miércoles, 3 de marzo de 2010

Silencio y Palabra

El Silencio primordial y la Palabra

Escribía yo para celebrar la Navidad en mí mismo, en todos y en todo, un poema inspirado en el Misterio que los cristianos celebramos en dichas fechas. Es cierto, entiendo, que el Misterio es la Realidad y que por lo tanto transciende nuestra razón, mas pese a ello, ésta (nuestra razón) puede balbucear a su manera apuntando hacia Él, que es Todo y es Nada: no-cosa (no Vacío, sino Plenitud de Sentido). Estos balbuceos expresados por mi mente, tremendamente limitada en el tiempo, en el espacio y en la individualidad, fueron los que el Espíritu garabateó por medio de mi mano y de mi lenguaje en aquel poema, que mucho tiene que ver con lo que en este escrito intento exponer. El poema en cuestión dice así


NAVIDAD 2009


El Silencio originario se propaga,
en el Kosmos se hace Historia de la sangre
y en los mares, caminos de la carne siempre viva,
nos muestra su Palabra hecha Fuego.

El Silencio originario se hace Hombre,
renace cada día en lo Humano
y lo marca cada instante con su Luz
alumbrando con Conciencia sus andares.

El Silencio originario es Misterio,
entregado con abandono de siglos
en los brazos de este Mundo incipiente,
que balbucea atónito los sonidos de su Mente.

El Silencio originario es Amor,
fraguado en las entrañas del no tiempo
y donado en gratuidad en los rostros de los niños,
gozosos portadores de la Vida.

El Silencio originario es la Paz,
anhelada en la Historia que la ignora,
volcada, siempre amante, hacia todo
en la gracia de la Fuerza que es Servicio.

El Silencio originario siempre habla
y se expresa en los ojos de los hombres, en las mentes, en las piedras, en las flores,...
Y su Palabra transforma en Sentido
la Noche tan temida que nos hiela.


José Antonio

El poema es una clara referencia a Jesús, nacido entre los hombres y elevado por el Padre a ser el Cristo tras su muerte en la cruz, y a todos los hombres y al Kosmos entero en tanto en cuanto todos somos partícipes de esa misma cristificación, pues todos formamos el Cuerpo, llamado, Místico (en los primeros siglos se llamaba Físico).
El Silencio Originario es el Padre y su Palabra es el Cristo, a quien Juan llama Logos, Verbo: todo el Kosmos con Jesús al frente, en la visión cristiana (con la que yo en mi corazón comulgo sin rechazar en modo alguno, es más asumiendo en mi interior, como ya he dicho alguna vez, todas las demás visiones -formas de cultura- del mismo y único Misterio. Un ejemplo que quizás pueda iluminar esto: hay muchas lenguas en el mundo, pero un sólo lenguaje, que cada uno expresa en su propia lengua. Lo cual no es óbice para que se puedan hablar más de una, nunca todas, y siempre queda la lengua materna).

La invitación al silencio es una constante en todos los ejercicios de interiorización, el lugar óptimo para la meditación es el recogimiento y el silencio, y lo mismo para la oración del corazón, para la reflexión, para el conocimiento propio,... para saborear la experiencia total de la Vida. Realmente en los momentos importantes, incluso para saborear (no para el entusiasmo -enthousiasmos: asumido por los dioses: fuera de sí- de masas de los conciertos juveniles) la música es necesario un silencio exterior y una interiorización que pide una mente aquietada, silenciosa. He de notar que en modo alguno pretendo afirmar, más bien todo lo contrario, que el entusiasmo sea en sí algo negativo, sólo que no es el modo más adecuado para interiorizar, para ir al centro.

Según la tradición budista en nuestra vida práctica existen tres tipos de silencio: el del cuerpo, el de la voz y el del pensamiento. Por descontado que los tres son necesarios para una vida de ascesis y de reflexión, pero de manera muy especial el silencio del pensamiento, sin una mente aquietada (estando ya mi casa sosegada), sin un silencio interior la contemplación es imposible. “Un hombre que intenta meditar sin alcanzar primero el control de su mente, es como el que intenta hacer pan con arena”.

Mas esta distinción de los tres tipos de silencio está dirigida a aclarar qué es la meditación. El Silencio al que me refiero en este texto es el originario, el primordial, el Silencio de Ser, tomando la palabra Ser en el más puro sentido heideggeriano: como lo que da sentido y es el sentido de lo ente. Por tanto, se trata de un Silencio que no es ausencia de palabras, no es ausencia de pensamientos, sino que es Ser Originario -sin artículo que lo sustantive- (Silencio) , se trata del Principio del que habla el evangelio de Juan en su primer versículo: “Al principio existía la Palabra (Logos, Verbum)” El Logos existía al principio, pero por ello mismo no podía ser el Principio. El Principio y el Logos no son uno, son no-dos y este Principio es Silencio absoluto, primordial, originario, no es Logos, no es Palabra, no es cosa, sino fons et origo de todo, es el Silencio de Ser que es Ser mismo, vuelvo a repetir en sentido heideggeriano (Ser = sentido de lo ente). Se puede, pues, afirmar que el Padre de la Trinidad cristiana es el Silencio originario sin hacer ningún principio dogmático, ni una verdad incondicional de ello, una simple afirmación.

Unos ocho siglos antes de que se escribiera el cuarto evangelio en la Sabiduría Brahmana ya se dice: “Al principio, existía la palabra...” (citado por Panikkar). No es, pues, exclusivo de la tradición cristiana el relacionar la Palabra con el Principio, que es Silencio, ausencia de cosas, ausencia de lo ente. Por descontado que al hablar de principio no me estoy refiriendo a un sentido cronológico, temporal, el tiempo comienza con las cosas, este Principio es Eternidad, es no-tiempo y por ello mismo es Silencio que, como se ha dicho, en modo alguno es ausencia de Sentido.

En el evangelio de Mateo (12,36...) se dice que hemos de dar cuenta de toda palabra inútil. Otros traducen palabra falsa, por lo que identificamos el dicho de Mateo en nuestro código moral con la mentira. Mas la palabra griega que se utiliza en los códices es la de anergon, cuyo claro significado es sin energía, sin fuerza, por lo tanto no se trata de la mentira solamente sino de mucho más, se trata de toda palabra que nazca sin fuerza, sin vida, sin haber sido concebida antes en el Silencio, en el silencio interior, se puede afirmar que Mateo nos dice que hemos de dar cuenta (el contexto en el que habla es el del juicio ante Yaveh, algo muy enraizado en la cultura religiosa de la época) de toda charlatanería. La charlatanería no es más que sonido, que en todo caso sirve de señal, nunca de símbolo, no comunica al hablante con el oyente, pese a la opinión de masas extendida en nuestra cultura, simplemente distorsiona la realidad, es superficial, vana, en todo caso deformante. Creo que fue Pitágoras, otros afirman que se trata de un proverbio árabe, quien dijo: “si lo que vas decir no es mejor que el silencio, no lo digas” Pero nuestra sociedad está muy lejos de actuar según este principio, pues la inflación de palabras y ruidos es “atronadora”, se ha olvidado por completo el silencio, por ello la inmensa mayoría de palabras están vacías.

Es de advertir que al hablar de palabras no me estoy refiriendo a los términos científicos, que son signos que sirven para clasificar, me refiero a la palabra en tanto que símbolo, en tanto que comunica al oyente mucho más de lo que la misma palabra puede expresar como mero signo. Comunica, une al oyente con el hablante, con su propia vida que siempre va dando la energía que la palabra en sí misma concibió en el Silencio. A esta palabra es a la que me estoy refiriendo, que podemos llamar con Juan: Logos, Verbum y que no podemos identificar en exclusiva con Jesús el Nazareno, porque de su plenitud todos recibimos, todos tenemos el germen, el silencio, la gracia y el amor que son el útero en el que ha de germinar la palabra.

El Oráculo de Delfos dice al mundo: “Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás el Universo y a los dioses”. Este principio del “gnose seipsum” ha sido utilizado con muy diversos sentidos a lo largo de toda la historia de la ascética humana. Pero, sencillamente se trata de una simple afirmación: conócete a ti mismo. Afirmación que con el avance de los conocimientos tanto biológicos, como psicológicos y cosmológicos percibimos cada vez con mayor claridad. El hombre no es un sujeto enfrentado a una multitud de objetos, sino que es un nudo más de la red de la Realidad, es una manifestación individual de una conciencia que en él aparece como autoconsciente y que es Todo, el ser humano es una ola del océano de la Realidad, pero es ola porque es agua, su realidad es agua, su forma temporal es ola... Por ello conociéndose a sí mismo está conociendo la Realidad, está conociendo la conciencia, está conociendo el agua que es el océano. Y en esto precisamente consiste la sabiduría: en conocer la profundidad de nuestro Yo. No se trata de quedarnos en nuestro yo superficial o ego que hemos ido fabricando a lo largo de nuestra vida, y con el que constantemente nos identificamos, tampoco se trata de quedarnos en nuestro yo individual, que es la manifestación externa y espacio-temporal de la conciencia, sino de abrirnos al Silencio profundo de la Vida en nosotros mismos, de la Vida que se manifiesta a través de nosotros, pero que en modo alguno se identifica con nuestros yoes individuales. Y ese Yo profundo es el Silencio en el que se engendra la Palabra. Ya dicen los místicos cristianos: cada día nace Cristo en nosotros.

La Vida es el Silencio en el que se engendra la palabra. La palabra que no se engendra en la Vida, en nuestra vida densa no es palabra, en todo caso término o charlatanería.

Estamos, al menos la mayoría, tan acostumbrados a medir nuestra vida terrenal por el tiempo que no sabemos verla de otra manera, incluso como ya he dicho en otras ocasiones identificamos nuestra vida con el tiempo que pasamos sobre esta tierra. Es tal la obsesión que hay en nuestra sociedad por alargar la vida que el mero hecho de apuntar que la vida se podría considerar desde otros aspectos que no sean la medida en el tiempo resulta cosa de locos. Por lo que a mí respecta en este tema, vivo en una verdadera contradicción, por una parte no quiero que se acaben mis días (algo que espontáneamente brota de la mera biología) y a la vez siento una verdadera incomodidad cada vez que se anuncia que los investigadores han descubierto algo que ayuda a aumentar la longevidad humana. Tenemos, como digo, una verdadera obsesión por dar más tiempo a la vida, cuando quizás lo importante sería, o es, dar más vida a los años. No medir mi vida por el reloj, sino por su densidad. Lo que eligió la madre de Aquiles para su hijo. Recordemos un hecho: Pico della Mirandola, verdadero homo universalis, vivió desde el 14/2/1463 al 17/11/1494, 31 años y 9 meses. ¿Perdió su vida por vivir tampoco tiempo? ¿o fue una vida plena?
En esta Vida plena, que es el Silencio de (no del) Ser, es donde tiene su germen la palabra que no está vacía.

Creo que el poema con el que he intentado balbucear el Misterio de la Navidad cristiana, que es no es sino Misterio en el que confluyen los muy diversos caminos honestos que sigue el Hombre para hablar con el Hombre que siempre va consigo, pretende decir esto mismo, aunque con un lenguaje muy distinto, pero siempre con palabras nacidas de un profundo silencio. Quizás sea esta cualidad de haber nacido del silencio la que da entidad y vida a la poesía.


José Antonio Carmona

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