Pecado
- sacralidad
La
insistencia de mi tocayo Hernández en preguntar sobre el Derecho
Canónico y qué añade éste a los demás Derechos me está tocando
dentro. También, es muy cierto, me tocan otras interpelaciones, como
las de Alberto, Juande, Gaitero...y pienso que oportet et haec facere
el illa non omittere.
Quizás
podríamos preguntarnos si el Derecho Canónico puede añadir o no un
carácter de sacralidad a sus normas, o dicho de otra manera, si
puede obligar bajo pena de pecado. Así llegaríamos a la cuestión
que para mí está en la raíz: el pecado. El pecado sería
interpretado como ruptura de la sacralidad, la ruptura de comunión
con lo divino, suponiendo un alteridad entre lo divino y nosotros.
Queramos o no, quizás se pueda aplicar necesariamente el salmo 121
(122): In domum Domini ibimus, pese a que estemos en el destierro.
¿Podemos
hablar con seriedad de pecado hoy, y por lo mismo de la sacralidad,
cuando el pensamiento postmoderno ha alcanzado unos niveles en los
que la racionalidad ha destrozado lo que se entendía por sagrado en
el Medievo? ¡Y aún estamos en pleno proceso evolutivo de la
conciencia! Ojo que no afirmo que no exista sacralidad, sólo que la
visión medieval ha sido totalmente superada por la modernidad y la
postmodernidad.
Es
un tema que me ha ocupado la mente en muchas ocasiones. Escribí hace
ya cuatro años un par de artículos largos sobre el tema (del
pecado) y los publiqué en mi blog personal. No lo hice en el blog
Compañía-19, en el que solamente puse unas notas por si alguien
quisiera acercarse a mi blog para leerlos. Se publicaron los días 5
y 18 de mayo de 2010.
“Tibi
soli peccavi et (quod) malum (est) coram te feci” dice el salmo (50
o 51). El pecado tiene una clara referencia a lo divino en muchos
textos de la Biblia, es una ruptura de lo sacro. Mas hemos de tener
en cuenta que la misma Biblia dice: “Si peccaveris quid ei (Deo)
nocebis? Et si multiplicatae fuerint iniquitates tuae, quid facies
contra eum (Deum)?” El pecado es contra Dios pero a Él ni le añade
ni le quita nada. (Job 35,6..). Y esto ya en el AT.
Es
claro que lo que añade la sacralidad a la obligatoriedad (nacida del
principio de autoridad, aunque sea el imperativo categórico) es el
tinte de lo sagrado (de lo reservado a lo Divino), en gran medida
variable a lo largo de la historia, como el mismo concepto de Divino.
Es muy interesante palpar en estos días -anoche en TV- las
afirmaciones del portavoz de la Conferencia Episcopal Española
afirmando la gravedad del pecado de las relaciones prematrimoniales
junto a las de los teólogos de la Liberación quienes afirman que
ciertamente existe el pecado mortal: el liberalismo económico que
con sus estructuras esencialmente injustas matan a millones de
personas. Ambos están en las posturas más opuestas hablando del
pecado mortal.
Puedo
remitirme aquí a los escritos ya publicados, como he dicho antes,
mas quiero apuntar algo de lo que dice la Biblia y el Budismo acerca
del pecado, para que podamos ver las opciones tan plurales que
tenemos los hombres acerca de lo sagrado y de las obligaciones
sagradas. Y quizá introducir un brecha algo inesperada, es posible,
en el tema planteado por Hernández.
No
se puede negar en modo alguno el fundamento bíblico que tiene el
pecado (otra cosa es la doctrina elaborada a partir de este
fundamento y de otros, como el conocimiento, la cultura, la
interpretación del mundo, la influencia de las culturas hebrea,
griega y latina, de la preponderancia de la visión jurídica que se
impuso en la iglesia cristiana con la incorporación al Imperio
Romano al que de hecho llegó a sustituir como refugio de masas...).
Incluso el nombre: peccatum, de peccare: cometer una falta parece
indicar su dependencia del Ius. Pero el estudio etimológico supera
mis conocimientos.
En
el AT existen numerosos términos que describen esa realidad que
Isaías (59,2) (en realidad el tercer bloque de libros proféticos
escritos bajo el nombre de Isaías) describe como culpa que nos
separa a los hombres de Dios, dichos términos son: pecado, delito,
rebelión, transgresión, culpa... A veces el pecado es considerado
en el AT como una mancha que impide al hombre acercarse al culto, o
como el marrar o errar en el tiro, el olvido inconsciente (visiones
en las que no aparece el sentido de culpa y a su vez muy distintas de
la doctrina posterior sobre el pecado) y la transgresión o
abominación, en la que están inmersos todos aquellos pueblos que no
creen en Yahveh (el etnocentrismo de Israel era tan monstruoso como
el de hoy, casi). La visión del pecado fue dando origen a toda una
elaboración doctrinal sobre el mismo y a una casuística
impresionante de la que nos habla exuberantemente el libro del
Levítico sobre todo ¡El sometimiento a la Torah o Ley de Yahveh era
la clave para discernir al buen judío, como al buen católico lo es
el sometimiento a los mandamientos de la iglesia!
El
hombre peca contra Dios, así reza el salmo, ya citado y muy
conocido, del Miserere, que es pieza primordial de los Laudes de los
domingo desde Septuagésima hasta II de Pasión: “Contra ti solo
pequé (tibi soli peccavi...)”. Dios se enfada por el pecado del
hombre: Jeremías 7,20 “Mi ira y mi cólera se derraman sobre este
lugar, sobre hombres y ganados...” porque se han ofrecido
sacrificios a la diosa. Pese a ello, a veces se afirma que el pecado
no hace daño a Dios, como se dice en la anterior cita de Job,
tampoco la virtud le sirve de nada, Job 35,6 “...si pecas ¿qué
mal haces a Dios? … Si eres justo ¿qué le das a él?” (En los
textos bíblicos si nos fijamos en los versículos aislados unos de
otros, podemos encontrar muchas contradicciones entre ellos).
El
AT reconoce pecados individuales y colectivos, reconoce una
solidaridad de grupo tanto para lo malo (salmo 105 -106: “celebrate
dominum”, aunque la traducción hecha bajo el mandato de Pío XII
disimule la expresión, salmo que forma parte de la liturgia de las
horas) como para lo bueno. Daniel hace una confesión pública del
pecado colectivo de Israel (Dan 9,4...).
El
origen del pecado está, para el AT, en una desobediencia inicial de
los primeros hombres (Adán y Eva). Antes de la aparición de la
alianza con Abrahán el pecado se extiende por toda la tierra hasta
el punto de que Dios se arrepiente de haber creado al hombre (Gen
6,6-7) y decide exterminarlo con el diluvio, mas un hombre, Noé,
como después otro Abram-Abrahán, y finalmente otro, Jesús, salvará
la humanidad. Se trata de la solidaridad para el bien, algo que ya
aparece, como digo, en el AT.
También
en el AT se sitúa a la monarquía sobre la base del pecado (Ez,16).
Cuando los israelitas pidieron a Samuel que les nombrara un rey que
les gobernara, esto le disgustó, y cuando fue a hablar con Yahveh
sobre la petición de los israelitas, Yahveh le contestó: “Haz
caso al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, si no a
mí; no me quieren por rey... Desde el día en que los saqué de
Egipto me abandonan para servir a otros dioses (1 Sam 8,6-7)”. En
su origen la monarquía es interpretada como un abandono de Yahveh
Dios
perdona los pecados para que manifestarse justo en su sentencia,
recto en su juicio (Sal 51 o 50, 6), pero exige del hombre
arrepentimiento y cambio de conducta (Sal 99, 8). Si no hay cambio de
conducta el Señor es vengador de las maldades del hombre. Quiero
recalcar aquí la tremenda diferencia entre este texto del salmo y la
parábola del Hijo pródigo. Jesús ni viene a vengar, ni a culpar,
ni a ¿redimir? Simplemente ama.
En
el NT aparecen ante todo los recomendaciones de Jesús para el cambio
de vida (metanoia) para preparar el Reino de Dios que ya está “entre
y dentro (inter et intra)” de nosotros, de ello ya habla el
Bautista pidiendo que se preparen los caminos del Señor, que
oriente el cambio hacia el amor, hacia el compartir lo que se tiene
(Lc 3, 4-14). Para Jesús pecado no es transgredir una norma, sino la
maldad que sale del corazón del hombre (Mc 7,14-23) y sobre todo lo
es el escandalizar a los humildes (Lc 17,1-4 y par.). El perdón del
pecado por parte de Dios es total y sin límites (Mt 18,21-22 y
par.), pero el Padre no perdona si el hombre no perdona a sus
semejantes (Mt 6,14-15). El perdón se muestra, sobre todo, en el
amor a los enemigos (Lc 23,24 y par.).
La
palabra “pecador” aparece en el NT con frecuencia como sinónimo
de gente marginada y de baja estofa con los que Jesús se relaciona,
así hablan constantemente los fariseos (Mt 9,10-13 y par.), quienes
le llamaron “comilón y borracho” (Lc 7,34). Jesús explica su
actitud con parábolas (La oveja perdida, el hijo pródigo, el dracma
perdido). Es de notar que en estos textos neotestamentarios no
aparece el concepto de pecado como una infracción de una Ley, sino
como una ruptura del amor. En Juan es aún más clara esta visión.
En
Juan, fuera quien fuera el autor (o quienes fueran los autores) del
cuarto evangelio y de las cartas de Juan y del Apocalipsis, el pecado
es la opción contra la Luz que ilumina a todo hombre (Jn 1,5; 1,9;
3,19; 9,40...) y la Luz es la Vida a la que se oponen las tinieblas y
la muerte (Jn 1,4; 3,19; 1Jn 5,16). Toda injusticia es pecado, pero
“no siempre acarrea la muerte” dice Juan en su primera carta. Y
la injusticia se opone a la vida y al amor, es el máximo fruto del
egoísmo (del ego frente al Yo), y el Yo es simplemente amor sin
exclusiones. Amar a sus hermanos es vivir en la Luz (Jn 2,10). En la
primera carta de Juan se afirma también que Jesús es el que expía
los pecados del mundo (2,1-2), además de afirmar en diversas partes
de la misma que lo que distingue al cristiano es el amor sin
exclusiones (2,3; 4,8; 1,7; 5,2...) el amor es el único mandamiento
de Dios (2,3... y passim). Cuando se ama al prójimo con las obras
se cuenta con la benevolencia de Dios (Jn 3, 16-21). El amor entierra
los pecados nos dice la primera carta de Pedro (4,8).
Para
Pablo el pecado es ante todo una potencia maléfica, el mal, que
entra en el mundo con el pecado de Adán y causa la muerte de los
hombres (Rom 5,12; 6,23; Ef 2,1...). La Ley sirvió para que todos
tomaran conciencia de que estaban bajo el dominio del pecado (Rom
3,20; Gal 3,19). La fuerza del pecado está en la Ley, por ello hay
que morir a la Ley para morir al pecado (Rom 7,4) y esta muerte sólo
es posible por la acción del espíritu, por la Fe (Rom 8,2).
Nos
baste esta sucinta síntesis de las visiones que en la Biblia
aparecen del pecado, para que nos podamos hacer una idea de las
distintas formas de relación con lo Divino o Numinoso, concretado
para el pueblo judía en el personaje de Yahveh. En el NT no aparece
el pecado como culpa, al menos en su núcleo más denso de
narraciones de experiencias espirituales. Pero no podemos olvidar
las tendencias tan diversas que se dan entre los primeros seguidores
de Jesús.
Y
a la hora de hablar de la Biblia y del NT, como de cualquier otro
texto en el que se funde una institución religiosa, se han de tener
en cuenta muchos elementos: El asunto de la inspiración de la
Biblia, la aportación del hagiógrafo, la influencia de su cultura y
de su contexto social... la lengua usada, las traducciones... la
elaboración de la estructura de los textos... la misma
interpretación de lo que es inspiración a la luz de la evolución
de la misma conciencia humana... los textos conservados, que no son
los originales...
Esto
en cuanto a la Biblia, pero entiendo que es interesante también
saber qué piensan otras formas religiosas sobre la sacralidad y más
en concreto sobre el pecado como ruptura de la misma. Personalmente
puedo escribir algo sobre el budismo, en muchas ocasiones llamado: no
religioso, o, religión atea. Mas si tenemos en cuenta que religión
es la preocupación por lo último, el budismo es una religión,
aunque en su transfondo no haya un Dios o Divinidad personal en el
que se fundamente, como lo hacen el cristianismo, el islam, el
hinduismo.... Y en este sentido el ateísmo es una religión, como lo
es el agnosticismo y otras múltiples formas humanas de ocupación y
preocupación por las necesidades últimas.
Los
que somos deudores de la tradición abrahámica, a través del
cristianismo, no podemos concebir a Dios, si no es a partir del Ser,
algo que no ocurre en todas las religiones, ni tampoco en el ateísmo
moderno. Ya Heidegger distingue entre la comprensión metafísica del
Ser (la que hemos tenido hasta ahora en la filosofía occidental) y
la comprensión no metafísica (postmetafísica) a la que apunta todo
pensamiento futuro y que supondrá la superación de toda ontología.
En esta línea de desentologización de Dios podemos entender mejor
el budismo que nos habla constantemente de la Nada, el Vacío...
Con
esta visión del No-Ser en el budismo no puede existir una concepción
del pecado como transgresión de una Ley divina, ni tan siquiera una
concepción del pecado. En cambio, en el hinduismo sí que se da algo
similar a cierto concepto de pecado, no el más usual: el hinduismo
asume la concepción védica de la existencia como deuda, de la
creaturabilidad como algo que debe ser superado, del ego que ha de
ser transformado en yo=amor, de aquí pasó al vedanta, una de las
visiones místicas más interesantes habidas en la historia pasada y
en la historia que se está haciendo. De ahí deduce el vedanta el
deber primordial del ser humano: cancelar sus deudas con el pasado y
transcender su propia creaturidad, ser uno con (el) Todo. En su
propio ser criatura, en no ser Dios, no ser lo Total, en la misma
sensación de separatividad, de que somos un yo separado del
Espíritu, del Todo está el pecado, el pecado es la misma
consciencia de separatividad, como nos explica Alan Watts en su
“Libro del tabú”. El pecado se da, cuando la propia existencia
se estanca, cuando el ser que necesariamente es ser-siendo, es
acción, se hace una substancia, se cree no solo ex-sistente (sistere
ex), sino con-sistente (sistere in-cum- se); el pecado, dice
Panikkar, es la sistencia que no acepta su ek-sistencia, el ser que
olvida su evolución, la existencia que se para y no se hace esencia.
La acción, que transcurre, que se piensa permanente y al pensarse
tal, se hace permanente, anquilosada.
Realmente
es ésta una reflexión nada banal, muy profunda, y nos puede ayudar
a reflexionar con una perspectiva cristiana sobre la parábola del
Hijo pródigo. Somos pecadores, esto es, somos seres en evolución,
in fieri, por el mero hecho de existir (sea este hecho creación,
manifestación, participación...), por tanto el reconocimiento de
nuestra condición necesitada del perdón (per-donare = dar en
abundancia, dar la existencia), de que somos manifestación, sólo
manifestación, de lo inmanifiesto es la actitud justa. De ahí que
el justo (en la Biblia: el que no tiene pecado) se confiese pecador
=recibidor del per-don (donación del ser) de aquel que no es el ser,
sino el Origen del ser, que es No-ser.
Por
descontado que esta visión fundamentada en los Vedas está
enfrentada con la noción de pecado como culpa legal, como
transgresión de la norma. Simplemente está hablando de un fieri que
no ha llegado a su culminación (Atman), culminación que no ha de
realizarse necesariamente con el tiempo, aunque sí en el tiempo. Es
temporal, mas no depende del tiempo, en modo alguno los Vedas se
plantean el aspecto jurídico y el de mancha del alma de la
ex-istencia, es algo impensable para el pensamiento hindú.
Pero,
lo que quiero tratar con detenimiento en este escrito es la
posibilidad, o no, de que el concepto mítico del pecado manifestado
en las épocas mágica y mítica de la conciencia humana (hasta el
Renacimiento) concepto que aún mantiene la institución católica
(al hablar de institución católica no estoy hablando de la iglesia
católica que tanto de bueno está aportando a la humanidad, sino a
la institución propiamente dicha: Vaticano, Jerarquía,
“jerarquismo” patológico, doctrina ortodoxa,...), pueda seguir
siendo sostenido tras el enorme avance de dicha conciencia conseguido
al subir ésta del nivel mítico al racional, avance que queda
abierto hacia otros niveles superiores (psíquico, sutil, causal...
por nombrarlos de alguna manera, niveles que adquirieron los
místicos, no digamos el hombre Jesús de Nazaret) a los que la
humanidad en su conjunto irá ascendiendo a lo largo de los tiempos,
algo que podemos percibir hoy en las manifestaciones de los grandes
sabios (de sabiduría, no de erudición) y santos. ¿Qué nivel de
conciencia pudo llegar a tener Jesús de Nazaret al celebrar con sus
seguidores la última cena y comunicarles todo lo que en el evangelio
de Juan se ha dado en llamar la Oración de Jesús (Jn 17)? “Que
ellos sean uno, como tú y yo somos uno...”
Ratione
brevitatis pongo punto final. Entiendo, quizás con osadía, que el
tema de la obligatoriedad sagrada de los textos canónicos y morales
ortodoxos queda muy en entredicho con estos principios de qué puede
ser pecado. Si nos adentramos en la reflexión de qué pueda ser
sagrado, en parte deducible, y qué pueda ser divino, temas a tratar
por los que se sientan capacitados, las conclusiones podría ser ...
José
A. Carmona
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