La luz de la Transfiguración
Siempre he pensado que
la Transfiguración de Jesucristo en el Tabor (Mt 17, 1... Mc 9, 2...
Lc 9,28...) no ha sido suficientemente estudiada en la Teología que
se ha enseñado oficialmente en la iglesia católica. “Estudiada”,
digo, en el sentido más ciceroniano de la palabra: “Animi
assidua et vehemens ad aliquam rem applicata magna cum voluntate
occupatio” Y dicha occupatio comprende
la contemplatio.
En esta luz tabórica
nos proyecta la cristofanía “que nos hace descubrir nuestra
dimensión infinita y nos presenta lo divino en esa misma luz que nos
permite descubrir a Dios en su dimensión humana” (Panikkar).
He de advertir que al
escribir la palabra Dios no pretendo más que utilizar el icono más
común del Misterio, mantenido, y a la vez deformado por el uso y
abuso humano, a lo largo de los siglos.
La llamada
transfiguración del Tabor nos presenta de una forma concreta (la
cristiana) una invariante histórica. Nos pone ante los ojos -es
fanía: manifestación sensible- una tarea humana histórica,
y posiblemente transhistórica, un objetivo humano, una aspiración
(impulso del espíritu: Espíritu) humana: la divinización del
hombre. Sin ir más lejos, recordemos desde los chamanes hasta la
eucaristía, recordemos el relato del Génesis (se os abrirán los
ojos y seréis como Dios -2,5-), las enseñanzas místicas (Amada
en el amado transformada, de Juan de la Cruz), (En cada uno de
nosostros el hijo de Dios se hace hombre y el hijo del hombre se hace
hijo de Dios, Eckhart) de los santos padres (Cristo se hizo
hombre para divinizarnos, Atanasio)... Ya en los comienzos del
renacimiento se enseñaba que el hombre está hecho de una naturaleza
que ha de ser construida para poder reunir in se ipso verae rerum
substantiae perfectionem totam.
Divinización que ha ido
tomando forma a lo largo de los milenios en función del nivel de
consciencia desarrollado en cada momento y lugar. Sin duda que la
altura de consciencia de un chamán amazónico actual, o del
neolítico, no es la misma que la de Pitágoras, Tagore,
Krishnamurti, Maharsi, Whitman, Teresa de Ávila, Teresa de Calcuta,
Eckhart, Simone Weil, Buda... o Jesús de Nazaret a quien los
cristianos confesamos el Señor.
Entendamos como don,
gracia, ascesis o como todo a la vez sin separación ni dualidad esta
divinización.
Es claro que estoy
hablando de una hierofanía, una realizacón sensible de lo divino. O
lo que es lo mismo una humanización total del hombre (y de los
dioses). ¿Es algo distinto la cristofanía, la luz del Tabor?
Entiendo que no. Aunque no toda hierofanía sea cristofánica, sí
toda cristofanía es hierofánica. La cristofanía no es sino una
forma concreta de expresar lo universal, lo hierofánico. Los
movimientos como el monoteísmo religioso, el ateísmo, el
politeísmo son dualistas y provocan el enfrentamiento, o conmigo
o contra mí. El terrible grito: ¡Dios con nosotros! (Gott
mit uns! De los pueblos nazis) o ¡Santiago y cierra España!
Llevan a la guerra, a las cruzadas, a la yihab -contra los infieles-.
La cristofanía no es dual: es no-dual, es el hombre siendo a la vez
inmanente y transcendente, o sea, siendo base y cima a la vez: como
la montaña, siendo ola y mar: agua. No hay dos montañas, ni dos
aguas (pese al panta rei de Heráclito), aunque todo para
nuestra mente racional discurra en el tiempo. Lo absoluto está en lo
eterno. Posiblemente recurriendo al ejemplo de los idiomas nuestra
pobre mente (y maravillosa a la vez, sin dualidad) puede “entender”
mejor esta no dualidad. La comunicación verbal, el lenguaje es
único, universal, pero no podemos utilizar ese lenguaje sino es por
medio de una lengua concreta cada vez. Tanto el español como el
inglés son “lenguaje” y por lo mismo universales, nos sirven
para comunicarnos los hombres, pero en cada momento y a la vez hemos
de utilizar solo uno, que en sí mismo no es sino expresión de ese
universal que es la comunicación verbal humana, el lenguaje. La
cristofanía es la forma concreta que se da entre los cristianos de
la universalidad de lo “que es”. Entre los no cristianos estarán
los equivalentes homeomórficos, y viceversa. Podemos escoger
cualquier ejemplo de nuestra vida cotidiana.
La “Cristofanía”
como tal no tiene pretensiones de universalidad. Es sencillamente el
pusillus grex -quizás
muy olvidado y deformado- del que nos habla Lucas (12,32). Se
limita a ofrecer la Luz de Cristo, su Amor lumínico, su Luz
tabórica. Es una palabra cristiana, abierta a lo humano y que
intenta presentar esta epifanía de la condición humana a la luz del
hombre en la situación actual y a la del Tabor cuyo origen parece
estár más allá del tiempo. Pero sin manipular lo divino. Algo que
no se ha respetado a lo largo de la historia.
Sería experiencia de
Cristo realizada en y nacida a la consciencia humana, y a su vez
reflexión crítica sobre ella. Sin reflexión crítica no hay
garantías de nada serio.
El hombre es más que
nada capax Dei (abierto al Misterio) y no
simplemente un animal evolucionado, la consciencia en el hombre da un
salto que le hace entrar en comunión con lo divino, con lo numínico.
Parte de la animalidad pero transciende la mera animalidad. Reducirlo
a animal evolucionado es castrarlo en su propia esencia.
Esta luz tabórica o
cristofánica no es un mero acercamiento doctrinal al Misterio (no
digamos racional), sino sapiencial. La cristofanía comprende también
al Espíritu. Es la percepción-comprensión del tercer ojo. Lo cual
no supone abandonar lo intelectual, sino superarlo. La vida humana no
sólo está guiada por la razón, ni por la simple biología, sino
tambiém por el Espíritu. La cristofanía aspira a ser una
sabiduría, no una mera doctrina basada solo en un hecho del pasado.
Todo ser es una
cristofanía (hierofanía), es luz del Tabor, visto atravesando los
sentidos (sin negarlos), es luz y amor. Esto es la naturaleza misma
de la realidad. La cristofanía del Tabor es reconocer nuestra
no-dualidad, la polaridad transcendente-inmanente. Se trata de ir
cayendo en la cuenta de lo “que es”.
José A. Carmona
carmonabrea@yahoo.es
1 comentario:
les visito, reciban muchas bendiciones
mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
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