jueves, 16 de junio de 2011

FE Y CREENCIA

Es de uso común utilizar estas dos expresiones como sinónimas. Incluso se les suele añadir una tercera: la devoción. La fe, la creencia, la devoción...y sin embargo...

Ya en unos de los primeros artículos -sobre la ciencia y la religión-, que publiqué en mi blog, hablé de la "fe, la creencia y la experiencia religiosa". En artículos posteriores insistí en la distinción entre Fe y creencia. Fe y creencia son pasos ascendentes en los niveles de conciencia, algo así como las edades por las que pasa en ser humano, y así como un niño de cinco años no es, ni puede ser, un adulto, una actitud de creencia no es, ni puede ser, una actitud de Fe. Mucho menos una actitud de Experiencia Religiosa. San Pablo nos advierte en su Primera Carta a los corintios (3,1-2) “... no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente débil... Os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más.” Y en esta edad infantil de los corintios, al parecer, sigue manteniéndose la inmensa mayoría de los que se denominan creyentes. Se da mucha creencia sin fe, bastante fe sin experiencia y algo de ésta sin adaptación, pues esta última etapa es alcanzada sólo por los grandes de la mística.

La creencia es una fuerza ciega que suele apoyarse en una confianza ingenua a la que tenemos miedo renunciar. No se trata ya del insensato “Credo quia absurdum” de Tertuliano, sino del creo porque me lo han dicho las autoridades religiosas (quienes se auto-atribuyen el discernimiento de lo que es, o no es, palabra de Dios - un dios mítico, inaceptable para una conciencia de un desarrollo superior al de la conciencia mágico/mítica-). Las autoridades eclesiásticas católicas dicen que la autoridad en que se fundamenta esa creencia, a la que llaman fe, es de Dios “que no puede engañarse, ni engañarnos”, pero no están hablando de la Realidad que subyace tras la palabra Dios, sino del dios que ellos, y muchos, hemos ido creando en nuestra mente a lo largo de la historia. Un Dios objetivo que no es sino un ídolo mental. Y además afirman que esa palabra de Dios está contenida fundamentalmente -en el Vaticano I se afirma: “exclusivamente”- en la Biblia, lo cual no deja de sonar a un descarado etnocentrismo-fundamentalismo. Evidentemente a quien cree el creyente es a la autoridad eclesiástica, con Dios nunca ha tenido contacto. El creyente católico cree que la Biblia es la palabra de Dios, pero lo cree porque la dice la autoridad eclesiástica católica. No parte, ni se alimenta de ninguna experiencia de nivel sutil o causal. De igual manera, el musulmán cree lo mismo de El Corán y con el mismo derecho y el mismo etnocentrismo-fundamentalismo. Para el hinduismo en el origen está la revelación contenida en los Vedas, pero se trata de una revelación que no es religiosa, que no está inspirada por ningún Dios. Para el concilio Vaticano I esa creencia a la que se llama fe, es un asentimiento intelectual, movido por la voluntad y la gracia, a las “verdades que Dios nos revela”, entendiendo claramente por verdad la aprehensión mental del objeto. Nunca el objeto. Nunca la fe es mostrada como una experiencia de la persona, sino como una sumisión -súbditos- de la inteligencia a lo que la jerarquía dice que es palabra de Dios. No digo que no lo sea, la Biblia es una colección de libros maravillosa, una descripción encantadora del devenir de un Pueblo que ha hecho de Yavé su Leit Motiv. Pero creo que también es palabra de Dios todo lo hablado o escrito que propugne el Amor y la Paz. En cambio es muy difícil ver la palabra del Ser en las expresiones xenófobas, en las que propugnan la injusticia, en los mítines políticos, en la mentira, en los que excusan el sufrimiento de los demás... porque toda palabra humana salida del silencio, del Silencio Originario del que más adelante diré algo, es palabra de Dios, pienso y afirmo. ¿Es esto “buenismo”? Creo que es realismo, pero profundo, realismo que no se queda en la superficie de los mares, sino que bucea por las aguas profundas. Realismo que no perciben los sentidos, ni la mente, sino el tercer ojo, el contemplativo.

La creencia se alimenta muchas veces de falta de lógica y supone una renuncia a madurar, es un querer permanecer siempre en el infantilismo, en multitud de ocasiones de forma no consciente. No surge la autocrítica. Este infantilismo nada tiene que ver con el consejo evangélico de hacerse como niño (Mt 18,2...). El consejo evangélico habla de la necesidad de ser sencillos, sin doblez, sin prepotencia a la vez que en otro relato nos pide ser “prudentes como serpientes”. No pide que seamos estúpidos, simplistas.

Decía en mi anterior escrito que “la creencia es la forma más baja de compromiso religioso. El “verdadero” creyente se adhiere a un sistema de creencias codificado (una doctrina) que parece actuar como un fondo de símbolos de inmortalidad (puede ser el fundamentalismo católico o musulmán, el cientificismo racional, el marxismo, la religión civil…la lotería...el fútbol... vivir tranquilos... ).” Su sistema de creencias es una política de permanencia, política de permanecer agarrado a la conciencia mítica de permanencia (neolítica) en la que el Sustrato Último del ser (Dios) aparece con formas sensibles (imágenes totémicas) que poco a poco se irán haciendo humanas-personales: Un Juez, un Padre, un Redentor nacido de una Virgen y que caminó sobre las aguas, una imagen milagrosa... Esto es lo que suele aparecer en el trasfondo de las creencias populares sin necesidad de tener que hurgar en ellas. Por supuesto que el sistema de creencias, o la negación del mismo (que no deja de ser otro fondo de símbolos de inmortalidad o de empuje), está totalmente vinculado en su ser y en su manifestación al nivel de desarrollo de conciencia del mismo creyente. Conforme se crece en ésta, las creencias mágico-míticas se abandonan, y van apareciendo las experiencias de "fe".

Un sistema de creencias puede estar vinculado a una religiosidad superior (auténtica -que empuja hacia el desarrollo, hacia la evolución de la conciencia-, no solamente legítima -adecuada al momento y circunstancia, pero que no empuja hacia..., se atiene a mantener la doctrina y la moral elaboradas hasta hoy-), y puede ser muy válido sirviendo como expresión conceptual y codificación apropiada de la fe, de la experiencia o de la adaptación. Evidentemente que tal sistema necesariamente ha de ser no dogmático, no clausurado, sino abierto, evolutivo, en diálogo constante con todos los otros sistemas de creencias, con la ciencia y con toda la Realidad. En este caso se trata de una clarificación racional de verdades "trans-racionales.” clarificación que necesitamos aún. Nunca, Realidad de fe, como es el caso de los místicos cristianos o de la confesión que sean, si es que lo son. La experiencia de fe necesariamente es expresada de una forma simbólica, con un lenguaje contradictorio, descriptivo y de validez sólo para quienes lo sepan hablar, pues el lenguaje racional no puede comprenderla (comprehendere=asir), no racional (lo siento por mi etapa de tomista furibundo, he girado 180 grados).

Fe

La fe es un actitud intermedia entre la creencia y la experiencia religiosa. Su compromiso religioso no está generado principalmente por su sistema de creencias, sino porque la persona que tiene fe intuye de alguna manera a(¿l?) Ser como inmanente (fundamento de esta realidad en la que estamos y somos) y transcendente a su vez a la misma persona. Las creencias son secundarias, si sirven se utilizan, si no, se dejan (esta actitud le costó a Eckhart la condena como hereje: “In agro dominico” 1329). Su intuición de fe, por lo mismo, se puede expresar de muchas maneras. La persona de fe tiende a huir del literalismo, del dogmatismo, del fundamentalismo, que definen al creyente verdadero. La persona de fe sufre de dudas religiosas, no proyecta hacia fuera, y tiende a transcender las creencias meramente consoladoras. Su actitud no es la del que tiene una certeza total y absoluta (creyente), sino que intuye una presencia de Dios, pero a la vez anhela una mayor proximidad y unión con Él, cosa que le llena de anhelos y dudas. (¿Dónde te escondiste Amado...? Vivo sin vivir en mí. ¡Ay qué larga es esta vida,/ qué largo este destierro...)

Existe un proverbio zen que ilustra muy bien lo dicho sobre la Fe.

Gran duda, gran iluminación.
Pequeña duda, pequeña iluminación.
Ninguna duda, ninguna iluminación.

Hay dos maneras de aliviar esta duda: volver atrás y revestirla con los símbolos de inmortalidad de la creencia, con las formas rígidas y externas del dogmatismo, o seguir adelante para llegar a la experiencia cumbre. Nos mantenemos en el paradigma infantil, o tomamos en serio nuestra edad adulta, si es que hemos llegado a ella.

Experiencia (cumbre)

Ésta va más allá de la fe y consiste en un encuentro real (con el Fundamento del Ser. Dios, Misterio...) y una cognición literal, aunque sea muy breve. Es una intuición temporal de uno de los niveles auténticos de la organización estructural religiosa (psíquico, sutil, causal.)
No es como el frenesí emocional o los trances mágicos que son suspensiones temporales de la razón por regresión a las adaptaciones pre-racionales y son orgiásticas, la experiencia religiosa es una epifanía trans-racional, que es numinosa, noética, iluminativa y tiene mucha intuición. No hablo de un Dios Personal, de un Dios Padre, no porque no lo sienta yo, José Antonio, así, sino porque la misma realidad de persona no es la plenitud de la evolución. Por decirlo con nuestro lenguaje racional: Dios, la Realidad, el Misterio, el Vacío es mucho más que la persona, como es mucho más que la razón, y mucho más que el dualismo, y mucho más que el “es”. A la vez que se manifiesta en todo, y para nosotros ahora sobre todo en la persona. Lo que mejor procede es el apofatismo. Apofatismo que se da en la experiencia cumbre
Las experiencias religiosas pueden producirse en cualquier persona, esté en el nivel de conciencia en que esté. Si le sucede a un creyente religioso-mítico, suele producir en él unos efectos desproporcionados de activación de sus símbolos míticos de inmortalidad, por ejemplo: un superego áspero, sentimiento de culpabilidad excesivo, excedente de represión contaminado de culpabilidad emocional-sexual (también en función de la visión antropológica del sujeto). Me recuerda a lo que me decían en el seminario de (S) Pedro de Alcántara, el (santo) Cura de Ars...
En este caso una experiencia cumbre, una intuición vertical, normalmente santa (o yóguica en otras formas de interpretación espiritual...), se convierte en un impulso horizontal, porque no hay estructuras que puedan sostener la experiencia y el nivel de la adaptación es incapaz de contener el flujo cognitivo de dicha experiencia. También una verdadera experiencia cumbre podría convertir a un creyente en una persona de fe con una tolerancia más universal. Pero no es corriente.
Así, combinando los diversos niveles, los de la experiencia y los del nivel de conciencia sustrato que la recibe, podemos hablar de nueve variedades de una auténtica Experiencia Cumbre: psíquica (panenhénica), sutil (teísta), causal (monista o trinitaria). Y este influjo cognitivo se vierte en una estructura: mágica, mítica, racional. Tres experiencias y tres niveles de conciencia. 3*3: 9

Ejemplos: la experiencia del Sinaí puede ser una experiencia teísta vertida en estructura mítica. La Experiencia es inefable, apofática. La versión o interpretación: Yavé -el Dios de Israel, no otro – proclamando la norma básica de convivencia del pueblo (¿la Constitución?). De ahí se puede sacar todo lo que se quiera. Hay razones para justificar lo más increíble.

Creo que podemos poner maravillosos ejemplos sobre experiencias cumbres extraídos de los textos de nuestros místicos como el de san Juan de la Cruz

Coplas hechas ante un éxtasis de harta contemplación
Entreme donde no supe,/ y quedeme no sabiendo/ toda sciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba,/ pero, cuando allí me vi,/ sin saber dónde me estaba,/ grandes cosas entendí;/ no diré lo que sentí,/ que me quedé no sabiendo,/ toda ciencia transcendiendo
...
O de una adaptación estructural como este texto de santa Teresa (interpretada con los conceptos de la época)

Vida, ¿qué puedo yo darle/ a mi Dios que vive en mí,/ si no es el perderte a ti, /para merecer ganarle?/ Quiero muriendo alcanzarle,/ pues tanto a mi amado quiero,/ que muero porque no muero...


Una experiencia cumbre sólo es un mero atisbo de los niveles de organización estructural permanente de la Conciencia. Gracias a los místicos y a ciertos psicólogos se ha llegado a la conclusión de que el manantial de la religión no es ni la creencia, ni la fe, sino la experiencia directa. Todas las religiones del mundo han empezado como una experiencia directa de algún profeta o místico. Sólo más tarde se codificaron en doctrina o sistema de creencias que exigían fe incondicional (creencia).La experiencia cumbre es el paradigma fundamental de la auténtica religiosidad según la famosa pirámide de Maslow.

Pero no sólo la experiencia es posible, sino que la adaptación estructural a esos dominios superiores también lo es, como lo es hoy día el funcionar en el nivel lingüístico, cosa totalmente inusitada en el Paleolítico. Si hablamos en términos de tiempo geológico, hace muy poco. Y no hablamos de experiencias lingüísticas -de que alguien en algún momento pueda articular sonidos que signifiquen-, sino de que se está en el nivel lingüístico -que todos los humanos hablamos-. Esto es lo normal hoy.
Una religiosidad auténtica, nos dicen los expertos, podría implicar realmente una transformación del desarrollo y una adaptación estructural concretas, algo que no se puede hacer en una creencia que no se puede verificar cognitivamente (¿Cómo verificamos el Misterio de la Trinidad?...), ni una fe que no tiene ningún contenido necesario (es una mera intuición), ni siquiera una experiencia cumbre, que sí se puede verificar, pero que es transitoria, sino una adaptación estructural permanente en esos niveles superiores.

Pero esto no es el tema a tratar hoy. El tema es la relación fe-creencia.

Ha habido y hay miles de millones de personas que han creído o creen. En el lenguaje coloquial y en el oficial de las religiones instituidas se utilizan indistintamente las palabras creencia y fe. Ha habido y hay muchos teólogos (si es que puede haber un verdadero teólogo), creo que lo sensato sería llamarlos estudiosos de lo religioso, que han interpretado ambas palabras como sinónimas, otros no. Yo personalmente me alineo con los segundos, más en concreto, me alineo en la senda de Krishnamurti y Wilber, (pienso que Jesús de Nazaret también: "tu fe te ha salvado", la creencia no salva sino que hace que te creas salvado. La fe transformaba a la pèrsona.) salvando las enormes diferencias. Es de notar que la palabra griega (pistis) que se traduce por fe, significa en su origen confianza o verdad.

No es insensato afirmar que la creencia es un obstáculo para la verdad, como defiende Krishnamurti. -Me costó mucho tiempo verlo-. La fe presupone un escalón más alto en el nivel de conciencia, así cuando subimos una escalera hemos de abandonar sin negarlo el tercer escalón para poder acceder al cuarto. Mientras estemos en el tercero, atados al mismo por miedo al riesgo que supone abandonarlo y perder la altura conseguida, no podremos acceder al cuarto. Mas cuando subimos, nos damos cuenta de que la altura que teníamos no solamente no la hemos perdido, sino que la hemos aumentado, que aquella actitud se ha visto alimentada por la experiencia, por una experiencia de comunión, no por unas palabras de comunión.

Creer en Dios -no digo ya en los milagros por la intercesión de los santos- es no encontrar a Dios. Tener fe es tener la intuición del Misterio, de la Realidad a la que podemos llamar Dios, Alá, Nada, Cosa... El nombre no hace la realidad, aunque es muy importante cuando la palabra es realmente símbolo, no mero signo. Ni el creyente, ni el no creyente encontrarán a Dios, porque por definición Dios es lo desconocido, no puede ser significado en la palabra, ni contenido en la creencia. Creer o no creer es sencillamente proyectarse -psicológicamente-. ¿Por qué creemos? ¿Por qué afirmamos que Dios es Trino? ¿Por qué afirmamos que Jesús es el Señor? La respuesta sincera y profunda la ha de dar cada uno. ¿Si yo no hubiera nacido en esta cultura, si no hubiera estudiado teología, si no la hubiera enseñado, creería lo mismo? ¿Dios me puso aquí para que tubiera la "verdadera fe", y no pasara hambre, ni careciera de vivienda...? Un dios que tiene sus favorecidos se parece sospechosamente a un hombre lleno de nepotismo -¿a un papa renacentista?. Las creencias dependen de las culturas y son proyecciones que nos dan seguridad y satisfacción, que nos dan esperanza y sentido para la vida ¿Pero, son la Realidad? Examinemos lo que los cristianos hemos hecho, y seguimos haciendo, a lo largo de dos mil años. Hoy son los terroristas quienes se han de perseguir -después de haberles robado todo el petróleo-, antaño los infieles, y los creyentes y no creyentes siempre opresores siempre con razones. ¿Una visión simplista la que expongo? Puede, pero la conversión, la metánoia que nos pidió Jesús no ha llegado por las creencias. Invito a una reflexión meditada: centrada en un silencio no forzado. Nadie quiera sacar de aquí lo que no hay: quien se dedica a matar, extorsionar...no está en la línea del Amor.

Los creyentes afirman que creer en Dios es un incentivo para una vida mejor, no digamos el incentivo que supone para muchos creyentes el esperar otra vida. Ya Kant deshace esta visión con su opción del “imperativo categórico” como razón para la moralidad, y ¿qué decir del soneto anónimo renacentista: “No me tienes que dar porque te quiera”... En este caso lo que importa es el incentivo, la creencia es utilizada como incentivo. En esto veo mucho más honestos a los llamados ateos o agnósticos, a los filántropos. No niego la existencia de muchísimas personas abnegadas que buscan el bien de todos: Vicente Ferrer, Teresa de Calcuta, Gandhi, mi antiguo compañero el cura Andrés Avelino de Algeciras, … y tantos millones de anónimos que no necesitan ningún incentivo para amar, el amor es el incentivo; lo que afirmo es que este amor no está originado en la creencia. Sí que lo está en la fe, tome ésta la forma que tome. Ese amor es la estructura, la adaptación, es Amor.

Los creyentes afirman que creen en Dios ¡y no crean Amor! En la vida vemos que muchos se afirman creyentes, pero siguen entre nosotros el odio, las divisiones, la opresión, la injusticia...¡las guerras! Los gobiernos asisten a actos religiosos oficiales, pero se siguen fabricando armas para matar y condenando al hambre y a la muerte a miles de millones de personas. ¿Para qué sirve esta creencia? Sigue imperando el abuso de los mercados económicos..., la violencia, la rivalidad, la competitividad que lo inunda todo, que es lo socialmente correcto..., el etnocentrismo. ¡Cuánto nos falta para llegar a ser personas (de per-sonare = abrirse desde lo interior) no meras personas (de hipóstasis = máscara, resonar desde el exterior)!

Sigamos el cuestionamiento. ¿Los creyentes creen en la Realidad a la que llaman Dios? ¿O solamente en la palabra Dios? Pero la palabra no es la Realidad, como he dicho. La palabra no es la cosa, todo lo más un símbolo. Si le preguntásemos a los católicos practicantes si creen en Alá, su respuesta sin duda sería negativa,-y a la inversa-. Lo mismo se podría hacer con los ateos, agnósticos...Todos nos quedamos en la palabra. ¿Acaso la Realidad no es única y no depende del nombre que se le dé. El nombre Alá tiene una carga cultural y el nombre Dios, o Cristo, otra. Es en el nombre con sus inflaciones culturales en lo que creemos.

Y por otra parte, Dios es el Misterio que no puede ser aprehendido, la Realidad que está transcendiendo el tiempo, más allá del tiempo y a la vez presente en él. El Misterio no pertenece al tiempo, para poder tener una comunión con Él el hombre no puede estar en el tiempo, ha de salir del tiempo. O sea, ha de estar totalmente en el momento presente, el momento stans (nunc stans), no el fluens, ha de estar vacío totalmente del pasado y del futuro. El tiempo es el pasado y el futuro, lo que no es. La mente, que es la creadora del tiempo psicológico con su visión dual, ha de estar sin ningún contenido, ni pensamientos, ni ideas, ni creencias... en una palabra no estar, no ser dual, sencillamente la persona ha de “ser” aquí y ahora. Sólo así podrá unirse, identificarse con lo innominable, podrá ser lo que es en verdad: Una con lo inaprensible. Esa experiencia directa de identificación es la fe en la vida de los místicos.

Se trata de la contemplación. Quedarse pasmado no al saberse Realidad, sino al vivirse Realidad, Plenitud, Totalidad, Cristo... “El Padre y yo somos uno” Jesús no hizo más que vivir en contemplación. La meditación, el ser llevado al centro es contemplación y nunca reflexión. Algo que no solemos tener en cuenta porque en las raíces de nuestra cultura está mucho más el logos que la gnosis y por lo mismo identificamos meditar con reflexionar. Esto no es óbice para que se pueda hacer una reflexión meditativa, que no es meditación, que procede con lógica -la que sea- pero que parte de un silencio originante.

La fe es sencillamente contemplación, es dejar que la mente se libere del tiempo y de todo cuanto el mismo conlleva. Esta liberación es un don, gracia (como dice la escolástica), pienso , pero es don como lo es la Realidad. Todo es don, todo es gratuidad. Cuanto percibimos en este vida es puro don, pura manifestación del “mundo inmanifiesto”; gratuita, generosa presencia del Espíritu. La fe no es un esfuerzo, una ascesis. Es sencillamente caer en la cuenta de lo que somos. Asumir lo que es. La esencia del Ser es el mismo juego, dice Heidegger. Y el juego es pura Gratuidad, pura Vida, puro Ser.

Acabo esta exposición con unas palabras de Krishnamurti:

“De manera que Dios, la verdad o lo que sea, surge de instante en instante, sólo se da en ese estado de libertad, de espontaneidad, y no cuando la mente está disciplinada basándose en un patrón. Dios no pertenece a la mente, no adviene mediante la proyección de uno mismo (la creencia -añadido mio-) llega cuando hay virtud, o sea, cuando hay libertad. Virtud significa afrontar el hecho de “lo que es”, y afrontarlo en un estado de bienaventuranza. Tan sólo cuando la mente está dichosa, en silencio, sin ninguna actividad suya, sin ninguna proyección del pensamiento, consciente o inconsciente, únicamente entonces se manifiesta lo eterno.”

José Antonio Carmona

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