jueves, 31 de julio de 2008

La Sabiduría

Reflexiones sobre la Sabiduría.

Es constante en nuestra cultura del siglo XXI identificar la Sabiduría con la erudición, incluso el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, acepta esta identificación en la segunda acepción que da al término Sabiduría, cayendo así en un reduccionismo sutil, reduccionismo que abarca muchas facetas de la vida, de la conciencia y por ende del lenguaje y que está creando un verdadero mundo chato en nuestra cultura. Esto no es algo que denuncie sólo yo, pobre de mí, sino que suenan las voces de muchísimos filósofos y verdaderos sabios actuales (entre muchos Wilber, Habermas, Dürckheim, Panikkar, Whitehead, Wallace, Foucault...) denunciando el hecho: En nuestras aulas académicas se ha instalado el “chatismo”, con el nombre de cientificismo (no de cientismo). Muy frecuentemente se llama, con la mayor inconsciencia, sabio al científico, al filósofo, al literato, a aquellos que tienen erudición. Y ello quizás sea debido en buena parte a que se ha identificado el “saber” con el conocer, y sobre todo con el conocimiento analítico, que es bueno en sí, pero nunca fue, ni es Sabiduría.
Lo peor de este asunto es que al identificar las dos palabras se identifican los conceptos con lo que la realidad de la “Sabiduría” desaparece del mapa de la cultura, del mapa de las intersubjetividades, de la comunión de los sujetos. Ya los niños no sabrán nunca qué es y sobre todo qué ha sido la Sabiduría, porque en el contexto en el que nacen sus “conocimientos” no está, y sobre todo no serán verdaderos sabios, sino eruditos especializados.
Y sin embargo, la Sabiduría es una invariante humana que pertenece a todas las culturas y que es fundamental en todas las formas religiosas de la historia de la humanidad, incluído el ateísmo humanista, como bien muestra el movimiento constructivista (no radical) y se revolución epistemológica. Mas la modernidad y la postmodernidad, que tienen muchas cosas buenas, han caído en una disfunción muy grave al encerrar la Sabiduría en un asilo, al margen de la realidad mundana, al margen de la vida-Vida.

Y ¿qué es la Sabiduría? Posiblemente este afán por definirlo todo sea una verdadera debilidad de nuestra cultura, de nuestra epistemología. Son muchas, muchas las realidades que no pueden ser definidas (sencillamente porque van más allá de nuestra capacidad mental), sino experimentadas. ¿Es que la definición de la música como la percepción de determinadas ondas por el oído, nos dice en verdad lo que es la música? La música, como el sabor, la pintura... el amor han de ser vividos, experimentados, no definidos, salvo que los queramos asfixiar, con lo que dejarán de ser lo que son. Mas podríamos describir la Sabiduría como el Arte de la Vida, o sencillamente como Experiencia Vital. La Sabiduría se hace presente en la famosa tríada (de la que habla Buda): en la armonía de la actitud fundamental, la visión verdadera y la acción correcta, lo que Santo Tomás de Aquino llamaría más tarde: unitas, veritas, bonitas.
De esta Sabiduría nos han hablado siempre los místicos, que son los verdaderos Sabios, como nos dice el gran Fray Luis de León en su primera estrofa de la Canción de la vida solitaria:

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido,
los pocos sabios que en el mundo han sido;
...!
Y es ella la que da la verdadera seguridad a nuestra existencia: “a oscuras y segura” nos dice S. Juan de la Cruz, esa seguridad que falta a nuestro mundo y que busca por mil y un vericuetos, menos en la Sabiduría a la que ha abandonado.
Es de notar que en el cristianismo llamamos santos a quienes han alcanzado la cumbre de la conciencia, la mística y en cambio en el budismo se les llamas sabios. Y tanto en una forma de espiritualidad como en la otra estos verdaderos santos o sabios están llenos de alegría y son profundamente libres. El fruto de la Armonía es la alegría y su morada es la libertad.
Quiero acabar esta primera reflexión sobre la Sabiduría citando un texto del libro de los Proverbios, de clara influencia egipcia según los entendidos:

“Quien me alcanza, alcanza la vida
y goza del favor del Señor.” (Prov. 8, 35)

El tema de la Sabiduría, ya se dijo en lo escrito anteriormente, es una invariante humana, y por lo mismo, pertenece al núcleo de todos los libros que han fundamentado el judaísmo, el cristianismo, el budismo, el hinduísmo, el islamismo...
Nosotros en nuestra dependencia de una formación eclesiástica, cerrada sobre sí misma y sus mitos, hemos recibido la Sabiduría con los condicionamientos de la visión paulina de la Primera Carta a los Corintios (1 Cor I,18-2,16 ), sin tener en cuenta que lo que dice Pablo viene en buena medida condicionado por su contexto (como siempre), por lo que es muy relativo y nosotros lo hemos absolutizado (como casi siempre). Pablo está luchando contra los gnósticos, que ya tenían una cierta influencia en el mundo griego, y opone la sabiduría de la revelación a la de los gnósticos (sofía – gnosis). Y no tuvo para nada en cuenta, ni la podía tener porque no estaba haciendo un trabajo de invetigación, sino una apología de su doctrina, la enorme riqueza que el mundo gnóstico aportó a la Sabiduría y al mundo cristiano. En el AT, si prescindimos de las afirmaciones racistas del autollamado: Pueblo de Dios, aparece la Sabiduría con una visión más amplia en muchas de las expresiones, sobre todo en el capítulo 8 del libro de los Proverbios (Dios tuvo a la Sabiduría -sofia- junto con él en la creación del mundo, algo que recogió el prólogo del IV evangelio)) . Hoy sabemos que todos los libros sapienciales del AT recibieron muchas influencias de las filosofías egipcias y griegas.
La Sabiduría (Sofia o Gnosis) es patrimonio de la humanidad en el sentido más estricto de las palabras, como llega a decir el libro sabio de los Proverbios (8,31) cita que ya se encuentra en el escrito anterior.
La Sabiduría no es mera sensatez, ni reflexión, ni erudición, sino que abarcando todas estas realidades las trasciende y les da una nueva dimensión que la hace siempre justa, equilibrada y armónica, tiene un regusto de fe y experiencia vital, es lo divino en nosotros, como afirma Plotino.
La Sabiduría tiene un sabor que no se percibe con la lengua, sino con todo el cuerpo, el alma y el espíritu. El lenguaje de la Sabiduría une al oído, el cuerpo y el espíritu, como dice Panikkar.
Sabiduría no es simplemente oír, (o leer) palabras es saborear su contenido y hacerlo carne de nuestra carne, o lo que es lo mismo: espíritu de nuestro espíritu. Sabiduría es Vivir y exprimir la Vida hasta la última gota.
Esto, en buena medida, es lo que buscaban los gnósticos, quienes vieron en Jesús de Nazaret el ejemplo viviente de la Sabiduría de la Gnosis Suprema. Su misión consistía en ayudar a todos a encontrar en sí mismos una sensibilidad olvidada.
Lo que nos sucede hoy día es que hemos olvidado esta sensibilidad, esta Sabiduría. Olvido que comenzó hace muchos siglos, olvido que se ha repetido mucho a través de la historia, pero que últimamente ha venido de la mano de la vuelta al Humanismo “chato” (le verdadero Humanismo no olvida la Sabiduría, sino que la hace centro) con el Renacimiento, y de la separación, muy válida, por cierto, en muchas cosas, entre ciencia, arte y moral que nos trajo la Modernidad. Fueron muchas las cosas buenas que trajeron a la humanidad estos movimientos, pero en algunas se pasaron de rosca y, como dice Wilber, no se contentaron con tirar el agua con que bañaban al niño, porque ya estaba sucia, sino que terminaron también tirando al niño con el agua. Terminaron encarcelando la Sabiduría y marginándola de la Vida y negando el Espíritu, como dice Panikkar.

El intento mío en estas reflexiones no es el de comentar los libros sapienciales del AT, ni ningún otro que fundamente religión alguna, sino hablar algo sobre esa Sabiduría que hoy como ayer es totalmente necesaria para la Vida, esa Sabiduría a la que encanta estar entre nosotros, como se ha dicho, y hasta tal punto le gusta permanecer en nuestra compañía que se ha construido un hogar en nuestros corazones (Prov. 9,1).
De todo lo dicho sobre la Sabiduría se puede deducir que esta se identifica con una determinada experiencia de Totalidad, que configura profundamente nuestra propia vida humana.
Experiencia de Totalidad que no significa estar informado de todo, algo que se valora en grado sumo en nuestros días, ni mucho menos dominar todas las líneas del desarrollo (un verdadero Sabio no tiene que correr los 100 metros en 9 segundos, o conocer la física cuántica, por ejemplo) sino haber llegado al centro de sí mismo y experimentar la identidad con la Totalidad, no sentirse fragmentado en modo alguno, habiendo transcendido todas las fronteras (“Y pasaré los valles y fronteras” de San Juan de la Cruz).

Quizás si entendemos lo contrario de Sabiduría podamos entender mejor lo que ella es. Lo contrario de la Sabiduría no es ni la torpeza (se puede ser muy torpe jugando al fútbol), ni la ignorancia (se puede no tener ni idea de oncología), tampoco la necedad, a veces la necedad a los ojos del mundo es sabiduría ante los de Dios, dice Pablo, aunque esto hay que tomarlo como ya apunté en un contexto muy concreto. De todos modos a los verdaderos sabios en multitud de ocasiones se les ha llamado necios. Es típico el caso de San Juan de Dios, también llamado “el loco”.
El Sabio tampoco es un sabelotodo, un homo universalis como Pico de la Mirandola, o Leonardo de Vinci. El saber de todo, mejor, el querer saber de todo es lo contrario de la Sabiduría. Esto surge del deseo de conocer muchas cosas, y una sóla es importante nos dice Jesús, y Buda afirma que ese deseo es la causa del sufrimiento. Ya Heráclito decía que el saber de todo no da ni Sabiduría, ni comprensión, y lo decía refiriéndose a la especialización como método para la Sabiduría, y la especialización es fragmentación del saber como método para el conocimiento, lo cual es bueno y necesario, pero nunca es Sabiduría. “Aquello que llamamos progreso científico no es otra cosa que la expansión de las especializaciones, que se dividen más y más para iluminarnos menos y menos”, dice Raimon Panikkar. Este afán de ir en la dirección analítica nos hace olvidarnos de la visión de Totalidad. De nuestra verdadera Identidad.
En nuestro mundo se ha perdido la actitud integradora, porque la persona ha quedado reducida a la razón, la razón al entendimiento, éste a la capacidad de clasificar y de formular leyes sobre el comportamiento de las cosas. Algo, si dudas, útil, pero que nos hace ir exclusivamente en la dirección analítica, de fragmentación, de la pura clasificación y no hace olvidarnos de la dimensión integradora, de la Totalidad que es lo que el Universo, el Kosmos, es y en definitiva de nuestra verdadera Identidad. Nos hace olvidarnos de nosotros mismos que somos parte integrante de ese Kosmos que no simplemente ha de ser analizado (que es lo más superficial) sino comprendido en un abrazo de Totalidad en el que no haya analizado y analizador, conocido y conocedor, sino simplemente la Realidad que se hace consciente de sí misma, como dijo Theilard.
La Sabiduría exige, como vimos, una actitud integradora, nos exige no ir tras la obsesión analítica de nuestras ciencias (analítica que tiene muchos elementos positivos, pero no es comprehensiva, aunque sea muy útil). Para se Sabio es necesario no olvidar la identidad, el centro, darnos cuenta de que no somos simplemente un sujeto frente a un objeto (esto es fragmentación), sino caer en la cuenta de que sujeto y objeto no están separados, ni enfrentados, no fragmentados, sino que son uno, mejor diríamos en la postura no.dualista que son no dos, que el Universo es un Kosmos, uno sólo del que el sujeto es parte, y todo él manifestación del Espíritu. Ser Sabio es simplemente tocar la unidad de todo con todo nuestro ser. No es un simplismo artificial, ni un reduccionismo más o menos burdo, “sino el descubrimiento del hecho de que toco toda la Realidad, de que no soy un sujeto aislado frente a un objeto” (Panikkar), sino integrante de toda la Realidad y a la vez la Realidad misma, pues esta no puede ser dividida en sí misma en partes. La división la creamos nosotros con nuestras fronteras mentales (esto es agua, esto tierra, esto varón, esto mujer,...). Esta experiencia integral sólo es experiencia cuando la praxis y la teoría no se distinguen, porque se armonizan en la unidad, allá donde el corazón está cargado de amor. No se conoce lo que no se ama, pues es el amor el que nos da la unidad con lo conocido, y a la inversa por supuesto, es el conocimiento quien a su vez abre el camino al verdadero amor.
Esta unidad, no-dualidad de la verdadera Sabiduría viene expresada en las múltiples tradiciones míticas sobre el pecado original, al que todas interpretan como el conocimiento del bien y del mal. El pecado es la separación, la fragmentación del Universo no-dual. Y en estos mitos se está expresando una realidad que transciende la mera racionalidad, no se trata en este caso de un mito creado en los anales de la Historia o Prehistoria para explicar una Magia ya caduca, como puedan ser las plagas de Egipto, sino un punto de luz que va más allá de los niveles de conciencia adquiridos por la elite mística de la humanidad en estas épocas prehistóricas. Se trata de un mito transracional y no prerracional.
Podemos concluir este apartado sobre la Sabiduría con las palabras de un verdadero Sabio, que vive entre nosotros (Raimon Panikkar): “La sabiduría es armonía personal con la realidad, concordia con el ser, Tao, cielo, Dios, Nada,...”

José Antonio Carmona

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