lunes, 11 de julio de 2011

El Camino, la Verdad y la Vida

EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA (Jn 14,6).

Siempre he sentido una especial atracción por el evangelio de Juan (no entro a plantear la autoría del texto). Incluso en mis escarceos con la masonería, de eso hace ya decenas de años, al tener que tomar un nombre nuevo para mí como masón, escogí el de Juan. Recuerdo que lo justifiqué a partir del cuarto evangelio. Tuve que dejar aquellos contactos a causa de mi falta de disponibilidad. Y de entre todos los textos que me atraen, hay uno que nos habla de Jesús como camino hacia el Padre -según la versión católica- y que reproduzco:

“... Ya sabéis el camino para ir a donde yo voy.
Tomás le dijo:
-Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?
Respondió Jesús:
-Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie se acerca al Padre sino por mí; si me conocéis a mí conoceréis también a mi Padre, aunque ya desde ahora lo conocéis y lo estáis viendo.
Felipe le dijo:
Señor, preséntanos al Padre; con eso nos basta.
Jesús le replicó:
- Con tanto tiempo como llevo con vosotros, ¿todavía no me conoces, Felipe? Quien me ve a mí está viendo al Padre... (Jn 14, 5...)”
(traducción de la Nueva Biblia Española).

Es un texto lleno de Misterio, al que se ha citado hasta la saciedad entre nosotros y siempre desde la perspectiva del logos griego, de la interpretación racional, nunca desde la perspectiva de la gnosis griega, esa otra forma de conocimiento-comprensión (que los griegos reconocían), de acercamiento a la Realidad, al Misterio que parte de la experiencia interior, no arbitraria, no de la razón, que tampoco es arbitraria pero que no es el instrumento adecuado para percibir el Misterio como la medida tampoco es el instrumento adecuado para percibir la profundidad del Amor. No podemos oír música con la vista, ni degustar un plato con el tacto. Tenemos diversas formas de acercarnos a la Realidad, cada una adecuada a su “objeto”. No podemos percibir el Misterio con el logos, con la racionalidad.

Pero pronto la gnosis fue declarada herejía, expulsada de la ¿comunión? (comunidad).

¿Qué afirma Jesús, aquel hombre nacido no sabemos bien en qué lugar de Palestina y del que nos hablan los evangelios y todos los cristianos? ¿Que él, Jesús, un individuo histórico, situable en un lugar y tiempo, predicador por los campos de Judea y Galilea, muerto, ajusticiado en una cruz, del que sus seguidores afirman que resucitó -sin saber bien bien la mayoría de ellos qué significa esto- es el único “camino”, la única “verdad”, la verdadera “vida”? ¿Y que por lo mismo quienes quieran ir por ese camino único que conduce a la verdadera Verdad y Vida han de imitarle?
Esto es más o menos lo que a lo largo de muchos siglos se ha venido diciendo dentro de las instituciones cristianas, más aún de la católica, quien, por otra parte, poco hace para que se note que sigue los pasos de aquel hombre pobre que pasó haciendo el bien, que no asumió ni un ápice del poder de este mundo y que murió ajusticiado y abandonado hasta por los que le siguieron en vida.

El gran paradigma del seguimiento-imitación de Cristo quizás pueda ser el libro de la “Imitación de Cristo” de Tomás de Kempis que desde su aparición en el siglo XV ha estado informando (dando forma) a toda la mentalidad católica. No niego en modo alguno las muchas cosas buenas del mismo, pero quiero anotar dos datos. Primero, fue escrito para inspirar la vida religiosa consagrada (tal como se concebía en aquella época), no la cristiana seglar, lo que pasa es que nunca ésta ha sido reconocida en sí misma sino por referencia a la vida consagrada. Segundo, su objetivo es alcanzar una imitación perfecta de Cristo por la ascesis y mortificación del cuerpo.

Creo que hoy la humanidad y el cristianismo -quizás sea más exacto decir “cristianía”, como afirmaba Panikkar- está en condiciones de reconocer que no ha de imitar a Cristo, sino que ha de transformarse en él, no tenemos que seguir sus pasos, sino vivir su misma Vida (la vid y los sarmientos que no tenemos en cuenta). Esto es fruto de la gnosis y no del logos. Entre Cristo, Pablo, Eckhart, Francisco de Asís, Lutero, Teresa de Calcuta... sólo hay una Vida, una Sabia, un Agua, un Amor, un Misterio, no una mera imitación de virtudes, de ascesis, de entrega. Los místicos nunca siguieron el Camino que es Jesús, el Cristo, sino que son el mismo Camino.

Si Cristo fuera simplemente Jesús, el individuo histórico, imitarlo sería totalmente factible, como los fans de cualquier ídolo tratan de imitar a su icono, celebran fiestas en su memoria, visten como él, repiten sus gestos, sus canciones, y también sus despropósitos. Pero Cristo es Jesús transformado en el Misterio. Y el Misterio en modo alguno es repetible porque no está en el orden del tiempo. Es sencillamente actualizable. Actualizar, que en el lenguaje de nuestra cultura superficial se identifica con repetir, no significa lo mismo: actualizar es poner en acto, realizar. Y en nuestro caso significa: hacer presente lo que es, atraer al tiempo lo eterno, nunca repetir porque lo eterno no puede ser repetido al ser no-tiempo, actualizar es simplemente abrir el tiempo. Quizás una comparación pueda ayudar -y confundir a la vez- a la comprensión: Una almendra tiene cáscara (tiempo) y pulpa (Ser, eternidad, Misterio), si repetimos la almendra tendremos muchas almendras individualmente distintas, aunque similares, mas nunca podremos comerlas, pero si la rompemos (rompemos el tiempo conectando en la fe-experiencia -no creencia- con el Misterio, con Cristo...) tendremos el fruto a nuestra disposición.

Se puede argüir que todo esto no es más que una simple elucubración nada racional, que es estúpida e infantil. En esta línea está Freud y sus seguidores literales, no así Jung, ni Maslow... Por descontado que esta elucubración no es racional, es no-racional, pero el que sea así no quiere decir en modo alguno que sea meramente arbitraria, ni estúpida, ni infantil. Se trata de una experiencia verificable y cotejable con las de todos aquellos que hayan subido por la escalera de la fe rompiendo las ataduras de la racionalidad pura y de la mera creencia, no una sensación subjetiva. “Quien tenga oídos para oír que oiga” nos advierte Jesús con insistencia. Desde la exclusiva racionalidad se puede tildar de todo a esta visión, pero “venid y lo veréis”. No juzguéis si antes no habéis venido; defecto trágicamente extendido entre lo hombres el de prejuzgar. Es muy frecuente llamar esquizofrénicos a los místicos porque ¡lo que no cabe en la mente son delirios infantiles! Con ello la posesión dogmática de la Verdad pasó de una institución a otra, de la iglesia al cientificismo racionalista. Y entre tanto el Espíritu sigue gritando en el corazón de los hombres: “Quien tenga oídos para oír que oiga”... pero estamos muy ocupados con todas las cuestiones graves de nuestro mundo (económicas, sociales, políticas, religiosas, culturales, estéticas, deportivas...), cuestiones que las televisiones y los mass media nos sirven distorsionadas en bandeja, para poder percibir esa llamada profunda, ignorantes de que si no la oímos nada tendrá verdadera solución. No hay lugar para el Amor que no es un mero sentimiento sino entrega y Ser. Vuelvo a insistir, no niego el bien que supone la racionalidad, es un gran avance en la evolución de la conciencia, en la presencia del Espíritu, lo que niego es la exclusividad de la racionalidad. Y más allá de la racionalidad está la transracionalidad, (o transpersonalidad) que no es un infantilismo, sino un gran paso en la evolución de la conciencia. Hasta tal punto nuestra cultura está dominada por el cientifismo, y en consecuencia por el parón en dicha evolución (sólo se reconoce la física y biológica) que ni siquiera se recoge en el diccionario de la RAE la palabra transracionalidad.

Cuando el evangelio pone en boca de Cristo estas palabras de “Yo soy el Camino...”, lo que está haciendo es enunciar una ley universal. Todo ser, toda forma de ser es su propio camino y su propia verdad. Cuando se siembra una semilla, esta lleva en sí su propio camino que ha de seguir para convertirse en planta o árbol y dar fruto, si se desvía de ese camino que lleva inserto en la misma esencia (física, que dirían los escolásticos) nunca llegará a ser planta. Y lo mismo el hombre: el núcleo esencial es la ley de su futuro, es su camino innato que tiene una serie de etapas que ha de realizar para ser la verdad del ser y de la vida. Es el camino de la profundidad que a la vez es nuestra propia verdad y vida y por lo mismo es Verdad y Vida universal. No somos individuos aislados, sino red interconectada. Somos uno sin segundo en el Ser en donde no hay dualidad. Por ello entiendo que el cristiano al oír estas palabras está siendo invitado a la profundidad -que no es intensidad-, está llamado a experimentar el Misterio del Cuerpo Místico.


“Nadie se acerca al Padre sino por mí” y sobre esta frase de Jesús hemos montado todo un edificio intelectual basado en meros conceptos (excluyentes de los no-cristianos) y por lo mismo objetivizantes. Por lo que hemos ido a buscar a Cristo al exterior, a lo objetivado (la institución que nos da seguridad) y nos hemos olvidado de la profundidad interior (del Camino, la Verdad y la Vida que hemos convertido en objetos externos idealizados en un individuo histórico: Jesús). Pero en realidad, nos dice Dürckheim, “Cristo invita al hombre a salir del horizonte de su yo existencial (afanado en las faenas del mundo, sociales, políticas, de la casa... Marta y María) y a zambullirse en su Ser esencial, que es el propio Cristo para encontrar con él y en él la Padre” El Padre que es el Origen, la Fuente interior en la que somos y que somos.

Sinceramente creo que en el cristianismo mayoritariamente hemos olvidado a los místicos, empezando por Jesús, el Cristo y Señor y hemos hecho del cristiano, en el mejor de los casos, un hombre ajustado a la ética, en el peor y más común un creyente cargado de miedos que busca su seguridad. No es que esto sea malo, solamente afirmo que esto no es lo cristiano, ni lo religioso, ni lo profundamente humano que es más que todo esto. Mucho más. Lo que dice Cristo no es nada de esto. No pide que seamos un hombre como “se debe ser”, ajustado simplemente a una norma impuesta por la comunidad (o sociedad). Lo que Cristo y el Espíritu grita es que vivamos el dinamismo interior, que vivamos la fe. Cristo nos pide que demos un salto: Sé tú el Camino que yo soy. Y Jesús antepuso al hombre al Sabbat (Shabbat), vino a traer la espada y a separar al hijo de su padre y a la hija de su madre, vino a pedirnos que los muertos entierren a los muertos (Mt 10,34... Lc 12,51...). Jesús nos muestra que el Camino no es sino el de la fidelidad a la profundidad de nuestra conciencia a fin de que seamos Camino, Verdad y Vida. O sea, cristianos, religiosos, espirituales, esotéricos, humanos... El ajustarse a las normas y quedarse en ello es ser ético, correcto... no espiritual, no cristiano. Insuficiente.


José Antonio Carmona