domingo, 25 de marzo de 2012

REFLEXIONES SOBRE EL TAO (2)

Acerca de la serenidad


“Sólo somos felices en momentos”
. Esta afirmación se suele oír, afirmación que refrenda incluso gente concienciada, gente llena de experiencias vitales. Estamos totalmente convencidos de que somos (1) "unos sujetos (yoes)" que viven (2) "momentos felices" (sin concretar qué sea esto de la felicidad) pero que la mayoría de los momentos vividos no lo han sido, ni lo son. Y se trata de un convencimiento tan profundo – en ambos aspectos: en el del yo y en el de la felicidad- que ni se nos ocurre cuestionarlo. Es más ¿A quién sino a un loco se le ocurriría hacerlo?
Es muy posible que este doble convencimiento sea lo que nos lleva a no ser en verdad lo que somos y a no ser felices en todo momento, no solamente en algunos, puesto que mina de raíz cualquier cuestionamiento sobre el tema. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber…” (Jn. 4,10).
“El sabio –nos dice el Tao en el v.7- debido a que no atiende a su ego se encuentra satisfecho”.

Sencillamente este errado concepto que tenemos de nuestro “yo” nos impulsa constantemente hacia la infelicidad. Ya en este blog he escrito sobre el asunto de nuestra identidad, de nuestra sensación de ser una identidad separada, sensación que nos lleva a un pozo sin fondo, porque es una sensación que es falsa: no somos una identidad separada del Todo. Hoy existe todo un mercado de libros sobre la “autoestima” (muchas personas bienintencionadas los devoran). En realidad lo que hacen estos libros es aumentar ese falso concepto de identidad personal, esa falsa visión del “yo” al que,siguiendo los pasos de Freud, solemos llamar “ego”. La autoestima es necesaria para tener un yo poderoso capaz de dialogar, y en su caso enfrentarse de forma “asertiva” –asertividad que se interpreta casi exclusivamente como saber decir “no”-, con los otros “yoes”, se afirma por todas partes. No sé qué beneficio psicológico está consiguiendo la humanidad con el consumo de estos libros, poco o ninguno, pues no parece que la humanidad sea más feliz. El beneficio que sin duda aportan dichos libros sobre la “autoestima” se suele expresar en dólares o euros para las editoriales y autores. Entiendo que lo que hacen es abundar más en la conciencia del ego, o sea, del yo superficial, dando por supuesto que es y que hay que quererlo. Y esta visión es tan universal que decir algo en contra es situarse bien fuera de lo normal (¿loco?).

Sin embargo, todos los grandes libros místicos (revelados para muchos, fundantes en todo caso) hablan en sentido contrario. Vivo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí, nos dice Pablo (Gal. 2,20) y ¡la ascesis católica posterior transforma estas palabras en la cohabitación del Espíritu en el corazón del creyente católico! Quien quiera venir en pos de mí tome su cruz y sígame, nos dice Jesucristo (Mt 16, 24 y par) y la ascesis católica, incapaz de ver más allá del Vía Crucis, nos dirá que se refiere al sufrimiento inherente al seguimiento, olvidándose totalmente de la parábola de la cepa y los sarmientos (Jn 15), olvidándose que entre la vid y los sarmientos no hay más que una sola vida, y no exclusivamente –ni principalmente- de sufrimientos. Olvidándose de que el Maestro quiere Misericordia y no sacrificio (Mt 9,13).

Mas no es mi intención mostrar lo que podamos entender que lo cristiano –Nuevo Testamento y místicos - dice sobre la falsa concepción del yo superficial o ego, sino mostrar la línea que muestra el Tao con respecto a ello.

Nosotros los occidentales tenemos enraizado hasta lo más hondo la conciencia que somos un “yo” que confundimos con el ego en la inmensa mayoría de los casos. Pienso que en el caso del yo superficial es así, se identifican. E igualmente tenemos el convencimiento total de que la clave para conseguir la felicidad está en tener una gran “autoestima” (quizás como un primer paso pueda servir). Según el Tao esta falsa concepción del yo y ese mito de un ego sano son la verdadera causa de la falta de felicidad de la gente. El ego, el pequeño yo, ese sujeto con el que me identifico (José, Juan, María, Montse...) no puede ser sano, por sí mismo ya es insano, es falso, no puede ser fundamento de nada, mucho menos de la felicidad, porque no es, no existe. Es una creación de una falsa conciencia. (Solamente nos sirve para relacionarnos en sociedad).
Toda gratificación de este ego falso es temporal y por lo mismo nunca se sacia. Si quieres ser feliz libérate de tu ego, de tu yo superficial, del mito del ego sano y satisfecho porque no hay ego satisfecho. El sabio, dice el Tao, se sirve a sí mismo en último lugar, y se encuentra atendido; observa a su cuerpo como accidental, y encuentra que resiste. Debido que no atiende a su Ego se encuentra satisfecho.

El equilibrio taoísta se fundamenta en el Centro del Ser. Obviamente este Centro tiene su manifestación en el cuerpo, que es nosotros (nunca una parte de nosotros, tal como tampoco lo es el espíritu, el cuerpo es nosotros, el animus es nosotros, el pneuma es nosotros...). Los occidentales actuales solemos colocar dicho Centro (de la persona) en el cerebro, como controlador (informático) de todo el cuerpo y sus funciones. Se ha colocado y se coloca también mucho en el corazón. Los taoístas lo hacen en el Hara, en el entorno del ombligo. Todo ello es indicativo de la pluralidad de culturas, mas todas coinciden: en todos nosotros se expresa y manifiesta el Centro del Ser. Ese Centro que nos da el equilibrio para poder montar en bicicleta, para poder patinar… o para mantenernos en equilibrio ante los múltiples cambios de la existencia. Está en todas partes y en ninguna, y hace que la templanza modere nuestro ser. Y por suerte, no lo podemos definir, sólo indicar. Que seamos serenos, plenamente serenos, sosegados, que estemos siempre en paz, eso es el resultado de estar en el Centro.

La serenidad, o sosiego, es un fruto escaso, nunca ha abundado en la historia. Se confunde con frecuencia en nuestros días con el “pasotismo” (palabra creada para significar la más absoluta indiferencia), y sin embargo, hay una enorme diferencia: el “pasota” es tan superficial, tan egoísta que no hay nada que le afecte, salvo lo que pueda atañer a su ego: el sabio sereno es tan profundo que nada relativo lo puede alterar. El primero es pre-racional, ni siquiera llega al nivel más elemental de conciencia razonable, el segundo es trans-racional, va más allá de la razón superándola. Tan solo se parecen ambos en que no son racionales. O son no-racionales. Muchos psicólogos los han confundido – comenzando por Freud, que no supera en sus análisis el segundo escalón de los niveles de conciencia- e identifican el uno con el otro por lo que llaman a muchos místicos paranoicos (no es mera opinión personal, ya Jung apuntaba esta confusión). La serenidad es fruto de un árbol que hunde sus raíces más allá del ego. Y entre los hombres de todas las épocas no ser egoísta o interesado nunca “se ha llevado”. Quizás en la nuestra menos que en ninguna otra, pero… siempre ha habido y hay locos que saben amar.

En el Tao, como en el cristianismo, en el budismo, estoicismo… desde hace milenios se ha reconocido que la serenidad emana, brota del olvido –no el mero no recordar, el mero no hacer memoria- del ego, de la superación del pequeño y superficial “yo” –no del “Yo”: identidad con el Todo-. Si nos orientamos hacia el Centro del Ser, o sea, hacia el “Yo”, el pequeño “yo” o ego desaparece, porque así no estamos pendientes de alimentar las falsas y obsesivas necesidades de ese ego. Lao Tse decía que la forma más elevada del propio instinto de conservación, que parece defender nuestro ego, es el olvido de uno mismo (v.28). Es interesante en este sentido ver como nuestro gran místico s. Juan de la Cruz nos aconseja en unas letrillas sobre la Suma de la perfección: Olvido de lo criado, /memoria del Creador, /atención a lo interior/y estarse amando al Amado. En cambio, si estamos, como es lo común, pendientes de nuestro ego, el yo deja de ser pequeño y se convierte en monstruo que todo lo devora, incluidas las buenas intenciones. Los buenos propósitos no son más que productos disimulados del mismo ego. ¡Ay, las falsas orientaciones de la ascética cristiana del siglo XIX! ¡Los propósitos de enmienda! Todos apoyados, en definitiva, en el propio ego y surgidos del mismo.
Olvidarse del ego es transcender el sí mismo y por lo tanto nunca tomarse nada como afrenta personal. Es claro que si somos serenos, estamos orientado hacia el Centro, no hacia el “yo” y por lo mismo el egoísmo no puede tener cabida. Y si el Centro no es el “yo”, ¿Qué es?

El Centro es el TÚ, mejor, el Todo en el que somos y vivimos, y que, mientras estamos en esta tierra, queda concretado por el espacio y el tiempo subjetivos en el Tú. Si los demás (sin cerrar jamás este “demás”: humanos, vida, universo, Misterio…), al igual que nuestro “Yo” esencial, son el centro al que nos dirigimos como personas en el tiempo, el egoísmo será un mero fantasma de humo. ¿Qué es si no el Amor? (Lc. 10, 30-37). Ese Amor que lo abarca todo, incluidos nosotros mismos. Plenitud.

Todos tenemos al alcance de la mano ejemplos en los que fijarnos y de los que aprender ¡Alcemos la vista!

José A. Carmona

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