jueves, 29 de agosto de 2013

El don del Misterio y el silencio de dios





   
No me propongo con estos escritos, ya lo dije hace años, más que reflexionar sobre una espiritualidad sin apellidos, abrir mi corazón a la Ternura, a ese TÚ y YO y NOSOTROS… a ese MISTERIO en el que vivimos y somos, y al que sigo por el peso del pasado llamando en momentos Padre, y al que llamo Cristo por mi cultura, aunque consciente de que quizás ni sea un Tú, ni un Padre sino mucho más. Sencillamente consciente de que no sé qué es, aunque sepa que es.           

Cuando Julio (Jules Gabriel) Verne escribió: “La vuelta al mundo en ochenta días”, corría el año 1873. Hace poco más de un siglo. En aquellos tiempos  parecía para la gran masa humana una utopía irrealizable lo que dice el título de la novela verniana: dar la vuelta al mundo. Lo que supone que no existía interrelación alguna, que la interrelación entre los hombres era pura teoría. No digamos en los tiempos anteriores y en aquellos en los que se originó la visión mítica del mundo que mantienen muchas estructuras humanas, sobre todo las religiosas institucionales. Dicha interrelación es hoy un hecho existencial. Lo que se escribe en Internet valga lo que valga, o nada, puede ser leído en el mismo momento en Alaska o en la Patagonia, en el Polo Norte o en Nueva Zelanda. Las comunicaciones son instantáneas y abarcan toda la tierra.

      Hoy tenemos al alcance de nuestras posibilidades conocer todas las culturas y tenerlas en cuenta a la hora de ir elaborando nuestra visión de lo “que es  (Krishnamurti).
         
        Por descontado que esta conexión entre los hombres siempre ha existido tanto en el orden del ser, como en el orden biológico y en el pensar y en el amar (orden antropológico). Pero hoy día la conexión física a través de los medios de transporte, y la virtual con los medios de comunicación hace que la interrelación humana sea constante, y la influencia de todo el mundo en todo el mundo sea un hecho inapelable. ¿Por qué las llamadas “redes sociales” son un éxito? Algo hay en el vida humana, en su estructura que lo hace posible, y no es precisamente el sosiego ni la reflexión. Este algo ¿es natural o impuesto?...

 Sea lo que fuere, estamos expuestos a un bombardeo constante de información que nos deforma y que puede poner en peligro toda la cultura arrastrada a lo largo de los últimos milenios. Es el sentido de la existencia humana lo que está en cuestión. Y ninguna cultura, ni ninguna religión puede por sí sola dar una respuesta a la cuestión. Es necesaria una verdadera interculturalidad, una fecundación mutua de las diversas culturas humanas. ¿Es apocalíptica esta visión? Puede que a muchos así le parezca, pero miremos a la humanidad: crisis económica internacional, crisis bélica en los países árabes –Egipto, Siria, Libia, Marruecos, Irán, Irak…-, guerrillas por toda África, Crisis ingente en América Latina, el Lejano Oriente entronizado en la tecnología no encuentra el sentido de la vida… las constantes violaciones de los derechos humanos en todas partes, la discriminación de las mujeres, de los homosexuales, la horrible injusticia estructural que condena a miles de millones de hombres a la pobreza, miseria, hambre y muerte… Ante todo esto, el hombre moderno (y postmoderno) se pregunta dónde está la salvación, y se da cuenta de que la salvación no viene de fuera, ni de arriba (Lenaers), sino que ha de venir de todas partes, y sobre todo desde lo profundo del propio ser, de la misma humanidad que, siendo inmanente, se auto-transcienda, siendo capaz de Amar. O sea haciéndose, si cabe, lo “que ya es”: Misterio.

            La humanidad que no ama no es consciencia, esto es: conocimiento, apertura y acogida. En Jesús vemos los cristianos esa Humanidad-Misterio.

            Creo que con toda legitimidad podemos preguntarnos si esa mutua fecundación es posible. Una mera yuxtaposición nos llevaría a una esquizofrenia. En nuestros días se están encontrando tres culturas principales de (largo) recorrido histórico: la teísta (abrahámica, islamista, las politeístas asiáticas y americanas…y de alguna forma también la marxista, para la que el Futuro es el polo que focaliza lo Absoluto), la no teísta (budista…nuevas formas de cristianismo) y la secular que suele ser atea o agnóstica. ¿Es posible repito una fecundación entre todas? Hasta ahora hemos vivido en la exclusión, cada una rechazaba a las demás como falsas, pero se puede pasar sin más a no diferenciarlas –Hoy está muy divulgada la anemia de la indiferencia: “Todas la opiniones son válidas… ¡o igualmente válidas!”- ¿A qué nos llevaría la indiferenciación? Desde luego a no nutrirse, a no fecundarse con nada, a la confusión y a la destrucción, al nihilismo  por el nihilismo, al sinsentido. Mas la Humanidad con mayúsculas siempre ha estado inquieta, hoy lo está en un alto nivel. Hay muchísima creatividad, desde luego no en aquellos que se pasan el día sentados en el sofá del conservadurismo a ultranza huyendo, aunque no lo sepan, de sus propios miedos que le impiden caminar. No importa caerse, lo que realmente importa es seguir caminando, y si se cae, levantarse y continuar. El miedo a poder caer en el error nos impide poder ir descubriendo la verdad.

            El silencio de dios  

            “Dios, en cualquiera de las acepciones de este símbolo, incluida aquella de un Futuro más o menos absoluto, puede existir o no. Pero lo que sí es cierto es que para muchos, Dios resulta superfluo y parece ser ineficaz, sordo, o por lo menos mudo, puesto que permite todo tipo de holocaustos, de injusticias y de sufrimientos. Lo divino, o lo suprahumano si se prefiere, ha sido el punto de referencia constante a lo largo de toda la historia humana… Este punto de referencia es el que está actualmente en crisis y éste es el problema de Dios, sea cual sea, el nombre que se le dé: la pregunta sobre el centro de la realidad y el sentido de la vida humana” (El silencio del Buddha. Panikkar).

            El hombre y la humanidad ahora como siempre, tiene urgente necesidad de elevar su corazón, de abundar en su dimensión espiritual. La realidad, que incluye, o es para muchos, lo divino, tiene una cuádruple dimensión: dos dimensiones externas y dos internas. Las externas: lo físico (individual) y lo social (colectivo). Las internas (espirituales): lo subjetivo (individual) y lo cultural (social interno). La dimensión espiritual o consciencia las abarca a todas, aunque en nuestra visión sea más fácil verla en las dimensiones internas. Un ejemplo aclararía esto. Cualquiera de las bellas artes nos puede servir. A mí personalmente me emociona la música. Escojo el Adaggio de Albinoni. La materia física son las vibraciones y las ondas de aire provocadas por los instrumentos de cuerda y el órgano, la dimensión física colectiva está en el hecho de que son muchos los que oyen, perciben en sus oídos esas vibraciones, la subjetiva es el espíritu (inspiración) de Albinoni presente en esos acordes musicales –él estuvo realmente “inspirado” al escribirlo- y que se comunica al oyente transcendiendo las meras vibraciones y les entrega la música, la armonía…los sentimientos, la elevación, el éxtasis... ese espíritu comunicado y vivido por cientos o miles de humanos a lo largo de los siglos crea una cultura, una dimensión que va más allá de la mera física, pero que depende de ella. Ese Espíritu que está presente en toda realidad y la sostiene, siéndola, es para el hombre (post)moderno el theos de los griegos, y no es algo distinto de ella misma. El mundo manifiesto no es distinto del mundo inmanifiesto, es el mismo manifestado de forma sensible. Es más, para muchas tradiciones culturales-religiosas ese mundo interno, inmanifiesto, espiritual es la única realidad (absoluta), lo otro, el mundo manifiesto, es ilusión, esto es, realidad relativa.
           
            Sursum corda

 Tendemos a la elevación de los corazones, no solemos hablar de bajar a la profundidad de los mismos, pero el caso es que el hombre individual y concreto, aislado y con un ingente mundo de problemas que le agobian necesita elevar el corazón que pide a gritos un amor verdadero, un conocimiento que salve, un tú en que apoyarse: el individuo busca ayuda, y no acaba de fiarse ni del que está al lado, ni de la sociedad, tan lábiles como él mismo. Y muchos siguen clamando a Dios (no hay más que oír las oraciones litúrgicas) pero muy pocos esperan que Dios les oiga, mucho menos que les responda. Tampoco, dicen los teólogos, se puede hablar con propiedad de Dios, porque es un Misterio. Así que ¿qué nos queda? El hombre necesita, quizás como nunca la invocación (no hablo de la oración de petición, que, entre otras cosas, presupone una visión mítica y antropomórfica del mundo), pero esta se está manifestando inútil en cierta medida e imposible porque el Dios todopoderoso no responde, parece impotente (o impasible) ante los desmesurados desastres de los hombres, de las terribles injusticias, de las guerras abominables…  

            Nada más lejos de mi mente que afirmar una negación total del Misterio, si lo somos nosotros mismos ¿por qué existo yo y no otro? Solamente afirmo, apoyado en muchos pensadores espirituales (budistas, cristianos…) que quizás hemos de dejar de lado la imagen de ese Dios (Theos) antropomórfico en la que se ha desenvuelto nuestra formación, para buscar otra más en consonancia con la postmodernidad, con la forma de pensar y vivir de la gente más avanzada en la evolución. La imagen “tradicional” de Dios no es más que un eslabón en la etapa de la evolución de la conciencia, no es sino un esbozo provisional, insuficiente y superado ya por la misma, aunque para muchos sea vital y necesaria. Nos queda el Misterio, el Don, el Amor, que nosotros, por ser personas, necesitamos personificar, pero que en su misma plenitud (por decirlo de alguna manera) transciende la persona, realizándola. Es más allá de la persona, porque ésta no es sino una manifestación temporal y espacial de dicho Misterio, y por lo tanto también el Misterio mismo, la persona es un eslabón de la cadena, un escalón hacia la consciencia, hacia la Cristificación (pánta ‘anakefalaiósein). 

Lo más quizás que podemos decir de esa Transcendencia o Misterio no es que existe, con lo que la reduciríamos al orden del Ser (¿Y el de no-ser? ¿El Misterio no es omniabarcante?), sino sencillamente que es, Ese es no puede ser ni comprendido, ni explicado y por lo mismo ni siquiera pensado, dice el budismo.  

El hombre invoca porque necesita la salvación. La espera. Sin embargo, “la espera es  una ambición egocéntrica”, para los budistas. Para los cristianos la esperanza es una virtud teologal. En esta vida tenemos que esperar constantemente muchos objetos, muchas cosas, pero ¿Tenemos esperanza de nosotros mismos? ¿Esperamos conseguir tener pies? Lo esperado lo convertimos en objeto, y objeto de consumo, mas la salvación no es ningún objeto, mucho menos consumible. La salvación no es lo que se espera, sino la esperanza misma. Y la esperanza es el don de lo profundo, de lo invisible que no se puede alcanzar porque ya es, no de lo que no es ahora. La salvación, la esperanza, el Amor es la Vida que es vivida en el tiempo y en el no-tiempo. Lo que es.


José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es