lunes, 18 de febrero de 2013

MI FE (continuación... 2ª parte)



MI FE (continuación… 2ª parte)

Un día, hace más de veinte años, leía con curiosidad –creo que una curiosidad inmensa me invade desde hace mucho tiempo- e interés un libro de Goettmann, teólogo oriental discípulo de Dürckheim, sobre el pensamiento espiritual del cristianismo ortodoxo y me llamó la atención una cita del libro del Tao. Decía:

                        El Tao que puede ser expresado no es el Tao,
El nombre que puede ser pronunciado no es el nombre eterno…
Quien se ha liberado para siempre del deseo puede llegar a ver las esencias secretas,
Pero, quien todavía no se ha liberado del deseo,
Solamente alcanza a ver los resultados…

Y junto a estas palabras, aquellas otras del mismo Tao:

Treinta radios alrededor de un cubo:
En el vacío mediano reside la obra del carro.
Se ahueca la arcilla y adquiere la forma de jarrones:
Es por el vacío por lo que son jarrones…

Estas palabras me hicieron recordar el apofatismo del que encarecidamente me había hablado Raimon, hacía algo de tiempo que habíamos comenzado la relación amistosa, y avivaron mi inquietud interior haciendo tambalear toda mi estructura mental (¡la esencia está en lo que no es!). Más tarde al conocer por traducción –no sé alemán- el pensamiento de Heidegger sobre la Lichtung, o la Nada del Ser, o la posibilidad de la patencia del Ser, amplié esa visión sobre la esencia.  Dejé definitivamente de ser “cosista” y empecé a comprender-experimentar que la Realidad no la abarcan ni la ciencia ni ontología. Me fui abriendo a la contemplación.

El apofatismo se ensalzaba en el seminario, pero se lo ignoraba olímpicamente en los estudios de teología. Ésta era un imperio del racionalismo, y por lo mismo su dominio no llegaba más allá de lo racional, aunque no era meramente empírico en sentido estrecho de la palabra que se le da hoy en el mundo académico. Y siendo pura racionalidad –philosophia ancilla teologiae- se planteaba la fe con “atisbos” de algo contrario a la misma razón (aunque se negara explícitamente), en cuanto que había que renunciar a la razón para aceptar las afirmaciones infalibles de la fe, en una palabra, se había de tener una actitud pre-racional para aceptar los dogmas. Nunca se planteaba la FE como experiencia inmediata, directa, del dominio transcendente, de lo Divino, o más aún, como puro Vacío de cosa alguna (no negación). La teología era mera deducción racional de unos principios que había que aceptar como verdaderos porque lo había dicho Dios (Cristo) o sus enviados oficiales, normalmente no carismáticos. Nunca la fe aparecía como “cognitio Dei experimentalis”, tal como la describen los místicos. Así se condenaba como hereje a Eckhart, Juan de la cruz sufría prisión y era ignorado durante siglos, Francisco de Asís tenía problemas incluso con sus hermanos religiosos… y sin embargo, ya Gregorio de Niza había enseñado hacía siglos que “todo concepto que se refiere a Dios es un ídolo”. Toda la fe se basaba en lo que “decían otros” (escritores de la Biblia, autoridades de la iglesia católica…) Y la “iglesia discente” a aprender y a asentir (et mulieres in ecclesia taceant).
 
            A mí me llevaron al seminario cuando tenía diez años de edad –las monjitas de mi pueblo lo habían intentado cuando tenía nueve, pero, pese a aprobar el examen de ingreso ¡cómo sería el examen!, el rector no me dejó ingresar por la edad- y viniendo yo del ambiente cultural de dónde venía, y con esa edad, es fácil deducir que mi infantilismo tenía que ser muy grande. Por la misma razón mi dogmatismo no tenía fisuras. Allá dicho dogmatismo alcanzó niveles extraordinarios. ¿Qué era para mí la fe? Aceptar todos los dogmas que venían impuestos por la iglesia católica. Y, como encontré alimento sabroso para mi mente en las disquisiciones racionalistas del escolasticismo, comí en abundancia y me hice obeso sin salir de la seguridad de un dogmatismo infantiloide vestido con un falso ropaje de intelectualidad, que no era tal, sino pura racionalidad apoyada (erróneamente) en un infantilismo pre-racional. El intelecto es mucho más que la razón, la razón es cálculo, el intelecto ve la realidad abstracta, y crea.

            Asumí una teología aristotélico-tomista a partir de un dogmatismo integrista, teología que para mí, y para la cultura que me rodeaba, interpretaba la verdad de Dios. Adoraba al becerro de oro, pero mi conducta no iba en consonancia con esta adoración. Interiormente me rebelaba contra algunas normas, por ejemplo contra aquello a lo que se llamaba meditación y que yo no acababa de entender y que se hacía a las seis y media de la mañana, contra los ejercicios espirituales, contra las visitas al “Santísimo”, contra el silencio obligatorio… pero las ideas que iba recibiendo y asumiendo no me las cuestionabas en modo alguno (eran en mi inconsciente un seguro de fama entre mis compañeros y de aceptación por parte de los superiores… al menos, así me veo ahora), las asumía verdaderamente. 

            Mi paso por varias universidades –Salamanca, Madrid, Barcelona, Sevilla- me sirvió para aprender mucho de los libros y de los distintos compañeros, y para tomar conciencia de que las ideas y la mente tenían muchísimo más campo que el dogmatismo que me servía de vivienda, en el que me cobijaba. Pero yo era incapaz de vislumbrar que pudiera existir el dominio de la contemplación, aunque evidentemente había oído hablar de los místicos. Al final de aquella época empezó a preocuparme la separación entre teología y espiritualidad. ¿Cómo se podía ser teólogo si no se era místico? En verdad, mi daemon interno había sido el pensamiento, hasta entonces, solamente racional.

            Pasé mucho tiempo desconcertado, pero poco a poco, me fui transformando poseído por una FE que ni remotamente podía verbalizar. Hoy día tampoco, pero al menos, puedo indicarla, describirla a través de unos velos o palabras, que a su vez la ocultan, mas percibo su olor y vislumbro su perfil. Una FE que ha perdido toda su carcasa, su escayola y que intenta mantenerse sobre su propio esqueleto. Yo diría que el yeso de la escayola se ha integrado en el organismo y se ha ido haciendo hueso propio, vida propia. Ese yeso es el Cristo, del que me han hablado, que ha dejado de ser algo externo y sobreañadido a mi ser, para convertirse en mi Ser, mejor, para hacer que yo comenzara a vivirme Misterio, Misterio que es Salud –salus- y Libertad sin límites. 

            Y la vida –mi vida- ha ido cambiando de significación para mí, y sigue haciéndolo. Mi vida con todo lo que ello conlleva (cristianismo-cristianía, Jesús de Nazaret, Cristo, iglesia, libertad, amor, familia, esposa, hijo, nietos, sociedad, economía… visión del mundo) la percibo iluminada con esa luz transcendente. Mi FE ha crecido y se sostiene en esa “cognitio Dei experimentalis” común a todos los místicos, pero no siempre, sólo algunas veces, me encuentro en ese plano. Se sostiene en la experiencia del Cuerpo Físico de Cristo, al que normalmente solemos llamar Cuerpo Místico, y que se extiende a toda la Naturaleza (no sólo a los bautizados, ni a los humanos, ni a los seres vivos) y, por lo mismo, se sostiene gracias a la comunión de savia con lo que ES. 

            Una FE cuyo dominio es la contemplación, no simplemente lo mental, menos aún lo racional o lo sensible, mas sin descartarlos. Una FE que ilumina, como la Luna llena –no como el Sol- todos los campos sin quedarse en ninguno, transcendiéndolos: sin total nitidez,  pero con seguridad. Atraviesa el cristal de la razón i alumbra cuanto es, pero nunca niega lo que ve el ojo o la mente, simplemente respeta y va más allá porque ama. Y en todo está aprendiendo a contemplar el Espíritu. Una FE que entre los pliegues del Kosmos descubre la Trinidad en múltiples formas y maneras: ve la Naturaleza, ve la Mente, ve el Espíritu. Ve los tres dominios: sensible, mental-racional, contemplativo, ve el mundo ordinario pero no se queda en él, por ello ve también el mundo sutil y el no-dual lo barrunta al menos. Una FE que nace en el Cristo y se alimenta de Él, sin limitarlo en modo alguno, ni por el tiempo, ni por el espacio, ni por el ser, ni por la nada.

            Una FE, pues, no nacida de la mente (que es la creencia), sino de más allá de la mente, nacida sin aspavientos, poco a poco, apreciando la mirada interna sobre lo Real. Una FE que es una Libertad de apertura –sin límites conscientes- al Misterio, de apertura al Amor, al único Amor que nos abraza a todos y a todo en Cristo, en el Cristo, en el Misterio, en el Ser y al que los hombres no paramos de herir, con frecuencia mortalmente. Un Amor que no es un mero sentimiento, sino la esencia de lo que es: Unidad. 

Por supuesto que para ello me han ayudado las muchas lecturas y meditaciones constantes, no solamente de los Evangelios y Nuevo Testamento en general, igualmente de la mística oriental: el Tao de Lao Tse, el Bhagavad Gita, escritos sobre Buda, y los de Ramana Maharsi, Nisargadatta, Krishnamurti, Alan Watts, como también los de Eckhart, Tomás de Aquino, el cardenal Buenaventura de Fidanza (conocido como San Buenaventura), Duns Scoto, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Luis de León, Panikkar, Wilber, Schillebeeckx, Boff, Dürckheim, Simone Weil, Teresa de Calcuta, incluidos los pensadores Heidegger y Nietzsche…

Así siento y vivo la FE. Todo esto, creo, necesita una reflexión más amplia que explique y fundamente en lo posible esta actitud trans-racional a fin de mostrar que no es un simple capricho, ni una paranoia. Lo iré desgranado…

José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es

jueves, 14 de febrero de 2013

La Vida y el tiempo




Un apunte para meditar a mis 72 años.


La Vida, cuando la reduzco a la que se manifiesta a través de mi pequeño yo (José Antonio), es vida que mora en el tiempo y discurre en él desde el nacimiento hasta la muerte.

Mas la Vida, aquella que se manifiesta en mí como en todo el Kosmos, no es mi vida, la que yo poseo, sino la Vida que me posee. Yo, como José Antonio, sucedo en ella como una nube que cruza el cielo, pero, de igual modo que la nube pasa y el cielo permanece, así la vida que yo (José Antonio) poseo pasa, y la Vida, que me posee, permanece. El tiempo no es la Vida -sino la vida-, el tiempo acaba, la Vida permanece, o mejor dicho, es. Las palabras son incapaces de expresar lo que la mente no ve, y la mente sólo ve el tiempo.

Yo estoy identificado con José Antonio, con este cuerpo, con esta pequeña historia, con este pasado  y este presente, con estos sentimientos y estas ideas... pero, Yo (Lo Profundo) soy más que todo eso, mejor dicho, mi verdadera identidad es otra. Antes que ola soy agua del océano. Y el Agua, la Vida, la Conciencia no son el tiempo, ni están sometidas al mismo, sólo se manifiestan en él.


José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es

miércoles, 6 de febrero de 2013

MI FE



            Mi Fe

¿Qué pretendo al escribir estas líneas? Una cosa muy simple: hacer una reflexión (leyendo en mi interior, analizando mis pensamientos, releyendo mis lecturas de los últimos diez años, recordando mis experiencias, pocas quizás, o quizás no tan pocas, de FE y reinterpretándolas) crítica sobre mi FE en estos momentos. No soy nada dogmático, pero lo fui, y en alto grado. No sé en qué acabará esto, pero siento necesidad de comenzarlo. No es un diario, éste lo hago aparte. Es contarme a mí mismo dónde estoy y por qué he llegado aquí.

Hace unos diez años escribía yo el poema que sigue. Como introducción al tema me ha parecido bien colocarlo. Surgió, hace diez años, en un interior (el mío) en el existía el caldo de cultivo de la FE alimentado con una historia –y una ontología- de muchos años, y siglos… milenios, no solamente, ni mucho menos, con lo vivido por mí.

                                                                                              MI FE
Prendido en el corazón / un Aire de aires

recorre descalzo / tierras, desiertos y valles,

luces, sombras, / cuerpos y ciudades,

regalando la Sed / en amadas soledades,

para que esta vida sea, / con la fuerza de los mares,

esa Puerta del Sendero / que al Espíritu nos abre.


En los silencios de plata / que en la meditación nacen,

el Soplo Divino rompe / muros…

e inunda arrabales,

aportando una Luz / que, los que oyen, bien saben,

y que empapa de sentido / estos días terrenales.

Es un Soplo que me alienta, / que lo respiro en mi carne,

que pasea por mi cuerpo / en momentos eternales,

que me alimenta de cielos / y que me exprime a raudales.


Sin Él, mi vida no es, / con Él, no son mis cabales,

porque al decirme quién soy, / no me percibo en mi sangre.

(José A. Carmona / Tanteando la Fe  / En una noche serena del 2003)


Aunque ya puse por escrito en mi blog personal y en el de Compañía-19 el por qué y el cómo de mi identidad cristiana, entiendo que este escrito, en tanto que un testimonio personal y razonado, tiene sentido también, tiene una significación añadida. 

Para mí está indisolublemente unido el “tener FE” con el “ser cristiano” puesto que mi forma de realizar esa FE es la forma cristiana –que pretendo que en mí sea de cristianía-, mas no para todo el mundo esta unión se da. Solamente en los cristianos. Cada hombre (= nacido de la tierra) la realiza de una forma, según su cultura.

            Quizás un ejemplo pueda clarificar algo más esta afirmación. El lenguaje (como la FE, entiendo) es una invariante humana. El recién nacido está destinado ontológicamente a ser persona (ya desde el nacimiento y aún antes –no pretendo precisar ese antes- es reconocido legalmente como tal), pero entiendo que el individuo se constituye como persona por su “esse ad”, su relación con la Realidad. Y por lo tanto nace ya con la capacidad para la comunicación por medio del lenguaje. La concreción de esa capacidad se hace efectiva por medio de una lengua, sea cual sea. Se puede hablar múltiples lenguas, pero nunca todas a la vez. Usas una en cada momento, puedes saltar de una a otra, pero no utilizar más de una a la vez. La FE que en su misma raíz no es sino la capacidad constitutiva del hombre para abrirse a Dios (homo: capax Dei), al Misterio, al Espíritu, a la Nada, al Hombre, a la Vida, a la Profundidad, a la Realidad (no sólo física, ni mental, ni espiritual sino a todas)… o a la decepción (a algo que siendo él mismo lo transciende), necesita ser concretada, como el lenguaje, y en nosotros los cristianos esa capacidad constitutiva lo hace, se concreta, en el Cristo, más allá de toda doctrina y moral. Es nuestra cultura.

            El hombre –vuelvo a insistir, abarca la polaridad: varón/mujer, no es dualidad- es capax Dei. Esto nos lo recuerdan con sus vidas los pioneros de la humanidad: los místicos, y lo suelen negar muchos entre otros los hijos de la postmodernidad. A partir de la reacción contra el absolutismo “reduccionista de cuadrante” –error categorial- llevado a cabo por la mente teocrática del Medievo, que protagonizó el Renacimiento, y por la exaltación de la Razón frente a la Fe, en buena medida mítica, medieval, Occidente ha caído en el mismo defecto que condenaba: el absolutismo de dominio, el error categorial, como veremos más adelante. Y es bueno aprender de todo ello para que la humanidad siga avanzando, purificando su comunión con la Realidad y evitando los errores del pasado. 

            Durante muchos años de mi vida, la mayoría, yo he estado inmerso en esa confusión “de dominios”, aunque ya desde hace tiempo presentía que lo supranatural no podía ser un añadido a lo natural, que la Realidad tenía que ser única, aunque vista con distintos enfoques. Y siempre estuve abierto a lo que la mente fuera consiguiendo. Y digo siempre, siendo consciente de mi actitud cerrada en los años de seminario en Cádiz. Aquella actitud era una mera apariencia que me reportaba beneficios en el caserón gaditano. Apenas llevaba unas semanas en la universidad y mi cerrazón comenzaba a desmoronarse. “Tengo en la sangre” la necesidad de apertura al Misterio.

Me explico.


Tres tipos de conocimiento

            San Buenaventura nos habla de los tres ojos del conocimiento que tiene el hombre. Todo conocimiento es una iluminación, nos enseña. Y distingue tres iluminaciones: “Lumen exterius o inferius, lumen interius, lumen superius”, (luz externa o inferior, luz interna, luz superior), por lo que el hombre puede ser iluminado en toda su realidad, en su plenitud. Sus sentidos, nos dice, perciben el “lumen exterius o inferius”, perciben “vestigia Dei”. Su inteligencia, el “lumen interius” que percibe la filosofía, la “imago Dei”. Y su visión contemplativa queda iluminada por el “lumen superius”, percibe la “Esencia Divina”. Hugo de san Víctor lo expresaba en otros términos: “cogitatio, meditatio, contemplatio”. Aplicaba el término cogitatio a la iluminación sensible, meditatio a la búsqueda de la imago Dei y contemplatio a la iluminación que nos hace uno con lo divino. Hoy esta enseñanza de la triple iluminación del hombre es común a toda la filosofía perenne y a la inmensa mayoría de las religiones, como muestra H. Smith, el gran investigador de las religiones, (Forgotten Truth). En aquellos que han llegado a la sabiduría (desde Buda y Jesús de Nazaret hasta Francisco de Asís, Teresa, Maharsi, Theilard, Whitman…) es una experiencia, una experiencia meseta (Espiritualidad integral), o sea, permanente, no puntual.
      
       Hace mucho tiempo, decenas de años, que llevo ocupado y preocupado por esa sensación, no sensible, que me decía – y dice- que la realidad necesariamente era algo más que lo que podían conocer mis sentidos y mi mente. De hecho, el tema de la demostración de la existencia de Dios me ha rondado siempre por la cabeza con la seguridad de que era un “tema” mal planteado. Plantearme la fe en los términos en los que me la enseñaban no me satisfacía en modo alguno, la fe me decían es fiarse de lo que te dicen otros, lo que dice la iglesia… sí, pero no. Una cosa es la cultura que la recibimos esencialmente del contexto, pero la fe solo es cultura en su manifestación pues como tal fe va más allá, es una actitud personal, y la actitud ha de hundir sus raíces en la persona que la tiene. Hay que advertir que el que sea personal no quiere decir que sea caprichosa, ni ilusoria. Ha de ser cotejada con los que tengan la misma actitud y experiencia.

            Explicando un poco esta visión de san Buenaventura. El lumen inferius, que es el ojo de la carne, nos muestra el “dominio de lo grosero” (de grueso), el dominio o reino del espacio, del tiempo, de lo material o sensible. El oculus carnis, el empirismo chato, versa solamente sobre este dominio, que es un dominio compartido por todos los seres que tienen el ojo de la carne –sentidos-: el hombre, los mamíferos, peces, aves… También es llamado reino ordinario. Es el ojo al que en general se le denomina “empírico”. Por supuesto que se trata de un empirismo en sentido estrecho que es el de uso común hoy en el lenguaje académico, o sea, se trata de una experiencia sensible. Por tanto, dicha experiencia puede ser detectada por los sentidos o sus extensiones –un microscopio, un aparato de emisiones electromagnéticas…-. Se ha de advertir que lo que para los empiristas significa la palabra experiencia: “lo que puede ser detectado por los sentidos, no es lo mismo que lo que se significa cuando decimos que Dios, el Misterio, es objeto de experiencia, en este caso se habla de que la “conciencia directa, sin intermediarios, sin sentidos, sin mente percibe el Misterio”. Mejor diría: “se –a sí misma- percibe Misterio”.    
  
   Para mí descubrir que Dios no era el objeto posible de un pensamiento, que no podía ser el término de la razón, que ni tan solo podía ser un objeto de…, sino que había de ser experimentado, fue un descubrimiento impactante. Se me destruyó todo el catillo prefabricado sobre la fe. Me ayudaron a ello las lecturas, en concreto el libro: El camino, la verdad y la vida, en el que se desarrolla el pensamiento de Karlfried Dürckheim. Pero el núcleo de aquella conversión estuvo en la meditación y en la introspección. En aquella fecha me acababan de expulsar como profesor de la facultad de teología. Me hizo un gran bien, me facilitó el camino hacia la FE.
     
       El lumen interius, el ojo de la mente, tiene su propio dominio, como lo tiene el oculus carnis, lo componen las ideas, la lógica, las imágenes, los juicios, los sueños… Esta iluminación supera y abarca a la vez todo el dominio de lo grosero, esto es, lo transciende incorporando todo lo bueno y apartando lo que hay de limitado en él. Por ejemplo: para tener una percepción sensorial es necesario que el sentido y el objeto percibido (en el mundo grosero hay espacio) han de estar físicamente presente, para tenerla mental, no. Para ver un árbol –mundo sensorial-, el ojo y el árbol han de estar presentes físicamente, para imaginarlo –dominio mental-, no.  Es evidente que la mente por medio de la imaginación puede reproducir objetos sensoriales que no estén presentes.

            Aunque el ojo de la mente dependa en gran medida de los sentidos para tener información, en la física y en la química es muy frecuente, no todo lo que conoce la mente procede de la información de los sentidos. Nuestro conocimiento es mucho más que empírico en sentido restringido, como he dicho antes. En las ciencias suele suceder esta castración del conocimiento mental, esta tendencia a reducirlo a mero “empirismo” (experiencia de los sentidos). “…Los que así piensan construyen sus sistemas sobre un error intelectual, sin considerar siquiera que innumerables hombres, tan inteligentes como ellos, o más, hayan llegado a otras conclusiones distintas” (Schuon). Las matemáticas, por ejemplo, son un conocimiento que no se puede verificar por los sentidos, son un conocimiento del ojo de la mente. ¿Quién ha visto, o tocado, la solución de un sistema de ecuaciones? ¿Quién ha visto la raíz cuadrada de menos cinco (-5)? ¿Quién ha olfateado un logaritmo?

            Y lo mismo sucede con la lógica, la epistemología, ontología…La verdad de la lógica no depende del ojo de la carne, sino de la cohesión interna del sistema. En un silogismo que se atiene a las normas de consistencia interna, se da la verdad, aunque pueda ser erróneo (que no es lo contrario de verdadero, sino de cierto. Precisemos: verdadero-falso, cierto-erróneo) Un pensador del nivel de Whitehead, coincidiendo en buena medida con las tradiciones orientales, afirma que lo mental es condición necesaria para que se pueda manifestar el mundo material. No se trata de que por abstracción la mente extraiga de lo grosero lo mental, sino que lo grosero es resultado de una “condensación” de lo mental y de lo sutil, como dice el pensamiento oriental.

            Y no solamente en las matemáticas, en la filosofía, sino que el dominio de lo mental aparece en muchas otras facetas humanas, como en la creatividad, en el mundo de la belleza, en la imaginación... Después se podrá plasmar, o no, de forma sensible lo que antes fue visto solo por la mente, por el lumen interius: una ópera, una pintura, una escultura, una novela, un invento, la logística… A la luz de la inteligencia podemos “ver” muchísimas cosas que no puede ser percibidas por los sentidos, por el oculus carnis.

            Y así como el lumen interius, u oculus mentis, supera y transciende al inferius, a su vez el oculus contemplationis –u oculus fidei- supera y transciende al mental. Así como la razón no puede reducirse al ojo de la carne ni originarse en él, tampoco la contemplación puede reducirse a la razón, ni siquiera se puede originar en él. El ojo de la contemplación, el lumen superius es transracional, transmental, transverbal. Es gnosis, conciencia directa, no mediata, contemplación de la Verdad, de la Libertad, de lo que Es… 

            De la existencia de esta iluminación (oculus contemplationis) no han tenido apenas noticia los hombres de nuestra cultura, salvo los contemplativos que la vivieron. La teología que estudié tanto en el seminario, como en la universidad, era profundamente mental: el poder del raciocinio, aunque tomara como premisas, a veces muy lejanas, los principios de fe (católica). Lo introdujo la escolástica, por eso no abundaron los contemplativos, porque era “necesaria” la solidez de la doctrina, de la razón. Y después del Renacimiento más aún. Se daba la separación entre teología y espiritualidad, ésta era algo muy inferior a la hora de conocerla y casi reservada para la vida íntima de cada uno. Incluso la liturgia de la Misa tenía mucho más de ostentación y enseñanza que de espiritualidad. La meditación casi siempre se ha entendido como reflexión mental. Muy externo todo. 

     El dominio, pues, de la contemplación, de la gnosis, es lo llamado “causal”, el mundo transcendente. Y no puede ser sometida ni a la mente, ni a los sentidos: no es objeto ni de la lógica, ni de la experiencia sensible. Lo cual no quiere decir que no pueda ser demostrada, sino que lo ha de ser de otra manera, del mismo modo que una operación matemática no puede ser demostrada con los sentidos, ni la lógica sin la cohesión interna.

            Se acostumbra a utilizar muy mal el ojo de la mente, la lógica. El hecho de que la verdad de una deducción lógica dependa de su estructura interna da pie a esa mala utilización. Si funcionan los cánones de la lógica, las normas de la deducción o de la  inducción, tenemos verdad lógica. Pero siempre se ha de partir de una premisa, o de un término de inducción, de una proposición de partida, y ésta puede ser carnal, mental o contemplativa, si es carnal, se tratará de “una premisa empírica y analítica”, si es mental de una “verdad intuitivamente evidente” (Descartes), si contemplativa, de una “revelación o intuición reveladora”. Y en la selección de estas premisas solemos cometer multitud de errores, como sustituir el Misterio por los principios, o estos por los hechos tercos e irreductibles (Galileo).

De todos esos peligros el que con mayor frecuencia acecha al hombre con respecto a estos dominios: carnal, mental, transcendental, es el del error categorial. Esto es, querer conocer un dominio con el instrumento o el lumen propio de otro. Ha sucedido muy frecuentemente en la historia. Con el poder en manos de los emperadores o reyes absolutistas cristianos la fe, que normalmente era creencia, fue el instrumento de iluminación de todos los dominios, incluso de lo sensible. Todo lo que se interpretara como enemigo de la verdad de la doctrina impuesta por la iglesia, aunque fuera decir que la tierra se movía, era digno de prisión o de hoguera. Esa doctrina oficial, interpretada como fe, era el criterio de verdad en todos los dominios. El imperio de la creencia sobre los dominios inferiores abunda en todas las religiones. Recordemos uno del cristianismo, que a mí personalmente me impacta: el de la Creación. 

El Génesis , capítulos 1 y 2. Son una plasmación poética en imágenes (siete etapas, jardín, árbol, conocimiento, desnudez, … Terra autem erat inanis et vacua… et Spiritus Dei ferebatur super aquas…). Es una descripción bellísima, ingenua, sencilla, plástica que expresa una visión transcendental, supramental de la evolución del mundo manifiesto en tanto que muestra lo Inmanifiesto. Se trata de una “intuición reveladora”… y ¿Qué se ha hecho a lo largo de toda lo historia del pueblo abrahámico-cristiano? Confundirlo con una verdad mental, cuando no con un hecho inapelable, como pretenden los literales fundamentalistas: “Fueron siete días de los que Dios trabajó seis, creó el paraíso lleno de árboles, le sacó una costilla a Adán…” Incluso en nuestros días se sigue viendo como una verdad mental: “la creación de la nada”. Error categorial. La Biblia ha sido utilizada para demostrar multitud de hechos empíricos (falsos) o verdades puramente lógicas (que son falsas, o en todo caso mitos en el buen sentido de la palabra, cosa que transciende la verdad lógica)…el diluvio, el paso del Mar Rojo, las murallas de Jericó, la circunvalación del sol, nacimiento en Belén, Reyes Magos, milagros, virginidad física de María, Redención por la sangre… Cuando no, peor aún, se trata de fundamentar el origen divino de ciertas costumbres absolutistas y machistas del poder eclesiástico.  

            Y brotaron la ciencia y el racionalismo. La ciencia –Galileo, Kepler, Giordano Bruno- apoyándose en los hechos tercos e irreductibles y enfrentándose a la creencia, la ciencia simplemente propugnaba la contemplación de los hechos, sin prejuicios previos. Propugnaba un empirismo sensible que no es oponer la creencia a la razón, sino a lo sensible. Luego aplicaba la razón a lo experimentado, haciendo operar al razonamiento sobre la experiencia  concreta de los sentidos (pensamiento operacional formal –Piaget-), pero en su núcleo era una pura defensa de que la percepción sensible era el criterio de verdad. 

            El racionalismo surge de la mano de los que descartan tanto el ojo de la carne, como el de la contemplación, afirmando que el único conocimiento válido es el que viene del ojo de la razón. Descartes es el prototipo del racionalista, defendía que sólo la evidencia de la razón –sujeto, no genitivo- es criterio de verdad.

            Ambos movimientos se rebelaron contra el error categorial de que la creencia fuera el único criterio de verdad. La fe-creencia inundaba el campo de lo sensible y el de lo razonable. Es más negaron la misma existencia del dominio de la fe, la existencia de lo transcendente. Sólo existe lo experimentable por los sentidos, o lo que es evidente a la razón. Con ello se cayó en el error categorial inverso: lo que no cae dentro de la ciencia, no existe. Lo que no cae dentro del campo de la razón, no existe. Importantísimos los dominios de la carne y de la mente, importantísima su reivindicación, pero “para curar el mal del dedo no había que cortar la mano”. Se excedieron cayendo en el mismo precipicio que querían hacer desaparecer.

            Y la misma teología que ya antes venía empapada de racionalismo, pues en la escolástica se impuso el racionalismo aristotélico, transmitido a través de Averroes, se vio arrojada al campo de la pura razón. Teo-logos: reflexión sobre Dios. Pero, ¿era (y es) posible pensar sobre lo que no es conocido, ni puede serlo? Es cierto que se puede decir algo sobre el cómo es Dios utilizando un lenguaje oximorónico (es Todo y Nada), y sobre lo que no es utilizando el lenguaje negativo (no es temporal), pero sobre ¡¡¡lo que es!!! si lo primero que podemos decir es que no es, que la existencia de Dios es otra cosa muy distinta a la existencia del hombre, que no sabemos qué es… (aunque la escolástica intenta salvar el más que arrecife con la analogía de proporcionalidad). La teología ha pecado de racionalismo, porque le ha faltado y le falta FE y le ha sobrado y le sobra creencia. Y hoy en los planes de estudio se la llama “ciencias de la religión”. ¡Qué error categorial! La teología escolástica es pura filosofía aristotélica aplicada a un objeto mental formado por lo que hemos oído y leído en la Biblia, interpretado por nuestras categorías mentales y capacidades de cada momento, nacido en gran manera de nuestra cultura occidental, moldeado a lo largo de una historia muy carente de la luz de la razón y de la de la contemplación tanto de los hechos tozudos, como de la revelaciones auténticas, y manipulado todo, a veces con acierto, otras con desacierto, por una institución de poder. Objeto al que llamamos Dios.
     Quizás Dios no tenga nada que ver con todo esto. Quizás sí, pues tanto trabajo de tantos siglos y tantas personas no puede ser basura.

     Mas de hecho, parece que la humanidad en general, y la occidental, en concreto, aún no ha aprendido a distinguir, diferenciar y separar los tres dominios: carne, mente, FE. A lo largo de los dos últimos milenios (y mucho más tiempo aún) en la corriente abrahámica y cristiana se mezclaban los tres dominios y se presentaban dentro de la doctrina oficial como una sola verdad, la Revelación se mezclaba con la filosofía y con los hechos empíricos. Así que la ciencia que emergía allá por los comienzos del siglo XVI, destruyó la intromisión de la fe en el campo de los hechos, de lo empírico-sensible: y la filosofía, nacida poco después destruyó su intromisión en el campo mental, con lo que la teología –y la fe sostenida más que nada por dicha teología- que apenas se apoyaba en la revelación se quedó si puntos de apoyo, y en lugar de buscarlos con ahínco en la FE, se enroscó en sí misma, en una autodefensa que no llevaba más que a su destrucción, atacando a los científicos y a los filósofos, invadiendo el dominio de ellos y sin tener medios para hacerlo. La espiritualidad quedó desmantelada y quedó reducida a un minúsculo grupo, que para más inri había de ser “clerical”: apareció la “Apologética”. Fue necesario entonces potenciar la ostentación de las canonizaciones para mostrar al mundo que la iglesia cristiana es “santa”, potenciación que en nuestros días es ya exagerada. Y todo queda en el gueto, pese a sus gestos de catolicidad (en el sentido de universalidad y apertura). Que los tiene.    

            Pero también la filosofía ha sido víctima del error categorial. El ojo de la mente ha sido diezmado, destrozado por el ojo empírico-científico, con lo que el conocimiento humano ha quedado reducido al dominio de lo grosero, dominio que de alguna manera comparten los animales. El conocimiento humano como principio ha quedado reducido a lo infrahumano. Hay mucho de exaltación de lo vulgar, que ahora se quiere remediar un poco hablando de la excelencia. Lo moral y lo transcendente no existen por decreto y por la triste costumbre en la que la mentira ha sustituido a la verdad en muchos, muchísimos, estamentos humanos.

            Y en esta tesitura mi FE se consolida, no ya por ir un poco contracorriente (algo que, por otra parte, me place), sino porque poco a poco voy viviendo en mí la iluminación que me abre a lo contemplativo. A esa dimensión que inunda todos los dominios a la vez que respeta la verdad de cada uno, mejor el trozo de Verdad que muestra cada uno. Sin olvidar las lecturas de lo que han dicho los que van delante de mí. Experimentando las mimas experiencias que tuvo Jesús, integrándome, pese a José Antonio, en el Cristo.

     Son múltiples los aspectos que sobre mi FE –no mis creencias- he de considerar ante mi propia conciencia. Continuaré haciéndolo por escrito.

José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es