sábado, 14 de diciembre de 2013

NAVIDAD






Silencio en el Misterio

que es el Origen.

Explosión sinfónica

de las maravillas del Kosmos.

Amoroso perdón

a los odios superados.

Anhelo que rompe

la rutina de la tierra.

Viento de Plenitud.



Logos que se expande

creador del universo

que nace...

        ...naciendo cada día.

Luz que inunda en su Vida

los fríos de la muerte.

Cáliz que recoge en esperanza

la sangre que los hombres derramamos.



Abrazo del Padre, en el Padre, con el Padre

Comunión del Cristo, en el Cristo, con el Cristo.

Grito del Espíritu

que inunda las aguas...


...Sencillamente Ternura



José A. Carmona
Navidad 2013

PAZ A TODOS

sábado, 30 de noviembre de 2013

LAS CUATRO DIMENSIONES DE TODA REALIDAD






Prenotando
La visión integral.
En nuestros días es muy posible acceder a todas las grandes culturas que hay y ha habido en el mundo, por lo tanto hoy más que nunca es posible conseguir una visión global y sintetizadora de las mismas. Un pensador que lo ha hecho es Ken Wilber, quien ha logrado integrar los nexos que unen dichas culturas en una visión integral y totalizadora. Me propongo irla desgranando poco a poco. Utilizo los mismos términos que Wilber.

LAS CUATRO DIMENSIONES DE LA REALIDAD

Plotino, gran místico y pensador que en mis años de estudios de Historia de la Filosofía (ora como alumno, ora como profesor) pasaba casi desapercibido, al menos en su grandeza, nos habla de los nidos concéntricos del ser en sus Enéadas (recopiladas por Porfirio). Y explica que cada uno de esos nidos envuelve al anterior, no puede ser de otro modo.. Nos habla de materia, vida, sensación, percepción, impulso, imagen, concepto, lógica, razón creativa, nous y Uno. Una verdadera escala de desarrollo. Una Cadena del Ser. Entre los teólogos del siglo IV nos encontramos con el Pseudo-Dionisio, neoplatónico, que nos habla de las jerarquías (angélica y eclesiástica) y del apofatismo o teología negativa. Fue de gran influencia en la línea franciscana. La ciencia moderna tiene también su propia jerarquía global en la que cada uno de sus elementos trasciende e incluye a sus predecesores: …partículas subatómicas, átomos, moléculas, células, tejidos, organismos, sociedades, biosfera, universo.
Mas el reduccionismo, tome la forma que tome en cada momento, es un escape al que se agarra frecuentemente la razón. Es un peligro constante y en el mismo caen asiduamente tanto la visión premoderna (medieval y renacentista) como el modernismo y el postmodernismo. Nos escapamos de algunos de los ojos del conocimiento (los tres de los que abundantemente se ha hablado en este blog: sensible, intelectual y contemplativo). En la Edad Media se huía del ojo sensible, actualmente hemos eliminado el de la contemplación. Así hoy identificamos mente con cerebro, y en la edad Media se hacían rogativas para que lloviera.
El pluralismo epistemológico (diálogo entre culturas) siempre ha sido deficitario, cuando no nulo. No puedo olvidar que gran parte de la teología medieval, la misma que se ha enseñado en las instituciones eclesiásticas, es excluyente y rechaza de plano dicho pluralismo. Hoy no lo es tanto. Recuerdo en estos momentos una clase sobre introducción a la “Sagrada Escritura” en la que se negaba el derecho a la libertad religiosa “porque la verdad (catolicismo) no se puede poner en el mismo nivel que el error”. Mi carne y mi sangre viven aún en algún punto recóndito de aquellas “sentencias”, aunque mi espíritu quiera ser libre como Jesús, a quien llamamos el Nazareno. En nuestros días el pluralismo es un hecho cultural incuestionable.
Estamos en el segundo decenio del siglo XXI y son muchas las cuestiones que ocupan a los hombres. En estos casos sin duda se plantea el problema de la urgencia y de la importancia. Me pregunto en este caso por la importancia de algunos problemas intelectuales, ¿Cuál es el más candente? Se han defendido y defienden opiniones de todos los gustos. (La psicología evolutiva, la teoría de las cuerdas, un TOE del cosmos...) pero cualquier visión intelectual verdaderamente integradora que no tenga en cuenta más que el cosmos (la dimensión esctrictamente física), en vez del Kosmos (que abarca los reinos físicos, intelectuales, morales, espirituales, emocionales..., la realidad última, que reconocían los griegos), nunca podría ser una visión integradora, sino castrada. Por desgracia la modernidad -en uno de sus muchos elementos negativos- ha reducido el Kosmos a cosmos.
Una verdadera visión integral -TOE (totalidad ordenada de la existencia)-, una teoría de todo en su estudio debería incluir la materia, el cuerpo, la mente, el alma, el espíritu y su despliegue a través de la cultura del yo y de la naturaleza. Y éste es el problema más candente, más importante quizás, del mundo intelectual en los comienzos del siglo XXI para la intelectuales más cercanos a la conciencia y a su estudio.
     En esto que antecede y en lo que sigue estoy siguiendo la línea de pensamiento de los defensores de la visión integral del Kosmos, con la que me siento muy unido.


LAS CUATRO ESQUINAS DEL KOSMOS
        ¿Nos estamos, en nuestros días, aproximando al límite de la visión racional-industrial del mundo? la visión que genera (y es generada) por la modernidad.
    Entiendo que hay que matizar. La visión racional-industrial es la “modernidad”, es la visión general del mundo sostenida por la Ilustración. Cumplió con funciones muy importantes, instauró la democracia, abolió la esclavitud, despertó el feminismo liberal, diferenció entre arte, moral y ciencia… superó de las jerarquías sociales de dominio... pero es necesario transcenderla incluyéndola.
         Transcender e incluir la modernidad supone:
         1) Abrirnos a modalidades de conciencia que transciendan la mera razón.
         2) Participar en estructuras tecnológicas y económicas que vayan más allá de la industrialización. Ambas cosas conjuntamente, no una sola. Pero este cambio ha de incluir la razón y lo industrial, como componentes de una visión más equilibrada, más global y más integrada.
       El racionalismo y la industrialización han excedido sus funciones y han derivado hacia un tipo de jerarquía de dominio, insoportables como todas, en la sociedad en que vivimos. La nueva visión ha de limitar el poder del racionalismo, sobre todo como referente último de toda verdad (el problema del cientificismo) aunque traerá consigo sus propios problemas.


          Los cuatro cuadrantes
      Cualquier transformación futura deberá implicar al mismo tiempo un cambio de conciencia y una transformación institucional, acabamos de decir. Deberá implicar una nueva visión del mundo que se halle integrada en un nuevo sustrato tecno-económico, con una nueva modalidad de sensación de identidad que posea sus propias pautas conductuales.
        Muy posiblemente, los cuatro cuadrantes, que son cuatro tipos de jerarquía que ofrece todo holón, o dicho de otra forma, cuatro sistemas de holoarquías, nos ayuden a esta nueva visión del Todo, a este cambio de consciencia. Todo holón (totalidad que a su vez es parte de otra totalidad superior, v.c célula que es un todo y parte de un tejido a la vez) tiene cuatro aspectos, dos interiores y dos exteriores. Los exteriores son el exterior individual: cuerpo, moléculas … y el exterior social o colectivo: sociedad, galaxia, tribu… Y los interiores, el interior individual: emociones, percepciones, visión lógica… y el interior social: cultura y sus formas históricas, urobórico, pleromático…
    Wilber hace una recopilación de los distintos holones de los cuatro cuadrantes:
      exterior individual: ...átomos, moléculas, procariotas, eucariotas, organismos neuronales, cuerda neural, tronco cerebral reptiliano, sistema límbico, cerebro trino, neocórtex complejo, SF1, SF2...
       exterior social: …galaxias, planetas, sistema Gaia, ecosistemas heterótrofos, sociedades con división del trabajo, grupos/familias, tribus, aldeas, ciudades/imperio, nación/estado, planetario...
         interior individual: ...aprehensión, irritabilidad, sensación, percepción, impulso, emoción, símbolos, conceptos, conop, formop, visión-lógica...
      interior colectivo: ...físico-pleromático, protoplásmico, vegetativo, locomotor, urobórico, tifónico, arcaico, mágico, mítico, racional, centáurico...
       Los cuatro cuadrantes no representan más que los aspectos interior y exterior, individual y colectivo de todos los holones. Son aspectos reales de los holones reales.
      Podemos ver en lo expuesto que se dan dos columnas, una de la los elementos internos y otra de los externos, la primera comprende los elementos que se estudian en las ciencias físicas, químicas, sociales, historia..., la segunda pertenece al ramo de las consciencia y de los conocimientos de la psicología, la cultura leída desde dentro, no desde fuera (¿qué es la consciencia sino la profundidad de lo interior vista desde el interior?, o sea, la percepción interior de lo profundo).
        Y a cada eslabón a que asciende la evolución o desarrollo en lo externo corresponde uno nuevo en lo interno. La ciencia nos hace ver el exterior, pero nunca lo interior: con el sistema límbico aparecerán las emociones, por ejemplo, pero la ciencia, que puede describir plenamente el sistema límbico, no nos puede decir ni un ápice de la experiencia emocional que sentimos (puede describir la emoción desde fuera, no sentirla), como nos podrá describir la trasmisión del sonido pero no de la música que nos emociona y nos hace llorar de gozo. Hay una conexión total entre ambas columnas pero la interior necesita interpretación (desde dentro), no simplemente visión desde fuera. Por descontado que cada uno de los cuatro cuadrantes puede ser leído (desde fuera) o experimentado (desde dentro).
         Esto dicho en el párrafo anterior se refiere a los holones individuales tanto externos como internos, pero todo holón individual sólo existe en un colectivo de holones, en una comunidad que también tiene su profundidad. Si el holón individual es externo se encontrará en una comunidad social y si es interior, en una cultural. Por social entendemos las formas materiales, sean o no institucionales, de la sociedad (estructuras sociales o políticas,sistemas y cuerpos económicos, estilos arquitectónicos, ciudades, aldeas, infraestructuras...) y por cultural todo aquello que tiene que ver con la visión del mundo de cada colectivo, y no me refiero solamente a los humanos, (por ejemplo el sistema de locomoción, de alimentación, el mundo mágico, el racional...). Conocemos algo de las formas culturales de muchos animales que son comunales, y otros que no lo son tanto. Todos aprenden de sus mayores todo aquello que les sirve. Lo que no les sirve no entra en su campo cultural. No le leamos el Quijote o la Biblia a una manada de búfalos, pero ellos conocen las hierbas de que se alimentan y los posibles peligros de sus predadores...
      Refiriéndonos a lo humano podemos poner multitud de ejemplos. La persona no se hace aislada del colectivo. No aprendemos a hablar en la soledad de una selva, sino de nuestros padres, familia y comunidad de hablantes, de ahí la lengua materna (que tanto ha de ser respetada). Nuestros pensamientos no nacen de una nada, el mundo se está haciendo constantemente (creatio in fieri de los escolásticos), hoy podemos pensar en “coger el avión”, algo totalmente imposible de pensar -y de hacer- en el siglo XVIII. No existía ni siquiera el pensamiento de coger el avión, ni de ir al cine. En el Neolótico era impensable escribir un libro, una partitura de música... (pero no burlar a un toro -torear-), o simplemente decirse: “voy a ir al supermercado”, todo lo más que se podía pensar y hacer: “voy a matar un venado, una ternera...” , o en el Paleolítico, “ir de caza”. Es el contexto el que da sentido al pensamiento y quien lo genera. Es el sustrato cultural el que les da significado y los articula. ¿Hemos caído en la cuenta de que si nos hubiéramos perdido de muy niños en una selva sin vivir en medio de una comunidad de individuos, no podríamos hablar ni con nosotros mismos porque la lengua y el pensamiento nunca habrían surgido en nosotros?
       Este marco amplio de lenguaje, pensamientos, prácticas, significados son el sustrato en el que nacen mis propios pensamientos. Es mi cultura, mi visión cultural del mundo, mi espacio interior, vital... Y este espacio tiene unos componentes materiales que son la dimensión social: tecnología, fuerzas de producción, ciudades, aldeas, fonemas, sonidos, estilos arquitectónicos, estéticos...religión...
      A estos cuatro aspectos los podemos llamar de múltiples maneras. Son cuatro facetas, cuatro dimensiones, cuatros esquinas del Kosmos.
      Y ¿qué lugar ocupa Dios, el Misterio, el Espíritu en esta visión? Dios, el Misterio no puede ser nada distinto, no puede ser un holón fuera de las cuatro dimensiones sino que se realiza en todas ellas siendo Plenitud. Dice Wilber:
      “El Espíritu no es una especie de Yo superior, de Gaia o de consciencia, no es la red de la vida, la suma total de todos los fenómenos objetivos o una especie de consciencia transcendental. El Espíritu existe en y como los cuatro cuadrantes, los cuatro puntos cardinales... del Kosmos conocido, que son necesarios para navegar con seguridad.” (A brief History of everything). Es y transciende cada aspecto siendo Totalidad.
     De momento cierro aquí mi discurso reflexivo sobre los llamados cuatro cuadrantes. Es claro que son muchísimos los flecos, la misma revelación de Dios, las etapas del desarrollo, el Espíritu en acción, la tríada: verdad, bondad, belleza... que quedan colgando, mas es suficiente, pienso, para apuntar hacia una visión más integral de lo que es.


      José A. Carmona
      carmonabrea@yahoo.es


martes, 5 de noviembre de 2013

CRISTO III




      La luz de la Transfiguración


      Siempre he pensado que la Transfiguración de Jesucristo en el Tabor (Mt 17, 1... Mc 9, 2... Lc 9,28...) no ha sido suficientemente estudiada en la Teología que se ha enseñado oficialmente en la iglesia católica. “Estudiada”, digo, en el sentido más ciceroniano de la palabra: “Animi assidua et vehemens ad aliquam rem applicata magna cum voluntate occupatio” Y dicha occupatio comprende la contemplatio.

     En esta luz tabórica nos proyecta la cristofanía “que nos hace descubrir nuestra dimensión infinita y nos presenta lo divino en esa misma luz que nos permite descubrir a Dios en su dimensión humana” (Panikkar).

      He de advertir que al escribir la palabra Dios no pretendo más que utilizar el icono más común del Misterio, mantenido, y a la vez deformado por el uso y abuso humano, a lo largo de los siglos.

       La llamada transfiguración del Tabor nos presenta de una forma concreta (la cristiana) una invariante histórica. Nos pone ante los ojos -es fanía: manifestación sensible- una tarea humana histórica, y posiblemente transhistórica, un objetivo humano, una aspiración (impulso del espíritu: Espíritu) humana: la divinización del hombre. Sin ir más lejos, recordemos desde los chamanes hasta la eucaristía, recordemos el relato del Génesis (se os abrirán los ojos y seréis como Dios -2,5-), las enseñanzas místicas (Amada en el amado transformada, de Juan de la Cruz), (En cada uno de nosostros el hijo de Dios se hace hombre y el hijo del hombre se hace hijo de Dios, Eckhart) de los santos padres (Cristo se hizo hombre para divinizarnos, Atanasio)... Ya en los comienzos del renacimiento se enseñaba que el hombre está hecho de una naturaleza que ha de ser construida para poder reunir in se ipso verae rerum substantiae perfectionem totam.

      Divinización que ha ido tomando forma a lo largo de los milenios en función del nivel de consciencia desarrollado en cada momento y lugar. Sin duda que la altura de consciencia de un chamán amazónico actual, o del neolítico, no es la misma que la de Pitágoras, Tagore, Krishnamurti, Maharsi, Whitman, Teresa de Ávila, Teresa de Calcuta, Eckhart, Simone Weil, Buda... o Jesús de Nazaret a quien los cristianos confesamos el Señor.

      Entendamos como don, gracia, ascesis o como todo a la vez sin separación ni dualidad esta divinización.

      Es claro que estoy hablando de una hierofanía, una realizacón sensible de lo divino. O lo que es lo mismo una humanización total del hombre (y de los dioses). ¿Es algo distinto la cristofanía, la luz del Tabor? Entiendo que no. Aunque no toda hierofanía sea cristofánica, sí toda cristofanía es hierofánica. La cristofanía no es sino una forma concreta de expresar lo universal, lo hierofánico. Los movimientos como el monoteísmo religioso, el ateísmo, el politeísmo son dualistas y provocan el enfrentamiento, o conmigo o contra mí. El terrible grito: ¡Dios con nosotros! (Gott mit uns! De los pueblos nazis) o ¡Santiago y cierra España! Llevan a la guerra, a las cruzadas, a la yihab -contra los infieles-. La cristofanía no es dual: es no-dual, es el hombre siendo a la vez inmanente y transcendente, o sea, siendo base y cima a la vez: como la montaña, siendo ola y mar: agua. No hay dos montañas, ni dos aguas (pese al panta rei de Heráclito), aunque todo para nuestra mente racional discurra en el tiempo. Lo absoluto está en lo eterno. Posiblemente recurriendo al ejemplo de los idiomas nuestra pobre mente (y maravillosa a la vez, sin dualidad) puede “entender” mejor esta no dualidad. La comunicación verbal, el lenguaje es único, universal, pero no podemos utilizar ese lenguaje sino es por medio de una lengua concreta cada vez. Tanto el español como el inglés son “lenguaje” y por lo mismo universales, nos sirven para comunicarnos los hombres, pero en cada momento y a la vez hemos de utilizar solo uno, que en sí mismo no es sino expresión de ese universal que es la comunicación verbal humana, el lenguaje. La cristofanía es la forma concreta que se da entre los cristianos de la universalidad de lo “que es”. Entre los no cristianos estarán los equivalentes homeomórficos, y viceversa. Podemos escoger cualquier ejemplo de nuestra vida cotidiana.

      La “Cristofanía” como tal no tiene pretensiones de universalidad. Es sencillamente el pusillus grex -quizás muy olvidado y deformado- del que nos habla Lucas (12,32). Se limita a ofrecer la Luz de Cristo, su Amor lumínico, su Luz tabórica. Es una palabra cristiana, abierta a lo humano y que intenta presentar esta epifanía de la condición humana a la luz del hombre en la situación actual y a la del Tabor cuyo origen parece estár más allá del tiempo. Pero sin manipular lo divino. Algo que no se ha respetado a lo largo de la historia.

      Sería experiencia de Cristo realizada en y nacida a la consciencia humana, y a su vez reflexión crítica sobre ella. Sin reflexión crítica no hay garantías de nada serio.

      El hombre es más que nada capax Dei (abierto al Misterio) y no simplemente un animal evolucionado, la consciencia en el hombre da un salto que le hace entrar en comunión con lo divino, con lo numínico. Parte de la animalidad pero transciende la mera animalidad. Reducirlo a animal evolucionado es castrarlo en su propia esencia.

     Esta luz tabórica o cristofánica no es un mero acercamiento doctrinal al Misterio (no digamos racional), sino sapiencial. La cristofanía comprende también al Espíritu. Es la percepción-comprensión del tercer ojo. Lo cual no supone abandonar lo intelectual, sino superarlo. La vida humana no sólo está guiada por la razón, ni por la simple biología, sino tambiém por el Espíritu. La cristofanía aspira a ser una sabiduría, no una mera doctrina basada solo en un hecho del pasado.

      Todo ser es una cristofanía (hierofanía), es luz del Tabor, visto atravesando los sentidos (sin negarlos), es luz y amor. Esto es la naturaleza misma de la realidad. La cristofanía del Tabor es reconocer nuestra no-dualidad, la polaridad transcendente-inmanente. Se trata de ir cayendo en la cuenta de lo “que es”.




José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es

miércoles, 9 de octubre de 2013

CRISTO II




       ¿En qué se fundamenta nuestra fe en Cristo? Es suficientemente claro, creo, que todos los esfuerzos apologéticos de los siglos XIX y XX son incapaces de fundamentarla. ¡Los milagros y las profecías! Pobre la fe (¿fe?) que se haya de sustentar sobre los últimos descubrimientos de manuscritos (del Mar muerto o los que puedan ser), restos arqueológicos… Toûto froneîte ‘en ‘ymin ‘ó kaí ‘en Xristôô ‘Ieesoû (Fl, 2,5). Froneîte nos dice Pablo: “(disfrutad, gozad), sentid en vosotros lo (mismo, no semejante) que sintió (kaî ‘en) Jesús”. No otra cosa es la Fe: mantenerse unido a Jesucristo en la (misma) Vida. Comunión de Vida que trasciende todo tiempo y espacio. La Fe no es distinta del Amor y por eso mismo la Esperanza (teologal) es sólo de lo profundo, de la Vida. Nunca del tiempo.
               De este froneîte, de este sentid nos habla Juan en los primeros pasos, el prólogo, de su también primera carta.  
 
“Lo que existía (o es) desde el principio,
Lo que oímos,
Lo que vieron nuestros ojos,
Lo que contemplamos y palparon nuestras manos
-hablamos de la Palabra, que es la Vida-,
Porque la Vida se manifestó,(’efanerôôthee)
Nosotros la vimos, damos testimonio.
Y os anunciamos la Vida eterna
Que estaba en el Padre
Y ha sido manifestada.(’efanerôôthee)” (1Jn 1, 1-2)

            Dos veces utiliza Juan el verbo fanerôô= manifestar, aparecer aplicándolo a la Vida (eterna) que no es sino esta misma vida injertada, como está, en lo eterno. Juan tiene Fe porque sus ojos vieron, sus manos tocaron, él contempló. Esa manifestación (cristofanía: Cristo hecho patente, manifestado) una vez recibida nos convierte en hijos de Dios (Jn 1,12) y si nos transforma en hijos, nos da a la vez el poder tocar, ver, contemplar la Palabra que es la Vida (1Jn 1, 1). Esta es la Fe y su fundamento. Don, gracia. Ningún fundamento apologético, simplemente Ser, abrirse al centro, a lo que es. Experiencia inmediata y directa de Cristo, del Misterio.

               Creo que la teología cristiana no ha profundizado apenas en el hecho de la transfiguración en el Tabor, en esa luz tabórica que inunda también a Pedro, Santiago y Juan (Mt 17, 1sss y par). Con el movimiento racionalista que lo ha invadido dogmáticamente todo, y también toda la teología desde la escolástica, al Tabor lo hemos reducido a una proyección intelectual cuando menos o, en la mayoría de los casos, a una alucinación: mas ¿no será –la  luz del Tabor- más que otra visión de lo real, que responde a un nivel de conciencia que no tenemos normalmente en nuestro nivel de evolución? Sencillamente una visión sutil que escapa a nuestra racionalidad. Esta luz tabórica, que no solo transforma a Jesús, sino también a los que lo contemplan (Pedro, Santiago, Juan) es el don que nos hace ver, palpar, contemplar, es sencillamente tener Fe (insisto: no simplemente creer) y Amar (descubrir viviéndola la Unidad subyacente –en la multiplicidad-  de todo lo Real). En otras palabras, tener Fe es vivir la misma experiencia mística de Jesús de Nazaret.

               Voy a intentar una aproximación amparado en la tutela del propio Cristo y de los maestros en la Fe, sobre todo los místicos.

               Estamos acostumbrados a que el lenguaje utilizado por los escolásticos y sus epígonos sea una especie de “álgebra conceptual”, “cálculo mental” en el que la palabra expresa más o menos la cosa de forma unívoca (formalissime semper loquitur divus Thomas). En cambio no estamos acostumbrados al lenguaje místico, que no es sino un sistema de símbolos, y el símbolo, ya sabemos, sólo es símbolo para quien está abierto y en sintonía con él y con el que simboliza, aunque medie siglos entre ambos y pertenezcan a muy diversas culturas. Por supuesto, es necesaria una empatía, un estar en una misma “onda” para poder percibir lo simbolizado, mas para ello no son obstáculos ni el tiempo, ni el espacio. Las palabras son mucho más símbolos que conceptos en el lenguaje de la profundidad (a los que las ha reducido nuestra cultura cientista –incluyo en esto la teología-), las palabras son las ideas platónicas, (‘eîdos, aspecto) con toda su consistencia ontológica. Se habla mucho hoy de que la palabra es “poder”, y así se utiliza con frecuencia entre nosotros sobre todo entre la clase política, ¡y la palabra se ha convertido en un arma y la mentira en moneda de cambio! Los cristianos hemos de recordar siempre que “se nos pedirá cuenta de toda palabra inútil, descuidada (‘argón)” (Mt 12, 26). Los místicos fueron y son (por ejemplo el papa Francisco) ejemplos vivos del lenguaje cargado de Ser, de Salvación. No digamos Jesús que tiene palabras en las que hay vida eterna (Jn 6, 68).

               La mística, pues, utiliza este lenguaje simbólico que es directo e inmediato. Sin duda que acudir a sus escritos nos puede iluminar mucho en este camino en el que andamos buscando las experiencias mismas de Jesús. Teresa de Ávila –santa Teresa- tiene un poema que nos ilustra muy bien lo que se viene diciendo aquí. Alma, buscarte has en Mí. Estas fueron unas palabras que la santa oyó estando en oración y cuyo significado sometió al criterio de su hermano, Lorenzo de Cepeda quien por su parte reunió en un debate sobre el tema a varios expertos espirituales, entre ellos s. Juan de la Cruz. Cada partícipe del debate entregó por escrito a Teresa su propia opinión sobre la experiencia de la santa. Ella  a su vez contestó en una página llamada: Vejamen. Y un tiempo después escribió una poesía maravillosa de las que extraigo algunas estrofas.

                Alma, buscarte has en Mí
y a Mí buscarme has en ti.

De tal suerte pudo amor,
alma, en ti retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.

Fuiste por amor criada
hermosa, bella, y así
en mis entrañas pintada,
si te perdieres, mi amada,
Alma, buscarte has en Mí.

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás a Mí.
No andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres,
A Mí buscarme has en ti.
…                          
                       (Poesías, 8, Obras completas)

              Es ésta, la aquí relatada, esa experiencia mística, a la que muchos llamamos hoy cristofánica. No es una mera reflexión calculadora, matemática, lógica, sino experiencia inmediata y directa en la que lo que se busca (y se siente - páthos), nunca es uno mismo (el ego), aunque se busque en sí mismo (en el yo). No es una introspección, por muy buena y aconsejable que ésta pueda ser, tampoco es la búsqueda de un Otro que está en otro mundo (el sobrenatural), en la mera transcendencia, no es un salir de nosotros mismos, una alienación. Cristo es el Misterio, infinitamente superior a nosotros, pero también es un hombre (no sólo) como nosotros, por eso buscando a Cristo en nosotros, no buscamos nuestros egos, sino que buscamos a Cristo buscándonos a nosotros (nuestros Yoes). No nos alienamos, pero tampoco somos solipsistas.  Seremos cristofánicos, místicos. Cristo (el Misterio, el Espíritu, lo Inmanifiesto…) es nuestro más verdadero Yo.              

               Estamos hablando del verdadero conocimiento por identificación, que es la Fe.

              Fe que se hace real cuando las mismas experiencias de Jesús, el Cristo, son las que nosotros experimentamos. Se hace real cuando somos en verdad sarmientos de la única cepa. Es lo que hacen todos los que Aman por encima de toda multiplicidad. Y que hacemos cuando así Amamos.

               Son muchas las cosas que hemos de intentar iluminar con nuestras pobres palabras, pero ricas a la vez porque no son meros signos indicativos, sino símbolos (don) que comunican vida, la Vida… Seguiremos experimentando en común…

 

jueves, 29 de agosto de 2013

El don del Misterio y el silencio de dios





   
No me propongo con estos escritos, ya lo dije hace años, más que reflexionar sobre una espiritualidad sin apellidos, abrir mi corazón a la Ternura, a ese TÚ y YO y NOSOTROS… a ese MISTERIO en el que vivimos y somos, y al que sigo por el peso del pasado llamando en momentos Padre, y al que llamo Cristo por mi cultura, aunque consciente de que quizás ni sea un Tú, ni un Padre sino mucho más. Sencillamente consciente de que no sé qué es, aunque sepa que es.           

Cuando Julio (Jules Gabriel) Verne escribió: “La vuelta al mundo en ochenta días”, corría el año 1873. Hace poco más de un siglo. En aquellos tiempos  parecía para la gran masa humana una utopía irrealizable lo que dice el título de la novela verniana: dar la vuelta al mundo. Lo que supone que no existía interrelación alguna, que la interrelación entre los hombres era pura teoría. No digamos en los tiempos anteriores y en aquellos en los que se originó la visión mítica del mundo que mantienen muchas estructuras humanas, sobre todo las religiosas institucionales. Dicha interrelación es hoy un hecho existencial. Lo que se escribe en Internet valga lo que valga, o nada, puede ser leído en el mismo momento en Alaska o en la Patagonia, en el Polo Norte o en Nueva Zelanda. Las comunicaciones son instantáneas y abarcan toda la tierra.

      Hoy tenemos al alcance de nuestras posibilidades conocer todas las culturas y tenerlas en cuenta a la hora de ir elaborando nuestra visión de lo “que es  (Krishnamurti).
         
        Por descontado que esta conexión entre los hombres siempre ha existido tanto en el orden del ser, como en el orden biológico y en el pensar y en el amar (orden antropológico). Pero hoy día la conexión física a través de los medios de transporte, y la virtual con los medios de comunicación hace que la interrelación humana sea constante, y la influencia de todo el mundo en todo el mundo sea un hecho inapelable. ¿Por qué las llamadas “redes sociales” son un éxito? Algo hay en el vida humana, en su estructura que lo hace posible, y no es precisamente el sosiego ni la reflexión. Este algo ¿es natural o impuesto?...

 Sea lo que fuere, estamos expuestos a un bombardeo constante de información que nos deforma y que puede poner en peligro toda la cultura arrastrada a lo largo de los últimos milenios. Es el sentido de la existencia humana lo que está en cuestión. Y ninguna cultura, ni ninguna religión puede por sí sola dar una respuesta a la cuestión. Es necesaria una verdadera interculturalidad, una fecundación mutua de las diversas culturas humanas. ¿Es apocalíptica esta visión? Puede que a muchos así le parezca, pero miremos a la humanidad: crisis económica internacional, crisis bélica en los países árabes –Egipto, Siria, Libia, Marruecos, Irán, Irak…-, guerrillas por toda África, Crisis ingente en América Latina, el Lejano Oriente entronizado en la tecnología no encuentra el sentido de la vida… las constantes violaciones de los derechos humanos en todas partes, la discriminación de las mujeres, de los homosexuales, la horrible injusticia estructural que condena a miles de millones de hombres a la pobreza, miseria, hambre y muerte… Ante todo esto, el hombre moderno (y postmoderno) se pregunta dónde está la salvación, y se da cuenta de que la salvación no viene de fuera, ni de arriba (Lenaers), sino que ha de venir de todas partes, y sobre todo desde lo profundo del propio ser, de la misma humanidad que, siendo inmanente, se auto-transcienda, siendo capaz de Amar. O sea haciéndose, si cabe, lo “que ya es”: Misterio.

            La humanidad que no ama no es consciencia, esto es: conocimiento, apertura y acogida. En Jesús vemos los cristianos esa Humanidad-Misterio.

            Creo que con toda legitimidad podemos preguntarnos si esa mutua fecundación es posible. Una mera yuxtaposición nos llevaría a una esquizofrenia. En nuestros días se están encontrando tres culturas principales de (largo) recorrido histórico: la teísta (abrahámica, islamista, las politeístas asiáticas y americanas…y de alguna forma también la marxista, para la que el Futuro es el polo que focaliza lo Absoluto), la no teísta (budista…nuevas formas de cristianismo) y la secular que suele ser atea o agnóstica. ¿Es posible repito una fecundación entre todas? Hasta ahora hemos vivido en la exclusión, cada una rechazaba a las demás como falsas, pero se puede pasar sin más a no diferenciarlas –Hoy está muy divulgada la anemia de la indiferencia: “Todas la opiniones son válidas… ¡o igualmente válidas!”- ¿A qué nos llevaría la indiferenciación? Desde luego a no nutrirse, a no fecundarse con nada, a la confusión y a la destrucción, al nihilismo  por el nihilismo, al sinsentido. Mas la Humanidad con mayúsculas siempre ha estado inquieta, hoy lo está en un alto nivel. Hay muchísima creatividad, desde luego no en aquellos que se pasan el día sentados en el sofá del conservadurismo a ultranza huyendo, aunque no lo sepan, de sus propios miedos que le impiden caminar. No importa caerse, lo que realmente importa es seguir caminando, y si se cae, levantarse y continuar. El miedo a poder caer en el error nos impide poder ir descubriendo la verdad.

            El silencio de dios  

            “Dios, en cualquiera de las acepciones de este símbolo, incluida aquella de un Futuro más o menos absoluto, puede existir o no. Pero lo que sí es cierto es que para muchos, Dios resulta superfluo y parece ser ineficaz, sordo, o por lo menos mudo, puesto que permite todo tipo de holocaustos, de injusticias y de sufrimientos. Lo divino, o lo suprahumano si se prefiere, ha sido el punto de referencia constante a lo largo de toda la historia humana… Este punto de referencia es el que está actualmente en crisis y éste es el problema de Dios, sea cual sea, el nombre que se le dé: la pregunta sobre el centro de la realidad y el sentido de la vida humana” (El silencio del Buddha. Panikkar).

            El hombre y la humanidad ahora como siempre, tiene urgente necesidad de elevar su corazón, de abundar en su dimensión espiritual. La realidad, que incluye, o es para muchos, lo divino, tiene una cuádruple dimensión: dos dimensiones externas y dos internas. Las externas: lo físico (individual) y lo social (colectivo). Las internas (espirituales): lo subjetivo (individual) y lo cultural (social interno). La dimensión espiritual o consciencia las abarca a todas, aunque en nuestra visión sea más fácil verla en las dimensiones internas. Un ejemplo aclararía esto. Cualquiera de las bellas artes nos puede servir. A mí personalmente me emociona la música. Escojo el Adaggio de Albinoni. La materia física son las vibraciones y las ondas de aire provocadas por los instrumentos de cuerda y el órgano, la dimensión física colectiva está en el hecho de que son muchos los que oyen, perciben en sus oídos esas vibraciones, la subjetiva es el espíritu (inspiración) de Albinoni presente en esos acordes musicales –él estuvo realmente “inspirado” al escribirlo- y que se comunica al oyente transcendiendo las meras vibraciones y les entrega la música, la armonía…los sentimientos, la elevación, el éxtasis... ese espíritu comunicado y vivido por cientos o miles de humanos a lo largo de los siglos crea una cultura, una dimensión que va más allá de la mera física, pero que depende de ella. Ese Espíritu que está presente en toda realidad y la sostiene, siéndola, es para el hombre (post)moderno el theos de los griegos, y no es algo distinto de ella misma. El mundo manifiesto no es distinto del mundo inmanifiesto, es el mismo manifestado de forma sensible. Es más, para muchas tradiciones culturales-religiosas ese mundo interno, inmanifiesto, espiritual es la única realidad (absoluta), lo otro, el mundo manifiesto, es ilusión, esto es, realidad relativa.
           
            Sursum corda

 Tendemos a la elevación de los corazones, no solemos hablar de bajar a la profundidad de los mismos, pero el caso es que el hombre individual y concreto, aislado y con un ingente mundo de problemas que le agobian necesita elevar el corazón que pide a gritos un amor verdadero, un conocimiento que salve, un tú en que apoyarse: el individuo busca ayuda, y no acaba de fiarse ni del que está al lado, ni de la sociedad, tan lábiles como él mismo. Y muchos siguen clamando a Dios (no hay más que oír las oraciones litúrgicas) pero muy pocos esperan que Dios les oiga, mucho menos que les responda. Tampoco, dicen los teólogos, se puede hablar con propiedad de Dios, porque es un Misterio. Así que ¿qué nos queda? El hombre necesita, quizás como nunca la invocación (no hablo de la oración de petición, que, entre otras cosas, presupone una visión mítica y antropomórfica del mundo), pero esta se está manifestando inútil en cierta medida e imposible porque el Dios todopoderoso no responde, parece impotente (o impasible) ante los desmesurados desastres de los hombres, de las terribles injusticias, de las guerras abominables…  

            Nada más lejos de mi mente que afirmar una negación total del Misterio, si lo somos nosotros mismos ¿por qué existo yo y no otro? Solamente afirmo, apoyado en muchos pensadores espirituales (budistas, cristianos…) que quizás hemos de dejar de lado la imagen de ese Dios (Theos) antropomórfico en la que se ha desenvuelto nuestra formación, para buscar otra más en consonancia con la postmodernidad, con la forma de pensar y vivir de la gente más avanzada en la evolución. La imagen “tradicional” de Dios no es más que un eslabón en la etapa de la evolución de la conciencia, no es sino un esbozo provisional, insuficiente y superado ya por la misma, aunque para muchos sea vital y necesaria. Nos queda el Misterio, el Don, el Amor, que nosotros, por ser personas, necesitamos personificar, pero que en su misma plenitud (por decirlo de alguna manera) transciende la persona, realizándola. Es más allá de la persona, porque ésta no es sino una manifestación temporal y espacial de dicho Misterio, y por lo tanto también el Misterio mismo, la persona es un eslabón de la cadena, un escalón hacia la consciencia, hacia la Cristificación (pánta ‘anakefalaiósein). 

Lo más quizás que podemos decir de esa Transcendencia o Misterio no es que existe, con lo que la reduciríamos al orden del Ser (¿Y el de no-ser? ¿El Misterio no es omniabarcante?), sino sencillamente que es, Ese es no puede ser ni comprendido, ni explicado y por lo mismo ni siquiera pensado, dice el budismo.  

El hombre invoca porque necesita la salvación. La espera. Sin embargo, “la espera es  una ambición egocéntrica”, para los budistas. Para los cristianos la esperanza es una virtud teologal. En esta vida tenemos que esperar constantemente muchos objetos, muchas cosas, pero ¿Tenemos esperanza de nosotros mismos? ¿Esperamos conseguir tener pies? Lo esperado lo convertimos en objeto, y objeto de consumo, mas la salvación no es ningún objeto, mucho menos consumible. La salvación no es lo que se espera, sino la esperanza misma. Y la esperanza es el don de lo profundo, de lo invisible que no se puede alcanzar porque ya es, no de lo que no es ahora. La salvación, la esperanza, el Amor es la Vida que es vivida en el tiempo y en el no-tiempo. Lo que es.


José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es
           





             

lunes, 29 de julio de 2013

CRISTO (I)




Uno de los pensadores que más han influido en mi propio pensamiento y en la remodelación de mi interioridad sin duda ha sido, y sigue siendo a través de sus escritos,  Raimon Panikkar. Lo es tanto por la profundidad de su pensamiento humano y religioso (si es que cabe separación y no es sólo el mismo pensamiento), como por la fecundidad del matrimonio que en él han llevado a cabo Oriente y Occidente (es budista sin dejar de ser cristiano y a la inversa), como también por la amistad que me unió a él.

Me ayudó a ver a Jesús de Nazaret: el Cristo, bajo un nuevo aspecto. Creo que se trata del aspecto del Misterio. No ya simplemente como algo que no puede ser entendido, pero ha de ser creído, aceptado intelectualmente “porque Dios no puede ni engañarse, ni engañarnos (qui nec falli nec fallere potsest)”(Conc. Vat. I), sino como la tremenda (tremens factus sum) Realidad de Comunión (koinônía) que es Dios, en la que vivimos y la que vivimos. Realidad que en el Cristo se hace plenitud del Hombre. El Misterio no es tanto algo que no se entiende, sino la Inmersión en la Plenitud de Vida. Por eso al Cristo lo experimentamos conscientemente cuando nos zambullimos en la Vida. “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5), vivimos  la misma  vida que él. Vivir su vida es tener Fe.

            Me propongo ir escribiendo algunas cosas sobre mi visión de Jesús, elevado como el Cristo tras su muerte, “cuando fuere levantado de la tierra atraeré hacia mí todas las cosas” (Jn 12,32). He dicho hasta la saciedad que me confieso cristiano. Quiero ser peregrino de la Alegría, peregrino de la Luz, “hen tô fôtí peripatômen” como dice, pidiéndolo, Juan en su carta. A ello me anima la dedicatoria que Raimon me hizo precisamente en el libro: La plenitud del hombre: “Para José con la alegría de haber encontrado un hermano en esta confesión cristiana sin avergonzarme de ella” Fue por el año 2001, el día de San José. En definitiva es la Alegría la que construye el mundo en el Amor y el resultado del Amor mismo. Alegría porque la Vida tiene sentido en sí misma. Porque vivir es alegrarse. Cristo resucitó. El Kosmos ha sido alzado a la dóxa del Logos. Gaudete in domino semper, iterum dico: gaudete.

            Por descontado, esta misma Fe en el Cristo universal me exige una apertura ontológica total de pensamiento y de corazón ante cualquier actitud humana seria. De ahí que el budismo me haya causado una huella tan profunda. Quiero vivir el Misterio en el Misterio.

            Ya escribí largo y tendido sobre mi Fe. También publiqué una serie de meditaciones sobre la palabra Dios. Ahora quiero bucear, me repetiré muchísimo, en aquel que ha sido el Referente de mi existencia: Jesús, el Cristo.

            El conocimiento de Cristo es el conocimiento cargado de vida eterna como dice la oración del mismo Jesús en la Cena (Jn 17), oración llamada sacerdotal, pero un conocimiento cargado de vida y de Vida Eterna no es ni puede ser una mera representación mental, una mera formulación doctrinal, es una experiencia del tercer ojo (oculus fidei) del que nos hablan s. Buenaventura y la escuela franciscana. En esta experiencia el conocido y el conocedor se funden. Es éste el conocimiento que trasciende toda razón y se hace plenitud de Amor, de Vida. “El que bebiere del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed…” (Jn 4,14…).
                       
             ‘Rabbí… pou méneis;(?) ‘ërjesze kaí ‘ópsesze” Jesús no responde dando una clase de doctrina cristológica sobre sí mismo, sino “Venid y veréis” (Jn 1,38): Experimentad. Y el impacto que Jesús causó, sobre todo una vez ensalzado como el Cristo, en sus seguidores se fue plasmando en una interpretación tanto afectiva como mental. Y esa interpretación cada vez más mental que experimental se ha ido compilando en las cristologías. O en la cristología: Doctrina cristiana sobre Cristo. Es mucho, muchísimo lo que la cristología ha dado al cristianismo, y a la humanidad, a lo largo de casi veinte siglos. Es importantísima para comprender el alma de Occidente y es una expresión fecunda de la fe cristiana en Cristo. Pero, “quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur”, o como tan atinadamente afirman los postmodernos: todo significado depende del contexto. Y el hecho es que el contexto de la cristología es la conjunción de tres culturas (quizás pudiéramos hablar de cuatro): La abrahámica, la greco-romana y la árabe. En este ambiente, en el que se ha formado el receptor de la Fe cristiana (el cristiano), se ha construido la cristología. Los ladrillos y las piedras con los que se ha construido pertenecen a estas culturas concretas. No pretendamos darles el carácter de universales, la piedra de la cristología occidental no es el adobe del templo budista.

            No podemos confundir el símbolo con la manifestación externa del mismo, dicha manifestación ni es universal ni perenne, aunque en esa forma mentis, en esa expresión cultural concreta, el hombre pueda ver una manifestación de lo universal, como en el hombre concreto vemos la expresión de la Humanidad. El Cristo es símbolo universal, la cristología está atada a un tiempo y a unas culturas que nos pueden lanzar hacia lo universal, pero ella no lo es. Hemos de dar siempre el salto, siempre transcendiendo apoyados en lo inmanente. Cristo es Vida y la Vida fluye sin estar permanentemente atada a forma alguna ni a tiempo concreto, aunque no se manifiesta sino es en una forma concreta. La Vida no es confusión, sino perichoresis, círculo (vital).

            ¿Qué nos dejó Jesús? ¿Palabras? ¿Escritos? ¿Doctrina? ¿Unas normas morales? ¿Vida y experiencias en el Misterio? “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). “Permaneced en mí y yo en vosotros… El sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid…” (Jn 14,4). Jesús no nos dejó unos escritos que sirvieran de paredes infranqueables como dogmas perennes, él nunca quiso ninguna prisión para sus hermanos los hombres, sino el Espíritu que sopla libre y que es Vida eterna. Y a todo aquel que no cierra la puerta de su casa le llega el viento de la Vida. No nos atemos a la doctrina, sino a la Vida. Para vivir algo de doctrina se necesita en cada momento pero sin pasar de ahí.

            Sin lugar a dudas que la revelación de Cristo ha impactado en muchas mentes y conciencias humanas a lo largo de los dos últimos milenios y toda la reflexión teológica que este impacto ha promovido está expresada en la Cristología. Es un inmenso y colosal monumento,  pero humano en definitiva, y deudor por lo mismo del tiempo y del espacio. Ya Tomás de Aquino, repito, nos dice que “quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur”. La cristología no es solamente fruto de la Fe sino también de la cultura griega, de la vida romana, de la visión monoteísta de la corriente abrahámica, aparte de las muchas influencias árabes y otras, aunque menos. Por ello no puede pretender ser de validez universal. El Misterio del Cristo en el mundo africano, en el asiático… ha de ser manifestado de distintas maneras y formas. No digamos ya nada de aquellas personas que carecen de la más mínima cultura, que ni siquiera saben leer, y jamás oyeron nada sobre lo Profundo, del Espíritu. En estos casos estamos tocando el espinoso tema de los preámbulos de la fe (preambula fidei), que a su vez está fundado en la cultura y pensamientos abrahámico y griego. La experiencia cristofánica, empero, será la misma, mejor, única en todos los hombres, seres y momentos. Como lo es la Humanidad.

            ¿Qué duda puede caber de que muchos pueblos de la tierra no pueden tener la misma visión de Cristo que nosotros? Todos los pueblos colonizados por los cristianos (cruzados, “conquistadores de tierras” –Pizarro, Hernán Cortés…-, evangelizadores que imponían la fe con la espada, la guerra de Irán ¡contra el imperio del mal!…), los agnósticos, ateos… posiblemente tengan una visión muy distinta de Cristo a la que tenemos los cristianos, (que ya es un poco rara: dos naturalezas –Dios y hombre-, una persona, jefe y fundador de la iglesia, nacido de una virgen, muerto y resucitado…). No olvidemos que aunque confesemos que Jesús de Nazaret es el Cristo, no lo podemos afirmar como igualdad total a la inversa: el Cristo no es simplemente Jesús de Nazaret, personaje histórico y concreto. Pero sí, Cristo conecta con Dios y también con el hombre.


            Los problemas del hombre
           

          La situación de la Humanidad es bastante seria. Lo sabemos. Vemos un horizonte muy obscuro. El mundo en general está sufriendo una verdadera crisis: una inmensa mayoría de los hombres están padeciendo hambre y miserias de todo tipo (quizás sea el 75% de la humanidad o más), las guerras, ¡los niños –miles- que mueren de hambre y necesidad cada día a causa de las injusticias de los adultos! La intolerancia religiosa tan arraigada en muchos pueblos (Parece que el papa Francisco quiere liberar a la iglesia de esta tara ¡Bendito sea!), el odio al otro…

            Pero no solo tenemos una crisis por ausencia de justicia, sino también por ausencia en muchas situaciones de verdad y de belleza. Hemos destrozado la verdad y ya cada uno habla de “su verdad”, como si la verdad pudiera ser fragmentada y se identificara con opinión (más o menos fundamentada). Hemos destrozado la belleza y la hemos convertido en puro esteticismo, que es un mero punto de vista. ¡La exaltación del individualismo! Este mundo está perdiendo el sentido de la Totalidad si no lo ha perdido ya del todo, de ahí la urgencia con que aparece la necesidad de interculturalidad.

            Y a la vez, los medios para la interculturalidad están apareciendo (Internet, viajes alrededor del mundo, conexión automática entre todos los países…), y por lo mismo estamos en condiciones de poder conocer todas las culturas importantes pasadas y actuales sin cerrarnos en ninguna, sin juzgar a unas verdaderas en función de otra o de otras, pues cada cultura genera sus propios criterios de verdad y de belleza. El que la bondad-justicia, la verdad y la belleza sean de hecho patrimonio de todos es importante y urgente, y Cristo tiene mucho que decir en este asunto. ¿Qué hace la cristología? La cristología se encuentra con un mundo injusto, que distorsionada la verdad y la belleza (empezando por el mismo Occidente) y el colonialismo sobre el que ella cabalgaba con ínfulas de universalidad se ha truncado. Ahora se encuentra con la interculturalidad y ve que su carácter de universalidad se ha acabado. ¿Qué hacer? ¿Cómo dar respuesta a estos  problemas a los que Cristo vino a dar sentido? Es un problema abierto.

            Creo que la cristología ha de seguir siendo monocultural, pero no olvidemos que Cristo, el Misterio, es Universal y que por lo tanto ha der ser revestido con ropajes nuevos, extraños, exóticos para nosotros porque a todos abraza. Ya la cultura abrahámica-greco-latina que inunda nuestra cristología y nuestra soteriología, aparece con su cara más auténtica: es válida para un momento y un espacio (quizás ni tan solo para nuestro momento, aunque estemos en el espacio de Occidente), pero nada más. Se trata de una visión de la realidad muy particular.

            Se hace claro y patente, leyendo el Tao, o cualquiera de los sabios budistas, zen, vedantas, advaitas… que nuestra visión de la realidad, basada en la lógica aristotélica, en el dualismo, en el tiempo lineal, en la realidad objetiva… no encaja en modo alguno con la visión de ellos, como: “el hombre es una –entre otras- de las manifestaciones de los seres conscientes, las cosas son no-substanciales, la realidad es no-dual, no existe un Dios creador…”

            Todas las culturas tienen una visión del Todo, tienen un universo simbólico, como la tenemos nosotros. ¿Qué derecho tenemos, y en nombre de qué, a destruir su visión para imponer la nuestra? ¿Es que acaso el Cristo va necesariamente ligado a nuestro universo simbólico?

            “Olvido de lo criado / memoria del Creador” dice Juan de la Cruz. Abramos el Cristo a cualquier forma mentis, a cualquier cultura, no impongamos la nuestra. Eso sí valorémosla, como la joya de enorme valor que es.


José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es