viernes, 10 de diciembre de 2010

Mi corazón os felicita las Navidades

Navidad 2010


Entre las sombras dudosas
que la mente no disuelve,
el Espítitu en el Hombre se erige victorioso
y alumbra la Verdad, escribiendo en el Silencio.

Escribiendo con letras que a la Historia se le escapan,
marcando con fuego que la Historia ya conoce,
viviendo de raíces que la Historia transcienden.

Escribiendo con materia
en sonoridad callada
sus ayes del Vacío
que a lo denso da voz...
y sentido.

Escribiendo en la sangre
los gritos
que injertan Vida en las carnes
ateridas por los fríos de la ausencia.

Alumbra la Verdad
que es hablada en palabras del Silencio.
Alumbra la Verdad
que es buscada en los tiempos de los hombres.
Alumbra la Verdad
que es vivida en lo eterno y sin espacio.
Alumbra la Verdad
que es amada sin reservas y sin hielos.

La Verdad que el Cristo -Habla originaria- es.




José Antonio Carmona
Navidad 2010
Expresión de mi fe-experiencia viva del Misterio

miércoles, 8 de diciembre de 2010

ETNOCENTRISMO Y CRISTIANISMO

Etnocentrismo y cristianismo

El desarrollo de la Conciencia (Ser) a lo largo del tiempo inconmensurable es transcendencia y el objetivo final de ésta, en un sentido relativo, nunca absoluto, es Cristo para los cristianos, Atman para los hinduistas... la Conciencia de Unidad para todos, Conciencia de Unidad que ya somos (vamos a la casa del Señor dice el salmo 122). Mas este desarrollo, que no es sino evolución, es un proceso en el tiempo y en el espacio. Y todo proceso pasa necesariamente por diversas etapas. Es nuestra realidad actual: relativa y dual. Partimos de Dios -el Misterio- y volvemos a Él, sin que de hecho nos hallamos alejado lo más mínimo de su abrazo, como nos dice Pablo.
Esto no obsta para que procedamos originalmente de las amebas, de los peces... de los prehomínidos. Son etapas que nuestra mente apoyada en nuestros sentidos descubren en las marcas de la historia. Originariamente somos, como toda la realidad (también las amebas y los peces), la manifestación del Misterio y el Misterio mismo en tanto que su manifestación, algo así como el misterio del Silencio se manifiesta (y es) en la palabra, sobre todo si es performativa, y en la multitud de ellas y de lenguas.
Estas afirmaciones suponen, y así lo piensan todos los estudiosos del tema, que todas las cosas son Consciencia, pero es en el hombre donde esta Consciencia se hace autoconsciente, es en el hombre donde la Consciencia comienza a darse cuenta de que es consciencia. Es muy fácil identificar la Consciencia=Ser con la autoconsciencia humana, sobre todo porque nos hacemos el ombligo de la realidad. Mas no es el tema de la Consciencia el que quiero plantear. Quiero plantear el de la presencia de la Consciencia en el desarrollo colectivo. Y más en concreto, el estancamiento de lo cristiano-oficial -no de las comunidades de base y otras formas de servicios- en un nivel de conciencia colectiva que pertenece a una visión neolítica del Mundo.
El estudio de la evolución de las líneas de inteligencia ha preocupado constantemente a los psicólogos evolutivos. Entre éstas, una de las más estudiadas ha sido la moral, la que impulsa al hombre (varón-mujer) a una conducta relacional con los otros y con todo el Universo. Una de las principales expertas en esta línea moral es Carol Gilligan, quien se dedicó a estudiar la conducta evolutiva de las mujeres. Las conclusiones de su estudio son aplicables igualmente a los varones, pues concluye que el desarrollo de los hombres y mujeres atraviesan la misma estructura jerárquica, aunque los varones lo hacen subrayando la individualidad, mientras las mujeres subrayan la relación. Dicha estructura jerárquica, según su investigación, pasa por tres estadios que son períodos largos en el tiempo a los que ella denomina: egoísta, respeto, respeto universal. A los que podemos renombrar como período egoísta del desarrollo de la consciencia-en-relación, período etnocéntrico o tribal, período mundicéntrico o global.
El período egoísta proyecta sus sombras constantemente sobre la Historia evolutiva del Universo y actúa en nosotros, los humanos, aún con una fuerza aterradora. Son muy pocos, quizás unas decenas de miles, los iluminados que a través de los siglos han caído en la cuenta de que el ego se enfrenta al verdadero yo, al único Yo; el resto, prácticamente la Humanidad, aún vivimos asentados en el ego, es más, vivimos identificados en él, de ahí que lo defendamos “con uñas y dientes” y sigamos pensando que nuestras relaciones con el resto de lo “creado” han de estar vistas desde el ego y no desde el amor, como hizo y nos enseñó Jesús de Nazaret -Amad a vuestros enemigos-. Ya el mismo Unamuno explicaba el terror ante la muerte porque ésta: “me arrebata mi yo”, identificando ego con identidad.
Pese a esta influencia de lo egoico -períodos arcáico y mágico- entre nosotros, lo cierto es que el hombre en gran número (en torno al 30% según algunas estadísticas) ha avanzado a paso lento hasta el período de respeto o etnocéntrico. La agricultura llevó a los hombres a vivir en grupo y a cambiar su conciencia de cazador individual por la de trabajador en favor de un grupo y por la de comerciante que posponía su satisfacción inmediata por la venidera que llegaría al cambiar los productos de su cosecha con los de otros. Fue desarrollando una conciencia de pertenencia al clan, a la tribu, consciencia que luego abarcaría más terreno pero que seguiría siendo cerrada: al país, a la nación, a la religión, al rey... y también al equipo de fútbol, al pueblo natal, a los que piensan como yo, a los católicos, a los musulmanes...a la verdad (creencia, idea, dios...) que yo profeso y que es la “verdadera”. Esta conciencia tribal sigue muy anclada en nuestra cultura. Es una conciencia excluyente: aquel que no cae dentro del círculo al que pertenezco, es enemigo (sacrum-profanum). Ha de ser destruído, expulsado, ninguneado... ¡El extranjero es extranjero!
Este etnocentrismo es ciertamente un avance del Espíritu sobre la consciencia egoica, el hombre comienza a dar un paso más hacia la relación, a no verse sólo a sí mismo, pero sigue siendo un paso totalmente cerrado que no supera en modo alguno la angustia de la sensación de identidad separada, el gran tabú colectivo. Angustia muy poco consciente en la moyoría pero cuyos efectos son palpables a lo largo de la Historia, baste recordar las guerras, los abusos de poder, la falta de solidaridad, la ausencia de amor tan frecuente, el odio al inmigrante. Aunque también en la Historia se dan las posturas contrarias a éstas: Amor, Paz, Servicio... La Humanidad está ahora mismo en la encrucijada, como dice Plotino: “...se halla a mitad de camino entre los dioses y las bestias” en cuanto a la superación de lo egoico.

Leyendo textos de revistas de teología, recordando muchas ideas que me enseñaron en el pasado, observando muchas actitudes de los dirigentes católicos, incluso oyendo hablar sobre la tolerancia me inunda la tristeza. Estamos aún dentro de un espíritu tribal que nos impide ver al Universo, al Misterio, a un Cristo que no sea la imagen prefabricada que tenemos, excesivamente centrada en el “Jesús Resucitado” -con una visión medieval “mucho de bios y poco de thoé” de la antropología- y en el Hijo de Dios -el dios ídolo conceptual que hemos fabricado-, aunque la maquillemos con detalles novedosos y ropas de modernidad; por ejemplo, llamar a Dios Padre-Madre no deja de ser un antropomorfismo más, que nos impide ver a un Hombre que no responda a nuestra helénica comprensión de lo humano. Creo que nunca nos planteamos que el Cristo, el Hombre sea la simple Apertura, el Vacío, la clara Apertura del ser de que nos habla Heidegger, el Cristo desconocido del hinduismo del que nos habla Panikkar y que en modo alguno es solamente el Jesús de Nazaret histórico, aunque también lo sea. Nuestra visceralidad, nuestra consciencia en el tiempo, aún en proceso evolutivo, nos cierra las puertas a una Visión Universal... es así, mas seamos conscientes de ello. Somos tribales aún.
Acabo de ver una noticia en una cadena catalana sobre Mario Vargas Llosa. En sus palabras de aceptación del Nobel ha hablado de la tremenda plaga que nos infecta hoy: los nacionalismos. No he podido saber si se refería a todo tipo de nacionalismo, o sólo a los que pretenden ser naciones sin ser estados. Yo pienso que cualquier tipo de “ismo” es una inflamación que impide un sano proceso evolutivo de la consciencia humana. Es un querer afianzarse, aunque de forma no consciente quizás en muchos casos, en una conciencia etnocéntrica, tribal y agraria que tiene mucho miedo a la apertura mundicéntrica, a superar esa sensación tabú de separación que nos embarga en esta mente dual.
El etnocentrismo tiene un doble núcleo: solidaridad y exclusión. El paso hacia la solidaridad es avance, la exclusión: una frontera de separación que dificulta el avance de la Historia, de la Conciencia en el tiempo. Estamos constantemente creando fronteras, divisiones artificiales con nuestra razón dual. La orilla del mar no separa agua y arena sino que los une, no hay un enfrentamiento entre ambas, sino un beso. Violentamos constantemente la realidad y el resultado es la infelicidad. Vemos la vida como una sucesión de batallas por los enfrentamientos que creamos con nuestros límites impuestos. No vemos el diálogo, la cercanía, menos aún la unidad, la identidad -es muy curioso ver en qué se pone hoy la identidad- entre todos y todo. Y a esto está contribuyendo de forma muy importante el cristianismo que en nuestra cultura se ha basado en una institución y no en la experiencia mística vivida por Jesús de Nazaret.
Esta institución que nos habla "de Cristo", pero pocas veces "desde Él", está cargada en su conducta, estructuras y dogmas de un etnocentrismo agudo. Ya en otra parte de este blog he hablado de la mentalidad agraria de la institución católica, a aquella parte me remito (artículos de marzo de 2008). Ahora solamente algunos ejemplos: el absolutismo papal, la estructura jerárquica que se postula de origen divino, la iglesia católica como único camino de salvación para el hombre, poseedora de la verdad y por eso es “libre”, la casta clerical, la exclusión de la mujer de áreas llamadas sagradas, única detentadora de la verdad de Jesús, se llama a sí misma pobre y servidora, la estrucura de gobierno vaticana, la canonización de algunos de “sus fieles”, nunca de fieles de otras instituciones, la política del poder, la existencia del “Santo Oficio”... y del banco del Espíritu Santo. Y en otro orden de cosas, habla mucho de amor pero le falta muchas veces sobre todo institucionalmente, no se deja fecundar por otras instituciones, ideas o posturas humanas, la mera existencia de los dogmas como expresión de la creencia que se ha de tener, la existencia del Derecho Canónico, la moral en general que responde a una sola visión tenida como “la verdadera” de lo humano cuando responde a meras situaciones y pensamientos de momentos de la Historia, la liturgia de los sacramentos y en particular la de la Eucaristía que suele tener muy poco de apertura y amor, aunque se hable de ello, y dentro de ella las “peticiones o plegarias de los fieles”...
En modo alguno estoy defendiendo que todo esto aquí enumerado -y lo no enumerado- esté de sobra, mucho sí. La consciencia etnocéntrica es un hecho histórico y hoy por hoy son muy pocos quienes alcanzan el nivel superior. Lo que pretendo afirmar es que tenemos que saber que todo esto es nada más que relativamente real y ante la profundidad se desvanece, que sólo sirve para un espacio y un tiempo determinado y no se puede convertir en universal. Todo esto es pura apariencia -que a la vez que manifiesta oculta la verdad que está dentro-, como la expresión del rostro. Y a la vez digo que el único camino, el único desarrollo que aparece claro en los evangelios, en todo hombre que medite con apertura y sinceridad, y en todo el Universo es “Ama a tu enemigo” porque no hay enemigo, porque los límites los creamos los hombres para nuestra propia infelicidad, porque no hay separación, sólo unidad e identidad. Porque este mundo relativo ha de apoyarse en lo Absolutamente Real -el Espíritu- y no contradecirlo, de lo contrario sólo será “pecado”.
Sí, me produce una honda tristeza oler en lo referente a “nuestro cristianismo” este tufo húmedo de restos, o no tan restos, de etnocentrismo o egoismo mal disimulado. Yo no estoy libre de ello, por ello abrazo mi propia debilidad y amándola la hago fortaleza universal. No yo José Antonio, sino el amor que también en mí brota.
Éste es mi llanto que encuentro lleno de esperanza en mis momentos de Silencio, esperanza porque todo es camino, porque no hay que llegar a ninguna meta, puesto que nunca hemos salido, ni salió hombre alguno del seno del Misterio.
¿Una utopía? ¿O una experiencia compartida con muchos?

José Antonio Carmona