viernes, 7 de marzo de 2008

Mentalidad agraria de la institución católica

De la mentalidad mítica o agraria de la institución católica

Segunda parte

La aparición de la urbe. Las normas

Otra de las características, a la que antes nos hemos referido, de la conciencia mítico-pertenencia, o agrícola, es la de la aparición de la vida urbana, la aparición de grandes comunidades humanas, la aparición de la ciudad. Se pasó de vivir en hordas y tribus de pocos individuos a verdaderas ciudades, que pudieron llegar a miles (en la época de los imperios a muchos miles) de individuos. Esta convivencia dentro de un espacio limitado supuso una capacidad psicológica, desconocida hasta entonces, para soportar la tensión existente entre uno mismo y la presencia de otros que disponen de cualidades distintas a las propias, y la conjunción de todas estas habilidades para el provecho común.

En este aspecto la conciencia humana promedio no ha avanzado gran cosa, quizás en algunos países se haya avanzado un grado en el nivel de conciencia, aunque ahora con la actitud del presidente de EE.UU. y otros mandatarios estamos retrocediendo claramente. Señal de que los estados también retroceden (cada pueblo tiene el gobierno que se merece). Han cambiado las formas en casi todo el mundo, lo que podríamos llamar estructuras superficiales, pero en modo alguno las estructuras profundas. La humanidad ha pasado por imperios, por tiranías, por reinados, por repúblicas… hasta llegar en muchas sociedades a la democracia, pero la relación entre los miembros de la sociedad está basada en normas de convivencia, como hace miles de años, muy mejoradas ciertamente, pero que no han sido sustituidas por virtudes de un orden superior de conciencia, como la iluminación, la compasión (cum patio = sentir con o amar, no sólo sufrir con, como dice la Real Academia) verdadera, el amor a los enemigos.

La institución, llamada iglesia católica, pese a que en su doctrina habla de esas virtudes superiores de la conciencia plenamente evolucionada, no las emplea en modo alguno en la relación con los individuos fieles a ella. La autoridad es monológuica, no es dialogante. A sí misma se llama iglesia docente, o que enseña, mientras que sus fieles, y sobre todo las mujeres, son sólo iglesia discente, o que aprende. Y esto lo hace, dice, porque Cristo así lo ordenó, cuando Jesús ni siquiera pensó en instituir la iglesia[1]. Aún tiene establecidos cinco mandamientos por los que se han de regir “sus fieles”. La figura del papa es causa de verdadera idolatría por parte no ya de los fieles, sino de los mismos poderosos cardenales de la curia, bien lo hemos podido comprobar con la larga agonía, la muerte y sepelio de Juan Pablo II, los tres acontecimientos televisados, y la urgencia por incoar el proceso de su canonización. ¿Qué pretenden? ¿Atar con cadenas el tipo de iglesia cristiana que ese señor propugnó? Y si hablamos de su sucesor en la sede de Roma, que ha sido durante más de veinte años perseguidor sistemático de cualquier idea que oliera a progreso o evolución, ¡un señor que entronca con aquellos inquisidores del Medievo y de la Edad Moderna, que eran llamados: martillos de herejes! ¿Es esta la aplicación de las grandes virtudes del diálogo, la compasión, la iluminación a la relación entre las distintas funciones dentro de la sociedad? ¿Es esto vivir en comunidad cristiana? Más bien parece volver a un imperialismo teocrático de corte faraónico.

Uno de los grandes avances de la humanidad en su nivel de conciencia promedio ha sido llegar al nivel cuatro, el racional, y uno de los valores de esta racionalidad en lo que a las relaciones sociales se refiere es, sin dudas, la democracia. Por su parte la institución católica, que permanece anclada en el período de conciencia anterior a la racionalidad, ignora sistemáticamente todo tipo de democracia interna y como siempre afirma que su actitud se basa en lo dispuesto por Dios. Es una verdadera monarquía absoluta, en la que el que detenta el máximo poder, lo hace de forma absolutista, sin que pueda ser coartado por nada ni por nadie, sólo por Dios (¿Qué Dios? ¿El que ellos se fabrican?). Y además posee la infalibilidad para decidir en la doctrina y en la moral. Evidentemente que todo esto hace reír a quien tenga una mente democrática, a quien sea consciente de que toda autoridad se ejerce en nombre del pueblo, por mandato del pueblo y por un tiempo determinado, que la autoridad no es sino para gestionar, no para mandar, ordenar y mucho menos definir.

En la mentalidad agraria, cuando la humanidad promedio no había alcanzado el nivel de conciencia que supera la visión mítica, todas las funciones del papa hubieran sido coherentes. Es más este tipo de mentalidad sobre la forma de estructurar la sociedad se ha mantenido durante muchos siglos posteriores al comienzo de una mente más racional y menos de pertenencia. De hecho toda la Edad Media ha estado impactada por este tipo de mentalidad. Y de aquella época, muy probablemente, tomó la institución su propia forma de gobierno interno, en la que el pueblo no puede más que obedecer y aprender la doctrina correcta, aunque teóricamente se afirma que en él mora el Espíritu Santo (sensus fidelium). El ejercicio del poder tanto jurídico, como sagrado (en la “administración[2]” de los sacramentos) está reservado sólo a determinados varones quienes poseen de por vida el poder sacramental. Nunca el pueblo es depositario más que de la sumisión y obediencia[3].

La aparición del lenguaje

Pero, volviendo a la reflexión sobre la evolución de la conciencia y al comienzo de la época agraria, ¿Por qué y sobre todo cómo tuvo lugar este cambio de conciencia? ¿Qué es lo que posibilitó y movilizó a comunidades enteras a renunciar a la gratificación impulsiva por objetivos más elevados ubicados en el futuro?

La respuesta que dan los estudiosos de este tema es la siguiente: “esto fue posible gracias a la emergencia del lenguaje y estimulado por una acometida nueva y más intensa de la muerte”.

Ilustremos algo más esta respuesta: La agricultura fue simultáneamente una experiencia de crecimiento y una búsqueda de seguridad. La conciencia del ser humano se expandió y le permitió presentarse el futuro, y a su vez planificarlo. A la vez cobró una conciencia más vívida de su mortalidad que también le obligó a proyectar su existencia hacia el futuro, para encontrarse consigo mismo el día de mañana, o sea, a perpetuarse en el tiempo. Adquirió una nueva sensación de identidad, la mental o como llaman los estudiosos: self mental, y la agricultura cumplió con la función de consolidarla. Aparecieron con este nuevo self nuevas capacidades y nuevos terrores.

Nueva acometida de la muerte y la inmortalidad

Parece casi seguro que esta época estuvo acompañada de una nueva acometida de la muerte, porque por esta época nos encontramos con la práctica común de celebraciones de enterramiento. Y los enterramientos constituyen un intento de hacer frente a la impronta de la muerte.

A mayor conciencia en el ser humano, más conciencia de la propia contingencia. Por ello, el self separado debió crear un nuevo mundo temporal más expandido en el que proyectar imaginariamente la continuidad (ilusoria) de su propia existencia. Las traslaciones, o movimientos de conciencia adaptándose al nivel conseguido, de la época anterior, las tifónicas, eran meramente instantáneas, no fueron suficientes y hubo que realizar una transformación. Se acabó el mundo del presente simple y apareció el del futuro. Este self tenso, extendido fue el que inventó la agricultura para comprar tiempo, para evitar la muerte y preservar su sensación (en un nivel superior al del tifón o cazador-recolector) de identidad separada.

Son dos los elementos que afloran en esta reflexión: la proyección del self hacia el futuro y la nueva importancia de la muerte en la conciencia del hombre, del ser humano. Ambos aspectos perduran hoy con un enorme vigor en la conciencia promedio, porque perdurar el nivel inferior de la conciencia lo ha de hacer siempre, pero reasumido por una nueva estructura. Así frente a la mera visión de una mera estructura temporal, un nivel de conciencia superior, transpersonal asume el tiempo en la experiencia del presente eterno, de la eternidad, y no a la inversa. Y la eternidad es ahora, en el presente absoluto, no en el futuro, que ni siquiera es.

La conciencia promedio ha quedado estabilizada en estas dimensiones del tiempo extendido y de la tremenda presencia de la muerte, aunque esta cultura occidental en la que vivimos esté queriendo borrar la presencia de la muerte en nuestras vidas: a los enfermos se los confina en los hospitales (allá pueden ser atendidos y curados mejor que en casa) con razones a veces muy válidas, otras no tanto y a veces, en el caso de los enfermos terminales, falsas o que no tiene en cuenta más que el aspecto corporal de la salud, no el humano, ni el espiritual… La muerte es un tema tabú en todo debate, todo se proyecta para esta vida, como si ella fuera sin límites. En el lenguaje coloquial y en otros se utiliza muchísimo el adverbio “siempre”[4], que viene a significar duración interminable. Sería más sensato utilizar la perífrasis: “mientras vivieron”, o alguna similar. La eternidad no ha calado en la cultura, y si lo ha hecho en ciertos aspectos es con el significado de duración sin límite, lo cual tiene un claro significado temporal, como se ha apuntado anteriormente. En ello ha colaborado la liturgia de la iglesia católica, de la que todos somos deudores, cuando finalizaba las oraciones con la frase latina: Per omnia saecula saeculorum (por todos los siglos de los siglos), de clara significación temporal, aunque su pretensión no fuera quizás ésta.

Pues bien, las estructuras de la iglesia católica están ancladas, en estos dos elementos: vive proyectada totalmente para el futuro (esta vida es para alcanzar la otra, el cielo) y ante la muerte, más que para la resurrección. Lo cual parece desarrollar un auténtico morbo por el final de la vida corporal. Bien lo podemos ver en los momentos cruciales como los que se ha vivido en Occidente este año (2005) con la muerte del papa. Exhibición exhaustiva de la enfermedad del pobre hombre, exhibición del cadáver, de la procesión del sepelio, el enorme boato de todas las liturgia celebradas, la multitud de misas celebradas por la salvación de su alma, todo cuando ya han incoado el proceso de canonización, ¿si es santo a qué vienen esas misas imprecatorias, pidiendo por la salvación de su alma (usando la terminología oficial?? Y ya saliéndonos de lo específicamente papal, que nos habla del régimen absolutista (agrario e imperial) de la institución, con todos los que de alguna manera (manera pobre y nada exigente) considera fieles (clientes) el culto a la muerte en sus sepelios es paradigmático. Es cierto que se habla de resurrección, pero muy mal entendida pues en el fondo la misma resurrección se entiende como proyección de futuro y de vida no atemporal, sino intemporal, lo que se hace, por ejemplo, con las misas por el ¿eterno? descanso del difunto no es sino rendir tributo de admiración morbosa a la muerte, reincorporando a la conciencia de los familiares el recuerdo de quien murió e ignorando por completo la eternidad del ahora, eternidad igualmente válida para el difunto[5].

Este culto a la muerte nos está hablando de que para los llamados fieles de la iglesia, y para la institución, la muerte tiene una urgencia enorme, capital que apaga incluso los acordes maravillosos de una resurrección de Cristo y de todos, que no es en modo alguno temporal, sino un Misterio que nos abre a la realidad íntima, eterna y absoluta de nuestro Ser Original también en este mismo momento.

El tiempo es, sin duda, junto con el espacio el medio en el que nuestro ser limitado, nuestra manifestación como manifestación de la multiplicidad de la conciencia se desenvuelve y desarrolla. Yo no trato de negar esto, pero sí de afirmar que la visión de nuestra vida como realidad exclusivamente extendida en el tiempo y en el espacio es mantener la conciencia en los niveles de la época agraria. Los místicos, sin dudas, han transformado el tiempo en eternidad, han vivido el ahora plenamente. “Mas no yo, sino Cristo es quien vive en mí” dice Pablo, y el Cristo era y es el Ungido Eterno. La institución habla mucho, tal vez, de eternidad, pero una eternidad cargada de temporalidad, y en muchísimas ocasiones transformada en una temporalidad alargada. Que no es sino lo que pretendía la mentalidad agrícola al sembrar hoy para recoger al año siguiente.

La celebración del tiempo litúrgico es, como la celebración de los tiempos lunares y de las cosechas, algo bueno y laudable, pero quedarse en ello exclusivamente es poner palos a la rueda de la evolución de la conciencia, por ende de lo Divino en el Kosmos.

Hemos dicho que la conciencia agrícola o mítica permitió que los hombres[6] pudieran reunirse en ciudades de signo creciente. Esto demuestra la transcendencia evolutiva de este nivel. La conciencia agrícola era una conciencia de pertenencia (de conciencia comunal), una forma de unidad superior en el camino hacia la Unidad Suprema o Última, por otra parte una conciencia agrícola significa que se ha dejado de depender del alimento ocasional, o sea que la conciencia agrícola era una conciencia temporal, que transcendía el presente simple, que se labraba un futuro.

Ahora bien, la dinámica psicológica esencial de esta conciencia fue la represión de la muerte y su principal vehículo fue el lenguaje. Dicen muchos investigadores que el lenguaje es el gran vehículo del tiempo y de la representación temporal. Con el lenguaje se pueden representar una cadena de acontecimientos y proyectarlos más allá del presente inmediato. Fue este sin duda uno de los grandes logros de la conciencia en su desarrollo hacia la Totalidad, de Dios hacia Dios, expresado en este mundo manifiesto de las múltiples formas. El rasgo característico de la estructura de pertenencia es el mismo lenguaje. Por eso el nivel de conciencia de pertenencia es el adecuado para mantener una cultura agrícola temporal.

El yo (self) mítico-agrario

El self, o identidad, propio de la estructura de pertenencia era, en suma, un self verbal, y como el lenguaje transciende el presente, el self transciende el cuerpo, podía ver el mañana, demorar y canalizar sus deseos corporales… así la naturaleza humana pudo alcanzar un nivel nuevo y superior. Pero este lenguaje era “autista” en palabras de Sullivan[7], se trataba de un pensamiento paleológico, o sea, que el paso de la imaginería mágico/emocional/pránica (conciencia del tifón, del humano cazador) a la mentalidad lógico/racional/conceptual (al agrícola) no fue un salto en el vacío, sino que atravesó por un estadio intermedio de cognición mítica, lo que en un tiempo se consideró como una combinación entre magia y lógica que informa y estructura los primeros estadios del lenguaje. Así pues, el primer lenguaje y la primera mente fue una mente mítica y poleológica. Es la época de las civilizaciones clásicas: Egipto, Babilonia, Sumer, la civilización azteco-maya en México, la Shang en China, la del valle del Indo, la micénica, la antigua Grecia. Es la época que Gebser califica de mítico. Hay un debate entre los estudiosos de la prehistoria sobre la aparición del lenguaje en la prehistoria. No vamos a entrar en este tema, sólo apuntar lo que interesa a nuestra reflexión. Piensan una pléyade de eruditos en el tema que el lenguaje debió haber provocado cambios tan dramáticos en la atención del hombre a las cosas y a las personas y debió permitir tal intercambio de información que debió dejar rastros arqueológicos. Jaynes establece diferentes estadios de evolución del lenguaje[8]. Para él el lenguaje plenamente desarrollado probablemente no apareció antes del año 50.000 a.C., fecha que coincide con el florecimiento del paleolítico tardío, y probablemente alcanzó su plenitud al rededor del 10.000 a.C. Esta visión de Jaynes sobre el origen del lenguaje coincide con la opinión expuesta en este libro: el lenguaje plenamente desarrollado aparece a finales período mágico-tifónico tardío, y su cúspide alrededor comienzos período mítico-pertenencia (con el origen de las culturas agrícolas). No se puede precisar más. Para Wilber sólo en el período mesolítico – neolítico el lenguaje pudo haberse convertido en el vehículo predominante de la sensación de identidad separada (y de toda la cultura). En esta época el lenguaje se convirtió en el elemento dominante de la estructura prevalerte de conciencia, la de mítico-pertenencia.

Fue la nueva mentalidad lingüística la que desarrolló la agricultura. Gracias al lenguaje la mente verbal podía diferenciarse a sí misma del self corporal anterior, podía escapar de lo inmediato y concebir y mantener objetivos de largo alcance. La importancia del lenguaje en la evolución humana, y por ende, en el desarrollo de la Conciencia en el Cosmos es de capital importancia, quizás la manifestación más importante de dicha evolución, pues el lenguaje manifiesta la aparición de la conciencia plenamente humana. Es la conciencia de mítico pertenencia hecha presente en el lenguaje la primera conciencia específicamente humana, pues en los niveles anteriores la conciencia está equiparada a las plantas y a los animales. Pero no podemos olvidar que por muy importante que esto sea, no es sino un paso hacia la Plenitud, hacia la evolución total del Espíritu que camina hacia sí mismo a través de la multiplicidad de formas. Por ello tanto el lenguaje, como la conciencia mental mítica o poleológica han de ser integrados en niveles superiores de conciencia que son a su vez pasos nuevos hacia la Totalidad. Quedarse parado en el lenguaje mítico[9] es impedir el avance de la conciencia hacia niveles más altos.

Parece que la institución es esto lo que hace, no así los místicos cristianos. Sería una gran aportación de luz comparar el lenguaje caduco y obsoleto de la liturgia sacramental católica con el de los poemas de S. Juan de la Cruz, o los sermones de M. Eckhart. Y no ya por la utilización del latín en la liturgia, pues el latín es una lengua muy hermosa y muy humana (aunque sin dudas carece de muchos términos para expresar realidades actuales y no sólo tecnológicas). O estudiar el lenguaje de las encíclicas de los papas… Yo no voy a hacerlo, entre otras causas (la principal) porque carezco de formación para ello, y porque no creo que proceda en este ya largo capítulo. La institución se ha quedado varada en un tipo de lenguaje arcaico, medieval, obsoleto que no se comunica con las personas del siglo XXI. Y el lenguaje es el mundo simbolizado, si el mundo comunicado por el lenguaje no es el real, el actual, el lenguaje no interesa a los humanos. Esto es lo que pasa con la institución. A la gente sólo le importa la parafernalia externa, el boato, los viajes del papa, el lujo del enterramiento, las antiquísimas formas mantenidas para la elección de un nuevo papa, el cumplir con las normas sociales del casamiento, los entierros, la misa del año de la muerte del difunto… pero en absoluto el Misterio de Jesús, el Cristo. La iglesia (¿La institución?) tendría que buscar un lenguaje que actualice de verdad el mito que no es algo prerracional, sino un Misterio de transracionalidad, una realidad que compromete e interpela la conciencia hacia un desarrollo superior siempre, mientras dure la vida. La institución sigue utilizando un lenguaje que no simboliza al mundo actual, por ello su palabra no interesa, y los obispos y curas piensan que lo que sucede es que a la gente no le interesa la Verdad de Jesús[10], que esta sociedad se ha vuelto de espaldas a él. Posiblemente esto tiene muchos aspectos de verdad, pero ¿por qué es así?

A partir de este momento, la humanidad se podía reproducir físicamente (con el alimento), biológicamente (con el sexo) y culturalmente (mediante la mente). La reproducción de la mente humana generación tras generación es un acto de comunicación verbal. Esta comunicación no es un nivel superior de la biología, porque lo orgánico de otro nivel deja de ser orgánico. Se trata de un nivel transorgánico, transbiológico, un verdadero salto cualitativo en la evolución transcendente. “Es un verdadero salto a otro plano” se trata de un nivel supraorgánico (A.L. Kroeber).



[1] Véase la obra de Schillebeeckx, Jesús. La historia de un viviente, entre otras muchas de diferentes autores. De hecho no hay hoy un solo teólogo mínimamente libre que defienda la institución de una iglesia por parte de Jesús.

[2] La iglesia oficial habla de la administración de los sacramentos, quizás como se administra una finca o unos bienes económicos. Pero el caso es que los sacramentos son fundamentalmente símbolos, que hacen que lo humano y lo Divino se encuentren en la insondable profundidad del Misterio, y los símbolos requieren que el sujeto lo asuma como tal, si no, el símbolo deja de ser tal. Por lo cual entiendo que los sacramentos no pueden ser administrado, como una entidad puramente material, sino celebrados como el gran Misterio de la Vida.

[3] No me refiero aquí a la obediencia como actitud plenamente consciente que, procediendo ob auditu, actúa en consecuencia como resultado de un diálogo, sino a la actitud de sumisión pregonada constantemente por los sacerdotes, por las funcionarios de la institución.

[4] Por ejemplo: Y así vivieron para siempre, y se amaron para siempre, y siempre fueron felices…

[5] Creo que podríamos reflexionar seriamente sobre las supuestas palabras de Jesús al buen ladrón, cuando ambos estaban crucificados. Se entablo un diálogo entre Jesús y el ladrón. Éste le dijo: Acuérdate de mí cuando vuelvas como rey. Jesús le respondió: Te lo aseguro. Hoy estarás conmigo en el paraíso. El ladrón le pide a Jesús que se acuerde de él en un futuro, cuando vuelva Jesús como rey (sin duda este hombre esperaba, pero su proyección era de futuro, como la de la inmensa mayoría de los humanos). Y Jesús l e responde Hoy. No mañana, ni en un futuro próximo. El paraíso es hoy, no es para mañana, es hoy estemos donde estemos.

[6] Utilizo la palabra hombre en su sentido etimológico: miembro del colectivo humano. Por tanto abarca tanto al varón como a la mujer. Últimamente en nuestra cultura lingüística hombre es sinónimo de varón. Creo que esta es una de las más viles acciones del machismo cultural. El hombre tiene dos polos diferenciados en sus formas, pero en modo alguno en su ser y dignidad, son varón y mujer. Identificar un solo con el nombre común a ambos es una aberración, por muy legitimado que esté por la cultura social.

[7] Citado por Wilber en el Proyecto Atman. Kairós. Barcelona.

[8] Citado en Después del Edén. Página143. 2ª edición. Kairós. Barcelona

[9] Hay hoy día un recurso constante en la teología católica al mito y al lenguaje mítico. Yo personalmente he participado y continúo participando en este lenguaje. Es el lenguaje fundamental en el que está escrita la Biblia. Creo por ello, que es necesario saber distinguir y precisar lo que se entiende por mito y lenguaje mítico. La aportación más clara que podemos hacer para entender el contenido de la palabra mito, puede encontrarse en la distinción que Wilber hace entre lo prerracional y lo transrracional. Llama prerracional a todos aquellos elementos, de conciencia, visiones, del mundo, interpretaciones de lo Divino , etc.… que no llegan al nivel mínimo de racionalidad. Por ejemplo la visión que un niño de dos años tiene de sus padres, la visión que puede tener un hombre del Neolítico del mar (incluso la que tenían muchos de los que acompañaron a Colón). En estas visiones prerracionales están comprendidos muchos mitos primitivos, sólo hay que ver las interpretaciones bíblicas de Dios, los ángeles, la vida… el los primeros libros del Pentateuco. En este sentido el mito equivale a una mente prerracional. Es a lo que se refiere el texto al hablar de la mente mítica, a la época mítico pertenencia. Pero existe otra dimensión de la conciencia que tampoco es racional, como sucede con lo prerracional, pero no porque sea eso, pre/, sino porque es trans/. Se trata de una conciencia que ha evolucionado hacia niveles superiores y ha transcendido lo racional, para adentrarse en los niveles transrracionales y transpersonales. En este último sentido también tenemos mitos, o misterios, profundas experiencias de vida que exceden con mucho a la mera racionalidad, pero que no son ilusiones sino realidades de conciencia, de esa conciencia que camina libre de las taras de la racionalidad. En este sentido hemos de tener mucho cuidado para no negar los mitos o misterios, sin más confundiéndolos con los otros, los prerracionales. La experiencia, la fe individual, (no la mera creencia, porque me lo dicen) de la resurrección nos introduce en un mito transrracional, que nada tiene que ver con las prácticas míticas primitivas, sin negar la validez de dichas prácticas para una conciencia de nivel tres.

Entre los autores estudiosos de la conciencia no hay unanimidad a la hora de interpretar el mito. Hay quienes lo ven como una altura inconmensurable de la conciencia humana como Gedser (La interpretación de las culturas) y quienes lo ven como un camino hacia la racionalidad como Wilber (Después del edén). Yo personalmente pienso que en todo mito válido hay, o al menos puede haber, un núcleo transrracional que debe mantenerse en todos los niveles del desarrollo de la conciencia hasta llegar al no dual.

[10] Yo me pregunto qué verdad de Jesús puede haber en esa asistencia de obispos y un cardenal a la manifestación, que en boca de sus promotores era para defender el matrimonio (el matrimonio que ellos consideran el único válido), pero en realidad era para condenar el de los homosexuales, pues fue la aprobación en el congreso de los diputados de este tipo de matrimonios, lo que motivó la manifestación. Y una semana después en una manifestación contra el hambre en el mundo sólo estuvieron presente un obispo y un cura (que por cierto es un conocido cantante de rock). Yo me pregunto qué verdad de Jesús hay en el apoyo de los obispos españoles a la actitud cínica, nihilista, hipócrita, destructiva, deseosa de poder del PP. Y no digamos en el lenguaje utilizado por obispos y curas.

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