lunes, 11 de junio de 2012

ACERCA DE LA MEDITACIÓN



MEDITAR O CONTEMPLAR

Entre los primeros escritos que colgué en este blog hubo uno sobre la meditación. Me limité a transcribir un diálogo entre Ken Wilber y su fallecida esposa Treya sobre el tema. Hoy quiero hacer una reflexión personal teniendo como base un diálogo de Krishnamurti con Chögyam T. Rinpoche.

No siempre me ha interesado meditar, pero ya antes de los treinta años empezó a interesarme y, por supuesto, me interesó hacerlo bien. Desde los años sesenta ha sido un interrogante en mi vida qué es lo que hacía Jesús de Nazaret todas aquellas noches en las que se perdía en la montaña a orar, a dialogar con su ABBA.

No voy a hablar de mi experiencia personal, ni incluso desde ella, pero sí con ella. Y en esta experiencia ha tenido un sentido especial las palabras de Zhuang zi –Chuangzi-, el heredero del pensamiento místico de Lao-tse:

“Cuando el agua está quieta, es como un espejo, refleja la barba y las cejas… si el agua obtiene transparencia de la quietud, ¿cuánto más lograrán las facultades mentales? Cuando la mente del Sabio se halla en reposo, se convierte en espejo del Universo…” (citado por Alan Watts)

La mente en reposo es el espejo de la Realidad, dice, yo diría con los transpersonalistas: es la consciencia en la que aparece la Realidad. La mente en reposo es meditación, es contemplación.

Lo divino, lo numinoso, que nos causa miedo y atracción a la vez, no es un objeto que podamos pensar, analizar, o sobre el que podamos reflexionar. Lo sabemos, y conocemos que es así, mas tampoco puede ser objeto de una mera experiencia individual. Y ello por varias razones, entre otras, porque lo numinoso nunca es, ni puede ser, objeto de nada. Lo Divino no es lo opuesto al sujeto, sino que es el sí-mismo que lo abraza todo, incluido el sujeto. No es objeto de una experiencia individual, sino que es la misma experiencia en la que no hay ni sujeto, ni objeto, ausencia total de dualidad.

Tengamos en cuenta que esta ausencia de dualidad no es el resultado, ni puede serlo, de un esfuerzo por afianzar en la existencia un solo polo –el bueno- de la realidad en que vivimos y la consiguiente negación del otro –el malo-. Algo que es lo normal en nuestra visión ascética: insistir en la “virtud” (no necesitamos esforzarnos para que la sangre circule por nuestras venas, el árbol no necesita que lo fuercen a crecer, la ayuda ha de ser indirecta) y negar el “pecado”. Con esta actitud no conseguimos la llamada “perfección”, solamente destruimos, mejor intentamos destruir, el ser relativo que siempre es bipolar. Lo bueno no es lo que se consigue negando lo malo, sino transformándolo: transformación que es fruto de un abrazo total al ser, un abrazo a la Vida que es lo positivo y lo negativo. (Una traducción del Tao dice: Cuando se reconoce la Belleza en el Mundo, se aprende lo que es la Fealdad /Cuando se reconoce la Bondad en el Mundo, se aprende lo que es la Maldad… (ver. 2). Profundicemos en la parábola de la cizaña (Mt 13, 24…) sin olvidar que el relato lo escribe una mente muy dual, una mente hebrea.
Nunca existe la posibilidad de que un polo venza al otro, pues se autodestruiría el ser. Ambos son el mismo ser.

Y por lo mismo, la contemplación no puede ser el resultado de una técnica practicada asiduamente, aunque la práctica sea muy recomendable pues evita las piedras que obstaculizan el camino, que nos impiden caer en la cuenta de "lo que es".

Vemos que en todas las religiones establecidas o estructuradas la práctica del sujeto y la experiencia personal-individual juegan un papel muy importante, es más, la persona, no solamente la experiencia personal lo juega, pero, siempre se habla de la persona en tanto que sujeto, no en tanto que relación. La cultura humana aún está inmersa en el mito de la persona en tanto que sujeto –apenas ha penetrado en ella la persona como relación constitutiva, como apertura y amor del Ser-, y sujeto “enfrentado” al objeto, sujeto dueño de experiencias –no experiencia misma- a las que se accede por la práctica constante. De ahí que entre nosotros haya tal multitud de mitos- dioses-personas, por ejemplo: cantantes, actores y actrices, científicos, futbolistas… (¡Los derechos de la persona! que están muy bien, pero se quedan cortos). En ellos se cifran las esperanzas, en ellos se apoyan las alegrías y contra ellos proyectamos nuestras frustraciones.

También en las religiones la persona ha tenido y tiene un papel preponderante, hasta el punto de identificar lo Divino con una persona o con tres. Lo transpersonal y numinoso es algo vislumbrado por muy pocos.

No estoy condenando nada. Sería una estúpida interpretación personal-individual. Es bueno que la planta crezca, pero no esperemos frutos saludables si no ha llegado a la madurez.

Sea como sea, la persona –repito en tanto que sujeto- ha tenido y tiene una importancia suma en las religiones, que no son sino expresiones culturales de los pueblos. La persona representa para “los fieles” la autoridad, el respeto, la tradición, el ejemplo a imitar, al que hay que pedir y suplicar, con quien dialogar… de ahí la importancia que se da, no siempre ¡por desgracia!, a la experiencia y a la práctica personales. No olvidemos que esta experiencia personal es la que tiene cada sujeto-individuo que en muchos casos no es experiencia comunal, sino pura proyección de los deseos individuales. Y el deseo es enemigo de la paz interior. Es experiencia aislada, no verificada con otras, por tanto experiencia del individuo, no de la persona que nunca es, ni está, aislada. No niego la necesidad de repetir constantemente, de practicar, sino que niego que la meditación sea efecto del esfuerzo individual. No podemos dejar de respirar, pero el respirar no es resultado de un esfuerzo, sino una manifestación y un brote de Vida, cuando se convierte en el resultado de un esfuerzo es señal de que se escapa la vida o de que la forzamos.

La ausencia del sujeto no es sino la ausencia del yo, no simplemente del ego. Ese yo que conocemos por los nombres propios y que incluso puede estar ¡ojalá siempre! comprometido en muchas causas existenciales de solidaridad. Ese yo es siempre sujeto de experiencias personales, es un centro construido fundamentalmente con los recuerdos del pasado. La ausencia del sujeto, o yo existencial, es simplemente la superación de toda dualidad. La meditación es dicha superación.

Concentración, contemplación

Hemos de ser conscientes de que meditar, contemplar, no es simplemente concentrarse.
La concentración es un proceso en el que excluimos una serie de elementos. Es así como la entendemos: me concentro en un punto, en un objeto, en una idea y elimino todo lo restante. Mas la meditación, la contemplación no puede ser excluyente, sino comprensiva. La meditación es comprensión, o sea, dar a las cosas su auténtico o verdadero significado. Y esto solamente se puede conseguir si abrazamos en un Todo a los llamados “sujeto y objeto”, vida y muerte, noche y día, alto y bajo... a la dualidad. Si no hay conocimiento propio, “sabiduría de lo que somos” no podremos dar a las cosas su verdadero significado, solamente calificarlas (o clasificarlas) en función de un baremo determinado (cristiano, agnóstico, social, deportivo, económico, laboral…lo cual es loable en principio y totalmente necesario en nuestro mundo relativo). Si hay comprensión, sabiduría de nosotros mismos, el “yo” desaparece, y al desaparecer, bajo esa capa del yo existencial caemos en la cuenta de que sólo es lo único que es: el YO. Eso. El Misterio. Y la mente se aquieta, permanece en reposo total, en silencio total, no califica, sencillamente observa la totalidad: el sustrato de todo cuanto aparece en la mente (no observa algo), se manifiesta como pura consciencia. Al aquietarse la mente, el espíritu, no hay yo ni ego, ni bueno ni malo, ni alto ni bajo, ni vida ni muerte. Todo es Libertad inmensa.

Acabo trascribiendo unas palabras de Krishnamurti:

“El problema con los seres humanos es que no han observado nunca un árbol, un pájaro sin división. Dado que no lo han hecho, no pueden observarse totalmente a sí mismos… Dónde el “yo” esté tiene que haber desorden. Y si observo al mundo a través del “yo”… hay desorden y conflicto. Observar todo sin crear conflicto es meditar. Para eso no hay que practicar (no se aprende practicando), todo lo que tiene que hacer es darse cuenta exactamente de lo que está sucediendo por dentro y por fuera, sólo darse cuenta.” (Diálogo: ¿Qué es meditar?)


José A. Carmona
Correo electrónico: carmonabrea@yahoo.es


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