primordial que
aparece por doquier como el mundo? ¿Sigues creyendo ahora acaso que el mundo
“fuera de aquí” es distinto a la sensación que tienes de ti ahora mismo?
Escúchame:
Todo eres tú.
Tú estás vacío.
La vacuidad se manifiesta libremente.
Manifestarse libremente es la
autoliberación.
Acompáñame, amigo
mío, y repitamos juntos una vez más esta práctica:
Advierte tu
conciencia presente. Date cuenta de los objetos que aparecen en tu conciencia,
date cuenta de las imágenes y pensamientos que emergen en tu mente, de los
sentimientos y sensaciones que emergen en tu cuerpo, de la miríada de objetos
que te rodean y que aparecen en la habitación o lugar en que te encuentres.
Todos esos son los objetos que emergen en tu conciencia.
Piensa ahora en
algo que, hace cinco minutos, se hallara también en tu conciencia. La mayoría
de los pensamientos han cambiado, la
mayoría de las sensaciones corporales han cambiado y probablemente haya
cambiado también el entorno que te rodea. Pero hay algo que, hace cinco
minutos, estaba también ahí y no ha cambiado. ¿Qué es lo que está presente
ahora que también estaba hace cinco minutos?
Yo soy. El sentimiento y la conciencia de ese
Yo todavía están presentes. Yo soy ese Yo omnipresente que está tan presente
ahora como lo estaba hace un instante, hace un minuto y hace cinco minutos.
¿Qué es lo que
estaba presente hace cinco horas?
Yo soy. La
sensación de que yo soy es continua, autoconocedora, autorreconocedora y
autovaliente y está tan presente ahora como hace cinco horas. Todos mis
pensamientos han cambiado, todas mis sensaciones corporales han cambiado y
también ha cambiado el entorno que me rodea, pero ese Yo sigue igual de
omnipresente, resplandeciente, abierto, vacío, claro, espacioso, transparente y
libre. Los objetos han cambiado, pero ese Yo sin forma sigue siendo el mismo y
es tan evidente y presente en este instante como lo era hace cinco horas.
¿Qué es lo que
estaba también presente hace cinco años?
Yo soy. Son
muchos los objetos que, durante este tiempo, han aparecido y han acabado
desapareciendo, son muchos los sentimientos que, durante este tiempo, han
aparecido y han acabado desapareciendo y también son muchos los dramas, los
espantos, los amores y los odios que han aparecido, han permanecido durante un
tiempo y han acabado desapareciendo. Pero, en este tiempo, ha habido una cosa
que no ha aparecido y tampoco ha acabado desapareciendo. ¿De qué se trata? ¿Qué
es lo único que está tan presente ahora mismo en tu conciencia como lo estaba
hace cinco años? La sensación atemporal y omnipresente de ese Yo se haya ahora
tan presente como hace cinco años.
¿Qué es lo que
estaba presente hace cinco siglos?
Yo soy lo único
omnipresente. Todo el mundo siente el mismo Yo soy, porque ese Yo no es un
cuerpo, un pensamiento, un objeto ni un entorno. Ese Yo no es nada que pueda
ser visto, sino el Vidente omnipresente, el Testigo abierto y vacío de todo lo
que emerge. Lo único que existe en toda persona, en todo mundo, en todo lugar,
en todo tiempo y en todos los mundos hasta el final del tiempo es este Yo
evidente e inmediato. ¿Qué otro podría conocer? ¿Qué otro podría nunca conocer?
Lo único que existe y que siempre ha existido es este Yo resplandeciente,
autoconocedor, autoconsciente y autotranscendente que se halla ahora tan
presente como lo estaba hace cinco minutos, cinco horas o cinco siglos.
¿Qué es lo que
estaba presente hace cinco milenios?
Antes que Abraham
fuese, Yo soy (Jn 8.58). Antes de que el universo fuese, Yo soy. Éste es mi
rostro original, el rostro que tenía antes de que mis padres naciesen, el
rostro que tenía antes de que naciese el universo, el rostro que he tenido
durante toda la eternidad hasta que emprendí este juego del escondite y decidí
perderme entre los objetos de mi propia creación.
Nunca más
pretenderé desconocer y no sentir que Yo soy.
Y, con esto,
acaba el juego. Millones de pensamientos han aparecido y han acabado
desapareciendo, millones de sentimientos han aparecido y han acabado
desapareciendo, pero una cosa no ha aparecido y tampoco ha acabado
desapareciendo, lo que nunca ha nacido y lo que nunca morirá, lo que jamás se
ha adentrado ni ha salido de la corriente del tiempo, una Presencia pura que
flota en la eternidad, por encima del tiempo. Yo soy ese gran Yo evidente,
autoconocedor, autovaliente y autoliberado.
Antes de que
Abraham fuese, Yo soy.
Yo soy no es más
que el Espíritu en primera persona, el Yo último, sublime y resplandeciente, el
creador de todo el Kosmos, presente en mí, en ti, en él, en ella y en ellos
como Yo que siente todas y cada una de
las criaturas.
Porque el número
de Yoes de todo el universo conocido no es más que uno.
Descansa siempre
como el Yo, como el Yo que sientes ahora mismo, como el Yo no nacido que
resplandece en y como tú. Asume también tu identidad personal, como este o como
cualquier otro objeto, como este o ese yo o como esta o esa cosa. Descansa
siempre en el Fundamento de Todo, en este Yo grande y evidente y vive sumido en
el universo que yo he creado.
Éste es un nuevo día, éste es un nuevo amanecer y éste es
un nuevo hombre. El nuevo hombre
integral como también lo es el nuevo mundo.”
Hasta
aquí el texto de Ken Wilber.
Cuando
esta conciencia del Yo soy se hace viva en ti, te sientes injertado del todo en
el Cristo, eres consciente de ser el mismo que es Él, el Único Ser, el Todo,
manifestado en múltiples formas y maneras, manifestado temporalmente en tu
personalidad o ego existencial, que no es sino la manifestación de tu Yo, del
único Yo: El Cristo.
José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es