lunes, 15 de abril de 2013

Mi FE (continuación...5º)






Hablar de la FE no tiene límites por la sencilla razón de que la FE no tiene un objeto que pueda ser limitado. Es una actitud de la persona, una experiencia de lo no-dual. Estamos tan acostumbrados a dividir, a contar, a calcular que nos parece imposible que no se pueda hacer pero lo cierto es que todas las dimensiones internas son no cuantitativas, son no mensurables. Al final de este escrito hablaré de mi testimonio de FE en el que me referiré a ese objeto de la FE.

Ahora quiero desarrollar, al menos muy brevemente, la relación Justicia – Justificación – FE por una parte y por otra la relación FE – Esperanza. Terminaré con un breve testimonio de mi FE, añadido al que hice en mi segunda entrega. Con ello pienso dar por zanjado este tema. ¡Necesitamos poner límites!


            Justicia y justificación


La FE es un conocimiento amoroso, un conocimiento repleto de amor. La FE a la vez que conoce ama, quizás mejor, porque conoce ama, y porque ama conoce. Y el amor no condena, sino que ve y compadece (que no es tener lástima de, sino sentir junto con, vivir junto con). Lo que para la razón aislada podría ser objeto de condenación, para el amor lo es de compasión. Por ello la FE implica que la justicia sea fruto del amor y no de la simple razón. Diría en otras palabras que la justicia, toda justicia, incluida la política, la legal… ha de ser “agápica y erótica”, esto es, nacida del amor comprensivo y del impulso creador. De lo contrario lo que tendremos como mucho será una fría Ley del Talión, algo disfrazada a lo más. A nuestra civilización, tan avanzada en otros aspectos, le falta fe, mucha fe, no digamos ya FE. Como he dicho en reiteradas ocasiones la Modernidad hizo un flaco favor a la humanidad en este aspecto, aumentado en gran medida por una buena parte de la Postmodernidad con sus nihilismos absurdos, en otros hizo  mucho bien.

No estoy hablando de la separación de poderes en el Estado, sino de la falta de FE en los hombres. Precisamente esta FE madura lleva a la conciencia la necesidad de la diferenciación –que no es separación- de las dimensiones del Ser interior y exterior tanto colectivas como individuales. Y por consiguiente de la diferenciación de dominios. La FE pertenece al dominio del oculus contemplationis.

Y si ha de ser agápica y erótica –amorosa y creativa- no castiga. Eso dice el evangelio: “No juzguéis y no seréis juzgados…”(Lc 6,37)”Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os odian…”(Lc 6,27) sin olvidar que también dice: “Sed prudentes como serpientes…”(Mt 10.16)  y aquello de “¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que se debe hacer?...” (Lc, 12,57). El amor, y por lo mismo la FE, no se opone a un juicio prudente, sino a cualquier condena. 

La teología ha escindido la justicia y la ha dividido en una parte humana y otra divina, la humana es simple justicia política, la divina es justificación (dikaiosýne). Con la cual ha dividido al hombre y ha destruido la FE, quedándose solo con la fe (minúscula). Es de algún modo explicable, pues esa justicia, de la que habla siempre Jesús por cierto, es tan difícil que reine en la tierra que las espiritualidades desencarnadas del Medievo reservaron la justicia-justificación (dikaiosýne) para después de la vida terrenal. Cayeron en el despropósito del que más tarde la propia institución eclesiástica acusaron, entre otras muchas cosas, al modernismo: separar cuando lo que hay que hacer es distinguir. No se puede confundir lo material con lo espiritual, los poderes públicos con la función religiosa, “el cuerpo con el alma”, pero… ni son lo mismo (identificación), ni están separados, sino que son los dos polos de una sola realidad en armonía. Y la Realidad es no-dual, es tensión y equilibrio entre las facetas.

El hombre de FE vive esta armonía interna y la manifiesta en su exterioridad, sus actos son puro conocimiento amoroso, ingenuo (en su sentido etimológico: natural, puro, no contaminado). Es fruto de la percepción del tercer ojo que transciende la corteza de lo que es. Su fruto es la paz, interior y exterior. No hay una dualidad, sino sólo la paz y su fruto es la justicia, pues únicamente en un entorno de paz puede florecer la justicia, que es la armonía del ser. Por ello entiendo que la violencia, del tipo que sea, está muy alejada de la FE. 

Esta justicia no es algo distinto de la justicia política, o la justicia de los hombres, es toda y cualquier justicia, que nunca acaba de estar presente en este mundo manifiesto. Lo cual es motivo mayor para hacer aquello que dice el obispo de Hipona: “donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”. Nuestro impulso vital de hombres que no tenemos FE es actuar con violencia, y justificarla. El hombre de FE transciende ese impulso primitivo y actúa amando, perdonando, muriendo... pero no matando.

No veo que esto sea un pacifismo porque sí, sino una exigencia de transcendencia en las apariencias que constantemente han de ser transformadas. No es ausencia de guerra lo que digo, sino presencia de amor ¿ingenuo? Sí, ingenuo, o sea, puro (amor).


FE y ESPERANZA


La esperanza la entendemos como una proyección hacia el futuro, una confianza en que después de la muerte (porque antes…?) todo cambiará, habrá una vida nueva, una recompensa o un castigo… Así se entiende igualmente en los aspectos sociales, laborales, políticos…, en los hombres, desde los más religiosos a los no religiosos (ateos, marxistas, científicos…) todo queda siempre proyectado para el futuro, para un mañana mejor. Y esto es bueno y necesario pero no suficiente. La temporalidad solamente puede ser vivida en el presente. El presente en la temporalidad es siempre una puerta abierta. Creatio in fieri.

En los manuales académicos de la teología escolástica, que hemos estudiado, al final siempre se estudiaba el tratado “De novissimis”, la Escatología (‘´esjaton): lo más remoto. Y la mentalidad cristiana media siempre ha estado pensando en una mejor vida después de la muerte. Todo apoyado en mitos de origen abrahámico o medieval. Hoy este tratado se está quedando sin contenido casi (juicio, infierno, gloria). Hay en todo ello mucha proyección hacia un futuro temporal, y entre tanto permanecemos “in hac lacrimarum valle”. Servía para incentivar la Esperanza.

La palabra griega que la traducción de los LXX utiliza para expresar en griego el doble significado que le daban los hebreos: aguardar y confiar y que nosotros traducimos como Esperanza, es “`elpízein”. Es bueno saber que la mentalidad griega no ponía, como los hebreos, el futuro en la confianza en un Dios, sino en la “promêtheia”, esto es, en juzgar sensatamente el presente y actuar en consecuencia (prudencia). El pensamiento religioso ha vivido colgado de un dios providente,  pero de un dios mágico y mítico que es en gran parte una creación de nuestra mente objetivante.

La esperanza, entiendo, no es vivir colgado del Misterio sino vivir integrados en el Misterio. El hombre de FE no vive colgado de Dios, sino que se sabe Misterio y en esa profundidad vive. Ante todo quiero destacar una cosa, la esperanza, llamada teologal, no puede ser de un futuro que no es, sino que ha de ser una profundización en lo “que es”, utilizando un término de Krishnamurti. Jesús nos invita a vivir el presente: “Mirad a los pájaros del cielo: ni siembran, ni siegan, ni almacenan…” (Mt 6.26). “Mirad cómo crecen los lirios del campo, y no trabajan ni hilan…” (Mt 6, 28…), no nos invita a ser unos haraganes ociosos sino a vivir como lo hace la naturaleza, injertados en el presente. Él no vivía colgado de un Dios providente (mago universal), como se han aplicado estos textos evangélicos muchas veces, sino en comunión íntima con el Padre. Vivía totalmente la profundidad. 

 Los filósofos ya han distinguido sobradamente el presente como nunc fluens (el ahora pasajero) y como nunc stans (el ahora que no pasa). La esperanza es ser en el nunc stans. Cuando miramos las cosas con la profundidad del tercer ojo nos damos cuenta de que todo lo temporal es también atemporal (eterno). No se ve esto haciendo una reflexión puramente mental, pues la mente es en su misma estructura temporal, sino aplicando la mente a las experiencias contemplativas, de muchos, para poder mostrar en palabras por dónde va “el camino” hacia el tercer ojo.

 Un breve apunte: el futuro, que no es simplemente temporal sino también atemporal o eterno, siempre propuesto como aspiración de lo humano (cielo, paraíso obrero, estado bienestar, la historia…) no es más que aquello que ya de alguna manera es, porque será. Aquello que nunca llegará a ser no es futuro, en todo caso sería futurible, no es. Pura imaginación. Ese futuro en tanto es válido en cuanto que llegará a ser, en cuanto que algún día dejará de ser futuro. Igualmente hemos de decir que el pasado solamente es pasado cuando alguna vez fue presente, si no, no es pasado. En definitiva se trata, pues, de distintas visiones de una sola realidad presente, de una realidad que es no-dual con dos caras una aparente (que aparece) el tiempo que pasa, otra no aparente (no manifiesta) el presente que no pasa (no tiempo). Esta percepción la plasmó Panikkar en el neologismo: tempiternidad (tiempo i eternidad). La Realidad viene a ser como una almendra: la cáscara (el tiempo) la envuelve toda, pero solo es almendra (y la cáscara es cáscara: envolvente), porque hay pulpa.

El hombre de FE palpa la dimensión de profundidad, la dimensión de presente bajo toda realidad. Y por ello su Esperanza es firme, tan firme que se apoya en roca (Mt 7,24-25 y par). Así la tríada FE –que contempla el Misterio, ESPERANZA –construida en lo Real, AMOR –que abraza lo Existente se funden en una sola realidad mística, contemplativa, en una perichoresis sin tiempo, más allá del individuo. Somos personas, o sea, no meros sujetos de derechos y obligaciones, sino abiertos a…


Testimonio de mi FE


Yo creo, o sea, apenas tengo creencias –pienso-, tengo fe-FE.

Hoy por hoy no necesito formular mi fe-FE, posiblemente en tiempos pasados hubiera sido indispensable hacerlo con “sus posibles consecuencias, quizás terribles”, pero la fe no es una doctrina, mi fe-FE hoy no es una doctrina. Mi fe-Fe se manifiesta en mi vida, en mis pensamientos, en mis opiniones. Pero, ojo que estas manifestaciones no son mi fe-FE, no son la fe-Fe, solo son manifestaciones de la misma. No las subamos de nivel.  

En el momento en que me pongo a escribir, la estoy manifestando. Pero no es una doctrina, ni tiene un objeto, por la sencilla razón de que El Cristo no es un objeto, ni una doctrina, ni una cosmovisión, por la sencilla razón de que el Misterio no es un objeto, de que el Todo (incluida la Nada) no es un objeto. El objeto pertenece al dominio del pensamiento operacional formal, nunca al de la FE. Tampoco puede tener un objeto porque la fe-FE es un diálogo que llega a la  fusión, a la identidad (de la que ya parte: perichoresis) y el diálogo no se puede establecer con un objeto, sino con la persona, con el Misterio (que es persona y transcendida: transpersonal).

Mi fe-Fe es cristiana como he mostrado, pienso, suficientemente en el escrito sobre mi identidad cristiana en este blog. Por descontado que creo en el Cristo, pero no me basta con decir que el Cristo es Jesús de Nazaret, si yo no me fundo en las mismas experiencias de él (toda la carta a los Colosenses y citas evangélicas anteriores en este escrito). Esto no implica aceptar una visión arcaica y trasnochada del mundo, ni de la ciencia, ni de los movimientos sociales, ni del sexo, ni de la economía, ni de la fe, ni de la esperanza… ni, por descontado, de determinados “dogmas doctrinarios”, ni de la misma realidad histórica de Jesús. Implica, en cambio, ser persona, no individuo, estar abierto y no ser estúpido, abrazar y no excluir, viviendo lo que Jesús vivió: “No he venido a ser servido, sino a servir…”. (Mt 20.28) 

Soy un hombre inmerso en una cultura, a la que no idolatro, pero a la que amo. Una cultura con una herencia larga en la historia, nacida, lo afirma -como la mayoría de las culturas- “in principio”, con un enorme peso abrahámico y eclesial. No puedo prescindir de ella, ni lo quiero, a través de ella me expreso, pero mi fe-Fe, mi ESPERANZA, mi ‘AGÁPÊ no se apoyan en la misma.  


            José A. Carmona
            carmonabrea@yahoo.es