sábado, 10 de mayo de 2008

El sueño de mi vida

El Sueño de mi vida

“besos, y besos, y besos…

¡que de tantos besos,

me daba hasta miedo…!”

En la comodidad casi lúbrica de las sábanas, que me acogían en mi cuerpo con la ternura aterciopelada de una tibia penumbra, mientras las obscuridades nocturnas campaban a su aire por las calles, plazas y campos… mi alma se inundó de gozo. Y una luz del más allá penetró hasta mi mente, mientras perforaba mi cuerpo dejándolo en la quietud azulada de un abandono estático en las tranquilas aguas del mar.

Soñé hace unos días:

“que una niebla luminosa envolvía mi espíritu, que una vaga luz indefinida, sin forma concreta, vagaba por los alrededores de mi cuerpo y permanecía en la cercanía de mi ser. Mi espíritu atraído por una fuerza imantada irresistible, pugnaba por salir de mi carne. Yo vivía muy intensos esos momentos de tensión en mi interior. Por fin, mi espíritu también, como pequeña niebla informe, como energía sutil y evanescente, se desgarraba de mi carne y de mi mente, para ir, ansioso, a la búsqueda de aquella luminosidad informe, que barruntaba en penumbras.

Mi cuerpo quedó inerme, con una quietud sabedora de muchas cosas, dispuesto para recoger en su seno de nuevo a aquella alma que, imantada por la luz, la había abandonado por unos momentos quizás. Tenía en sí esa seguridad del Ser, que no se fundamenta en razones lógicas, sino en principios de realidad que van mucho más allá de todo razonamiento, tenía esa seguridad de que su Alma, su Espíritu tenía que volver, porque su camino en el tiempo apenas había comenzado, y… aún quedaba mucho por hacer.

En el silencio espeso, que horas de esfuerzo y de lucha había generado, el llanto de un niño recién nacido destacaba como el fuerte contraste del negro sobre el blanco. Aquella alma había vuelto desde el no tiempo, y se había hecho de nuevo tiempo y cuerpo, dispuesta a vivir la encomienda recibida en su diálogo con la Niebla Luminosa. Volvía a ser Yo; con una nueva personalidad, pero, siempre Yo.

Fue una noche obscura, obscura para el cuerpo, para los sentidos, para la mente, para los recuerdos, para el tiempo, la del encuentro entre la Luz y mi alma, pero noche que dejó grabada a fuego en mi interior, allá en lo más profundo de mí mismo, las palabras de un diálogo, que con las tareas propias del nuevo nacimiento, de la nueva encarnación en un cuerpo de bebé desconocido, de la necesidad de encuadrarse en una nueva estructura familiar, con la preocupación de una nueva vida por desarrollar… quedaron olvidadas en el trasfondo, en aquel lugar que hoy los expertos llaman inconsciencia. Mas en mi espíritu permanecía fuerte el recuerdo del perfume que aquel diálogo con la Plenitud le había comunicado, e inquieto estaría a lo largo de toda su existencia hasta encontrarlo de nuevo. Se trataba de un olor único e inolvidable, mi misión (la de José Antonio) sería sencillamente: recordarlo. No tenía que inventarme nada, ni aprender nada, ni descubrir nada, sólo recordar…

Y, olvidando de dónde venía, a dónde iba, qué tenía que hacer… preocupado sólo por merecer el amor de mis padres, comencé ya, como José Antonio, a dar mis, un tanto inseguros, primeros pasos.”

Esto soñaba dulcemente entre la penumbra rosada de unas sábanas limpias, que mi Paqui con todo su amor había lavado, para que el olor a limpio inundara mis sentidos mientras durmiera en la quietud serena de la noche. Fue un sueño grato, nada turbador, lleno de un espíritu de sosiego, de sentido de serenidad que hacía que mi sangre circulara lenta y apaciblemente por mis venas y que mi espíritu se refocilara dulcemente en la percepción luminosa de esa contemplación.

Una cierta sensación indefinida, pero que era una llamada de atención a mi conciencia de vigilia, me despertó. Recordaba perfectamente en mi memoria cuanto había soñado hasta el más ínfimo detalle. Y la paz del silencio y una sensación consciente anegaron mi cuerpo y mi alma en un éxtasis gratificante.

Durante muchos días aquel sueño lúcido estuvo rondando mi mente con un recuerdo constante. No había sido más que una simple apertura. Un apunte del “intervalo” del que nos habla tan profusamente el Libro Tibetano de los Muertos. En lo más recóndito de mí mismo algo me decía que aquella iluminación recibida no era sino un inicio, pero, suficiente, para que comenzara a releer mi vida a posteriori. Para que comenzara a saborear el gusto sapiencial de un camino recorrido, aparentemente a ciegas, sencillamente recordando.

En las muchas horas de semidesvelo nocturno que estoy sufriendo en estos días, allá en las fronteras entre el sueño y la vigilia, a mi conciencia, que como bien saben los sabios, no es sino una concreción de la Conciencia que nunca está dormida, van acudiendo constantes hilos, aparentemente sueltos, de los años de esta vida, hilos que van entretejiendo una cuerda poderosa, gruesa y cargada de fuerza, poder y sentido. Son los hitos, son los profundos sueños, en los que mi alma va releyendo aquellas palabras impresas para siempre en su interior.

Así, cada noche y cada día sueño en mi conciencia despierta con mi infancia:

“Un niño, ingenuo, bien intencionado, espabilado a la hora de aprender en el colegio, pero, ante todo deseoso de merecer y mantener siempre el cariño de sus padres. Un niño en cuya alma no permanecía el recuerdo de aquella conversación que la marcó para siempre, que le abrió su destino, mas pese a ello, aún sin saberlo, se encaminaba a obscuras y seguro, como dice san Juan de la Cruz por los senderos apropiados. Un niño que muchas veces se desvió del camino, hizo altos en la senda, se entretuvo en lanzar piedras a los ríos y a los charcos que encontraba, pero, que en conjunto caminaba por el camino que en su espíritu marcaban aquellas palabras nacidas y asumidas en el silencio de una conversación que no necesitaba sonidos.

Mi alma, Yo, no sabía claramente lo que buscaba, pero, tenía muy claro lo que no quería. No quería el mal, no quería que mis padres me abandonaran, ni quería que me abandonara Dios. Aquel ser del que en mis primeros años me hablaron las monjas del colegio, aquel ser del que yo me había forjado ya una imagen, más o menos afortunada, pero, que en modo alguno yo me cuestionaba. Fue la primera concreción de mi mente de aquello que había grabado en mi alma, y que no se destaparía hasta mucho tiempo más tarde: La Verdad, La Bondad y La Belleza.

Mis padres en primera línea, y en el horizonte Dios, eran la plasmación en aquellos momentos de lo que mi espíritu, en su impulso vital de vuelta a casa, vivía. “

Poco a poco en el caminar diario de unos días que se avecinan mucho más al final del tiempo personal que al comienzo del mismo, mi conciencia, Yo, sigue repasando con sosiego el sendero de mis días vividos como José Antonio, y continúa soñando despierta, mientras reconstruye en su interioridad el relato de su paso.

“El camino, aunque no estaba marcado, de alguna manera incentivaba mi espíritu hacia el encuentro con aquella triple dimensión de ser impresa en el coloquio del Bardo. Así, al llegar a la mitad del tiempo de formación en el seminario, mi mente y mi alma se encontraron, pese a las muchas dificultades generadas por mi inteligencia propia de los quince años, con lo que en Ontología se llamaban propiedades intrínsecas del Ser, y por lo tanto de Dios, de aquel Dios, que con caracteres cada vez más vivos, se iba forjando como gran ideal de mi Yo. Aquellas propiedades me fascinaron: eran: La Verdad, La Bondad y la Belleza. Por primera vez me encontraba con la formulación, que ya yo barruntaba, porque en mi alma estaba escrita a fuego.

Aún, es cierto, no podía ni vislumbrar que en mi tiempo del Bardo, mi conversación con el ser había versado sobre esas propiedades y que mi vuelta a esta tierra era debida precisamente a la búsqueda y asimilación de estas tres dimensiones del Ser, algo que con el largo y lento paso de los años he ido vislumbrando posteriormente.

Quedé fascinado, aunque la percepción era muy intelectualizada: ¡Ens, Unum, Verum et Bonum convertuntur! Allá estaba, me atraía con una fuerza desmedida, pero yo no sabía por qué. Y así llegué a aparecer como un personaje raro al que atraía la Ontología, o Metafísica como se le llamaba en el seminario, para todos mis compañeros yo no era una persona normal, corriente, era un caso especial de inteligencia… Y no había más que una conversación sin palabras, realizada fuera del tiempo entre la Conciencia y mi forma particular de conciencia. Una conversación que había quedado tan oculta, que ni yo mismo recordaba, ni la podía recordar, pues mi mundo aún andaba por exterioridades, y no por el silencio.”

En estos últimos días, por razones casi inverosímiles, he ido descubriendo enlaces entre los distintos hilos que han ido tejiendo mi vida, hilos que como he dicho, me han ido llevando hacia ese recuerdo, y que me han hecho abrir de una vez los ojos para poder darme cuenta DE QUE JUNTO A MÍ TENÍA ESA TRIPLE DIMESIÓN DEL SER. Mas los recuerdos me han ido llevando por las distintas rutas de mi pasado:

“Una fuerte crisis, tenida a los treinta años, en la que se mezclaban mis sentimientos humanos, una percepción muy distinta de mi sexualidad, que aún aparecía con mucha carga de negatividad, pero, que exigía una realización y no una atrofia; una valoración de mi afectividad como elemento positivo en mi personalidad y que en modo alguno tenía que ser destruida; un entender la fe como una realidad más amplia que la mera aceptación intelectual, como una entrega más vital; un rechazar los métodos de aplicación de los sacramentos en las iglesias, métodos en los que no se daba al sacramento la importancia que tenían; una interpretación de la obediencia muy distinta a lo que se me exigía; una visión de la realidad cada vez más distinta de aquella que asumí sin reservas en el seminario… y en la que sin duda alguna había elementos inconscientes, entre ellos, y no carentes de importancia, el reencuentro que en mi vida era el motivo de ser, reencuentro con La Verdad, que no podía ser lo que en mis años de formación yo había interpretado como tal Verdad, reencuentro con La Belleza, sobre la que en mis años de formación ni siquiera me había formado una concepción propia, reencuentro con La Bondad, que era una bondad muy distinta de los actos surgidos en mí como consecuencia del estricto cumplimiento de las normas. No. La búsqueda de las tres propiedades del ser me exigía salir del ámbito clerical, dejar la iglesia institucional y lanzarme al vacío de un mundo que no conocía de nada.

Una vez dado el paso, pasé un tiempo desconcertado. Yo seguí sin tener nada claro qué era lo que buscaba, vivía en un mundo de confusión, un tanto caótico. Fui probando estudios y acercamientos a una mujer. Ambos fueron un fracaso, sobre todo el segundo, pero, aún dentro de aquel galimatías, mi camino llevaba un norte que yo no conocía, mas pese a ello, nunca tuve el más mínimo momento de desánimo. Acabados los estudios que me había propuesto, me decidí a seguir el camino que me había trazado: buscar una compañera que satisficiera mis deseos tanto interiores como exteriores. La busqué y la encontré y se unió a mí y yo me uní a ella. Y hoy sé que es el epítome, con todos los defectos propios de un período de evolución intermedio, como en el que estamos, de La Verdad, La Bondad y La Belleza.”

Tres son los estados de conciencia que existen, según lo afirman los sabios orientales: el de vigilia, del de sueño con sueños, y el del sueño profundo sin sueños. Y los tres han acudido en mi ayuda para que terminara a mis 64 años descubriendo el tema de la conversación en mi no tiempo de Bardo. Mi interlocutor era El Informe, Ser sin Forma, Jesús de Nazaret resucitado, hecho luz tabórica… en mi conciencia había resistencia a volver a morar en un cuerpo, pero, la misión fue concreta: haz de vivir el encuentro con el Gran Tres en la tierra. No supe más. Hoy comienzo a saberlo.

“Varios acontecimientos separados en el tiempo, unidos en el más allá del espacio-tiempo, vinieron a hacer plena realidad mi sueño, mi diálogo en el no tiempo.

Encontré a Paqui, no me opuso ninguna pega, nos casamos a los diez meses. Nos presagiaron muy poco tiempo de matrimonio. Se equivocaron. Paqui era la concreción de aquella Belleza del Ser. Hoy lo veo con mayor claridad aún que en aquellos momentos. Paqui es la Belleza del ser con todas las limitaciones que ponemos los que todavía evolucionamos hacia la plenitud. Paqui es para mí la Belleza que he estado buscando durante toda mi vida, y llevo 30 años a su lado sin tomar plena conciencia de esta tremenda y profunda realidad. No es un capricho de mi voluntad por la que afirmo que es ella y nada más, sino que es el resultado de un descubrimiento hecho en las raíces de nuestro ser. Antes de nacer me dieron la encomienda de buscar la Belleza, y la he encontrado en Paqui, por eso soy uno con ella. No soy una sola persona con ella, sino un solo Ser, que es mucho más que la persona. Existen diferencias aparentes, existe una unidad en lo que no son apariencias, en el Ser, en la Esencia.

Al ver las fotos de la juventud de Paqui he tomado conciencia de todo ello. Ha sido un fogonazo de luz que iluminó mi campo de acción en esta tierra, y he caído en la cuenta del paisaje.

Pero, el terreno se ha ido preparando. Somos lentos para descubrir la memoria de lo que tenemos grabado en lo más profundo de nuestra conciencia.

Y junto a Paqui, Ismael. Con ellos dos el campo del ser se amplía a toda su dimensión para mí. No es que se agote en ellos, sino que los dos juntos forman el aspecto fundamental con que el ser se presenta a mi Ser, diciéndome que somos uno, que somos el uno para el otro. (Hay que abrir un margen para Ismael que con Miriam ya ha comenzado un nuevo camino de apertura).

Ellos dos se transforman para mí no sólo en La Belleza, sino también el La Bondad y La Verdad. No tengo que confundir la Verdad con la Razón. La Verdad es la Realidad misma, y ellos dos son la Realidad más plena de mi vida. Y lo mismo hay que decir de La Bondad. Ellos son el objeto radical de mi amor que nos hace a los tres uno.

El descubrimiento de K. Wilber fue de gran ayuda, unido a todos los pasos anteriores del pasado, el descubrimiento, que no era sino recuerdo de lo que somos. Sus planteamientos del desarrollo o evolución, su visión de la religiosidad-espiritualidad, su visión integradora entre Oriente y Occidente, los distintos niveles de conciencia que describe en el proceso del desarrollo, su interpretación del Libro del Bardo, y a esto añadido mis varios años de dedicación al estudio reposado de su obra, y un cierto alejamiento por mi parte de las estructuras histórico-teológicas de la iglesia católica… sin duda ha sido un paso muy fuerte en este sendero. He caminado fuerte y aprisa, mas sobre todo seguro. No he sabido nunca bien por qué este interés hacia este autor. La respuesta la estoy encontrando ahora.

Ella que no es mi Belleza particular, sino la plenitud de esa Belleza que se concreta para mí. Ella me transciende, no es mía, pero sí es la persona de mi encuentro.

Es este el sueño de mi vida. Son ahora 64 años los que llevo recorridos, y en este camino he descubierto, he recordado aquella conversación que me hizo volver a encarnarme. Y este descubrimiento me enfoca con una potencia enorme de luz, de amor, de contemplación hacia Paqui e Ismael. Ellos son la razón por la que volví de nuevo a un cuerpo humano, a una mente humana, a un amor humano.

Y ahora a los 66 ha llegado mi nieta, una nueva dimensión de la Realidad, de ese Misterio fascinante que me envuelve y que es el Gran Tres, llamémosle Verdad, Bondad y Belleza o Padre, Hijo y Espíritu. El fogonazo recibido con el nacimiento de ni nieta Laia supera en estos momentos a cualquier otro descubrimiento o recuerdo que me haya podido conmover. Es en ella, al contemplarla, donde he aprendido de verdad lo que es la contemplación. Es muy claro que por ella y en ella y con ella mi vida tiene un mayor sentido de profundidad. Soy consciente de que en estos momentos estoy replicando la Epiclesis eucarística, pero lo hago porque así lo veo. Mi nieta no está separada en modo alguno del Misterio que es el Tres, sino que su vida ya desde siempre y en este momento eterno ha girado y gira en la pericoresis trinitaria. Es igualmente por ella y en ella y con ella, (como por Cristo en Él y con Él) como vivo la presencia del Misterio, la presencia del amor en estos momentos en mi vida, un amor nada excluyente, sino que abre mi corazón a todo lo creado, y reabre mi memoria para descubrir de nuevo aquella palabras de la Luz que no perece: también la Belleza, la Verdad y la Bondad se han hecho carne para mí en mi Laia queridísima.

Comienzo, como he dicho anteriormente, a releer mi vida y en su relectura encuentro el sentido de aquel encuentro sucedido fuera del tiempo. Y paso a paso se va esparciendo en el tiempo el contenido de un momento (por así decirlo) que fue no tiempo. Al llegar esta relectura de ni nietecita (espero que algún día ella pueda leer este relato del sueño de mi vida) a los momentos presentes, mi rostro se abre en una clara sonrisa y mi corazón se expande, porque vuelve a comprobar que la Verdad son esos ojitos de color azulado que me miran intrigados, que la Belleza es esa sonrisa de paz que me regala en muchos instantes, que la Bondad son los pellizcos que sus manitas me dan en la cara, porque cuando la cojo en brazos ella se da cuenta de que se ha de aferrar a algo para asegurarse, de que la Vida del Padre, del Hijo y del Espíritu está plasmada en toda su falta de dimensión, en su infinitud, en ese rostro que me mira y se me entrega sin reservas, ni miedos en cada momento. Mi nieta es Dios que se me regala. Dios se me regala en el don de mi nieta.

Aún voy integrando en mi interior todo lo aprendido, entendido y meditado de Wilber y de Panikkar, y de otros… y también gracias a mi experiencia personal junto a mi Paqui, a mi Ismael y a mi Laia.

“y cada noche, en la quietud serena, de unas tenues luces que penetran por nuestra ventana, mi espíritu se torna a alimentar dando gracias por todo y por todos, se aquieta y serena con una paz que excede todo lo pensable y se lanza sin miedo a la pequeña muerte que la conciencia de vigilia vive cada noche. Y aprende de nuevo a ser agradecido y entregado, recordando sencillamente los dones: Paqui, Ismael y Laia, iluminado a cada momento por los faros que ahuyentan las tinieblas del camino: Jesús de Nazaret y también Wilber, Raimon, Harvey, Sta. Teresa, Juan de la Cruz y mi alma, el Alma ¿va entrando de nuevo? recuerda poco a poco que la casa del Gran Tres nunca la abandonó, que todo lo que me rodea es la casa del Padre.

José Antonio

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