lunes, 18 de febrero de 2013

MI FE (continuación... 2ª parte)



MI FE (continuación… 2ª parte)

Un día, hace más de veinte años, leía con curiosidad –creo que una curiosidad inmensa me invade desde hace mucho tiempo- e interés un libro de Goettmann, teólogo oriental discípulo de Dürckheim, sobre el pensamiento espiritual del cristianismo ortodoxo y me llamó la atención una cita del libro del Tao. Decía:

                        El Tao que puede ser expresado no es el Tao,
El nombre que puede ser pronunciado no es el nombre eterno…
Quien se ha liberado para siempre del deseo puede llegar a ver las esencias secretas,
Pero, quien todavía no se ha liberado del deseo,
Solamente alcanza a ver los resultados…

Y junto a estas palabras, aquellas otras del mismo Tao:

Treinta radios alrededor de un cubo:
En el vacío mediano reside la obra del carro.
Se ahueca la arcilla y adquiere la forma de jarrones:
Es por el vacío por lo que son jarrones…

Estas palabras me hicieron recordar el apofatismo del que encarecidamente me había hablado Raimon, hacía algo de tiempo que habíamos comenzado la relación amistosa, y avivaron mi inquietud interior haciendo tambalear toda mi estructura mental (¡la esencia está en lo que no es!). Más tarde al conocer por traducción –no sé alemán- el pensamiento de Heidegger sobre la Lichtung, o la Nada del Ser, o la posibilidad de la patencia del Ser, amplié esa visión sobre la esencia.  Dejé definitivamente de ser “cosista” y empecé a comprender-experimentar que la Realidad no la abarcan ni la ciencia ni ontología. Me fui abriendo a la contemplación.

El apofatismo se ensalzaba en el seminario, pero se lo ignoraba olímpicamente en los estudios de teología. Ésta era un imperio del racionalismo, y por lo mismo su dominio no llegaba más allá de lo racional, aunque no era meramente empírico en sentido estrecho de la palabra que se le da hoy en el mundo académico. Y siendo pura racionalidad –philosophia ancilla teologiae- se planteaba la fe con “atisbos” de algo contrario a la misma razón (aunque se negara explícitamente), en cuanto que había que renunciar a la razón para aceptar las afirmaciones infalibles de la fe, en una palabra, se había de tener una actitud pre-racional para aceptar los dogmas. Nunca se planteaba la FE como experiencia inmediata, directa, del dominio transcendente, de lo Divino, o más aún, como puro Vacío de cosa alguna (no negación). La teología era mera deducción racional de unos principios que había que aceptar como verdaderos porque lo había dicho Dios (Cristo) o sus enviados oficiales, normalmente no carismáticos. Nunca la fe aparecía como “cognitio Dei experimentalis”, tal como la describen los místicos. Así se condenaba como hereje a Eckhart, Juan de la cruz sufría prisión y era ignorado durante siglos, Francisco de Asís tenía problemas incluso con sus hermanos religiosos… y sin embargo, ya Gregorio de Niza había enseñado hacía siglos que “todo concepto que se refiere a Dios es un ídolo”. Toda la fe se basaba en lo que “decían otros” (escritores de la Biblia, autoridades de la iglesia católica…) Y la “iglesia discente” a aprender y a asentir (et mulieres in ecclesia taceant).
 
            A mí me llevaron al seminario cuando tenía diez años de edad –las monjitas de mi pueblo lo habían intentado cuando tenía nueve, pero, pese a aprobar el examen de ingreso ¡cómo sería el examen!, el rector no me dejó ingresar por la edad- y viniendo yo del ambiente cultural de dónde venía, y con esa edad, es fácil deducir que mi infantilismo tenía que ser muy grande. Por la misma razón mi dogmatismo no tenía fisuras. Allá dicho dogmatismo alcanzó niveles extraordinarios. ¿Qué era para mí la fe? Aceptar todos los dogmas que venían impuestos por la iglesia católica. Y, como encontré alimento sabroso para mi mente en las disquisiciones racionalistas del escolasticismo, comí en abundancia y me hice obeso sin salir de la seguridad de un dogmatismo infantiloide vestido con un falso ropaje de intelectualidad, que no era tal, sino pura racionalidad apoyada (erróneamente) en un infantilismo pre-racional. El intelecto es mucho más que la razón, la razón es cálculo, el intelecto ve la realidad abstracta, y crea.

            Asumí una teología aristotélico-tomista a partir de un dogmatismo integrista, teología que para mí, y para la cultura que me rodeaba, interpretaba la verdad de Dios. Adoraba al becerro de oro, pero mi conducta no iba en consonancia con esta adoración. Interiormente me rebelaba contra algunas normas, por ejemplo contra aquello a lo que se llamaba meditación y que yo no acababa de entender y que se hacía a las seis y media de la mañana, contra los ejercicios espirituales, contra las visitas al “Santísimo”, contra el silencio obligatorio… pero las ideas que iba recibiendo y asumiendo no me las cuestionabas en modo alguno (eran en mi inconsciente un seguro de fama entre mis compañeros y de aceptación por parte de los superiores… al menos, así me veo ahora), las asumía verdaderamente. 

            Mi paso por varias universidades –Salamanca, Madrid, Barcelona, Sevilla- me sirvió para aprender mucho de los libros y de los distintos compañeros, y para tomar conciencia de que las ideas y la mente tenían muchísimo más campo que el dogmatismo que me servía de vivienda, en el que me cobijaba. Pero yo era incapaz de vislumbrar que pudiera existir el dominio de la contemplación, aunque evidentemente había oído hablar de los místicos. Al final de aquella época empezó a preocuparme la separación entre teología y espiritualidad. ¿Cómo se podía ser teólogo si no se era místico? En verdad, mi daemon interno había sido el pensamiento, hasta entonces, solamente racional.

            Pasé mucho tiempo desconcertado, pero poco a poco, me fui transformando poseído por una FE que ni remotamente podía verbalizar. Hoy día tampoco, pero al menos, puedo indicarla, describirla a través de unos velos o palabras, que a su vez la ocultan, mas percibo su olor y vislumbro su perfil. Una FE que ha perdido toda su carcasa, su escayola y que intenta mantenerse sobre su propio esqueleto. Yo diría que el yeso de la escayola se ha integrado en el organismo y se ha ido haciendo hueso propio, vida propia. Ese yeso es el Cristo, del que me han hablado, que ha dejado de ser algo externo y sobreañadido a mi ser, para convertirse en mi Ser, mejor, para hacer que yo comenzara a vivirme Misterio, Misterio que es Salud –salus- y Libertad sin límites. 

            Y la vida –mi vida- ha ido cambiando de significación para mí, y sigue haciéndolo. Mi vida con todo lo que ello conlleva (cristianismo-cristianía, Jesús de Nazaret, Cristo, iglesia, libertad, amor, familia, esposa, hijo, nietos, sociedad, economía… visión del mundo) la percibo iluminada con esa luz transcendente. Mi FE ha crecido y se sostiene en esa “cognitio Dei experimentalis” común a todos los místicos, pero no siempre, sólo algunas veces, me encuentro en ese plano. Se sostiene en la experiencia del Cuerpo Físico de Cristo, al que normalmente solemos llamar Cuerpo Místico, y que se extiende a toda la Naturaleza (no sólo a los bautizados, ni a los humanos, ni a los seres vivos) y, por lo mismo, se sostiene gracias a la comunión de savia con lo que ES. 

            Una FE cuyo dominio es la contemplación, no simplemente lo mental, menos aún lo racional o lo sensible, mas sin descartarlos. Una FE que ilumina, como la Luna llena –no como el Sol- todos los campos sin quedarse en ninguno, transcendiéndolos: sin total nitidez,  pero con seguridad. Atraviesa el cristal de la razón i alumbra cuanto es, pero nunca niega lo que ve el ojo o la mente, simplemente respeta y va más allá porque ama. Y en todo está aprendiendo a contemplar el Espíritu. Una FE que entre los pliegues del Kosmos descubre la Trinidad en múltiples formas y maneras: ve la Naturaleza, ve la Mente, ve el Espíritu. Ve los tres dominios: sensible, mental-racional, contemplativo, ve el mundo ordinario pero no se queda en él, por ello ve también el mundo sutil y el no-dual lo barrunta al menos. Una FE que nace en el Cristo y se alimenta de Él, sin limitarlo en modo alguno, ni por el tiempo, ni por el espacio, ni por el ser, ni por la nada.

            Una FE, pues, no nacida de la mente (que es la creencia), sino de más allá de la mente, nacida sin aspavientos, poco a poco, apreciando la mirada interna sobre lo Real. Una FE que es una Libertad de apertura –sin límites conscientes- al Misterio, de apertura al Amor, al único Amor que nos abraza a todos y a todo en Cristo, en el Cristo, en el Misterio, en el Ser y al que los hombres no paramos de herir, con frecuencia mortalmente. Un Amor que no es un mero sentimiento, sino la esencia de lo que es: Unidad. 

Por supuesto que para ello me han ayudado las muchas lecturas y meditaciones constantes, no solamente de los Evangelios y Nuevo Testamento en general, igualmente de la mística oriental: el Tao de Lao Tse, el Bhagavad Gita, escritos sobre Buda, y los de Ramana Maharsi, Nisargadatta, Krishnamurti, Alan Watts, como también los de Eckhart, Tomás de Aquino, el cardenal Buenaventura de Fidanza (conocido como San Buenaventura), Duns Scoto, Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Luis de León, Panikkar, Wilber, Schillebeeckx, Boff, Dürckheim, Simone Weil, Teresa de Calcuta, incluidos los pensadores Heidegger y Nietzsche…

Así siento y vivo la FE. Todo esto, creo, necesita una reflexión más amplia que explique y fundamente en lo posible esta actitud trans-racional a fin de mostrar que no es un simple capricho, ni una paranoia. Lo iré desgranado…

José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es

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