viernes, 30 de noviembre de 2007

De la Verdad y de la Hitoria. Cuarta Parte

La dimensión o cuadrante exterior individual.

El cuadrante exterior individual tiene su tipo de verdad: la llamada representacional o proposicional. En esta dimensión las afirmaciones son proposiciones válidas cuando se ajustan a hechos objetivos. ”Las proposiciones están ligadas a observables individuales empíricos y objetivos y, cuando cuadran con estos, se dice que son verdaderos”[1]. Este tipo de verdad, que ha terminado siendo conocida con el nombre genérico de “verdad”, es la de las ciencias empíricas y la de la vida cotidiana (precisamente por serlo y debido al imperio del dominio individual exterior sobre los demás dominios se le da el nombre de verdad, como si las de los demás dominios no lo fueran). Hemos dicho que es representacional, o sea, es una especie de mapa que representa un territorio, y cuando la representación cartográfica se corresponde con el terreno, decimos que es verdadera. Pero no hemos de olvidar que sólo es el tipo de verdad del dominio exterior individual.

La dimensión o cuadrante interior individual.

El cuadrante interior individual tiene su tipo de verdad, al que se le llama veracidad. No se trata en esta ocasión de constatar un hecho externo, sino de saber si el sujeto está diciendo la verdad o miente, esto es, si es veraz. ¿Es fiable el sujeto, o no? De esto se trata, de conocer el estado interno del que habla. Y el único medio de acceder al interior del hablante es a través del diálogo y de la interpretación. La prueba de validez en este caso no consiste en verificar el hecho externo, sino en saber si se puede confiar en la veracidad de las afirmaciones del hablante. Incluso en la veracidad de mis propias afirmaciones, porque también yo, al hablar, puedo estar mintiéndome a mí mismo, y no saberlo. En ello trabajan todas las escuelas de psicología profunda.

Así, pues, decimos: la prueba de validez de esta dimensión no es la verdad objetiva, sino la veracidad subjetiva.

Por lo que afecta a mis reflexiones, orientadas hacia el fenómeno espiritual y hacia la meditación, se ha de señalar aquí que la prueba de validez de la fenomenología, no de la fisiología, de los estados meditativos es la veracidad subjetiva. Si queremos saber lo que pasa en la mente, en la conciencia del meditante durante la meditación, tendremos que preguntárselo a él y establecer un diálogo intersubjetivo. Esto que pasa por su conciencia no podrá decirlo nunca el electroencéfalo, ni ninguna máquina, que sólo podrá detectar los cambios fisiológicos que se produzcan en el meditante durante su meditación. Si el meditante no es sincero, nunca podremos conocer la fenomenología concreta de esos estados internos. Y si el meditante se miente a sí mismo, creerá que está diciendo la verdad, y ninguna prueba empírica podrá detectar la mentira.

Nos quedan por examinar los otros dos dominios del conocimiento que pertenecen al ámbito de lo colectivo, tanto el interior colectivo como el exterior colectivo.

La verdad en el dominio exterior colectivo

Al afirmar el aspecto colectivo de este dominio, como del siguiente, no negamos, en absoluto, que este dominio tenga que ver con lo individual, sino que también tiene que ver con lo colectivo, es más, se refiere a la relación del individuo con la colectividad. Es lo que afirma cualquier teoría de sistemas.

El criterio para determinar la verdad de este dominio radica en el comportamiento objetivo del sistema total de acción social considerado desde una perspectiva empírica. Su verdad es el modo en que cada proposición (o individuo) se relaciona con el sistema total. Se trata de explicar el estatus de los individuos desde el punto de vista de su ajuste funcional con la totalidad objetiva. Es la red o el sistema el que determina la función de cada parte (por ejemplo, es la sociedad la que determina la función de cada parte o individuo dentro de ella), pues el sistema es la realidad primaria desde este punto de vista. Todas las teorías ecologistas y de pertenencia al universo pertenecen a este dominio, pero, pretenden ser exhaustivas, o sea, comprender toda posibilidad de conocimiento, abarcar toda la realidad del mundo, cuando no son más que una parte: el dominio exterior colectivo. Su enfoque es, sin duda, un enfoque holístico, pero no integral, su holismo se queda en lo exterior y social o colectivo, olvidando lo interior e individual[2].

Este aspecto de la verdad es muy considerado en la historia en su dimensión social, pero como hemos apuntado no es integral, no es toda la verdad. Sólo explica el encaje de los objetos en la red global de los procesos empíricos.

La verdad en el dominio interior colectivo

Se trata de comprender la forma en que la comprensión mutua permite la relación entre los sujetos[3]. En la sociedad no sólo es importante el espacio físico (vivienda, ciudad, nación…) en que se vive, sino también el espacio intersubjetivo del reconocimiento mutuo. Hay un espacio físico, objetivo para nuestros cuerpos, mas también, ha de haber un espacio interior, moral de relaciones en el que la convivencia sea posible. Tiene que haber una relación de derechos y deberes, que no es el espacio objetivo, ni tiene nada que ver con la sinceridad interior, ni con la llamada verdad, que no es sino la verdad objetiva. Es necesario conocernos y respetarnos interiormente, lo que no quiere decir estar de acuerdo con el otro, sino simplemente eso: respetarlo. “Este espacio intersubjetivo creado por los contextos y visiones del mundo que compartimos con los demás constituye un componente esencial del ser humano, sin el cual no podría existir la identidad subjetiva individual y ni siquiera podríamos percibir la verdad objetiva[4]”. (Tenemos los pocos casos conocidos de niños lobos, que ni tan sólo son capaces de articular palabras).

Es éste, como el anterior, un enfoque holístico, pero así como el externo se basa en la validez del ajuste funcional de los individuos con respecto a la colectividad, éste se basa en un ajuste cultural, en un reconocimiento y respeto mutuo. En el primer caso tenemos un holismo externo, en el segundo, interno.

Una última advertencia, estos cuatro dominios están en proceso de desarrollo, en evolución. El hombre es creación permanente, es esse, pero también fieri a la vez. Estos cuatro enfoques de la verdad o de la realidad desde la perspectiva humana están en permanente desarrollo. Por todo ello, la visión un tanto mítica del Occidente moderno, sobre que toda verdad es verdad histórica, es una apreciación exagerada. Puede haber y de hecho hay mucha verdad en las dimensiones humanas y universales que no trata la historia. Es más para una persona de fe (que tiene experiencia de Dios, o del Ser, o del Misterio, algo que es mucho más que ser creyente) la percepción de aquella verdad profunda interior que se puede manifestar en cualquier parte, no es una realidad reducida a la historia, aunque se experimente en el tiempo. La eternidad puede ser experimentada y no es historia, aunque se experimente en el tiempo. Es una irrupción del no-tiempo en el tiempo.

De acuerdo con todo lo expuesto hasta aquí, pensamos que sería legítimo concluir que es verdadero aquello que percibimos como realidad en los cuatro dominios de los que he hablado. Pero esto no bastaría para poder liberarnos de alucinaciones imaginativas individuales. Tan sólo una comparación exhaustiva de los datos percibidos con los datos que lo expertos en las diversas materias hayan podido percibir también, nos podrá liberar de esta locura alucinatoria, y nos dará el fundamento objetivo para poder afirmar que lo percibido personalmente, tras un estricto método seguido, responde a la realidad.

Esto se puede y debe hacer tanto en los fenómenos históricos, que se fundamentan en documentación, como en los mitos ahistóricos y que pueden contener verdades más profundas que la misma historia, porque la pueden transcender. Personalmente nunca aceptaría una “falsa” verdad contenida en un mito sin el respaldo de la mayoría de los sabios expertos en la materia.

El problema se plantea con toda su crudeza en lo que es el núcleo de la creencia cristiana (yo no quiero afirmar que se trate de la fe cristiana, que pertenece a una experiencia mística): La Resurrección de Cristo. Pablo afirma esto taxativamente[5], “…y si Cristo no resucitó, vana es vuestra fe…”[6]. Para él toda la fe se basa en el tremendo misterio[7] de la resurrección de Cristo y de todos. Pero, la resurrección trátese de lo que se trate se escapa a la historia, no es un hecho verificable, sino una dimensión del Ser y de la Vida que transciende lo que la mente comprende. Por ello, caben todo tipo de interpretaciones de dicha dimensión, de dicho misterio. Anteriormente he hecho referencia a esto. Querer identificar la resurrección con que el espíritu vuelva a tener el cuerpo que tuvo durante su vida temporal, me parece una interpretación muy primitiva y tosca. Se trataría de dar una importancia transcendente a algo que en modo alguno la puede tener. Pero la interpretación no niega en absoluto la verdad, la realidad del misterio. En definitiva, como dicen los gnósticos, la meta de nuestra vida es manifestar cómo Cristo[8] resucita en nosotros cada día, o sea, le meta de nuestra vida es devenir eternidad y amor, lo que importa es que Cristo resucite en nosotros cada día. El mismo Pablo lo afirma de diversas formas en sus escritos, y el mismo Jesús nos lo dice en su despedida en el cenáculo: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Es la misma Vida la de Jesús y la de sus seguidores, la misma Sabia, la misma Sangre, el mismo Cristo. Algo que incluso la iglesia recoge al hablarnos del Cuerpo Místico de Cristo. Y es importante saber que en los primeros siglos a la comunidad de creyentes no se les llamaba el Cuerpo Místico, sino el Cuerpo Físico de Cristo[9]. El Misterio de la Resurrección no es algo que tengamos que creer por la autoridad de quien lo afirma, según dice la iglesia, sino una realidad, y, por tanto, una verdad, muy profunda inserta en nuestro mismo Ser que tenemos que ir descubriendo y viviendo día a día. Es algo que todos los místicos reconocen como vida en sí mismos, aunque difieran mucho en la forma de llamarlo: iluminación, salvación, inspiración...

Por descontado que todo lo dicho descansa en una visión de la historia como relato de acontecimientos acaecidos a lo largo del tiempo y probados por medios fehacientes (documentos, inscripciones, manuscritos…), pues si consideramos la historia desde la perspectiva de la filosofía perenne, como la evolución de la conciencia, veríamos que a cada momento correspondería sus propias formas de verdad, incluido el momento actual, sin que la visión última de la conciencia pudiera deshacer, en modo alguno, la relatividad de toda verdad con respecto al proceso global de camino hacia el encuentro con ( o sencillamente el caer en la cuenta de que ya estamos en) la Totalidad, el Dios, el Ser, o como se le haya llamado en tan diversas ocasiones.

Y aún quizás se haya de añadir lo que sigue: “Hasta aquí hemos interpretado el mensaje evangélico con la clave de una determinada cultura. Una cultura fundamentalmente histórica, la del mito de la historia. O sea, que lo verdaderamente real, el horizonte de inteligibilidad de las cosas, lo que cuenta, en una palabra, es la historia, lo histórico. Hay que reconocer otras culturas para darse cuenta de que lo histórico tiene un interés muy relativo, que el hombre no tiene que vivir sólo en la historia, y la historia no tiene por qué ser el único horizonte donde situar las cosas. Desde este punto de vista, la naturaleza, los animales, los demonios, los ángeles, los planetas, seres todos ellos sin historia en el sentido estricto de la palabra, también entran dentro de la realidad. Y la historia exclusivamente humana parece entonces tambalearse un poco[10]”.




[1] El ojo del Espíritu. Pág. 30.

[2] Para toda esta visión ver la obra de Ken Wilber.

[3] El ojo del Espíritu. O.C. Pág. 34.

[4] O.c. pág. 34.

[5] Todo el Tema XV de la 1ª Carta a los Corintios.

[6] Id. v. 17.

[7] La palabra Misterio no hace referencia fundamentalmente a algo imposible de entender por el entendimiento humano, sino a una realidad de una dimensión profunda que ha de ser vivida más allá de toda intelectualidad posible. No es algo que se haya de aceptar intelectualmente porque se imponga por una autoridad, lo que lo convertiría en dogma, sino por la experiencia propia y personal de esa dimensión del Ser.

[8] El Misterio que es Cristo merecería un tema de reflexión muy seria en este libro. De momento me conformo con apuntar que la iglesia oficial identifica a Cristo con Jesús de Nazaret, pero que esta identificación para los grandes sabios religiosos del cristianismo, no es total. Me explico. Si bien es cierto que Jesús de Nazaret es Cristo, no puede ser cierto que Cristo sólo sea Jesús de Nazaret, sino que lo transciende y abarca mucho más que aquel hombre concreto que vivió hace dos mil años, y que es posiblemente, al menos para los cristianos, el cenit de la humanidad. Cristo es un Misterio de dimensión universal, es el Espíritu o Sustrato en el que está sustentada toda la multiplicidad de esto mundo de formas.

[9] El nombre de Cuerpo Místico se le aplicaba a la eucaristía.

[10] La nueva inocencia. R. Panikkar. Edit. Verbo Divino . 1993. Página 180.

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