domingo, 13 de enero de 2013

LA INOCENCIA (nueva)


La inocencia


La situación económica en Occidente, y en España en particular, es muy dura en muchos casos, trágica y mortal en otros tantos, y ¡no existe! para algunos individuos adinerados, quienes posiblemente no hayan llegado a ser “persona”, pero eso sí, son tan pobres, tan pobres que sólo tienen dinero, mucho dinero. Lógicamente, buena parte de la sociedad está indignada. Solucionar el problema de la crisis financiera de Occidente es urgentísimo y muy importante, pero entiendo que aún hay cosas más importantes por solucionar que están en la misma raíz del hombre y que son causas de todos los desvaríos y problemas de la humanidad a lo largo de la Historia. Sé que estas cosas importan muy poco a la inmensa mayoría. Por eso, pienso, le va a la humanidad como le va en muchas ocasiones. No trato de evadir el problema económico escudándome en que no soy economista, en que mi juicio no es el de un profesional. Tampoco era un economista Jesús de Nazaret, y dijo “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Mi juicio no es el de un profesional de la economía, totalmente cierto. Es el de un hombre que ha pasado su vida “dedicado al pensamiento” (profesional = dedicado a) sobre la consciencia humana, y sobre la visión cristiana de la existencia. Y ésta tiene mucho, muchísimo que ver con los problemas, con todos los problemas del hombre. Y es sobre estos sobre los que pretendo reflexionar. El económico va incluido, pero el norte de mis reflexiones es mucho más amplio. Por eso lo abarca.

               En el origen del hombre, según la tradición abrahámica, existe una desviación, yo diría casi constitutiva, existe una expulsión de un Paraíso, una Inocencia perdida debido a un Pecado Original. Esto es algo común a todas las tradiciones religiosas o científicas conocidas. Unas tradiciones lo llaman Karma, otras tentaciones de Indra… o deseo, desarrollo, evolución. El resultado es que el hombre se encuentra “expulsado del paraíso”, ha perdido su inocencia, y ésta una vez perdida no se puede recuperar, se podrá conseguir una nueva, no la misma, tampoco una segunda inocencia similar a la primera, ni otra (la que va después de la perdida), sino nueva (no-dos, no cuantificable), como dice el evangelio de Juan (3, 8… y passim), nacida del Espíritu.

               No olvidemos que la palabra inocencia tiene varias acepciones para nosotros: “libre de culpa”, “exención de culpa”, “sencillez”, “ingenuidad”… y en latín “innotentia” (in-nocere, no herir, no hacer daño). Es de notar que en sus orígenes latinos el in-nocens (que no hiere) no equivalía al in-genuus (nacido libre).

               El hombre (no me cansaré de decir que la palabra hombre significa mucho más que varón, significa el ‘anthrôpos, no el ‘anêr. Decir hombre/mujer –de uso frecuentísimo hoy- es partir al ser humano en dos mitades, en la que la segunda es eso: “la segunda”, la wo-man. El hombre goza de una polaridad –hombre/varón, hombre/mujer-, no es una dualidad, no es dos mitades. El pensamiento abrahámico ha influido mucho en esta dicotomía, en esta división, creo) se ha desconectado de su propia raíz humana, ha perdido su inocencia y se ha convertido en enemigo del mismo hombre (Hobbes). Lo comprobamos constantemente. Buscar una nueva inocencia, por tanto, no es ni una fruslería, ni una estupidez, sino el camino de la realización del mismo hombre. Establecer los cimientos de toda creación humana personal, o sea, tanto del individuo como de la sociedad.

               Hablar de Nueva Inocencia es hablar de Vida, Resurrección, Emergencia, Libertad, Amor Universal… empecemos

Para conseguirla, siendo, como es, indispensable para el hombre, no hay camino. Ciertamente hay que ir dando pasos, según te vaya guiando el Espíritu, pero no por una carretera asfaltada, ni por una vereda, sino monte a través. Homo viator no es el turista, sino el que camina. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar…” (A. Machado). Este camino se hace al impulso (interior) del Espíritu. El evangelio de Juan en la cita referida supra nos dice: “El viento sopla donde quiere, oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni a donde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu.” El Espíritu exige velas para que lo recibamos, si no, pasa de largo y no nos movemos. ¡Y los hombres no paramos de intentar manipular a Dios, esclavizando a los demás! Esas velas no se consiguen más que con la ascesis, con la vía purgativa, de la que nos hablan todos los místicos de todas las culturas: la aceptación de “lo que es” de la que nos habla Krishnamurti, el “nihilismo” de Eckhart y de Juan de la cruz (recordemos las noches activas y pasivas), el ascetismo del budismo, del vedanta… el esfuerzo y el trabajo… y el telos (causa final) en el fondo de todo ello.

               La ascesis es indispensable, pero nada más, la inocencia no es su resultado, tampoco lo es una segunda inocencia, como he dicho, que llegara después de la primera que se perdió. Sería otra, no nueva ¿Y qué es esa Nueva Inocencia que requiere un previo esfuerzo?

Esta inocencia es el reino de la Libertad. Todo es nuevo en él, no hay memoria, no hay un pasado. Nacer de nuevo no es volver a nacer, no es el tiempo aunque se manifieste en él. Es resurrección o emergencia. Es gracia, don.

               La inocencia es el reino de la libertad porque carece de motivación, no tiene un por qué, pese a aquello que nos enseñaban en las clases de filosofía: Nihil sine ratione sufficiente sui (que es muy válido para los fines intermedios, relativos). Las motivaciones son muy importantes cuando se trata de los fines no últimos. Para llegar a estos –no últimos-, que es donde se desenvuelve la actividad constante del tiempo, de nuestro mundo, siempre son necesarios. Pero cuando se trata de lo último, ello es porque sí, no hay motivación puesto que no puede haber mediatización. Si hubiera tal motivación, éste sería el objetivo de nuestros pasos y por lo tanto sería lo último, lo definitivo. La inocencia es lo definitivo, no tiene motivos más allá de ella misma. La Vida no tiene un por qué, sencillamente ES. Lo cual no quiere decir que no haya aspiración, mas la aspiración no es deseo. Éste lo es siempre de algo externo, espurio y por lo mismo excluye la ultimidad de la inocencia. La aspiración (ad-spirare = soplar desde dentro) no es externa, es la consciencia que nos une a la Realidad, al Espíritu, al Todo. Y surge cuando estamos en consonancia y armonía con la Realidad misma.

               La inocencia es libertad porque previa a cualquier reflexión. No tiene ningún condicionamiento externo, es pura experiencia de lo divino. La reflexión viene después y con ella el peligro, la prueba (periculum = prueba). La experiencia es sencillamente el mismo acto de ser que surge siendo en pura espontaneidad. No hay criterio para poder juzgar, no lo puede haber: es lo primordial. Por lo tanto no puede haber reflexión, juicio sobre sí misma. De ahí que los propios instrumentos de la ascesis, que se han utilizado como condición, se conviertan en obstáculos. La razón no puede ser la guía del hombre en estos niveles, pues es transcendida. El Amor es el motor, más que el guía, de la inocencia, es la Vida misma. La reflexión vendrá después y ya no será pura, estará mediatizada.

               Saber que “las cosas” realmente últimas están fuera del dominio de la razón y de la voluntad es señal de madurez, dicen muchas culturas (Panikkar). Por eso, la confianza en la Realidad (en los hombres, como dice mi amigo Luis (Luiyi) en un breve escrito reciente) es la fuente de la paz. No se trata de una ingenuidad infantil, mucho menos de una inconsciencia culpable, sino de ser conscientes, muy conscientes, de que en la dulzura, en la serenidad, en la paz se muestra la misma Realidad y que la ira, el odio, la ambición la hieren.

               ¿Qué pasaría en el mundo si todos los hombres de buena voluntad, todos sin excepción viviéramos la “inocencia”, la nueva inocencia, no otra?
              

Una reflexión no-dual
          
       La ilustración, la modernidad trajo muchas cosas buenas a la humanidad, lo he dicho con frecuencia en las páginas de este blog, entre ellas, la diferenciación de los dominios (sensible, intelectual, transcendente) dando su lugar propio a cada reino, pero cayó en uno de los agujeros más negros que se puedan dar para la humanidad: la disociación –que no es diferenciación- de la Realidad. El que las cosas sean diferentes no quiere decir que sean otras, distintas, mucho menos separadas. La Realidad, superada la impresión de lo sensible aparente, es no-dual afirman muchos pensadores, entre ellos Raimon Panikkar gran conocedor del vedanta. La diferenciación no es disociación. Y esto es lo ha ignorado la modernidad y con la modernidad una enorme cantidad de pensadores en occidente.

Estas afirmaciones pueden parecernos cuando menos ridículas. ¡Si estamos viendo la pluralidad! Si es evidente que una liebre no es una manzana, que hay actos buenos y malos… Cierto, y esto lo saben perfectamente los místicos no-dualistas, pero esa realidad plural no es sino relativa. La Realidad última, la que es realmente Real, esa Inocencia de la que venimos hablando es absolutamente real –no relativamente- y transciende la misma pluralidad. Por lo mismo no puede ser una, ni dos, sencillamente es no-dos.
   
            “Lo que es”, la Totalidad ha sido vista a lo largo de los milenios con un triple aspecto, para nuestra mente dual, es mundo, es hombre, es dios (de ahí la palabra creada por Panikkar (cosmoteándrico, en lugar de teantropocósmico. Es de notar que aner –ándrico- en griego, significa el que engendra, y solamente lo hace el varón, se pensaba, como bien sabemos, pero originariamente en el pensamiento anterior a Homero indicaba lo humano, no solo lo masculino). La consciencia humana en su forma primordial siempre ha entendido el mundo como indiviso, pero es una constante cultural en la masa humana entender tres mundos: el de las cosas, el de los hombres, el de los dioses. Y la misión de los sabios ha sido siempre recordar a sus coetáneos la totalidad indivisible (no-dual).
           
           Y la modernidad separó. Es más, llegó a negar, con el paso de los años, la existencia del Theos, con lo que castró de raíz la Realidad misma, privándola de su aspecto mistérico. Y en ese afán de separaciones separó también, pura consecuencia, la epistemología de la ontología. (Recordemos que en los estudios de filosofía son asignaturas distintas). -Tuvo que venir Heisenberg, físico, para mostrar que el propio pensar, la observación, influye en el objeto observado-. Y así hemos llegado al conocimiento por adecuación. El entendimiento sale de caza, a la caza del objeto y cuando consigue la pieza, consigue una idea. Sujeto conocedor y objeto conocido están separados, divididos. Este conocimiento ya no es inocente (in-nocere = no herir), ha cazado.
            
              El conocimiento inocente –esa nueva inocencia-, que es el no-dual, envuelve en un mismo acto al conocedor y conocido. Sabe que no son dos (sujeto y objeto), sino no-dos, que uno no se da sin el otro. Que conocer no es adecuar sino mucho más: es co-esse, crecimiento común, conocimiento por identidad. Sin el hombre no hay cosa, sin mundo no hay hombre, ni sin hombre, hay dios. Por descontado que estas últimas afirmaciones son totalmente incomprensibles para la mente que separe en dos partes la realidad: una objetiva y otra subjetiva, antes hay que empezar a mirar el mundo con una inteligencia inocente.

               No confundamos una mente inocente con una mente inconsciente. No se trata de caer en un romanticismo nostálgico. La mente inconsciente es totalmente culpable, no inocente. Estoy hablando de otra cosa. Se trata de una transcendencia a un nivel superior de la conciencia, del intellectus, que como dice Agustín de Hipona es “lumen superius” que nos inunda y nos posee (no lo poseemos) y une al sujeto con el objeto, los co-crea. Transcendencia que presupone mucha ascesis anterior, sobre todo en el tema de la reflexión, mucho trabajo dudando de todo lo susceptible de duda, hasta llegar al culmen, dudar de la duda misma y quedar abierto a la espontaneidad en la que se experimenta la emergencia (o resurrección) de la inteligencia y el abandono de la razón crítica como guía de todo, como totalmente inservible en las cuestiones últimas, -recordemos el “entreme dónde no supe/y quedeme no sabiendo/toda sciencia transcendiendo”-. La razón, el cálculo… son importantes, pero no lo más importante en el hombre y, desde luego, no lo son todo.

               Esto supone que esa inocencia no-dual es vulnerable, está sometida a muchos riesgos, “qui stat videat ne cadat”, pero es la Libertad… Libertad absoluta sin más.

               Es muy importante contemplar, también lo es actuar (operari sequitur esse), pero lo verdaderamente inocente es contemplar actuando lo contemplado y actuar contemplando lo actuado. Sin separaciones, límites, ni disociaciones.

               Estamos en la Vida (Siendo vida, actitud ontológica), viviéndola (contemplamos la vida, actitud óntica) y conociéndola (aprendiéndola, actitud epistemológica). Nueva inocencia.

                  José A. Carmona
                  carmonabrea@yahoo.es




jueves, 3 de enero de 2013

Mi amistad con Antonio Troya


Esperando a que el Padre me llame.

Después de unos años sin tener contacto con mi entrañable amigo, y antiguo profesor, Antonio Troya, pude ponerme en relación con él por teléfono. Después de las primeras palabras de sorpresa, más por parte de él que no esperaba mi llamada, me dijo con toda naturalidad: “Pues, yo, José Antonio, estoy aquí esperando a que el Padre me llame”, acababa de cumplir 80 años. Ahora debe andar cercano a los 85 y sigue esperando activamente, o sea amando, dispuesto a la llamada con la misma naturalidad.

Desde mi adolescencia he estado afectivamente muy cerca de Antonio. Lo sigo queriendo mucho. Allá en los años del seminario, recuerdo, cuando yo estudiaba filosofía, paseábamos un grupito (Charlo, López Aleu, Montado, yo…) con él, que acababa de volver de Salamanca licenciado en teología, por el “patio de la noria”, aquellas conversaciones fueron haciendo mella en mí. A la vez lo tuve de profesor de Álgebra. Años después, en el poco tiempo en el que estuve de “cura” por tierras de Cádiz,  fui su coadjutor en Puerto Real por unos meses… Hasta que me secularicé e instalé en Badalona mi contacto con él fue constante. Y pasados mis tiempos de incertidumbre, volví a retomarlo cuando era párroco en Medina Sidonia. Me fascinaba su visión y su vivencia cristianas.

A mi mujer, Paqui, le impresionó la imagen de Antonio, cuando era párroco en Medina Sidonia. Quedó impactada por su larga barba blanca, por la alegría que le dio verme, el abrazo que nos dimos…

Recuerdo que en una de aquellas charlas en el “patio de la noria” nos habló del silencio de Cristo. “Nadie podía entender a Jesús, sólo el Padre. Tenía que sentirse muy solo”. Nos decía y a renglón seguido nos hablaba de las razones en las que apoyaba su afirmación. Guardo en mi interior muchas de las cosas que aprendí de Antonio. Pero la que más me ha impresionado, quizás, ha sido la frase con la que he encabezado este breve escrito: “Con 80 años ya, esperando a que el Padre me llame”, me dijo. Me hace recordar siempre el “consumatum est” de Jesús en la cruz. “No tengo que hacer nada más. Esperar activamente, esperar amando”.

Hoy, yo tengo 72 años. Mi visión de Dios ha pasado por muchas crisis. Ya no entiendo tanto un Dios heterónomo, como teónomo, utilizando términos de Lenaers, entiendo mejor un Dios transpersonal que personal, no acabo de ver la Trinidad como tres personas, sino como la Realidad del Misterio (transpersonal) en su plenitud de Verdad, Amor, Fuerza… y también percibo lo divino como “intimior intimo meo”, como la transcendencia de mi pobre ego individual, plasmado en la Ternura (con mayúsculas) que me brota, y me supera, cuando beso a mis nietos: expresado a mi manera en el estremecimiento que siento al ver sufrir a tantos niños a causa del odio de los hombres adultos, en la magnificencia del canto gregoriano, o en la de una oda de Virgilio, o de un poema de Whitman, de Lorca, o de Juan de la cruz… Y me parece tocarlo con los dedos en el Silencio de mi corazón cuando la palabra aún no ha nacido.

         En esos momentos me acuerdo de ti, Antonio, mi querido Antonio Troya, porque iluminaste mi caminar hacia el Silencio. Porque “esperas a la llamada”, no “esperas la llamada” meramente, porque estás en actitud de vigilia, como nos advierte el evangelio: con el aceite en las lámparas, y así me enseñas a estar sumido en un Silencio activo, un Silencio que colabora creando, amando, experimentando el Misterio y su Manifestación (o Creación). 


       José A. Carmona
       carmonabrea@yahoo.es