jueves, 10 de julio de 2014

SACRALIDAD - PECADO


Pecado - sacralidad

La insistencia de mi tocayo Hernández en preguntar sobre el Derecho Canónico y qué añade éste a los demás Derechos me está tocando dentro. También, es muy cierto, me tocan otras interpelaciones, como las de Alberto, Juande, Gaitero...y pienso que oportet et haec facere el illa non omittere.

Quizás podríamos preguntarnos si el Derecho Canónico puede añadir o no un carácter de sacralidad a sus normas, o dicho de otra manera, si puede obligar bajo pena de pecado. Así llegaríamos a la cuestión que para mí está en la raíz: el pecado. El pecado sería interpretado como ruptura de la sacralidad, la ruptura de comunión con lo divino, suponiendo un alteridad entre lo divino y nosotros. Queramos o no, quizás se pueda aplicar necesariamente el salmo 121 (122): In domum Domini ibimus, pese a que estemos en el destierro.

¿Podemos hablar con seriedad de pecado hoy, y por lo mismo de la sacralidad, cuando el pensamiento postmoderno ha alcanzado unos niveles en los que la racionalidad ha destrozado lo que se entendía por sagrado en el Medievo? ¡Y aún estamos en pleno proceso evolutivo de la conciencia! Ojo que no afirmo que no exista sacralidad, sólo que la visión medieval ha sido totalmente superada por la modernidad y la postmodernidad.

Es un tema que me ha ocupado la mente en muchas ocasiones. Escribí hace ya cuatro años un par de artículos largos sobre el tema (del pecado) y los publiqué en mi blog personal. No lo hice en el blog Compañía-19, en el que solamente puse unas notas por si alguien quisiera acercarse a mi blog para leerlos. Se publicaron los días 5 y 18 de mayo de 2010.

Tibi soli peccavi et (quod) malum (est) coram te feci” dice el salmo (50 o 51). El pecado tiene una clara referencia a lo divino en muchos textos de la Biblia, es una ruptura de lo sacro. Mas hemos de tener en cuenta que la misma Biblia dice: “Si peccaveris quid ei (Deo) nocebis? Et si multiplicatae fuerint iniquitates tuae, quid facies contra eum (Deum)?” El pecado es contra Dios pero a Él ni le añade ni le quita nada. (Job 35,6..). Y esto ya en el AT.

Es claro que lo que añade la sacralidad a la obligatoriedad (nacida del principio de autoridad, aunque sea el imperativo categórico) es el tinte de lo sagrado (de lo reservado a lo Divino), en gran medida variable a lo largo de la historia, como el mismo concepto de Divino. Es muy interesante palpar en estos días -anoche en TV- las afirmaciones del portavoz de la Conferencia Episcopal Española afirmando la gravedad del pecado de las relaciones prematrimoniales junto a las de los teólogos de la Liberación quienes afirman que ciertamente existe el pecado mortal: el liberalismo económico que con sus estructuras esencialmente injustas matan a millones de personas. Ambos están en las posturas más opuestas hablando del pecado mortal.

Puedo remitirme aquí a los escritos ya publicados, como he dicho antes, mas quiero apuntar algo de lo que dice la Biblia y el Budismo acerca del pecado, para que podamos ver las opciones tan plurales que tenemos los hombres acerca de lo sagrado y de las obligaciones sagradas. Y quizá introducir un brecha algo inesperada, es posible, en el tema planteado por Hernández.

No se puede negar en modo alguno el fundamento bíblico que tiene el pecado (otra cosa es la doctrina elaborada a partir de este fundamento y de otros, como el conocimiento, la cultura, la interpretación del mundo, la influencia de las culturas hebrea, griega y latina, de la preponderancia de la visión jurídica que se impuso en la iglesia cristiana con la incorporación al Imperio Romano al que de hecho llegó a sustituir como refugio de masas...). Incluso el nombre: peccatum, de peccare: cometer una falta parece indicar su dependencia del Ius. Pero el estudio etimológico supera mis conocimientos.

En el AT existen numerosos términos que describen esa realidad que Isaías (59,2) (en realidad el tercer bloque de libros proféticos escritos bajo el nombre de Isaías) describe como culpa que nos separa a los hombres de Dios, dichos términos son: pecado, delito, rebelión, transgresión, culpa... A veces el pecado es considerado en el AT como una mancha que impide al hombre acercarse al culto, o como el marrar o errar en el tiro, el olvido inconsciente (visiones en las que no aparece el sentido de culpa y a su vez muy distintas de la doctrina posterior sobre el pecado) y la transgresión o abominación, en la que están inmersos todos aquellos pueblos que no creen en Yahveh (el etnocentrismo de Israel era tan monstruoso como el de hoy, casi). La visión del pecado fue dando origen a toda una elaboración doctrinal sobre el mismo y a una casuística impresionante de la que nos habla exuberantemente el libro del Levítico sobre todo ¡El sometimiento a la Torah o Ley de Yahveh era la clave para discernir al buen judío, como al buen católico lo es el sometimiento a los mandamientos de la iglesia!

El hombre peca contra Dios, así reza el salmo, ya citado y muy conocido, del Miserere, que es pieza primordial de los Laudes de los domingo desde Septuagésima hasta II de Pasión: “Contra ti solo pequé (tibi soli peccavi...)”. Dios se enfada por el pecado del hombre: Jeremías 7,20 “Mi ira y mi cólera se derraman sobre este lugar, sobre hombres y ganados...” porque se han ofrecido sacrificios a la diosa. Pese a ello, a veces se afirma que el pecado no hace daño a Dios, como se dice en la anterior cita de Job, tampoco la virtud le sirve de nada, Job 35,6 “...si pecas ¿qué mal haces a Dios? … Si eres justo ¿qué le das a él?” (En los textos bíblicos si nos fijamos en los versículos aislados unos de otros, podemos encontrar muchas contradicciones entre ellos).

El AT reconoce pecados individuales y colectivos, reconoce una solidaridad de grupo tanto para lo malo (salmo 105 -106: “celebrate dominum”, aunque la traducción hecha bajo el mandato de Pío XII disimule la expresión, salmo que forma parte de la liturgia de las horas) como para lo bueno. Daniel hace una confesión pública del pecado colectivo de Israel (Dan 9,4...).

El origen del pecado está, para el AT, en una desobediencia inicial de los primeros hombres (Adán y Eva). Antes de la aparición de la alianza con Abrahán el pecado se extiende por toda la tierra hasta el punto de que Dios se arrepiente de haber creado al hombre (Gen 6,6-7) y decide exterminarlo con el diluvio, mas un hombre, Noé, como después otro Abram-Abrahán, y finalmente otro, Jesús, salvará la humanidad. Se trata de la solidaridad para el bien, algo que ya aparece, como digo, en el AT.

También en el AT se sitúa a la monarquía sobre la base del pecado (Ez,16). Cuando los israelitas pidieron a Samuel que les nombrara un rey que les gobernara, esto le disgustó, y cuando fue a hablar con Yahveh sobre la petición de los israelitas, Yahveh le contestó: “Haz caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, si no a mí; no me quieren por rey... Desde el día en que los saqué de Egipto me abandonan para servir a otros dioses (1 Sam 8,6-7)”. En su origen la monarquía es interpretada como un abandono de Yahveh

Dios perdona los pecados para que manifestarse justo en su sentencia, recto en su juicio (Sal 51 o 50, 6), pero exige del hombre arrepentimiento y cambio de conducta (Sal 99, 8). Si no hay cambio de conducta el Señor es vengador de las maldades del hombre. Quiero recalcar aquí la tremenda diferencia entre este texto del salmo y la parábola del Hijo pródigo. Jesús ni viene a vengar, ni a culpar, ni a ¿redimir? Simplemente ama.

En el NT aparecen ante todo los recomendaciones de Jesús para el cambio de vida (metanoia) para preparar el Reino de Dios que ya está “entre y dentro (inter et intra)” de nosotros, de ello ya habla el Bautista pidiendo que se preparen los caminos del Señor, que oriente el cambio hacia el amor, hacia el compartir lo que se tiene (Lc 3, 4-14). Para Jesús pecado no es transgredir una norma, sino la maldad que sale del corazón del hombre (Mc 7,14-23) y sobre todo lo es el escandalizar a los humildes (Lc 17,1-4 y par.). El perdón del pecado por parte de Dios es total y sin límites (Mt 18,21-22 y par.), pero el Padre no perdona si el hombre no perdona a sus semejantes (Mt 6,14-15). El perdón se muestra, sobre todo, en el amor a los enemigos (Lc 23,24 y par.).

La palabra “pecador” aparece en el NT con frecuencia como sinónimo de gente marginada y de baja estofa con los que Jesús se relaciona, así hablan constantemente los fariseos (Mt 9,10-13 y par.), quienes le llamaron “comilón y borracho” (Lc 7,34). Jesús explica su actitud con parábolas (La oveja perdida, el hijo pródigo, el dracma perdido). Es de notar que en estos textos neotestamentarios no aparece el concepto de pecado como una infracción de una Ley, sino como una ruptura del amor. En Juan es aún más clara esta visión.

En Juan, fuera quien fuera el autor (o quienes fueran los autores) del cuarto evangelio y de las cartas de Juan y del Apocalipsis, el pecado es la opción contra la Luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,5; 1,9; 3,19; 9,40...) y la Luz es la Vida a la que se oponen las tinieblas y la muerte (Jn 1,4; 3,19; 1Jn 5,16). Toda injusticia es pecado, pero “no siempre acarrea la muerte” dice Juan en su primera carta. Y la injusticia se opone a la vida y al amor, es el máximo fruto del egoísmo (del ego frente al Yo), y el Yo es simplemente amor sin exclusiones. Amar a sus hermanos es vivir en la Luz (Jn 2,10). En la primera carta de Juan se afirma también que Jesús es el que expía los pecados del mundo (2,1-2), además de afirmar en diversas partes de la misma que lo que distingue al cristiano es el amor sin exclusiones (2,3; 4,8; 1,7; 5,2...) el amor es el único mandamiento de Dios (2,3... y passim). Cuando se ama al prójimo con las obras se cuenta con la benevolencia de Dios (Jn 3, 16-21). El amor entierra los pecados nos dice la primera carta de Pedro (4,8).
Para Pablo el pecado es ante todo una potencia maléfica, el mal, que entra en el mundo con el pecado de Adán y causa la muerte de los hombres (Rom 5,12; 6,23; Ef 2,1...). La Ley sirvió para que todos tomaran conciencia de que estaban bajo el dominio del pecado (Rom 3,20; Gal 3,19). La fuerza del pecado está en la Ley, por ello hay que morir a la Ley para morir al pecado (Rom 7,4) y esta muerte sólo es posible por la acción del espíritu, por la Fe (Rom 8,2).

Nos baste esta sucinta síntesis de las visiones que en la Biblia aparecen del pecado, para que nos podamos hacer una idea de las distintas formas de relación con lo Divino o Numinoso, concretado para el pueblo judía en el personaje de Yahveh. En el NT no aparece el pecado como culpa, al menos en su núcleo más denso de narraciones de experiencias espirituales. Pero no podemos olvidar las tendencias tan diversas que se dan entre los primeros seguidores de Jesús.

Y a la hora de hablar de la Biblia y del NT, como de cualquier otro texto en el que se funde una institución religiosa, se han de tener en cuenta muchos elementos: El asunto de la inspiración de la Biblia, la aportación del hagiógrafo, la influencia de su cultura y de su contexto social... la lengua usada, las traducciones... la elaboración de la estructura de los textos... la misma interpretación de lo que es inspiración a la luz de la evolución de la misma conciencia humana... los textos conservados, que no son los originales...

Esto en cuanto a la Biblia, pero entiendo que es interesante también saber qué piensan otras formas religiosas sobre la sacralidad y más en concreto sobre el pecado como ruptura de la misma. Personalmente puedo escribir algo sobre el budismo, en muchas ocasiones llamado: no religioso, o, religión atea. Mas si tenemos en cuenta que religión es la preocupación por lo último, el budismo es una religión, aunque en su transfondo no haya un Dios o Divinidad personal en el que se fundamente, como lo hacen el cristianismo, el islam, el hinduismo.... Y en este sentido el ateísmo es una religión, como lo es el agnosticismo y otras múltiples formas humanas de ocupación y preocupación por las necesidades últimas.

Los que somos deudores de la tradición abrahámica, a través del cristianismo, no podemos concebir a Dios, si no es a partir del Ser, algo que no ocurre en todas las religiones, ni tampoco en el ateísmo moderno. Ya Heidegger distingue entre la comprensión metafísica del Ser (la que hemos tenido hasta ahora en la filosofía occidental) y la comprensión no metafísica (postmetafísica) a la que apunta todo pensamiento futuro y que supondrá la superación de toda ontología. En esta línea de desentologización de Dios podemos entender mejor el budismo que nos habla constantemente de la Nada, el Vacío...

Con esta visión del No-Ser en el budismo no puede existir una concepción del pecado como transgresión de una Ley divina, ni tan siquiera una concepción del pecado. En cambio, en el hinduismo sí que se da algo similar a cierto concepto de pecado, no el más usual: el hinduismo asume la concepción védica de la existencia como deuda, de la creaturabilidad como algo que debe ser superado, del ego que ha de ser transformado en yo=amor, de aquí pasó al vedanta, una de las visiones místicas más interesantes habidas en la historia pasada y en la historia que se está haciendo. De ahí deduce el vedanta el deber primordial del ser humano: cancelar sus deudas con el pasado y transcender su propia creaturidad, ser uno con (el) Todo. En su propio ser criatura, en no ser Dios, no ser lo Total, en la misma sensación de separatividad, de que somos un yo separado del Espíritu, del Todo está el pecado, el pecado es la misma consciencia de separatividad, como nos explica Alan Watts en su “Libro del tabú”. El pecado se da, cuando la propia existencia se estanca, cuando el ser que necesariamente es ser-siendo, es acción, se hace una substancia, se cree no solo ex-sistente (sistere ex), sino con-sistente (sistere in-cum- se); el pecado, dice Panikkar, es la sistencia que no acepta su ek-sistencia, el ser que olvida su evolución, la existencia que se para y no se hace esencia. La acción, que transcurre, que se piensa permanente y al pensarse tal, se hace permanente, anquilosada.

Realmente es ésta una reflexión nada banal, muy profunda, y nos puede ayudar a reflexionar con una perspectiva cristiana sobre la parábola del Hijo pródigo. Somos pecadores, esto es, somos seres en evolución, in fieri, por el mero hecho de existir (sea este hecho creación, manifestación, participación...), por tanto el reconocimiento de nuestra condición necesitada del perdón (per-donare = dar en abundancia, dar la existencia), de que somos manifestación, sólo manifestación, de lo inmanifiesto es la actitud justa. De ahí que el justo (en la Biblia: el que no tiene pecado) se confiese pecador =recibidor del per-don (donación del ser) de aquel que no es el ser, sino el Origen del ser, que es No-ser.

Por descontado que esta visión fundamentada en los Vedas está enfrentada con la noción de pecado como culpa legal, como transgresión de la norma. Simplemente está hablando de un fieri que no ha llegado a su culminación (Atman), culminación que no ha de realizarse necesariamente con el tiempo, aunque sí en el tiempo. Es temporal, mas no depende del tiempo, en modo alguno los Vedas se plantean el aspecto jurídico y el de mancha del alma de la ex-istencia, es algo impensable para el pensamiento hindú.

Pero, lo que quiero tratar con detenimiento en este escrito es la posibilidad, o no, de que el concepto mítico del pecado manifestado en las épocas mágica y mítica de la conciencia humana (hasta el Renacimiento) concepto que aún mantiene la institución católica (al hablar de institución católica no estoy hablando de la iglesia católica que tanto de bueno está aportando a la humanidad, sino a la institución propiamente dicha: Vaticano, Jerarquía, “jerarquismo” patológico, doctrina ortodoxa,...), pueda seguir siendo sostenido tras el enorme avance de dicha conciencia conseguido al subir ésta del nivel mítico al racional, avance que queda abierto hacia otros niveles superiores (psíquico, sutil, causal... por nombrarlos de alguna manera, niveles que adquirieron los místicos, no digamos el hombre Jesús de Nazaret) a los que la humanidad en su conjunto irá ascendiendo a lo largo de los tiempos, algo que podemos percibir hoy en las manifestaciones de los grandes sabios (de sabiduría, no de erudición) y santos. ¿Qué nivel de conciencia pudo llegar a tener Jesús de Nazaret al celebrar con sus seguidores la última cena y comunicarles todo lo que en el evangelio de Juan se ha dado en llamar la Oración de Jesús (Jn 17)? “Que ellos sean uno, como tú y yo somos uno...”

Ratione brevitatis pongo punto final. Entiendo, quizás con osadía, que el tema de la obligatoriedad sagrada de los textos canónicos y morales ortodoxos queda muy en entredicho con estos principios de qué puede ser pecado. Si nos adentramos en la reflexión de qué pueda ser sagrado, en parte deducible, y qué pueda ser divino, temas a tratar por los que se sientan capacitados, las conclusiones podría ser ...



José A. Carmona

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