viernes, 29 de mayo de 2009

¿Un nuevo paradigma en filosofía-teología?

¿Cambio de paradigma en filosofía-teología?

En un artículo anterior, publicado en este blog, en el que reflexionaba sobre un nuevo paradigma antropológico, cité a Max Planck, el padre de la física cuántica y premio nobel, porque afirma que los viejos paradigmas sólo desaparecen cuando mueren todos sus adeptos.
La palabra paradigma fue utilizada ya en el sentido actual por Thomas Kuhn, al que definió como una pléyade de logros compartidos por una comunidad científica y empleados por ésta para definir problemas y soluciones legítimas. A mí personalmente me agrada mucho la noción que propugna Panikkar: paradigma es el horizonte de inteligibilidad de nuestros conceptos, valores... Y como tal horizonte lo tenemos tan asumido que la mayoría de las veces ni somos conscientes de su presencia en nosotros. No sólo en la ciencia sino en todos los campos, en todas las líneas de evolución humanas tenemos paradigmas. Éste viene a ser como el papel que soporta las letras que escribimos. Hay paradigmas sociales, científicos, históricos, religiosos... y todos los tenemos muy asumidos. Por ejemplo, a nuestro paradigma social pertenece la siguiente forma de pensar: Esta tarde me toca comprar en el supermercado. Este pensamiento sería imposible en el Neolítico, pongamos por caso. Y así podríamos ir viendo en todas las líneas del desarrollo.

Realmente cambiar de paradigma nos cuesta mucho esfuerzo, porque en el cambio de alguna manera nos estamos jugando (aunque sea inconscientemente) la seguridad de nuestro ego. En según qué paradigmas se trate hemos de abandonar el fundamento en el que se apoyan todas nuestras certezas, que son las que dan consistencia a nuestro ego (no nuestro verdadero yo-Yo) en el que vivimos cómodamente instalados. Planck que fue un amigo de Einstein al que en buena medida apoyó casi desde el principio de la carrera de aquél, experimentó en su vida de científico la dureza del cambio de paradigma, de la mecánica newtoniana a la relatividad.
Nos aferramos con verdadera ceguera a los viejos paradigmas, ignorando todo cuanto la mente humana ha ido conquistando a través de los tiempos, ignorando los límites que un paradigma superado nos impone... Afirma Einstein que “los problemas significativos que afrontamos no pueden solucionarse en el mismo nivel de pensamiento en el que estábamos cuando los creamos.” Por eso, tan sólo la muerte es capaz de acabar con nuestra adhesión a ellos. Esto sucede, como se ha dicho, en todos los campos del desarrollo humano y, por lo mismo, en todos los campos del conocimiento. También la filosofía-teología, que es elaboración humana, padece de esta debilidad que tenemos los humanos.
Y ¿Por qué este aferrarse a los modelos de pensamiento ya superados por la propia humanidad? Acabo de decir que nuestro ego teme por su seguridad. Nuestro ego está formado por todos los pensamientos, sentimientos, emociones... pasados, por todos los recuerdos, que lógicamente son pasado, por cuanto recibimos desde la infancia, pasando por la adolescencia, juventud... y no caemos en la cuenta que para desarrollarnos como seres humanos y como personas hemos de continuar hacia adelante en el pensamiento, en las emociones, en el desarrollo físico, en el sosiego, en la visión del mundo, en la comprensión y en la compasión (que nos diría un budista, y nos dice Jesús de Nazaret)... entre otras razones porque nuestro ego es un yo falso, construido a nuestro modo y semejanza, es un ropaje que nos hemos ido colocando a lo largo de la vida y que hay que ir dejando en la cuneta de la misma, del que hay que ir desprendiéndose para que
“...cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.”
(Retrato. Antonio Machado)
Cambiando nuestro paradigma, estamos cambiando nuestro ego, pues el paradigma establece la certeza de nuestro pensar y sentir, que es el fundamento de nuestro ego. Y no se cambia de paradigma por un simple capricho, sino porque nos falle nuestra cosmovisión, nuestra honradez para con nosotros mismos.
Es tanta nuestra obsesión por la certeza, que la anteponemos a la verdad. Queremos estar seguros, radicalmente seguros. Esta obsesión, que sólo es mala como obsesión, viene a mi entender (y al entender de algunos sabios de los que lo he aprendido) desde la postura de Descartes al iniciar su reflexión sobre el método. Él se escandalizaba cuando los jesuitas decían una cosa, los dominicos una segunda y el pueblo vivía con una tercera. (Es de notar aquí que el mismo Tomás de Aquino afirmaba que nosotros nunca podemos poseer la verdad, sino que es ella quien nos posee, y en la pluralidad de interpretaciones sobre la misma está la riqueza de lo humano y de la creación misma. Riqueza expresada en el avance constante de esas interpretaciones no sólo científicas, sino también sociales, psicológicas, históricas, religiosas, teológicas...). Ante este pluralismo de opiniones, el filósofo francés, un genio fuera de toda duda, buscó un apoyo del que no pudiera dudar, con lo cual no buscaba la verdad, sino la certeza, y a ésta como criterio de verdad.
Desde entonces toda la filosofía posterior ha estado inundada por la obsesión de buscar la certeza más que la verdad.
Aquella afirmación popular de que la verdad no tiene más que un camino, o que la verdad es única, o que sólo hay una religión verdadera... supone un desconocimiento enorme de que la verdad es el Misterio que nos posee, y que nosotros nunca poseemos, y confunde verdad con certeza. No afirmo que hayamos de despreciar la certeza, es necesaria, pero toda certeza es relativa y la obsesión por la misma no expresa más que la radicalidad del miedo a la autodestrucción, a la muerte, a perder nuestro ego. Precisamente lo contrario de lo que exige una actitud mística de la existencia, una actitud que experimente en las raíces. La vida es el riesgo de una espiral que no tiene principio ni fin.
La verdad es ese Misterio, el Ser que va apareciendo y siendo (creatio continua) conforme la conciencia se va desarrollando. Y no es sólo una apreciación científica, sino también una experiencia mística, o una percepción sensible...La Verdad nos posee. Y conforme va avanzando nuestra conciencia, el paradigma, el horizonte varía. No se trata de que el horizonte que se vea desde una calle que de vistas al mar, sea erróneo, es sencillamente muy relativo en cambio el horizonte que se ve desde lo alto de un rascacielos es más adecuado, menos relativo y puede proporcionar una panorámica distinta. Este horizonte no niega la visión de la calle, pero no se queda en ella, la abraza y la amplía. Mientras estemos en la calle nos servirá, pero si nos situamos sobre una montaña, o vamos volando en un avión aquel horizonte no nos servirá de nada, por que se nos abre uno nuevo. Y cuanta más altura (o profundidad de conciencia alcancemos) más amplio será el horizonte. Y no podemos olvidar que el paradigma no es sino el horizonte (de inteligibilidad) incuestionado sobre el que descubrimos la realidad por contraste. Sin horizonte, sin punto de referencia nunca podríamos ver, ni comprender, ni contemplar.
Los cambios de paradigma que se han dado en todos los campos del conocimiento, han sido variados e importantes. En el mundo científico (mecanicismo, relativismo, física atómica, principio de incertidumbre o de indeterminación y la física cuántica...) hasta el filosófico (Los juicios sintéticos a priori de Kant, la dialéctica de Hegel, el idealismo transcendental del mismo y de sus seguidores como Schelling, los paradigmas del Modernismo y Postmodernismo (Derridá, Foucault) que no pueden caer en sacos rotos, puesto que abren una inmensas perspectivas de acercamiento no sólo a la certeza, sino a la realidad misma.
El alejamiento enorme entre ciencia y religión es debido a esa falta de verdaderos paradigmas actuales de los que carece muchas formas de teología, sobre todo en diversos países del mundo. En este punto no podemos olvidar que la iglesias más conservadoras de EE.UU, aquellas que apoyaron abiertamente a Busch como enviado del cielo, son profundamente creacionistas y antievolucionistas. La falta de desarrollo de la conciencia humana en muchas personas (profundamente gregarias) hacia niveles más profundos del Ser puede ser espantosa y llevar milenios de atraso con respecto a otras que superan los miedos y se aventuran por esos caminos del Misterio.
Sin embargo, en el mismo país (EE.UU.)existen muchísimos movimientos reclamando nuevos paradigmas para las religiones. Un ejemplo de ello puede ser el libro: Pertenecer al Universo de Fritjof Capra y David Steindl-Rast.
Por poner un ejemplo, también es totalmente necesario un cambio de paradigma en la antropología que propone en su doctrina la iglesia católica. Y no me estoy refiriendo a la antropología sacramental en la que se funda la institución para no admitir a las mujeres al sacerdocio (suponiendo que el sacerdocio fuera cristiano, algo que no todos los teólogos propugnan), en la que claramente se da una distinción fundamental entre la antropología femenina, no apta por voluntad divina para el sacerdocio, y la masculina que es apta, cuando en la antropología soteriológica todos (varones y mujeres) están llamados a la salvación y son sujetos de la misma. Sino a la antropología que nos enseñaron desde niño en los catecismos, en la que se considera al ser humano (varón y hembra) formados por un cuerpo material y un alma inmortal.
Esta antropología ni tiene su origen en la Biblia, ni en los movimientos cristianos de los dos primeros siglos apenas, y sin embargo se olvida, se ignora una antropología mucho más actual en la que se considera al ser humano un conjunto de tres elementos (inseparables, formando un tertium quid): cuerpo, alma y espíritu, que ya se defendía en el medievo, y mucho menos la antropología en la que se considera al ser humano como un holón total, formado por cuatro holones también inseparables: el exterior, biológico, material, corporal; el interior, subjetivo, intencional, espiritual; el exterior social, integrado en (o dependiente de) instituciones de salud, de vecinos, municipales; el interior comunitario o cultural. Si cualquiera de estos holones no se dieran en el holón total, no tendríamos un hombre, sino otra cosa. Por ejemplo, los poquísimos jóvenes aparecidos en las selvas sin formación, ni lenguaje, ni pensamientos, ni relaciones sociales... Este paradigma del hombre (al decir hombre me refiero al nacido del humus: varón-mujer) es usado ya en ciencias psicológicas.

Mas vayamos ya a analizar la palabra “paradigma”.
Ésta procede del griego (parádeigma), que originariamente significa(ba) el plano de un arquitecto y de ahí pasó a significar el modelo y luego el modelo mental, para significar más tarde la cosmovisión de la realidad que tiene cada persona o un determinado grupo. Hemos dicho que el paradigma no es más que el horizonte de inteligibilidad indiscutido e indiscutible que tiene cada cultura. Pero el horizonte va siendo distinto cuando avanzamos, de igual manera el horizonte mental va cambiando conforme va cambiando el nivel de conciencia, me refiero a la conciencia que no es sino manifestación del Absoluto en las formas y que abarca todas las formas de conciencia: moral, psicológica, intelectiva, solidaria, religiosa... Así cuando se está al pie de la montaña tenemos una visión del horizonte, pero en la ladera es distinta, y no digamos ya en la cima. La historia avanza, la mente avanza, las ciencias avanzan, el conocimiento de la realidad avanza en todos los terrenos y si nuestro paradigma filosófico-teológico ha quedado enclavado en el siglo XIII de poco nos puede servir hoy. Con los mapas del siglo XIII difícilmente podremos viajar.
El medio de comunicación de la inteligencia de la realidad y de la aprobación por parte de otros de nuestro pensar, de nuestro sentir, de nuestra fe, es principalmente el lenguaje, que es el paradigma primordial, o mejor, la expresión comunal de la cosmovisión, o cultura, en la que estamos inmersos. Pero, si nuestro lenguaje se hace insípido (Mt 5,13) e ininteligible para los demás, para nuestros contemporáneos, de qué nos sirve, ¿Para refocilarnos en autocomplacencia? ¿Podemos mantener una antropología medieval para comunicarnos con un mundo que habla de la teoría de sistemas, de psicología transpersonal, de postmodernidad y postestructuralismo?
No nos extrañe que las iglesias se vayan quedando vacías, se les habla con una palabras ininteligibles (subsistencia, substancia, persona y trinidad, accidentes...,) con unos ritos obscuros, pertenecientes a una época muy pasada, con unos textos totalmente arcaicos, con una simbología ignorada y pasada, fundadas muchas veces en mitos muy superados (y cuyo significado profundo o se desconoce, o lo tuvo en una época remota, pero ya no), se les habla de una inmortalidad que no se sostiene ni con alfileres y que para más incordio, ni siquiera es cristiana...
La distancia de los paradigmas del mundo actual, no sólo el científico, y la teología enseñada por la institución es inmensa. En los mapas de la sociedad América ya está situada, en los de la institución eclesiástica aún no se ha descubierto. Ya en otros artículos de este mismo blog desarrollé un poco la idea de la mentalidad agraria (o neolítica) de la iglesia vaticana.
La expresión cambio de paradigma fue introducida por Thomas Kunh en su libro: La estructura de las revoluciones científicas. Kunh demuestra que casi todos los descubrimientos significativos en el campo de la ciencia aparecen como rupturas con la tradición, mejor, con los viejos modos de pensar, con los antiguos paradigmas.
En la primitiva visión del Universo (Ptolomeo), la Tierra era el centro del Universo. Copérnico creó un cambio de paradigma, por ello sufrió persecuciones, al situar al Sol en el centro. Poco a poco la visión del Universo cambió radicalmente.
El modelo newtoniano de la física, el mecanicista, es parcial e incompleto. Einstein revolucionó la física con su paradigma de la relatividad, cuyo valor explicativo es mucho mayor.
La peste negra a mediados del siglo XIV causó verdaderos estragos en Europa. El paradigma en el que se basaban los conocimientos médicos para superar la enfermedad era pobrísimo, no se admitía la posibilidad del contagio. Hasta que no se descubrieron los gérmenes la mentalidad sobre las enfermedades era mágica, y los muertos abundaban en todas partes, para un mayor conocimiento de este tema, expuesto de forma muy amena, podemos leer los capítulos de Un mundo sin fin, en el que Ken Follett novela los hechos históricos sobre la peste negra.. Con el desarrollo de la teoría de los gérmenes, cambió el panorama de la salud.
El concepto tradicional de gobierno ha sido durante siglos (y en parte sigue) la monarquía, y el derecho divino de los reyes. Cuando se desarrolló el paradigma de democracia: el gobierno del pueblo para el pueblo, comenzaron a acabarse las dictaduras..., el panorama mejoró, aunque hay que seguir avanzando.
Pero, ningún paradigma es definitivo, siempre la creación avanza creándose a sí misma (con el concurso de Dios, que no necesariamente ha de estar fuera de la misma, aunque no se identifique con ella, para los creyentes) y en esta creatio continua irán apareciendo nuevos horizontes de inteligibilidad conforme la conciencia vaya avanzando hacia su identidad con el Espíritu, del que ha partido.
Y lo mismo que en la ciencia, en todos los campos del saber humano, nuevos paradigmas van apareciendo. Hay una nueva forma de entender la Geometría que no es euclidiana, una nueva forma de entender la enfermedad como camino, una nueva forma de entender la metafísica con la Postmetafísica, una nueva forma de estudiar el lenguaje con una perspectiva sincrónica y no sólo diacrónica, una nueva forma de entender la Tierra como casa común con la informática y sobre todo con la fe y el amor...
Y para la filosofía-teología de la iglesia católica también ha llegado (hace siglos que llegó) la hora del cambio de paradigma. Es cierto que la institución se juega mucho en ello, se está jugando su poder, el que asumió en buena parte del imperio romano, el que ha ido acumulando a través de los siglos (en el Medievo, en el Renacimiento...), poder al que ha dado el epíteto de divino, pero que difícilmente el hombre del siglo XXI puede entender como tal. Basta con leer con honestidad y sin mediaciones los evangelios.

Hubo un tiempo en el que yo, José Antonio Carmona, fui viejo, aunque no llegaba a los veinte años. El paradigma que recibí en mi infancia y en mis ¿estudios? en el seminario tenía muchos siglos de existencia, empezó a elaborarse mucho antes de que naciera Platón. Y no se trata de que el paradigma, la visión del mundo y de dios que recibí fuera mala, sino que partía de unos principios ya muy superados, aquel paradigma fue bueno en su tiempo, pero no era válido para mediados del siglo XX, se trataba de una mapa en el que faltaban muchísimos datos, en el que la Tierra era aún el centro del Universo. Sin embargo, era la “Verdad” en la España de la posguerra. Fui claramente instruido en el “nihil innovetur, nisi quod traditum est”.
Y yo con mi cosmovisión me creí fuerte y poderoso como un acorazado.
El caso es que a lo largo de mi vida me ha sucedido
lo que a aquel acorazado americano que se encontró, mientras navegaba de noche, con una luz que venía rumbo directo hacia él.
El capitán del acorazado llamó al encargado de emitir señales: “Envía este mensaje: Estamos a punto de chocar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo.”
Llegó otra señal de respuesta: “Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo.”
El capitán dijo: “Contéstele: Soy capitán; cambie su rumbo 20 grados.”
Respondieron: “Soy marinero de segunda clase. Mejor cambie su rumbo 20 grados.”
El capitán, hecho una furia, espetó: “Soy un acorazado. Cambie su rumbo.”
Y recibió el siguiente mensaje: “Yo soy un faro.”
Cambiaron el rumbo.
Y yo cambié el rumbo, cambié de paradigma, consciente de que era una actitud a mantener, no un acto a realizar una sola vez en la vida.

Por supuesto que no se trata de cambiar por cambiar, se trata de cambiar cuando el paradigma que usamos ya no nos sirva (o no sirva a la humanidad) para la aprehensión de la Realidad. No todo cambio es positivo, como tampoco lo es el permanecer inmóvil, cuando la Realidad se mueve. Una escayola sirve para un tiempo, hasta que se cure el hueso roto, quitarla antes impediría la curación del mismo, no quitarla impediría moverse con normalidad.

La teología, como toda expresión de un progreso en la experiencia humana, ha de estar abierta a Realidad, que es más epistemológica que objetiva según los últimos descubrimientos que la mente humana y el hombre en general están haciendo. Y por lo mismo, dispuesta a buscar el paradigma apropiado, el mapa más aproximado de lo que es. Así empezó siendo en los primeros decenios, ya superada la época llamada apostólica, cuando florecieron distintas escuelas filosófico-teológicas, muy dispares entre sí; la de Alejandría, inspirada en la gnosis, o experiencia íntima de Dios, la de Antioquía, la otra sede intelectual un tanto alejada de la experiencia íntima de Dios y más cercana a la ortodoxia, Roma, seguidora de Alejandría y Constantinopla, cercana a Antioquía.
No es mi intención proponer aquí un nuevo paradigma, pero sin duda que los movimientos cristianos de base, las reflexiones de la nueva teología del siglo XX, las aportaciones del ateísmo, agnosticismo, de la relación del hombre con la naturaleza (dialéctica), las nuevas visiones del hombre, la invasión de las tecnologías, las aportaciones del concilio Vaticano II, casi olvidadas hoy en la iglesia católica, las nuevas generaciones de teólogos y teólogas, el conocimiento mucho más amplio que nos dan de la naturaleza la física cuántica, la antropología, la medicina, la astronomía... obligan a un cambio muy serio y profundo de paradigma, si no queremos seguir apoyando la fe cristiana en la magia y en los mitos de antaño.

José Antonio Carmona

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