Hablar de la FE no tiene límites por
la sencilla razón de que la FE no tiene un objeto que pueda ser limitado. Es
una actitud de la persona, una experiencia de lo no-dual. Estamos tan acostumbrados
a dividir, a contar, a calcular que nos parece imposible que no se pueda hacer
pero lo cierto es que todas las dimensiones internas son no cuantitativas, son no mensurables. Al final de este escrito hablaré de mi testimonio de FE en el
que me referiré a ese objeto de la FE.
Ahora quiero desarrollar, al menos
muy brevemente, la relación Justicia –
Justificación – FE por una parte y por otra la relación FE – Esperanza. Terminaré con un breve testimonio de mi FE, añadido al que
hice en mi segunda entrega. Con ello pienso dar por zanjado este tema.
¡Necesitamos poner límites!
Justicia
y justificación
La FE es un conocimiento amoroso, un
conocimiento repleto de amor. La FE a la vez que conoce ama, quizás mejor,
porque conoce ama, y porque ama conoce. Y el amor no condena, sino que ve y
compadece (que no es tener lástima de, sino sentir junto con, vivir
junto con). Lo que para la razón aislada podría ser objeto de condenación,
para el amor lo es de compasión. Por ello la FE implica que la justicia sea
fruto del amor y no de la simple razón. Diría en otras palabras que la
justicia, toda justicia, incluida la política, la legal… ha de ser “agápica y
erótica”, esto es, nacida del amor comprensivo y del impulso creador. De lo
contrario lo que tendremos como mucho será una fría Ley del Talión, algo
disfrazada a lo más. A nuestra civilización, tan avanzada en otros aspectos, le
falta fe, mucha fe, no digamos ya FE. Como he dicho en reiteradas ocasiones la
Modernidad hizo un flaco favor a la humanidad en este aspecto, aumentado en
gran medida por una buena parte de la Postmodernidad con sus nihilismos
absurdos, en otros hizo mucho bien.
No estoy hablando de la separación de
poderes en el Estado, sino de la falta de FE en los hombres. Precisamente esta
FE madura lleva a la conciencia la necesidad de la diferenciación –que no es
separación- de las dimensiones del Ser interior y exterior tanto colectivas
como individuales. Y por consiguiente de la diferenciación de dominios. La FE
pertenece al dominio del oculus
contemplationis.
Y si ha de ser agápica y erótica –amorosa y creativa- no castiga. Eso dice el
evangelio: “No juzguéis y no seréis
juzgados…”(Lc 6,37)”Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a quienes os odian…”(Lc 6,27) sin olvidar que
también dice: “Sed prudentes como
serpientes…”(Mt 10.16) y aquello de
“¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos
lo que se debe hacer?...” (Lc, 12,57). El amor, y por lo mismo la FE, no se
opone a un juicio prudente, sino a cualquier condena.
La teología ha escindido la justicia
y la ha dividido en una parte humana y otra divina, la humana es simple justicia política, la divina es justificación (dikaiosýne). Con la cual
ha dividido al hombre y ha destruido la FE, quedándose solo con la fe (minúscula).
Es de algún modo explicable, pues esa justicia, de la que habla siempre Jesús
por cierto, es tan difícil que reine en la tierra que las espiritualidades
desencarnadas del Medievo reservaron la justicia-justificación (dikaiosýne)
para después de la vida terrenal. Cayeron en el despropósito del que más tarde
la propia institución eclesiástica acusaron, entre otras muchas cosas, al
modernismo: separar cuando lo que hay que hacer es distinguir. No
se puede confundir lo material con lo espiritual, los poderes públicos con la
función religiosa, “el cuerpo con el alma”, pero… ni son lo mismo
(identificación), ni están separados, sino que son los dos polos de una sola
realidad en armonía. Y la Realidad es no-dual, es tensión y equilibrio entre
las facetas.
El hombre de FE vive esta armonía
interna y la manifiesta en su exterioridad, sus actos son puro conocimiento
amoroso, ingenuo (en su sentido etimológico: natural, puro, no contaminado). Es
fruto de la percepción del tercer ojo
que transciende la corteza de lo que es. Su fruto es la paz, interior y
exterior. No hay una dualidad, sino sólo la paz y su fruto es la justicia, pues
únicamente en un entorno de paz puede florecer la justicia, que es la armonía
del ser. Por ello entiendo que la violencia, del tipo que sea, está muy alejada
de la FE.
Esta justicia no es algo distinto de
la justicia política, o la justicia de los hombres, es toda y cualquier justicia,
que nunca acaba de estar presente en este mundo manifiesto. Lo cual es motivo
mayor para hacer aquello que dice el obispo de Hipona: “donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor”. Nuestro impulso
vital de hombres que no tenemos FE es actuar con violencia, y justificarla. El
hombre de FE transciende ese impulso primitivo y actúa amando, perdonando,
muriendo... pero no matando.
No veo que esto sea un pacifismo
porque sí, sino una exigencia de transcendencia en las apariencias que
constantemente han de ser transformadas. No es ausencia de guerra lo que digo,
sino presencia de amor ¿ingenuo? Sí, ingenuo, o sea, puro (amor).
FE y ESPERANZA
La esperanza la entendemos como una
proyección hacia el futuro, una confianza en que después de la muerte (porque
antes…?) todo cambiará, habrá una vida nueva, una recompensa o un castigo… Así
se entiende igualmente en los aspectos sociales, laborales, políticos…, en los
hombres, desde los más religiosos a los no religiosos (ateos, marxistas,
científicos…) todo queda siempre proyectado para el futuro, para un mañana
mejor. Y esto es bueno y necesario pero no suficiente. La temporalidad
solamente puede ser vivida en el presente. El presente en la temporalidad es
siempre una puerta abierta. Creatio in fieri.
En los manuales académicos de la
teología escolástica, que hemos estudiado, al final siempre se estudiaba el
tratado “De novissimis”, la
Escatología (‘´esjaton): lo más remoto. Y la mentalidad
cristiana media siempre ha estado pensando en una mejor vida después de la
muerte. Todo apoyado en mitos de origen abrahámico o medieval. Hoy este tratado
se está quedando sin contenido casi (juicio, infierno, gloria). Hay en todo
ello mucha proyección hacia un futuro temporal, y entre tanto permanecemos “in hac lacrimarum valle”. Servía para
incentivar la Esperanza.
La palabra griega que la traducción
de los LXX utiliza para expresar en griego el doble significado que le daban
los hebreos: aguardar y confiar y que
nosotros traducimos como Esperanza, es “`elpízein”.
Es bueno saber que la mentalidad griega no ponía, como los hebreos, el futuro
en la confianza en un Dios, sino en la “promêtheia”,
esto es, en juzgar sensatamente el presente y actuar en consecuencia (prudencia). El pensamiento religioso ha
vivido colgado de un dios providente,
pero de un dios mágico y mítico que es en gran parte una creación de
nuestra mente objetivante.
La esperanza, entiendo, no es vivir
colgado del Misterio sino vivir integrados en el Misterio. El hombre de FE no vive
colgado de Dios, sino que se sabe Misterio y en esa profundidad vive. Ante todo
quiero destacar una cosa, la esperanza, llamada teologal, no puede ser de un
futuro que no es, sino que ha de ser una profundización en lo “que es”, utilizando un término de
Krishnamurti. Jesús nos invita a vivir el presente: “Mirad a los pájaros del cielo: ni siembran, ni siegan, ni almacenan…”
(Mt 6.26). “Mirad cómo crecen los lirios
del campo, y no trabajan ni hilan…” (Mt 6, 28…), no nos invita a ser unos
haraganes ociosos sino a vivir como lo hace la naturaleza, injertados en el
presente. Él no vivía colgado de un Dios providente (mago universal), como se
han aplicado estos textos evangélicos muchas veces, sino en comunión íntima con
el Padre. Vivía totalmente la profundidad.
Los filósofos ya han distinguido sobradamente
el presente como nunc fluens (el
ahora pasajero) y como nunc stans (el
ahora que no pasa). La esperanza es ser en el nunc stans. Cuando miramos las cosas con la profundidad del tercer ojo nos damos cuenta de que
todo lo temporal es también atemporal (eterno). No se ve esto
haciendo una reflexión puramente mental, pues la mente es en su misma
estructura temporal, sino aplicando la mente a las experiencias contemplativas,
de muchos, para poder mostrar en palabras por dónde va “el camino” hacia el tercer ojo.
Un breve apunte: el futuro, que no es
simplemente temporal sino también atemporal o eterno, siempre propuesto como
aspiración de lo humano (cielo, paraíso obrero, estado bienestar, la historia…)
no es más que aquello que ya de alguna manera es, porque será. Aquello que
nunca llegará a ser no es futuro, en todo caso sería futurible, no es. Pura
imaginación. Ese futuro en tanto es válido en cuanto que llegará a ser, en
cuanto que algún día dejará de ser futuro. Igualmente hemos de decir que el
pasado solamente es pasado cuando alguna vez fue presente, si no, no es pasado.
En definitiva se trata, pues, de distintas visiones de una sola realidad
presente, de una realidad que es no-dual con dos caras una aparente (que
aparece) el tiempo que pasa, otra no
aparente (no manifiesta) el presente que
no pasa (no tiempo). Esta percepción la plasmó Panikkar en el neologismo: tempiternidad (tiempo i eternidad). La
Realidad viene a ser como una almendra: la cáscara (el tiempo) la envuelve
toda, pero solo es almendra (y la cáscara es cáscara: envolvente), porque hay
pulpa.
El hombre de FE palpa la dimensión de
profundidad, la dimensión de presente bajo toda realidad. Y por ello su
Esperanza es firme, tan firme que se apoya en roca (Mt 7,24-25 y par). Así la
tríada FE –que contempla el Misterio, ESPERANZA –construida en lo Real, AMOR
–que abraza lo Existente se funden en una sola realidad mística, contemplativa,
en una perichoresis sin tiempo, más allá del individuo. Somos personas, o sea,
no meros sujetos de derechos y obligaciones, sino abiertos a…
Testimonio de mi FE
Yo creo, o sea, apenas tengo
creencias –pienso-, tengo fe-FE.
Hoy por hoy no necesito formular mi
fe-FE, posiblemente en tiempos pasados hubiera sido indispensable hacerlo con “sus
posibles consecuencias, quizás terribles”, pero la fe no es una doctrina, mi
fe-FE hoy no es una doctrina. Mi fe-Fe se manifiesta en mi vida, en mis
pensamientos, en mis opiniones. Pero, ojo que estas manifestaciones no son mi
fe-FE, no son la fe-Fe, solo son manifestaciones de la misma. No las subamos de
nivel.
En el momento en que me pongo a
escribir, la estoy manifestando. Pero no es una doctrina, ni tiene un objeto,
por la sencilla razón de que El Cristo no es un objeto, ni una doctrina, ni una
cosmovisión, por la sencilla razón de que el Misterio no es un objeto, de que
el Todo (incluida la Nada) no es un objeto. El objeto pertenece al dominio del
pensamiento operacional formal, nunca al de la FE. Tampoco puede tener un
objeto porque la fe-FE es un diálogo que llega a la fusión, a la identidad (de la que ya parte:
perichoresis) y el diálogo no se puede establecer con un objeto, sino con la
persona, con el Misterio (que es persona y transcendida: transpersonal).
Mi fe-Fe es cristiana como he
mostrado, pienso, suficientemente en el escrito sobre mi identidad cristiana en
este blog. Por descontado que creo en el Cristo, pero no me basta con decir que
el Cristo es Jesús de Nazaret, si yo no me fundo en las mismas experiencias de
él (toda la carta a los Colosenses y citas evangélicas anteriores en este
escrito). Esto no implica aceptar una visión arcaica y trasnochada del mundo,
ni de la ciencia, ni de los movimientos sociales, ni del sexo, ni de la
economía, ni de la fe, ni de la esperanza… ni, por descontado, de determinados “dogmas
doctrinarios”, ni de la misma realidad histórica de Jesús. Implica, en cambio,
ser persona, no individuo, estar abierto y no ser estúpido, abrazar y no
excluir, viviendo lo que Jesús vivió: “No
he venido a ser servido, sino a servir…”. (Mt 20.28)
Soy un hombre inmerso en una cultura,
a la que no idolatro, pero a la que amo. Una cultura con una herencia larga en la
historia, nacida, lo afirma -como la mayoría de las culturas- “in principio”, con un enorme peso
abrahámico y eclesial. No puedo prescindir de ella, ni lo quiero, a través de
ella me expreso, pero mi fe-Fe, mi ESPERANZA, mi ‘AGÁPÊ no se apoyan en la
misma.
José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es
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