jueves, 3 de enero de 2013

Mi amistad con Antonio Troya


Esperando a que el Padre me llame.

Después de unos años sin tener contacto con mi entrañable amigo, y antiguo profesor, Antonio Troya, pude ponerme en relación con él por teléfono. Después de las primeras palabras de sorpresa, más por parte de él que no esperaba mi llamada, me dijo con toda naturalidad: “Pues, yo, José Antonio, estoy aquí esperando a que el Padre me llame”, acababa de cumplir 80 años. Ahora debe andar cercano a los 85 y sigue esperando activamente, o sea amando, dispuesto a la llamada con la misma naturalidad.

Desde mi adolescencia he estado afectivamente muy cerca de Antonio. Lo sigo queriendo mucho. Allá en los años del seminario, recuerdo, cuando yo estudiaba filosofía, paseábamos un grupito (Charlo, López Aleu, Montado, yo…) con él, que acababa de volver de Salamanca licenciado en teología, por el “patio de la noria”, aquellas conversaciones fueron haciendo mella en mí. A la vez lo tuve de profesor de Álgebra. Años después, en el poco tiempo en el que estuve de “cura” por tierras de Cádiz,  fui su coadjutor en Puerto Real por unos meses… Hasta que me secularicé e instalé en Badalona mi contacto con él fue constante. Y pasados mis tiempos de incertidumbre, volví a retomarlo cuando era párroco en Medina Sidonia. Me fascinaba su visión y su vivencia cristianas.

A mi mujer, Paqui, le impresionó la imagen de Antonio, cuando era párroco en Medina Sidonia. Quedó impactada por su larga barba blanca, por la alegría que le dio verme, el abrazo que nos dimos…

Recuerdo que en una de aquellas charlas en el “patio de la noria” nos habló del silencio de Cristo. “Nadie podía entender a Jesús, sólo el Padre. Tenía que sentirse muy solo”. Nos decía y a renglón seguido nos hablaba de las razones en las que apoyaba su afirmación. Guardo en mi interior muchas de las cosas que aprendí de Antonio. Pero la que más me ha impresionado, quizás, ha sido la frase con la que he encabezado este breve escrito: “Con 80 años ya, esperando a que el Padre me llame”, me dijo. Me hace recordar siempre el “consumatum est” de Jesús en la cruz. “No tengo que hacer nada más. Esperar activamente, esperar amando”.

Hoy, yo tengo 72 años. Mi visión de Dios ha pasado por muchas crisis. Ya no entiendo tanto un Dios heterónomo, como teónomo, utilizando términos de Lenaers, entiendo mejor un Dios transpersonal que personal, no acabo de ver la Trinidad como tres personas, sino como la Realidad del Misterio (transpersonal) en su plenitud de Verdad, Amor, Fuerza… y también percibo lo divino como “intimior intimo meo”, como la transcendencia de mi pobre ego individual, plasmado en la Ternura (con mayúsculas) que me brota, y me supera, cuando beso a mis nietos: expresado a mi manera en el estremecimiento que siento al ver sufrir a tantos niños a causa del odio de los hombres adultos, en la magnificencia del canto gregoriano, o en la de una oda de Virgilio, o de un poema de Whitman, de Lorca, o de Juan de la cruz… Y me parece tocarlo con los dedos en el Silencio de mi corazón cuando la palabra aún no ha nacido.

         En esos momentos me acuerdo de ti, Antonio, mi querido Antonio Troya, porque iluminaste mi caminar hacia el Silencio. Porque “esperas a la llamada”, no “esperas la llamada” meramente, porque estás en actitud de vigilia, como nos advierte el evangelio: con el aceite en las lámparas, y así me enseñas a estar sumido en un Silencio activo, un Silencio que colabora creando, amando, experimentando el Misterio y su Manifestación (o Creación). 


       José A. Carmona
       carmonabrea@yahoo.es

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