jueves, 6 de diciembre de 2007

Sobre la ciencia y religión

Lo que yo quiero es que mis pensamientos y ciertas experiencias de fe puedan ser conocidos. Son temas que me interesan mucho, son temas que necesitan mucha reflexión, y sobre todo mucha meditación contemplativa, irse dejando llevar hacia el centro de uno mismo. Por eso, aunque llevo mucho leído sobre el tema, no quiero empezar sin más a tratarlos de sopetón, sino que vayan surgiendo como pura expresión de mí mismo.

Estoy pasando una mala época, una pequeña crisis de estabilidad, pero, francamente interesante. Estoy aceptando poco a poco mi realidad temporal, y no acabo de devenir lo que realmente SOY. Puede ser que el miedo biológico no desaparezca hasta que haya una aceptación plena y sin fisuras de la finitud de José Antonio, mientras no haga de mi carne una expresión del Espíritu de Jesús, como dice Myriam de Magdala. Cuando todo esto se haga realidad, y no meros conceptos, el miedo será transformado en energía de amor.

Es cierto que tengo que afirmar que ya no son puros conceptos abstractos. Posiblemente haya mucho de influencias culturales en las formas de estas percepciones, en las estructuras superficiales, pero, en lo profundo, en el meollo, en las estructuras profundas está sin dudas esa dimensión de eternidad que palpo en mi Ser y que no es propiedad de José Antonio. Es posible que haya tocado un poco el centro: “búscate en mí, búscame en ti[1]”.

Realmente lo único que puede importar a un cristiano es que el Misterio de Cristo sea su Misterio. En verdad que no podemos situar el Misterio de Cristo ni en el pasado, ni en el futuro, pues el presente quedaría vacío de su presencia. Y, por otra parte, no existe más que el presente, el presente eterno; ni siquiera, diría yo, el presente continuo tiene una realidad real, tan sólo relativa. Es en el presente eterno donde se sitúa, pues, el Misterio cristiano.

La visión de la teología medieval y conservadora de la institución ha tratado de hacer presente el Misterio de Cristo por medio de la Eucaristía, dejando vía libre, al menos en su doctrina, para que el Misterio no se haga realidad en cada cristiano. Quedaría justificado con “asistir a misa”, según la doctrina largamente expandida por la institución. Me llevaría muy lejos de mis reflexiones empezar a hablar de los disparates que la llamada iglesia católica está haciendo en el uso de la Eucaristía. El Misterio de Cristo o se hace presente en cada persona por la metanoia (literalmente cambio de sentido), por la conversión a una vida nueva, o no es más que pura imaginación. Y hacerse presente significa que se hace “nuestro” Misterio, el Misterio de cada uno, y no ya por “asistir a misa”, sino por la conversión, que incluye vivir la Eucaristía en su más pleno sentido esotérico, de exigencia de transformación de la conciencia hacia niveles superiores, hacia la compasión (de Pazos: sentir, amar) universal, como he dicho. El Misterio del hombre adquiere su plena dimensión a partir de la luz del Misterio de Cristo, pues no son dos sino un solo Misterio. Daniel Meurois pone en boca de María de Magdala las siguientes palabras: “… porque yo soy un testigo vivo de lo que Él encarna. He puesto mis huellas dentro de las suyas y me he sentido libre no por el mero hecho de haber imitado su actitud, sino de haber descubierto su esencia[2]”.

Raimundo Panikkar en su libro: la Plenitud del Hombre habla de la tiranía de la historia. En concreto estas son sus palabras: “(en la introducción al libro afirma que la Cristofanía, sobre la que versa el libro, no trata de suplantar la cristología tradicional, ni de olvidar la tradición de la que ha nacido el cristianismo). Se trata de revisar la experiencia del Misterio de Cristo a la luz de nuestros tiempos, es decir reconocer el kairós del presente – aunque nuestro impulso no provenga del afán de mantenerse al día, es decir de la dictadura de la temporalidad histórica[3].”

Ciertamente es una dictadura ésta la del tiempo que nos oprime frecuentemente. Es más nuestra cultura no admite más verdad que la haya ocurrido en el espacio-tiempo, esto es, dentro de un espacio y tiempo determinados, dentro de un cuadro controlado por los sentidos y la mente. Ha reducido la vida del hombre al tiempo, la vida del Cosmos (no cosmos) al tiempo, toda existencia al tiempo y como consecuencia toda verdad o es temporal o no es. Todo aquello que se escape a la historia, se escapa al hombre, o sencillamente, no existe. No hay otro paradigma para la inteligibilidad que el gran mito de la historia. “¿Eso es histórico?” nos preguntamos continuamente para entender si tenemos que darle cabida en el rol de los hechos o valores aceptados, o rechazarlo como inexistente. Y quizás una de las cosas que más nos preocupa en la cultura occidental de los que nos llamamos cristianos es determinar la historicidad de lo narrado en el Nuevo Testamento, porque “en lo realmente histórico hemos de creer, en lo legendario o mítico, no”.

Y sin embargo, el Misterio que es el núcleo de la vida y de la fe humanas, y a fortiori de la cristiana que es esa fe humana apoyada en el hombre Jesús, aceptado como el Cristo (por los cristianos), transciende por completo la historia y el tiempo. Está más allá, en el no tiempo, en la tempiternidad mientras vivimos en el tiempo, en expresión de Panikkar. Pensar que el Misterio sucede en el tiempo exclusivamente es algo así como reducir todos los océanos del mundo a la pequeña cala en la que nos bañamos cada verano, o reducir el sol a la luz que entra en nuestro dormitorio cada amanecer. Y digo “sucede”, porque en el tiempo las cosas no “son” propiamente, sino que suceden, transcurren, pasan de futuros a pasados, o sea, de no ser a no ser, y en medio un instante de existencia, instante casi inmensurable (¿un segundo? ¿Una décima? Ya los cronometradores en las carreras de mucha velocidad controlan hasta las milésimas de segundo). ¡Y a eso llamamos lo real!

Ciertamente Kant penetró muy adentro en las intimidades de los sentidos cuando afirmó que el espacio y el tiempo son creaciones de nuestros sentidos. Y Einstein afirmó que el tiempo realmente no existe fuera de nosotros mismos. Ellos llegaron a esta comprensión utilizando sus mentes muy poderosas. Pero, la mente no pueda llegar a tocar el Misterio, pertenece a otro ojo poder hacerlo, al ojo de la contemplación, del que han hablado largamente muchos místicos de todas las épocas, como los victorinos, S. Buenaventura, Eckhart, Emerson, Wilber… y que utilizaron todos sin excepción. Mas, ¡Ay desgracia! nuestro siglo tan sabio, no sabe nada de sabiduría (quizás por ello atribuya la palabra “sabio” a quienes tienen mucho conocimiento mental, erudición, pero ninguna sabiduría, son en todo caso conocedores de muchos datos, pero no sabios <”degustadores” de sapere> de la existencia, de la realidad), es más niega su misma existencia al confundirla con dicha erudición. La sabiduría nos la da la contemplación, no la mente, no la inteligencia. Es pura degustación del Misterio. Y en este mundo cultural de Occidente hay muchos aplicados a la inteligencia y muy pocos a la contemplación, a la meditación como método para educar la facultad contemplativa. Muchos eruditos y pocos sabios.

Estamos en la cultura de la historia y de la cantidad. Estamos en una cultura de sustituciones, y no todas acertadas del todo. Hemos sustituido lo mejor por lo mayor, lo interno por lo externo, la calidad por la cantidad y hemos reducido la Verdad a la Historia… en esta cultura el budismo tendría muy poco que hacer, pues sus fundamentos tienen mucho más de legendarios[4] que de históricos, y algo parecido habría que decir del Antiguo Testamento y de buena parte del Nuevo, que no es histórico, que no cae en los estrechos límites del tiempo, por ejemplo, de todo el llamado evangelio de la infancia y todo el Misterio de Cristo.

Mas no, el Misterio transciende la historia, y la contemplación nos aproxima al Misterio, a la Realidad radical, última, quizás única como afirma Ramana Maharsi: “Lo que no está en el sueño sin sueños no es real”. Desde luego única en el mundo no manifiesto.

Aporto aquí unas reflexiones en torno a las palabras religión, creencia, fe, experiencia religiosa y adaptación estructural, que quizás puedan ayudarnos a tener una visión más precisa de lo que es religión.

El problema religioso, entendido este término de forma muy global, ha sido una ocupación constante en mi vida. Desde mis primeros años de seminario hasta los sesenta y cuatro actuales mi mente y mi corazón se han ocupado mucho de las cuestiones religiosas, se han ocupado de su significación, su sentido para la vida, su proyección cara a la muerte, del por qué del amor y de la libertad que conlleva…

Todo ello me ha llevado a reflexionar, a experimentar en mi existencia, a emocionarme, a leer, a buscar, a abrirme. Y como resultado de este pathos de mi existencia me siento hoy en la necesidad de poner por escrito estas reflexiones.

La palabra religión, como bien sabemos, tiene una etimología controvertida: “relegere”, “religare”, “reeligere”. Es una cuestión que tiene su importancia, pues la etimología nos acerca a los orígenes. Personalmente me inclino claramente por “religare” por su significado de Unión ontológica. Pero, no es tema de estas reflexiones incidir en la etimología, sino en la pluralidad de sentidos con que se utiliza hoy día la palabra religión, dando lugar a una ambigüedad conceptual, que llama frecuentemente a equívocos. Para evitarlos, sería conveniente especificar qué contenido le damos a la palabra en cada caso.

Evolución de la conciencia

Para poder entender mejor lo que sigue es necesario que tengamos en cuenta las diversas etapas de la evolución de la conciencia, considerada tanto ontogenética como filogenéticamente. Son muchos los teóricos que han estudiado el tema en los últimos decenios, para evitar una dispersión que no nos interesa, me voy a limitar a recoger los niveles que estudia Ken Wilber, posiblemente el mejor teórico actual del transpersonalismo[5].

“Según la filosofía perenne, el sendero de la transcendencia atraviesa una secuencia universal de niveles jerárquicos de creciente conciencia[6]”que es la Gran Cadena del Ser, de la que nos hablan los grandes pensadores de la Filosofía, tanto en Oriente como en Occidente, entre ellos los occidentales Platón, Plotino, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Hegel… y que ha quedado trágicamente mutilada por la visión cerrada del materialismo marxista o freudiano.

Dicha Gran Cadena discurre desde la materia hasta el Espíritu, pasando por el cuerpo, la mente, el alma como niveles intermedios.

Precisando, la Cadena de la evolución jerárquica de la conciencia que propone Wilber y que sirve, como acabo de decir, para la ontogenia y para la filogenia, es la siguiente:

1º. El nivel uno. Es el de la Naturaleza física (con mayúscula, porque la conciencia es una presencia constante en el ser, aunque esté muy poco evolucionada) y el de las formas de vida inferior, como la material, pleromática hasta el nivel reptiliano.

2º. El nivel dos. Es el del cuerpo. Es una forma de vida corporalmente superior. En este nivel se comprende los llamados niveles tifónicos y mágicos, que son los propios de los primeros años de vida de los humanos, como estudia Piaget, y los de los largos milenios prehistóricos, en los que la humanidad vivía sólo pendiente de cazar al búfalo y de buscar la protección mágica de las fuerzas arcanas.

3º. El nivel de la mente temprana. El momento en que se empieza tanto en el aspecto individual, como en el de la humanidad a balbucear las primeras palabras, a hilvanarlas mínimamente, a representar objetos físicos utilizando sonidos. Es la época, o el momento, en que el individuo se siente parte de un todo social, sea tribu, familia, nación, iglesia… y ve sólo con la visión de ese todo. Se carece de una perspectiva universal. Wilber como mucho ingenio identifica este nivel con la mente agraria. Por falta de tiempo no podemos desarrollar este tema ahora, pero es curioso ver cómo en la iglesia católica se dan totalmente las características de la mente agraria. La institución vive aún en el neolítico, o de la mente de siete años de edad.

4º. El nivel de la mente avanzada. También llamado racional. Se trata, como en todos los niveles, de un nivel jerárquicamente superior al inmediatamente anterior. Es el propio de la autorreflexión, aquel en el que la conciencia se da cuenta de sí misma, de su propia existencia. También es llamado egoico-mental por razones obvias. Buena parte de la humanidad ha llegado ya a este nivel.

Hemos de tener presente que este no es sino una etapa hacia los niveles superiores y en tanto que etapa es buena y necesaria, pero hoy en occidente estamos perdiendo la conciencia de que este nivel es una etapa, y lo estamos asumiendo como meta y plenitud con lo que estamos cayendo en unas “aberraciones racionalistas” que pueden destruir la misma existencia, y por supuesto la misma función de la racionalidad.

5º. El nivel psíquico. Se trata de un nivel transpersonal. Cuando se llega a este grado de conciencia se ha transcendido la persona, se ha ido más allá, sin negarla, antes al contrario asumiéndola y dándole una nueva forma (en el más puro sentido escolástico). Se ha superado la racionalidad para entrar en el campo de la intuición mística con el Universo, se ha desarrollado la conciencia de Unidad de la Totalidad. Este nivel de por sí no es teísta.

6º. El nivel sutil. El de los verdaderos santos (no de los simplemente canonizados por una iglesia) de la humanidad. Sin duda de que aquí entran los grandes místicos como Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Fray Luis de León, Gandhi… En este nivel la conciencia se hace una con Dios, se hace puro amor y entrega que se vuelca necesariamente sobre toda la humanidad y la creación entera.

7º. El nivel causal. Al que Wilber llama nivel de la sabiduría. Es interesante saber que en este grado de conciencia Wilber sitúa al Maestro Eckhart, un dominico alemán del siglo XIII, que predicaba la posibilidad de que el hombre alcance aquí en la tierra una vida bienaventurada, asumiendo su origen y filiación Divinos[7]. La institución de la iglesia católica (entonces llamada cristiana) lo condenó como hereje. Sin embargo, Eckhart siguió influyendo en los místicos posteriores, por ejemplo en Juan de la Cruz.

Se llega al nivel causal cuando no sólo hay unión entre la conciencia y Dios, o Sustrato Original, sino que hay identidad.

8º. El nivel último o absoluto. Es el mismo nivel 7º que se desborda en Sustrato Original de la multiplicidad, de modo que quien ha asumido este nivel es consciente (experimenta de forma permanente y atemporal, no sólo cree, o sabe que) de la presencia fundamental y esencial de Ser o Sustrato Original en cada partícula o molécula de los mundos tanto físicos, como no físicos.

Por descontado que desarrollar los niveles jerárquicos de la evolución de la conciencia exige escribir muchos libros, pero sirva este brevísimo resumen como introducción a lo que sobre la religión, creencia, fe y adaptación estructural quiero decir.

Los movimientos de conciencia que se dan, teniendo en cuenta esta escala, pueden ser de dos tipos: de traslación o de transformación. El de traslación busca afianzar la conciencia en el nivel en el que está, p.e. en el 4º, en el de la mente avanzada. Se da cuando una persona busca en el mismo cristianismo, u otra religión profética o mistérica, y consigue afianzar lo que su mente quiere sin cambiar de nivel de conciencia, por ejemplo: puede ser buscar la seguridad creyente en la inmortalidad del alma, y busca unos ritos (misas de difuntos) que la satisfagan y le impidan buscar más allá de dicha inmortalidad, aunque la resurrección vaya apuntado mucho más allá…

Mas si se continúa en el avance interior de transformación de la conciencia, estas cosas que servían de alimento, de maná, de seguridad… dejan de satisfacer, se produce una crisis, y el resultado evolutivo del camino hacia delante es el movimiento de transformación. Se eleva el nivel de consciencia y se encuentra ésta en el nivel 5º, en el nivel psíquico, que tendrá sus nuevos alimentos, seguridades y problemas…

La religión como compromiso no racional

Esta acepción significa para los teólogos que la religión se ocupa de aspectos válidos, pero no racionales, como fe, gracia, transcendencia… Para los positivistas no puede ser un conocimiento válido, podría tener un “significado” emocional, pero no se trataría un conocimiento verdadero al no ser racional.

Esta visión es la que se refleja en el común de las gentes: “La religión no es racional, pertenece a la esfera de la creencia, o de lo que vulgarmente se llama fe (identificando fe y creencia, cosa que como veremos más adelante es un error.)” Para la gente normal, de la calle, los dioses míticos de los “antiguos” serían algo religioso, pero no lo sería los conocimientos científicos actuales.

Según este uso, le religión no se realiza en todos los niveles de la conciencia humana, sino sólo en los que no son racionales. Y normalmente estos niveles racionales son los que se aprecian como los más elevados a los que puede llegar el ser humano. La religión, por consiguiente, sería una actitud humana que tendría que ser superada.

Pero, eso de que los niveles más elevados de la conciencia humana sean los racionales está en cuestión. Las experiencias místicas, las experiencias cumbres de conciencia, la transracionalidad, los principios fundamentales de la filosofía perenne… están siendo estudiados muy seriamente, y sus logros no pueden ser echados en saco roto, más bien todo lo contrario, apuntan a una clara superación de la racionalidad.

Nuestra cultura occidental es deudora, ya por mucho tiempo, excesivo, del principio de racionalidad cartesiano: “Cogito ergo sum”. Posiblemente R. Descartes expresó el error más básico, aunque lo adoren millones de racionalistas, al identificar el Ser con el pensamiento (reduciéndolo). El Ser es la Vida, es la Conciencia y ésta va mucho más allá que el pensamiento, ¿Dónde si no queda el amor, la alegría, la ilusión, el gozo, la tristeza, la ira…?

Por descontado que la racionalidad es un gran logro conseguido por la raza humana. Que ha tenido que evolucionar muchos cientos de milenios desde la primera etapa de conciencia, a la que podríamos llamar arcaica o pleromática, para conseguir la etapa racional, pero ésta no es la meta, no es el Punto Omega. La humanidad ha de transcender la racionalidad para auparse hasta esas nuevas etapas, sutiles o causales, a esos niveles transpersonales que las conciencias más evolucionadas (los místicos) de la Historia ya han conseguido.

Muy unida a esta visión está la del uso de la palabra y del concepto religión como una regresión a las actitudes infantiles y prerracionales. Está esta visión muy de moda hoy, sobre todo con la visión del mundo que dejó Freud. En este sentido se ha de considerar que la religión no es una actitud racional, pero tampoco pre-racional, sino trans-racional, supone no una regresión a las actitudes de la infancia, sino una transcendencia de la racionalidad que es asumida y negada, como afirma Hegel.

La religión como compromiso en extremo significativo e integrador

Según este uso, la religión es una actividad funcional particular, no es que sea racional o no racional, sino que actúa en cualquier nivel de conciencia tanto racional como no, y dicha actividad consiste en buscar significado, integración…

Este uso, que es frecuente, refleja la búsqueda de lo que Wilber llama maná en cada nivel, del significado… Cada estado de conciencia exige una permanencia en sí mismo, una continuidad y para ello necesita alimentarse, y lo hace comiendo de todo aquello que aumente su poder, su fuerza, su eros. Así una persona que esté en el segundo grado de conciencia, o estado mágico, p.e. un practicante del vudú, se alimentará de toda práctica, ceremonia, conversación… que le signifique a él un aumento de su magia, sea real dicho aumento, o no. Pero, también un científico, que está en el nivel racional, se alimentará de todo conocimiento, experimento… que le sirva para alimentar su estado de racionalidad pura. En ambos casos encontramos un compromiso humano con la realidad que da más cohesión y significado a la actitud propia, al estado de conciencia en que se halla cada persona. Para el primero la magia y para el segundo la ciencia tienen un carácter religioso.

De hecho afirmamos en nuestra forma coloquial frases como la siguiente: “la ciencia es para él su religión” “su verdadera religión es el dinero”

La religión como proyecto de inmortalidad

La idea, que en esta frase se contiene, es que la religión consiste, en lo fundamental, en una creencia anhelante, defensiva, compensatoria, creada para mitigar la inseguridad/angustia, creada en la conciencia del ser cuando se hace consciente de que su muerte es un hecho inevitable. En el fondo, muchísimas personas buscan en la religión el rechazo de la muerte. La creencia en dicha inmortalidad, bien sea porque se crea que el alma no muere, bien porque se espere la resurrección de los muertos, o la reencarnación, o cualquier otra forma de supervivencia, es una constante del fenómeno religioso tal como lo conocemos y lo experimentamos en nosotros mismos. Nuestra conciencia, esté en el nivel en que esté, necesita defenderse de la angustia que produce la muerte cierta, y utiliza la religión como defensa contra ella.

Quizás tengamos que meditar un poco sobre el asunto y darnos cuenta que realmente no somos inmortales, meditar un poco y aceptar el hecho de nuestra mortalidad. Algo que no se opone en absoluto a otra verdad incuestionable, y que han conocido en su profunda experiencia los grandes místicos: “Nuestro ego es mortal, nuestro YO es eterno, no conoce ni el nacimiento, ni la muerte.”

Los cristianos debiéramos vivir la resurrección no como un proyecto de inmortalidad, sino, como dice nuestro amigo Panikkar, como Misterio de eternidad de cada momento y en cada momento. AHORA[8].

Los cuatro significados de la religión que a continuación se exponen, creo, que son de una gran importancia a la hora de calibrar nuestra actitud religiosa y ver en cuál de ellas estamos de cara a nosotros mismos, teniendo en cuenta que Ser es “intimior intimo meo”

Religión exotérica

Se suele llamar religión exotérica, (del griego ezwteros = exterior) a todos los aspectos exteriores y preparatorios de la práctica religiosa. Suele ser un sistema de creencias utilizado para apoyar la fe. No es una religión inútil, si coexiste con la dimensión esotérica, pero, sin esta es puro teatro. En el aspecto exotérico se ha de incluir todas las doctrinas y rituales que constituyen al armazón de una religión institucionalizada.

Si alguna religión carece por completo de una dimensión esotérica, entonces se la conoce como exotérica.

Religión esotérica

Se llama religión esotérica (del griego eswteros = interior) a todos los aspectos superiores, interiores y más avanzados de la práctica religiosa, cuya meta es la transformación de la conciencia y en última instancia la experiencia de Unión, de Identidad Absoluta, la experiencia mística, que no tiene nada que ver con el éxtasis. El éxtasis acompaña muchas veces a estas experiencias, pero no hay una relación de identidad, ni siquiera de igualdad. Puede darse un éxtasis sin experiencia mística, sino por razones muy diversas, desde el uso de drogas, hasta una situación extrema en la vida; y puede darse, de hecho se da, la experiencia mística sin éxtasis alguno. En nuestra cultura urbana hay una cierta identificación que es totalmente falsa.

Religión legítima y religión auténtica

Me voy a permitir recordar en estos momentos una pequeña anécdota personal. Formaba yo una tarde parte de una mesa que presentaba un libro de carácter “religioso” (versaba sobre el cristianismo oficial.) En el turno de preguntas y respuestas un señor que asistía al acto se dirigió a mí para interpelarme: “¿Puede usted decirme cuál es la religión verdadera? Porque de sus palabras se puede deducir que lo son todas.”

No viene a cuento la respuesta que le di, pero esta frase nos sirve para introducir el problema de la religión verdadera, algo que desde pequeño viene sonando en nuestros oídos con machacona insistencia, porque la iglesia institucional ha hecho causa beligerante de la que ella llama “verdadera” sin tener en cuenta las diversas acepciones de la palabra religión, ni la validez de la diversas experiencias religiosas que ha tenido la Humanidad.

Lo primero que hemos de tener en cuenta es la misma palabra verdadera. Religión verdadera sería en todo caso la que estuviera fundamentada en la verdad. Sería muy pretencioso y vano de nuestra parte afirmar que la verdad está aquí y no allá y por otra parte sería absurdo, infantil, irracional negar la verdad o autenticidad de las experiencias religiosas de todos los hombres que no profesen la misma religión exotérica que nosotros (el Espíritu sopla cuándo y dónde quiere). Negar la autenticidad de las experiencias de Buda, Lao-Tse, Mahoma, sólo por poner algunos ejemplos, es sencillamente estúpido. Por ello creo que hay que comenzar precisando bien los conceptos.

Y lo segundo que hemos de tener en cuenta es el mismo concepto de verdad. Según la filosofía escolástica verdad es la adecuación entre la mente que conoce y el objeto conocido. Si acudimos a lo que se piensa por la mayoría de las personas sobre qué es la verdad, nos daremos cuenta que se trata de una realidad representacional, pues todo el mundo piensa que la verdad es una especie de plano de algo que llevamos en la cabeza, cuanto más preciso sea el plano, o sea, cuanto más responda a ese “algo” más verdad es. En ambos casos estamos viendo que la verdad está exigiendo un dualismo: sujeto que representa frente a objeto representado.

Precisamente la religión, al menos en su acepción esotérica, es un intento de superar este dualismo, si nos fiamos de los místicos, que son quienes más profundamente han vivido la religiosidad. Por ello, llamar a una religión verdadera es algo contradictorio.

Por lo dicho, entiendo que es más preciso y correcto hablar de religión legítima y de religión válida.

Religión legítima

Es la que valida principalmente la traslación, o sea, el movimiento, el cambio, que se produce en la conciencia sin cambiar de nivel de evolución, de los que se ha hablado anteriormente. Lo hace proporcionando, dicen los estudiosos del tema, un buen maná y ayudando a evitar el tabú, proporcionando significado y símbolos de inmortalidad.

Se trata de una escala horizontal. El grado de legitimidad se refiere al grado relativo de integración, valor-significado, buen mana, facilidad de funcionamiento, evitación del tabú. “Más legítimo” significa más integrativo-significativo dentro de ese nivel.

Cuando el maná y los símbolos de inmortalidad predominantes cesan, se produce la crisis de legitimidad. Esto puede suceder en los niveles inferiores de la religión mítico-exotérica (por ejemplo, las encíclicas del Papa, basadas como están en nociones biológicas aristotélico-tomistas, superadas desde hace mucho tiempo, han perdido legitimidad para mucha gente) y similar en otros niveles, p.e. el paradigma newtoniano.

Es la religión de la que normalmente se habla en muchos tratados de teología, en las homilías, encíclicas. Es la religión asumida como compromiso, como proyecto de inmortalidad, la que responde a las ansias que tenemos de no morir, de asegurarnos una vida eterna (inmortal), cuando somos formas mortales, la exotérica[9]

Cuando la religión en cuestión deja de proporcionar significado, integración o símbolos de inmortalidad, surge la crisis llamada de fe, pero, sólo se trata de una fe legítima, no auténtica.

Religión auténtica

Es la que valida principalmente la transformación de un nivel-dimensión particular. Esto es, la que exige con una actitud verdaderamente esotérica el ascenso a un nivel de consciencia superior al que se tiene. Normalmente estamos entre los niveles 3 ó 4 según el desarrollo personal de la conciencia

Una crisis de autenticidad, como he dicho, ocurre cuando una visión del mundo (o lo que es lo mismo, una religión) prevaleciente se enfrenta con una visión de un nivel superior, que empieza a emerger y gana legitimidad por sí misma. La nueva visión del mundo encarna un poder transformativo nuevo y superior que se enfrenta a la vieja visión. Y ello exige la transformación en la conciencia.

Corolario: El “grado de autenticidad” se refiere al grado relativo de transformación real expresado por una religión dada. Ésta es una escala vertical: “más auténtica” significa más capacitada para llegar a un nivel superior.- (Cada uno, como cada místico, o cada experto indicará cuál es su nivel superior).

Creencia, fe, experiencia, y adaptación (estructural)

Me propongo distinguir la creencia religiosa, la fe religiosa, la experiencia religiosa (mística o cumbre) y la adaptación estructural religiosa (o verdadera adaptación a los niveles de desarrollo en los que la religiosidad es auténtica.) En esto sigo el pensamiento de los pensadores transpersonalistas, a la vez que me he inspirado en las obras y las actitudes entrevistas en sus escritos, de tres grandes místicos: Teresa de Ávila, Juan de la Cruz y Maestro Eckhart. Se ha de advertir que lo normal es que se dé cada grado inferior sin los superiores, aunque no necesariamente. Se da mucha creencia sin fe, bastante de fe sin experiencia y algo de ésta sin adaptación, pues esta última etapa es alcanzada sólo por los grandes de la mística.

Creencia

Es la forma más baja de compromiso religioso. Puede no tener ninguna conexión religiosa auténtica, sí con otras formas de religión, sobre todo con la legítima y el proyecto de inmortalidad. El “verdadero” creyente se adhiere a un sistema de creencias (¿doctrina?) codificado que parece actuar como un fondo de símbolos de inmortalidad (puede ser el fundamentalismo católico o musulmán, el cientificismo racional, el maoísmo, la religión civil…). Toda persona tiene unas calificaciones para alcanzar la inmortalidad (para la pervivencia de su identidad separada del Todo, de su propio yo en cuanto que ego personal, de su propia personalidad o hipóstasis - del griego upostasis = máscara, según algunas etimologías, no aceptadas por otros muchos estudiosos que al traducirla al latín lo hacen por subsistencia, derivada de ousiwsis ) y cuando estos sistemas se convierten en creencia verdadera es porque la persona une ideológicamente estas creencias con esas calificaciones.

Cuando aparecen los momentos de incertidumbre el yo no puede mirar hacia adentro, los momentos de duda ya no pueden pertenecer al sistema del yo, pues son amenazas a las propias calificaciones y se proyectan hacia fuera, en el otro que es atacado obsesivamente. Siempre el creyente anda buscando nuevos conversos y atacando a los incrédulos, porque así afianza sus propias calificaciones. En el fondo lo que uno intenta convertir es su propio yo incrédulo. Su sistema de creencias es una política de permanencia.

Un sistema de creencias puede estar vinculado a una religiosidad superior (auténtica), sirviendo como expresión conceptual y codificación apropiada de la fe, experiencia o adaptación. Entonces es una clarificación racional de verdades transrracionales.

Fe

Intermedia entre la creencia y la experiencia religiosa. Su compromiso religioso no está generado principalmente por su sistema de creencias, sino que la persona que tiene fe intuye de alguna manera a(¿l?) Ser como inmanente (fundamento de esta realidad en la que estamos y somos) y transcendente, a su vez, a la misma. Las creencias son secundarias. Su intuición de fe se puede expresar de muchas maneras. La persona de fe tiende a huir del literalismo, del dogmatismo, el fundamentalismo, que definen al creyente verdadero. La persona de fe sufre de dudas religiosas, no proyecta hacia fuera, y tiende a transcender las creencias meramente consoladoras. Su actitud no es la del que tiene una certeza total y absoluta (creyente), sino que intuye una presencia de Dios, pero a la vez anhela una mayor proximidad y unión con Él, cosa que le llena de anhelos y dudas.

Existe un proverbio zen que ilustra muy bien lo dicho sobre la fe.

Gran duda, gran iluminación.

Pequeña duda, pequeña iluminación.

Ninguna duda, ninguna iluminación.

Hay dos maneras de aliviar esta duda: volver atrás y revestirla con los símbolos de inmortalidad de la creencia, con formas rígidas y externas, o seguir adelante para llegar a la experiencia.

Experiencia (cumbre)

Ésta va más allá de la fe y consiste en un encuentro real y una cognición literal, aunque sea muy breve. Es una intuición temporal de uno de los niveles auténticos de la organización estructural religiosa (psíquico, sutil, causal.)

No es como el frenesí emocional o los trances mágicos que son suspensiones temporales de la razón por regresión a las adaptaciones pre-racionales y son orgiásticas, la experiencia religiosa es una epifanía trans-racional, que es numinosa, noética, iluminativa y tiene mucha intuición.

Las experiencias religiosas pueden producirse en cualquier persona. Si le sucede a un creyente religioso-mítico, suele producir en él unos efectos desproporcionados de activación de sus símbolos míticos de inmortalidad: superego áspero, sentimiento de culpabilidad excesivo, excedente de represión, contaminado de culpabilidad emocional-sexual

En este caso una experiencia cumbre, una intuición vertical, normalmente santa (o yóguica en otras formas de interpretación espiritual), se convierte en un impulso horizontal, porque no hay estructuras que puedan sostener la experiencia y el nivel de la adaptación es incapaz de contener el flujo cognitivo de dicha experiencia. También una verdadera experiencia cumbre podría convertir a un creyente en una persona de fe, con una tolerancia más universal.

Así, combinando los diversos niveles, los de la experiencia y los del nivel sustrato que la recibe, podemos hablar de nueve variedades de una auténtica experiencia cumbre: psíquica (panenhénica), sutil (teísta), causal (monista o trinitaria). Y este influjo cognitivo se vierte en una estructura: mágica, mítica, racional.

Ejemplos: la experiencia del Sinaí puede ser una experiencia teísta vertida en estructura mítica. También puede que un individuo de nivel psíquico a sutil tenga una experiencia cumbre sutil o causal.

Creo que podemos poner el maravilloso ejemplo sobre una experiencia cumbre, legado por Juan de Yepes (S. Juan de la Cruz) en uno de sus poemas

Coplas hechas ante un éxtasis de harta contemplación

Entréme donde no supe,

Quedéme no sabiendo

Toda sciencia trascendiendo

Yo no supe dónde entraba,

Pero, cuando allí me vi,

Sin saber dónde me estaba,

Grandes cosas entendí;

No diré lo que sentí,

Que me quedé no sabiendo,

Toda ciencia transcendiendo

...

Estaba tan embebido,

Tan absorto y ajenado,

Que se quedó mi sentido

De todo sentir privado,

Y el espíritu dotado

De un entender no entendiendo,

Toda sciencia trascendiendo.

El que allí llega de vero,

De sí mismo desfallece;

Cuanto sabía primero,

Mucho baxo le paresce;

Y su sciencia tanto cresce,

Que se queda no sabiendo,

Toda sciencia trascendiendo.

Este saber no sabiendo

Es de tan alto poder,

Que los sabios arguyendo

Jamás le pueden vencer;

Que no llega su saber

A no entender entendiendo

Toda sciencia trascendiendo.

Y es de tan alta excelencia

Aqueste sumo saber,

Que no hay facultad ni sciencia

Que le puedan emprender;

Quien se supiere vencer,

Con un no saber sabiendo,

Irá siempre trascendiendo.

Y si lo queréis oír,

Consiste esta suma sciencia

En un subido sentir

De la divinal Esencia;

Es obra de su clemencia

Hacer quedar no entendiendo

Toda sciencia trascendiendo

Adaptación estructural

Una experiencia cumbre sólo es un mero atisbo de los niveles de organización estructural permanente. Gracias a los místicos y a ciertos psicólogos se ha llegado a la conclusión de que el manantial de la religión no es ni la creencia, ni la fe, sino la experiencia directa; acabamos de leer el poema de Juan de la Cruz. Todas las religiones del mundo han empezado como una experiencia directa de algún profeta o místico. Sólo más tarde se codificaron en doctrina o sistema de creencias que exigían fe incondicional. La experiencia cumbre es el paradigma fundamental de la auténtica religiosidad según los estudios de Maslow.

Pero no sólo la experiencia es posible, sino que la adaptación estructural a esos dominios superiores también lo es, como lo es hoy día el funcionar en el nivel lingüístico. Y no hablamos de experiencias lingüísticas, sino de que se está en el nivel lingüístico.

Una religiosidad auténtica podría implicar realmente una transformación del desarrollo y una adaptación estructural concretas, algo que no se puede hacer en una creencia que no se puede verificar cognitivamente, ni una fe que no tiene ningún contenido necesario (es una mera intuición), ni siquiera una experiencia cumbre, que sí se puede verificar, pero que es transitoria, sino una adaptación estructural permanente en esos niveles superiores.

Si las pretensiones de conocimiento yóguico, santo y sabio se basan en verdaderos niveles de estructuralización, cognición y desarrollo, las estructuras profundas de sus afirmaciones de que son verdaderas adoptan una categoría apropiada, verificable y reproducible. Igual que los niveles de Piaget, por ejemplo. Y han de ser sometidas a las pruebas de validez, que son las que nos obligan a conectarnos con la realidad, poniendo fin a nuestras fantasías egóicas.

Porque ¿Cómo podemos saber que la adaptación estructural, y las experiencias en que se basan son reales? ¿Cómo saber que no estamos equivocados, o alucinados?

Siguiendo el mismo proceso que cualquier otro conocimiento válido, incluido el científico. Para lo cual se han de dar tres pasos:

1º Prescripción instrumental, que se puede expresar de esta forma: “Si quieres saber eso, has de hacer aquello.”

Por ejemplo, si quieres ver las células, has de preparar una disección de un organismo, lo has de colocar en el microscopio, has de adaptar las lentes… O, si quieres llegar a una oración unitiva, has de hacer meditación cada día, has de liberar tu mente…

2º Aprehensión intuitiva, que consiste en la experiencia inmediata de los dominios expresados en la prescripción. O sea, aprehensión directa de los datos.

Por ejemplo, la visión de las células, su coloración, forma… O la experiencia inmediata y directa que surja de la meditación constante…

3º Confirmación comunal (o refutación). Consiste en poner en común los resultados de las distintas experiencias de quienes han procedido y completado las dos instancias anteriores. Los datos en que concuerden los experimentadores tienen la seguridad de la validez. Esos datos forman un conocimiento válido.

Este tema de la validación del conocimiento o de las tres vertientes del conocimiento válido las he de tratar con más detenimiento en otro momento.



[1] Palabras de Cristo a Teresa de Ávila en una visión de la santa.

[2] El evangelio de María Magdalena, página 74. Ediciones Luciérnaga.

[3] La plenitud del hombre. Prólogo.

[4] Sería bueno distinguir entre lo legendario, porque ha nacido de las alucinaciones humanas, y lo legendario en cuanto que excede los límites del tiempo, porque abarca otras dimensiones más propias del corazón humano.

[5] Ken Wilber deja testimonio esta cadena de niveles jerárquicos de la evolución de la conciencia en toda su vasta obra. Para lo que aquí nos interesase puede leer su libro El proyecto Atman. Kairós.

[6] Después del Edén. K. Wliber. Kairós. Página 25.

[7] Algo que sin duda han conseguido los más grandes místico de la Historia, y sobre todo en Jesús de Nazaret, o el Nazarita como afirman los esenios.

[8] El tema de la resurrección merece un Tema aparte. Como apunte sólo diré que resucitar es la meta de nuestra vida, o sea, caer en la cuenta de que en lo más profundo de nuestro Ser somos Amor y Eternidad. Y con este significado podemos leer más profundamente el relato de la resurrección en los evangelios.

[9] Casi todas las formas institucionales: liturgia, doctrina, moral… de la religión católica pertenecen a la religión legítima. Tan sólo los místicos (de todas las épocas y religiones), los espirituales fueron capaces de asumir la transcendencia vertical, dejando la legitimidad horizontal

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