martes, 18 de mayo de 2010

Acerca del pecado como culpa. Segunda parte.

¿Se puede seguir hablando de PECADO o CULPA (transgresión de la ley de Dios o de leyes de instituciones religiosas) en el lenguaje cristiano después de la Postmodernidad?
Segunda parte

Voy a empezar esta segunda parte haciendo una somera alusión al budismo y al hinduismo, siguiendo unas reflexiones de un maestro en el tema, Raimon Panikkar.

Los que somos deudores de la tradición abrahámica, a través del cristianismo, no podemos concebir a Dios, si no es a partir del Ser, algo que no ocurre en todas las religiones, ni tampoco en el ateísmo moderno. Ya Heidegger distingue, como veremos más adelante, entre la comprensión metafísica del Ser (la que hemos tenido hasta ahora en la filosofía occidental) y la comprensión no metafísica (postmetafísica) a la que apunta todo pensamiento futuro y que supondrá la superación de toda ontología. En esta línea de desentologización de Dios podemos entender mejor el budismo que nos habla constantemente de la Nada, el Vacío...
Con esta visión del No-Ser en el budismo no puede existir una concepción del pecado como transgresión de una Ley divina, ni tan siquiera una concepción del pecado. En cambio, en el hinduismo sí que se da algo similar a cierto concepto de pecado, no el más usual: el hinduismo asume la concepción védica de la existencia como deuda, de la creaturabilidad como algo que debe ser superado, del ego que ha de ser transformado en yo=amor, de aquí pasó al vedanta, una de las visiones místicas más interesantes habidas en la historia pasada y en la historia que se está haciendo. De ahí deduce el vedanta el deber primordial del ser humano: cancelar sus deudas con el pasado y transcender su propia creaturidad, ser uno con (el) Todo. En su propio ser criatura, en no ser Dios, no ser lo Total, en la misma sensación de separatividad, de que somos un yo separado del Espíritu, del Todo está el pecado, el pecado es la misma consciencia de separatividad, como nos explica Alan Watts en su “Libro del tabú”. El pecado se da, cuando la propia existencia se estanca, cuando el ser que necesariamente es ser-siendo, es acción, se hace una substancia, se cree no solo ex-sistente (sistere ex), sino con-sistente (sistere in se); el pecado, dice Panikkar, es la sistencia que no acepta su ek-sistencia, el ser que olvida su evolución, la existencia que se para y no se hace esencia. La acción, que transcurre, que se piensa, permaneciendo, permanente.

Realmente es ésta una reflexión nada banal, muy profunda, y nos puede ayudar a reflexionar con una perspectiva cristiana sobre la parábola del Hijo pródigo. Somos pecadores, esto es, somos seres en evolución, in fieri, por el mero hecho de existir (sea este hecho creación, manifestación, participación...), por tanto el reconocimiento de nuestra condición necesitada del perdón (per-donare = dar en abundancia, dar la existencia), de que somos manifestación, sólo manifestación, de lo inmanifiesto es la actitud justa. De ahí que el justo (en la Biblia: el que no tiene pecado) se confiese pecador =recibidor del per-don (donación del ser) de aquel que no es el ser, sino el Origen del ser, que es No-ser.
Por descontado que esta visión fundamentada en los Vedas está enfrentada con la noción de pecado como culpa legal, como transgresión de la norma. Simplemente está hablando de un fieri que no ha llegado a su culminación (Atman), culminación que no ha de realizarse necesariamente con el tiempo, aunque sí en el tiempo. Es temporal, mas no depende del tiempo, en modo alguno los Vedas se plantean el aspecto jurídico y el de mancha del alma de la ex-istencia, es algo impensable para el pensamiento hindú.

Pero, lo que quiero tratar con detenimiento en este escrito es la posibilidad, o no, de que el concepto mítico del pecado manifestado en las épocas mágica y mítica de la conciencia humana (hasta el Renacimiento) concepto que aún mantiene la institución católica (al hablar de institución católica no estoy hablando de la iglesia católica que tanto de bueno está aportando a la humanidad, sino a la institución propiamente dicha: Vaticano, Jerarquía, “jerarquismo” patológico, doctrina ortodoxa,...), pueda seguir siendo sostenido tras el enorme avance de dicha conciencia conseguido al subir ésta del nivel mítico al racional, avance que queda abierto hacia otros niveles superiores (psíquico, sutil, causal... por nombrarlos de alguna manera, niveles que adquirieron los místicos, no digamos el hombre Jesús de Nazaret) a los que la humanidad en su conjunto irá ascendiendo a lo largo de los tiempos, algo que podemos percibir hoy en las manifestaciones de los grandes sabios (de sabiduría, no de erudición) y santos. ¿Qué nivel de conciencia pudo llegar a tener Jesús de Nazaret al celebrar con sus seguidores la última cena y comunicarles todo lo que en el evangelio de Juan se ha dado en llamar la Oración de Jesús (Jn 17)? “Que ellos sean uno, como tú y yo somos uno...”

Esta elevación del nivel de conciencia, este salto cualitativo no se ha hecho de un día por otro, se ha ido elaborando a través de los siglos, pero comienza a apuntar su madurez con el Renacimiento, y hoy está en plena vigencia entre un 30% de la población humana. La mayoría sigue, es cierto según las estadísticas, en el nivel mítico: Mi dios, mi nación, mi grupo, mi equipo de fútbol, mi familia, mi música, mis ideas, mis escritos..., casi todos tenemos mucho aún del nivel mítico.

Por descontado que la cultura en la que Jesús se mueve es heterónoma y no autónoma-teónoma por usar el término de Lenaers . “En todo semejante a nosotros, menos en el pecado” dice Pablo y la ortodoxia.

Dice Lenaers en su libro:

A lo largo de los siglos el grupo cultural cristiano occidental ha desarrollado su propia estética para expresar lo que pensaba y sentía colectivamente. Esto quiere decir que se ha construido su propio lenguaje, en el sentido tanto estricto como amplio, ha formulado leyes y confesiones, ha creado rituales y los ha hecho obligatorios, ha edificado y equipado monasterios e iglesias. Por medio de figuras y colores le ha dado forma a sus esperanzas, expectativas, imaginaciones, miedos, alegrías, dudas conscientes o inconscientes. Pero luego ha sucedido algo asombroso. Aquel lenguaje que cada cual comprendió durante 1000 años en Occidente, se volvió poco a poco un idioma extranjero, una lengua muerta, comprensible sólo por aquellos que anteriormente habían sido educados en ella.

Este texto nos puede ilustrar y, a la vez, servirnos de introducción a lo que sigue.

El principio fundamental en el que la Teología apoya la separación radical entre Creador: Summum Bonum y Criatura: Pecator (in peccato concepit me mater mea: en pecado me concibió mi madre. Salmo 50. Miserere) es el de la aseidad divina y la y la no aseidad de la creación. En este sentido escribe Kant, hombre profundamente cristiano y heterónomo, pero enorme pensador sensibilizado con el pensamiento de su época y con todo pensamiento en general: “Existentiae suae rationem aliquid habere in seipso, absonum est. (Es absurdo que algo pueda tener en sí mismo la razón de su propia existencia)”. Este planteamiento que desarrolla a través de su ingente obra filosófica, sobre todo con las tres grandes críticas-reflexiones-juicios (de la razón pura, razón práctica, estética) lo podemos indicar como el comienzo de la crisis del pensamiento mítico en teología, como el comienzo de la Modernidad en la filosofía (que yo no distingo de la teología, de ningún tipo de teología, como ya he dicho en este blog).

La Modernidad no se limita al campo de la “Filosofía” (no puedo olvidar que Pio X condenó el Modernismo en su famosa, entre los teólogos católicos, encíclica Pascendi el 8/9/1907), sino que abarca todos los campos de la vida humana:

El “Arte” -Goya, Manet, Monet, Van Gogh, Kandinsky...-,

La “Ciencia” -Kepler, Galileo, Newton, Faraday...-,

La Psicología: La “Cognición”: una forma totalmente nueva de conocer, la racional, nueva con respecto a la modalidad cognitiva de la mítico-pertenencia, una nueva forma ética que pasa de la moral convencional (lo bueno, lo verdadero, es lo de mi grupo, religión, país...) a lo postconvencional (los derechos humanos universales, el amor universal de Cristo y los místicos, no así de los cristianos cuando afirman: mi fe es la -única- verdadera).

La Política: aparición de las democracias liberales frente a los absolutismos y totalitarismos... Esto no quiere decir que todos de los políticos hayan alcanzado el nivel naranja de conciencia, muchos, para nuestra desgracia, quedan aún en el azul. Lo que ha alcanzado el nivel de racionalidad es la verdadera conciencia democrática.

La Identidad: la autonomía personal, frente a la identidad marcada por el cargo social, por el rango... Es muy curioso observar los vaivenes que las normas sociales dan sobre la percepción de la identidad. Al DNI se la llama documento de identidad, cuando en todo caso habría que llamarlo de identificación externa, la identidad es, como mínimo, algo más serio. Sólo los grandes hombres de la historia llegaron a vivirla.

Y la Conciencia sigue avanzando hacia nuevos horizontes:
Postmodernidad, Postmetafísica, Kosmocentrismo...

Nuestra sociedad, en su mayoría, navega entre varios niveles de conciencia, en ella se da una gran mezcla de corrientes que suponen distintos niveles de pensamientos, éticas, artes... Se mezcla en una misma sociedad lo premoderno, desde lo mágico del Vudú y muchos de los elementos de la Nueva Era y lo mítico de muchas instituciones, en concreto del Vaticano, de muchos partidos políticos con lo moderno en muchas corrientes artísticas (cine, por ejemplo) en muchas formas de pensamiento, en la visión de algunos partidos políticos (no en todos sus aspectos) y lo postmoderno en pintura, literatura, filosofía (teología), Internet... Nuestro “mundo” es un conglomerado complejo en el que destaca, pienso, la visión de los místicos, los grandes sabios-santos.

Y en este mundo cabe hablar de dioses y religiones míticos/as y de pecado como culpa que comenten los que desobedecen a esos dioses, culpa que va desde saltarse las normas litúrgicas en los sortilegios del Vudú hasta el no acatar los mandamientos (de dios y de la iglesia), culpa que ha de ser castigada o redimida. Esta culpa no tiene necesariamente relación con el perdón. Hay perdón (per-donare) sin culpa, “retomar el camino”, “reintegrarse en la vida” “transcender la conciencia de ser separado”.
La visión del perdón en el cristianismo (no exclusiva de él) es sensacional, pero ha de ser pensada con las nuevas categorías alcanzadas por la conciencia (que no es sino el Espíritu manifestado en la forma).
Por ello, no quiero ofender a ninguna persona. Todos estamos en el abrazo del Amor. Pero, tampoco quiero que me ofendan a mí, también yo, en cuanto José Antonio, soy manifestación del Espíritu en este momento en el que mi pensamiento, y mi experiencia, trata de superar las limitaciones impuestas por siglos de visión mítica de lo religioso cuando Cristo es y así lo expresa Pablo “liberación”.

La Modernidad ha sido descrita como la edad de la “Razón y de la Revolución”. No surge en un momento concreto de la historia de Occidente, ya lo hemos afirmado, sino que va apareciendo a lo largo de siglos: Kepler, Galileo, Erasmo, Descartes, Kant,... podemos escoger de nuevo por sus enorme valentía de pensamiento, el párrafo, ya citado, de éste último en el que expresa que la visión del dios mítico (el ens a se que nos han enseñado hasta hace muy poco y se ¿sigue enseñando? en el catolicismo) es “absonum” (contradictorio), expongo más ampliamente el texto de un hombre cristiano ferviente, Kant: “Existentiae suae rationem aliquid habere in se ipso, absonum est” “Quidquid enim, rationem existentiae alicuius rei in se continet, huius causa est. Pone igitur aliquid esse, quod existentiae suae rationem habere in se ipso, tum sui ipsius causa esset. Quoniam vero causae notio natura sit prior notione causati, et haec illa posterior: idem seipso prius simulque posterius esset, quod est absurdum.” (Obras Completas, Vol. I, pag 480). Afirmaciones similares hace Schopenhauer, otra persona de honda espiritualidad, al criticar el dios defendido por Spinoza. Esta afirmación de Kant, hecha a finales del siglo XVIII, suponía una ruptura muy valiente con el pensamiento dominante en toda la cristiandad sobre la aseidad de dios y de su ontologización como el totalmente otro.

Uno de los grandes aciertos, tuvo también muchos fallos y enormes sin duda, fue la separación de los que la Filosofía Perenne con Huston Smith llama el Gran Tres: La Bondad, la Verdad y la Belleza. En la época mítica, cuando la razón humana no había superado el nivel de pertenencia a un grupo (al grupo cristiano en nuestro caso), época a la que pertenece todo el medievo, el llamado Gran Tres no estaba separado, Verdad, Bondad y Belleza estaban sometidos a la autoridad-poder sacro (jerarquía) de la iglesia, la razón no se había independizado, la ciencia como tal no existía, todo estaba iluminado sólo por una fe mítica según la cual se interpretaba el mundo, la expresión de la Belleza estaba totalmente inundada de esa fe (pecado, infierno...,) y la Bondad, la Moral, emanada de esa fe, era la que determinaba la iglesia, portavoz de dios. El hombre no se había independizado, seguía siendo niño y por lo tanto sometido a los miedos del niño (el dios justiciero, el pecado-no hacer caso a los mayores en autoridad - el castigo-infierno...). Ya anteriormente en este blog he hablado de este tema, sobre todo en el artículo: Sabiduría perenne, y por lo mismo no quiero insistir en lo mismo otra vez. Tan sólo destacar que el lenguaje de la Modernidad es totalmente distinto al de la teología del medievo (y al de la oficial actual). La Verdad se independizó de la tiranía ajena a ella misma que era la imposición jerárquica que afirmaba, entre otras cosas, que la tierra no se movía, que se movía el sol, e ignoraba totalmente adquisiciones de la ciencia como: que la vida se puede ¿crear? fabricar en un laboratorio, que la sexualidad no está solamente para tener hijos, que la evolución no ha terminado ni mucho menos, que el infierno no puede existir, que es posible clonar, que la misma ciencia no es el límite del conocimiento humano... con la independencia, con la autonomía, de la Verdad apareció la ciencia. La Belleza se independizó y se expresó de las más diversas formas y maneras plásticas, verbales, arquitectónicas, musicales, fotográficas, dramáticas, cinematográficas..., y se ha ido haciendo adulta, alimentando el espíritu de los hombres en ese campo inmenso de la subjetividad (que no es capricho ni arbitrariedad), ese campo interior del yo, que necesita reafirmarse continuamente para ser adulto, para no ser ego infantil, etnocéntrico, temeroso de un poder exterior, con miedo al pecado, sino abierto a la libertad de la vida que supone un compromiso de responsabilidad, no de miedo, y de asunción del Misterio mismo que somos en lo más profundo de nosotros, Amor=unión abierto a toda pluralidad de formas que ayudan a construir, que son la creatio in fieri, la evolución en todas las dimensiones humanas. La Bondad se independizó y se hizo múltiple, pretendiendo abarcar todo lo que abarca el Amor, no excluyendo nada, amando también nuestra propia oscuridad para que el amor la transforme en Luz, transformación que supone un gran y constante trabajo de metanoia, de conversión. La Bondad se hizo Moral universal que atiende a las necesidades humanas de cualquier cultura, lo que no excluye las formas particulares de cada una y por lo tanto de cada forma moral, pero se liberó de la visión de imposición universal y permanente para todos los hombres de todos los tiempos, se hizo una línea más de la personalidad humana, como la cognitiva o la artística, en evolución hasta la plenitud.

En este contexto cultural es imposible encajar el pecado como ofensa. ¿Qué ofensa y a quién? Y la palabra misma está tan contaminada en nuestra mente que quizás sea hora de utilizar otra más apropiada a nuestra cultura. Por descontado que se desarrolló una línea moral que abarca las relaciones del hombre en la sociedad y en el universo, y en esta moral cabe una ruptura en la relación, en el amor, pero nunca una mancha legal.

Antes de terminar quiero hablar un poco del lenguaje de la Modernidad.
Cada elemento del Universo, cada holón: totalidad que es parte de una totalidad superior (todo es holón), tiene una serie de dimensiones que la Filosofía Perenne describió en el Gran Nido del Ser, esto es, en lo que acabo de mencionar: Verdad, Bondad y Belleza. Y la Verdad tiene su propio lenguaje, se expresa en una dimensión del ser, del holón, se expresa en tercera persona. O lo que los filósofos transpersonalistas llaman lenguaje del “ello”, el lenguaje objetivo. Es el lenguaje que versa sobre objetos, sobre realidades que son percibidas por los sentidos o por sus extensiones (un telescopio...). Este lenguaje es monológuico, o sea, no hay diálogo propiamente dicho entre esas realidades y el sujeto que las percibe y describe, es el lenguaje con que nos habla la ciencia, siempre habla el sujeto de las propiedades, efectos, modos... de las realidades que son los objetos de las ciencias. La doctrina sobre el pecado está descrita con este lenguaje, cuando su expresión, como el de toda realidad espiritual sea positiva o negativa, habría de ser dialóguica, la expresión del amor y del encuentro, del perdón y la autenticidad, de la intencionalidad y convivencia. La Bondad tiene el suyo propio, la Bondad o Ética habla el lenguaje de la intersubjetividad, del “nosotros”. La Bondad se refiere al dominio humano de la conciencia social, de la interacción de los miembros de un colectivo, o del Colectivo-Universo, de la justicia, de la comprensión mutua, de la solidaridad, de la comunión en la cultura... Un auténtico lenguaje dialóguico que exige el encuentro constante con el tú. Y por último la Belleza también tiene su lenguaje, el lenguaje del “yo”, del dominio subjetivo. El juicio estético está en el yo, lo que no quiere decir que sea arbitrario o caprichoso, como el placer que se experimenta al comer un alimento bien elaborado que no es caprichoso, aunque sí es relativo. No es un lenguaje monológuico, sino que brota del diálogo entre el artista expresado en su obra y el que la contempla. El “yo” se supo sujeto de, responsable, libre, ... La Modernidad puso fin a la confusión entre estos lenguajes que existía en la conciencia mítica, conciencia que cronológicamente en Occidente llega hasta el Renacimiento y más tarde aún.

La Modernidad separó el lenguaje del “nosotros” (La Moral) del lenguaje del “ello” (la Ciencia), con lo que puso fin a las imposición religiosa y política. Hasta entonces era Verdad lo que decía la iglesia, o el rey (o lo que la iglesia decía que decía la Biblia) y si no se aceptaba esta “verdad” eras condenado a la hoguera. En este ambiente medieval, por no hablar de otros ambientes que cultivaron la visión del pecado que hemos tenido hasta hoy, se desarrolló la doctrina sobre el pecado (y otros mitos), así que es lógico que el concepto estuviera cargado de tintes de obediencia, de castigo, de culpa, de condena, de sumisión... en este ambiente se desarrolla la doctrina sobre las herejías... todo el que difiera de mí es pecador y sea anatema. Es interesante anotar en este momento, creo, que la doctrina de la expulsión del seno de la iglesia se basa, entre otros elementos, en la frase del evangelio de Mateo (12,30) que dice: “Todo el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, pierde.” (Frase que me inculcaron en el seminario), cuando hay dos textos en Lucas (9,50) y Marcos (9,40...) que dicen: “No impidáis a nadie echar demonios, pues el que no está contra vosotros, está a favor”.
El texto de Mateo es excluyente, los otros dos incluyentes. La perspectiva es totalmente diversa y lo que se dice también, sin embargo, la doctrina sobre el pecado se basó en la exclusión. La institución se ha apoyado constantemente para autofundamentarse en la visión del evangelio más institucional (Mateo: iglesia de Jerusalén), lógico, muy humano ¿pero...?

El hecho de que la Modernidad diferenciara el lenguaje del “nosotros” (institucional) del del “yo”(individual) acabó con el dominio de lo colectivo sobre el yo individual. No olvidemos la frase de la época medieval: “Cuius regio, eius religio”. En la conciencia mítica, también llamada de pertenencia por Gebser y otros estudiosos del tema, lo único importante era pertenecer al grupo (social, religioso, bélico...), el yo ni siquiera existía, los no nobles eran simples siervos de la gleba y los nobles, números para engrosar los ejércitos. En cambio, la separación de los tres lenguajes impidió que el capricho de una persona, o de un grupo se impusiera como verdad, lo objetivo no estaba sometido a ningún capricho, sino a la experiencia empírica. Con este lenguaje se abrió el camino a la nueva medicina (las enfermedades no son posesiones diabólicas, ni penas por lo “pecados” cometidos...), a las democracias (el yo es sujeto de igualdad y de derechos...), a las comunicaciones (no tenemos ángeles que sean mensajeros...), a una profunda revisión, a mi entender, de la oración de petición que no es tratar de imponer nuestro deseo, sino que es manifestar la actitud de integración en el Kosmos (el que llueva no depende de la intercesión de los santos, sino de las borrascas...), a una seria revisión de la idea de pecado (no se trata de que manchemos la gloria de dios, o de que cometamos una culpa... sino más bien, de coherencia con el Ser), así como a una muy seria revisión del mismo concepto: Dios mantenido hasta ese momento (¿cambiar la heteronomía por la teonomía? Yo pienso que es insuficiente...). Para que el mundo cambie debo hacer algo, “A Dios rogando y con el mazo dando”, no meramente desearlo, no pedirlo a un dios que considero allá en las ¿alturas?, aunque Jesús nos dijera que era Padre. Sin duda alguna que la Modernidad aportó a la humanidad una gran cantidad de beneficios y acabó con muchas de las miserias y atrocidades sufridas en la época mítica (enfermedades, plagas, guerras, persecuciones, inquisición, tormentos, hogueras, caza de brujas, pobreza, indigencia, sufrimiento y dolor... y ¡todo debía ser aceptado porque era voluntad de dios!) a las que se refería Voltaire constantemente.

Pero, no todo fueron beneficios, pues la Modernidad, como ya he desarrollado en otros artículos, acabó cayendo en el mismo “pecado” que condenaba, cometió el mismo error del que quería librar a la racionalidad. Impuso el dominio del “ello” sobre el “nosotros” y el “yo”, hasta el punto de que instauró la ciencia como único conocimiento válido, descartando por decreto la existencia de cualquier otra dimensión en el Universo. Así, lo despojó de toda interioridad, subjetividad, espiritualidad... acabó castrando al hombre, como lo había castrado la conciencia mítica anterior. Antes sólo “nosotros”, ahora sólo “ello”, en ambos casos un imperialismo que Wilber llama de cuadrante, un imperialismo que impone una parte del Gran Tres: la Verdad o Ciencia, y elimina las otras.

La conciencia que aparece en la Modernidad no puede reconocer el lenguaje doctrinal que ha quedado varado en los fangales superados de unos niveles de gran confusión entre Verdad, Bondad y Belleza. La mente se ha abierto y los mitos externos (pecado, dios, concepción y nacimiento virginal, resurrección, ascensión...) han sido desenmascarados literalmente (quitar la máscara), son simplemente visiones basadas en la no separación de los distintos elementos o cuadrantes (en la visión de Wilber) de la realidad, una vez separados desaparece la construcción mítica (el pecado como culpa, por ejemplo). Mas su error fue el no ser capaz de descubrir el esoterismo de dichos mitos, su fecundidad interior, la presencia del Espíritu en ellos. Y su máximo error, el negar al mismo Espíritu, al mismo Dios.

Ante estos derroteros de imperialismo absolutista y colonizador de la ciencia que tomó la Modernidad se revela la Postmodernidad.

Anteriormente he hecho referencia a Heidegger, uno de los pilares sobre los que se construyó la Postmodernidad junto con Nietzsche, el gran defensor y promotor de la inversión del “pensamiento metafísico”. Nietzsche afirma que el pensar sólo empieza cuando caemos en la cuenta de que “la razón es la más porfiada enemiga del pensamiento”. No es objeto de este escrito entrar en el pensamiento heideggeriano, pero, sí que voy a hacer referencia a su clara distinción entre “ente” y “Ser”. Él afirma que toda la filosofía posterior a Platón es heredera de un error fundamental: se acerca al Ser como si fuera un objeto, según la manera de la conciencia objetivante. En la Grecia anterior a Platón, la presocrática, esta actitud no existía, lo que existía era la actitud de encarnar el cómo del Ser, no designar el qué del Ser, que es lo que se ha hecho en toda la filosofía occidental. Aquella experiencia originaria del cómo desapareció, aunque quedaran las expresiones o palabras que la describían. Lo verdaderamente importante es ir a esa experiencia y a ello ha de invitar lo transmitido. La filosofía se olvida de que lo transmitido, lo reiterado ya no es alétheia, ya no es “la verdad”, pues ya no surge del mismo Ser. Lo dado, lo transmitido es lo ya sabido, ya no es la fuente originaria siempre abierta, sino al contrario, es lo cerrado, lo repetido. La tradición entendida, y vivida, como comunicación de lo dado (que es como la entiende la iglesia), sólo comunica realidades cerradas, clausuradas verdades que no cabe más que perpetuar horizontalmente en el tiempo y en el recuerdo, pero que carecen de posibilidades de alumbrar al Ser, de ser la alétheia, el descubrimiento, la verdad. Esta tradición que sólo comunicada lo cerrado es mera historiografía, nunca filosofía, nunca pensar, nunca desentrañar la realidad. La filosofía camina hacia el Ser del ente, no hacia el ente, no hacia lo ya dicho y dado. La filosofía busca el diálogo con aquello hacia lo que apunta el ente, no el diálogo con el ente. Por tanto hay que desconstruir todo lo dado, toda la metafísica para ir más allá de la misma, hacia su mismo fundamento, hacia el pensamiento, hacia el fundamento olvidado del ente.
Sin duda que esta somerísima exposición (no llega ni a eso) ha de resultar muy opaca para nuestra mentes que, como mucho, están acostumbradas a la ontología, a una filosofía del ser, del ente, no a su principio, al Silencio Originario. Están acostumbradas a recordar lo dado, no a pensar lo originario (que no quiere decir original).

Los mitos cristianos (entre ellos el pecado) nos han sido dados, son sencillamente mitos dados y no desentrañados, no hemos oído sus gritos que nos apuntaban hacia lo originario (esotérico, profundo, interior) de los mismos, sino que nos hemos limitado a trasmitirlos como se trasmite un mueble o una casa de una generación a otra.
Permítaseme un pequeño recuerdo personal. En mi juventud en el seminario de Cádiz, estuve muy encantado con la filosofía escolástica llamada tomista, un día compré un libro de metafísica tomista que no estaba editado en España, me lo trajeron de Roma, se trataba del libro escrito por Dezza sobre metafísica, me hizo una ilusión enorme (¡en modo alguno comparable a la ilusión que me brota al contemplar a mis nietos!), pero en el fondo de mi alma me dije a mí mismo: ¡Pero si dice lo mismo que decía Zeferino en el siglo XIX o Cayetano en el XVI! Era, hoy lo entiendo, la demostración más palpable de la trasmisión del mito de lo dado, se copiaban unos a otros con todo descaro y ¡eso era la tradición!

Si los avances de las ciencias, de la antropología, de la psicología, de la filosofía, del pensar, si la apertura a todas las culturas que existen en el mundo no nos hacen modificar, al menos, nuestra visión de la realidad, es que estamos con la misma actitud que un erizo, nos enroscamos en nosotros mismos y nos parapetamos con las púas hacia afuera. Nada entrará. ¿Somos erizos?

A Heidegger y Nietzsche le siguieron otros muchos: Bataille, Derrida, Foucault, Lacan... y el intento heideggeriano de ir más allá del ente y de desconstrucción de la metafísica (desontologización) siguió el afán, muy sano en principio, de acabar con el absolutismo científico, algo que ha derivado en un Postmodernismo radical que propugna un nihilismo sin sentido alguno. Pero, no es a este radicalismo al que me refiero en este escrito, sino al Postmodernismo moderado, a aquel que nos habla de la importancia que tiene la interpretación en la comprensión del hombre (no tengo que volver a recordar que hombre significa: nacido/a del humus, no sólo varón) y del Universo. Sin interpretación es imposible conocer al sujeto (el yo), es imposible conocer la intersubjetividad (el nosotros). Los elementos, los holones internos, como el amor, la simpatía, los valores, las pasiones, la moral..., no pueden ser conocidos empíricamente con los sentidos, sino con la mente (o con la contemplación) y ello por medio de la interpretación. Para que alguien pueda comprender el significado de mis actos, mi intencionalidad, tendrá que hablar conmigo e interpretar lo que yo le diga. Es el lenguaje dialóguico. El que se da entre sujetos que tratan de comprenderse como tales, y no como objetos. Hay que advertir que todos los seres sensibles (animales -la empatía-, plantas en su nivel) tienen interioridad, no solamente los humanos y el único modo posible de acceder a un interior es la interpretación en una comunicación dialóguica (el lenguaje es un instrumento primordial en esta comunicación, aunque no exclusivo).

El gran error de la Modernidad fue la creación del mundo chato, fue reducir todo conocimiento a exterioridades empíricas y el Postmodernismo, como hemos dicho, se levantó contra ello replanteando el valor de la interpretación y del significado de las interioridades. Es cierto que ha habido y aún hay un Postmodernismo que pretende reducir todo conocimiento a la interpretación, eliminando toda objetividad en el mismo. Este es un error tan radical como el de la misma Modernidad, y nos conduce a un nihilismo en el que lo que cada yo quiera se constituye por sí mismo en verdad. El “yo” se impone y destruye el “nosotros” y el “ello”.

Salvando el extremismo del Postmodernismo radical, que sigue teniendo en nuestros días una gran influencia en el pensamiento académico, lo cierto es que esta línea de pensamiento ha aportado una nueva visión de lo que es la realidad: No una simple percepción de lo objetivo, de lo dado, sino también una interpretación de la mente y por tanto una construcción, una elaboración basada en lo dado. Ambas cosas. Tengamos en cuenta que al decir interpretación estamos hablando de alguna manera de crear, por ejemplo: cuando se interpreta una obra musical se vuelve a crear la obra del autor, se recrea y cada interpretación es distinta a las demás, lo mismo sucede con un baile, una obra de teatro, una escenificación poética, incluso la lectura de un libro nunca es igual a otra lectura del mismo libro. Una interpretación nunca es una percepción de algo dado que permanece inmutable ahí afuera, sino una remodelación desde la interioridad del intérprete (el que interpreta, el que traduce), sobre todo es una apertura hacia, un ser siendo...

Otro dos elementos aportados por el Postmodernismo son el llamado “contextualismo” (todo significado depende de un contexto) y el “aperspectivismo integral” (existen muchos puntos de vista de la realidad y todos han de ser tenidos en cuenta, lo que no quiere decir que todos sean igualmente válidos).

“El mito de lo dado” es el nombre con el que en el Postmodernismo se llama a la visión de que cuanto conocemos es simplemente una percepción de un objeto dado, como pretende la Modernidad. Es cierto que existe en todo holón un componente interpretativo, que elabora la mente o el tercer ojo, componente válido y real, pero ello no quita que también en el mismo holón haya a su vez otro componente objetivo, dado y percibido por la cognición. El elemento objetivo preexiste a la interpretación, pero la realidad que nosotros conocemos es el resultado de ambos componentes. Un ejemplo: nuestros sentidos perciben (en un árbol) un conjunto de colores y de formas, un tacto duro o suave, un sabor específico, pero en modo alguno nuestros sentidos perciben el árbol como tal, es nuestra mente la que elabora una interpretación de los datos sensoriales y nos hace afirmar: esto es un árbol. Y este concepto se puede aplicar a todos los objetos que causen las mismas sensaciones a nuestros sentidos.

Esta aportación del aspecto interpretativo de la realidad acaba con toda la metafísica, con toda la ontología que hemos recibido en Occidente desde Platón y Aristóteles, como afirma Heidegger. Si la realidad tiene mucho de elaboración mental, difícilmente podemos hablar de ontología. Hasta ahora hemos hablado siempre de ente, de Dios, de ser, de alma..., pero ¿Cuánto tiene estos conceptos de fundamento objetivo? ¿Cuánto hay de elaboración mental en todo esto? ¿Cuánto hay de interpretación de unas experiencias primordiales? Nuestras experiencias primordiales (y las de los primeros pensadores) están pero ¿cuánto tienen de objetivas? La interpretación de la Realidad como ente ¿no es una forma más de interpretarla, no una mera percepción, que sirvió a los filósofos griegos? Nuestra concepción de la Realidad ha de ser revisada sin duda, pero no por ello la de aquellos grandes pensadores deja de ser una interpretación extraordinaria que ha mantenido su validez a través de muchos siglos y la sigue teniendo hoy día para la mayoría de occidente. Mas, el mito de lo dado ha de ponernos en guardia y ha de exigirnos lo que acabo de decir: revisar en profundidad la Realidad con el fin de dar una nueva interpretación (no olvidemos que interpretación es también re-creación=nueva creación) a las experiencias, interpretación que sean el mapa que nos sirva para caminar con mayor seguridad cada vez por la realidad de las experiencias. El Mundo hoy no es el de Aristóteles ni en lo social, ni en lo técnico, ni en lo objetivo, ni siquiera en las estructuras antropológicas, pese a que cronológicamente nos estemos dando la mano, la “creatio in fieri” o evolución continua.


El contextualismo y el aperspectivismo integral van en este mismo sentido. El contexto cultural, histórico, social, estructural, político, geográfico... determinan en gran medida la visión del mundo que se tiene en cada momento, y por esta razón las múltiples perspectivas son simples consecuencias. Cada perspectiva ha de ser respetada, lo que no quiere decir que todas sean igualmente válidas a la hora de la verificación de la realidad, como se ha dicho. Si yo afirmo en estos momentos que estoy escribiendo en chino, es una perspectiva y también una estupidez.

Después de todo el bagaje que el Postmodernismo ha aportado al conocimiento humano, seguir manteniendo el mito de lo dado con respecto al pecado como “culpa que ofende a Dios” es un absurdo, es una construcción mental de unos tiempos en los que el lenguaje teocrático y la ontología del ser dominaban las mentes humanas. Entonces el mundo era otro (parcialmente).
Con las nuevas perspectivas se impone una profundización en la experiencia de autenticidad de lo humano, de la autenticidad del Ser como origen del ente, de la plenitud del Espíritu, de la presencia del Silencio originario en las formas... y una nueva interpretación de la misma que nos sirva para seguir desarrollándonos.

Ciertamente, hay un pecado mágico, quizás el no cumplir las reglas de los sortilegios. Un pecado mítico, transgresión de la ley de dios y de su iglesia que , por supuesto, es aquella a la que ¡yo pertenezco! Un pecado racional, una patología en la evolución, un parón en el fieri, una autoafirmación de mi separatividad. Un pecado sutil... Pero lo que no puede ser considerado (ni es en sentido ontológico, atendiendo a la línea evolutiva) pecado en el nivel racional es la visión mítica de una transgresión de una ley que ya no existe en la conciencia, porque la propia experiencia se ha liberado de una expresión caduca, como una pierna sana se libera de la escayola que en un pasado le sirvió para curarse una fractura.

Siento que es muy poco y pobre lo que he escrito aquí sobre el pensamiento postmetafísico actual, pero no voy a insistir en ello. Ya tengo escrito en este blog algo sobre la Postmetafísica.

Antes de acabar este escrito, no quiero renunciar a exponer unas brevísimas ideas sobre la intuición no-dual, que creo, abunda en las misma dimensión de la eliminación de la “externalidad” de los mitos cristianos y por lo mismo de la noción de pecado que conocemos y en la que se ha hecho tanto hincapié en las últimas decenas desde la llamada ortodoxia católica. En modo alguno reniego de un sincero seguimiento de Cristo, como ya he expresado, pero pienso que este seguimiento ha de ser con una conciencia tan limpia y lúcida como la de Juan de la Cruz, por ejemplo, que en sus canciones de la Noche Oscura nos propone esta meta: Amada en el Amado transformada. El seguimiento es transformación, no es seguir las huellas del Maestro, sino vivir sus mismas experiencias. Y para ello lo adecuado es ir al meollo del mito cristiano, del mito del Hombre. Al Amor que no tiene fronteras, ni confesión religiosa excluyente, ni partidismo, ni dualidad...

En el pensamiento místico, y sobre todo en los niveles añil y violeta que describen los estudiosos del tema, en los que se supera la conciencia del ego, la visión dual de la Realidad que tenemos en nuestra mente racional desaparece, las fronteras desaparecen, los enemigos desaparecen y por ello mismo las guerras y toda confrontación desaparecen..., y todo porque desaparece el otro, desaparece la dualidad. En este nivel de conciencia, al que llaman los transpersonalistas de segundo grado, caemos en la cuenta de que la Realidad no es dual, sino no-dual (que no es una en el sentido matemático, pero tampoco dos) o dicho de otra manera: es una sin segundo, una sin otro, sin dos, no existe alteridad. Por supuesto, este nivel no puede ser adquirido por el raciocinio, ni por la reflexión, ni por ningún acto mental, es nuestra mente la dual y la creadora de dualidad, nuestra mente es dilemática. La afirmación Todo es Uno (no como opuesto al dos, al otro, sino como uno sin oposición, como uno sin segundo) no es, pues, una afirmación que proceda de la lógica, ni de la lingüística (que presupone una filosofía o lógica subyacente) sino que es una constatación experiencial a la que llega la conciencia en su más alto nivel, es la experiencia de Jesús de Nazaret, también de los grandes místicos de la historia humana. Jesús vivió los niveles más altos de la mística y experimentó la no-dualidad de cuanto es. Meditemos con un corazón limpio, con una visión liberada de cualquier condicionante (algo casi imposible para nosotros los humanos), las palabras que el evangelio de Juan pone en su boca la noche en que se despide se sus amigos (Jn, capítulos 13, 14, 15, 16, 17). Podremos palpar con la punta de nuestra pobre conciencia dual los niveles divinos de la conciencia de Jesús, el nivel de su Amor, que es él mismo y que no tiene exclusión. Jesús no puede ser en la visión de este evangelio un juez que juzga el pecado, sino un Amor que transforma abrasando.

Volvamos a la pobre explicación de la no-dualidad. Un ejemplo: en una moneda nosotros con nuestra mente racional que no llega más que a la mitad de su evolución, vemos una cara y una cruz, pero entre ellas no hay separación, ni frontera, hay una sola realidad: la moneda. Lo mismo podemos decir del varón y la mujer, del tú y yo en el nosotros... En estos niveles de mente global, el místico no encuentra ningún yo, sino un Yo-yo, como dice Ramana Maharsi, o un Espíritu intimior íntimo meo que dice Agustín de Hipona, un Yo expandido que vive Jesús .
Y al llegar a este nivel, nosotros caemos en la cuenta de que estamos fabricando un mundo incompleto, fragmentado y dividido con nuestra percepción racional de dualidad, de bueno y malo, bello y feo, varón y mujer, luz y obscuridad... Caemos en la cuenta de que no hay fronteras que separen, sino que unen y donde vemos bueno y malo lo que hay es Ser-Nada (que está allende lo bueno y lo malo), donde cara y cruz, moneda, donde luz y obscuridad, desarrollo, donde varón y mujer, hombre en el más pleno sentido de la palabra, donde ser y nada, vemos Todo, Totalidad . El agua y la arena no se separan en la playa, sino que se besan, es nuestra mente la que las separa, empezando por dividirlas en una y otra, y tras nuestra mente, nuestras palabras que hablan no de Totalidad, sino de agua y arena.

En esta experiencia de la no-dualidad o de lo Uno sin segundo, sin otro, en esta conciencia abarcante y no excluyente, la visión del pecado como algo que excluye, como negación de una ley, no puede encajar; encaja sin duda el pecado en tanto que obstáculo que entorpece el desarrollo, encaja el sentido de responsabilidad, pero en modo alguno la exclusión y por lo mismo el concepto de culpa, que es una creación de nuestra mente dual, de nuestra visión que crea dilema, exclusión, culpa y condena.

¿Quiere esto decir que no existe una línea moral en la evolución de la conciencia humana? No. Lo que quiere decir es que cuanto más alto sube la conciencia más clara ve la Realidad. Quiere decir que la experiencia de la no-dualidad se sitúa más allá de nuestra Moral, no negándola, sino transformándola en un Amor que todo lo hace Amor, experiencia en la que es imposible el no-Amor.


José A. Carmona

1 comentario:

Nico Carreño dijo...

¡Vaya!, vagando entre los blog's encuentro este. Y este texto, me deja mucho que pensar. No lo leí completo, por tiempo. Pero prometo terminarlo, porque me intereso mucho.

Dejo la invitación a mi blog.

Saludos !