Siento en mí una fuerte pasión (entre otras),
la pasión del pensamiento. La filosofía-sabiduría me hace hervir por dentro.
Afilar la precisión en el pensar y en el comunicar me hace a veces levantarme
de noche a tomar notas, a consultar… a meditar.
Dentro de
esta filosofía-sabiduría, que es el pensar (ya sabemos: mucho más que calcular,
memorizar o medir, acumular datos... Incluye también el contemplar), vivo con
especial intensidad lo que en mis primeros años conocí como teología
(catafática), en concreto, todo lo referente al sentido de la existencia, del
Kosmos (Dios, Espíritu, Trinidad, Cristo, Alá, Brahma, Vacío…). Y aunque la experiencia de lo numinoso hoy esté, creo, en la base de mi
pensar sobre el Misterio, no abandono, ni rechazo sino que asumo la reflexión
sobre el mismo y vibro con ella. Se trata de un “saber no sabiendo”, de “una
docta ignorancia”.
Todo pensar sobre lo Divino me
importa muchísimo, y toda manifestación de una experiencia transcendente más
aún si cabe. Entiendo que sobre Dios hemos de conjugar tres tipos de lenguaje:
el apofático (‘apó-fêmí = negar), el
catafático (kata-fêmí = afirmar) y el
simbólico (sym-ballô = reunir) o
metafórico, conscientes siempre de lo que han dicho siempre los místicos de
toda época y cultura y que podemos expresar con las palabras del Aquinate: De Deo nihil scimus (acerca de Dios no sabemos nada). La filosofía escolástica ya nos
habla de la analogía de proporcionalidad. La hemos de tener siempre presente al
hablar de Dios, esto es, que cuando hablemos del Misterio hemos de ser
conscientes de que Dios no es eso que decimos, pero… a pesar de ello los
hombres hemos de usar unos términos para entendernos entre nosotros, y los
usamos.
En esta
línea quiero ir expresando ese pensamiento que me apasiona y que vertebra mi
vida. Opino que cuando más me satisface es cuando de mi interioridad me surge
poemas. Estos expresan en un lenguaje que es a la vez: apofático, catafático y
simbólico la lava que remueve mi ser. Pero sobre todo es simbólico y apofático.
Transcribo
el último de esos poemas.
Interioridad
(Dios, Misterio, Vida, Nada… el Cristo)
(Interior
intimo meo)
Un
silencio sin palabras,
Esas que
la mente ni conoce.
Un
silencio no nacido.
Plenitud
de allende el tiempo,
Que,
multiplicado en luz
De miles
de estrellas,
Perfora
las formas
Y se hace
alegría jugando
Con las
sirenas y las olas
En los
mares vivos.
Una
vida sin tiempo.
No nace,
ni muere, sino que,
Testigo
constante del alboroto
De las
edades,
Permanece
jubilosa
En la
unidad de los abrazos
Que la
conciencia entreteje.
Un mar de
profundidades,
Que
asoma, leve, su faz
En
colores, ondas y luces.
Y que
expande sus entrañas,
Preñadas
de fecundidad de plata,
Por los
fondos abisales
En los
que la respiración
Se licúa
en agua
Con
peces, sales y misterio.
Un YO hecho ternura
Al besar
quedamente tus arenas.
Interioridad…
Vida…
Misterio.
José Antonio Carmona
carmonabrea@yahoo.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario