sábado, 14 de mayo de 2011

NUESTRA IDENTIDAD 2ª Parte

¿QUIEN SOY YO?

LA FALSA CONCIENCIA DE IDENTIDAD SEPARADA

SEGUNDA PARTE

En la primera parte he hablado de los límites que ponemos a la hora de identificar el “yo”, de las fronteras con que lo delimitamos. A su vez, apunté a la posibilidad y al hecho de que grandes iluminados -no ilusos ilusorios, todo lo contrario-, los místicos habidos en la historia, llegaron a deshacer esos límites ampliando la conciencia de su “yo” hasta identificarlo con la Realidad, o el Misterio.

Demos un paso adelante y tratemos de ver un poco más en qué consiste ese “yo” tan palpable, tan evidente, tan obvio... que de su existencia y naturaleza no nos es posible dudar.

Al hablar de este tema he de recordar de nuevo, y de recordarme a mí mismo como José Antonio que es como me identifico, aquella regla budista de los Sutras Mahayana: “el Buda nunca predicó la verdad, pues comprendía que cada uno tiene que descubrirla dentro de sí mismo”. O las primeras palabras que el evangelio de Juan pone en boca de Jesús: “ ¿Qué buscáis? Maestro ¿dónde vives? Venid y lo veréis”. Cada uno tiene que ver por sí mismo. No predico nada. Quiero apuntar en la dirección de lo interior. “Nacer de nuevo”. Caer en la cuenta. Por supuesto que las indicaciones son útiles para dirigir la mirada, si se quiere mirar, o hacerlo en esa dirección indicada. Es una sencilla invitación, sin olvidarme de que una comida, por sencilla que sea, es inmensamente mejor que todo un recetario de guisos. La "experiencia" inmediata y directa (¿transexperiencia?) de la profundidad.

La palabra símbolo es polisémica, es utilizada con muy distintos significados y de muy variadas formas en ciencia, religión, lingüística, matemáticas, física... pero hay algo en ella, una diferencia esencial, quizás no asumida en todos los usos que se hacen de la palabra, que la distingue del signo. El símbolo (del verbo griego syn-ballo: reunir, o sea, volver a unir, unir de nuevo, o de los sustantivos griegos: symbolê= encuentro, sýmbolon= símbolo) sólo simboliza para el que está abierto a él, para el que se deja penetrar por él, como sucede con el amor. Tiene un significado muy amplio y variopinto pero siempre unido a la intencionalidad, a la comunión interior, por tanto exige un nivel determinado de conciencia, no es ni meramente objetivo, ni solamente subjetivo, no es obra de la mente. Lo percibimos en la experiencia cuando la dualidad sujeto-objeto se borra. El símbolo auténtico siempre tiene una relación con lo real. Sólo es abrazado quien quiere serlo y un abrazo auténtico (que es símbolo) no lo da más que el amor, el gesto físico solo no es símbolo. El signo no simboliza, solo indica y prácticamente tiene una validez universal, única, en cambio el símbolo como he dicho tiene un significado solamente para quien está abierto a dicho símbolo. En muchos momentos y materias se emplean ambos nombres como sinónimos.

El hombre para relacionarse con el mundo de los hechos utiliza una gran cantidad de sistemas simbólicos. El hombre es, según Erns Cassirer, filósofo alemán de la cultura, “un animal simbólico”, por ello crea su mundo simbólico al que luego utiliza para relacionarse directa o indirectamente con el mundo de los hechos. Pensar y actuar basándonos en determinados símbolos nos ha permitido avanzar en el proceso evolutivo, en cambio haciéndolo basados en otros hemos convertido las fuerzas de la naturaleza en medios de destrucción. En concreto la adoración de ciertos símbolos (Dios, Patria, Dinero, Poder...) y la fanatización consiguiente de los adoradores, en la que se antepone el símbolo a los hechos, en la que se da valor nada más que a los símbolos, palabras, ideas, en lugar de a los hechos o realidades que están tras ellas, ha llevado al hombre a las mayores atrocidades (guerras, injusticias sociales, esclavitud, muertes por violencia, inquisiciones religiosas...). Pero la utilización correcta de los mismos, cuando estos símbolos han servido como vínculo entre las ideas y los hechos, o sea, cuando se han vivido como verdaderos símbolos, ha originado una vida de caridad y amor entre los humanos y de comunión vital con el mundo, como es el caso de tantos y tantos hombres entregados al servicio de los demás y de las causas justas. Esta reflexión hecha grosso modo, me da a entender que la solución a los problemas sociales no podrá venir con verdadera eficacia, si en nuestro interior no enfocamos debidamente la relación simbólica. La relación de lo que hay en nuestro interior con los hechos, eligiendo bien los símbolos adecuados. Cualquier otro tipo de revolución nunca será una verdadera solución definitiva. La conversión, metánoya, concienciación... es el camino real de toda transformación humana, tanto individual como social. ¡Llevamos tanto tiempo -milenios- de políticas perversas, aunque algunas hayan sido y sean bienintencionadas! Es cierto que desde la perspectiva histórica se va progresando. Lentamente pero progresando... con dientes de sierra -altos y bajos en el camino-.

Algunos hombres (he de recordar que la palabra hombre no es sinónima de varón por mucho que insista en ello nuestra “cultura”. Por desgracia la costumbre, unida a la ignorancia, también puede destrozar muchas cosas y muchas palabras), pocos, muy pocos han tomado conciencia de que somos adiestrados dentro de unos códigos simbólicos, algo que nos hace esclavos, que elimina nuestra la posibilidad de encontrar la claridad interna. “El pensamiento que se organiza colectivamente es una simple repetición, la claridad no es el resultado de una afirmación verbal constante...” (Krishnamurti). Yo, yo, yo, creo, creo, creo... y así hemos creado el tabú. ¡Intocable! ¡Dogma!

El gran tabú de nuestra cultura, y no solamente de ella, según Alan Watts, es la respuesta que damos a la pregunta que encabeza este artículo: Yo soy el sujeto frente al que se expande el Universo, incluidos otros sujetos. Esa sensación de entidad separada de la Realidad es falsa, pero es el gran tabú. Es admitida como evidente por la práctica totalidad de los humanos. Quien se atreve a negarla es tildado de loco, o alucinado. Mas, si la raíz más profunda de nuestro mundo simbólico -la sensación de identidad separada- es falsa, mal podremos arreglar los problemas que nos atosigan desde el inicio de los tiempos, porque nosotros mismos estamos desordenados. Dice textualmente Watts: “...

(Habla de la forma en que la humanidad ha evolucionado)... Pero en realidad el problema es aún más profundo. La raíz de esta cuestión es nuestro modo de sentirnos y concebirnos como seres humanos, nuestra percepción de estar vivos, con existencia e identidad individuales. Sufrimos una alucinación, una sensación falsa y distorsionada de nuestra propia existencia como organismos vivientes... Algunas frases de uso diario reflejan esta ilusión: << Viene a este mundo...>> <> <>”

Sin embargo, parece que la misma ciencia señala también hacia otros caminos. Nosotros no venimos a este mundo, sino que crecemos en él, cada individuo es una expresión única de toda la naturaleza, surgimos de la Naturaleza como las hojas surgen del árbol. Nadie ha experimentado esto ciertamente, y de hecho actuamos “conquistando” la Naturaleza (sean árboles, bacterias, espacios o animales) en lugar de, algo que ya van postulando muchos grupos ecologistas, “colaborando” con (y en) ella. ¿Tiene algo que ver con “este conquistar la tierra y los espacios” la idea que se difunde en el Génesis, y que inunda toda la cultura abrahámica y sus derivadas, “Hagamos a un hombre... que domine los peces del mar... Llenad la tierra y sometedla...”(Gen 1,26-28)?

He de advertir que cuando el Vedanta Advaita o los grandes místicos como Eckhart, Silesius, Tauler, Juan de la Cruz,... y los contemporáneos Maharsi, Nisargadatta, Guenon, Krishnamurti, Watts, Klein, Wilber, Panikkar, Huxley, Wei Wu Wei, Bucke, Whitman, Dürckheim... hablan del “YO”(utilicen o no esta palabra), de la Realidad oculta tras la máscara de la personalidad, del “yo” o “ego” no se refieren en modo alguno al Inconsciente de Freud, a su famoso entre nosotros “Id”: “Ello”. Freud adolece, como la mayoría de los científicos y pensadores del diecinueve, de una visión más amplia del mapa de la conciencia. Es reduccionista, como gran parte de la psicología oficial aún. Reduce la inteligencia humana a dos escalones -Marx la redujo a uno, la materia-, negando ¡dogmáticamente! la existencia de cualquier tipo de conocimiento que no fuera producto de la materia o de la experiencia sensitiva -a la que el cientifismo llama “empírica” ¡Como si no existiera una experiencia más allá de los sentidos!-. Fue la moda del XIX. “No existe más experiencia que la sensible! ¡El resto, lo que vaya más allá de la misma, son paranoias o subproductos de fuerzas irracionales, primitivas!” De ahí que a todo místico lo coloque al mismo nivel que a los locos.

Lo que hemos suprimido en nuestra experiencia inmediata, en ese tabú universal, es algo tremendamente obvio: como tener pies. La inmensa mayoría del tiempo no somos conscientes de que los tenemos. Sencillamente es obvio. Pero de igual manera, así como no podemos desear tener pies porque ya los tenemos, tampoco podemos desear ser lo que ya somos. ¿Por qué nos experimentamos como entidades separadas? ¿Dónde está el problema? Está en que el pensamiento racional no puede apresar dicha realidad -lo que somos-, se le escapa como el agua entre las manos, y supuestamente pensamos que lo obvio ha de ser manifiesto para el pensamiento racional. No podemos con la razón vernos a nosotros mismos como sujetos, para vernos racionalmente nos hemos de convertir en objetos, hemos de crear dualidad -sujeto/objeto- pero en el momento en que soy objeto ya no soy el que mira, sino el mirado, ya no soy YO, si acaso un remedo. Yo no soy algo que veo, sino el que ve. Ahora mismo estoy escuchando polifonía por medio de mi equipo de música, pero mi oído es mucho más que esa música que oigo, de igual manera Yo-sujeto que ve- soy mucho más (y por supuesto nunca lo mismo) que yo-objeto que veo-. Pese a todo, para poder comunicarnos con los demás sobre esta experiencia transracional hemos de hablar de ella. Esta es la finalidad del “mito”. Para llegar con el sdímbolo o mito a dónde el signo no llega.

Las referencias al mito han sido frecuentes en este blog, a su sentido exotérico, lineal, superficial, sentido en que en gran medida es tomado popularmente. Y las religiones oficiales consideran la letra del mismo como verdad de fe, cuando no es más que fábula, superstición.La fe está en la semilla de la almendra, no en la cáscara de la misma, en la cáscara están las creencias. Y a su sentido esotérico, místico, profundo, interior, sentido que es una imagen fecunda, una metáfora que nos sirve para indicar de algún modo aquello a lo que la razón no puede llegar sencillamente porque es “racional”, limitada, parcial. Repito de nuevo, en las narraciones míticas no confundamos las palabras con los hechos, la señal con el camino. No olvidemos que el mito en sí es símbolo, no apariencia. Así el mito nos sirve para llegar allá donde no puede llegar la razón. ¡Claro! Que si damos por sentado el dogma de que la razón es la que nos da la última posibilidad de llegar a la Realidad, sobra el mito, pero sobra, gracias a otro mito-dogma impuesto -en este caso racionalista-: La razón es lo último como medio para acercarnos a la Realidad. El mito viene a ser un teatro en el que se representa la Realidad, pero el teatro es teatro y la Realidad no lo es. Y si desconectamos al teatro de lo que representa, se convierte en una mofa, en esperpento. El mito o es encuentro o no es.

Todas las formas “religiosas” (sean o no teístas) tiene mitos para explicar, nunca científicamente, la Realidad, la existencia del mundo, el origen de la multiplicidad, nuestra existencia. En el cristianismo tenemos para contarnos el comienzo del mundo los mitos bíblicos del Génesis, en la mitología sumeria se cuenta con el poema de Gilgamesh, Babilonia con el Enuma Elis, en el mundo hinduista se cuenta con las Upanisads. El Vedanta dice lo que las Upanisads, cuentan el mito de que el Universo es Dios que juega a descubrirse a sí mismo disfrazado de multitud de formas...

La iglesia católica institucional, no los evangelios, ni Jesucristo, ha pretendido, a base de dogmas, imponernos una fe basada, en buena medida, en la literalidad de los mitos bíblicos, afirmando que se fundamenta para definirlos en la autoridad que Dios le ha dado al fundarla(¿?) ¡Y resulta que uno de esos dogmas es aceptar que Cristo la fundó! Pero quienes piensan por sí mismos no pueden aceptar imposiciones de este tipo de autoridad, mucho menos asumir el disparate de Tertuliano: “Credo quia absurdum (creo porque es absurdo)”. Esta postura -de Tertuliano y la institucional- exige dejar de lado la invitación de Jesús de Nazaret: “Venid y lo veréis”: experimentad por vosotros mismos.

El mito bíblico afirma que Dios (¡Icono de una Realidad que puede no ser lo que pensamos que es! Porque lo pensamos con categorías humanas o referidas a ellas) creó al hombre a su imagen (Gn 1,27). Por ello en nuestra cultura aquel hombre que se hace a sí mismo Dios es digno de muerte, ha de ser crucificado (Mt 26, 57...Mc 14, 54... Lc 22, 55... Jn 18,14... y durante todo el juicio). Hacernos a nosotros mismos Dios es una megalomanía llevada hasta el absurdo sin duda alguna según la visión abrahámica y cristiana, sería una blasfemia horrible. Sólo un idiota podría creerse Creador de todo cuanto existe. Pero, esto nos sucede porque tenemos elaborado un concepto de Dios como Rey y Creador del Universo, un Dios personal Uno y Trino, reinterpretado todo ello desde el concepto que tenemos de “persona” en occidente. Incluso hemos reinterpretado con las categorías de la filosofía griega las experiencias de Jesús y sus expresiones como “el Padre y yo somos uno” o cuando nos habla del Consolador según narran los evangelios. Pero todas esas experiencias pueden ser expresadas con otro lenguaje. No son experiencias del yo, menos del "Yo".

El Vedanta no tiene esta visión de Dios, como una persona suprema, creadora, separada del mundo, ens a se, como un monarca o juez universal... En la filosofía Vedanta solamente existe Dios -esa Realidad, ese Misterio-. Todo lo demás “parece existir” (¿visión infantil?) como formas distintas de Él, pero nada más que porque Dios las está soñando, las está utilizando como disfraces para su juego: Encontrarse a sí mismo como multitud. Mientras Dios está soñando, jugando, la multitud de cosas existe, pero solamente por un tiempo, mejor, por el tiempo. Sencillamente duran, no son, o si queremos son temporales, no eternas. La separación entre el yo y las cosas es real, mejor, relativamente real, mientras Dios juega, mientras dura, mientras transcurre el tiempo. Pero el tiempo y sus cosas no existen más que en la imaginación de Dios (utilizando las expresiones del mito).

Esta visión del mundo y de lo Divino, nos puede parecer atractiva o infantil, ridícula o profunda, pero no se trata simplemente de una idea, sino de una experiencia, o mejor dicho, algo que transciende la misma experiencia del "yo". Es una vivencia-experiencia, que es conocimiento inmediato y directo de todo esto. Jesús de Nazaret tuvo siempre en sí la misma vivencia-experiencia. Así lo entiendo yo, no solamente por lo que apuntan los evangelios canónicos (selección institucional con sus razones y criterios), sino por lo que descubro en los apócrifos y en el evangelio de Juan.
Sirva de ejemplo un texto del apócrifo de Tomás:

“Jesús ha dicho: Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el Todo. El Todo ha salido de mí y el Todo ha vuelto a mí. Romped la madera: yo estoy allá. Levantad una piedra: allí me encontraréis” (77).

El Todo ha salido de mí y ha vuelto a mí... Son palabras que van mucho más allá de cualquier interpretación cuantitativa. Ese Todo es indisoluble. Es la luz, es la madera y la piedra, es Jesús... somos nosotros “Es Todo”. No cantidad. Esta visión está muy cercana a la de las Upanisads y el Vedanta.

A esta experiencia de ser Realidad, de ser una misma cosa con Dios, de no ser entidades separadas unas de otras (no en el juego, o mundo manifiesto, no relativamente sino absolutamente) ha sido abundante a lo largo de las vidas de los místicos y no sólo de los místicos Vedantas como Sankhara, Maharsi, Nisargadatta, sino de todos, sin apellidos ni adscripción alguna. Desde el “Tao que puede conocerse no es el Tao” hasta la experiencia de conciencia cósmica de Bucke con que he empezado estos dos artículos, pasando por Jesús de Nazaret (sobre todo en los apócrifos), Eckhart, Krishnamurti, Wilber... nos confirman que se trata de una experiencia transpersonal. Que las fronteras que ponemos a nuestro “yo” son artificiales, por muy innatas que nos puedan parecer, que nuestra Realidad, nuestro auténtico “Yo” es el Misterio.

Entonces ¿qué? ¿somos Dios? No olvidemos que estoy hablando de aquello que subyace a mi pequeño yo, a José Antonio (que es temporal, caduco, parte del juego que acabará su función), de lo que es “Yo”, no José Antonio. Lo triste es que llevo toda la vida identificando a ese “Yo” con este otro pequeño conocido como José Antonio, con lo cual mi conciencia, la conciencia que aparece en José Antonio, no se ha expandido, al menos de forma permanente, aún no me he descubierto del todo como Misterio. José Antonio no es el Creador, ni siquiera un santo o un místico, pero sí que sé que es el Misterio, es el agua del océano, aunque ahora y por ahora tenga forma de ola. Toda el agua del océano, no una parte, porque en el océano de la Realidad, del Sacramento no hay partes, no hay cantidad, no hay separación, tampoco hay todo como número, sino como posibilidad de ser, Lichtung como dice Heidegger.

Acabo estas palabras con un texto de Krishnamurti:

“Cuando vemos... las astutas y extraordinarias intervenciones del “yo”, su inteligencia, cómo se protege a sí mismo mediante la identificación, la virtud, la experiencia, la creencia, el conocimiento, cuando vemos que la mente se mueve en ese círculo, en esa jaula que ella misma ha fabricado. ¿qué sucede? Si nos damos cuenta de que toda la actividad de la mente sólo fortalece al “yo”, … si somos plenamente conscientes de ello cuando actuamos,... cuando estamos realmente en ese estado, en ese momento la mente está en completo silencio, deja de crear, deja de inventar, ... pero cuando la mente deja de crear, entonces hay creación, …
La realidad, la verdad, no se puede reconocer. Para que aflore, la creencia, el conocimiento, la experiencia, la búsqueda de la virtud, todo eso debe terminar. Una persona virtuosa que busca la virtud a conciencia nunca la (verdad) encontrará... Un hombre virtuoso aunque sea un hombre justo, nunca encontrará la verdad porque la virtud para él consiste en encubrir el “yo”, fortalecer el “”yo”... Por eso es tan importante ser pobre no sólo en las cosas de este mundo, sino también en creencias y en conocimientos.
Un hombre rico en bienes, conocimientos y creencias jamás conocerá otra cosa que la obscuridad... Mas si como individuos podemos ver todo el proceso del “yo”, entonces descubriremos qué es el amor … que transformará el mundo. El amor no pertenece al “yo”, el “yo” no puede reconocer al amor... porque donde está el amor no puede estar el “yo”
(¿Qué es el “yo”? La libertad primera y última)”.











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