domingo, 6 de julio de 2008

Del laicismo o de una nueva etapa en la manifestación el Espíritu

Del laicismo o de una etapa más en la evolución del Espíritu


Para entender con más conocimiento de causa lo que se dice en estas reflexiones es conveniente tener en cuenta la entrada en este blog del 6/12/2007.

He de comenzar este escrito confesándome hombre de fe, y de fe en Jesús, el Cristo. Toda mi educación ha venido marcada por la presencia constante en mi vida de Jesucristo, y en modo alguno he renunciado a él, antes bien, quiero hacer en mí lo que ya hicieron los místicos, tanto teístas como no teístas, y que en una línea cristiana marca, a mi entender, el Evangelio Gnóstico de María Magdalena:
“ He puesto mis huellas dentro de las Suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber imitado Su actitud, sino haber descubierto su esencia.
...ésto no es cuestión de creencias, la creencia es una fuerza ciega, suele reposar en la simple confianza ingenua, a veces en lo arbitrario... a veces se alimenta de una falta de lógica, que lleva al fanatismo, no es algo razonado... Yo te hablo de fe, que es una certeza, un conocimiento directo, y fuera del tiempo, de Aquello que es... una certeza que viene a alcanzarnos hasta la profundidad de nuestro cuerpo. ...Es como un soplo que ningún muro o prisión podría contener, ni siquiera frenar. Os sitúa en el Espíritu del Maestro, en ese espacio que ninguna palabra podría describir. Ahí es donde se redescubre el sentido del amor y de la libertad.”
Y puesto que lo que quiero es esto, le fe, a la que alimento cada día dejándome llevar al centro (meditari) y no la creencia, cada vez me siento personalmente más distante de cualquier institución que exija que se deponga todo criterio personal en favor de la creencia en sus afirmaciones y dogmas, en sus mandamientos e ideologías. Jesús de Nazaret fue un hombre verdaderamente libre, como lo fueron Buda, Lao Tse, Mahoma, Francisco de Asís, Lutero, Eckhart y todos los místicos que en el mundo han sido.
Creo que esta confesión personal ha de ser suficiente para que no se me alinee en una línea de no-espiritualidad a la que no pertenezco. Veo que todo cuanto es en el Kosmos no es sino la manifestación plena y libre, en cada momento, de la evolución del Espíritu. Sin Espíritu no hay Kosmos y sin éste tampoco hay Espíritu, como bien dice Raimon Panikkar, pues el Kosmos no es sino el modo de manifestación del mismo Espíritu.
Ya en varias entradas que he realizado en este blog hay material que ayuda a reflexionar sobre el tema que ahora propongo. De todas maneras he decidido hacer la reflexión desde una perspectiva nueva, aunque lógicamente utilice mucho material del ya empleado.
Para llevar a cabo esta reflexión, se han de precisar varios conceptos, no definirlos, puesto que se trata de algunas realidades que van mucho más allá que nuestra mente humana racional, pero sí, como decimos, hemos de precisarlos, puesto que los términos como laicismo, Espíritu, religión...se utilizan para decir cosas muy distintas, en función de todo un contexto y de la persona que utilice el término.
Por Espíritu se entiende en este escrito la Meta y el Sustrato del que están hechos todos los peldaños de la evolución, el Misterio que abarca cuanto es tanto en el mundo manifiesto de las cosas, como en el no manifiesto, o quizás podamos decir: Aquella Plenitud que me saca de mi aislamiento, respetando mi soledad, en una palabra lo que quiere decir la palabra Dios sin todo el peso idolátrico que la historia ha cargado sobre la misma. Las cosas son el Espíritu en su forma manifiesta. Se huye expresamente de cualquier concepto dentro del cual queramos encerrarlo, pues se trataría de un ídolo mental (al que por desgracia estamos muy acostumbrados los hombres1 en todas las religiones). Creo que la misma palabra Dios, como Yahvé, Alá... han dejado en buena medida de ser un símbolo para convertirse en un ídolo. Así cuando afirmamos que Jesús es Dios, le estamos atribuyendo a Jesús aquellas cualidades que nuestra mente ha ido elaborando a través de la historia como pertenecientes a la Divinidad, cuando lo correcto sería la actitud inversa, si creemos que Jesús es Dios es porque Dios es Jesús, o sea, porque Dios no es sino lo que es Jesús y nada más. No lo que nosotros podamos pensar que es.
El Espíritu ha sido expresado de muchas maneras y formas en las más variadas teorías humanas teístas (religiosas) y no teístas: Vacío, Libertad absoluta, Amor, Tercera Persona de la Trinidad, Trinidad, Inspiración, Aliento...
El laicismo, es una palabra a la que se aplican muchos matices. Proviene del latín (laicus) que a su vez proviene del griego laicos (laicos), que significa: perteneciente al pueblo.
En la iglesia católica la palabra laico ha significado: el que carece de órdenes religiosas. Y en su jerga teológica significa lo mismo que secular o perteneciente al mundo, en contraposición al clérigo que se “considera” consagrado y perteneciente a lo Divino. Como vemos es una palabra que en una estructura humana patológicamente jerarquizada ha sido muy utilizada con connotaciones algo peyorativas.
Pero, ¿Qué significa laicismo en los últimos tiempos? ¿Qué sentido damos a esta palabra? Por supuesto que los matices varían mucho según el uso que se haga de ella, y de quien lo haga.
“Este término tomó significado a partir de la raíz latina original para designar el impulso moderno (surgido durante el llamado Siglo de las Luces) de los Estados, organizaciones y personas para la independencia de las instituciones respecto al poder eclesiástico, el deseo de limitar la religión al ámbito privado, particular o colectivo, de las personas y permitir mejores condiciones para la convivencia de la diversidad religiosa, poniendo al Estado de árbitro y, como reglas del juego, los derechos humanos. En general, los laicistas afirman que la laicidad es un principio indisociable de la democracia, porque las creencias religiosas no son un dogma que deban imponerse a nadie ni convertirse en leyes.”
Y en este sentido describimos el laicismo en este estudio como la doctrina que defiende la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente y cuya máxima representación se da hoy por hoy en el Estado Laico y en la que las reglas del juego vienen marcadas por los derechos humanos.
En el Estado Laico la confesión religiosa es un derecho privado, personal o colectivo, y nunca un deber que se puede imponer a nadie.
Por último nos falta describir de alguna manera qué entendemos en estas páginas por religión.
Como podemos suponer, no es una cuestión baladí ni nada fácil porque la religión pertenece a lo más íntimo y sagrado de la persona, a un santuario que fácilmente puede ser afectado por cualquier virus (tal como están las suspicacias de muchos) y en la que muchos se juegan con verdad o erróneamente su seguridad vital. Aparte de la inercia de muchos siglos en nuestro país, en el que la confesión religiosa católica con su Jerarquía ha venido imponiendo las normas sociales a seguir.
No podemos olvidar que la Fe, que no es más que la Vida, es riesgo, como lo es la Vida, y no porque la Fe pueda estar errada (es una certeza vital que transforma todo en Amor, no una creencia, menos un fanatismo), sino porque estamos en el tiempo y el tiempo es riesgo, aunque ni la Fe ni la Vida lo sean.
Además la multitud de acepciones que ha tenido esta palabra a través de los siglos aún hace más confuso el problema.
Proponemos el concepto de religión como sigue: La palabra religión, como bien sabemos, tiene una etimología controvertida: “relegere”, “religare”, “reeligere”. Es una cuestión que tiene su importancia, pues la etimología nos acerca a los orígenes. Personalmente me inclino claramente por “religare” por su significado de Unión ontológica. Pero, no es el tema principal de estas reflexiones incidir en la etimología, sino en la pluralidad de sentidos con que se utiliza hoy día la palabra religión, dando lugar a una ambigüedad conceptual, que llama frecuentemente a equívocos. Para evitarlos, sería conveniente especificar qué contenido le damos a la palabra en cada caso.
La religión como compromiso no racional
Esta acepción significa para los teólogos que la religión se ocupa de aspectos válidos, pero no racionales, como fe, gracia, transcendencia… Para los positivistas no puede ser un conocimiento válido, podría tener un “significado” emocional, pero no se trataría un conocimiento verdadero al no ser racional.
Esta visión es la que se refleja en el común de las gentes: “La religión no es racional, pertenece a la esfera de la creencia, o de lo que vulgarmente se llama fe (identificando fe y creencia, cosa que como hemos dicho es un error.)” Para la gente normal, de la calle, los dioses míticos de los “antiguos” serían algo religioso, pero no lo sería los conocimientos científicos actuales, ni el mismo laicismo que nos ocupa.
Según este uso, la religión no se realiza en todos los niveles de la conciencia humana, sino sólo en los que no son racionales. Y normalmente estos niveles racionales son los que se aprecian como los más elevados a los que puede llegar el ser humano. La religión, por consiguiente, sería una actitud humana que tendría que ser superada.
Pero, eso de que los niveles más elevados de la conciencia humana sean los racionales está en cuestión. Las experiencias místicas, las experiencias cumbres de conciencia, la transracionalidad, los principios fundamentales de la filosofía perenne… están siendo estudiados muy seriamente, y sus logros no pueden ser echados en saco roto, más bien todo lo contrario, apuntan a una clara superación de la racionalidad.
Nuestra cultura occidental es deudora, ya por un tiempo, excesivo, del principio de racionalidad cartesiano: “Cogito ergo sum”. Posiblemente R. Descartes expresó el error más básico, aunque lo adoren millones de racionalistas, al identificar el Ser con el pensamiento (reduciéndolo). El Ser es la Vida, es la Conciencia y ésta va mucho más allá que el pensamiento, ¿Dónde si no queda el amor, la alegría, la ilusión, el gozo, la tristeza, la ira…?
Por descontado que la racionalidad es un gran logro conseguido por la raza humana. Que ha tenido que evolucionar muchos cientos de milenios desde la primera etapa de conciencia, a la que podríamos llamar arcaica o pleromática, para conseguir la etapa racional, pero ésta no es la meta, no es el Punto Omega, que nos dirá Theilard. La humanidad ha de transcender la racionalidad para auparse hasta esas nuevas etapas, sutiles o causales, a esos niveles transpersonales que las conciencias más evolucionadas (los místicos) de la Historia ya han conseguido.
Muy unida a esta visión está la del uso de la palabra y del concepto religión como una regresión a las actitudes infantiles y prerracionales. Está esta visión muy de moda hoy, sobre todo con la visión del mundo que dejó Freud. En este sentido se ha de considerar que la religión no es una actitud racional, pero tampoco pre-racional, sino trans-racional, supone no una regresión a las actitudes de la infancia, sino una transcendencia de la racionalidad que es asumida y negada a la vez, como afirma Hegel.
La religión como compromiso en extremo significativo e integrador
Según este uso, la religión es una actividad funcional particular, no es que sea racional o no racional, sino que actúa en cualquier nivel de conciencia tanto racional como no, y dicha actividad consiste en buscar significado, integración…
Este uso, que es frecuente, refleja la búsqueda de lo que Wilber llama maná en cada nivel, del significado… Cada estado de conciencia exige una permanencia en sí mismo, una continuidad y para ello necesita alimentarse, y lo hace comiendo de todo aquello que aumente su poder, su fuerza, su eros. Así una persona que esté en el segundo grado de conciencia, o estado mágico, p.e. Un practicante del vudú, se alimentará de toda práctica, ceremonia, conversación… que le signifique a él un aumento de su magia, sea real dicho aumento, o no. Pero, también un científico, que está en el nivel racional, se alimentará de todo conocimiento, experimento… que le sirva para alimentar su estado de racionalidad pura. En ambos casos encontramos un compromiso humano con la realidad que da más cohesión y significado a la actitud propia, al estado de conciencia en que se halla cada persona. Para el primero la magia y para el segundo la ciencia tienen un carácter religioso.
De hecho afirmamos en nuestra forma coloquial frases como la siguiente: “la ciencia es para él su religión” “su verdadera religión es el dinero”.

La religión como proyecto de inmortalidad
La idea, que en esta frase se contiene, es que la religión consiste, en lo fundamental, en una creencia anhelante, defensiva, compensatoria, creada para mitigar la inseguridad/angustia, creada en la conciencia del ser cuando se hace consciente de que su muerte es un hecho inevitable. En el fondo, muchísimas personas buscan en la religión el rechazo de la muerte. La creencia en dicha inmortalidad, bien sea porque se crea que el alma no muere, bien porque se espere la resurrección de los muertos, o la reencarnación, o cualquier otra forma de supervivencia. Es una constante del fenómeno religioso tal como lo conocemos y lo experimentamos en nosotros mismos. Nuestra conciencia, esté en el nivel en que esté, necesita defenderse de la angustia que produce la muerte cierta, y utiliza la religión como defensa contra ella.
Quizás tengamos que meditar un poco sobre el asunto y darnos cuenta que realmente no somos inmortales, meditar un poco y aceptar el hecho de nuestra mortalidad. Algo que no se opone en absoluto a otra verdad incuestionable, y que han conocido en su profunda experiencia los grandes místicos: “Nuestro ego es mortal, nuestro YO es eterno, no conoce ni el nacimiento, ni la muerte.”
Los cristianos debiéramos vivir la resurrección no como un proyecto de inmortalidad, sino, como dice nuestro amigo Panikkar, como Misterio de eternidad de cada momento y en cada momento. AHORA2.
Los cuatro significados de la religión que a continuación se exponen, creo, que son de una gran importancia a la hora de calibrar nuestra actitud religiosa y ver en cuál de ellas estamos de cara a nosotros mismos, teniendo en cuenta que el Ser, el Misterio o Dios es “intimior intimo meo”
Religión exotérica
Se suele llamar religión exotérica, (del griego  = exterior) a todos los aspectos exteriores y preparatorios de la práctica religiosa. Suele ser un sistema de creencias utilizado para apoyar la fe. No es una religión inútil, si coexiste con la dimensión esotérica, pero, sin esta es puro teatro. En el aspecto exotérico se ha de incluir todas las doctrinas y rituales que constituyen al armazón de una religión institucionalizada.Si alguna religión carece por completo de una dimensión esotérica, entonces se la conoce como exotérica.

Religión esotérica
Se llama religión esotérica (del griego = interior) a todos los aspectos superiores, interiores y más avanzados de la práctica religiosa, cuya meta es la transformación de la conciencia y en última instancia la experiencia de Unión, de Identidad Absoluta, la experiencia mística, que no tiene nada que ver con el éxtasis. El éxtasis acompaña muchas veces a estas experiencias, pero no hay una relación de identidad, ni siquiera de igualdad. Puede darse un éxtasis sin experiencia mística, sino por razones muy diversas, desde el uso de drogas, hasta una situación extrema en la vida; y puede darse, de hecho se da, la experiencia mística sin éxtasis alguno. En nuestra cultura urbana hay una cierta identificación que es totalmente falsa.
Religión legítima y religión auténtica
Me voy a permitir recordar en estos momentos una pequeña anécdota personal. Formaba yo una tarde parte de una mesa que presentaba un libro de carácter “religioso” (versaba sobre el cristianismo oficial.) En el turno de preguntas y respuestas un señor que asistía al acto se dirigió a mí para interpelarme: “¿Puede usted decirme cuál es la religión verdadera? Porque de sus palabras se puede deducir que lo son todas.”
No viene a cuento la respuesta que le dí, pero esta frase nos sirve para introducir el problema de la religión verdadera, algo que desde pequeño viene sonando en nuestros oídos con machacona insistencia, porque la iglesia institucional ha hecho causa beligerante de la que ella llama “verdadera” sin tener en cuenta las diversas acepciones de la palabra religión, ni la validez de la diversas experiencias religiosas que ha tenido la Humanidad.
Lo primero que hemos de tener en cuenta es la misma palabra verdadera. Religión verdadera sería en todo caso la que estuviera fundamentada en la verdad. Sería muy pretencioso y vano de nuestra parte afirmar que la verdad está aquí y no allá y por otra parte sería absurdo, infantil, irracional negar la verdad o autenticidad de las experiencias religiosas de todos los hombres que no profesen la misma religión exotérica que nosotros (el Espíritu sopla cuándo y dónde quiere). Negar la autenticidad de las experiencias de Buda, Lao-Tse, Mahoma, sólo por poner algunos ejemplos, es sencillamente estúpido. Por ello creo que hay que comenzar precisando bien los conceptos.
Y lo segundo que hemos de tener en cuenta es el mismo concepto de verdad. Según la filosofía escolástica verdad es la adecuación entre la mente que conoce y el objeto conocido. Si acudimos a lo que se piensa por la mayoría de las personas sobre qué es la verdad, nos daremos cuenta que se trata de una realidad representacional, pues todo el mundo piensa que la verdad es una especie de plano de algo que llevamos en la cabeza, cuanto más preciso sea el plano, o sea, cuanto más responda a ese “algo” más verdad es. En ambos casos estamos viendo que la verdad está exigiendo un dualismo: sujeto que representa frente a objeto representado.
Precisamente la religión, al menos en su acepción esotérica, es un intento de superar este dualismo, si nos fiamos de los místicos, que son quienes más profundamente han vivido la religiosidad. Por ello, llamar a una religión verdadera es algo contradictorio.
Por lo dicho, entiendo que es más preciso y correcto hablar de religión legítima y de religión válida.
Religión legítima
Es la que valida principalmente la traslación, o sea, el movimiento, el cambio, que se produce en la conciencia sin cambiar de nivel de evolución. Lo hace proporcionando, dicen los estudiosos del tema, un buen maná y ayudando a evitar el tabú, proporcionando significado y símbolos de inmortalidad.
Se trata de una escala horizontal. El grado de legitimidad se refiere al grado relativo de integración, valor-significado, buen mana, facilidad de funcionamiento, evitación del tabú. “Más legítimo” significa más integrativo-significativo dentro de ese nivel.
Cuando el maná y los símbolos de inmortalidad predominantes cesan, se produce la crisis de legitimidad. Esto puede suceder en los niveles inferiores de la religión mítico-exotérica (por ejemplo, las encíclicas del Papa, basadas como están en nociones biológicas aristotélico-tomistas, superadas desde hace mucho tiempo, han perdido legitimidad para mucha gente) y similar en otros niveles, p.e. El paradigma newtoniano.
Es la religión de la que normalmente se habla en muchos tratados de teología, en las homilías, encíclicas. Es la religión asumida como compromiso, como proyecto de inmortalidad, la que responde a las ansias que tenemos de no morir, de asegurarnos una vida eterna (inmortal), cuando somos formas mortales, la exotérica3…
Cuando la religión en cuestión deja de proporcionar significado, integración o símbolos de inmortalidad, surge la crisis llamada de fe, pero, sólo se trata de una fe legítima, no auténtica.

Religión auténtica

Es la que valida principalmente la transformación de un nivel-dimensión particular. Esto es, la que exige con una actitud verdaderamente esotérica el ascenso a un nivel de consciencia superior al que se tiene. Normalmente estamos entre los niveles 3 ó 4 según el desarrollo personal de la conciencia
Una crisis de autenticidad, como he dicho, ocurre cuando una visión del mundo (o lo que es lo mismo, una religión) prevaleciente se enfrenta con una visión de un nivel superior, que empieza a emerger y gana legitimidad por sí misma. La nueva visión del mundo encarna un poder transformativo nuevo y superior que se enfrenta a la vieja visión. Y ello exige la transformación en la conciencia.
Corolario: El “grado de autenticidad” se refiere al grado relativo de transformación real expresado por una religión dada. Ésta es una escala vertical: “más auténtica” significa más capacitada para llegar a un nivel superior.- (Cada uno, como cada místico, o cada experto indicará cuál es su nivel superior).
Puede ser que todo lo dicho sobre la religión aclare algunas cosas y confunda otras, pero es necesario para que enfoquemos debidamente el problema de la relación del laicismo con la evolución del Espíritu.

Pequeña historia de la evolución de la conciencia
Todo empezó con un juego del Espíritu, dicen los orientales, y por ello el Espíritu creó el Universo, el Mundo de las Formas. La Biblia, nos dice algo similar: “...la tierra era un caos informe... Y el Aliento de Dios (el Espíritu) se cernía sobre la faz de las aguas” (Gen.1,2). Con el Big Bang hace más de 15.000 millones de años (en la utilización que los estadounidenses hacen de los números, sería 15 billones) comenzó todo. Es el origen de los orígenes. Los homínidos aparecieron, según consta hoy, hace unos seis millones de años.
Hasta muy avanzado el siglo pasado, en el seminario de Cádiz, por ejemplo, se enseñaba el creacionismo (aún hay lugares superconservadores en los que personas fanatizadas lo enseñan). Yo personalmente recuerdo alguna anécdota de mi vida en el seminario, que me habla de mi furibunda oposición al evolucionismo. Ya hacía más de un siglo que Darwin había hecho su famoso viaje (1831-1836) que le sirvió para elaborar la teoría de la evolución. Hoy ya en círculos teológicos muy serios se habla de la co-creación del mundo, han cambiado mucho las cosas.
Pero la evolución, cuyo conocimiento se ha desarrollado ampliamente desde Darwin, no sólo se atiene a los factores materiales y biológicos (al cuerpo), sino que afecta a todo cuanto es, a todas las dimensiones físicas, biológicas, psicológicas y espirituales de la existencia, y por tanto, también a la conciencia. Quizás convenga señalar que hoy se está haciendo una investigación sobre la conciencia que es una especie de correlato psicológico del proyecto del genoma humano.
Y este estudio colectivo sobre la conciencia ha conseguido ya muchas metas. La primera que tenemos que destacar es el paralelismo, no identidad, entre la ontogenia (desarrollo individual) y la filogenia (desarrollo colectivo) de la conciencia. Los pasos y peldaños que va adelantando la raza humana, también lo adelantan casi sin esfuerzo los individuos posteriores, por ejemplo, nosotros hoy tenemos una relativa facilidad para acceder a la escritura, en pocos meses lo conseguimos, pero fueron muchos cientos de miles (¿millones?) de años los que tardó la humanidad en expresar algo por escrito.
La Dinámica Espiral considera que el desarrollo (tanto ontogenia como filogenia) humano (de la conciencia) procede a través de ocho estadios generales a los que denomina memes. Un meme no es sino un estadio básico de desarrollo, que no es rígido, sino como olas flúidas que dan lugar a la compleja dinámica espiral de la conciencia.
Por su parte Jean Gesber, y otros estudiosos de la evolución de la conciencia posteriores, ha dividido la filogenia en varios períodos que van desde el Arcáico hasta el Existencial. Esta división es un tanto arbitraria, o como se diría en filosofía escolástica medieval, distinctio rationis cum fundamento in re, podría dividirse en más estadios, pero estos explican suficientemente el desarrollo de la misma a través de la historia y prehistoria.
Esta evolución de la conciencia a lo largo de los siglos, este ascender constante del Universo hacia niveles siempre más elevados, no es sino la manifestación del Espíritu en la Forma, este Eros que impulsa constantemente la realidad universal hacia un Telos siempre más allá, es el Espíritu volviendo a la casa de la que partió al Principio, pero sólo en apariencia porque “volvemos a la Casa de la que nunca en verdad, en esencia hemos salido” según las afirmaciones de todos los místicos habidos en la humanidad. Cuando se busca algo es porque ya de alguna manera se conoce ese algo, de lo que no sabemos absolutamente nada no nos preocupamos en absoluto, mucho menos lo buscamos.
Y esta evolución de la conciencia o presencia del Espíritu en la Forma ha pasado muchas etapas, todas ellas cargadas de esa Presencia y Plenitud, la propia de cada momento. Comparar la etapa Arcáica con la Racional es una insensatez total, es como querer comparar el ir de un lugar a otro caminando o hacerlo en avión. Todo es Presencia el Espíritu, pero adecuada al momento y la forma.
La primera etapa es la llamada Arcáica o Pleromática en la que el hombre (la humanidad) sólo intenta sobrevivir, en la que no importa más que el alimento, el agua, el calor, el sexo, la seguridad. Apenas si existe el yo diferenciado, la vida requiere la agrupación en hordas para sobrevivir. (Por desgracia, o no, aún hoy hay muchos humanos en este nivel primitivo, prehistórico).
La segunda es la llamada Mágica. Es el período determinado por el pensamiento anismista. Los espíritus mágicos llenan la tierra y hay que satisfacerlos con hechizos. Los hombres se agrupan en tribus étnicas que quedan cohesionadas por los ancestros, los espíritus de los antepasados. (De esto tiene mucho los equipos deportivos, las supersticiones mágicas, muchas de las oraciones de petición y no digamos las promesas hechas a la Virgen y a los santos, las apariciones... Se trata de una de las primeras etapas de religiosidad habidas en la prehistoria. ¿No habrá que ayudar a toda esta gente a evolucionar en el nivel de conciencia?).
La tercera es la Agraria, también llamada de Mítico-pertenencia. Agraria porque el nivel de conciencia del hombre promedio sube hasta este peldaño en el Neolótico, cuando se hace cultivador de los campos y comienza a vivir en ciudades-estados. Y Mítico-pertenencia porque el hombre se integra en la ciudad en un orden mítico. La magia ya no le satisface, se ha dado cuenta con el paso de cientos de miles de años, de que los espíritus de los antepasados o no existen o no tiene poderes sobre las cosas. Se da cuenta de que la vida tiene un sentido, un Orden impuesto por Otro que al no conocerse se re-crea en el mito (las mitologías)4, que nada tiene que ver con la fe, que recibe distintas formas en distintos contexto culturales sobre la base de una experiencia trascendente similar. Este orden impone un código de conducta basado en principios absolutistas y fijos acerca de lo que está “bien” y de lo que está “mal”. Quien acate el código será recompensado, quien lo rechace será condenado. Se establecen las jerarquías sociales y religiosas rígidas y paternalistas. Sólo hay un modo correcto de pensar. (Establece el fundamentlaismo religioso que todavía inunda el mundo, y no precisamente sólo el musulmán. A este respecto se puede consultar, si se quiere, mi entrada en este blog sobre la mentalidad agraria de la iglesia católica). Aún cerca de la mitad de la población mundial está en esta etapa de la conciencia, con sus consecuencias de fundamentalismo religioso. Miremos a nuestro alrededor. Y no afirmo que en esta etapa no haya presencia del Espíritu, sino que es una etapa que gran parte de la humanidad ha dejado atrás, y que el Espíritu se manifiesta de una forma más avanzada. Así como sería improcedente tratar de imponer una religiosidad laica en el seno de una sociedad inundada de dioses, también lo es a la inversa, mantener una visión agraria en una etapa de la conciencia que habla de racionalidad. ¿Por qué no seguimos alumbrándonos con antorchas? ¿Por qué no nos trasladamos de una ciudad a otra a pie? Es la mentalidad azul (el color del meme) de los conservadores.
La etapa racional.
En esta ola el yo escapa de la mentalidad azul del rebaño y busca la verdad y el significado en términos individuales. Es un nivel hipotético-deductivo, experimental, objetivo, mecánico... en definitiva científico. El mundo se presenta como una máquina engrasada que funciona siguiendo sus leyes naturales que pueden ser aprehendidas, dominadas y manipuladas en propio beneficio. Aunque los comienzos de esta etapa se puedan colocar allá por el entorno de 1000 años antes de Cristo, su expansión y momento álgido se corresponde con el Renacimiento y la Ilustración. Galileo al querer medir las cosas, Descartes al introducir la racionalidad como forma de alcanzar la verdad y más tarde Kant con sus demostraciones de la falta de fundamento cognitivo de la metafísica son los prohombres de esta etapa naranja (meme) de la evolución de la conciencia. Y como todas las etapas son la expresión, adecuada al momento, del Espíritu en el mundo de las Formas.
Hay otras etapas superiores del nivel de conciencia (visión-lógica, psíquica, sutil, causal, no dual, y de todas ellas hay místicos que dan testimonio de su existencia), pero a nosotros por lo que compete al tema que nos trae el título, no nos interesan, por lo que las vamos a dejar para en otra ocasión poder estudiarlas con alguna seriedad.
Como ya se ha dicho repetidamente, la Forma propia de cada etapa de la evolución es la expresión o manifestación del Espíritu en la Forma y querer mantener una etapa ya pasada, como la mítica o la mágica, es oponerse al desarrollo propio del Espíritu en el mundo manifiesto, es poner obstáculo al proceso por el cual el Espíritu se va haciendo patente identificándose con la conciencia.

Estas etapas no son simplemente formas distintas de ver el mundo concreto ya predeterminado, sino que en la medida en que el Kosmos llega a conocerse a sí mismo más plenamente, emergen realmente mundos diferentes. Las diferentes visiones del mundo crean, actualizan diferentes mundos, lo cual es algo muy distinto al hecho de contemplar el mismo mundo de forma diferente. No es que exista un mundo concreto y predeterminado que pueda ser contemplado de formas distintas, sino que, en la medida en que el Kosmos llega a conocerse a sí mismo más plenamente, emergen mundos diversos. El Kosmos no está acabado, se está realizando continuamente, cada vez es mayor la manifestación del Espíritu. No es el Mundo del momento del Big Bang que el actual. Y el Mundo, no sólo la materia, sino la biosfera, la noosfera, la conciencia... siguen ampliando su realidad y co-creando un Mundo que manifiesta el Absoluto, el Vacío (budista), el gran Otro, el Espíritu, Dios...
La visión que se tenía, y se tiene, de las cosas no es algo dado que se va percibiendo, sino también algo no realizado que se va co-creando. No tenemos más que mirarnos a nosotros mismos y compararnos con nosotros mismos, cuando teníamos treinta o cuarenta años menos, ¿No hay algo ganado y otro algo perdido en el camino?
En esta última etapa, la racional, hay que destacar ciertos aspectos. Aunque empezara hace unos 3.000 años, no quiere decir que toda la humanidad haya avanzado hasta este nivel de conciencia, ya se ha dicho que estas etapas son como olas que se confunden unas sobre las otras. Sólo hablamos del nivel promedio de la humanidad. Por supuesto, hay muchos niveles de conciencia dentro de la sociedad, e incluso los hay dentro de cada individuo en función de la línea que se considere en él (moral, cognitiva, religiosa, afectiva...). Los aspectos a considerar son: la religión y metafísica premoderna o premodernidad, la modernidad y la postmodernidad.
Y es necesario considerar estas subetapas porque la visión del mundo (y su realidad) y con ella la religión ha cambiado radicalmente.
En la premodernidad, la subetapa de la Edad Media se mantuvo la visión del mundo que venía dada por la Gran Cadena del Ser. Visión que puede ser resumida, por razón de la brevedad, en el Gran Tres: Arte, Moral y Ciencia. El Arte era la subjetividad, la Moral la intersubjetividad, y la Ciencia era el ello. Toda esta visión estaba animada por la religiosidad, que era de orden mítico, religiosidad que aún hoy sigue dominando muchas mentes y estructuras humanas y religiosas. El Arte, la Moral y la Ciencia no se concebían tal como son concebidas hoy, sino que formaban en sí mismas una fusión, una sola cosa, no cabía Arte, Moral ni Ciencia que no fueran dominadas por el criterio religioso de la jerarquía eclesiástica. El Arte expresaba comúnmente las distintas mitologías religiosas, sobre todo la cristiana, la Moral de los decretos eclesiásticos imperaba, junto con la fe (asentimiento externo) en los dogmas, y todo bajo del peligro constante de la inquisición, la Ciencia argumentaba a partir de los prejuicios concebidos por aquellas mentes infantiles a partir de una lectura literal de algunos pasajes de la Biblia. No me entretengo en repasar algunas de las páginas de la llamada Ciencia Medieval que argumentaban por ejemplo que el rostro del hobre tenía que tener siete orificios y sólo siete, o que la tierra era el centro del Universo... pues todo esto es anecdótico y lo importante es destacar que el Arte la Moral y la Ciencia estaban fusionadas y bajo el criterio déspota del dogma impuesto y alejado del verdadero sentido del amor de Cristo.
Con la modernidad apareció un vuelo en la conciencia del hombre. Hace 1600 años Galileo se empeñó en medir las cosas. Y comprobó que la que rota es la tierra y no el sol, y la Ciencia empezó a despegarse de la Moral y del Arte. Y así, poco a poco, empezó la grandeza de la modernidad que primero con Descartes y más tarde con Kant y la Ilustración diferenció el Gran Tres: Arte, Moral y Ciencia, que ya no tuvieron que someterse el uno al otro y sobre todo no tuvieron que somenterse al despótico imperio de una fe mítica que los subyugaba y no los dejaba caminar su propio camino. Esta diferenciación fue la gran conquista de la Modernidad.
Mas poco a poco, la Ciencia y el empirismo sensible fue enamorando a las mentes y fue dominando a la Moral y al Arte, y sobre todo terminó despreciando todo aquello que no cayera bajo el control de los sentidos, del empirismo craso de los mismos. Con lo cual aquella diferenciación inicial entre las parte del Gran Tres se convirtió en disociación, es más se eliminó toda dimensión que no fuera sensible y experimentable por los sentidos. Con lo que consiguieron, como dice Wilber, tirar al niño que bañaban (lo espiritual y subjetivo) junto con el agua sucia del baño (la fusión del Gran Tres).
Para que haya verdadera evolución es necesaria la diferenciación posterior a la fusión, pero luego ha de venir una integración en la que los elementos diferenciados pasen a ser parte de un todo emergente superior.
Posteriormente, el idealismo de los siglos XVIII y XIX con Schelling y Hegel a la cabeza intentaron esta integración, considerando la Historia como el Espíritu en acción, pero carecieron de los medios prácticos para perpetuar sus logros e intuiciones, a parte del fervor con que el mundo académico recogió los avances del empirismo radical (en buena medida como reacción ante la imposición tiránica del dogma religioso).
El postmodernismo reaccionó contra la visión estrecha de la modernidad que no tenía en cuenta la relación de los sujetos entre sí a la hora de formar una Cultura (No voy a introducirme ahora en la versión patológica del postmodernismo radical, que hasta llega a caer en una clara petición de principio). Sus teorías (nueva forma de avance de la evolución del Epíritu) se basan en tres ideas fundamentales:
1.La realidad no está, en modo alguno, prederterminada, sino que es en muchos sentidos una construcción, o una interpretación. (Este principio que no tenemos tiempo de desarrollar, ni es nuestra misión, elimina de un tajo toda la metafísica medieval, algo que ya había hecho con mucha hondura I. Kant con sus famosas y profundísimas “Críticas”).
2.Todo significado depende del contexto y estos son ilimitados.
3.La cognición no es privilegio de ninguna perspectiva concreta, con lo que dan origen al “aperspectivismo integral”

En este aperspectivismo integral es donde se sitúa, o ha de situarse, el laicismo, un laicismo sin patologías. Ha de ser esa postura que tenga en cuenta todas las subjetividades (y por ende religiosidades) y no prime a ninguna sobre las demás, sino que a todas las mantenga en la realización justa y adecuada de los derechos humanos. Esto, sin dudas, es, a mi entender, un gran avance en el camino de la realización del Espíritu, del Amor en el mundo de las Formas y del Tiempo en el que nosotros aún estamos.
Llegar hasta aquí ha costado muchos miles de años de evolución, evolución que aquí no ha de quedar parada, sino que ha de avanzar hacia nuevos horizontes, hasta llegar al Punto Alfa, que nos dice Theilard, que no es otro que la Plenitud, que a veces atisbamos en un gesto de amor hacia alguien tan entrañable como la pareja, un hijo, una nietecita..., Punto Alfa que los cristianos vemos en la consumación en Cristo y en el Padre por el Amor que es el Espíritu, ese Espíritu que no para de manifestarse bajo las más diversas formas y maneras (entre ellas el mal “o bien” llamado ateísmo). Por ello Jesús nos advertía: ”Quien tenga oídos para oír que oiga”.
Por supuesto, no todas las formas de religión reaccionan de la misma manera ante el laicismo. Por ejemplo: la religión asumida como proyecto de inmortalidad, que lo que intenta es sólo mitigar la inseguridad existencial del ser humano, si se sitúa en la época agraria, como sucede con muchísimos católicos que no han avanzado más, el laicismo es el horror que ataca directamente su propia seguridad existencial.
La religión exotérica, la que se refiere a los aspectos exteriores de cualquier religión que tiene aspectos interiores y sublimes. La que tiene un sistema de creencias utilizados para apoyar la fe, pero carece de toda dimensión esotérica en la mayoría de sus adictos, algo que también pasa mucho con la religión católica oficial. Esta se interpreta a sí misma como la única verdadera y legítima, pues es la única que a su juicio se basa en hechos históricos fundamentados (algo dudoso en principio que el hecho histórico sea fundante de la mal llamada “religión verdadera”). Para esta expresión externa el laicismo es la personificación del mal, pues en su postura aperspectivista equipara la verdad con el error.
Para la religión auténtica el laicismo no es más que un paso más adelante hacia un nivel de transformación más profundo, impulsado por un amor universal. Es más el laicismo en sí se convierte en una mayor exigencia de autenticidad, de Amor que sabe ponerse en la perspectiva del otro. ¿No nos suena esto a ama a tu prójimo como a tí mismo (porque es tú mismo)?

José A. Carmona

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