viernes, 22 de marzo de 2013

MI FE (continuación...4ª)






            Ya en el segundo de estos escritos sobre mi FE describí lo que la ésta es en mi vida. De todos modos, al analizar lo que es la FE se ha de tener en cuenta que el término “fe” es polivalente, cosa que desde el principio vengo diciendo de un modo u otro.

            Ahora mismo, mientras escribo estas líneas escucho la misa de difuntos gregoriana. Una  maravilla de música. En estos momentos el coro está cantando la estrofa de la secuencia Dies irae: “inter oves locum presta et ab haedis me secuestra, statuens in  parte dextra…” Recordemos también el responsorio in exsequis: “Libera me, Domine, de morte aeterna, in die illa tremenda; quando coeli movendi sunt et terra…” ¿Qué tipo de fe está expresando? ¿Algún teólogo actual sostendría la doctrina-fe que se expresa en la secuencia? ¿Ni lo que dice la liturgia de difuntos? Sin duda alguna que la mayoría de quienes crearon los textos de esta liturgia – y de todas- tenían un tipo de fe (doctrina) que correspondía a una cosmovisión, quienes la celebraron a través de los siglos también, pero ¿es la actual? 0 al menos ¿Es expresión válida de la actual? ¿No son estos ejemplos expresiones más de una fe pre-racional y mítica que trans-racional? No niego que en la magnificencia de la liturgia católica haya también una expresión inteligible de lo que percibe el tercer ojo, de la dimensión transcendente de lo que es. Lo que afirmo es que la inmensa mayoría no la percibe, ni está en condiciones para percibirla. Venga esto como ejemplo para la afirmación de que la palabra fe tiene múltiples significados. Y sobre todo, que tanto la fe, como la consciencia, el conocimiento… es una realidad evolutiva, siempre en desarrollo, siempre ampliándose y profundizando.

            Es el momento de traer a colación las etapas o niveles del desarrollo de la consciencia a lo largo de la historia. No las citaré todas, pero me interesa recordar la mágica llamada de color magenta, la mítica (hablo siempre de mitos en su sentido  peyorativo, como leyenda) o ámbar, la racional o naranja, la sensible o de conciencia universal de color verde, la holística o turquesa. Y a cada etapa o nivel de consciencia en la historia corresponde una línea de desarrollo: cognitiva, espiritual, estética... Así como hay una ciencia ámbar (mítica) y una ciencia racional (naranja), hay también una fe ámbar o mítica, en la que se encuadra la mayor parte de la humanidad –incluidos muchos (por no decir todos) llamados ateos-, y una fe naranja, una verde, una turquesa…  Los ateos identifican a Dios, al que niegan, con el dios mítico, ¿pero es esa la única forma de “ver a Dios”, al Misterio?

            Mas, al hablar de FE me estaré siempre refiriendo a lo que percibe el “tercer ojo”, u “oculus fidei”, mejor, no a lo que percibe, sino a lo que es el tercer ojo y con lo que se identifica, pues la percepción pertenece al conocimiento racional, aún lejos del conocimiento por identificación: por Amor –no sentimiento, ni racionalidad, sino Unidad- como es el caso de la FE, no de la fe.

            Son muchísimas las personas que permanecen en un nivel mítico de fe, o  peor aún, en la mera creencia, no así los místicos, tengan la cultura que tengan. No afirmo que la intuición mística tenga en todos ellos idéntico nivel, también hay grados. Por desgracia la palabra mística está muy “devaluada”. 

Antes de intentar exponer un poco en qué consiste esta experiencia mística que es la FE, quiero describir brevemente la fe y la creencia que coloquialmente confundimos. Por supuesto, para ello me fundamento principalmente en quienes tienen verdadera autoridad en el tema, místicos y pensadores de mucha reciedumbre que conocen bien a los místicos.   

            La fe y la creencia son formas de compromiso religioso, o sea, de estar atado a una forma de religiosidad –en el horizonte: un Dios (mítico, racional, trans-racional…)-. Y están lejos de lo transcendente que se percibe con el oculus contemplationis, el tercer ojo.

          
              La creencia
            

          La creencia es la forma más baja de dicho compromiso. Para ser “verdadero” creyente –afirmar simplemente los mitos que me cuentan, ser creyente: creyente - no es necesario tener fe, mucho menos tener una experiencia religiosa. El creyente se adhiere a un sistema de creencias que conforman más o menos: una doctrina y unas normas, y lo asume como seguro de inmortalidad (así se presentan esa doctrina y esas normas: un cielo de huríes, “et nobis post hoc exilium ostende”). Expresa una religiosidad puramente exotérica, externa, superficial, falsa en sí misma. La creencia no necesariamente es religiosa, hoy tenemos muchas manifestaciones de esta actitud no religiosa: marxismo, castrismo, cientificismo, nacionalismos… todos los fundamentalismos. Los creyentes –religiosos o no- se destacan por su proselitismo: todos los hombres se han de convertir a su “religión”, o a su ateísmo… pues no pueden aceptar ver reflejadas sus propias dudas, o su falta de fe, en el “otro” en el no-creyente, el infiel. La sombra. En esa actitud proselitista el “verdadero” creyente, que no tiene ni fe, está tratando de convertir su propio yo incrédulo, dice Wilber. Hay muchísimos creyentes en el cristianismo: “¡hay que asegurarse la otra vida!”, mas no sólo en el cristianismo.

            La creencia es una fuerza ciega que se basa en una confianza ingenua, o en lo arbitrario; se alimenta, a veces, de falta de lógica racional. Fabrica fanáticos con facilidad, como he dicho, pero la FE es un conocimiento directo, una certeza que no se basa en el tiempo, como veremos.


            La fe (no la FE)

            La fe va más allá de la creencia en cuanto compromiso religioso. La persona de fe tiene, por descontado, un sistema de creencias: una doctrina y moral, pero su compromiso no se basa principalmente en ese sistema en esa doctrina y moral, sino en la percepción que de alguna manera tiene de Dios, del Absoluto, de “el Cristo” que está presente en este mundo, a la vez que lo transciende. Por eso, si una determinada doctrina de sus creencias hace aguas, no se inmuta, su fe no se apoya en las creencias. La  persona de fe tiende a huir del literalismo o del dogmatismo, no es en modo alguno fundamentalista, como lo es el creyente.

            La persona de fe sufre muchas veces dudas –muchos tenemos larga experiencia de ello-, pues es todo lo contrario que el creyente. Éste proyecta sus dudas sobre el “otro” al que o convierte o mata, el hombre de fe acepta que las creencias que tiene se pueden ir deshaciendo, pero él sigue apoyado en su barrunto de lo Divino, no en esos dogmas. No creo necesarios ejemplos. El hombre de fe se siente liberado de la mera creencia y apoyado en un Dios que le da estabilidad y paz, pero como no ha llegado a una mayor comunión con lo Divino, su certeza no transciende, y entra en dudas y anhelos, que le están pidiendo librarse de los mismos. Y para ello o avanza hacia la experiencia directa –comunión: “vid y sarmientos”-, que los lleva hacia la contemplación interior –en la contemplación no hay nada externo-, o retrocede a la creencia fanatizada que proyecta al hombre de fe hacia fuera de sí mismo. O bien, se llega a la conclusión racional de que la fe pertenece a la etapa infantil de la humanidad, y se trata de borrar su presencia de la mente, desconociendo que tiene razón en eso de que la creencia es infantiloide, pero no sabe que la fe no es creencia, ni es infantiloide, menos aún la FE. Simplemente tiene mal planteado el ¿problema? Las últimas causas son “el dominio del tercer ojo”, no las percibe ni la mente, ni los sentidos, solo la experiencia directa. Aunque después, la inteligencia pueda y deba actuar sobre las experiencias del tercer ojo –las experiencias directas de la contemplación- para una explicación muy imprecisa y pobre, para sacar una elemental doctrina simplemente indicadora.

            Con qué belleza (y sensatez) expresa (san) Juan de la Cruz la experiencia directa:

yo no  supe dónde entraba / pero, cuando allí me vi, / sin saber dónde me estaba, / grandes cosas entendí; / no diré lo que sentí, / que me quedé no sabiendo, / toda ciencia transcendiendo…
...
Y es de tan alta excelencia / aqueste sumo saber, / que no hay facultad ni ciencia / que lo puedan emprender; / quien se supiere vencer, / con un no saber sabiendo / irá siempre transcendiendo.
...
Y si lo queréis oír, / consiste esta suma ciencia / en un subido sentir / de la divinal Esencia; / es obra de su clemencia / hacer quedar no entendiendo, / toda ciencia transcendiendo.



            La experiencia de una presencia repleta de Amor

            La FE. Es, así con mayúsculas, a mi entender la experiencia contemplativa de lo Divino, la dimensión del tercer ojo. No es una alucinación, ni una borrachera de drogas, aunque en los efectos bio-psíquicos haya similitudes (clarividencia, beatitud, calma, amortiguamiento y profundización a la vez de los sentidos…), ni una esquizofrenia. En la contemplación, la calma y beatitud permanecen y la trascendencia, no la negación, de los sentidos es una  permanente: los místicos son totalmente capaces de llevar una vida ordinaria, ordenada, eficaz, de servicio, de trabajo…, de hecho la llevan, algo que ni los borrachos o drogados, ni los alucinados, ni los esquizofrénicos son capaces de hacer. Freud, que no admitía que la cadena de evolución de la consciencia pudiera ir más allá de la psique y negaba la existencia del pneuma: espíritu, afirmaba en sus escritos que los místicos eran psicóticos, y dice que las experiencias cumbres son meras regresiones pre-racionales. Una verdadera aberración. Desde Jung, pasando por Assagioli con la psicosíntesis, Maslow, la psicología humanista, la transpersonal, Grof, Goleman, Wilber… hasta nuestros días y sobre todo la madurez de los místicos, lo desmienten muy a las claras. Freud, como todo científico o pensador, fue hijo de la mentalidad de su época y deudor de la misma. En su época y en su medio era dogma incuestionable que más allá de la mente racional no podía existir nada. Todos los temas del espíritu eran fábulas medievales. Se confundía lo mítico con lo transcendente, identificando místico con mítico.

El que las drogas, la locura… tengan efectos biológicos similares a los de la contemplación está diciendo a las claras que el hombre es uno, no tres partes unidas (cuerpo, alma, espíritu), sino una sola realidad con distintas manifestaciones, con distintos polos en este mundo manifiesto. La materia no es lo opuesto al espíritu, sino que es manifestación del mismo, es una expresión sensible del Ser como a su vez, el espíritu lo es de la materia, es expresión no sensible del Ser. 

Estoy llamando FE, pues, a las experiencias cumbres de los místicos y no místicos, pues dichas experiencias siempre son posibles, no frecuentes. Estas experiencias no tiene nada que ver con los efectos de las drogas como he dicho, pero tampoco con esas manifestaciones frenéticas emocionales –entusiasmo (enthusiasmos: lleno de los dioses), -ligadas a un mito, sea una imagen religiosa, un equipo de fútbol, una bandera, un trozo de tierra (patriotismo)…-, ni con los trances mágicos que no son sino regresiones a estadios pre-racionales, a estadios infantiles. Y que por lo mismo que son frenesíes emocionales contagian la emoción. En el caso de la experiencia cumbre lo que se da es una transcendencia de la racionalidad, se trata de una manifestación, de una epifanía trans-racional que normalmente acaecen en las personas que han llegado a los niveles más altos de la conciencia (sutil o causal) y que no supone ningún desenfreno emocional, ni una vuelta a actitudes retro-románticas. 

A veces, raras, esas experiencias cumbres se pueden producir en personas que están en una actitud contraria a la misma experiencia de FE, experiencia que suele conllevar la “metánoia” del que la experimenta. Recordemos los cristianos la llamada “conversión de san Pablo” (Hech. 9). Quizás la conversión de Moisés en el Sinaí, sea, o no, leyenda. Casos hay de sobra de experiencias cumbres, leamos a los grandes místicos, a los grandes poetas, incluso a los grandes inventores... Se ha de tener en cuenta que la metánoia no ha de ser conversión al catolicismo, ni a ninguna forma de religión institucional y que estas experiencias acontecen muchas veces en personas que están en niveles puramente racionales, no trans-racionales.

Dante en la Divina Comedia no hace sino describir su experiencia cumbre de iluminación, por supuesto con los medios culturales a su alcance, y entre muchísimas cosas  nos dice:

Yo al cielo fui…
Y vi lo que, al bajar de aquella cima,
A poder ser contado se resiste
Fijando mi mirada en la Luz Eterna vi en sus profundidades,
Atadas con amor las hojas dispersas de todo el Universo… 


Y el psiquíatra S. Dean, padre de la metapsiquiatría, escribe en su libro Psyquiatry and Mysticism (Psiquiatría y Misticismo) los efectos de la experiencia cumbre:

Tiene lugar una iluminación intelectual imposible de describir, un destello intuitivo en el que uno toma conciencia del significado y trayectoria del universo, una identificación y una fusión total con la creación, el infinito y la inmortalidad…

          
       Tengamos en cuenta que si una  persona tiene una experiencia cumbre, como la descrita por Juan de la Cruz o Dante en los poemas citados y su postura de fe es de creyente nada más porque no ha avanzado más, la interpretación que pueda dar a la misma puede ser muy peligrosa, porque activará los símbolos míticos, en los que vive, convirtiéndose en un fanático proselitista de “su verdad”, de “su fe”. Hay casos en la historia…y no pocos.
         
        Dicho esto, paso a reflexionar sobre la experiencia contemplativa de lo Divino (que en todas las, o al menos en muchas, religiones es trinitario, aunque nunca expresado como el dogma de la Trinidad, propio del cristianismo y que para mí es uno de los grandes logros del mismo, sino como Realidad en constante circuito vital -perichoresis- Origen: Logos: Comunión. - Fuerza: Vida: Unidad. - Origen: Orden: UnidadO también, en el cristianismo, como Padre:Origen – Hijo:Vida – Espíritu:Unidad).

            La experiencia de FE es una experiencia mística, de comunión, de unidad con lo Divino, y por lo mismo integra el cuerpo y el amor sensible en la vida plena del hombre, en la triple dimensión antropológica: cuerpo, alma y espíritu (no en la dualidad que nos hemos creado a partir de Platón: cuerpo-alma). Dicha experiencia es vivir la armonía del Ser, sin que haya dominio de una dimensión sobre otra. No olvidemos que el cuerpo no es sede de las pasiones, como nos han hecho ver en nuestra infancia a muchos, la desviación es del hombre y está posiblemente en su propia sensación  -incuestionable para sí mismo- de su separación del Todo, la sensación de ser un ser separado, como afirma el Vedanta advaita

            El dualismo alma-cuerpo que se rompe con la experiencia mística o de FE, que también es abandonarse, dejarse llevar, ha llevado a actitudes muy dañinas para el hombre, a excesos y ascetismos negativos tanto del cuerpo “que ha de ser dominado por el alma con la mortificación”, como del alma. La presencia del espíritu o pneuma quiebra esa dualidad y hace posible el circuito del que he hablado antes. La cooperación de las tres dimensiones en un “orden ontonómico”, en un “ordo sacrum- jerarquía: ierà arjê” es lo adecuado a la misma Realidad, al Kosmos, a la Trinidad. Mas no son tres cosas, sino una sola realidad: el hombre, en el que la corriente de vida fluye y va de un polo a otro (perichoresis), del polo manifiesto a lo sensible hacia el polo manifiesto al “oculus mentis” vida que vemos por, y que es, el mismo oculus contemplationis o fidei.

            “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor” dice Juan  (1Carta 4,8). Dios es experimentado en la FE como agapón= el que ama. La FE no pone un concepto detrás de la palabra Dios, lo experimenta como pura amabilidad, puro Amor. Yo diría que lo experimenta como Realidad amable, como Misterio agapón. No caigamos aquí en la dualidad, somos muy propensos, y separemos el éros del agapê. Es el Misterio amoroso, unitivo, no-dual, mucho menos múltiple: “amada en el Amado transformada”. En esta experiencia de la Realidad amable se experimenta ese círculo vital: La Realidad (Dios, Misterio, Cristo…), no impersonal sino transpersonal, es experimentada como amable, como don -personal y transpersonal- (no como objeto que sería dualismo), y porque es amable, o don, se la ama, y al amarla la hacemos amable y capaz de ser transmitida, comunicada de nuevo. San Buenaventura hablaba en términos similares: “Cognitio experimentalis de divina suavitate amplificat cognitionem speculativan de divina veritate”.  Luego la cultura nos ayudará a poner imágenes a esa experiencia.

       En definitiva, quien no ama no sabe, aunque pueda tener una erudición monstruosa. Sería una base de datos, no un hombre. Y a la inversa quien no sabe (saborea) no ama. Podrá ser muy educado, pero no creará unidad.

            Esta experiencia unitiva de FE tanto es amorosa como cognoscitiva, o sea, esa experiencia es tanto amor como conocimiento. “La mística se descubre en un solo toque” dice Panikkar. Tender a racionalizar este toque, puede llevar a la destrucción del mismo y el intelectual perdido, destruido el toque, destruida la experiencia, suele caer en el ateísmo (como el ciempiés de la fábula). El racionalismo es claramente insuficiente. El toque de FE, la experiencia unitiva, como dicen todos los místicos tanto es amor como conocimiento, nunca raciocinio. Crede ut intelligas, decía Tomás de Aquino, creer=FE es más que simplemente entender, es también amar, es entender amando y amar entendiendo. Si falta uno de los polos no tendremos FE, no tendremos experiencia unitiva, no tendremos oculus contemplationis. Si nos falta un polo no tendremos electricidad.

            La luz que percibe este tercer ojo no nos separa de los otros dos ojos. Esa armonía es un “saber no sabiendo”, es “docta ignorantia”, es “nube del no-saber”, es “wu-wei”, es “infinita agnosia”… como la describen o como lo señalan las distintas tradiciones de FE. Y ello es así, porque es a la vez y sin separación luz que ama y amor que ve y no juzga ni condena. No es un mero creer, no es un mero fiarse del alguien, es experimentar el Misterio (inmanente y transcendente) experimentándonos como tal. Por ello la experiencia que llamo FE o experiencia directa de lo Divino, del Cristo, penetra en el Misterio sin tratar de entenderlo, sino iluminándolo como centro de todo cuanto es.

            Quedan aún aspectos a tratar

            José A. Carmona
            carmonabrea@yahoo.es
  

             
             

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