miércoles, 9 de octubre de 2013

CRISTO II




       ¿En qué se fundamenta nuestra fe en Cristo? Es suficientemente claro, creo, que todos los esfuerzos apologéticos de los siglos XIX y XX son incapaces de fundamentarla. ¡Los milagros y las profecías! Pobre la fe (¿fe?) que se haya de sustentar sobre los últimos descubrimientos de manuscritos (del Mar muerto o los que puedan ser), restos arqueológicos… Toûto froneîte ‘en ‘ymin ‘ó kaí ‘en Xristôô ‘Ieesoû (Fl, 2,5). Froneîte nos dice Pablo: “(disfrutad, gozad), sentid en vosotros lo (mismo, no semejante) que sintió (kaî ‘en) Jesús”. No otra cosa es la Fe: mantenerse unido a Jesucristo en la (misma) Vida. Comunión de Vida que trasciende todo tiempo y espacio. La Fe no es distinta del Amor y por eso mismo la Esperanza (teologal) es sólo de lo profundo, de la Vida. Nunca del tiempo.
               De este froneîte, de este sentid nos habla Juan en los primeros pasos, el prólogo, de su también primera carta.  
 
“Lo que existía (o es) desde el principio,
Lo que oímos,
Lo que vieron nuestros ojos,
Lo que contemplamos y palparon nuestras manos
-hablamos de la Palabra, que es la Vida-,
Porque la Vida se manifestó,(’efanerôôthee)
Nosotros la vimos, damos testimonio.
Y os anunciamos la Vida eterna
Que estaba en el Padre
Y ha sido manifestada.(’efanerôôthee)” (1Jn 1, 1-2)

            Dos veces utiliza Juan el verbo fanerôô= manifestar, aparecer aplicándolo a la Vida (eterna) que no es sino esta misma vida injertada, como está, en lo eterno. Juan tiene Fe porque sus ojos vieron, sus manos tocaron, él contempló. Esa manifestación (cristofanía: Cristo hecho patente, manifestado) una vez recibida nos convierte en hijos de Dios (Jn 1,12) y si nos transforma en hijos, nos da a la vez el poder tocar, ver, contemplar la Palabra que es la Vida (1Jn 1, 1). Esta es la Fe y su fundamento. Don, gracia. Ningún fundamento apologético, simplemente Ser, abrirse al centro, a lo que es. Experiencia inmediata y directa de Cristo, del Misterio.

               Creo que la teología cristiana no ha profundizado apenas en el hecho de la transfiguración en el Tabor, en esa luz tabórica que inunda también a Pedro, Santiago y Juan (Mt 17, 1sss y par). Con el movimiento racionalista que lo ha invadido dogmáticamente todo, y también toda la teología desde la escolástica, al Tabor lo hemos reducido a una proyección intelectual cuando menos o, en la mayoría de los casos, a una alucinación: mas ¿no será –la  luz del Tabor- más que otra visión de lo real, que responde a un nivel de conciencia que no tenemos normalmente en nuestro nivel de evolución? Sencillamente una visión sutil que escapa a nuestra racionalidad. Esta luz tabórica, que no solo transforma a Jesús, sino también a los que lo contemplan (Pedro, Santiago, Juan) es el don que nos hace ver, palpar, contemplar, es sencillamente tener Fe (insisto: no simplemente creer) y Amar (descubrir viviéndola la Unidad subyacente –en la multiplicidad-  de todo lo Real). En otras palabras, tener Fe es vivir la misma experiencia mística de Jesús de Nazaret.

               Voy a intentar una aproximación amparado en la tutela del propio Cristo y de los maestros en la Fe, sobre todo los místicos.

               Estamos acostumbrados a que el lenguaje utilizado por los escolásticos y sus epígonos sea una especie de “álgebra conceptual”, “cálculo mental” en el que la palabra expresa más o menos la cosa de forma unívoca (formalissime semper loquitur divus Thomas). En cambio no estamos acostumbrados al lenguaje místico, que no es sino un sistema de símbolos, y el símbolo, ya sabemos, sólo es símbolo para quien está abierto y en sintonía con él y con el que simboliza, aunque medie siglos entre ambos y pertenezcan a muy diversas culturas. Por supuesto, es necesaria una empatía, un estar en una misma “onda” para poder percibir lo simbolizado, mas para ello no son obstáculos ni el tiempo, ni el espacio. Las palabras son mucho más símbolos que conceptos en el lenguaje de la profundidad (a los que las ha reducido nuestra cultura cientista –incluyo en esto la teología-), las palabras son las ideas platónicas, (‘eîdos, aspecto) con toda su consistencia ontológica. Se habla mucho hoy de que la palabra es “poder”, y así se utiliza con frecuencia entre nosotros sobre todo entre la clase política, ¡y la palabra se ha convertido en un arma y la mentira en moneda de cambio! Los cristianos hemos de recordar siempre que “se nos pedirá cuenta de toda palabra inútil, descuidada (‘argón)” (Mt 12, 26). Los místicos fueron y son (por ejemplo el papa Francisco) ejemplos vivos del lenguaje cargado de Ser, de Salvación. No digamos Jesús que tiene palabras en las que hay vida eterna (Jn 6, 68).

               La mística, pues, utiliza este lenguaje simbólico que es directo e inmediato. Sin duda que acudir a sus escritos nos puede iluminar mucho en este camino en el que andamos buscando las experiencias mismas de Jesús. Teresa de Ávila –santa Teresa- tiene un poema que nos ilustra muy bien lo que se viene diciendo aquí. Alma, buscarte has en Mí. Estas fueron unas palabras que la santa oyó estando en oración y cuyo significado sometió al criterio de su hermano, Lorenzo de Cepeda quien por su parte reunió en un debate sobre el tema a varios expertos espirituales, entre ellos s. Juan de la Cruz. Cada partícipe del debate entregó por escrito a Teresa su propia opinión sobre la experiencia de la santa. Ella  a su vez contestó en una página llamada: Vejamen. Y un tiempo después escribió una poesía maravillosa de las que extraigo algunas estrofas.

                Alma, buscarte has en Mí
y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
alma, en ti retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí.
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
A Mí buscarme has en ti.
…                          
                       (Poesías, 8, Obras completas)

              Es ésta, la aquí relatada, esa experiencia mística, a la que muchos llamamos hoy cristofánica. No es una mera reflexión calculadora, matemática, lógica, sino experiencia inmediata y directa en la que lo que se busca (y se siente - páthos), nunca es uno mismo (el ego), aunque se busque en sí mismo (en el yo). No es una introspección, por muy buena y aconsejable que ésta pueda ser, tampoco es la búsqueda de un Otro que está en otro mundo (el sobrenatural), en la mera transcendencia, no es un salir de nosotros mismos, una alienación. Cristo es el Misterio, infinitamente superior a nosotros, pero también es un hombre (no sólo) como nosotros, por eso buscando a Cristo en nosotros, no buscamos nuestros egos, sino que buscamos a Cristo buscándonos a nosotros (nuestros Yoes). No nos alienamos, pero tampoco somos solipsistas.  Seremos cristofánicos, místicos. Cristo (el Misterio, el Espíritu, lo Inmanifiesto…) es nuestro más verdadero Yo.              

               Estamos hablando del verdadero conocimiento por identificación, que es la Fe.

              Fe que se hace real cuando las mismas experiencias de Jesús, el Cristo, son las que nosotros experimentamos. Se hace real cuando somos en verdad sarmientos de la única cepa. Es lo que hacen todos los que Aman por encima de toda multiplicidad. Y que hacemos cuando así Amamos.

               Son muchas las cosas que hemos de intentar iluminar con nuestras pobres palabras, pero ricas a la vez porque no son meros signos indicativos, sino símbolos (don) que comunican vida, la Vida… Seguiremos experimentando en común…