jueves, 29 de noviembre de 2007

De la Verdad y la Historia. Tercera Parte

Pero, vayamos paso a paso.

“No todo es pensable”. Nos damos cuenta (en la experiencia interior o meditativa) de que hay unas realidades que se escapan a la mente, pero que se presentan al espíritu. La pretensión de quererlo reducir todo a categorías intelectuales es muy propia de nuestro racionalismo cartesiano, que identifica el ser con el pensar. Descartes creía haber encontrado la verdad fundamental, cuando enunció su famoso aforismo: “Pienso, luego existo”. Algo que aceptó toda la humanidad occidental posterior, sin caer en la cuenta de que se trataba posiblemente del error más básico: “identificar el ser con el pensamiento”. Hoy tenemos una sociedad, deudora de Descartes, en la que identificamos, como el filósofo, el pensar con el ser. Por ello el pensador compulsivo, casi todos, vive en un estado de aparente separación, en un mundo que refleja la galopante fragmentación mental, estado que desconoce, no percibe (y normalmente niega su existencia) esa dimensión no pensable que es el Mundo no Manifiesto del que los hablan los místicos. El Ser no puede ser objeto de pensamiento[1], el salto a la total realidad es un salto mortal. Por eso, Cristo murió en la cruz. Y como dice Zubiri, el problema del Ser, o de Dios no es un problema teorético, sino personal. Hay, sin género a dudas, un nivel personal que es más hondo que el nivel de los pensamientos, de las ideas, un nivel personal que transciende el entendimiento racional.

El hombre es historia, es evolución, pero no exclusivamente. Es también mucho más: se dice insistentemente que es animal racional, ser político, creo que propiamente no es animal, sino algo muy superior: es conciencia… y sobre todo: capax Dei (Ser abierto a el/lo Absoluto. Conciencia), algo que con excesiva frecuencia se omite, se olvida o se niega en nuestros medios culturales, o sea, en nuestra vida, incluso en las instituciones religiosas.

Ya en otros momentos he reflexionado sobre el mundo chato en el que nos ha tocado vivir esta existencia. Lo dicho entonces, largo y extenso, lo resumo ahora en unas palabras. El mundo cultural de hoy no ve más allá de su propia dimensión mental, que además está fragmentada.

Los cuatro rostros de la verdad.

Creo que hemos de tener muy en cuenta una visión integral de la Verdad a la hora de calificar como tal sólo los elementos que estén contenidos en nuestra historia común, que nos habla de una verdad que en modo alguno es integral. En el hombre se dan dos tipos de conocimiento que se corresponden con dos tipos de experiencia: la interna y la externa. Corresponden a dos mundos, mejor, a dos aspectos del Mundo del que somos parte y totalidad a la vez. Pero estas dos experiencias no coinciden entre sí. La externa, empírica u objetiva, sustentada por el funcionalismo es la que nos describe el mundo de forma externa y objetiva (habla en términos tales como material, biofísico, cerebro, materialismo…). La interna o subjetiva nos describe el mundo interno y subjetivo (habla en términos como conciencia, sentimientos, ideas, despertar…). Y parece que recorren caminos irreconciliables.

“De un lado se hallan los caminos que parten de observables objetivos, empíricos y a menudo cuantificables. Estos enfoques (exteriores) consideran que el mundo físico es lo fundamental y exigen que toda teorización se refiera a observables empíricos. Es el caso del conductismo clásico en psicología, el positivismo clásico en sociología y el funcionalismo estructural y la teoría de sistemas (que habla de un holismo puramente externo, sin profundidad), incluso lo mismo ocurre en los campos de la metafísica y de la teología, cuando se utiliza una aproximación naturalista, que parte de ciertos datos empíricos y materiales, para deducir la existencia del Espíritu (la llamada prueba teleológica, por ejemplo, las pruebas de Sto. Tomás de Aquino: de la existencia de Dios).

Frente a ellos se agrupan quienes parten de la inmediatez de la conciencia misma (enfoque interior). Esta perspectiva no niega la importancia de los datos empíricos u objetivos, pero subraya que la única experiencia directa e inmediata que tenemos es la experiencia interna, y que el mismo término dato significa experiencia directa. Los datos primordiales se originan en la conciencia inmediata y por ejemplo, la existencia de electrones y de las vías neuronales son deducciones que, por más ciertas e importantes que sean, nunca dejan de ser secundarias y derivadas de la experiencia inmediata.

El enfoque subjetivista nos proporciona en psicología la gran diversidad de escuelas de psicología profunda. Estas escuelas no se interesan tanto por el comportamiento, como por el significado y la interpretación de los símbolos. En sociología este enfoque se hace patente en las escuelas de sociología hermenéutica e interpretativa. No se preocupan por cómo funcionan las cosas, sino por qué significan. En la teología y en la metafísica no trata de demostrar la existencia del Espíritu partiendo de hechos objetivos, sino que dirige la luz de la conciencia hacia los dominios internos, el de los datos directos e inmediatos, y busca el Espíritu en esos mismos datos. Su paradigma es la meditación y la contemplación. Busca a un Ser interior más que exterior. En la filosofía la división de ambos enfoques es bien patente; el enfoque empírico-analítico o perceptivo (de Russell, por ejemplo) y el interpretativo (de Kant, Heidegger…)[2]”.

Ambos enfoques han coexistido en casi todos los campos del conocimiento humano, algo que habla de la importancia transcendental de los dos. Y si queremos conocer algo sobre la verdad y la historia, o algo de la relación entre tiempo, verdad y leyenda no podremos reducir nuestra visión sólo al enfoque externo, a lo sucedido o no sucedido, como tampoco al enfoque interno en el que puede haber un amplio campo para la imaginación y la ilusión individual, que nos lleve a confundir nuestros deseos o proyecciones subjetivas con la verdad.

Es fácil caer en la cuenta de que tanto el enfoque exterior como el interior tienen dos aspectos: el individual y el colectivo. Con lo cual tenemos cuatro dominios o cuadrantes de la realidad: lo exterior tanto individual como colectivo y lo interior tanto individual como colectivo.

El interior de lo individual o subjetividad.

El interior de lo colectivo o cultura.

El exterior de lo individual o ciencia.

El exterior de lo colectivo o sociedad.

Todos estos cuadrantes están íntimamente relacionados entre sí, pero no pueden reducirse unos a otros, pues la fenomenología de cada uno es totalmente diferente a las del resto.

Un poco de explicación de estos cuadrantes o dominios.

Cuando yo pienso en ir a dar un paseo con el coche, lo que realmente experimento es mi pensamiento interno, lo que el mismo significa…, estoy experimentando el dominio interior individual. Pero este pensamiento tiene sus correlatos externos y en mi cerebro se han modificado algunos elementos, se incrementan unas ondas, bajan otras, aumenta la tasa de dopamina… y todo esto puede ser verificado empíricamente por los sentidos. O sea, todo ello corresponde al dominio exterior individual. Pero sería un grave error (categorial) decir que mi pensamiento de ir a dar un paseo con el coche es producto del aumento de dopamina en mi cerebro. De hecho yo no experimento dicho aumento, sino el deseo de salir con el coche, ésta es mi experiencia directa e inmediata. Es a mi mente (dominio interior individual) a la que conozco de forma directa e inmediata, no a mi cerebro (dominio exterior individual) al que tendría que analizar de forma objetiva y mediata. Pero mi pensamiento – salir a pasear con el coche – sólo puede ser entendido, es más, sólo puede surgir en un determinado contexto cultural. Si yo viviera en la Edad Media, este pensamiento sería imposible, no existían coches, ni carreteras. El hecho es que los pensamientos individuales emergen en un determinado sustrato cultural (dominio interior colectivo) que los articula y les da significado. De este modo la comunidad cultural impone un determinado sustrato cultural intrínseco, un contexto, a cualquier pensamiento individual. Sin entorno cultural no podrían ni siquiera existir pensamientos lingüísticos. Pero la cultura no es algo caído del cielo, tiene sus componentes materiales, esto es, tiene su correlato social concreto (dominio exterior colectivo). En concreto, el pensamiento del ejemplo es posible gracias a que vivo en una sociedad que fabrica coches.

Todos los dominios dependen unos de otros, pero ninguno puede reducirse a los demás. El gran abuso de la ciencia ha sido que tiene su campo en el dominio individual externo y ha querido invadir todos los otros dominios.

Con estos presupuestos creo que estamos en condiciones de poder precisar con más acierto el tema de la verdad y de la historia.

“Ens, Unum, Verum et Bonum convertuntur” hay una identidad entre la Verdad y el Ser, entre la Verdad y la Realidad. Y querer identificar la realidad con el tiempo o la historia es como mínimo un reduccionismo insensato. La historicidad es para nosotros hombres del siglo XXI de Occidente un horizonte de inteligibilidad, es un contexto en el que se nos hace inteligibles muchos de nuestros pensamientos, pero esto lo es todo. ¿Todo lo histórico es verdad? ¿En qué sentido? En definitiva, hasta los mismos historiadores admiten que la historia es tan sólo una ciencia de aproximación. Pero quiero ir más allá ¿Toda verdad es histórica?

Y a estas cuestiones hemos de añadir los diversos aspectos que se contienen bajo la palabra “verdad”.

Hemos apuntado anteriormente las cuatro dimensiones del conocimiento o de la visión humana. Interior individual o subjetiva, exterior individual u objetiva, interior colectiva o cultural y exterior colectiva o social, y cada uno de estos cuadrantes o dimensiones tiene su propia verdad, mejor, su propio tipo de verdad, o lo que es lo mismo su propia prueba de validez, su propia forma de acumular sus datos y de justificarlos, así como sus evidencias. Es la validez de una percepción o concepto lo que lo hace verdadero.

Vayamos al detalle.



[1] Introducción al libro: El silencio del Buda.

[2] El ojo del Espíritu. K. Wilber. Ed. Kairos Pág. 22….

No hay comentarios: