domingo, 24 de abril de 2011

REFLEXIONES SOBRE MIS VIVENCIAS

Mis vivencias de estos días de Semana Santa

Hoy, 22/4/11, es Viernes Santo. Me encuentro griposo y hace un tiempo inhóspito en Badalona -y en toda España-, por esta razón no he salido a dar mi caminata matinal acostumbrada. He estado leyendo a Vargas Llosa y a Alan Wats durante unas horas, sobre las doce del mediodía he dado un vistazo a lo que emiten en la “tele” -me duele la cabeza- y entre lo intragable para mí que dan en casi todas las cadenas he visto que en la Primera ¡reponían! “Los diez mandamientos”, película de 1956. En aquella fecha yo estudiaba en el seminario de Cádiz quinto curso de latín, tenía 15 años. Recuerdo que en el verano siguiente, durante las vacaciones, la fui a ver y quedé encantado con ella, mi “fe” salía reafirmada. Hoy he visto dos escenas, no he podido soportar más. Su teatralidad, su histrionismo y su infantilismo al escenificar los mitos me han resultado indigeribles. Las dos escenas han sido: el paso del Mar Rojo y la entrega por Yavé a Moisés de las Tablas de la Ley.

¡Los mitos! Ya en algún artículo anterior he hablado un poco de ellos, de su sentido exotérico (exo=exterior) y de su sentido esotérico (eso=interior). ¡La lectura lineal de los mitos que tanto ha entorpecido, y lo sigue haciendo, la evolución de una auténtica conciencia o lo que es lo mismo del Espíritu! Hablando en clave “católica”, estamos en el núcleo mismo del año litúrgico, con multitud de “procesiones” masoquistas en las calles de la geografía española -cuando lo permite la lluvia-, hemos estado desde los primeros siglos de nuestra era leyendo la Biblia -un libro de mitos mucho más que histórico- en pura clave exotérica, como libro que da respuestas, que es “la revelación de Dios” a los hombres y por tanto libro definitivo y nunca como punto de partida, como pura señal indicativa hacia... Con ello hemos ido alimentando una creencia que a base de tanta repetición se ha convertido en verdad incuestionable para nosotros y nos hemos olvidado totalmente de la FE. Aclaro esto.

La religión católica, como toda religión, además de producir separación - católicos y no católicos, los buenos y los malos, los creyentes y los ateos...- es un sistema de doctrina y de moral, con unos símbolos incorporados, al que se ha de permanecer fiel, si no se quiere caer en la condenación, en la excomunión. La religión católica como institución que es, exige lealtad a sus doctrinas y mandamientos. ¡Se llama fe (católica) a la doctrina! Uno es comprometido siempre a permanecer en el Catolicismo (¡en la verdadera fe!). Las ideas nuevas han de ser digeridas desde esa doctrina y moral que se autodenominan evangélicas, cuando el evangelio cronológica y ontológicamente es anterior y superior a la doctrina. Así, la creencia es llamada fe y confundida con ella, y la esperanza que es la energía que surge en la duda y desde la duda, pierde todo su sentido. La creencia es seguridad: “yo no me fío de mí, sí de la iglesia que no se equivoca y que me dice lo que Dios quiere de mí”. La creencia es afirmar siempre lo que me dicen sin contraste alguno con la profundidad del Misterio que somos, que es la persona, la sociedad, el Kosmos. “Yo seguiré siempre creyendo en Cristo”, o en Alá si soy musulmán, o en Buda si budista, o en Brahman si hinduista... ¿Y dónde queda el hombre y el Misterio, el Sacramento, la Profundidad, la Realidad de Vida, lo Transpersonal? ¿Que la religiosidad ha de ser expresada por medio del una religión concreta? Sin duda, pero no por medio de una religión institucional, sino por la comunión en el Amor. Yo me vivo cristiano y Cristo es el Misterio, y para vivirlo tengo como punto de partida (no exclusivo) a Jesús de Nazaret, sus vivencias, realizado a través de y en mis experiencias sensitivas, intelectuales, contemplativas... vividas con todo el riesgo que supone la vida, y en concreto la humana, en esta relatividad en la que soy.

Sin ningún género de dudas que toda forma religiosa tiene multitud de cosas buenas, no hace falta sino ver la historia de Occidente en los últimos milenios, mas no quiero perder de vista este horizonte negativo de separación que hay en toda institución religiosa, pese a la muy buena voluntad de todos los que intentan desde una actitud religiosa institucional llegar a la tolerancia. No olvidemos que la tolerancia, con ser buena, no es aún comunión y menos conciencia de identidad. Quiero advertir de nuevo, cosa que ya he venido haciendo en este blog, que no estoy hablando de que lo malo sea bueno, de que todo sea igual. Estoy hablando de la transcendencia de lo dual, del horizonte que supera lo bueno y lo malo, que supera toda forma religiosa para hacerse Misterio. En él no se da dualidad alguna. Ese Misterio del que Pablo dice: pánta anakefalayósein en to Xristó: Caer en la cuenta de que en Cristo, no un individuo histórico, en el Misterio y Sacramento todo es Uno. Posiblemente las palabras de Pablo tengan un cierto matiz histórico, distinto al que yo le estoy dando; (basta con leer detenidamente la carta de los Romanos) él como todo individuo, fenómenos múltiples del Uno, tiene su momento, su espacio, su cultura, su percepción del Mundo... pero más allá de todo ello está la persona, la identidad. Religión es la experiencia de lo Divino, no una colección de dogmas, preceptos y ritos, no una serie de palabras o ideas, sino experiencias abiertas, sensaciones y barruntos... (En una noche obscura... Entréme donde no supe/y quedéme no sabiendo/toda sciencia transcendiendo... Aquella eterna fonte está escondida,/que bien sé yo do tiene su manida,/ aunque es de noche...).
Sepamos que esos dogmas... en algún momento nos pueden servir, o haber servido, como nos sirven los euros, pero no se han de comer, no los podemos hacer carne y sangre nuestras. Quien optara por comerse los euros, en vez de comprar comida con ellos, sería muy semejante a quien hiciera del dogma... su religión, nunca se alimentaría, nunca tendría FE, sí creencias. Las religiones pueden ser señales, sólo señales, nunca el camino... Por supuesto que sin señales podemos perdernos muy fácilmente en el camino, pero también es cierto que quien quiera recorrer el camino no lo hará si lo que hace es intentar caminar por la señal. No caminará, se ha de hacer por la carretera, no por el dogma, por la vivencia.

Hasta aquí escribí el Viernes Santo. Hoy es Domingo de Resurrección, 24/4/11. ¡Cuántos recuerdos del pasado! ¡Las misas pontificales en la Catedral de Cádiz! La repetición constante de la afirmación: “Cristo ha resucitado” en la que Cristo queda totalmente identificado con el personaje histórico Jesús de Nazaret. La aparición del libro de Durrwell: La resurrección de Jesús Misterio de salvación. Cuando apareció el libro ya estudiaba yo en Salamanca (1962), allá en la facultad de teología causó una verdadera revolución en el pensamiento teológico de los estudiantes. ¡Siempre se había hablado de la redención (salvación) por los méritos de (Jesús) Cristo en su pasión! Se consideraba la resurrección como un apéndice, eso sí glorioso, de la pasión. Comienza la introducción al libro con estas palabras: “En tiempos no muy alejados de nosotros, la teología disertaba sobre la redención de Jesucristo sin mencionar siquiera su resurrección.” Comenzaba para muchos, muchísimos, también para mí una nueva etapa en mi visión de la salvación.

Recuerdo que en más de una ocasión, en mis conversaciones con los amigos y compañeros de Cádiz, me quejaba de las “procesiones” de Semana Santa, aún antes de que apareciera el libro de Durrwell. Decía yo entonces, finales de los cincuenta, que eran tremendamente masoquistas, que se refocilaban en la recreación morbosa de los padecimientos de Jesús, ignorando completamente la exaltación de la Resurrección. Mi sentido crítico apuntaba. Hoy se ha lavado un poco la cara a los llamados ¡misterios de penitencia!, se finaliza con la “procesión” de la Resurrección, pero la “fe y devoción” -palabras que se utilizan en los medios de comunicación- que se expresan en las mismas sigue siendo neolítica, agraria, mágica y no simbólica, menos aún transimbólica. Es la tradición, nos dicen. Es realmente curioso como llamamos tradición a la simple costumbre, aunque sea malsana o inmoral, a lo que se suele hacer sin otro fundamento que “porque se suele hacer”. Es cierto que la Tradición juega un papel importantísimo en la doctrina de la institución católica. No voy a hablar de la doctrina, ya lo he hecho, sólo un apunte sobre la Tradición (del latín tradere = dar, entregar). Llama Tradición le teología ortodoxa a aquello que se transmitido como fe (¡cuerpo doctrinal ortodoxo!) por los (santos) Padres, los Concilios Ecuménicos y la fe del Pueblo a lo largo de los casi dos mil años de historia del catolicismo. Pero, no toda tradición es verdadera o válida, la interpretación de la verdadera Tradición la tiene la institución, sobre todo el papa. No piensan lo mismo todos los cristianos no católicos.
Creo que es muy importante recibir el legado, recibir los talentos (la riqueza) como dice la parábola, pero no hay que quedarse en ellos, hay que ponerlos a trabajar, transformarlos (convertir los billetes en bienes inmuebles, muebles, capital...) para que produzcan. Es imprescindible que recibamos la vida de nuestros padres, vida humana, que recibamos un cuerpo humano, una psique, un pneuma (la fe que ha de tener un mínimo de doctrina quizás según qué culturas), pero el bebé que se quede en lo que recibió se convertirá en algo monstruoso. Aquel “nihil innovetur, nisi quod traditum est” visto con perspectiva de la tradición, de la Historia, es una aberración. El bebé que recibió el cuerpo, a los treinta años lo tiene que haber desarrollado en la línea del cuerpo humano, no por puro desarrollismo como sucede con un cáncer. A los treinta años hasta las células del cuerpo se han cambiado varias veces, la mente del bebé no puede ser infantil y su pneuma ha de vivir con el Espíritu. ¿Mantener la fe es mantener los símbolos, las ideas, las mismas palabras que en el Medievo, por ejemplo? ¿O la fe ha de ser el desarrollo de aquel germen inicial, al que la institución -hipócrita en sus palabras- llama plenitud, ha de ser el mantener la Vida sin ahogarla con escayolas-dogmas?

Además hay cosas que están mantenidas como nucleares en la fe (no FE) por la tradición y que las escrituras fundantes (sagradas) (los evangelios, por ejemplo) no contienen en modo alguno. El mismo dicho de Benedicto XVI hoy “Vivid en la alegría... de Cristo resucitado”. Llevamos los cristianos en general y los católicos en particular muchos siglos afirmando: “Cristo resucitó”, como ya he dicho. Recuerdo que durante decenas de años yo lo he afirmado con toda la entrega de mi corazón. Pero, si vamos a los evangelios podemos comprobar que lo único que se afirma es que algunos afirman que vieron “vivo” a Jesús – a quien no les resultaba fácil reconocer: Emaús, Tomás, Magdalena... – después de que hubiera muerto en la cruz y hubiera sido enterrado. ¿En qué se fundamenta esta tradición nuclear? En la Tradición. Tradición, se nos dice, que está inspirada por el Espíritu Santo para entresacar las verdades de fe contenidas o meramente apuntadas en las Escrituras. Y es la iglesia = institución quien puede determinar la verdadera Tradición. Pero lo curioso es que esto lo dice la misma iglesia-jerarquía que se dice fundada por Jesucristo, que se auto-autoriza. ¡Yo lo digo con la autoridad de Dios, porque Él fue quien me fundó, y digo de forma infalible que me fundó porque tengo la autoridad de Dios! ¿Petición de principio? ¡Dios -Cristo - me fundó y me hizo infalible, y puesto que soy infalible afirmo, sin lugar a dudas, que Dios me fundó!

No tenía pensado escribir esto. Me ha salido. Pensaba escribir un apunte sumarísimo sobre “Cristo resucitado”.
Ya he repetido en este blog que la Biblia es un libro de mitos, no una historia. En todo caso sería una historia novelada, curiosa, interesante, iluminadora y profundamente mistérica a mi entender. Pero, una historia de mitos. Y el mito central del cristianismo es este:
Cristo ha resucitado”, “La muerte no tiene poder sobre él”, “Creo en Dios... y al tercer día resucitó de entre los muertos...”.

Hoy estoy fascinado por el tremendo Misterio que encuentro tras estas expresiones. Y me encuentro entristecido a la vez, quizás indebidamente, porque el cristianismo ortodoxo -el enormemente mayoritario, casi exclusivo-, en el que yo he vivido, lleva milenios, o casi, cogiendo el rábano por la hojas. José Antonio Carmona es una manifestación infinitesimal, una insignificancia al lado de la multitud de creyentes que han creído y creen en el mito de que Jesucristo, Jesús muerto, resucitó. Sí, millones y millones de personas han creído y creen en el mito, ignorando totalmente el Misterio que el mito esconde, vela, apenas deja entrever. Yo no soy nada, pero me uno a una cantidad de místicos -sin apellidos, sin confesiones religiosas dualistas- que viven, incluidos los de los tiempos pasados, en el Misterio. De la almendra hay que comer la pulpa, la semilla: el Misterio, no la cáscara: el mito. Pero los estómagos humanos se acostumbran, los hombres nos agarramos a un clavo ardiendo.
¡La seguridad! ¿Dónde la ponemos?

Ya he hablado del mito exotérico (exterior) y del esotérico (interior). Estoy diciendo lo mismo: mito = exotérico, Misterio = mito esotérico.
Non est hic resurrexit”. “anástasis”. La expresión verbal del Misterio contenido en el mito es imposible para el hombre, de ahí que ni la palabra griega anástasis, ni la latina resurrectio, ni la castellana resurrección... puedan manifestar lo que hay tras ellas, lo que se vive y experimenta, solamente pueden ser una señal que nos indica la dirección, no la Realidad. El mito es un intento de manifestar a “los otros” -en este mundo relativo- lo contenido en el Misterio. Ese intento ha de cambiar necesariamente con la evolución de la conciencia, no se pueden mantener ni los conceptos, ni las palabras. Para los griegos anástasis significaba levantamiento o erección, para los latinos resurrectio, volver a salir, hoy nosotros a resurrección le damos el contenido de alcanzar una vida nueva y plena (para muchos equivale a volver a vivir), una buena ilusión en la que apoyarnos en “este valle de lágrimas” que reza la Salve (hermosa expresión de un pesimismo inconciliable con la resurrección).

El mito externo de la resurrección ha existido en otras religiones, por ejemplo Osiris entre los egipcios, Mitra entre los persas (del que se han recogido muchos vestigios en el catolicismo)... En nuestros días, como ya he dicho, sigue creándose el mito de la resurrección de sus ídolos entre muchos fans, de todos es conocido el de la resurrección de Elvis Presley. Y en todos subyace, pienso, el mismo Misterio oculto, experimentable para el pneuma, inefable, deseado de una forma u otra por todo hombre. La misma Realidad o Vida “que llega hasta la vida eterna (Juan, 6)”. Vida de la que Jesús era consciente pues hablaba un lenguaje que los otros no hablaban: de su interioridad.

Ese mito externo consiste en “creer”, (no en tener fe que es experiencia del Misterio, que es percibirlo -visión profunda y secreta como dice Juan de la Cruz-), que el personaje histórico Jesús de Nazaret resucitó: volvió a este mundo después de muerto disfrutando de una vida que no conocemos pero esperamos conocer. El Misterio es vivir cada día la Vida que transciende el tiempo, percibirla -no creerla-, ser el Cristo. Tener esa experiencia que Jesús de Nazaret como personaje histórico tuvo, Vida que Cristo es y que las palabras no pueden expresar, pero que la conciencia no condicionada por ideas, ni símbolos, ni lenguajes, ni creencias... percibe que es. Es experimentar, por decirlo con un mito de hoy, la experiencia que tuvo Jesús, no otra similar sino la misma, la experiencia que llamamos Cristo. No repetimos la experiencia, nos injertamos en ella pese a nuestra temporalidad, dejamos que brote a través de la carcasa de nuestro yo . Experiencia que, por ejemplo, yo vivo, como he dicho en mi escrito anterior, cuando juego con mis nietos o muchas veces mientras estoy dando las clases gratuitas a personas mayores que no tuvieron oportunidad de estudiar, y más veces... Experiencia que es Amor, ese amor que no es personal -la persona no es el último eslabón de la evolución- ni impersonal, ese amor que es amor -no lo que sentimos y llamamos amor-, que la mente no puede definirlo, ese amor que es su propia eternidad, lo supremo, lo inconmensurable (A. Huxley).

La palabra mata, dice Pablo, el espíritu vivifica.
Creemos en el mito, cuando afirmamos que Cristo resucitó y a Cristo lo identificamos absolutamente (Jesús es Cristo, pero el Cristo no es sólo Jesús) con el personaje histórico, Jesús de Nazaret. Entonces estamos creando dualidad, exclusión, un aparte, pero si vivimos en el Misterio (aquella dimensión que Krishnamurti llama: realidad creadora), si vivimos lo esotérico de la resurrección, Cristo transciende a Jesús -pese a la iglesia católica-, Cristo es la experiencia de Vida del Kosmos que en la humanidad se manifiesta de forma autoconsciente.

No pretendo ni siquiera ser una señal para nadie. Sólo escribir una reflexión sobre lo que estoy viviendo.

José A. Carmona

domingo, 17 de abril de 2011

MI EXPERIENCIA DE ABUELO

JUGANDO CON MIS NIETOS
(LAIA Y PAU)

No pretendo convertir en universal mi experiencia individual de los ratos que paso jugando con mis nietos, pero por lo que respecta a mi experiencia personal no puedo menos que afirmar que ya lo es. La experiencia de la persona, en su esencia, es universal. Quizás podríamos considerar que lo individual es algo clausurado, cerrado a lo “otro”, en cambio la persona es relación, apertura, Ser que es “Uno en todo y en todos”. “Mi” experiencia es mía, en cierto modo intransferible, pero ese “mi” es solamente el vestido con se cubre “la” experiencia que “Yo” soy y en la que “yo” soy. La experiencia esencial.
Sin necesidad de profundizar en una meditación reflexiva, si cupiera esta combinación, pues la meditación -contemplación- por sí misma ya excluye toda reflexión -racionalidad-, tenemos en nuestras vidas multitud de ejemplos de la diferencia entre lo individual y lo personal. Los sentimientos, pongamos por caso, (afecto, devoción, antipatía, alegría...) son comunes a todos los humanos, también a los animales sensibles, existen -los sentimientos- en todos los hombres y tienen en todos la misma esencia, no así su forma cultural -el vestido con que son presentados-, expresada en función de la historia y forma de vida de cada pueblo. El dolor por la pérdida de un hijo de una madre es el mismo en una madre española, hindú, japonesa, nigeriana..., la expresión de dicho dolor varía. Por ello, pienso que las experiencias de beatitud que tenemos los abuelos cuando jugamos con nuestros pequeños nietecitos es una sola experiencia compartida -expresada de posibles formas distintas- por todos.

Soy consciente de que no sólo he afirmado que la experiencia sea común, sino que nosotros somos esa experiencia, que no somos los sujetos de las mismas que es lo que sentimos, lo que percibimos. Esto es algo que no voy a tratar aquí. Ya lo he hecho al hablar de la no-dualidad. ¡Nuestro pecado original: la sensación -engañosa- de que estamos separados, de que no somos “el otro”, la falsa conciencia de identidad separada!

Quiero advertir que cuanto voy a decir, que será poco, aunque profundo en -intensidad de- Vida, es meramente relativo, necesariamente conceptual y por lo mismo descriptivo de algo que nuestra mente no puede penetrar.

Hace ya más de un año escribía yo un pequeño poema con el que quería contar el trayecto de mi vida recorrido hasta ahora. Dentro del mismo, al llegar a narrar el nacimiento de mis nietos decía:

En este otoño florido
de mis años, ya espesos,
casi sin yo esperarlo,
ha cuajado un fruto nuevo
que LAIA tiene por nombre
y es la luz de sus abuelos,
luz que va iluminando
estos mis pasos terrenos
con su presencia y su vida
con sus lindos balbuceos.

Hoy, saturados mis días,
ha nacido un brote nuevo
de la vida de mi hijo,
que es mi carne, sangre y huesos.
La Paz con su nombre siembra
porque “PAU” lo llamaremos,
y porque es para mi vida
del Misterio nuevo centro.

Con él se ahonda en mí mismo
la plenitud de un Silencio
que perforando mi alma
me conecta con los Cielos.
Porque en mi espíritu vive
ese Amor a mis dos NIETOS:
hermosa Meta en mi vida,
que es Camino y Sacramento.

Y efectivamente, cuando juego con ellos mi vida se hace Camino y Sacramento. Se hace pura Beatitud, pura Felicidad atónita, boquiabierta, cómplice..., puro Juego inútil (sin utilidad extrínseca) cargado de sentido, limpia Libertad sin límites, Sonrisa del Ser, Misterio de Gozo en el que me zambullo con la seguridad de que no existe el riesgo, esplendorosa Resurrección que me introduce por momentos en la Vida allende el tiempo.
Cuando mi nieto Pau -diecisiete meses- me abre sus bracitos para rodear mi cuello y me llama ¡yayo!, cuando mi nieta Laia -cuatro añitos- me dice al despedirme con un beso: no te vayas triste, ¡hombre! Mi alma deja de existir -y no es mera expresión exagerada- pues percibo en lo más hondo de mi ser, que estoy saboreando la Vida, que estoy degustando lo Eterno, que lo temporal es nada más que el papel que envuelve el caramelo, que el Amor, en su forma temporal y concreta, lo percibo en el cuerpecito, en las palabras, en las miradas de mis nietos. Estoy percibiendo que mi alma es sólo el canal que conduce el “agua de la Vida” (evangelio y cartas de Juan), el instrumento utilizado para la Comunión del Misterio, que apareciendo concretado en mis nietos llega hasta lo más profundo de mi yo, hasta mi “Yo”. Mi yo, José Antonio, es solamente el dedo que me señala hacia “el interior”, la ola que el viento forma en el mar, pero no el agua que es la esencia de la ola. Mi yo es tan sólo el tiempo que recubre la experiencia que tengo con ellos, el tiempo en el que se me da la Eternidad del momento.
Sencillamente con ellos soy Feliz. Más aún, soy Felicidad, juntos somos Resurrección.
¿Qué abuelo no puede decir lo mismo? Sin duda alguna se trata de una experiencia universal. Es más, única e idéntica en toda la humanidad. La Resurrección es propiedad del SER y de sus manifestaciones.
Jugar con mis nietos es lo más espiritual que hago en mi vida, considérese como se considere lo espiritual. Es la inmersión lúdica en el Misterio.
Es cierto que no es lo único espiritual-consciente en nuestras vidas -¿hay algo que allá en el fondo no lo sea de alguna manera?-, es cierto que no se ha de desmerecer la tradición que nos habla de las prácticas espirituales, pero si lo espiritual es Amar -que lo es-, o sea, re-cordar (abrir más el corazón, hacerlo más grande) que somos UNO, que la multiplicidad es sólo apariencia, en mis nietos encuentro el Amor sin límites, sin reduccionismos, sin esfuerzos. Me fundo en ellos y con ellos. Con ellos la VIDA sencillamente BROTA. En ellos todo es Inútil, puro Juego, puro Gozo, no separación, Resurrección eterna en la que no hay tiempo.
Jugar con mis nietos es la transformación de Plenitud más maravillosa en la que el Espíritu se alegra. Es, diría un clásico, la plegaria más fecunda que se eleva desde la tierra hasta la tierra misma para fecundarla en el Amor. Pura Presencia del Espíritu que somos y en el que somos. Cristo resucitado.
En su día intenté que la palabra fuera vehículo transmisor de esa experiencia que soy, y escribí:

ÉXTASIS
(La experiencia de vivir encuentros largos con mis nietos: LAIA Y PAU)

Desdibujando sus límites,
incierto mi yo al amarlos,
trasminan mis senderos, libres,
dos brotes de luz
que en mis huesos refulgen,
y mi interior alumbran con sus voces del Origen.

Temerosa al tocarlos
mi carne ya vencida y victoriosa
en su diálogo con los días,
se transforma en esperanza,
en vida
que en mis nietos renace virgen.

El lenguaje de mi Laia,
lúcido eco de su apertura al Todo,
atraviesa mis sentidos y me dispone
a una comunión más allá de las palabras.

La ternura que mi Pau con su cuerpo me transmite,
al abrazarlo entre besos,
es presencia insobornable de
lo que travesando los sentidos
anida en su corazón, sonrisa en la piel.

Amordazado a la palabra
mi pobre yo se rebela.
Mi razón no conoce, mi inteligencia se seca...
Pero, mis nietos, en mí fundidos por Amor,
se hacen caminos que sólo transita el Fuego.

José Antonio Carmona