miércoles, 13 de enero de 2010

Reflexiones acerca de la eternidad y el tiempo

Reflexiones acerca de la
eternidad y el tiempo

Los que hemos recibido una “formación” católica, sobre todo quienes hemos estudiado teología en algún centro católico tenemos muy dentro de nuestros recuerdos la doctrina de los “novísimos” (las postrimerías, lo último). Ya en nuestra infancia, la de los veteranos que rondamos los 70 años, el catecismo nos los enseñaba afirmando que eran cuatro: muerte, juicio (subdividido en particular y universal o final), infierno y gloria. Se nos presentaba a “Dios” como un juez, eso sí, al que se le decía misericordioso, que al final de nuestro tiempo en la tierra nos esperaba para valorar nuestra conducta con el fin de salvarnos o condenarnos para siempre, menos mal que se nos enseñaba que bastaba un acto de sincera contrición en el último momento para que nuestros pecados fueran perdonados. Así podríamos librarnos del fuego eterno del infierno, aunque tuviéramos que pasar mucho ¿tiempo? (si con la muerte el tiempo se había acabado. ¿cómo continuaba?) en el purgatorio. Hoy se ha aceptado oficialmente en la institución católica la no existencia del infierno.

Esta doctrina ha causado muchísimo sufrimiento a todas aquellas personas de buena fe que la aceptaban sin más. Lo patético es que dicha doctrina es verdaderamente infantil, en el sentido de prerracional, infantilismo que no se ha de confundir con la ingenuidad, que etimológicamente significa la actitud del que no separa, del que no divide, del que no enfrenta... lo que posiblemente nos podría llevar a la visión mística de la no-dualidad. Es frecuente en nuestra cultura identificar al ingenuo con una persona que todo se lo cree, que es infantil y peor aún, identificar a quien todo se lo cree como buena persona. Por desgracia es muy frecuente en muchas mentes “¿religiosas?” confundir lo transracional (que va más allá de la mente) con lo prerracional (que no llega a lo racional), porque ambas cosas son no-racionales.

El tema que quiero tratar en el presente escrito ya lo he abordado desde distintas perspectivas en algunos artículos que he ido publicando en este blog, pero, ahora lo que quiero es abordarlo directamente sin ninguna otra connotación que la reflexión sobre la experiencia, sobre todo la de los místicos de toda época y cultura.

El Pseudo Dionisio, que firmó sus escritos con el pseudónimo de Dionisio Areopagita, que alumbró firmemente los caminos del apofatismo místico y creó la teología negativa, afirma: “Paréceme que es necesario entender el sentido en que la Escritura habla del tiempo y de la eternidad.” Necesidad que no se ha de olvidar, y que en cambio, lo ha sido. Y el maestro Eckhart, un místico nada sospechoso de infantilismo e inspirador de otros muchos místicos como Juan de la Cruz (éste santo para la institución católica, aunque encarcelado por sus hermanos de la orden carmelitana, aquél condenado por hereje también por la institución católica), afirma: “No hay mayor obstáculo para Dios que el tiempo. El tiempo es lo que impide que la Luz llegue a nosotros.” (Del hombre noble) Y en el mismo sentido se pronuncian Ángel Silesio, Ramana Maharsi, Nisargadatta... y sin embargo, buena parte de nuestra cultura religiosa está aferrada al tiempo como es el caso de la doctrina de los “novísimos” o postrimerías como los llamaba el catecismo de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado (el XX).

Ya en un artículo anterior me he referido a la aportación de Kant en su estética, o doctrina sobre la percepción de los sentidos, sobre el tiempo y el espacio, dicha aportación fue la de calificarlos como dos intuiciones no (ideas) de la mente sino de los sentidos, y la de demostrar que son intuiciones de los sentidos a priori, no a posteriori, no adquiridos por la experiencia, ni por elaboración conceptual. Y por ello mismo el filósofo alemán entiende el tiempo como condición de posibilidad para cualquier concepto. Kant es de forma absoluta, como somos la inmensa mayoría de los seres humanos, totalmente dualista. En cambio la visión del tiempo y de la eternidad que ofrecemos en este escrito parte de las experiencias místicas que en sentido absoluto son no-duales, aunque sean duales en sentido relativo, de cara a la visión exterior en el mundo manifiesto. Algo que siempre hay que tener muy en cuenta.

Mónica Cavallé en su magnífico estudio sobre la sabiduría de la no-dualidad afirma que la eternidad es el fondo sobre el que vemos el tiempo. Toda visión, tanto mental como sensitiva, se percibe con relación a un fondo, pues somos duales. Nuestra percepción siempre es sucesiva, nunca simultánea y por eso lo que es fondo puede pasar a ser figura, o a la inversa, pero no podemos percibir fondo y figura a la vez. Se nos escapa, metidos como estamos en el mundo relativo, la simultaneidad, la no-dualidad de los dos polos de cada cosa, vemos lo bueno por contraste con lo malo, lo blanco por contraste con el negro, lo positivo frente a lo negativo, el frío frente al calor... Si todo fuera monocromo, si no hubiera tiempo, nuestros sentidos no podrían percibir nada, nuestra mente tampoco, pues precisamente lo que se necesita para que las cosas se contemplen sucesivamente es tiempo, duración. Una cosa tras otra. Pero nunca hemos de soslayar que el fondo está siempre presente en la figura, ambas cosas a la vez, la eternidad está siempre de fondo para conocer el tiempo. Ángel Silesio, ese gran místico en buen grado desconocido entre nosotros, llega a afirmar en su poemario Peregrino Querubínico que somos nosotros quienes “hacemos el tiempo con nuestra inquietud”. Nuestra identificación con nuestra falsa (en cuanto que relativa y limitada y la asumimos como absoluta) identidad separada es la que nos hace crear este tiempo psicológico que nos impide acceder a la eternidad, al ahora permanente, fondo sobre el cual conocemos el tiempo.

El tiempo, en tanto que duración, en tanto que es nacimiento-desarrollo-muerte no es más que la manifestación relativa de lo único absoluto: la eternidad. Y el Yo absoluto, que somos, es, no nace-se desarrolla-muere. Nosotros no sabemos ver la eternidad sino desde la perspectiva de la duración, o lo que es peor bajo la visión de nuestro tiempo psicológico que creamos cuando interpretamos que hay (también en nosotros) un pasado y un futuro, por eso nos vivimos, nos experimentamos en el tiempo.

Tan es así esto, tan cierto es que en nuestra cultura al menos, -creo que en todas-, la eternidad siempre la hemos pensado como un tiempo muy extendido, más aún, como un tiempo sin fin. Así en la liturgia de la institución católica, sobre todo en la de los difuntos, se da por supuesto esta concepción de lo eterno, como ya he señalado en artículos anteriores en los que me he referido a la resurrección y a la muerte. No tenemos más que echar un vistazo al final de todas las oraciones incluidas en el rito católico que siempre acaba con las palabras: “in saecula saeculorum” (por los siglos de los siglos); se afirma en ellas que el Hijo-Jesús vive y reina con el Padre y el Espíritu por los siglos de los siglos: una duración sin límite. Mas duración sin límite es una afirmación contradictoria, pues lo que dura nace y muere, lo que dura está instalado en el tiempo, o sea, es sucesión, y la sucesión está por propia naturaleza limitada por delante (nacimiento, comienzo) y por el final (muerte, extinción). Por ello pensar en un alma creada y a la vez inmortal es pensar una contradicción, pues lo que ha sido creado ha tenido un comienzo, está en el tiempo y por eso mismo tiene necesariamente un final.

Es aún más difícil para nosotros los occidentales liberarnos de esta concepción del tiempo, pues estamos inmersos en el gran mito (como fondo de inteligibilidad) de la historia. Para nosotros la mayor garantía para aceptar que algo sea verdadero es que haya sucedido, que sea algo histórico, cuando las grandes cosas (incluso las de este mundo relativo) ni son cosas, ni son históricas sino en todo caso transhistóricas, pensemos en el amor-Amor, los grandes Misterios (no lo ignorado) que nos superan y en los que estamos inmersos, las grandes pasiones que se manifiestan en el tiempo, pero no son del tiempo, sino atemporales... Sin duda que este condicionamiento de lo Real a lo histórico dificulta la comprensión de los mitos auténticos que son metáforas, analogías, imágenes especiales que no dicen lo que es (el Misterio) sino a qué se parece y los interpretamos como fábulas o superstición infantil, como no historia y por lo mismo como puras imaginaciones infantiles. En definitiva: no histórico=no real. Asumimos siempre la palabra mito en su significación peyorativa, pero la palabra significa tanto lo que transciende la historia, como es el Misterio y nuestra participación en Él, y la imaginación infantiloide (hoy tan de moda mientras se niega el significado pleno del mito).

Hay grandes pensadores, como R. Panikkar, que afirman que nuestra realidad relativa no es temporal, sino tempiterna, esto es, que el tiempo no es sino la cáscara que contiene en su núcleo la almendra, la eternidad y hay que penetrar la cáscara para llegar a la semilla. En definitiva, es una nueva aportación a la concepción de que la eternidad es el contraste sobre el que vemos el tiempo.

Con respecto al tiempo psicológico escribía yo lo siguiente al hablar en este blog de los sustitutos de inmortalidad que se ha ido fabricando el hombre a lo largo de su evolución (de la de su conciencia):

“El segundo sustituto es la creación de un nuevo tiempo, lineal: histórico, interminable (no nos planteamos su final aunque lo tenga), con una finalidad, con una intencionalidad, no estacional o cíclico como en la época mítica, aquel tiempo sumido en el mito del eterno retorno, un tiempo que no se dirigía hacia ningún lugar (Campbell). Aún no había aparecido la historia, pues su conciencia quedaba satisfecha con un mundo circular.

En cambio hacia el 1300 a.C. aparecen crónicas históricas, y Herodoto, padre de la historia, vive en el siglo V a.C. La reflexión sobre lo acontecido es el paradigma del pensamiento reflexivo general. Y la reflexión sobre lo acontecido y la misma reflexión en general es algo muy bueno. Pero el tener un tiempo sin límites (concretos) impulsa el apetito desatado de poder y de acumula, porque tendemos a actuar como si el tiempo no fuera a acabar. En el mundo circular no cabía el acumular, pues todo había de empezar de nuevo, pero en el tiempo lineal, el tiempo sin límites incita las actitudes de avaricia, de ambición sin que éstas puedan ser nunca satisfechas.

El ego heroico se figura que puede llegar a dominar el futuro. Egoísmo en el que seguimos atrapados hoy y que inunda la mente promedio de este siglo XXI. El hombre actual se esconde detrás de este nuevo tiempo histórico, para no darse cuenta de que la Conciencia es nuestro auténtico destino, que todo se dirige solamente hacia un lugar: hacia la Totalidad, no hacia otros fines. El cientifismo y la mentalidad empírica sensitiva ha siglos que determinaron que no existía ninguna otra Realidad fuera de lo que era su objetivo, así que preguntar por esa Realidad no sensitiva era un infantilismo, un resto arcaico de una menta mágica o mítica (infantil).”

Quizás si analizásemos con más detenimiento lo que es el tiempo, lo entenderíamos todo mucho mejor y veríamos cómo es una creación de la mente humana dual. No podemos olvidar que para los místicos la eternidad no es una opinión filosófica, ni un dogma religioso, ni algo inalcanzable, sino al contrario, algo tan obvio, tan directo que no hace falta más que abrir los ojos y mirar. Algo que “está ahí, frente a ti” (Huang Po, maestro zen).
Analicemos para luego sintetizar con más corrección.
El tiempo es sucesión, pasado-presente-futuro, un presente (llamado por los escolásticos medievales “nunc fluens”: ahora pasajero) por cierto, totalmente efímero, sólo lo es por un brevísimo instante, si llega a serlo, y sirve de conexión entre el pasado y el futuro. De hecho el tiempo está constituido en nuestra mente por pasado y futuro (los recuerdos y las expectativas). La eternidad es el no-tiempo, el llamado por los místicos cristianos medievales “nunc stans” que podríamos traducir por “momento sin límite”, como hace Ken Wilber, un ahora que no tiene pasado ni futuro, y nunca una duración ilimitada, un tiempo sin fin (como pretende la liturgia católica en sus expresiones).

La existencia para los seres múltiples en este mundo manifiesto, la vida para los seres vivos y para los humanos la consciencia de entidad separada (yo separado) es lo contenido entre el nacimiento y la muerte. Pero, esto no es más que una ilusión manifiesta, o sea, es sólo relativamente real, pura manifestación del Absoluto en lo relativo, de la Eternidad en la dualidad, en lo más auténtico y profundo de nuestra conciencia el tiempo y la multiplicidad son sólo apariencias, que nosotros tomamos como una realidad absoluta. Tanto la multiplicidad como el tiempo están compre(he)ndidos, abrazados en lo Absoluto, en lo Eterno. Sin Eternidad no tendríamos duración, no tendríamos tiempo, sin el presente pleno no puede haber sensación de temporalidad. Para el Misterio que está más allá del Absoluto, que es todo cuanto es y no-es, no existe el tiempo. El tiempo sólo existe para la conciencia (errónea) de separación, nunca para la conciencia de unidad a la que accedieron los grandes místicos, en particular para los cristianos Jesús de Nazaret, para los budistas Buda, para los taoístas Lao Tze... y muchísimos otros de toda religión (o no religión), cultura, y época.

El tiempo es el fluir del pasado al futuro, pero ¿existe realmente esto? O no existe más que el ahora. Vayamos a nuestra experiencia directa tanto de los sentidos como de nuestra mente.

Los sentidos. ¿Tenemos la sensación directa de un pasado? ¿podemos acaso oír los ruidos que había en la calle anteayer? Es claro que no, y si oímos un CD o un DVD de música lo oímos ahora, lo podremos repetir cuanto queramos, pero siempre será una audición ahora, nunca ayer. De la misma manera no podemos ver la puesta de sol de ayer tarde (si la vemos en un vídeo, la vemos ahora, nunca ayer). Tampoco podemos oler el perfume que usamos el año pasado, podemos oler el mismo perfume pero ahora, ni tocar la suavidad de una piel que tocamos en el pasado, podemos volver a tocar si la piel (el cuerpo) está presente en el momento, pero siempre será un tacto nuevo, no aquel...Lo mismo podemos decir del gusto y los sabores. En una palabra, en la experiencia directa de los sentidos no hay pasado, ni futuro, pues tampoco podemos oír, ver, oler, tocar, saborear lo que sucederá mañana, sólo hay un ahora intemporal, sin pasado ni futuro.

La mente. La impresión de que podemos percibir el tiempo con la mente es verdaderamente abrumadora, ¿Acaso no hay un pasado sobre nosotros que en gran medida determina que seamos quienes somos? Mas en realidad lo que “tenemos” ahora es memoria, sólo memoria que nos permite recordar el pasado, y además “tenemos” expectativas para el futuro con lo que de alguna manera lo anticipamos, así que “tenemos” tiempo. Esta impresión es el sentimiento que domina nuestra mente, y lo hace hasta tal punto que la Historia, como he dicho anteriormente, se ha convertido para nosotros en verdadero mito, en criterio de verdad. ¿Podemos acaso negar mi historia personal, todas las cosas que han sido en la tierra y en el mundo? No podemos negar lo que ha sucedido hace unos segundos, días, años, siglos... el tiempo no es una invención y nos lo recuerda constantemente el recuerdo, la memoria.

Mas, como dicen los místicos, ni la memoria, ni las expectativas nos dan un conocimiento ni del verdadero pasado, ni del futuro y sobre todo no lo hacen presente. Alan Wats al hablar de este tema dice:
“¿Acaso al recordar no puedo saber también lo que es pasado?... Recordemos algo. Recuerda el incidente en el que ves a un amigo acercándose por la calle... No ves realmente al amigo que viene caminando... No puedes ir a su encuentro para estrecharle la mano, ni pedirle que te responda a algo que se te olvidó preguntarle en el pasado y que ahora recuerdas... De los recuerdos deduces que ha habido sucesos pasados... Conoces el pasado sólo en el presente.”

Conoces un rastro del pasado, pero en modo alguno lo reproduces. Y ese rastro del pasado sólo existe como una experiencia presente, nunca la mente percibe algo que no sea presente, puede percibir la memoria pero no la percibe en el pasado, sino sobre el pasado, que por otra parte no puede reconstruir como he dicho. Tampoco puede hacerlo con el futuro, en todo caso puede prepararse ahora para lo venidero, y cuando esté construyendo lo venidero, éste ya no será futuro, sino presente. O sea, nuestra mente nunca ha llegado a percibir un verdadero pasado, ni un auténtico futuro, sino rastros y expectativas, que se dan en el momento presente.

Vemos, por consiguiente, que tanto el pasado como el futuro son hechos presentes. El tiempo está todo él en el presente, en ese nunc stans, en ese momento sin límites. Y la eternidad es eso, un ahora sin límites, sin nacimiento ni muerte, sin pasado ni futuro.

Es importante no confundir ese ahora intemporal, ese presente que comprende todo el tiempo con el presente pasajero, que se ha puesto de moda en nuestros días: “Vive el momento”, el “Carpe Diem” de Horacio. Este presente pasajero es tiempo y, como he dicho, efímero, totalmente limitado por el pasado y el futuro, presente que apenas dura un segundo, quizás menos, aunque nosotros lo intentemos alargar (“toda la noche por delante para divertirse”, “todo un mes de vacaciones” no digo que esta actitud sea mala, es reducionista) y nada tiene que ver con el ahora intemporal, con la Eternidad. Ésta no se desentiende del tiempo, sino que lo abraza en su totalidad. Y el místico que vive en el nunc stans nunca se verá impulsado por el pasado, ni condicionado por el futuro, pero nunca se despreocupará de ellos, pues su perfecto presente los incluye a ambos. Podemos afirmar aquí aquello de que “el místico no está en el tiempo, pero todo el tiempo está en él.”

Quiero añadir aquí una nota final sobre la visión de la identidad de “nuestro pequeño yo” que se interpreta a sí mismo en el tiempo, visión que tienen de una forma u otra todos los místicos no-duales, aunque quizás haya que destacar en esta línea a los del Vedanta Advaita hindú. Creo que puede iluminar más estas pequeñas reflexiones.

Señala Krishnamurti que nuestro “pequeño yo”, nuestro “hombrecillo interior” se compone sólo de recuerdos. Ese yo con el que nos identificamos y que ponemos como sujeto referente de toda experiencia sensible y mental, como observador de todo lo que nos sucede, nos gusta, nos desagrada, como portador de las ideas y principios “propios”, aquel al que nos referimos constantemente diciendo: yo pienso, yo hago, yo escribo, yo soy el autor, yo tengo mis derechos..., se compone solamente de recuerdos. Si alguien nos pregunta: ¿Tú quien eres? Acudimos sin más a los recuerdos del pasado (soy padre, abuelo, doctor, carnicero, profesor, barrendero, buscador...). Por descontado que recordar el pasado no tiene nada de malo, a veces nos es muy gratificante, otras todo lo contrario, pero lo problemático es que nos identificamos con estos recuerdos como si existieran con entidad propia fuera del ahora. Creemos que el recuerdo (y su contenido) está fuera de la experiencia presente, y peor aún, pensamos que el nosotros que recordamos como sujeto de dichas experiencias, también lo está. Así hemos construido el tiempo y nos pensamos a nosotros como una entidad que tiene experiencias presentes, sean o no recuerdos, pero si nos fijamos en el pasado no hay ningún observador de esas experiencias, sólo hay experiencias, el pasado es sólo recuerdo, memoria, no sujeto. Cuando yo recuerdo al José Antonio que estuvo en el seminario de Cádiz, en el ahora no hay más que recuerdo de experiencias en el seminario, en el ahora no hay un sujeto de aquellas experiencias, ni aquellas experiencias se reproducen, hay sólo memoria, no hay un José Antonio que esté dando los paseos por el patio de columnas, lo único que hay ahora es la memoria de aquellos paseos, memoria que siempre es experiencia presente, pura experiencia en el ahora, no hay en el ahora un sujeto que esté dando los paseos, ni experiencia de aquellos paseos, hay un recuerdo presente y nada más.
Este ahora no tiene límites, no está atrapado entre el pasado y el futuro. Todo es puro presente sin demarcaciones, sin un sujeto separado (puro fraude llama a este sujeto separado Alan Wats) que experimente ni el pasado ni el futuro. Y si pasado y futuro están fundidos en el presente, tampoco en el ahora puede haber sujeto separado que experimente. Solamente un Sujeto Absoluto, que lo es Todo, que juega a experimentar y que sencillamente ES (sin duración).

José A. Carmona