viernes, 3 de abril de 2009

Los tres ojos del conocimiento (Paradigma antropológico)

Nuevo paradigma antropológico

Thomas. S. Eliot, gran poeta angloestadounidense, que obtuvo el nobel de literatura en 1945, nos dice en uno de sus poemas de corte religioso:

“Dónde está la sabiduría que
hemos perdido con el conocimiento?
¿Y dónde está el conocimiento que
hemos perdido con la información?”
T.S. Eliot

En estos cuatro versos veo una antropología que habla de tres dimensiones en el hombre, en contra de la tan traída dualidad, o bipolaridad, (cuerpo y alma) con la que nos han aleccionado, educado e instruido durante siglos, desde la filosofía griega.

La sabiduría que nos habla de lo que en este desarrollo podemos llamar mística, o dimensión espiritual. El conocimiento que se refiere a la iluminación de la mente y que, siguiendo a Panikkar, podemos llamar noética, que es lo referente al alma. La información que nos habla del conocimiento sensible, lo estético (del griego aistheta = sensible) y que se refiere a la dimensión de los sentidos, lo referente al cuerpo.

Yo no conozco una elaboración sistemática de esta antropología de las tres dimensiones, trinitaria, pero sí que está muy desarrollada en el pensamiento de dos grandes pensadores de nuestros días, R. Panikkar y K. Wilber. A mí me ha parecido oportuno hacer una pequeña exposición de esta visión del hombre, que por otra parte no es exclusiva de ellos, sino que ya viene desde muchos siglos atrás, al menos desde el siglo XII con la escuela teológica de los canónigos de San Victor (Hugo y Ricardo) y posteriormente San Buenaventura, quienes nos hablan de los tres ojos del conocimiento (oculus carnis, cuyo objeto es lo sensible, o vestigium Dei que dice San Buenaventura, oculus mentis, cuyo objeto es el mundo de las ideas, las iluminaciones, la imago Dei de San Buenaventura, oculus fidei u ojo de la contemplación, cuyo objeto es la Esencia de Dios). Mas si nos acercamos a los místicos del Oriente, vemos que nos hablan del tercer ojo desde tiempos inmemoriales.

Lo que me ha impulsado a hacer esta reflexión, siempre siguiendo a esos dos grandes maestros a los que me he referido y me referiré en cada momento de este escrito, aunque no los vaya citando a cada momento, ha sido el impacto que un silencio social, que es ignorancia, me ha causado. Hace unos días hubo un eco muy pequeño en los medios de comunicación sobre el hecho de que se hiciera publicidad sobre el ateísmo en los transportes públicos de Barcelona, incluso llegó a haber una pequeña entrevista con las personas promotoras de la misma, pero de seguida todo ha pasado al cajón del más absoluto olvido. Algún grupo de confesión cristiana ha respondido en términos similares, haciendo publicidad de su teísmo, por cierto con un eslogan muy desafortunado, porque al fallar la ortografía de la frase, dice exactamente lo que no quiere decir, el eslogan dice así “Dios si existe, (en forma condicional) vive la vida en Cristo”, cuando lo que en verdad querrá decir será: “Dios sí existe, (pura afirmación) vive la vida en Cristo”. La dialéctica de estos grupos y el silencio social posterior me han provocado un profundo pesar interior, que me ha llevado a la reflexión que desarrollo ahora en este blog.

La visión bipolar del hombre ha invadido de tal manera nuestra cultura que ha llegado a inundar incluso la teología y algunos aspectos de la iluminación mística. Pero, es hora de ir percibiendo, más que meramente pensando, que el hombre es cuerpo, mente y espíritu (pneuma).

Es cuerpo, no meramente tiene. Esta interpretación de que tenemos un cuerpo responde a una inmersión a ciegas en la cultura de la bidimensionalidad (cuerpo y alma), influida por una espiritualidad escapista, propia de un catolicismo del siglo XVIII. El alma es inmortal y permanece, el cuerpo es mortal, no tiene importancia... nos han enseñado en los catecismos. El hombre es cuerpo, y si el cuerpo desaparece, lo hace también el hombre. Cualquier entidad no corpórea no es humana. Y el mundo que nos rodea, lo percibimos nosotros los hombres en función de lo que somos. Mucho nos puede hablar la acústica de que la música no es sino ondas que se transmiten por el aire y llegan a nuestros oídos, que nosotros como seres humanos no percibimos las ondas, sino la música, la armonía, el ritmo, la proporción, las escalas de los sonidos, los diversos tonos de los instrumentos... Y así con todas las experiencias sensibles (y no sensibles del hombre).

Pero, el hombre no sólo es cuerpo, sino que también es mente, psique (querer reducir la mente al cerebro, como hace el cientifismo, tan extendido, es un reduccionismo y un error categorial, según veremos), alma que percibe y experimenta en el más auténtico significado de esta palabra las dimensiones sutiles del Ser. De hecho nuestra tan cacareada ciencia, como empirismo puro, tiene muchísimo de mental, por ejemplo, las matemáticas que no son más que una elucubración (mental) sobre lo sensible (contamos unidades, medimos dimensiones o espacios). Así yendo a algo de lo más simple, la solución de cualquier teorema es un ejercicio mental, ejercicio que no pueden llevar a cabo los sentidos. Y la historia, la psicología y otras no son sino disciplinas que usan la mente y cuyos objetos no pueden ser estudiados nunca por los meros sentidos.

El hombre es cuerpo y es mente, como ya afirmaba Platón y muchísimos filósofos antes que él.

Mas no sólo esto, sino que el hombre es también espíritu, pneuma, apertura total hacia lo absoluto y es esta tercera dimensión la que es distintiva del hombre. En la visión bipartita del hombre se ha considerado la racionalidad como la característica distintiva del hombre por comparación a los animales, pero, quedarse en esto es mutilar al hombre, es condenarlo a ser un animal especial, mas, el hombre es conciencia que se hace consciente de sí misma, como nos enseña Theilard. El nivel y las enseñanzas de todos los místicos que ha habido en la historia de la Humanidad (desde los primitivos chamanes hasta las alturas de un Jesús de Nazaret, a quien resucitado se le adora como Cristo) así lo muestran. Y en buena medida será tema de reflexión en el presente escrito. El hombre es consciencia abierta sin límites, es amor que abraza lo Total, es espíritu también.

Así, pues, el hombre es tanto cuerpo, como psique o alma, como espíritu, amor o consciencia abierta. Y no es una sola dimensión sin las otras, sino las tres a la vez, sin separación entre ellas(salvo por la abstracción). Esta visión tripartita (trinitaria) de la antropología se va abriendo camino por las rutas culturales del mundo actual.

Hecha esta advertencia inicial, posiblemente estemos ya en condiciones de poder afirmar que esta triple dimensión que constituye al hombre es la base sobre la que descansa el triple conocimiento del hombre, el triple amor, pues el conocimiento que es tal, es a su vez indisolublemente amor, unión. Conocimiento es la iluminación que en el hombre, en su conciencia sensitiva, psicológica o espiritual produce la unión entre la realidad y la conciencia, esta unión es el amor y sin ella no puede haber auténtica iluminación, verdadero conocimiento. Estos amor y conocimiento llegan a su expresión más plena (por usar las palabras mentales, no tenemos otras) en el momento en que el espíritu se abre a la Esencia Divina y queda plenamente iluminado por el mundo de la transcendencia.

La definición clásica de la mística es: “Cognitio Dei experimentalis” Es el conocimiento que da la experiencia de Dios, y esta experiencia no es sino amor. Siendo Dios: Amor, la experiencia de Dios es la experiencia del Amor, que es la misma que nos da el conocimiento. Las adecuación entre el conocedor y el conocido, adecuación que llega hasta la identidad, de modo, que como muy bien saben los místicos, ya no hay conocedor y conocido , sino una sola realidad: la experiencia de la unión cognitiva.

Vayamos poco a poco.

Ya he dicho cuál ha sido el hecho que me ha provocado esta reflexión: La publicidad (creo que infantil por ambas partes) sobre la existencia, o no, de Dios. Y el pensar que la no existencia te da libertad para vivir la vida. Cuando una ligera y reposada lectura de los evangelios (o de cualquier otro libro que fundamente una religión) te dice bien a las claras: “que vivas la vida en libertad y plenitud” “que la plenitud y la libertad de la vida es AHORA”. Lean con la mente abierta los evangelios y luego opinen.

Pero, quiero llevar mi reflexión hacia el tercer ojo de los orientales o los tres ojos del conocimiento de los místicos cristianos, (los tres, no uno sin el otro).

Las afirmaciones a las que me he referido que hacen publicidad en contra o a favor de la existencia de “Dios” están basadas en un paradigma determinado, un paradigma que interpreta al hombre como animal racional, probablemente, o sea, como ser dual, bipartito. Paradigma, o modelo incuestionado, que está inoculando su interpretación desde los siglos remotos de la Grecia clásica.

Max Planck, premio nobel de física en 1918, afirma que los viejos paradigmas sólo mueren cuando lo hacen sus adeptos. Y si esta afirmación es muy acertada en lo referente a la física, no lo es menos cuando se refiere a otros tipos de conocimientos. El debate sobre la demostración racional de la existencia, o no, de un absoluto, es buena prueba de ello. Hay mucha gente aferrada al paradigma de la razón como única forma de conocimiento para todo aquello que se escape a los sentidos, al ojo de la carne. Abundar en las pruebas racionales, como hizo el mismo Tomás de Aquino, apoyado últimamente en Aristóteles (yo no oso criticar por mi cuenta a estos genios, sino que me apoyo en otros genios) para demostrar la existencia de Dios, es ser totalmente deudor de este paradigma racionalista, que imperó dictatorialmente en toda forma de cultura de la Edad Media. La fe, que era en la inmensa mayoría creencia, venía impuesta e indiscutida, y a ella se aplicaba la razón para todo. Se trataba de un sistema racionalista.

En nuestros días no se descubre, sino que se retoma un viejo paradigma abandonado, en el que el hombre se propone como un ser tripartito, con una triple dimensión real que hace que tanto en el conocimiento, como el amor, como el sentimiento... tenga un triple cauce. Y todo sin dejar de ser uno. Se trata de un paradigma transcendente o integral, que no excluye nada, sino que todo lo asume y superándolo lo trasciende.

Los tres ojos (carnis, mentis, fidei), que hemos citado de algunos autores místicos del medievo, se corresponden con los tres dominios del ser que destaca la filosofía perenne: el dominio ordinario (el de la vigilia), el sutil (propio de muchos místicos) y el causal (que se da en los más elevados como Buda, Jesús de Nazaret -al margen de, no negando, lo que diga la fe cristiana-...).

El ojo de la carne tiene su dominio en el reino del espacio, del tiempo de la materia. Se trata de un reino compartido por todos aquellos que poseen un ojo de la carne similar (mamíferos y animales superiores). Es el llamado ojo empírico. Hemos de advertir que la palabra empírico, empleada en este término, está muy reducida en su significación original. Empírico significa experiencial, pero aquí se limita a experiencia sensorial, no a cualquier otro tipo de experiencia.

El ojo de la mente, o de la razón, al que Buenaventura llama lumen interius, es el que se desenvuelve en el dominio de los conceptos, de la lógica, las matemáticas, el mundo de la ideas.
Como ya hemos venido repitiendo ni el conocimiento, ni la estructura antropológica del hombre se dan en tres dimensiones separadas en la realidad (no hay más separación que la de la abstracción). Por ello, el conocimiento mental no se da sin el carnal, sino que asumiendo a éste lo transforma y eleva, utilizando la imagen visual de un objeto para convertirla en concepto y poder así, como dice Piaget, el genial suizo, creador de la epistemología genética (la mente operacional formal), trabajar sobre los objetos sin tenerlos presentes. Por ejemplo, la mente puede trabajar con los árboles sin tenerlos presente, ni siquiera a uno, gracias al concepto que ha elaborado del árbol. El ojo de la mente recoge gran parte de su “información” del ojo de la carne, pero, no todo lo que elabora es sensible, como sucede en las llamadas ciencias humanas: lógica, psicología, historia, hermenéutica... y también en las matemáticas, la ciencia exacta.
Una cosa tan sencilla en matemáticas (geometría) como es la demostración del teorema de Pitágoras (o cualquier teorema) nunca puede ser fruto del ojo de la carne, de los sentidos. Pese a las demostraciones que algunos primatólogos nos hacen de las habilidades y conocimientos de los primates más avanzados, no pueden mostrarnos que elaboren ni un solo concepto, no digamos que ¡Escriban El Quijote!

Es un hecho incontestable “que nosotros no solo vemos con nuestros ojos, sino también con nuestra mente” ¿Cómo si no podríamos concluir la certeza de una idea?

El ojo de la razón supera el ojo de la carne, el ojo sensible, y no puede originarse (a la inversa él es el originante) en él por esa misma trascendencia. Pero hay un tercer ojo, del que tenemos pequeñas experiencias muchos humanos, algunos una gran experiencia (Juan de la Cruz, Teresa de Ávila, Eckhart, Buenaventura, Catalina de Siena, Fray Luis de León, Ramana Maharsi, Gandhi, Teresa de Calcuta, Buda, Mahoma... y no digamos Jesús de Nazaret -antes de su resurrección-). Experiencia que se ha ido acumulando en la historia de los hombres, empezando por los grandes chamanes y terminando por los místicos de nuestros días, y que se añade a nuestra pequeña experiencia personal, si es que hemos dedicado a la meditación y contemplación muchos años en nuestra vida, para mostrar la clara evidencia de que existe un tercer ojo, una tercera forma de conocimiento y amor. La del llamado oculus fidei por los victorinos, el lumen superius por Buenaventura, el tercer ojo por los orientales, el ojo de la contemplación o gnosis. Dicha gnosis transciende el reino de lo mental y por lo tanto el de los sentidos y su dominio es lo Inmutable, la Realidad, la Verdad, la Conciencia, el Absoluto... la Totalidad.

Aportar en estos momentos una cita del genio científico de Einstein puede que nos ayude a iluminar algo más nuestro ser, inmerso en una cultura, en un paradigma que niega la existencia de cualquier tipo de conocimiento que trascienda la razón.

“La mística es la emoción más hermosa que podemos experimentar. La mística es el fundamento mismo de todo arte y de toda ciencia verdadera. Quien desconoce esta emoción... está muerto. El conocimiento de lo que nos resulta impenetrable -lo que con nuestras torpes facultades sólo podemos comprender de un modo muy rutinario- realmente existe, se manifiesta como la más elevada de las sabidurías y la más resplandeciente de las bellezas y constituye el fundamento mismo de la auténtica religiosidad.” (citado por Wilber)

El ojo de la contemplación es transracional (no irracional) y la intuición transracional no tiene nada que ver con la investigación filosófica, ni con la intuición que procede “solo de la luz de la razón” como pretendía Descartes, sino que es un verdadero camino de conocimiento de la dimensión transracional del Kosmos.

La afirmación cartesiana es mutiladora para el conocimiento humano. Es evidente que la razón no puede desvelar ella sola las dimensiones sensibles (así nos habla de vibraciones en lugar de la música que nos embelesa) y contemplativas (no puede demostrar la existencia de lo que le excede, por ejemplo, Dios, ni tampoco negarla). Cuando la razón se atribuye a sí misma estas funciones está cometiendo un grave error categorial. Pero, eso sí, recibidos los datos de los ojos propios de la otras dos dimensiones, puede razonar sobre ellos.

Mas cuando la elaboración se haga sobre los datos de la contemplación, se ha de tener en cuenta que el lenguaje verbal, el único de la racionalidad, es totalmente inadecuado para expresar lo transverbal, que el lenguaje dual , el único de la racionalidad, es inapropiado para expresar lo no-dual... y que por ello todas las elaboraciones mentales sobre las experiencias transmentales o contemplativas han de utilizar un lenguaje oximorónico, o paradójico, en el que lo afirmativo y lo negativo pueden darse a la vez y en el mismo sentido sobre esa Realidad que transciende y por tanto transciende también la dualidad en la que nuestra razón está inmersa. Por esta causa los místicos nos están refiriendo siempre al apofatismo.

Errores categoriales los ha habido y en abundancia en la historia. El error categorial se da cuando un ojo, un instrumento de conocimiento se inmiscuye en una dimensión que no es su objeto y quiere dictaminar sobre ella. En la edad media el ojo de la razón, fue una época profundamente racionalista, quiso dictaminar sobre todo lo conocido y cognoscible. Partiendo de unas premisas, que eran creencias (no fe, salvo en los casos de muy contados sujetos), disertaban sobre todo lo real, sobre lo racional y sobre lo sensible. Así apoyándose en una visión que, juzgaban, era Revelación, determinaban que el mundo fue creado en seis días, cuando el ojo de la contemplación no nos dice más que el mundo de lo manifestado es una manifestación evolutiva del mundo No Manifestado, y esto lo expresa de forma poética. Los ejemplos en este sentido son innumerables. Se creó en esta época toda una doctrina teórica y una moral, utilizando sólo la razón, se creó una antropología, una psicología, una moral sexual, etc... de la misma manera que se determinaba por “fe” (pues lo “dice la Biblia”) que el Sol gira alrededor de la Tierra. Y lo terrible es que el ojo de la contemplación brillaba por su ausencia en la institución que había tomado el poder religioso, y con ello el poder decidir lo que era verdadero o falso tanto en el mundo sensible, como en el mental y el contemplativo.

Hasta que llegó el modernismo. Con Kant, hombre de profunda fe, se separó la fe de la razón, su doctrina queda claramente expuesta en el libro “Crítica de la Razón pura”. Con él se desligó el campo de la fe, el contemplativo, del de la mente o razón. Con Galileo y Kepler, pese a la tremenda persecución que tuvieron que sufrir. Aprendimos a separar lo sensible de los otros mundos. Nos enseñaron que el método de conocimiento con lo sensible es la medición y no la catalogación, como se pensaba desde Aristóteles. Y con todo ello la misma Biblia quedó reducida a su mundo, al mundo de lo contemplativo.

El problema del Modernismo es que se pasó en la línea de separación de las tres dimensiones y de afirmar la separación de lo transcendente, pasó a afirmar su inexistencia. Con ello vino a caer en el error categorial contrario al del medievo, aplicó el ojo sensible, y a lo más el de la razón, como único criterio de verdad, por lo que concluyó que cuanto no caía en el dominio de los sensible o razonable, no existía. De un plumazo borró toda la transcendencia, que tanto había aportado a la humanidad a lo largo de la historia.

Este es el error categorial del cientifismo, que nos invade aún en nuestros medios culturales (universidades, libros, conferencias, prensa, televisión...), aunque en buena medida va retrocediendo. Y es en este error categorial en el que se sitúan los autodenominados “ateos” (que han hecho es publicidad tan falta de visión). Por supuesto que Dios no es demostrable por la razón, pues pese a las famosas cinco vías de Santo Tomás y las miríadas que le han seguido en esto, Dios no es objeto que caiga dentro de la dimensión de la razón, sino de la contemplación, de la fe (que no puede ser confundida con la creencia, que también es fruto de la razón). Por esta razón la publicidad contraria cae en el mismo error, Dios no es objeto de creencia, sino de fe, de experiencia íntima, directa a la que se llega tras mucho tiempo de ejercitar el ojo de la contemplación. Por descontado que dicha experiencia ha de ser cotejada con la de muchos otros que siguiendo el mismo camino de adiestramiento del ojo de la contemplación hayan llegado a experiencias similares, de igual manera que los que hace ya muchos años (y hoy también) llegaron a la experiencia de ver las células por medio del microscopio tuvieron que cotejar sus datos con otros que habían hecho lo mismo. Los tres ojos han de ser adiestrados para que puedan ver en sus propias dimensiones. Si la mente no tiene ninguna formación matemática, nunca podrá entender el teorema de Pitágoras. Y no por ello es teorema es falso.

Con respecto a la diferencia entre creencia y fe, ya he escrito suficientemente en este blog, pero traigo a colación unas palabras que Daniel Meurois pone en boca de María Magdalena:

“He experimentado en mí misma los efectos del riesgo y del movimiento en cada paso que he decidido dar... porque soy un testigo vivo de lo que Él encarna. He puesto mis huellas dentro de las suyas y me he sentido libre por el mero hecho de no haber imitado su actitud, sino de haber descubierto su esencia...
Y ¡no es una cuestión de creencias!... la creencia es una fuerza ciega; suele reposar en la simple confianza ingenua, a aveces en lo arbitrario... crea fanáticos... Yo te hablo de fe porque la fe es una certeza, un conocimiento directo y fuera del tiempo de Aquello que es.
... Es como un soplo que ningún muro ni ninguna prisión podría contener, ni siquiera frenar. Os sitúa en el Espíritu del Maestro, en ese espacio que ninguna palabra podría describir... Ahí es donde se redescubre el sentido del Amor... Ahí es, finalmente, donde el “siempre” se confunde con el “ahora”.

Estas palabras, que según Meurois, pronunció en verdad la Magdalena, tienen todas las cualidades que orlan nuestro pensamiento discursivo, cuando habla de la experiencia contemplativa. Se trata de una experiencia que va más allá de la razón, pero a su vez, puede ser expresada muy imperfectamente con palabras, palabras que pueden facilitar unos indicadores, unos signos o señales que nos dicen por dónde hay que ir para llegar a la experiencia. Y no podemos extrañarnos de que esto sea así, pues las expresión verbal que está sobre lo sensible es incapaz de expresar el sabor de una tarta de chocolate, por ejemplo. Nos dirá sabe a chocolate, con lo que no nos ha dicho nada, si nosotros no hemos probado antes el chocolate. Lo único válido que puede hacer la palabra es darnos la receta (mostrar el camino a andar) para hacer la tarta, una vez hecha, la probamos y sabemos cuál es su sabor. Si usted quiere tener una experiencia de lo sutil, de lo divino, haga meditación (la del testigo, o vispasana, o cristiana...) durante quince o más años y poco a poco se irá acercando a dicha experiencia.

Decir, como hacen muchos empiristas seguidores de Freud, que esta experiencia no es más que una esquizofrenia, provocada por los años de entrenamiento y disciplina, es negar de entrada toda posibilidad de que haya otras dimensiones distintas a las sensibles en el Kosmos, cosa muy similar a la actitud de Simplicio que negaba las afirmaciones que hacía Galileo, aduciendo razones y nunca comprobando los hechos. Y por otra parte, es difícil aceptar que un número muy elevado de personas se haya sometido a unas prácticas tan exigentes, como el zen, la meditación gnóstica... durante tantos años para experimentar una simple esquizofrenia.
Aún hay más, los practicantes de los ejercicios del camino místico han mostrado siempre una sensatez total en las cosas ordinarias de la vida, ¿Se pondrían de acuerdo medio centenar de esquizofrénicos simplemente para ir al lavabo? Por favor, antes de hablar de esquizofrenia, hagan la prueba; no digan que el pastel de chocolate no sabe a nada a la vez que se niegan a probarlo.

Esta visión de los tres ojos del conocimiento nos lleva, a la vez que se deduce, a la conclusión de que en el hombre existe una triple dimensión, sin separación, una triple dimensión que forma un nudo que es el hombre (vuelvo a recordar que la palabra hombre incluye tanto a la mujer como al varón, no se refiere sólo al varón, eso es un reduccionismo en el que ha caído nuestra cultura machista), un nudo formado por tres cuerdas, si faltan las cuerdas (aunque sea uno) no hay nudo, si no hay nudo no hay hombre.

Pero, durante siglos la mística cristiana ha estado influenciada por la visión bipartita del hombre. Y la experiencia mística se reducía a aquella a la que nos abre el tercer ojo. Con esta visión hemos de recurrir a una cosmología dualista de lo natural y lo sobrenatural, en la que la experiencia mística representaría un nivel superior, un nivel superior, al que se llegaría sólo por la gracia. Las consecuencias de esta dicotomía son visibles en nuestro mundo llamado cristiano, y en el de todos que han participado de esta visión, como el Islam, la más terrible ha sido las guerras de religión. Para evitar esto se ha querido recluir la mística al orden de lo privado, inoperante para la vida pública. Social y política. “La religión no debe meterse en política”. El místico sería un especialista en el terreno de lo “sobrenatural”.
Mas la religión no es una especialización, ni una institución. La experiencia mística transciende el mito del individualismo, que nos carcome en estos tiempos. No hay nudo, no hay hombre con una sola cuerda, ni siquiera con dos, son necesarias y siempre las tres. Y el hombre no es solo individuo sino también sociedad (somos seres culturales, necesitamos y somos las instituciones, la sociedad, incluso para aprender a pensar somos sociales...), como la Trinidad: No hay una substancia que supere las tres personas (como parece insinuar el monoteísmo, aunque calle en el cristianismo), ni hay tres (in Trinitate qui incipit numerare, incipit errare) lo que sería un triteísmo, sino pura relación.
Quiero terminar este escrito con unas palabras muy iluminadoras de R. Panikkar:

“”Si por experiencia mística entendemos la experiencia completa (de los tres ojos) se superan las dicotomías... que suponen un dualismo cosmológico sin caer en un monismo idealista que niega toda diversidad real...
esta experiencia holística no es meramente racional, sin ser por ello irracional... el ámbito racional no cubre toda la realidad y la experiencia mística lo “ve”. Esto quiere decir que no podemos reducir al hombre a “animal racional”. Ésta es la función del tercer ojo:la intuición de una realidad no asimilable por la razón, pero no en contradicción con ella...”

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