viernes, 17 de octubre de 2014

PERSONA - INDIVIDUO




Un gran dogma occidental, sin duda alguna, es el de la individualidad. Ya lo he dicho en alguna otra ocasión. Es algo que ocupa mucho tiempo en mi interior. Y lo malo es que se suele identificar individuo con persona. Hay que personalizar el coche, la vivienda, la mesa de trabajo ¡el selfie! (cuando self es el sí mismo, no el ego)... y en este personalizar no distinguimos lo individual de lo personal, más bien lo que hacemos es identificar una cosa con la otra. Incluso ambas palabras nos suenan como sinónimos. Y sin embargo... un conjunto de individuos es un montón, un cúmulo, una acumulación, o si se quiere un bosque, una manada (que empieza a tener algo social)... un conjunto de personas es una sociedad. Las manzanas, las piedras, los árboles, e incluso los animales (en mayor o menor grado) son individuos, los humanos somos personas (más que individuos). Quiero hacer una pequeña reflexión sobre estas dos realidades tan confundidas y tan diferentes.

La persona es un nudo de relaciones en el universo, el individuo es un ser aislado sin comunicación interior posible, lo que podríamos llamar un solipsista idiosincrático, una simple pieza más del montón incapaz de comunicarse desde adentro (per-sonare). Parece que la sociedad occidental tiende a crear individuos, piezas necesarias para que la máquina funcione, pero nunca personas (¿tendrá algo que ver el auge de las ciencias -mal entendidas como medio de ganarse el sustento-?), seres que descubren que su identidad es en sí mismo un símbolo del universo, una consciencia que se abre a la Plenitud, allende el tiempo.

¿Basta para ser persona atenerse hoy día a las tradiciones antiguas? ¿Entre nosotros a la cristiana? Entiendo que al menos a la mayoría más consciente de los hombres la tradición cristiana con sus dogmas y sus normas impuestas tal como la hemos recibido es claramente insuficiente. El hombre que quiera asumir ser self, su identidad ha de someterla a una crítica profunda, desde la raíz misma. Y una crítica radical no ha de ser meramente racional, sino de todo el hombre, ha de pasar por la criba del espíritu durante mucho tiempo para alcanzar la certeza necesaria para orientarnos en la existencia. No basta con una crítica académica, que sería suficiente para escribir una tesis, es necesario hacer pasar la tradición cristiana por el cedazo de la existencia compartida (como personas) con el resto. Enfrentando dicha tradición a los retos humanos actuales (políticos, científicos, tecnológicos, culturales, espirituales, exóticos...) y fecundándola sin miedos y sin estupideces arriesgadas.

¿Es, pues, necesaria una revolución? Entiendo que en modo alguno. La revolución, palabra muy de moda desde hace un tiempo -ya largo- es tremendamente conservadora. Pretende volver el calcetín al revés. Significa dar la vuelta, poner la cabeza a los pies y los pies por cabeza. Esto es que que ha ido quedando en todas las revoluciones habidas en la historia. De lo que se trata es de salir de la esclavitud del individualismo y crear una situación nueva en la que no se repitan los estereotipos. La revolución preserva las estructuras de base, aunque destruya las instituciones. El remedio para fecundar la tradición recibida no ha de ser iconoclasta, sino crítico. Ha de discernir toda ambigüedad para erradicarla, pero no pretende la reacción opuesta, sino un cambio radical. Por descontado que crítica no es teoría, sino praxis existencial que va probando y se queda con lo bueno.

Es fácil confundir crítica radical con actitud iconoclasta. Y la sociedad que tiende a un “statu quo” califica como tal a toda praxis. Veamos la facilidad con que tachamos de “fascista (facha)” o de “rojo” a cualquiera que juzgue la política dominante. Guardar el equilibrio no es fácil, pero sin él no llegaremos a actitudes personales conscientes. Y en el ámbito religioso pasa lo mismo ¿hay acaso una sola forma de religión? Es más ¿tienen las religiones el monopolio de lo “religioso”?

No faltan en esta transición de individuo a persona los peligros y los traumas. Posiblemente nunca seremos íntegramente personas conscientes, quizás el paso no se pueda realizar de forma absoluta, pero el camino es obvio. Nada fácil.

Todos tenemos que realizar nuestra identidad personal mediante una autenticidad real y radical. Sin confundir los términos. La persona es un microcosmos en el que se juega el destino del Universo. No somos individuos “repetibles”. El individuo se repite una y otra vez, la persona nunca.

He hablado de praxis como crítica radical de la existencia humana. Esta “praxis” incluye por sí misma la “theoria”, no hay dualidad más que en nuestra mente. La pura praxis, que sería el simple cambio de estructuras no puede tener sentido, ya se ha dicho. Es ciega. Incapaz, por tanto, de una transformación hasta el fondo. Solo cambia las formas. Lo que cambia el mundo de una manera real es la persona (que en verdad no es ni singular, ni plural), única capaz de transformar los valores profundos. La persona que no es un “ego”, ni un “otro” sino un “sí mismo”, que es fusión de praxis y teoría (no podemos expresarlo de otra manera).

En cuanto a la tradición recibida en lo religioso, son muchos los elementos que están en crisis:
La fe en un Dios Padre protector y todopoderoso, cuando vemos lo que vemos en el mundo.
Parece que Dios hoy está con el ejército más fuerte, o con la tecnología más avanzada.
¿Qué queda en la humanidad de todos los dogmas medievales?
Sentimos la necesidad de pedir a Alguien o Algo que esté más allá, pero no vemos que estas peticiones sean atendidas.
La esperanza en una Humanidad que se está autodestruyendo se debilita por momentos.

Todo esto hace totalmente necesario someter la Realidad a una crítica radical de la que pueda resurgir la persona actual. El ser humano de hoy.


José A. Carmona