Mi Fe
¿Qué pretendo al escribir estas
líneas? Una cosa muy simple: hacer una reflexión (leyendo en mi interior,
analizando mis pensamientos, releyendo mis lecturas de los últimos diez años, recordando
mis experiencias, pocas quizás, o quizás no tan pocas, de FE y
reinterpretándolas) crítica sobre mi FE en estos momentos. No soy nada dogmático,
pero lo fui, y en alto grado. No sé en qué acabará esto, pero siento necesidad
de comenzarlo. No es un diario, éste lo hago aparte. Es contarme a mí mismo
dónde estoy y por qué he llegado aquí.
Hace unos diez años escribía yo el
poema que sigue. Como introducción al tema me ha parecido bien colocarlo.
Surgió, hace diez años, en un interior (el mío) en el existía el caldo de
cultivo de la FE alimentado con una historia –y una ontología- de muchos años, y
siglos… milenios, no solamente, ni mucho menos, con lo vivido por mí.
MI
FE
Prendido
en el corazón / un Aire de aires
recorre
descalzo / tierras, desiertos y valles,
luces,
sombras, / cuerpos y ciudades,
regalando
la Sed / en amadas soledades,
para que
esta vida sea, / con la fuerza de los mares,
esa
Puerta del Sendero / que al Espíritu nos abre.
En los
silencios de plata / que en la meditación nacen,
el Soplo
Divino rompe / muros…
e inunda
arrabales,
aportando
una Luz / que, los que oyen, bien saben,
y que
empapa de sentido / estos días terrenales.
Es un
Soplo que me alienta, / que lo respiro en mi carne,
que pasea
por mi cuerpo / en momentos eternales,
que me
alimenta de cielos / y que me exprime a raudales.
Sin Él,
mi vida no es, / con Él, no son mis cabales,
porque al
decirme quién soy, / no me percibo en mi sangre.
(José
A. Carmona / Tanteando la Fe / En una
noche serena del 2003)
Aunque ya puse por escrito en mi blog
personal y en el de Compañía-19 el por
qué y el cómo de mi identidad
cristiana, entiendo que este escrito, en tanto que un testimonio personal y
razonado, tiene sentido también, tiene una significación añadida.
Para mí está
indisolublemente unido el “tener FE” con el “ser cristiano” puesto que mi forma
de realizar esa FE es la forma cristiana –que pretendo que en mí sea de
cristianía-, mas no para todo el mundo esta unión se da. Solamente en los
cristianos. Cada hombre (= nacido de la tierra) la realiza de una forma, según
su cultura.
Quizás un
ejemplo pueda clarificar algo más esta afirmación. El lenguaje (como la FE,
entiendo) es una invariante humana. El recién nacido está destinado
ontológicamente a ser persona (ya desde el nacimiento y aún antes –no pretendo
precisar ese antes- es reconocido legalmente como tal), pero entiendo que el
individuo se constituye como persona por su “esse ad”, su relación con
la Realidad. Y por lo tanto nace ya con la capacidad para la comunicación por
medio del lenguaje. La concreción de esa capacidad se hace efectiva por medio
de una lengua, sea cual sea. Se puede hablar múltiples lenguas, pero nunca todas
a la vez. Usas una en cada momento, puedes saltar de una a otra, pero no
utilizar más de una a la vez. La FE que en su misma raíz no es sino la capacidad
constitutiva del hombre para abrirse a Dios (homo: capax Dei), al Misterio, al Espíritu, a la Nada, al Hombre, a
la Vida, a la Profundidad, a la Realidad (no sólo física, ni mental, ni
espiritual sino a todas)… o a la decepción (a algo que siendo él mismo lo
transciende), necesita ser concretada, como el lenguaje, y en nosotros los
cristianos esa capacidad constitutiva lo hace, se concreta, en el Cristo, más
allá de toda doctrina y moral. Es nuestra cultura.
El hombre
–vuelvo a insistir, abarca la polaridad: varón/mujer, no es dualidad- es capax Dei. Esto nos lo recuerdan con sus
vidas los pioneros de la humanidad: los místicos, y lo suelen negar muchos entre
otros los hijos de la postmodernidad. A partir de la reacción contra el
absolutismo “reduccionista de cuadrante” –error categorial- llevado a cabo por
la mente teocrática del Medievo, que protagonizó el Renacimiento, y por la
exaltación de la Razón frente a la Fe, en buena medida mítica, medieval,
Occidente ha caído en el mismo defecto que condenaba: el absolutismo de dominio,
el error categorial, como veremos más adelante. Y es bueno aprender de todo
ello para que la humanidad siga avanzando, purificando su comunión con la
Realidad y evitando los errores del pasado.
Durante muchos
años de mi vida, la mayoría, yo he estado inmerso en esa confusión “de
dominios”, aunque ya desde hace tiempo presentía que lo supranatural no podía
ser un añadido a lo natural, que la Realidad tenía que ser única, aunque vista
con distintos enfoques. Y siempre estuve abierto a lo que la mente fuera
consiguiendo. Y digo siempre, siendo consciente de mi actitud cerrada en los
años de seminario en Cádiz. Aquella actitud era una mera apariencia que me
reportaba beneficios en el caserón gaditano. Apenas llevaba unas semanas en la
universidad y mi cerrazón comenzaba a desmoronarse. “Tengo en la sangre” la
necesidad de apertura al Misterio.
Me explico.
Tres tipos de conocimiento
San
Buenaventura nos habla de los tres ojos del conocimiento que tiene el hombre.
Todo conocimiento es una iluminación, nos enseña. Y distingue tres
iluminaciones: “Lumen exterius o
inferius, lumen interius, lumen superius”, (luz externa o inferior, luz
interna, luz superior), por lo que el hombre puede ser iluminado en toda su
realidad, en su plenitud. Sus sentidos, nos dice, perciben el “lumen exterius o inferius”, perciben “vestigia Dei”. Su inteligencia, el “lumen interius” que percibe la
filosofía, la “imago Dei”. Y su visión contemplativa queda
iluminada por el “lumen superius”,
percibe la “Esencia Divina”. Hugo de
san Víctor lo expresaba en otros términos: “cogitatio,
meditatio, contemplatio”. Aplicaba el término cogitatio a la iluminación sensible, meditatio a la búsqueda de la
imago Dei y contemplatio a la
iluminación que nos hace uno con lo divino. Hoy esta enseñanza de la triple
iluminación del hombre es común a toda la filosofía perenne y a la inmensa
mayoría de las religiones, como muestra H. Smith, el gran investigador de las
religiones, (Forgotten Truth). En
aquellos que han llegado a la sabiduría (desde
Buda y Jesús de Nazaret hasta Francisco de Asís, Teresa, Maharsi, Theilard,
Whitman…) es una experiencia, una experiencia meseta (Espiritualidad integral), o sea, permanente, no puntual.
Hace
mucho tiempo, decenas de años, que llevo ocupado y preocupado por esa sensación,
no sensible, que me decía – y dice- que la realidad necesariamente era algo más
que lo que podían conocer mis sentidos y mi mente. De hecho, el tema de la
demostración de la existencia de Dios me ha rondado siempre por la cabeza con
la seguridad de que era un “tema” mal planteado. Plantearme la fe en los
términos en los que me la enseñaban no me satisfacía en modo alguno, la fe me
decían es fiarse de lo que te dicen otros, lo que dice la iglesia… sí, pero no.
Una cosa es la cultura que la recibimos esencialmente del contexto, pero la fe
solo es cultura en su manifestación pues como tal fe va más allá, es una
actitud personal, y la actitud ha de hundir sus raíces en la persona que la
tiene. Hay que advertir que el que sea personal no quiere decir que sea
caprichosa, ni ilusoria. Ha de ser cotejada con los que tengan la misma actitud
y experiencia.
Explicando
un poco esta visión de san Buenaventura. El
lumen inferius, que es el ojo de la carne, nos muestra el “dominio de lo
grosero” (de grueso), el dominio o reino del espacio, del tiempo, de lo
material o sensible. El oculus carnis, el empirismo chato, versa solamente
sobre este dominio, que es un dominio compartido por todos los seres que tienen
el ojo de la carne –sentidos-: el hombre, los mamíferos, peces, aves… También
es llamado reino ordinario. Es el ojo al que en general se le denomina
“empírico”. Por supuesto que se trata de un empirismo en sentido estrecho que
es el de uso común hoy en el lenguaje académico, o sea, se trata de una
experiencia sensible. Por tanto, dicha experiencia puede ser detectada por los
sentidos o sus extensiones –un microscopio, un aparato de emisiones
electromagnéticas…-. Se ha de advertir que lo que para los empiristas significa
la palabra experiencia: “lo que puede ser detectado por los sentidos, no es lo
mismo que lo que se significa cuando decimos que Dios, el Misterio, es objeto
de experiencia, en este caso se habla de que la “conciencia directa, sin
intermediarios, sin sentidos, sin mente percibe el Misterio”. Mejor diría: “se
–a sí misma- percibe Misterio”.
Para mí descubrir que Dios no era el objeto
posible de un pensamiento, que no podía ser el término de la razón, que ni tan
solo podía ser un objeto de…, sino que había de ser experimentado, fue un
descubrimiento impactante. Se me destruyó todo el catillo prefabricado sobre la
fe. Me ayudaron a ello las lecturas, en concreto el libro: El camino, la
verdad y la vida, en el que se desarrolla
el pensamiento de Karlfried Dürckheim. Pero el núcleo de aquella conversión
estuvo en la meditación y en la introspección. En aquella fecha me acababan de
expulsar como profesor de la facultad de teología. Me hizo un gran bien, me
facilitó el camino hacia la FE.
El lumen interius, el ojo de la mente,
tiene su propio dominio, como lo tiene el oculus carnis, lo componen las ideas,
la lógica, las imágenes, los juicios, los sueños… Esta iluminación supera y
abarca a la vez todo el dominio de lo grosero, esto es, lo transciende
incorporando todo lo bueno y apartando lo que hay de limitado en él. Por
ejemplo: para tener una percepción sensorial es necesario que el sentido y el
objeto percibido (en el mundo grosero hay espacio) han de estar físicamente
presente, para tenerla mental, no. Para ver un árbol –mundo sensorial-, el ojo
y el árbol han de estar presentes físicamente, para imaginarlo –dominio
mental-, no. Es evidente que la mente
por medio de la imaginación puede reproducir objetos sensoriales que no estén
presentes.
Aunque el
ojo de la mente dependa en gran medida de los sentidos para tener información,
en la física y en la química es muy frecuente, no todo lo que conoce la mente
procede de la información de los sentidos. Nuestro conocimiento es mucho más
que empírico en sentido restringido, como he dicho antes. En las ciencias suele
suceder esta castración del conocimiento mental, esta tendencia a reducirlo a
mero “empirismo” (experiencia de los sentidos). “…Los que así piensan construyen sus sistemas sobre un error
intelectual, sin considerar siquiera que innumerables hombres, tan inteligentes
como ellos, o más, hayan llegado a otras conclusiones distintas” (Schuon).
Las matemáticas, por ejemplo, son un conocimiento que no se puede verificar por
los sentidos, son un conocimiento del ojo de la mente. ¿Quién ha visto, o
tocado, la solución de un sistema de ecuaciones? ¿Quién ha visto la raíz
cuadrada de menos cinco (-5)? ¿Quién ha olfateado un logaritmo?
Y lo mismo
sucede con la lógica, la epistemología, ontología…La verdad de la lógica no
depende del ojo de la carne, sino de la cohesión interna del sistema. En un
silogismo que se atiene a las normas de consistencia interna, se da la verdad,
aunque pueda ser erróneo (que no es lo contrario de verdadero, sino de cierto.
Precisemos: verdadero-falso, cierto-erróneo) Un pensador del nivel de
Whitehead, coincidiendo en buena medida con las tradiciones orientales, afirma
que lo mental es condición necesaria para que se pueda manifestar el mundo
material. No se trata de que por abstracción la mente extraiga de lo grosero lo
mental, sino que lo grosero es resultado de una “condensación” de lo mental y
de lo sutil, como dice el pensamiento oriental.
Y no
solamente en las matemáticas, en la filosofía, sino que el dominio de lo mental
aparece en muchas otras facetas humanas, como en la creatividad, en el mundo de la belleza, en la imaginación...
Después se podrá plasmar, o no, de forma sensible lo que antes fue visto solo
por la mente, por el lumen interius:
una ópera, una pintura, una escultura, una novela, un invento, la logística… A
la luz de la inteligencia podemos “ver” muchísimas cosas que no puede ser
percibidas por los sentidos, por el oculus carnis.
Y así como
el lumen interius, u oculus mentis, supera y transciende al inferius, a su vez
el oculus contemplationis –u oculus fidei- supera y transciende al mental. Así
como la razón no puede reducirse al ojo de la carne ni originarse en él,
tampoco la contemplación puede reducirse a la razón, ni siquiera se puede
originar en él. El ojo de la contemplación, el lumen superius es transracional,
transmental, transverbal. Es gnosis, conciencia directa, no mediata,
contemplación de la Verdad, de la Libertad, de lo que Es…
De la existencia
de esta iluminación (oculus contemplationis) no han tenido apenas noticia los
hombres de nuestra cultura, salvo los contemplativos que la vivieron. La
teología que estudié tanto en el seminario, como en la universidad, era
profundamente mental: el poder del raciocinio, aunque tomara como premisas, a
veces muy lejanas, los principios de fe (católica). Lo introdujo la
escolástica, por eso no abundaron los contemplativos, porque era “necesaria” la
solidez de la doctrina, de la razón. Y después del Renacimiento más aún. Se
daba la separación entre teología y espiritualidad, ésta era algo muy inferior
a la hora de conocerla y casi reservada para la vida íntima de cada uno.
Incluso la liturgia de la Misa tenía mucho más de ostentación y enseñanza que
de espiritualidad. La meditación casi siempre se ha entendido como reflexión
mental. Muy externo todo.
El dominio, pues, de la
contemplación, de la gnosis, es lo llamado “causal”, el mundo transcendente. Y
no puede ser sometida ni a la mente, ni a los sentidos: no es objeto ni de la
lógica, ni de la experiencia sensible. Lo cual no quiere decir que no pueda ser
demostrada, sino que lo ha de ser de otra manera, del mismo modo que una
operación matemática no puede ser demostrada con los sentidos, ni la lógica sin
la cohesión interna.
Se
acostumbra a utilizar muy mal el ojo de la mente, la lógica. El hecho de que la
verdad de una deducción lógica dependa de su estructura interna da pie a esa
mala utilización. Si funcionan los cánones de la lógica, las normas de la deducción
o de la inducción, tenemos verdad
lógica. Pero siempre se ha de partir de una premisa, o de un término de
inducción, de una proposición de partida, y ésta puede ser carnal, mental o
contemplativa, si es carnal, se tratará de “una premisa empírica y analítica”,
si es mental de una “verdad intuitivamente evidente” (Descartes), si
contemplativa, de una “revelación o intuición reveladora”. Y en la selección de
estas premisas solemos cometer multitud de errores, como sustituir el Misterio
por los principios, o estos por los hechos tercos e irreductibles (Galileo).
De
todos esos peligros el que con mayor frecuencia acecha al hombre con respecto a
estos dominios: carnal, mental, transcendental, es el del error categorial. Esto es, querer conocer un dominio con el
instrumento o el lumen propio de otro. Ha sucedido muy frecuentemente en la
historia. Con el poder en manos de los emperadores o reyes absolutistas
cristianos la fe, que normalmente era creencia, fue el instrumento de
iluminación de todos los dominios, incluso de lo sensible. Todo lo que se
interpretara como enemigo de la verdad de la doctrina impuesta por la iglesia,
aunque fuera decir que la tierra se movía, era digno de prisión o de hoguera.
Esa doctrina oficial, interpretada como fe, era el criterio de verdad en todos
los dominios. El imperio de la creencia sobre los dominios inferiores abunda en
todas las religiones. Recordemos uno del cristianismo, que a mí personalmente
me impacta: el de la Creación.
El
Génesis , capítulos 1 y 2. Son una plasmación poética en imágenes (siete
etapas, jardín, árbol, conocimiento, desnudez, … Terra autem erat inanis et
vacua… et Spiritus Dei ferebatur super aquas…). Es una descripción bellísima,
ingenua, sencilla, plástica que expresa una visión transcendental, supramental
de la evolución del mundo manifiesto en tanto que muestra lo Inmanifiesto. Se
trata de una “intuición reveladora”… y ¿Qué se ha hecho a lo largo de toda lo
historia del pueblo abrahámico-cristiano? Confundirlo con una verdad mental,
cuando no con un hecho inapelable, como pretenden los literales
fundamentalistas: “Fueron siete días de los que Dios trabajó seis, creó el paraíso
lleno de árboles, le sacó una costilla a Adán…” Incluso en nuestros días se
sigue viendo como una verdad mental: “la creación de la nada”. Error
categorial. La Biblia ha sido utilizada para demostrar multitud de hechos
empíricos (falsos) o verdades puramente lógicas (que son falsas, o en todo caso
mitos en el buen sentido de la palabra, cosa que transciende la verdad lógica)…el
diluvio, el paso del Mar Rojo, las murallas de Jericó, la circunvalación del
sol, nacimiento en Belén, Reyes Magos, milagros, virginidad física de María,
Redención por la sangre… Cuando no, peor aún, se trata de fundamentar el origen
divino de ciertas costumbres absolutistas y machistas del poder eclesiástico.
Y brotaron la ciencia y el racionalismo. La ciencia
–Galileo, Kepler, Giordano Bruno- apoyándose en los hechos tercos e irreductibles
y enfrentándose a la creencia, la ciencia simplemente propugnaba la
contemplación de los hechos, sin prejuicios previos. Propugnaba un empirismo
sensible que no es oponer la creencia a la razón, sino a lo sensible. Luego
aplicaba la razón a lo experimentado, haciendo operar al razonamiento sobre la
experiencia concreta de los sentidos (pensamiento
operacional formal –Piaget-), pero en su núcleo era una pura defensa de que la
percepción sensible era el criterio de verdad.
El racionalismo surge de la mano de los que descartan
tanto el ojo de la carne, como el de la contemplación, afirmando que el único
conocimiento válido es el que viene del ojo de la razón. Descartes es el
prototipo del racionalista, defendía que sólo la evidencia de la razón –sujeto,
no genitivo- es criterio de verdad.
Ambos movimientos se rebelaron contra el error categorial
de que la creencia fuera el único criterio de verdad. La fe-creencia inundaba
el campo de lo sensible y el de lo razonable. Es más negaron la misma
existencia del dominio de la fe, la existencia de lo transcendente. Sólo existe
lo experimentable por los sentidos, o lo que es evidente a la razón. Con ello
se cayó en el error categorial inverso:
lo que no cae dentro de la ciencia, no existe. Lo que no cae dentro del campo
de la razón, no existe. Importantísimos los dominios de la carne y de la mente,
importantísima su reivindicación, pero “para curar el mal del dedo no había que
cortar la mano”. Se excedieron cayendo en el mismo precipicio que querían hacer
desaparecer.
Y la misma
teología que ya antes venía empapada de racionalismo, pues en la escolástica se
impuso el racionalismo aristotélico, transmitido a través de Averroes, se vio
arrojada al campo de la pura razón. Teo-logos: reflexión sobre Dios. Pero, ¿era
(y es) posible pensar sobre lo que no es conocido, ni puede serlo? Es cierto
que se puede decir algo sobre el cómo es
Dios utilizando un lenguaje oximorónico (es Todo y Nada), y sobre lo que no es utilizando el lenguaje
negativo (no es temporal), pero sobre ¡¡¡lo
que es!!! si lo primero que podemos decir es que no es, que la existencia de Dios es otra cosa muy distinta a la
existencia del hombre, que no sabemos qué es… (aunque la escolástica
intenta salvar el más que arrecife con la analogía de proporcionalidad). La
teología ha pecado de racionalismo, porque le ha faltado y le falta FE y le ha
sobrado y le sobra creencia. Y hoy en los planes de estudio se la llama
“ciencias de la religión”. ¡Qué error categorial! La teología escolástica es
pura filosofía aristotélica aplicada a un objeto mental formado por lo que
hemos oído y leído en la Biblia, interpretado por nuestras categorías mentales
y capacidades de cada momento, nacido en gran manera de nuestra cultura
occidental, moldeado a lo largo de una historia muy carente de la luz de la
razón y de la de la contemplación tanto de los hechos tozudos, como de la
revelaciones auténticas, y manipulado todo, a veces con acierto, otras con
desacierto, por una institución de poder. Objeto al que llamamos Dios.
Quizás Dios no tenga nada que ver con todo
esto. Quizás sí, pues tanto trabajo de tantos siglos y tantas personas no puede
ser basura.
Mas de hecho, parece que la
humanidad en general, y la occidental, en concreto, aún no ha aprendido a
distinguir, diferenciar y separar los tres dominios: carne, mente, FE. A lo
largo de los dos últimos milenios (y mucho más tiempo aún) en la corriente
abrahámica y cristiana se mezclaban los tres dominios y se presentaban dentro
de la doctrina oficial como una sola verdad, la Revelación se mezclaba con la
filosofía y con los hechos empíricos. Así que la ciencia que emergía allá por los
comienzos del siglo XVI, destruyó la intromisión de la fe en el campo de los
hechos, de lo empírico-sensible: y la filosofía, nacida poco después destruyó
su intromisión en el campo mental, con lo que la teología –y la fe sostenida
más que nada por dicha teología- que apenas se apoyaba en la revelación se
quedó si puntos de apoyo, y en lugar de buscarlos con ahínco en la FE, se
enroscó en sí misma, en una autodefensa que no llevaba más que a su
destrucción, atacando a los científicos y a los filósofos, invadiendo el
dominio de ellos y sin tener medios para hacerlo. La espiritualidad quedó
desmantelada y quedó reducida a un minúsculo grupo, que para más inri había de
ser “clerical”: apareció la “Apologética”. Fue necesario entonces potenciar la
ostentación de las canonizaciones para mostrar al mundo que la iglesia
cristiana es “santa”, potenciación que en nuestros días es ya exagerada. Y todo
queda en el gueto, pese a sus gestos de catolicidad (en el sentido de
universalidad y apertura). Que los tiene.
Pero también la filosofía ha sido víctima del error
categorial. El ojo de la mente ha sido diezmado, destrozado por el ojo
empírico-científico, con lo que el conocimiento humano ha quedado reducido al
dominio de lo grosero, dominio que de alguna manera comparten los animales. El
conocimiento humano como principio ha quedado reducido a lo infrahumano. Hay
mucho de exaltación de lo vulgar, que ahora se quiere remediar un poco hablando
de la excelencia. Lo moral y lo transcendente no existen por decreto y por la triste
costumbre en la que la mentira ha sustituido a la verdad en muchos, muchísimos,
estamentos humanos.
Y en esta tesitura mi FE se consolida, no ya por ir
un poco contracorriente (algo que, por otra parte, me place), sino porque poco
a poco voy viviendo en mí la iluminación que me abre a lo contemplativo. A esa
dimensión que inunda todos los dominios a la vez que respeta la verdad de cada
uno, mejor el trozo de Verdad que muestra cada uno. Sin olvidar las lecturas de
lo que han dicho los que van delante de mí. Experimentando las mimas
experiencias que tuvo Jesús, integrándome, pese a José Antonio, en el Cristo.
Son múltiples los aspectos que sobre
mi FE –no mis creencias- he de considerar ante mi propia conciencia. Continuaré
haciéndolo por escrito.
José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es
2 comentarios:
Un magnífico artículo. Muy valiente, felicidades :-)
Le invito a echar un vistazo a mi blog, por si le ayuda en su crecimiento personal.
http://frasesdedios.blogspot.com.es/
Un abrazo en la luz del Creador.
Gracias, Ana. Ahora mismo no puedo ver tu blog, lo haré hoy mismo. Estoy seguro de que me ayudará.
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